Compromiso

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Por Julián Schvindlerman

  

El camino hacia el acuerdo fundamental Vaticano-Israel – 10/13

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Año 5 – Nro 39

El 30 de diciembre de 1993 la Santa Sede y el estado de Israel firmaron el así llamado Acuerdo Fundamental. Este documento selló los lazos diplomáticos entre Israel y el Vaticano cuyas relaciones quedaron enteramente formalizadas unos meses más tarde con la apertura de una embajada y una nunciatura en los respectivos estados. Arribar allí no fue sencillo.

Para inicios de los años noventa, el Vaticano era uno de los últimos estados occidentales en todavía negar el reconocimiento formal a la nación judía. Desde su temprana oposición al sionismo político a partir del siglo XIX y atravesando una postura hostil hacia el naciente Israel a mediados del siglo XX, Roma no parecía dispuesta a aceptar la existencia de un estado hebreo soberano en Tierra Santa. Así, la Santa Sede vio desfavorablemente la Declaración Balfour y el Mandato Británico sobre Palestina y, cuando Israel fue establecido, buscó hacer una distinción entre el Israel bíblico y el estado judío moderno. El Papado desaprobó al ingreso de Israel como estado-miembro a las Naciones Unidas, rechazó la capital que éste designó para su nación y presionó a las naciones católicas a que adoptasen posturas políticas contrarias a los intereses del nuevo país. Por décadas se rehusó a reconocer formalmente a Israel, aunque debe destacarse que Roma jamás cuestionó el derecho de Israel a existir ni repudió oficialmente su establecimiento. Un negociador israelí dio cuenta de la frustración reinante en Jerusalem cuando dijo: “Nuestra posición era clara: estamos siempre listos. Si ustedes realmente desean normalizar relaciones, tan sólo deben decir la palabra. Nuestra dirección es la misma desde hace 2.000 años”.

Durante la última década del siglo XX, Roma modificó su actitud. Esta época marcó un desarrollo geopolítico importante con la inauguración de la Conferencia de Paz de Madrid, en la que varias naciones árabes e Israel, con mediación rusa y estadounidense, se sentarían a conversar sobre una posible paz regional. En 1993, la Organización para la Liberación de Palestina firmó el Acuerdo de Oslo con Israel, documento que abría un camino de diálogo político y la promesa de una futura coexistencia pacífica entre las partes. En esta atmósfera mundial resultaba extraña la persistente oposición vaticana hacia Israel. Contactos entre Roma y Jerusalem ya existían, orientados a abordar temas de mutua preocupación. Pero de allí en más esos contactos tuvieron un propósito específico: acercar a las partes y encaminarlas en la senda de la reconciliación política. No obstante, las partes discrepaban en un punto no menor. Los israelíes consideraban que esos encuentros debían llevar a la normalización de relaciones y que una vez formalizados los lazos podían abordarse todos los temas de interés mutuo. El Papado lo veía al revés: los contactos debían enfocarse en resolver asuntos pendientes luego de lo cual podrían normalizarse oficialmente las relaciones. De algún modo este desentendimiento pudo ser superado.

En mayo de 1992 el Jerusalem Post publicó la primicia de los primeros contactos secretos y al poco tiempo el Corriere della Sera informó sobre la creación de una comisión bilateral. Yossi Beilin de la cancillería israelí y Claudio María Celli por la Secretaría de Estado del Vaticano serían los árbitros de la comisión, quienes reforzarían los contactos ya existentes entre el monseñor Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, delegado apostólico en Jerusalem, y Avi Pazner, embajador israelí ante Italia. El rol de mediador/facilitador recayó en la figura de David Jaeger, un experto en derecho canónico y en la historia de los lugares santos en Tierra Santa. Además, Jaeger tenía una peculiar historia personal: era un judío-israelí de nacimiento que se había ordenado sacerdote católico posteriormente. Ofició de puente entre las partes dados sus conocimientos de los modos vaticanos y su familiaridad con la sociedad israelí.

Los vaivenes de las negociaciones palestino-israelíes parecían influir fuertemente en la evolución de los contactos entre el Vaticano e Israel. La comisión bilateral fue creada nueve meses después del inicio de la Conferencia de Madrid, la que incluía una delegación jordano-palestina. Pausas importantes en las tratativas Roma-Jerusalem coincidieron con crisis en el plano palestino-israelí, como fue la expulsión de alrededor de cuatrocientos terroristas de Hamas de Israel hacia el Líbano. El acuerdo final fue completado luego de que se ultimaron los detalles del Acuerdo de Oslo. A partir de la firma de dicho acuerdo en los jardines de la Casa Blanca, la comisión bilateral aceleró sus tareas. Al mes siguiente el Papa Juan Pablo II recibió al ministro de relaciones exteriores Shimon Peres, y ese mismo día se dio inicio a la traducción del Acuerdo Fundamental del inglés al hebreo. Una vez terminada la traducción, el 10 de diciembre de 1993, se acordó la firma para el 30 de ese mismo mes.

Para los israelíes, el acuerdo era un acontecimiento sumamente simbólico que auguraba una nueva era en el vínculo con la Santa Sede. Sabían que estaban ante un documento jurídico y político interestatal, pero reconocían un trasfondo teológico en el mismo. El Vaticano no era por completo indiferente a esta dimensión religiosa, pero veía al acuerdo principalmente como un tratado enmarcado en un contexto de relaciones internacionales. Unos meses luego de la firma, el acuerdo fue ratificado y posteriormente los respectivos representantes diplomáticos fueron designados. El monseñor Montezemolo se ocuparía de la nunciatura, ubicada en el viejo monasterio franciscano de San Pedro en Yaffo, en las afueras de Tel-Aviv. Shmuel Hadas, oriundo de la Argentina, sería el primer embajador israelí ante la Santa Sede. El largo y accidentado camino había llegado a destino.