El Nuevo Herald

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Por Julián Schvindlerman

  

El septiembre negro de Israel – 14/09/03

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En septiembre de 1970, el rey Hussein llego a la conclusión de que la Organización de Liberación de Palestina (OLP) representaba una amenaza intolerable contra su reino y ordeno un masivo ataque contra sus militantes establecidos en Jordania. La batalla fue terrible y «sobrepaso todos los horrores del fratricidio», según el historiador Samuel Katz.

Los soldados jordanos rodearon Amman, la capital, para impedir cualquier ayuda e inmovilizar los campamentos de refugiados. Soldados y tanques jordanos atacaron con tanta fiereza a los palestinos que unos 200 terroristas de la OLP prefirieron cruzar el no y rendirse a los israelíes antes de entregarse a los militares jordanos. En la historia de la OLP, este evento es conocido como septiembre negro.

Infortunadamente, los israelíes también tienen su septiembre negro, que ha significado más de 1,000 muertos, miles de heridos, innumerables viudas y huérfanos y toda una nación traumatizada. Y, sin embargo, todo empezó tan apaciblemente en los jardines de la Casa Blanca aquella bella mañana del 13 de septiembre de 1993. El mundo vio conmovido como el legendario héroe de la Guerra de los Seis Días, Yitzhak Rabín, estrechaba la mano del mítico líder de la revolución palestina, Yasser Arafat. Los enemigos mortales hacían la paz. Sus discursos fueron elocuentes y llenos de esperanza. Una nueva era había comenzado.

O así lo parecía. Porque cuando termino la ceremonia, se apagaron los aplausos, se marcharon los invitados y la prensa occidental empezó a proclamar el advenimiento de una nueva época en el Medio Oriente, ya podía constatarse la primera grieta en el recién inaugurado proceso de paz.

Porque ese mismo día, pocas horas después de hablarle de paz al mundo en ingles, el líder palestino fue entrevistado por la televisión jordana. En árabe y para un público árabe, pronunció otro mensaje. Habló de violencia y de destrucción al mencionar el «plan de 1974», conocido en el mundo árabe como «el plan de las fases» para la aniquilación del estado judío.

Fue así, con engaños y dobleces, como empezó el proceso político más controversial en la historia contemporánea del Medio Oriente. Un año después, Rabín, Shimón Peres y Arafat recibían el premio Nóbel de la paz. Desde entonces, Israel ha estado afrontando actos terroristas cometidos por palestinos bajo la bandera de una causa.

Los sucesos no se desarrollaron como los arquitectos del proceso de paz de Oslo habían pensado. Rabín fueasesinado por un fanático judío; olas de ataques terroristas suicidas bañaron en sangre a Israel; la sociedad israelí se dividió en líneas ideológicas; el sistema político sufrió una alarmante inestabilidad (con cinco primeros ministros sucediéndose democráticamente en un periodo de 10 años), y la economía se deterioró gravemente. Por otra parte, Israel perdió territorios de valor histórico y estratégico sin ganar absolutamente ningún reconocimiento ni legitimidad internacional. Israel sigue siendo una nación que tiene que justificar su existencia en las aulas universitarias, los foros de Naciones Unidas y las páginas editoriales de los periódicos.

Hace 10 años, bien intencionados israelíes rescataron a un grupo de radicales expulsados de Jordania y del Líbano y les dieron la bienvenida en su hogar. Les dieron una inmerecida legitimidad a una pandilla de criminales internacionales que habían estado perseguidos por las policías de 10 países. Les dieron fusiles de asalto y un santuario desde el que podían planificar la guerra que se avecinaba, y alentaron a las naciones del mundo para que les dieran dinero. Terminaron facilitando el establecimiento de una entidad terrorista en sus fronteras. Aunque parezca increíble, ingenuos israelíes ayudaron a la revolución palestina empeñada en su destrucción. Decir que eso fue un mal cálculo es un error: fue una negligencia criminal.

En septiembre del 2000, con la inauguración de la intifada de Al-Aqsa, terminó «el desastroso experimento de compartir la Tierra Santa con los movimientos nacionales de nuestro tiempo», como dijera Yossi Klein Halevy, un comentarista israelí. Cuando se hizo evidente que los presuntos pacifistas virtuosos no eran más que terroristas en hibernación, las visiones de un nuevo Medio Oriente y las fantasías de una coexistencia pacífica en la región terminaron por desaparecer.

El 13 de septiembre de 1993 será recordado eternamente como un día de infamia en la historia de Israel. Al recordar el décimo aniversario de ese épico desastre, mantengamos presente su más importante lección: que nunca más vuelvan las ilusiones románticas a empañar el realismo político.

Julián Schvindlerman es escritor y periodista en Buenos Aires.