En el primer viaje internacional de su segundo mandato, el presidente Barack Obama buscó alcanzar tres objetivos distintivos: resetear la relación de Washington con Jerusalem, respaldar al Rey de Jordania y reasegurar a la Autoridad Palestina que el proceso de paz sigue siendo una prioridad para su Administración.
Especialmente en la escala israelí, el tour estuvo repleto de símbolos y amenas palabras. El énfasis fue puesto en recomponer un vínculo afectado y subrayar ante la audiencia árabe y musulmana más amplia que Estados Unidos aún ve a Israel como un fortísimo aliado regional. De ahí la calidez en la oratoria -tanto a nivel personal hacia el premier Benjamín Netanyahu como protocolar hacia la nación hebrea- y la elocuencia presencial con visitas a las tumbas del fundador del sionismo político Theodor Herzl, del difunto premier Ytzjak Rabín y el Museo del Holocausto entre otras.
En Ramallah intentó mostrar a los palestinos que él no había olvidado sus aspiraciones estatales y proclamó su apoyo al proceso de paz entre las partes. Causó cierto desencanto allí el hecho de que el presidente Obama no convalidó la postura del presidente Mahmoud Abbas de condicionar la reanudación de las tratativas a un freno a la construcción de asentamientos. Si bien no ofreció propuestas puntuales o novedosas para relanzar el diálogo, enfatizó que el proyecto de la paz es parte del interés diplomático norteamericano. Con todo, resultó claro que en este momento Irán y Siria son asuntos prioritarios para la Casa Blanca.
En Jordania, Obama prometió asistencia humanitaria a una monarquía aquejada por problemas económicos agravados por el influjo de refugiados sirios. Ammán es un aliado importante de Washington, un socio de la paz de Israel y un actor a favor de la estabilidad regional. La presencia del presidente de los Estados Unidos allí fue crítica en un momento en que la casa real está siendo desafiada políticamente por la Hermandad Musulmana local y enfrentada a una población frustrada por las penurias económicas.
Antes de partir de la zona, Obama dejó el éxito más significativo de su gira: el acercamiento entre Ankara y Jerusalem. Considerando que apenas unas pocas semanas atrás el Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan clamó ante una audiencia global que el sionismo es un “crimen contra la humanidad”, el logro de Obama fue poco menos que una proeza. Para Washington, preservar cierta armonía entre estos dos aliados cruciales es particularmente relevante a la luz del deterioro de la crisis en Siria, el avance del programa nuclear en Irán y la realidad de un Medio Oriente todavía convulsionado por las múltiples revueltas populares de la llamada “primavera árabe”.