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Por Julián Schvindlerman

  

A 60 años de la conclusión del Concilio Vaticano II: Nostra Aetate – 15/11/25

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Por Julián Schvindlerman
Perfil – 15/11/2025

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Génesis de la declaración. El pasado 28 de octubre marcó seis décadas desde la promulgación de Nostra Aetate, la más revolucionaria declaración católica sobre los judíos. Durante siglos, el maltrato, el desprecio e incluso la persecución en tierras cristianas fue la norma de la existencia judía a la sombra de la Iglesia católica.

Pero, a partir de 1965, una vez que Nostra Aetate fue publicada, el diálogo, el respeto y la coexistencia signaron el vínculo judeo-católico moderno. Su publicación, sin embargo, debió sortear una fuerte oposición palestina, árabe e islámica; así como intentos de sabotaje de los sectores católicos ultraconservadores dentro de la Iglesia. Ambas corrientes lograron acotar la magnitud del pronunciamiento, pero fracasaron en torpedearlo. El papado prevaleció: logró preparar –y sostener en el tiempo– una declaración transformadora y fundamental a propósito de su relación con el pueblo judío.

Convocado por Juan XXIII en 1959, el vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia católica es comúnmente conocido como el Concilio Vaticano II. Debido al impacto que ha tenido dentro y fuera del catolicismo, se lo considera uno de los concilios más importantes de la historia de la Iglesia. El concilio sesionó durante cuatro años en cuatro sesiones: octubre-diciembre 1962, septiembre-diciembre 1963, septiembre-noviembre 1964 y septiembre-diciembre 1965. El borrador del pronunciamiento sobre el judaísmo (que emergió en 1962) debió atravesar unas cuantas revisiones antes de ser finalmente aprobado durante la última sesión del concilio, y su versión final resultó ser mucho menos enfáticamente projudía que su versión original. Ello fue el resultado parcial de la oposición decidida de naciones y prelados árabes y musulmanes al tratamiento exclusivo de la relación con los judíos como tema de agenda y a su temor de que el acercamiento del papado al pueblo judío derivara en el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel.

La oposición palestina, árabe e islámica. El primer concilio ecuménico católico del siglo XX no tardó en quedar envuelto en las intrigas del Oriente Medio. Enterados de la existencia de un documento católico que lidiaba exclusivamente con los judíos, los Estados árabes lanzaron una campaña de presión y desprestigio orientada a socavar el acercamiento entre estas religiones. Sumado a su antagonismo tradicional contra Israel y los judíos, los árabes temían que una exoneración del crimen del deicidio debilitara los cimientos de la condena a deambular en el exilio.

Uno de los primeros indicios surgió cuando el cardenal Augustín Bea escribió un artículo en 1962 para Civiltá Cattolica, titulado “¿Son los judíos culpables de deicidio y están por siempre condenados?”. Preocupado por la posible reacción árabe, el secretario de Estado intercedió para evitar su publicación. En su lugar, Bea debió presentar el artículo, empleando un seudónimo, al jornal jesuita alemán Stimmen der Zeit.

En diciembre de 1962, antes de que finalizara la primera sesión del concilio, un tracto judeófobo de 900 páginas titulado Il comploto contro la Chiesa (“El complot contra la Iglesia”), basado en archivos nazis, fue distribuido anónimamente entre todos los padres conciliares. Este decía que había una quinta columna judía dentro del clero católico y justificaba los actos nazis contra los hebreos. Las investigaciones de los servicios secretos de Italia e Israel detectaron que la organización que había diseminado el panfleto era financiada por un gobierno árabe.

Cuando la segunda sesión, en 1963, debatió el pronunciamiento sobre los judíos, los prelados árabes-cristianos protestaron. El patriarca cóptico de Alexandria amenazó con que si ese documento era aprobado “deberemos enfrentar la música de las naciones árabes”. Sus colegas ejercieron presiones sobre los obispos para que el documento no fuese aprobado.

En Damasco, el premier sirio censuró el borrador de la declaración e instó a líderes de las comunidades católicas locales a que pidieran al papa que no exonerara a los judíos del crimen del deicidio. Otras intervenciones diplomáticas fueron efectuadas directamente ante el papa, como por parte del presidente de Indonesia.

En un intento por paliar las aprehensiones árabes e islámicas, la Santa Sede decidió incluir la declaración sobre los judíos dentro de un pronunciamiento más amplio sobre la actitud de la Iglesia católica hacia las religiones no cristianas en general. De esta forma, el así denominado “documento judío” se convirtió en el párrafo IV de la “Declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas”.

El propósito inicial de abordar las relaciones judeo-católicas de manera exclusiva había sido desvirtuado. Originalmente adjuntado al documento ecuménico, ahora había sido apartado y rodeado de pronunciamientos sobre otras religiones tales como el budismo, el hinduismo, tradiciones nativas y, por supuesto, el islam. Aun así, las protestas y las difamaciones continuaron. Hubo manifestaciones en el Oriente Medio, amenazas a la integridad de las comunidades cristianas de la región, y otros varios panfletos fueron esparcidos en Roma alertando acerca de la supuesta infiltración de la Iglesia.

Durante la sesión de 1964 el pronunciamiento sobre los judíos fue debatido nuevamente, y una vez más hubo una reacción en el Oriente Medio. La Liga Árabe instruyó a sus representantes en Roma para que se pusieran en contacto con obispos y les advirtieran de los riesgos políticos del “documento judío”, mientras que la prensa árabe comentaba que el tema sería tratado en una conferencia de naciones no alineadas en El Cairo a realizarse en esos tiempos.

Cuando los padres conciliares aprobaron preliminarmente un texto que condenaba la discriminación antijudía y declaraba que era errado considerar al pueblo judío deicida, el canciller de Jordania afirmó que ello estimularía a Israel a “continuar su política agresiva”.

Diez miembros cristianos del Parlamento jordano enviaron un mensaje al papa en el que definían el pronunciamiento como una “puñalada en el corazón del cristianismo”. El gobierno de la República Árabe Unida publicó un libro titulado El Israel espurio para denunciar presuntas maniobras en el Vaticano. El Ministerio de Cultura y Guía Nacional encargó traducciones a varios idiomas extranjeros y una circulación internacional, e instruyó para que se preparara una película titulada Los Judíos y Jesús, cuyo propósito era evitar una exoneración del crimen del deicidio. Fueron publicados libros en los que se acusaba desde complotar junto a Rolf Hochhuth para difamar a Pío XII y así “aterrorizar al Vaticano” hasta matar cristianos en Roma, Libia y Chipre.

En 1965 el patriarca Melkita de Antíoco emitió un comunicado en el que decía que “ciertamente permanece sobre la frente del pueblo judío, en tanto está alejado de Cristo Redentor, la marca de la vergüenza”. El alcalde musulmán de la Jerusalén jordana anunció que, por común acuerdo de las comunidades católicas, ortodoxas y protestantes, las campanas de la Iglesia del Santo Sepulcro doblarían en señal de protesta por el favor vaticano al “documento judío”. Aun cuando el concilio había concluido, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) hizo su propio aporte antisionista con la publicación del libro Nosotros, el Vaticano e Israel, en junio de 1966.

La supervivencia de Nostra Aetate. A pesar de la ola de objeciones de las naciones musulmanas, prelados árabes y la OLP (así como de disidentes católicos ultraconservadores dentro de la Iglesia), en la votación final en 1965, solo 88 votaron en contra de entre 2.312 padres conciliares. Nostra Aetate, publicada en octubre de 1965, fue un documento religioso importante en sí mismo, pero no menos importante lo fue por el proceso de revisión histórica y teológica que se puso en marcha en todo el mundo cristiano, propiciando cambios en la doctrina y en la actitud de toda la Iglesia hacia los judíos. A seis décadas de su promulgación, mantiene su plena vigencia.