Compromiso

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Por Julián Schvindlerman

  

Un papa en Cuba – 03/12

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Año 4 – Nro 20

La relación del Vaticano con el comunismo nunca fue armoniosa, razón por la cual una visita papal a la Cuba de los hermanos Castro era vista como un acontecimiento singular. Dos hechos ilustraron la tensión reinante al comienzo mismo del peregrinaje pontificio. En el avión que lo llevaba rumbo a México, destino inicial de la gira latinoamericana, Benedicto XVI aseguró que “el marxismo, tal como fue concebido, no responde ya a la realidad”. Al aterrizar en la isla, el presidente Raúl Castro le dio la bienvenida con un cálido apretón de manos, pero sin besar el anillo papal.

El viaje pontificio a Cuba tenía dos objetivos contrapuestos. El propósito diplomático de la visita era estimular mayor cordialidad en la relación bilateral con vistas a mejorar el status de la Iglesia allí. El propósito pastoral era reforzar a la feligresía católica local, la cual representa el 5% de una población de alrededor de once millones. Para cumplir con la primera meta, el Papa debía complacer a los gobernantes; para cumplir con la segunda, el Papa debía brindar apoyo moral a una comunidad reprimida. Aquél era un equilibrio difícil de sostener y por eso hallaremos en las palabras y las omisiones de Benedicto XVI elementos que inclinan la balanza tanto para uno como para otro lado.

Como la sola presencia papal en suelo cubano era el mayor gesto político hacia el régimen, y Benedicto XVI rehusó reunirse con la oposición, a modo de compensación hacia ésta, o de mensaje hacia todas las partes, lo que también abarca a la comunidad internacional como testigo, incorporó en sus discursos críticas hacia el sistema castrista. Ni bien aterrizó, el Papa aseguró llevar en su corazón “las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos” y entre los grupos que mencionó -jóvenes y ancianos, enfermos y trabajadores- incluyó a “los presos y sus familiares”. Al reflexionar sobre las relaciones entre Cuba y la Santa Sede, el Papa recalcó que “aún quedan muchos aspectos en los que se puede y debe avanzar”. Al referirse a la Virgen de la Caridad del Cobre, habló de “los derechos fundamentales” de los hombres, y en una homilía posterior dijo que “resulta conmovedor ver como Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla”. Luego de visitar un santuario venerado, rezó por “las necesidades de aquellos que sufren, de quienes están privados de la libertad, de aquellos que están separados de sus seres queridos o quienes están atravesando tiempos de dificultad”. Su mejor momento fue cuando pidió, en su último discurso, que “Cuba sea la casa de todos los cubanos”. Hablar públicamente en la isla de libertad, presos, derechos fundamentales y justas aspiraciones fue un mérito de Benedicto XVI.

Por su lado, el gobierno cubano no pudo con su genio. El sumo pontífice fue recibido por el presidente, niños que le entregaron un arreglo floral y una alfombra roja, pero también con veintiún disparos de salva de cañón. Recibir a un Papa a los cañonazos como muestra de cortesía fue toda una ocurrencia. Será fruto de su mentalidad militarista. Como también lo habrá sido su decisión de arrestar a alrededor de doscientos disidentes en las vísperas del arribo del Papa, impedir a otros muchos que asistieran a su misa y bloquear sus comunicaciones móviles. Un infiltrado que gritó entre la muchedumbre “¡abajo el comunismo!” fue sumariamente detenido. Raúl, a su vez, dedicó su discurso a protestar contra el bloqueo económico norteamericano, a recitar eslóganes patrióticos del tipo “con todos y para el bien de todos” y a sermonear acerca de que “la corrupción política y la falta de verdadera democracia son males de nuestro tiempo”. Para un Papa que en su vida como Joseph Ratzinger presidió por casi un cuarto de siglo la Congregación para la Doctrina de la Fe -la cuál combatió duramente a la teología de la liberación- haber tenido que escuchar al presidente caribeño predicar sobre las virtudes del socialismo castrista debe haber sido todo un ejercicio de paciencia pontificia.

La visita estuvo rodeada de especulaciones acerca de una reunión entre el Papa y el presidente venezolano Hugo Chávez, quién coincidentemente se desplazó a la isla para someterse a tratamiento médico. Mayor expectativa todavía despertó la idea de un posible encuentro entre el Papa y Fidel Castro. Éste, se recordará, había sido excomulgado en 1962 por Juan XXIII luego de declararse marxista-leninista, anunciar que Cuba sería atea y lanzar una campaña de hostigamiento contra la Iglesia Católica que comprendió la deportación de cientos de monjas y sacerdotes, el cierre de todos los colegios católicos y la nacionalización de los terrenos de la Iglesia. Con el correr del tiempo, El Comandante pudo reunirse con pontífices. Fue recibido por Juan Pablo II en el Vaticano en 1996 y dos años después se reencontró con Karol Wojtyla en La Habana.

Finalmente, se hizo recibir también por Benedicto XVI. Ofender a Fidel en su propia casa no era una opción para el Vaticano. La nota más ocurrente de la visita la dio Fidel cuando, fiel a su peculiar estilo, preguntó a Benedicto XVI “¿Qué hace un Papa?”. Quizás al Santo Padre se le haya cruzado por la mente una pregunta que no podía formular: ¿que hacen los hermanos Castro, al cabo de más de medio siglo, todavía gobernando -y sofocando- a Cuba?