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Perfil, Perfil – 2025

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

El genocidio es ahora una cuestión de gustos – 20/09/25

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Por Julián Schvindlerman
Perfil – 20/9/2025

https://www.perfil.com/noticias/elobservador/el-genocidio-es-ahora-una-cuestion-de-gustos.phtml

Organizaciones internacionales alteraron los estándares establecidos en la definición legal de genocidio y de hambruna para poder condenar a Israel. Tel Aviv proporcionó alimentos, agua y medicinas a la población de Gaza durante el conflicto; en ninguna otra guerra moderna un ejército ayudó de forma semejante mientras el enemigo aún luchaba.

La Asociación Internacional de Académicos del Genocidio (IAGS en inglés) causó una polémica hace poco al declarar que “las políticas de Israel en Gaza cumplen con la definición legal de genocidio”. Como parte de sus fundamentos, la asociación citó a varios grupos de derechos humanos que habían llegado a la misma conclusión, así como a funcionarios de la ONU conocidos por su sesgo antisionista. Sin embargo, no señaló que algunas de esas conclusiones se basaban en reinterpretaciones de la definición legal de genocidio. Aunque se anunció que consiguió un respaldo casi unánime, apenas un 20% de los miembros de la IAGS apoyó la declaración.

En un sensacional informe emitido el año pasado, Amnistía Internacional eludió la definición legal de genocidio para determinar que Israel era culpable de genocidio. En la página 101 de su informe de 296 páginas, Amnistía Internacional afirmó que consideraba que la definición establecida de genocidio era “una interpretación excesivamente limitada de la jurisprudencia internacional que, en la práctica, impediría la constatación de genocidio en el contexto de un conflicto armado”. Es decir, Amnistía Internacional alteró los estándares establecidos en la definición legal de genocidio para poder condenar a Israel de cometer un genocidio.

Algo similar ocurrió con la infundada acusación contra Israel de haber provocado intencionalmente una hambruna en Gaza. La Clasificación Integrada de Fases de Seguridad Alimentaria (IPC en inglés), que es avalada por las Naciones Unidas, recientemente decretó que había una hambruna en Gaza; fue la primera designación de este tipo en Oriente Medio. Pero The Washington Free Beacon expuso que el IPC “modificó discretamente una de sus métricas claves (…) facilitando la declaración formal de que hay hambruna en el territorio controlado por Hamas”.

Agregó TWFB: “A diferencia de informes anteriores del IPC sobre la situación humanitaria en Gaza, el informe de julio incluye una métrica –conocida como circunferencia braquial (MUAC)– que la agencia no ha utilizado históricamente para determinar si se está produciendo una hambruna. El informe también incluye un umbral reducido para la proporción de niños que deben considerarse desnutridos para que el IPC declare una hambruna, que se reduce del 30% al 15%”.

En otras palabras, el IPC simplemente adaptó sus métricas para que encajaran con la acusación. Un análisis crítico de este reporte realizado por el coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (Cogat) de Israel y el Ministerio de Asuntos Exteriores mostró que las cifras tomadas de Unrwa para la ciudad de Gaza arrojaron índices MUAC superiores a los documentados en la literatura médica, lo que generó dudas sobre la fiabilidad de las mediciones.

Estos informes, ampliamente citados en los medios masivos de comunicación, se conocen sobre un trasfondo en que la Corte Internacional de Justicia debió evaluar una petición de Sudáfrica (nación aliada a Hamas e Irán), que instaló la acusación ya en diciembre de 2023. Así, una narrativa difamatoria se ha impuesto en la corte de la opinión pública: Israel estaría cometiendo un genocidio y hambreando a los palestinos. No obstante, la evidencia disponible sugiere otra realidad, más compleja y matizada, que combina los desafíos de una guerra urbana, los aciertos y errores de Israel, la propaganda y el cinismo de Hamas, la responsabilidad de la ONU, los intereses de los Estados, la parcialidad de muchos medios de prensa y la hostilidad de numerosas ONG. Es hora de separar la ficción de los hechos.

En primer lugar, cabe notar que algunos de los que redactaron estos informes o fueron citados en ellos manifestaron posturas abiertamente políticas con anterioridad. Para justificar la aplicabilidad del genocidio en Gaza, IAGS citó a oficiales de la ONU con un vasto récord de sesgo antiisraelí: Navi Pillay (quien ya había acusado a Israel de hacer “limpieza étnica”, fue repudiada por la administración Biden) y Francesca Albanesse (bajo sanciones de la administración Trump por su extremismo). Entre quienes redactaron el informe de la hambruna del IPC están Andrew Seal (había acusado a Israel de cometer genocidio antes del inicio de la ofensiva terrestre en Gaza), Zeina Jamaluddine (describió la masacre de Hamas del 7 de octubre como un acto de “descolonización”) y otros que apoyaron los ataques hutíes contra el transporte marítimo internacional.

En cuanto a la acusación de genocidio en sí, para que exista un genocidio se requiere la intención de eliminar un grupo, en su totalidad o en parte, como tal; no la ocurrencia de muertes civiles. Las medidas israelíes orientadas a minimizar bajas civiles, como advertir a la población gazatí acerca de zonas que serán atacadas, los desplazamientos de población civil hacia zonas seguras, los ataques precisos contra combatientes de Hamas, las operaciones abortadas para no dañar civiles, desmienten la fábula genocida.

Bret Stephens, en The New York Times, señala que si Israel tuviera verdaderas intenciones genocidas, las muertes serían muchísimo mayores y sistemáticas. Con capacidad militar ampliamente superior, podría haber destruido Gaza rápidamente. Por ejemplo, podría haber bombardeado indiscriminadamente desde el aire sin arriesgar las vidas de sus soldados en el terreno ni dar aviso previo a la población palestina, incluso por mensajes de texto enviados a sus celulares. “Un ejército genocida no tarda dos años en ganar una guerra en un territorio del tamaño de Las Vegas”, acotó el filósofo francés Bernard-Henri Lévy. Las bajas colaterales reflejan la complejidad de un conflicto urbano y asimétrico, exacerbado por las tácticas inmorales de Hamas, que oculta terroristas entre civiles y utiliza túneles para protegerse mientras los civiles quedan expuestos en la superficie.

Las imágenes de niños desesperados esperando alimentos conmueven, pero no siempre muestran el panorama completo. La académica Netta Barak-Corren destacaba en un artículo reciente en The Wall Street Journal que en conflictos como Somalia, Siria, Afganistán, Irak, Sudán, Etiopía o Yemen, la ayuda mundial suele ser desviada por milicias armadas o regímenes autoritarios. En Gaza también. (“Gaza presenta el caso más prolongado de desvío de ayuda”, anota la autora) y además la Unrwa (bajo gran influencia de Hamas) gestiona la mayoría de los servicios públicos, mientras que el movimiento yihadista se apropia de recursos y revende la ayuda gratuita saqueada. A principios de agosto, la ONU admitió que alrededor del 88% de los camiones de ayuda que entraron a Gaza desde mediados de mayo habían sido asaltados y desviados de sus destinos.

John Spencer, director del Instituto de Guerra Urbana, resalta un hecho extraordinario: Israel ha proporcionado o facilitado ayuda directa a la población de Gaza (incluyendo alimentos, agua, medicinas y combustible) mientras el conflicto está activo, y Hamas controla el territorio y retiene secuestrados a ciudadanos israelíes. Esto es histórico. En ninguna otra guerra moderna un ejército ha hecho algo semejante mientras el enemigo aún luchaba y gobernaba su territorio. Ni Gran Bretaña alimentó a los civiles alemanes mientras daba combate a los nazis en Alemania, ni Estados Unidos brindó ayuda humanitaria a los vietnamitas en zonas controladas por el Viet Cong. Este hecho, aunque raramente reconocido, es clave para entender la verdadera naturaleza del conflicto.

A esto se suma un estudio reciente de más de 300 páginas del profesor Danny Orbach y su equipo en la Universidad Hebrea de Jerusalén y otras universidad israelíes afiliadas que constata dos datos cruciales: 1) a marzo de 2025, no hubo hambruna sistemática en Gaza, y, de hecho, la entrada de alimentos superó la de períodos previos al 7 de octubre de 2023, 2) la Unrwa y otras ONG cometieron errores metodológicos, incluyendo citas circulares y correcciones retroactivas, que inflaron la percepción de crisis humanitaria. El estudio introduce el concepto de “sesgo humanitario”: la tendencia a aceptar alegatos alarmantes de partes interesadas sin verificación, lo que distorsiona los hechos, afecta las percepciones y compromete las decisiones políticas.

El sufrimiento en Gaza es innegable, pero la narrativa del genocidio y la promoción deliberada de una hambruna no se sostienen, puesto que la ayuda humanitaria fue real y sin precedentes, e Israel implementó medidas concretas para minimizar bajas civiles. Por el contrario, Hamas –el iniciador de esta trágica guerra– adoptó tácticas que pusieron adrede en riesgo a su propia población, saqueó la asistencia externa y manipuló las estadísticas.

Todas las guerras tienen entre sus víctimas a civiles inocentes y no por ello son consideradas situaciones de genocidio. Como decía Stephens, no podemos tachar de genocidio a toda guerra que no nos guste. Tergiversar la realidad no protegerá a los palestinos: solo logrará suprimir la verdad.

*Profesor titular en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de Palermo. Miembro de Profesores Republicanos y el Foro Argentino contra el Antisemitismo.

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Por Julián Schvindlerman

  

Toronto y Venecia: nuevos escenarios de la guerra en Gaza – 09/25

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Por Julián Schvindlerman
Comunidades Plus – Septiembre 2025

Que en los festivales de cine se cuelen las tensiones políticas del momento no es algo inusual y dos festivales recientes así lo comprueban: ¿acaso Gaza e Israel no tienen convocatoria global? Al contraponer dos estrenos actuales advertimos, por un lado, la cálida acogida en Venecia del film tunecino The Voice of Hind Rajab, acerca de una niña palestina muerta en la guerra en Gaza, y por otro, la censura ejercida en Toronto contra el documental canadiense The Road Between Us: The Ultimate Rescue, centrado en un rescate el 7 de octubre en Israel. El contraste no es anecdótico. Refleja la creciente hostilidad contra Israel que se extiende, ya sin pudor, al ámbito de las artes visuales.

El Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) decidió excluir el único documental “proisraelí” en competencia alegando problemas de derechos de las imágenes utilizadas, pues pertenecerían a Hamas, cuyos miembros filmaron la masacre del 7 de octubre de 2023. Aunque las autoridades del Festival se echaron atrás luego de quedar en verdadero ridículo moral (si hubieran pedido autorización a Goebbels para mostrar imágenes de Auschwitz, se les cuestionó), el incidente dejó en evidencia el clima de época. Se trató de un veto cultural y una condena ideológica escondidos detrás de un alucinante tecnicismo jurídico.

Tiempo después, en Venecia se celebraba con entusiasmo la proyección de The Voice of Hind Rajab. La película fue ovacionada durante 23 minutos y logró el segundo premio del jurado. Nadie discutió derechos de autor, nadie levantó reparos. Seamos claros: es legítimo que el cine “propalestino” sea reconocido. Lo inquietante no es su éxito, sino el contraste: la empatía ilimitada hacia la narrativa palestina versus la exclusión de la experiencia israelí, incluso cuando se refiere a víctimas de una masacre perpetrada por jihadistas.

Al cotejar Toronto con Venecia vemos que el doble rasero es evidente: las víctimas en Gaza reciben reflectores en tanto que las víctimas del 7 de octubre permanecen en la oscuridad. Las imágenes y testimonios del sufrimiento palestino circulan libremente. Pero cuando un director intenta mostrar el dolor de Israel, le es negado su derecho a contar el trauma de octubre y se lo expulsa de la sala. Lo que en otros contextos sería celebrado como cine de memoria o denuncia, en el caso israelí se convierte en tabú. La motivación es visceral. Desde hace años, una parte significativa del progresismo ha adoptado sin matices el discurso que identifica a Israel con colonialismo, apartheid y genocidio. Estas difamaciones se han convertido en dogmas en ciertos círculos. La industria del cine, siempre sensible a las corrientes de opinión progresistas, está abrazando esta narrativa, potenciando lo que adora y suprimiendo lo que le molesta. La tragedia palestina atrae, el padecimiento israelí fastidia.

Esto transforma al cine en una extensión de la guerra política. Días atrás mil ochocientos actores, directores y productores de cine anunciaron un boicot completo a la filmografía israelí. Cuando los festivales internacionales discriminan por ideología o corrección política, dejan de ser foros abiertos para la expresión plural y se transforman en campos de disputa. El espacio donde debería primar la pluralidad queda reducido a una caja de resonancia de la versión palestina. Curiosamente, se pone en la mira a un cine que es diverso, cuestionador e incluso ferozmente crítico con su propio país, como lo es el cine israelí. Lejos de ser monolítico, es una filmografía que explora dilemas éticos y acontecimientos sociopolíticos con crudeza. Eliminar esa voz del circuito internacional empobrece al arte y parcializa la historia.

La paradoja es que, en nombre de la justicia, se perpetúa una injusticia. El dolor de las víctimas israelíes -asesinadas, mutiladas, violadas, quemadas o secuestradas el 7 de octubre- queda invisibilizado. Se les niega no solo la solidaridad humana, sino también el derecho a ser expresadas en el arte. En cambio, la representación del sufrimiento palestino es premiado y ovacionado. Queda así absurdamente desdibujada una competencia artística en una por el victimismo. El resultado entonces es previsible: un festival abraza una narrativa mientras otro festival cancela la opuesta.

El cine nunca fue ajeno a la polarización política, pero la asimetría actual es muy marcada. No importa ya la reputación de un festival ni la carrera de un director ni el éxito de una película; sino la credibilidad del ámbito cultural. Celebrar a una parte mientras se silencia a la otra es perder todo equilibro, es trocar el mérito artístico por el gusto político, es un acto de propaganda estilizada. Y los festivales que ceden a esa lógica se convierten en cómplices de un sesgo que mezcla el aplauso con la vileza.

El acto original de censura previa camuflado de sensibilidad política en Toronto fracasó, The Road Between Us: The Ultimate Rescue fue exhibido y aplaudido de pie durante cinco minutos, aunque por un auditorio mayormente judío. Su proyección ilustra que la empatía hacia las víctimas palestinas no tiene porque implicar negar la humanidad de las víctimas israelíes. No obstante, hoy la voz “proisraelí” -o “israelí” a secas, quizás- en el cine está siendo acallada, y eso es así porque enoja a una elite cultural que ya decidió quién merece toda la compasión, y quién ninguna.

Perfil, Perfil – 2025

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Por Julián Schvindlerman

  

El momento de Netanyahu – 28/06/25

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Por Julián Schvindlerman
Perfil (El Observador) – 28/6/2025

https://www.perfil.com/noticias/elobservador/el-momento-de-netanyahu.phtml

Podría decirse que la filosofía política y la determinación práctica de Binyamin Netanyahu abrevan de dos fuentes familiares fundamentales en su vida: su padre, Ben Zión, un académico de renombre, y su hermano mayor Jonathan, líder del épico operativo comando en Entebbe, donde cayó durante el rescate de rehenes israelíes y judíos en el aeropuerto de Uganda, en 1976. Del primero heredó su pasión intelectual; del segundo tomó su valor personal. Bibi -como es conocido por su famoso apodo- fue comando de elite en el ejército israelí, un destacado escritor y conferencista, un hábil diplomático y político, para finalmente llegar a ser el primer ministro que más tiempo gobernaría el Estado de Israel.

Por décadas se mostró preocupado por la amenaza nuclear del terrorismo en general y del Irán teocrático en particular. En su libro de 1995 Combatiendo el terrorismo: cómo las democracias pueden vencer el terrorismo doméstico e internacional, escribió: “Los gobiernos occidentales no han abordado adecuadamente la posibilidad, muy real, de que estados y organizaciones terroristas adquieran pronto terribles armas de destrucción masiva y las utilicen para intensificar el terrorismo más allá de nuestras peores pesadillas”, y advirtió que “una vez que Irán tenga armas nucleares, nada impide que se decante por un mayor aventurerismo e irracionalidad en lugar de una mayor responsabilidad”, lo cual llevaría a “una transformación increíble en la que no se amenazará ni destruirá a ciudadanos o edificios individuales, sino que ciudades enteras serán tomadas como rehenes”.

Como para confirmar el punto, unos años después, quien fuera presidente de la República Islámica de Irán, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, dio un sermón en la Universidad de Teherán. El 14 de diciembre de 2001 (poco más de dos meses después del 9/11) ante miles de fieles pronunció: “El uso de una sola bomba nuclear dentro de Israel destruiría todo”. Netanyahu persistió con sus alertas, alcanzando un momento trascendental en ocasión de su discurso en marzo del 2015 ante el Congreso de los Estados Unidos, cuando denunció el pacto nuclear de las potencias con Teherán: “el régimen de Irán no es solo un problema judío, como tampoco lo fue el régimen nazi […] Así también, el régimen de Irán representa una grave amenaza, no solo para Israel, sino también para la paz mundial” y vaticinó: “como primer ministro de Israel, puedo prometerles una cosa más: aunque Israel tenga que defenderse solo, se defenderá solo”.

Según informó Elliot Kaufmann en The Wall Street Journal, durante una reunión de gabinete en junio de 2024, Netanyahu declaró que “la amenaza [iraní] debe eliminarse bajo nuestra supervisión” y en otra reunión cerrada afirmó: “No podemos dejarlo para la próxima generación, porque podría no haber una próxima generación”. Unos meses más tarde, hizo pública su posición.

Al dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre del mismo año, anunció al régimen ayatolá: “Tengo un mensaje para los tiranos de Teherán: si nos atacan, los atacaremos. No hay lugar -ningún lugar en Irán- al que el largo brazo de Israel no pueda llegar”. Y a la familia de las naciones le espetó: “Durante demasiado tiempo, el mundo ha apaciguado a Irán. Ignoró su represión interna. Ignoró su agresión externa. Pues bien, ese apaciguamiento debe terminar. Y debe terminar ya”. Agregó el premier israelí: “Durante décadas, he advertido al mundo contra el programa nuclear de Irán. Nuestras acciones retrasaron este programa quizás una década, pero no lo hemos detenido. Irán ahora busca convertir su programa nuclear en un arma. Por el bien de la paz y la seguridad de todos sus países, por el bien de la paz y la seguridad del mundo entero, no debemos permitir que eso suceda”. Y remató: “Les aseguro que Israel hará todo lo posible para garantizar que no suceda”.

Sin embargo, cuando Irán lanzó cientos de misiles balísticos y drones hacia Israel -en dos ocasiones a falta de una, en abril y octubre de aquél 2024- el Israel de Netanyahu respondió de manera acotada, si bien estupendamente quirúrgica. El momento de Bibi parecía esfumarse. Su arribo necesitó de una Administración más espabilada en la Casa Blanca y de una muy eficaz campaña de inteligencia y acción militar israelí que diezmó a los principales proxies de Teherán en las fronteras del país (a Hamas en Gaza, a Hezbolá en el Líbano, y que provocó la caída del gobierno proiraní en Siria). Finalmente, el día D llegó. El 12 de junio último, Jerusalem lanzó un impresionante ataque preventivo contra el programa nuclear de Irán aprovechando una rara ventana de oportunidad y confluencia de factores. La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) acababa de publicar informes altamente inquietantes a propósito del estatus nuclear de Irán y estimaciones de inteligencia coincidían en la capacidad de los ayatolás de dotarse de varias bombas nucleares. La discrepancia en las evaluaciones era temporal, no acerca de la capacidad o la intención del régimen de Teherán; de por cierto muy publicitada.

Luego de la intervención militar decisiva de Washington, sobre el trasfondo de una contundente campaña aérea israelí sobre los cielos de Irán, Netanyahu reiteró su punto de que no se puede permitir al régimen más peligroso del mundo, obtener las armas más peligrosas. Con el programa nuclear iraní severamente dañado o quizás definitivamente estropeado, esta frase de Netanyahu dicha al analista Fareed Zakaria en 2016 parece adquirir un sentido histórico: “Me gustaría ser recordado como el protector de Israel. Con eso me basta, protector de Israel”.

El 7 de octubre de 2023 esa cita hubiera sonado ridícula. En junio de 2025, Bibi emerge de las cenizas vindicado.

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Por Julián Schvindlerman

  

El drama de los rehenes y su impacto en la sociedad israelí 03/08/25

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Los secuestros que perpetró Hamás no solo marcarán a las víctimas y sus familias, sino que sus consecuencias se extenderán a nivel social y generacional

Por Julián Schvindlerman
Infobae – 3/8/2025

https://www.infobae.com/opinion/2025/08/03/el-drama-de-los-rehenes-y-su-impacto-en-la-sociedad-israeli

El episodio sangriento es conocido. Su impacto duradero en la sociedad, no tanto. El 7 de octubre de 2023, alrededor de 6.000 terroristas de Hamas irrumpieron en el sur de Israel, en una invasión sin precedentes que incluyó el lanzamiento de 4.300 misiles, la masacre de más de 1200 personas y la captura violenta de 251, entre hombres, mujeres, niños y ancianos. Estas últimas víctimas fueron llevadas a la Franja de Gaza, donde muchas de ellas permanecieron en condiciones extremas durante meses, algunas incluso hasta hoy. A julio de 2025, 50 rehenes aún están en las garras de Hamas: 28 de ellos han sido declarados muertos y solo 22 siguen con vida.

Este secuestro masivo no solo marcó un punto de inflexión militar y político en el conflicto palestino-israelí. También introdujo una nueva dimensión de sufrimiento humano cuyas consecuencias físicas, psicológicas y sociales continúan desplegándose de forma profunda. Para la sociedad israelí esta es una herida abierta que no cicatrizará, especialmente en tanto persista la incertidumbre que rodea la suerte de los secuestrados.

Recientemente asistí al webinar organizado por la académica española y doctora en psiquiatría Blanca Navarro Pacheco junto con la ONG israelí Come Together. El testimonio del médico-militar Amir Blumenfeld, presentado en su charla “El estado médico de los rehenes: los efectos fisiológicos y psicológicos del confinamiento prolongado en túneles”, ofreció una visión detallada del deterioro experimentado por los rehenes en Gaza. Como sabemos, la mayoría fueron mantenidos en calabozos subterráneos durante meses, en condiciones de cautiverio medieval: sin luz solar, sin atención médica, con una alimentación deficiente, bajo constante amenaza y en un aislamiento casi total. Según se ha informado, uno de ellos ha estado encadenado permanentemente.

El informe de Blumenfeld describe consecuencias que abarcan desde la disfunción del sueño hasta el colapso del sistema inmunitario. Muchos rehenes sufrieron atrofia muscular, pérdida de densidad ósea, problemas respiratorios, alteraciones sensoriales en la visión y audición, y trastornos digestivos. Pero más devastadoras aún son las secuelas neurológicas y psicológicas: depresión, ansiedad severa, desorientación, alucinaciones, trastorno de estrés postraumático, y en algunos casos, estados prolongados de disociación y alteración cognitiva.

A esto se suman las agresiones sexuales y la tortura física y psicológica, además de la negligencia médica o el simple sadismo (rehenes heridos fueron operados sin anestesia). Estos israelíes fueron deshumanizados sistemáticamente. Y si bien muchos fueron liberados gracias a negociaciones, rescates o presiones militares, no volvieron indemnes. El reality show de Holocausto que montó Hamas en las liberaciones de algunos secuestrados explicitó eso.

Pero la tragedia no se limita al encarcelamiento de las víctimas en los túneles. La sociedad israelí en su conjunto también es un rehén de esta crisis. Un estudio reciente de Yoav Groweiss, Carmel Blank, Yuval Neria y Yossi Levi-Belz, titulado “Una nación de luto”, citado por Blumenfeld, muestra que el 76% de la población israelí se siente preocupada o muy preocupada por los rehenes, y que el 48% experimenta un duelo prolongado. Se trata de un dolor colectivo que no puede cerrarse al no haber un final claro: muchos rehenes siguen desaparecidos; sus destinos, envueltos en misterio.

El duelo se ha vuelto ambiguo, un término que los psicólogos usan para describir pérdidas sin resolución: no hay un cuerpo, no hay un funeral, no hay cierre emocional. Esta ambigüedad impacta especialmente en los familiares, pero también se extiende por la sociedad como un trauma general. Los medios de prensa, las redes sociales, las manifestaciones, los debates políticos; todo muestra que el país está conmocionado.

Las consecuencias, advierten los expertos, podrían ser duraderas. Según el mismo estudio, los efectos a largo plazo incluyen trastornos crónicos del sueño, enfermedades cardiovasculares agravadas por el estrés y una epidemia de trastornos mentales como depresión y ansiedad. Este fenómeno no solo amenaza el presente, sino también el futuro: investigaciones sobre las secuelas del Holocausto han demostrado que el trauma severo puede transmitirse epigenéticamente a las generaciones siguientes, alterando la expresión génica relacionada con el estrés. La experiencia del trauma no termina con quienes lo vivieron: se extiende sobre sus descendientes en forma de inseguridad existencial y estrés postraumático heredado.

Esto abre una dimensión intergeneracional del sufrimiento que Israel ya conoce, pero que en esta ocasión se acentúa en una coyuntura de elevadísima exigencia. Los hijos de los rehenes, de los asesinados y de los muertos en combate o por suicidio posterior, e incluso quienes nacieron después del 7 de octubre, crecerán en un país marcado por este trauma colectivo. Esta es una crisis humana profunda, cuyos efectos no terminarán con la firma de un cese de fuego. Desde el 7 de octubre de 2023 se cierne un nubarrón oscuro sobre Israel. Y hasta que la última persona regrese (viva o no), seguirá proyectando su sombra sobre la nación entera.

Pero seamos claros en algo. La liberación de los secuestrados no debió ser solamente un imperativo de Israel. La familia de las naciones incurrió en una falla ética al invisibilizar su padecimiento. Ellos no son una abstracción, sino personas concretas que llevan casi dos años bajo tierra. Su retención en túneles durante meses en condiciones infrahumanas constituye un crimen de guerra, lo diga o no la ONU o Emmanuel Macron. La indiferencia global frente al sufrimiento de los rehenes, combinada con la híper tardía presión a Hamas (y casi nula a sus patrocinadores) en pos de su liberación, es una vergüenza para la diplomacia global.

Seúl

El ayatolá contra las cuerdas – 29/06/25

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A sus 86 años y tras el ataque al programa nuclear iraní, Jamenei enfrenta el ocaso de su liderazgo mientras el régimen tambalea entre la paranoia y el dilema de su supervivencia.

Por Julián Schvindlerman

Finalmente pasó: una confrontación directa entre Irán, Israel y Estados Unidos. El mundo contuvo la respiración cuando la posibilidad de un ataque de Israel contra el corazón del programa nuclear iraní dejó de ser una mera hipótesis para cristalizarse en un suceso real temido por diplomáticos pero contemplado por estrategas desde hace largo tiempo. Durante años, analistas ponderaron los escenarios. ¿Se atrevería Israel? ¿Qué haría Teherán ante el ataque? ¿Qué reacción en cadena provocaría en la región? ¿Qué papel jugarían las potencias aliadas de Irán?

Imaginar cómo respondería Irán demandaba adentrarse en la lógica laberíntica de un régimen islámico revolucionario que hizo de su lucha antioccidental un principio ideológico y definió su supervivencia como un imperativo estratégico. El gobierno del ayatolá, conducido por una élite clerical-militar cohesionada en torno a la figura del Líder Supremo Alí Jamenei, es fanático pero no impulsivo. No obstante: ¿permanecería quieto tras un golpe certero al honor nacional? ¿Pasaría por alto lo que seguramente consideraría una agresión existencial?

Desde sus orígenes en la revolución de 1979, la República Islámica ha desarrollado una narrativa maniquea basada en el odio hacia Occidente, especialmente contra Estados Unidos, al que denomina “el Gran Satán”, y hacia Israel, “el Pequeño Satán”. Esa narrativa se tradujo en acciones concretas: la promoción global de terrorismo, la creación de una red de proxies regionales para desestabilizar a las naciones árabes sunitas y eventualmente obliterar a Israel —Hezbolá en el Líbano, las milicias chiítas en Irak, los hutíes en Yemen, Hamas y Yihad Islámica en Gaza—, y el desarrollo de capacidades misilísticas de largo alcance y de infiltración cibernética. El programa nuclear es parte integral de esta noción ofensiva-defensiva, o freudianamente, pasivo-agresiva. Iniciado en tiempos del Sha y luego reactivado en secreto por el régimen islámico, el programa nuclear se transformó en símbolo de soberanía. Aunque con el correr del tiempo el país fue objeto de sanciones económicas, ostracismo diplomático, sabotajes israelíes y sufrió la eliminación de varios de sus científicos, el gobierno iraní persistió. Para Teherán, ese programa le daría paridad nuclear con su némesis sionista, le conferiría autoridad geopolítica en un Medio Oriente mayormente sunita y lo ubicaría en el sistema internacional como una potencia emergente. Pero ahora ese programa está en ruinas, o por lo menos lo estará por un tiempo, y Teherán debía responder.

Irán ha desarrollado una narrativa basada en el odio hacia Occidente, especialmente contra EE.UU., al que denomina “el Gran Satán”, y hacia Israel, “el Pequeño Satán”.

Para eso disponía de varias opciones. Una era lanzar misiles contra territorio israelí (como ya había hecho en abril y octubre del año pasado y volvió a hacer, esta vez con letalidad) o contra bases estadounidenses en la región (como hizo ahora en Qatar limitadamente y con anuncio previo). Ya casi no podía activar su arsenal asimétrico: Israel degradó considerablemente el poder de fuego de sus proxies fronterizos. Irán amagó con cerrar el tránsito marítimo en el estrecho de Ormuz pero no accionó, posiblemente porque esa medida antagonizaría a China. Tampoco atacó a Arabia Saudita o a los Emiratos Árabes Unidos.

Teherán hizo saber que contemplaría renunciar al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), lo que significaría el abandono de su opacidad atómica, y el Parlamento anunció que ya no cooperará con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Oficiales iraníes amenazaron a su director general, el argentino Rafael Grossi, por haber hecho su trabajo y alertar sobre los avances nucleares clandestinos de Irán. El régimen protestó ante la ONU, invocó el derecho internacional y buscó mostrarse ante la opinión pública como la víctima de una agresión yanqui-sionista con el fin de montar un relato que resuene especialmente en el Sur Global. China y Rusia se sumaron a las protestas pero —crucialmente— no salieron a su rescate. La Tercera Guerra Mundial, pronosticada por varios comentaristas alarmistas, no estalló.

¿El ocaso del Supremo?

Más allá del cuadro de situación geopolítico, el centro del juego doméstico en Irán sigue siendo, por el momento, el ayatolá Alí Jamenei. Desde 1989, el Líder Supremo concentra en sus manos el poder real del Estado: controla la política exterior, las fuerzas armadas, la Guardia Revolucionaria, los agentes de represión, la economía y los lineamientos ideológicos del régimen. Su liderazgo, sin embargo, se encuentra en la fase final. A sus 86 años, aquejado por problemas de salud, acosado por reiteradas protestas políticas y sociales, y ahora desafiado como nunca por el desmantelamiento forzoso de su adorado programa nuclear, su sucesión se tornó en tema de conversación pública. Escondido en un búnker, emitió un mensaje grabado lleno de ira y condenas a Washington y Jerusalén. Con orgullo impostado (“gran bofetada a Estados Unidos”), el líder anciano se vio patético, proyectando más debilidad que fortaleza.

Jamenei no era un imán de alto rango ni de gran prestigio cuando fue designado Líder Supremo tras la muerte de Ruhollah Jomeini, en 1989. Su elección respondió más a cálculos políticos que religiosos. Como destaca la analista Suzanne Maloney, fue elevado más por conveniencia que por consenso clerical. Su falta de autoridad espiritual fue compensada por una hábil construcción institucional: fortaleció el aparato de seguridad y cultivó alianzas con la Guardia Revolucionaria, lo que cimentó su autoridad de facto. En una columna en The Wall Street Journal, Bartle Bull coincidió en que Jamenei era el protegido de Jomeiní y tras su fallecimiento la Asamblea de Expertos lo eligió por conveniencia.

Como la Constitución de la República Islámica exigía que un Líder Supremo fuera al menos un gran ayatolá, el requisito se redujo a que poseyera “erudición islámica”. Bull dice que entonces apareció una tesis del candidato, clérigos fueron presionados y sus colegas lo comenzaron a llamar “ayatolá”. Jamenei, escribió, “es una mediocridad clerical que administra una herejía dentro de una apostasía y no es una figura de gran importancia ni legitimidad en el mundo musulmán”.

Jamenei parece saberlo. Presionado por las circunstancias, se hizo equilibrista: nombró a potenciales sucesores sin incluir a su hijo Mojtaba, quien antes de la guerra venía siendo señalado como posible heredero. Esta decisión sugiere que reconoce los límites de la continuidad dinástica dentro de una teocracia, o bien, que quiere preservar a su hijo de quedar en la mira de Israel.

Ganar perdiendo

El gran ayatolá ha mostrado una clara capacidad de supervivencia apelando a la represión, a la consolidación de poder político, económico y religioso, y siempre autoproclamándose vencedor. Pero el conflicto ha acelerado una erosión de su autoridad. Enfrenta grandes desafíos: preservar su aura religiosa, controlar el descontento social, mantener cohesionadas a las fuerzas armadas, garantizar la lealtad de las milicias regionales, esquivar las presiones externas y gestionar una sucesión ordenada. Todavía preserva sus atributos de poder. Sin embargo, el nuevo contexto podría hacer de Jamenei el último Líder Supremo del modelo clerical-islamista, conocido como velayat-e faqih (la doctrina en la que se sustenta la autoridad del Líder Supremo). Si no logra balancear las esferas, podrá sobrevivir en el corto plazo, pero corre un riesgo real en el mediano.

El régimen iraní enfrenta un dilema existencial. De mínima, el proyecto nuclear tambalea. Su “círculo de fuego”, edificado pacientemente durante años en Medio Oriente, se ha resquebrajado. Su cúpula militar y de científicos nucleares quedó deshecha y la penetración de la inteligencia israelí en la estructura del poder habrá potenciado la paranoia de un régimen al borde de un ataque de nervios. Jets israelíes y estadounidenses volaron libremente sobre los cielos de la república. La autoridad y la estabilidad gubernamental fueron dañadas, y en consecuencia su continuidad podría estar en riesgo. En el plano doméstico, ¿logrará Jamenéi sortear las internas, quizás a esta altura tan inevitables como feroces? ¿Qué hará para preservar su supervivencia? En el plano externo: ¿tendrá la capacidad para contener su deseo de venganza dentro de una lógica estratégica? ¿Apelará a ganar tiempo por medio del conocido recurso del engaño diplomático o sobreactuará?

La pregunta clave es si el ajedrecista de Teherán —el astuto, longevo y fundamentalista Alí Jamenéi— seguirá siendo quien decide cuándo y cómo mover las piezas.