La Nación (Argentina)

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Por Julián Schvindlerman

  

Bayreuth, la ciudad de Richard Wagner – 25/01/15

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A comienzos de 2014 los planetas se alinearon para que yo pudiese visitar Alemania por vez primera. Mi nueva obra Triángulo de infamia: Richard Wagner, los nazis e Israel estaba llegando a las librerías del país cuando recibí una invitación de la embajada de Alemania en Buenos Aires para participar de un viaje temático sobre la vida judía contemporánea en Berlín. Acepté encantado y aproveché la ocasión para transitar los caminos de Wagner en Dresde, Leipzig y, por supuesto, Bayreuth, la ciudad más completamente asociada al compositor alemán en toda la nación.

Punto de partida obligado para esta adorable ciudad será la Oficina de Turismo, centralmente ubicada y con una estatua de Wagner en un banco a modo de recepción. Allí cerca está la majestuosa Ópera Margravial (aunque cerrada por reparaciones hasta 2017 se ofrece una muestra de su historia). Recorrer las callecitas adoquinadas del casco antiguo es muy bello, especialmente al atardecer, cuando las luces van iluminando con suavidad los caminos y las fachadas.

Siguiendo la Richard-Wagner-strasse se llega a la Haus Whanfried, la residencia de los Wagner. Un panel con una fotografía que muestra un busto en mármol de Wagner con un casco de obrero amarillo anunciaba entonces que la casa estaba en reformas, pero igualmente se la podía ver desde el perímetro y adentrarse a la parte de atrás, donde se albergan las tumbas de Richard (desde 1883) y su esposa, Cósima (desde 1930) -sin inscripción, pues, como Wagner dijo: «El mundo sabe quien descansa aquí»-, y donde reposan también las varias mascotas que acompañaron al matrimonio: los perros Russ, Marke, Brange, Fafner y Molly.

Algunos de los hoteles y restaurantes de la época de Wagner aún están abiertos, y el auténtico wagneriano no debería perdérselos, como el Eremitage y el Bürgerreuth. Asimismo puede uno pasearse por la calle Dammallee y ver el primer departamento que Wagner habitó al arribar a Bayreuth.

Pero sin lugar a dudas es el Teatro de Bayreuth, conocido como Festpielhaus, el monumento máximo al compositor que allí existe. Es la única sala de conciertos en el mundo jamás creada para representar las obras de un solo compositor de manera exclusiva. La diseñó Gottfried Semper y la construyó Otto Brückwald honrando las ideas artísticas de Wagner: un auditorio modelado al estilo de los anfiteatros griegos, con capacidad para dos mil personas, una acústica exquisita y con la orquesta ubicada en un subsuelo, mayormente invisible a los asistentes. Abrió sus puertas en 1876 ante la aclamación de reyes, príncipes, emperadores, músicos, intelectuales y nobles con la puesta en escena del vasto El anillo de los Nibelungos. Cada 25 de julio abre el festival y sus músicos dedican una pieza a Wagner antes de dar comienzo a sus óperas.

Tras la muerte de Richard, su viuda, Cósima, continuó administrando el festival y tras su fallecimiento, la descendencia se hizo cargo. La supervivencia del festival como centro de cultura wagneriana de elite es notable considerando su íntima cercanía con el régimen nazi desde 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a los retratos del compositor comenzaron a venderse imágenes de Hitler como suvenires y su rostro acompañaba el de Wagner en sus folletos. Hitler personalmente se ocupó de que Bayreuth recibiera todo el apoyo financiero necesario para su funcionamiento (aun durante la guerra), organizó transporte gratuito para que soldados heridos asistieran, se aseguró de que sus performances fuesen transmitidas por radio, frecuentó el festival junto con otros jerarcas nazis como Goebbels, Speer y Göring, entre otros, y encargó al arquitecto Rudolf Mewes el diseño de un panteón gigante dentro del cual ubicaría al Festpielhaus, lo que sólo el inicio de la guerra truncó.

En la posguerra, la ciudad buscó distanciarse de su pasado: realizó una exhibición titulada Voces silenciadas, organizó un congreso sobre Wagner y los judíos, hizo accesible a historiadores el Archivo Nacional Richard Wagner, reconstruyó la sinagoga y habilitó un centro cultural judío. Hoy existe una comunidad judía en Bayreuth que, según cifras oficiales, cuenta varios cientos de almas.

Quien no sea un fanático o un estudioso del célebre, talentoso y controvertido compositor alemán, o simplemente experimente como el filósofo Friedrich Nietzsche en 1876 sintió -que allí «falta la soledad»- y anhele aislarse un poco de la atmósfera wagneriana hallará alternativas en los museos de Arqueología, del poeta Jean-Paul, de Arte con la Colección Histórica Alemana del Tabaco Británico-Americano, de la Máquina de Escribir Alemana o el del Fútbol de Bayreuth. Perderse en las callejuelas y los pasajes de la ciudad es una variante recomendable, aunque con seguridad uno se topará con recorridos nombrados en tributo a la familia Wagner y a las óperas del compositor. Pues en rigor no se puede concebir a Bayreuth sin Wagner. Tal como promociona la Oficina de Turismo local: «El propio Wagner, el clan Wagner y el Festpielhaus son casi tan importantes al pueblo de Bayreuth como la familia real lo es para los británicos».