Ciertamente, la era del terror nuclear ya ha arribado como hecho posible. Inicialmente confinada a los libros de ciencia ficción, finalmente se ha instalado como una preocupación cierta en nuestra contemporaneidad. Las agrupaciones terroristas pueden hacerse de material nuclear de diversos modos, pero básicamente mediante el robo o la compra.
El avance del programa nuclear de Irán -objeto de condena de numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU- emerge en este contexto como la amenaza a la paz y a la seguridad global más acuciante del momento.
El presidente Ahmadinejad ha afirmado que su país posee sesenta mil centrifugadoras nuevas de tercera generación para enriquecer uranio; su máxima autoridad nuclear, Alí Akbar Salehi, anunció que Irán pasó de enriquecer uranio del 3.5% al 20%. Días atrás, en testimonio ante el congreso norteamericano, militares de alto rango aseguraron que Irán está a un año de producir suficiente uranio altamente enriquecido para fa bricar una bomba nuclear.
Evitar que el peligro real e inminente del terror nuclear se convierta en un hecho consumado necesariamente requiere que las aspiraciones nucleares de Teherán sean frustradas.