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Por Julián Schvindlerman

  

No hay lugar para Wagner en Israel – 04/06/01

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Debate

Israel debería resistir al compositor favorito de Hitler mientras haya sobrevivientes del Holocausto

JULIAN SCHVINDLERMAN. Comentarista político. Master Universidad Hebrea de Jerusalén

Si obras de Richard Wagner debieran o no debieran ser ejecutadas en Israel ha sido históricamente un tema polémico. La razón es simple: Wagner fue el compositor favorito de Adolf Hitler, y, si bien murió antes del advenimiento del nazismo, su ideología rabiosamente antisemita influyó considerablemente en el pensamiento nazi.

Quienes defienden su música y anhelan oírla en el Estado judío señalan, en primer lugar, que varios grandes artistas cuyas obras son aceptadas en Israel son renombrados antisemitas. Esto es cierto, pero Wagner no fue un antisemita más; él bregó por una solución final para el pueblo judío. En su tratado El judaísmo en la música, Wagner adujo que la inferioridad racial de los judíos los incapacitaba de realizar una contribución musical. En 1881, cuando 400 judíos murieron en un incendio en un teatro de Viena así reaccionó el compositor: «Todos los judíos deberían quemarse en una performance de Nathan». Cuando soldados zaristas masacraron judíos el mismo año, Wagner encontró apropiado acotar: «Sus acciones encomiables expresan el poder del pueblo». ¿Debería el estado judío honrar el arte de este hombre?

En segundo término, los wagneristas argumentan que «el hombre debe ser separado de su obra». Sostienen que no están celebrando la ideología racista de Wagner al apreciar públicamente su música, sino rindiendo tributo a un genio creativo cuya obra resultó luego asociada al nazismo. El problema es que en este caso es imposible separar el uno del otro. Tal como observó Efraim Zuroff, el representante del centro Simon Wiesenthal en Israel, Wagner expresó su antisemitismo a través de sus creaciones; por eso los nazis lo convirtieron en su ícono cultural. Hitler mismo dijo que para entender el nacionalsocialismo había que entender a Wagner. Woody Allen capturó esto con humor: «Cuando escucho a Wagner siento ganas de invadir Polonia».

¿La estrella con la esvástica?

Cuando el debate fue originalmente introducido en 1981 por la Orquesta Filarmónica Israelí, una profesora de la Universidad de Haifa señaló que lo que estaba en juego eran dos poderosos símbolos en contraposición. Wagner trascendió en la historia como un símbolo cultural del nazismo; particularmente desde una perspectiva judía, ambos quedaron profundamente vinculados al sufrimiento y la maldad. ¿Podría la Orquesta Filarmónica, un símbolo cultural del estado judío, integrarse con un símbolo cultural del nazismo? Naturalmente, esto sería tan incongruente como ubicar una estrella de David al lado de una cruz esvástica.

El tercer punto elevado por amantes de la música wagneriana se apoya en el fetiche intelectual del liberalismo moderno —absoluta libertad de expresión— según la cual las orquestas israelíes, por ejemplo, tienen el derecho a expresarse artísticamente como les plazca. Y si el ejercicio de este derecho ofende a terceros, pues que así sea, incluso si comprende a sobrevivientes de la más indescriptible atrocidad de la era moderna. La libertad de expresión, parece, todo lo supera.

Sin embargo, aquí nos topamos no con uno, sino con dos derechos. Por un lado, el legítimo derecho de un individuo u orquesta a tocar u oír la obra que desee en función a su preferencia musical. Por el otro, el no menos legítimo derecho de un individuo o grupo a no ser ofendido o lastimado por esa obra. ¿Así que el maestro Barenboim, el promotor del último debate al respecto, deseaba fervientemente conducir obras de Wagner? Que lo haga… pero no en Israel. Puede tocar a Wagner en Berlín, Viena o en cualquier otro lugar, pero no en un país donde su música está tan inevitablemente asociada al dolor.

Pero al contrario de lo que los barones de la cultura musical nos quieren hacer creer, la performance de las obras de Wagner en Israel trasciende el concepto de la «libertad de expresión» hacia algo mucho más fundamental para cualquier sociedad. Puesto que forzar un tema tan delicado sobre toda la población sobre la base de algún supuesto derecho al goce o enriquecimiento artístico —placeres que pueden, y debieran, ser postergados frente a consideraciones más esenciales— es una expresión de abyecta insensibilidad y egoísmo colectivo del peor tipo. Mientras resida un solo sobreviviente del Holocausto en Israel no debiera haber lugar para el compositor favorito de Hitler. Después, el debate podrá reabrirse. ¿Es mucho pedir a sus fans paciencia y sensibilidad?

Nota de la Redacción: El músico argentino Daniel Barenboim reactualizó una vieja polémica al anunciar que ejecutaría obras de Wagner en esta edición del Festival de Israel. Finalmente, la dirección del evento anunció la suspensión del concierto.