By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 12/10/18
Marking the Armenian Remembrance Day in 2016, then-President Barack Obama called it the “first mass atrocity of the 20th century.” A prominent personality did not agree with such lukewarm characterization: “Moral leadership is impossible when crimes against humanity are met with euphemisms.” The man who said that was Robert Morgenthau, grandson of the American ambassador to the Ottoman Empire at the beginning of the 20th century, Henry Morgenthau Sr.
One hundred years ago to the month, on October 1918, Ambassador Morgenthau published Secrets of the Bosphorus, a book that called out the Turks´ treatment of their Armenian minority. The ambassador pioneered the effort to expose the Ottoman Empire´s evil deeds and sought to shake the world into action on behalf of the Armenians. He wrote about “wholesale butcheries of defenseless men and women which the Turks had always found so congenial.” He described how the extermination process ensued. First, the Turks killed as many able-bodied Armenian men as possible by firing squads, hangings or marching them through the desert, were Kurdish and Turkish tribesmen would pour down on these starved, exhausted and unarmed men, to murder them “in order that they might gain merit in Allah´s eyes that comes from killing a Christian.” Morgenthau tells about instances in which Turkish torturers nailed horseshoes to the feet of their Armenian victims and nailed their hands and feet to pieces of wood, in a cruel imitation of the crucifixion. “Now let your Christ come and help you!” they were told. The American ambassador confides that a Turkish official told him that they even delved into the records of the Spanish Inquisition to obtain ideas for torture.
Once most men were dealt with, the remaining Armenian elderly, women and children were thus rendered an easy prey. They were forced to cross desolate, sun-scorching deserts in the harshest conditions. “From thousands of Armenian cities and villages these despairing caravans now seth forth; they filled all the roads leading south; everywhere, as they moved on, they raised a huge dust, and abandoned debris, chairs, blankets, bedclothes, household utensils, and other impediments marked the course of the processions.” Young girls were especially exposed to ill-treatment. Turkish and Kurdish tribesmen fell upon them and took them to their villages as sex slaves. Some of them died from these experiences, others survived only to remain “ravingly insane.” Morgenthau tells about mothers who would rather abandon their babies behind a bush, left to die in peace, to keep them from the savagery of their Muslim enemies. “I have by no means told the most horrible details”, writes Morgenthau, “for a complete narration of the sadistic orgies of which these Armenian men and women were the victims can never be printed in an American publication.”
Morgenthau ascribed religious fanaticism to the Kurdish and Turkish rabble that “slew Armenians as a service to Allah,” but he pointed out that the Turkish leaders that carried out this barbarism were mostly atheists “with no more respect for Mohammedanism than for Christianity.” For them, it was a matter of “cold-blooded, calculating state policy,” he concludes.
At one point, Interior Minister Talaat Pasha asked him: “Why are you so interested in the Armenians anyway? You are a Jew; these people are Christians. . . . Why can’t you let us do with these Christians as we please?” In a 2015 Wall Street Journal op-ed, Gordon Crovitz educates as about Morgenthau´s reply: “I am not here as a Jew, but as American ambassador. My country contains something like 97 million Christians and something less than three million Jews. So, at least in my ambassadorial capacity, I am 97% Christian. But after all, that is not the point. I do not appeal to you in the name of any race or religion, but merely as a human being.” And he added: “Our people will never forget these massacres. They will always resent the wholesale destruction of Christians in Turkey.” When the Turks threatened to pressure Washington to recall him, Morgenthau said: “I could think of no greater honor than to be recalled because I, a Jew, have done everything in my power to save the lives of hundreds of thousands of Christians.”
In 1915, Morgenthau was already recruiting American philanthropists to form the American Committee for Armenian and Syrian Relief, which distributed posters with the tagline “Give or We Perish” and solicited donations from across the U.S. Crovitz informs us that Americans contributed $100 million, equivalent to almost $2.5 billion today.
On October 1918, Secrets of the Bosphorus issued a desperate call to humanity´s conscience. A century later, it is worth remembering the brave man whose voice cried out from Constantinople to the entire world.
_____________________
[Versión en español]
Embajador Henry Morgenthau: Una voz que clamó en el desierto
Por Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 12/10/18
https://blogs.timesofisrael.com/ambassador-henry-morgenthau-a-voice-that-cried-out-in-the-desert/
Al celebrar el Día de la Memoria de Armenia en 2016, el entonces presidente Barack Obama habló de la “primera atrocidad masiva del siglo XX”. Una personalidad prominente no estuvo de acuerdo con una caracterización tan tibia: “El liderazgo moral es imposible cuando los crímenes de lesa humanidad se topan con eufemismos”. El hombre que dijo eso fue Robert Morgenthau, nieto del embajador estadounidense ante el Imperio Otomano a principios del siglo XX, Henry Morgenthau.
Cien años atrás este mismo mes, en octubre de 1918, el embajador Morgenthau publicó Secretos del Bósforo, un libro que denunció a los turcos por el trato de su minoría armenia. El embajador fue pionero en el esfuerzo por exponer las acciones malvadas del Imperio Otomano y trató de hacer que el mundo entrara en acción en nombre de los armenios. Escribió sobre “carnicerías al por mayor de hombres y mujeres indefensos que los turcos siempre habían encontrado tan agradables”. Describió cómo se produjo el proceso de exterminio. Primero, los turcos mataron a tantos hombres armenios capaces como les fue posible por fusilamientos, ahorcamientos o haciéndolos desfilar por el desierto, donde kurdos y turcos tribales atacaban a estos hombres hambrientos, exhaustos y desarmados, para asesinarlos “para ganar el mérito ante los ojos de Alá que proviene de matar a un cristiano”. Morgenthau cuenta sobre casos en que los torturadores turcos clavaron herraduras a los pies de sus víctimas armenias y clavaron sus manos y pies en pedazos de madera, en una cruel imitación de la crucifixión. “¡Ahora, deja que tu Cristo venga y te ayude!», les dijeron. El embajador estadounidense confiesa que un funcionario turco le dijo que incluso habían profundizado en los registros de la Inquisición española para obtener ideas para las torturas.
Una vez que se lidió con la mayoría de los hombres armenios, los restantes ancianos, las mujeres y los niños se convirtieron en una presa fácil. Fueron obligados a cruzar desiertos desolados y abrasadores en las condiciones más duras. “De las miles de ciudades y aldeas armenias, ahora surgen estas caravanas desesperadas; llenaron todos los caminos que llevaban al sur; En todas partes, a medida que avanzaban, levantaron un enorme polvo y escombros, sillas, mantas, ropa de cama y utensilios domésticos abandonados marcaron el curso de las procesiones”. Las jóvenes estaban especialmente expuestas a los malos tratos. Turcos y kurdos rurales cayeron sobre ellas y las llevaron a sus aldeas como esclavas sexuales. Algunas murieron a causa de estas experiencias, otras sobrevivieron solo para quedar “terriblemente locas”. Morgenthau relata sobre las madres que preferían abandonar a sus bebés detrás de una zarza para que pudiesen morir en paz, y evitar así el salvajismo de sus enemigos musulmanes. “No he contado de ninguna manera los detalles más horribles”, escribe Morgenthau, “pues una narración completa de las orgías sádicas de las que estos hombres y mujeres armenios fueron víctimas nunca se podría imprimir en una publicación estadounidense”.
Morgenthau atribuyó el fanatismo religioso a la turba kurda y turca que “mató a los armenios como un servicio a Alá”, pero señaló que los líderes turcos que llevaron a cabo esta barbarie eran en su mayoría ateos “sin más respeto por el mahometismo que por el cristianismo”. Para ellos, fue una cuestión de “calculada política estatal a sangre fría”, concluye.
En un momento dado, el ministro del Interior, Talaat Pasha, le preguntó: “¿Por qué está tan interesado en los armenios de todos modos? Usted es un judío; estas personas son cristianos… ¿Por qué no puede dejar que hagamos con estos cristianos lo que queramos?” En un artículo de opinión del 2015 en The Wall Street Journal, Gordon Crovitz educa sobre la respuesta de Morgenthau: “No estoy aquí como judío, sino como embajador estadounidense. Mi país contiene algo así como 97 millones de cristianos y algo menos de tres millones de judíos. Entonces, al menos en mi capacidad de embajador, soy 97% cristiano. Pero después de todo, ese no es el punto. No apelo en nombre de ninguna raza o religión, sino simplemente como un ser humano”. Y agregó: “Nuestro pueblo nunca olvidará estas masacres. Siempre resentirá la destrucción total de los cristianos en Turquía”. Cuando los turcos amenazaron con presionar a Washington para que lo llamara a consultas, Morgenthau dijo: “No se me ocurre mayor honor que el de ser retirado porque yo, un judío, he hecho todo lo posible en mi poder para salvar las vidas de cientos de miles de cristianos”.
En 1915, Morgenthau ya estaba reclutando filántropos estadounidenses para formar el Comité Americano para el Alivio de Armenia y Siria, que distribuyó carteles con el lema “Den o pereceremos” y solicitó donaciones a lo largo de todo Estados Unidos. Crovitz nos informa que los estadounidenses aportaron 100 millones de dólares, equivalente a casi USD 2.5 mil millones hoy.
En octubre de 1918, Secretos del Bósforo hizo un llamado desesperado a la conciencia de la humanidad. Un siglo después, vale la pena recordar al hombre valiente cuya voz gritó desde Constantinopla al mundo entero.