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Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Estados unidos y el mundo – 05/11/08

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Al momento de escribir estas líneas las elecciones norteamericanas aún deben acontecer, pero ya resulta claro que Barak Obama es el favorito entre los estadounidenses y en el resto del mundo. Internacionalmente, encuestas de la BBC, The Economist y el Pew Research Center dan cuenta de ello. Domésticamente, otras varias encuestas lo confirman. Los demócratas consideran ello un éxito, y en un sentido evidente lo es. Sin embargo, que en las elecciones más fáciles de la historia nacional –con un presidente republicano hiper-desprestigiado, una guerra impopular a cuestas, un candidato muy carismático, los principales medios de comunicación a favor, ventaja recaudatoria apreciable, y una crisis financiera con repercusiones planetarias estallando en plena campaña electoral- los demócratas no logren superar en más de cinco o diez puntos de ventaja a los republicanos, y que de hecho en cierto momento hayan estado debajo de éstos, invita a una honesta reflexión acerca de la relevancia política de su plataforma.

Con un apoyo local de alrededor del 30%, y con un anti-Bushismo rampante desde Cancún hasta Ushuaia y desde Valencia hasta Shangai, la opinión pública parece haber dado su veredicto sobre las chances de los republicanos y especialmente acerca del presidente en funciones. Independientemente de quién sea el victorioso en las elecciones USA 2008, Bush en cualquier caso pronto se habrá ido. Pero antes de que el último clavo sea martillado en el féretro de su legado, reconozcámosle lo que se merece. George W. Bush llegó al poder sin tener la menor idea, ni él ni sus asesores, ni sus contrincantes ni sus seguidores, de lo que se avecinaba. Respondió al desafío con firmeza. Los atentados del 9/11 revolucionaron nuestro entendimiento de lo que una guerra significa en el siglo XXI. El presidente Bush reformuló la política de defensa estadounidense y llevó la batalla a las orillas de los enemigos. De ahí las guerras en Irak y en Afganistán: la estrategia no consistía en meramente responder a la agresión islamista, sino en prevenir el próximo ataque. Tal como ha señalado Douglas Feith, tercero en la jerarquía del Pentágono entre 2001-2005, se eligió remover a los Talibanes y a Saddam Hussein del poder porque ello era necesario. En los siguientes siete años transcurridos desde el golpe magistral de Al-Qaeda hasta estas elecciones, Londres, Madrid, Ammán, Estambul, y por supuesto Tel-Aviv, fueron blancos de ataque jihadista. En el mismo período, no hubo un solo atentado en suelo norteamericano. Puede que ello tenga algo que ver con las políticas defensivas de Bush, las que, debemos acotar, fueron universalmente repudiadas por los demócratas, quienes obsesionados con Guantánamo y las escuchas telefónicas, vivieron bajo el beneficio de la protección republicana.

El mundo sigue siendo un lugar peligroso. El Islam radical aún acecha. Irán avanza hacia el umbral nuclear. Hizbulla se rearma. Rusia retorna a la Guerra Fría. Venezuela abraza un nacionalismo populista de la peor calaña. Irak y Afganistán todavía deben equilibrarse. Pakistán, el único país musulmán poseedor de armas nucleares, es cada vez más inestable. La economía mundial tambalea. No sabemos quién atenderá el teléfono en la Casa Blanca a las 3 a.m. de ahora en más, pero sí sabemos que es allí donde sonará. Estados Unidos seguirá siendo una superpotencia aún después de esta crisis financiera fenomenal. Constantinopla cayó a los otomanos después de dos siglos de retroceso y declive. Tomó dos guerras mundiales, una depresión global y el surgimiento de la guerra fría para disminuir al imperio británico. Por lo tanto es seguro decir que la era del dominio norteamericano no será cerrada por lagos de default…» escribió el comentarista Bret Stephens. En todo caso, «Cuando el agua llega a la cintura de Gulliver, eso significa que los enanitos ya están ahogados». Él sustenta esta aseveración con estos datos: durante los tres meses previos a la debacle y después de ésta hasta el repunte transitorio de mediados de octubre, el Dow Jones cayó 25%, pero el XETRADAX de Alemania cayó 28%, la Bolsa de Shangai de China 30%, el NIKK225 de Japón 37%, la BOVESPA de Brasil 41% y el RTSI de Rusia 61%. Además, la cifra sideral de u$s 700 mil millones a los que en principio recurrió Washington para contener la crisis equivalen a un poco más del 5% del PBI norteamericano. El paquete de alrededor de u$s 500 mil millones de Alemania representa un 15% del suyo, y los u$s 835 mil millones de Gran Bretaña se aproxima al 30% de su PBI. Asimismo, la crisis golpeará a Rusia, Irán, Venezuela, Nigeria y algunos países del Golfo cuyos presupuestos operativos requieren de un precio del crudo elevado, y éste cayó de cerca de u$s 150/barril en julio a cerca de u$s 70/barril en octubre. En este período de incertidumbre, el dólar americano se ha fortalecido.

La crisis será eventualmente superada, pero las amenazas globales no desaparecerán. Aún en la era post-Bush, el anti-norteamericanismo seguirá de moda. Fuere quien fuere el nuevo Comandante en Jefe en Washington, Estados Unidos continuará recibiendo el desprecio de gran parte del globo terráqueo. Obama está mejor posicionado internacionalmente para distender la atmósfera; aún así, no podrá sostener a largo plazo el entusiasmo que cientos de miles de fans le mostraron en Berlín. McCain no tendrá período de gracia.

Estados Unidos seguirá encontrándose con su destino. Aún después de Bush, de Wall Street y de Irak, la hegemonía norteamericana primará. A decir del pensador Fouad Ajami: «Una cosa es protestar contra la Pax Americana. Pero cuando los encuestadores han partido, la verdad de nuestro orden contemporáneo de estados se sostiene. Vivimos en un mundo sostenido por el poder norteamericano; poder y benevolencia. Nada más bello, o más justo, se perfila en el horizonte».

Originalmente publicado en Libertad Digital (España)

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Estados unidos y el mundo – 31/10/08

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Al momento de escribir estas líneas las elecciones norteamericanas aún no se han realizado, pero ya parece claro que Barak Obama es el favorito entre los estadounidenses y en el resto del mundo. Internacionalmente, encuestas de la BBC, The Economist y el Pew Research Center dan cuenta de ello. En Estados Unidos, otras encuestas confirman esta tendencia. Los demócratas lo consideran un éxito y en cierto sentido lo es. Sin embargo, que en las elecciones más fáciles de la historia nacional -con un presidente republicano hiperdesprestigiado, una guerra impopular a las espaldas, un candidato muy carismático, los principales medios de comunicación a favor, una ventaja recaudatoria apreciable y una crisis financiera con repercusiones planetarias- los demócratas no logren superar en más de cinco o diez puntos de ventaja a los republicanos, y que en ciertos momentos hayan estado por debajo de éstos- invita a una honesta reflexión acerca de la relevancia política de su plataforma.

Con un apoyo interno inferior al 30% y con un movimiento anti-Bush rampante desde Cancún hasta Ushuaia y desde Valencia a Shangai, la opinión pública parece haber dado su veredicto sobre los republicanos y especialmente sobre el presidente en funciones. Independientemente de quién gane las elecciones de noviembre, Bush pronto se habrá ido. Pero antes de colocar el último clavo en el féretro de su legado, reconozcámosle lo que se merece: George W. Bush llegó al poder sin tener la menor idea -ni él ni sus asesores, ni sus contrincantes ni sus seguidores- de lo que se avecinaba y respondió al desafío con firmeza.

Los atentados del 11-S revolucionaron el significado de una guerra en el siglo XXI. El presidente Bush reformuló la política de defensa estadounidense y llevó la batalla a las orillas de sus enemigos. Para ello se iniciaron las guerras en Irak y en Afganistán: la estrategia no consistía solamente en responder a la agresión islamista, sino en prevenir el próximo ataque. Tal como ha señalado Douglas Feith, tercero en la jerarquía del Pentágono entre 2001-2005, se eligió eliminar a los Talibanes y a Saddam Hussein del poder porque era necesario. En los siguientes siete años transcurridos desde el golpe magistral de Al-Qaeda hasta estas elecciones, Londres, Madrid, Ammán, Estambul, y por supuesto Tel-Aviv, fueron blancos de ataque jihadista. En el mismo período, no hubo un solo atentado en suelo norteamericano. Puede que ello tenga algo que ver con las políticas defensivas de Bush que, conviene recordar, fueron universalmente rechazadas por los demócratas (quienes obsesionados con Guantánamo y las escuchas telefónicas vivieron bajo la protección republicana).

El mundo sigue siendo un lugar peligroso. El Islam radical aún acecha. Irán avanza hacia el umbral nuclear. Hizbulla se rearma. Rusia vuelve a la Guerra Fría. Venezuela abraza un nacionalismo populista de la peor calaña. Irak y Afganistán todavía deben estabilizarse. Pakistán, el único país musulmán poseedor de armas nucleares, es cada vez más inestable. La economía mundial se tambalea.

No sabemos quién descolgará el teléfono en la Casa Blanca a las 3 de la madrugada a partir de noviembre, pero sí sabemos que donde sonará será allí. Estados Unidos seguirá siendo una superpotencia, aún después de esta profunda crisis financiera: «Constantinopla cayó en manos de los otomanos después de dos siglos de declive. Costó dos guerras mundiales, una depresión global y el comienzo de la guerra fría para enterrar el imperio británico. Por lo tanto, es evidente que la era del dominio norteamericano no terminará por la crisis actual», escribió el comentarista Bret Stephens.

En todo caso, «cuando el agua llega a altura de la cintura de Gulliver, eso significa que los liliputienses ya se habrán ahogado». Stephens ilustra esta afirmación con estos datos: durante los tres meses anteriores a la debacle y hasta la recuperación transitoria a mediados de octubre, el Dow Jones cayó 25%, pero el DAX-30 de Alemania cayó un 28%, la bolsa de Shangai de China el 30%, el Nikkei de Japón el 37%, la Bovepa de Brasil el 41% y el RTS de Rusia el 61%. Además, la cifra astronómica de 700.000 millones a los que en principio recurrió Washington para contener la crisis equivalen a poco más del 5% del PIB norteamericano. En cambio, el paquete de 500.000 millones de dólares de Alemania representa el 15% del suyo, y los 835.000 millones de Gran Bretaña se aproxima al 30%. Asimismo, la crisis también golpeará duramente a Rusia, Irán, Venezuela, Nigeria y algunos países del Golfo cuyos presupuestos dependen de que el precio del petróleo se mantenga elevado, cuando ya se sitúa por los 60 dólares en caída de los 147 dólares. Sólo hace falta darse cuenta de que en este período de incertidumbre, el dólar americano se ha fortalecido.

La crisis se superará en su momento, pero las amenazas globales no desaparecerán. Aún en la era post-Bush, el antiamericanismo seguirá de moda. Fuere quien fuere el nuevo comandante en jefe en Washington, Estados Unidos continuará recibiendo el desprecio de gran parte del globo terráqueo. Obama está mejor posicionado internacionalmente para reducir las tensiones; pero aun así no podrá conservar a largo plazo el entusiasmo que cientos de miles de fans le mostraron en Berlín. McCain no tendría ni siquiera un período de gracia.

Aun así, Estados Unidos seguirá encontrándose con su destino. Después de Bush, de Wall Street y de Irak, la hegemonía norteamericana se mantendrá. Y es que, como dice el pensador Fouad Ajami: «Una cosa es protestar contra la Pax Americana. Pero cuando los catastrofistas se hayan ido, la realidad de nuestro orden contemporáneo seguirá en pie. Vivimos en un mundo sostenido por el poder norteamericano; poder y benevolencia. Nada más bello, o más justo, se perfila en el horizonte».

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

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Por Julián Schvindlerman

  

La Línea roja de Hugo Chavez – 20/10/08

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El rojo rojito es el color emblemático del presidente bolivariano de Venezuela, que acaba de cruzar una línea de ese mismo color sin que el mundo apenas reaccionara.

A finales de septiembre Chávez anunció que comenzaría a construir un reactor nuclear con tecnología y asistencia rusas. Regresado de un viaje a Moscú, en el cual Vladimir Putin confirmó que cooperaría en ese área con Caracas, el presidente venezolano expresó su interés en desarrollar energía nuclear; «por supuesto, con fines pacíficos», aclaró. Ello no es muy tranquilizador, que digamos, dada la naturaleza de su Gobierno y su vinculación estrecha con el régimen iraní, su más cercano aliado en el Medio Oriente, que también trata de nuclearizarse y también, por supuesto, con «fines pacíficos».

Tal como ha consignado el diario argentino La Nación, Venezuela lleva gastados más de 33.000 millones de dólares en América Latina para consolidar su influencia política en la región. Es financista de las economías argentina, boliviana, cubana, ecuatoriana y nicaragüense. Patrocina agrupaciones terroristas dentro y fuera del continente, tales como las FARC, ETA, Hamás y Hezbolá. Según un informe del Congreso norteamericano, una amplia red islamista se extiende por el territorio venezolano, con base en Isla Margarita y filiales en Barquisimeto, Anaco, Puerto Ordaz y Puerto Cabello. Asimismo, Venezuela recibió buques de guerra rusos en sus costas –es la primera vez, desde la Guerra Fría, que sucede algo así en la región–, anunció la realización de maniobras conjuntas con la Marina rusa para mediados de noviembre y prometió compras de armas rusas por más de 4.500 millones de dólares.

Poco tiempo atrás, Chávez expulsó al embajador estadounidense en Caracas, en un presunto gesto de solidaridad bolivariana con La Paz. «¡Váyanse al carajo cien veces, yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno!», clamó, haciendo gala de sutileza, al efectuar el anuncio. Años atrás había retirado a su embajador en Tel Aviv. Frente a la crisis financiera de Wall Street, el presidente venezolano afirmó que estaba gestando «un nuevo sistema financiero propio», junto a Irán, Rusia, Bielorrusia y China, que contaría con la «asesoría» de Fidel Castro. Al momento del anuncio, su canciller, Nicolás Maduro, se hallaba en Teherán dialogando sobre el establecimiento de un banco binacional venezolano-iraní. Ya existe uno similar con China, y se planea crear otro junto a Rusia.

La cosmovisión ideológica que anima su repudio a USA, y en particular a «Mr. Danger», como gusta de llamar al presidente Bush, le han valido distinciones especiales: Libia le otorgó el (surrealista) Premio Internacional Gadafi de Derechos Humanos, y la República Islámica de Irán le concedió su más alto honor por apoyar a los ayatolás en su confrontación nuclear con la familia de las naciones. Mahmud Ahmadineyad realizó tres visitas oficiales a Caracas en los últimos dos años, y varias delegaciones venezolanas han visitado Irán. En el año 2007 se estableció el primer vuelo entre América Latina y el Medio Oriente en la ruta Teherán-Caracas. Según algunos testigos, la carga y el pasaje del primer vuelo ingresó a Venezuela sin cruzar ningún control aduanero.

Como parte de su estrategia de penetración regional, en los últimos dos años Irán ha abierto embajadas en Nicaragua, Bolivia y República Dominicana. Asimismo, reabrió la que tenía en Chile e inauguró una oficina comercial en Ecuador. Con la Argentina ha multiplicado el comercio bilateral. La embajada en Venezuela –puerto de entrada al continente– ha sido ampliada.

La prensa venezolana ha informado de que Chávez se ha gastado un millón de dólares en imprimir pósters de sí mismo en compañía del líder de Hezbolá, Hassán Nasrala, para que fueran exhibidos en una manifestación islamista en Beirut. La prensa israelí ha publicado que Hezbolá ha entrenado en el Líbano a miembros jóvenes del partido bolivariano.

Tal como ha señalado el escritor Travis Pantin, el Estado de Israel ocupa un lugar de infamia en el pensamiento chavista. Durante una entrevista que concedió en julio de 2006 a la cadena satelital árabe Al Yazira lo definió como «un instrumento de agresión». En 2007 llamó a Colombia «el Israel de la región» cuando Bogotá asestó un golpe letal a las FARC en su frontera con Ecuador. A su vez, comparó a los palestinos con los indios venezolanos durante un discurso pronunciado en 2005 en conmemoración del descubrimiento de América: «Ustedes fueron expulsados de su patria, como el heroico pueblo palestino».

La judeofobia del régimen chavista ha sido ampliamente documentada. Desde la asunción de Chávez, alrededor del 25% de la pequeña comunidad judía venezolana ha emigrado. Dos veces fue allanada la Sociedad Hebraica de Caracas, a partir de la espuria acusación de que allí se ocultaban armas. En junio de este año el embajador venezolano en Moscú denunció un supuesto golpe de estado contra su Gobierno y acusó al servicio secreto israelí (así como a «ciudadanos venezolanos pero judíos») de estar detrás del complot. La sinagoga Tiferret Israel ha sido víctima de vandalismo en más de una ocasión. El programa televisivo pro Chavista La Hojilla suele propagar estereotipos antisemitas. Por otra parte, el propio presidente venezolano denunció, en vísperas de la Navidad de 2004, a «algunas minorías, entre ellas los descendientes de los asesinos de Cristo, [que] se han apoderado de las riquezas de este mundo».

Por todo lo anteriormente expuesto, podemos fácilmente advertir la peligrosidad que subyace a las ambiciones nucleares de Hugo Chávez. Si bajo su mandato Venezuela se ha convertido en un Estado conflictivo y provocador, no se requiere demasiada imaginación para anticipar cuán inquietantes serían las cosas para todos los latinoamericanos si accediera a la nuclearidad.

Originalmente publicado en Comunidades

Comunidades, Comunidades - 2008

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Por Julián Schvindlerman

  

La línea roja de Hugo Chávez – 15/10/08

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El rojo rojito» es el color emblemático del presidente bolivariano de Venezuela. Él acaba de cruzar una línea de ese mismo color sin que el mundo casi reaccionara. A fines de septiembre, Chávez anunció que comenzaría a construir un reactor nuclear con tecnología y asistencia rusa. Regresado de un viaje a Moscú, en el cual Vladimir Putin confirmó que cooperaría en esa área con Caracas, Chávez expresó su interés en desarrollar energía nuclear «por supuesto, con fines pacíficos». Ello no es muy tranquilizador que digamos, dada la naturaleza del gobierno de Caracas y su vinculación estrecha con el régimen iraní, su más cercano aliado en el Medio Oriente, también avocado al desarrollo de un programa nuclear «por supuesto, con fines pacíficos».

Tal como ha consignado La Nación, Venezuela lleva gastados más de u$s 33.000 millones en América Latina para consolidar su influencia política en la región. Es financista de las economías argentina, boliviana, cubana, ecuatoriana, y nicaragüense. Patrocina a agrupaciones terroristas dentro y fuera del continente, tales como las FARC, ETA, Hamas y Hizbullah. Según un informe del congreso norteamericano, una amplia red islamista se extiende por el territorio venezolano con base en la Isla Margarita y con filiales en Barquisimeto, Anaco, Puerto Ordaz, y Puerto Cabello. Recibió buques de guerra rusos en sus costas -por primera vez desde la Guerra Fría algo así acontece en la región- anunció la realización de maniobras conjuntas con la marina rusa para mediados de noviembre, y prometió compras de armas rusas por más de u$s 4500 millones.

Poco tiempo atrás expulsó al embajador estadounidense ante Caracas, en un presunto gesto de solidaridad bolivariana con La Paz. «Váyanse al carajo cien veces, yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno», dijo haciendo gala de sutileza chavista al efectuar el anuncio. Años atrás había retirado a su embajador ante Tel-Aviv. Frente a la crisis financiera de Wall Street, afirmó que estaba gestando «un nuevo sistema financiero propio» junto a Irán, Rusia, Belarús, y China, que contaría «con la asesoría de Fidel Castro». Al momento del anuncio, su canciller Nicolás Maduro se hallaba en Teherán dialogando sobre el establecimiento de un banco binacional venezolano-iraní. Ya existe uno similar con China y planea crear otro semejante con Rusia. «Quizás lo llamemos Casa de Valores Chávez-Ahamadinejad, Casa de Valores Chávez-Medvedev y Casa de Valores Chávez-Hu Jintao», bromeó -de buen humor ante el debacle norteamericano- el líder bolivariano.

La cosmovisión ideológica que anima su repudio a USA y en particular a «Mr. Danger», como gusta de llamar al presidente Bush, le han valido distinciones especiales: Libia le otorgó el (surrealista) Premio Internacional Qaddafi por los Derechos Humanos y la República Islámica de Irán le concedió su más alto honor por apoyar a Teherán en su confrontación nuclear con la familia de las naciones. Mahmoud Ahmanidejad realizó tres visitas oficiales a Caracas en los últimos dos años y delegaciones venezolanas han visitado Irán. En el año 2007 fue establecido el primer vuelo transoceánico entre América Latina y el Medio Oriente en la ruta Teherán-Caracas. Testigos han indicado que, al arribar a Venezuela, los pasajeros y la carga de éste vuelo ingresan al país sin cruzar control aduanero alguno. Como parte de su estrategia de penetración regional, Irán ha abierto en los últimos dos años embajadas en Nicaragua, Bolivia, y República Dominicana. Reabrió su embajada en Chile e inauguró una oficina comercial en Ecuador. Con la Argentina ha multiplicado el comercio bilateral. La embajada en Venezuela -puerto de entrada al continente- fue ampliada.

La prensa venezolana ha informado que Chávez ha gastado u$s 1 millón para imprimir posters de él mismo junto al líder del Hizbullah Hassan Nasrallah para ser exhibidos en una manifestación islamista en Beirut. La prensa israelí ha publicado que en El Líbano, Hizbullah ha entrenado a miembros jóvenes del partido bolivariano. Tal como ha señalado el escritor Travis Pantin, el Estado de Israel ocupa un lugar de infamia en el pensamiento chavista. Durante una entrevista en julio de 2006 con la cadena satelital árabe Al-Jazeera lo ha definido como «un instrumento de agresión». En 2007 llamó a Colombia «el Israel de la región» cuando Bogotá asestó un golpe letal a las FARC en su frontera con Ecuador. A su vez comparó a los palestinos con los indios venezolanos durante un discurso pronunciado en 2005 en conmemoración del descubrimiento de América: «Uds. fueron expulsados de su patria, como el heroico pueblo palestino».

La judeofobia del régimen chavista ha sido ampliamente documentada. Desde la asunción de Chávez al poder, alrededor del 25% de la pequeña comunidad judía venezolana ha emigrado. Dos veces fue allanada la Sociedad Hebraica de Caracas a partir de la espuria acusación de que allí se ocultaban armas. En junio de este año, el embajador venezolano en Moscú denunció un supuesto golpe de estado contra su gobierno y acusó al servicio secreto israelí (así como a «ciudadanos venezolanos pero judíos») de estar detrás del complot. La sinagoga Tiferret Israel ha sido víctima de vandalismo en más de una ocasión. El programa televisivo pro-Chavista «La Hojilla», que emite en canal público, suele propagar estereotipos antisemitas. Y el propio presidente venezolano protestó, en las vísperas de la Navidad de 2004, contra «algunas minorías, entre ellas los descendientes de los asesinos de Cristo, [que] se han apoderado de las riquezas de este mundo».

Por todo lo anteriormente expuesto, podemos fácilmente advertir la peligrosidad inmersa en la ambición nuclear de Hugo Chávez. Si bajo su mandato Venezuela se ha convertido en un estado conflictivo y provocador, no se requiere demasiada imaginación para anticipar cuan inquietante sería la situación para todos los latinoamericanos con un condimento nuclear adicionado.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

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Por Julián Schvindlerman

  

Elie Wiesel y la preservación de la memoria – 09/10/08

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«Dime –le pregunta el niño que alguna vez fue–, ¿qué has hecho con mi futuro? ¿Qué has hecho con tu vida?». Y él responde que lo ha intentado. Que ha tratado de mantener viva la memoria. Que ha procurado luchar contra los que quieren olvidar. «Porque si olvidamos», advertirá al Comité Nobel en 1986, «somos culpables, somos cómplices». Él es Elie Wiesel.

En el primer volumen de sus memorias, Todos los torrentes van a la mar (1996), Elie Wiesel narra la siguiente anécdota.

Un día de 1936, esto es, cuando contaba ocho años, Elie acudió con su madre a ver al rabino de Wizhnitz –una eminencia en la Torah (Pentateuco)–, que se encontraba de visita en su pueblo natal, Sighet (Transilvania). En un primer momento se quedó a solas con el rabino; luego salió y dejó paso a su madre. Cuando ésta, a su vez, abandonó la habitación, vio que tenía la cara cubierta de lágrimas y que no podía parar de llorar. El pequeño Elie le preguntó una y otra vez qué le pasaba, cuál era la causa de su angustia, pero no obtuvo respuesta. Insistió durante días. Infructuosamente. Su madre jamás le dijo una palabra. Apesadumbrado, se interrogó acerca de qué pudo haber hecho mal para avergonzarla.

Le tomaría veinticinco años averiguar la verdad, y lo haría en otro rincón del mundo. En Manhattan.

Un día, un primo suyo que estaba a punto de someterse a una operación difícil le pidió que se acercara al hospital a bendecirle. Aunque no ejercía oficio religioso alguno, Wiesel, que por entonces tenía 33 años, se aprestó a cumplir los deseos de su pariente. A los pocos días éste, ya recuperado, le develó el enigma del encuentro misterioso de Sighet. Su madre le había contado. El rabino de Wizhnitz había dicho: «Sara, debes saber que tu hijo será un gadol b’Israel, un gran hombre en Israel, pero ni tú ni yo viviremos para verlo». Exactamente cincuenta años después, Elie sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Elie Wiesel no olvida, y nos cuenta en el segundo volumen de sus memorias: Y el mar nunca se llena (1999), que al momento de recibir la más alta distinción que confiere la humanidad no pudo evitar pensar en su madre, en su padre y en su hermana menor, asesinados durante el Holocausto:
No oigo el aplauso, no oigo nada, y luego todo lo que oigo son las lágrimas invisibles que fluyen por mi alma, las plegarias que mis padres muertos recitan en las alturas, el llamado de mi pequeña hermana Tsipouka, cuyo sufrimiento debió haber extinguido el Sol por toda la eternidad.
Wiesel tenía quince años cuando fue deportado junto con toda su familia a los campos de exterminio nazi. Sólo él y sus dos hermanas mayores sobrevivirían a lo que el propio Elie denominó «el reino de la noche». Luego de la guerra fue llevado a un orfanato en Francia, adoptó el francés como idioma –pues no podía seguir hablando en la lengua de los asesinos–, estudió filosofía en la Sorbona, enseñó hebreo, trabajó en coros y, luego, se orientó al periodismo. Su primer trabajo lo obtuvo con Zion in Kamf, publicación en yiddish del Irgún, un movimiento de resistencia judío que operaba en Palestina, y luego pasó al Yediot Aharonot, hoy uno de los más grandes diarios de Israel pero entonces un periódico menor.

Durante un decenio, Wiesel rehusó abordar su pasado. «Tan pesada era mi angustia –escribió en Un judío hoy (1978)–, que hice una promesa: no hablar, no tocar lo esencial durante por lo menos diez años. Tiempo suficiente para ver con claridad. Tiempo suficiente para volver a adueñarme de mi memoria. Tiempo suficiente para unir el lenguaje del hombre con el silencio de los muertos».

Fue un escritor católico, y en el marco de una entrevista inconexa, quien le alentó a tomar la pluma. Un año más tarde, Wiesel envió el manuscrito –que escribió «bajo el sello de la memoria y el silencio»– a quien acabaría convirtiéndose en su amigo y mentor: François Mauriac. Se trataba de La noche, el ensayo más aclamado de toda su obra, tan singular y rica, compuesta por más de cuarenta títulos de ficción y no ficción. Desde su aparición, en 1960, La noche ha vendido más de diez millones de ejemplares y sido traducida a 30 idiomas.

Su éxito descollante eclipsó los humildes orígenes de este ensayo poderoso, así como los muchos senderos que debió transitar antes de poder ver la luz del día. Inicialmente tenía 900 páginas, estaba escrito en yiddish y llevaba por título …Y el mundo callaba. La primera edición apareció en Buenos Aires en 1956: la editó la Unión Central Israelita Polaca, bajo la guía de Mark Turkow. Tenía 253 páginas, y se tiraron 1.500 ejemplares.

La versión francesa constaba de sólo 127 páginas y llevaba un prólogo de Mauriac, el más prominente escritor galo del momento (ganó el Nobel en 1952). Aun así, fue rechazado por la mayoría de las casas editoriales de París. La que se lo quedó: Les Éditions de Minuit, vendió poquísimos ejemplares. La traducción al inglés enfrentó similares problemas. El agente literario y amigo de Wiesel, Georges Borchardt – sobreviviente del Holocausto–, lo envió sin éxito a quince editoriales de Nueva York entre 1958 y 1959. Finalmente lo dio a la imprenta Hill & Wang. Recibió críticas positivas.

Con el cambio de década, las cosas cambiaron. En 1960 unos agentes israelíes secuestraron a Adolf Eichmann en la Argentina y lo trasladaron a Jerusalén. El juicio al jerarca nazi, celebrado en 1961, suscitó la atención internacional e instaló el tema de la Shoa en el interés de la opinión pública. Para los años setenta, el Holocausto era enseñado en universidades estadounidenses, y para los noventa La noche era ya un texto fundamental en universidades y escuelas.

Cuando apareció La noche, muy pocos estaban dispuestos a escuchar a los sobrevivientes. Imperaba la negación; no el negacionismo perverso contemporáneo, que desmiente la existencia de la Shoa, sino una actitud negadora de la realidad por inabarcable. El Diario de Ana Frank había aparecido en 1952 y alcanzado gran repercusión, pero se trataba de un libro sentimental, incluso optimista, que no llegaba a mostrar los horrores de los crematorios y las cámaras de gas. Wiesel ponía a los lectores ante ese infierno de muerte y destrucción al que la joven alemana aún no había arribado cuando escribió su conmovedor diario. Tampoco pudo llegar a documentar su propia muerte trágica, en Bergen-Belsen.

Elie Wiesel ha dicho: «Donde termina el libro de Ana Frank empieza el mío». En el prólogo a la edición francesa, Mauriac expresaba su deseo de que La noche tuviera tantos lectores como el libro de Ana Frank.

Muchos años después, Wiesel diría que si los sobrevivientes tuvieron el valor de escribir, los demás deberíamos tener la obligación de leer. Leer pasajes como éste, de la propia obra de Wiesel que venimos comentando:
Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo de concentración que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y mi alma, y mis sueños, que adquirieron el rostro del desierto. Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás.
A Elie Wiesel se le atribuye haber creado –aun sin proponérselo– el género de la literatura del Holocausto. A lo largo de los años ha recibido varios premios, por su compromiso y trayectoria. Todos merecidos. Porque Elie Wiesel es el hombre que no permitió al mundo olvidar el Holocausto. Así pues, el adulto que es puede decirle al niño que fue: misión cumplida.

Originalmente publicado en la Revista de la Comunidad Amijai

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Por Julián Schvindlerman

  

Los Beatles y el estado Judío – 24/09/08

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La próxima visita del ícono del Rock´n Roll Paul McCartney a Israel ha electrificado a sus fans desde Eilat a Rosh Hanikrá. Aún antes de la confirmación del recital, el valor de las entradas oscilaba entre 140 y 430 dólares. La excitación colectiva posiblemente se deba al largo y sinuoso camino que le tomó a algún Beatle poder tocar en el estado judío. Por increíble que suene, el gobierno laborista en la década de 1960 vetó el ingreso de los cuatro fantásticos al estado de Israel, presuntamente por temor a la corrupción moral que la manía rockera pudiera tener sobre el espíritu sionista. A cuarenta y tres años de aquella insólita decisión, el grupo de Liverpool y el estado judío han hecho las paces, y McCartney prometió a sus seguidores darles la noche que han estado esperando por décadas».

Eran otros tiempos, naturalmente. En 1965, Israel era vulnerable y lidiaba con múltiples desafíos. Muchos de ellos aún la acompañan, pero el Israel actual está mucho mejor dotada de recursos, experiencia y auto-confianza para confrontarlos desde otra posición. Entonces, la situación era diferente. Durante la primera mitad de la década del sesenta, cuando la revolución feminista, la psicodelia, el Rock y la liberación personal sacudían a Occidente, el estado judío apenas sobrevivía a sus problemas económicos, continuaba recibiendo inmigrantes, peleaba contra terroristas y ejércitos vecinos, levantaba una nación contra enormes adversidades, y luchaba nada menos que por su propia supervivencia. Las corrientes culturales del momento no encontraban su espacio en un pequeño estado asediado, cuyos jóvenes por aquél entonces no tenían acceso siquiera a un televisor, y todo el contacto que pudieron haber tenido con la Beatlemanía era a través de una muy limitada emisión radial de alguno que otro de sus temas. (Curiosamente, una de las estaciones radiales más adeptas a la música pop occidental en esos tiempos era una radio árabe, Radio Ramalla).

La historia de lo que sucedió con los Beatles en Israel reúne distintas versiones. Según Yarden Uriel, autor de dos libros sobre la banda británica, aún cuando no había un motivo lógico para que existiera interés en el público israelí por la música de los Beatles a la luz del ostracismo de una sociedad centrada en sus muchos problemas cotidianos, surgió el intento de acercar a la banda de Rock a la Tierra Santa. La idea fue de un productor local llamado Yacov Ori, quién enterado de que el manager de los Beatles era judío y de que éste tenía familiares en Israel, tomó contacto y lo persuadió de la visita. Ori se topó con un inconveniente: en aquella época Israel estaba corta de moneda extranjera y ejercía estricta supervisión respecto de cada divisa que salía del país. El manager británico no estaba dispuesto a aceptar pagos en moneda israelí, así es que el productor local apeló al comité oficial que debía decidir que artistas foráneos eran merecedores de las escasas monedas extranjeras que había en el tesoro israelí. Este comité dependía del Ministerio de Educación, cuyo director general era un tal Yakov Schneider, «un hombre de cara severa» conforme a la caracterización que ha hecho de él CNNexpansión.com. Sobre él (así como también sobre David Ben-Gurión) cayó el estigma de haber negado el ingreso al estado judío del famoso cuarteto del Rock. Su hijo, el político de izquierda Yossi Sarid, niega que su padre haya tomado esa decisión y atribuye el lamentable desenlace a una disputa entre productores competidores. No es más que una «leyenda urbana sionista», insiste Sarid.

Con el correr del tiempo, el estado judío se fue abriendo a las modas de las épocas y hoy en día es un destino habitual para las estrellas de la música contemporánea internacional, con figuras tales como Madonna, Mercedes Sosa, Bob Dylan y David Bowie entre tantísimas otras, habiendo pisado su suelo. Ante la proximidad de las celebraciones de su Sesenta aniversario, Israel decidió dar una vuelta de página y enmendar el mal precedente. Durante una visita al Museo de los Beatles en Liverpool a principios de este año, el embajador israelí ante el Reino Unido, Ron Prosor, entregó una carta de disculpas a Julia Baird, hermana de John Lennon; en cuyo honor hay hoy en día un bosque en Israel nombrado «El Bosque de la Paz John Lennon». La carta, en parte, decía: «Desafortunadamente, el Estado de Israel canceló vuestra performance en el país debido a la falta de presupuesto y porque algunos políticos en la Knesset creyeron en ese entonces que vuestra performance podría corromper las mentes de la juventud israelí. No hay duda que fue una gran oportunidad perdida evitar que gente como Uds., que han formado las mentes de una generación, vinieran a Israel y tocaran».

Disculpas aceptadas, McCartney acepó con gusto el convite y se lo espera prontamente en Tel-Aviv. Pero si bien Israel ha hecho las paces con los Beatles, hay quienes aún prefieren hacer sonar los tambores de la guerra. «Los amigos de nuestros enemigos son nuestros enemigos. Por tanto, Paul McCartney es ahora el enemigo de todo musulmán en el mundo… si valora su vida, le aconsejamos que no viaje y actúe allí», sostuvo el sirio Omar Bakri desde El Líbano, país en donde está exiliado luego de haber sido expulsado de Gran Bretaña por integrar células terroristas. Los voceros del músico condenaron las amenazas y señalaron que la visita «sólo tiene propósito musicales con un mensaje de paz». El propio McCartney dijo que fue presionado por diversas agrupaciones políticas para que cancelara el viaje, pero que él declinó conceder. «Varios grupos se han dirigido a mí para exigirme que no actúe el 25 de septiembre en Israel pero les he dicho que iré». Bravo Paul.

La extraña decisión israelí de vetar a los Beatles en 1965 estuvo a años luz de la conducta retrógada propia de los estados totalitarios -estalinistas, fascistas o teocráticos- de prohibir el arte occidental o no-patriota. No obstante, es bueno ver que la discordia ha sido superada y que las partes parecen haber dicho, en las palabras de una famosa canción del cuarteto de Liverpool, «We can work it out».

Originalmente publicado en Libertad Digital

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Los Beatles y el estado Judío – 22/09/08

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La próxima visita a Israel del ícono del pop Paul McCartney ha electrificado a sus fans desde Eilat hasta Rosh Hanikrá. Ya antes de que se confirmara el recital, el precio de las entradas oscilaba entre 140 y 430 dólares.

Puede que la excitación colectiva se deba al largo y sinuoso camino que ha tenido que recorrer este músico para poder tocar en el Estado judío. Por increíble que suene, en los años 60 el Gobierno laborista vetó el ingreso al país de los cuatro fantásticos, presuntamente por temor a la corrupción moral que la manía rockera pudiera ejercer sobre el espíritu sionista. A cuarenta y tres años de aquella insólita decisión, el grupo de Liverpool y el Estado judío han hecho las paces, y McCartney ha prometido a sus seguidores darles «la noche que han estado esperando durante décadas».

Eran otros tiempos, naturalmente. En 1965 Israel era vulnerable y lidiaba con múltiples desafíos. Muchos de ellos aún están ahí, pero el Israel actual está mucho mejor dotado de recursos, experiencia y confianza en sí mismo para afrontarlos.

Durante la primera mitad de aquella década, cuando la revolución feminista, la psicodelia, el rock y la liberación personal sacudían a Occidente, el Estado judío apenas sobrevivía a sus problemas económicos, continuaba recibiendo inmigrantes, peleaba contra terroristas y ejércitos vecinos, levantaba una nación en medio de indecibles adversidades y luchaba nada menos que por su propia existencia. Las corrientes culturales del momento no encontraban su espacio en ese Estado pequeño y asediado, donde los jóvenes no tenían acceso a la televisión y todo el contacto que podían mantener con la beatlemanía era a través de una muy limitada emisión radial de alguno que otro de sus temas. (Curiosamente, una de las emisoras más adeptas a la música pop occidental en esos tiempos era la árabe Radio Ramallah).

La historia de lo que sucedió con los Beatles en Israel tiene distintas versiones. Según Yarden Uriel, autor de dos libros sobre la banda británica, aun cuando no había un motivo lógico para que existiera interés en el público israelí por la música de los Beatles, a la luz del ostracismo de una sociedad centrada en sus muchos problemas cotidianos, surgió el intento de acercar la banda a Tierra Santa. La idea fue de un productor local llamado Yacov Ori, quien, enterado de que el manager de los Beatles era judío y tenía familiares en Israel, le llamó y persuadió de que organizara la visita.

Ori se topó con un inconveniente: en aquella época Israel estaba corto de moneda extranjera, y ejercía una estricta supervisión de cada divisa que salía de su territorio. El manager británico no estaba dispuesto a aceptar pagos en moneda israelí, así que el productor local apeló al comité oficial que debía decidir qué artistas foráneos eran merecedores de las escasas monedas extranjeras que había en el Tesoro. Este comité dependía del Ministerio de Educación, cuyo director general era Yakov Schneider, «un hombre de cara severa», conforme a la caracterización que ha hecho de él CNN. Sobre él (así como sobre David ben Gurión) cayó el estigma de haber negado el ingreso al Estado judío del famoso cuarteto. Su hijo, el político de izquierda Yosi Sarid, niega que su padre tomara esa decisión y atribuye el lamentable desenlace a una disputa entre productores en competencia. No es más que una «leyenda urbana sionista», insiste Sarid.

Con el correr del tiempo, el Estado judío se fue abriendo a las distintas modas, y hoy en día es un destino habitual para las estrellas de la música contemporánea: Madonna, Mercedes Sosa, Bob Dylan y David Bowie son algunos de los incontables ídolos que han actuado en Israel.

En el año de su 60º cumpleaños, Israel decidió pasar página y enmendar el mal precedente. Durante una visita al Museo de los Beatles en Liverpool, a principios de este año, el embajador israelí ante el Reino Unido, Ron Prosor, entregó una carta de disculpa a Julia Baird, hermana de John Lennon (hoy, por cierto, hay en Israel un parque llamado «El Bosque de la Paz John Lennon»), en la que podía leerse:
Desafortunadamente, el Estado de Israel canceló su performance en el país debido a la falta de presupuesto y a que algunos miembros de la Knesset [Parlamento] creyeron que podría corromper las mentes de la juventud israelí. No hay duda de que fue una gran oportunidad perdida el impedir que gente como los Beatles, que han formado las mentes de una generación, tocaran en Israel.
Disculpas aceptadas. McCartney aceptó con gusto el convite y ya se le espera en Tel Aviv.

Pero si bien Israel ha hecho las paces con los Beatles, hay quienes aún prefieren hacer sonar los tambores de la guerra. «Los amigos de nuestros enemigos son nuestros enemigos. Por tanto, Paul McCartney es ahora el enemigo de todo musulmán (…) Si valora su vida, le aconsejamos que no actúe allí», ha amenazado el sirio Omar Bakri desde el Líbano, país en el que está exiliado luego de haber sido expulsado de Gran Bretaña por conformar células terroristas. Los voceros del músico han condenado las amenazas y señalado que la visita «sólo tiene propósitos musicales, con un mensaje de paz». El propio McCartney afirma haber recibido presiones por parte de diversas agrupaciones políticas para que cancelara su viaje, pero se ha mantenido firme. «Varios grupos se han dirigido a mí para exigirme que no actúe el 25 de septiembre en Israel, pero les he dicho que iré». Bravo, Paul.

La extraña decisión israelí de vetar a los Beatles en 1965 estuvo a años luz de la conducta retrógrada propia de los Estados totalitarios –estalinistas, fascistas o teocráticos– de prohibir el arte occidental o no patriota. No obstante, es bueno ver que la discordia ha sido superada y que las partes parecen haber dicho, por emplear las palabras de una famosa canción del cuarteto de Liverpool: «We can work it out».

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Contra el olvido, Elie Wiesel y la preservación de la memoria – 09/08

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Artículo publicado en Revista Amijai

“Dime” pregunta el niño que él fue alguna vez al adulto que es hoy, “¿qué has hecho con mi futuro? ¿Qué has hecho con tu vida?”. Y el adulto le responde que lo ha intentado. Que ha tratado de mantener viva a la memoria. Que ha procurado dar batalla contra aquellos que quieren olvidar. “Por que si olvidamos” -dice Elie Wiesel ante el Comité Nobel en Oslo en 1986- “somos culpables, somos cómplices”.

En el primer volumen de sus memorias, Todos los ríos van al Mar (1995), Elie Wiesel narra la siguiente anécdota. Un día de 1936 en su pueblo natal de Sighet, Transilvania, cuando él tenía ocho años de edad, acompañó a su madre a visitar al rabino de Wizhnitz, una eminencia de la Torah (el Pentateuco) de visita en el lugar. Primero entró él, quedando a solas con la autoridad rabínica. Conversaron sobre sus estudios religiosos, y luego él salió para dejar entrar a su madre. Cuando ésta abandonó la sala, su cara estaba cubierta de lágrimas y no podía parar de llorar. El pequeño Elie le preguntó una y otra vez la causa de su angustia, pero no obtuvo respuesta. Insistió, durante días, infructuosamente. Su madre jamás le confesó el motivo del llanto. Apesadumbrado, se interrogó acerca de que pudo haber hecho mal para avergonzar a su madre ante el rabino. Le tomaría veinticinco años averiguar la verdad, y lo haría en otro rincón del mundo. En Manhattan, donde pasó a residir, un primo suyo presto a someterse a una operación difícil, le pidió al ahora hombre de treinta y tres años que se acercara al hospital a bendecirlo. Sorprendido, puesto que no ejercía oficio religioso alguno, lo hizo de todos modos. A los pocos días, el primo ya recuperado le develó el enigma del encuentro misterioso de Sighet. Su madre le había contado. El rabino de Wizhnitz había dicho: “Sara, debes saber que tu hijo será un gadol b´Israel, un gran hombre en Israel, pero ni tu ni yo viviremos para ver ello”. Exactamente cincuenta años después aquél niño de Sighet sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Elie Wiesel no olvida, y nos cuenta en el segundo volumen de sus memorias Y el mar nunca se llena (1999), que al momento de recibir la más alta distinción que confiere la humanidad no pudo evitar pensar en su madre, su padre y su hermana menor, todos asesinados durante el Holocausto. “No oigo el aplauso; no oigo nada, y luego todo lo que oigo son las lágrimas invisibles fluyendo en mi alma, oigo las plegarias que mis padres muertos recitan en las alturas, oigo el llamado de mi pequeña hermana Tsipouka cuyo sufrimiento debió haber extinguido al sol por toda la eternidad”. Wiesel tenía quince años cuando fue deportado junto a toda su familia a los campos de exterminio nazi. Sólo él y sus dos hermanas mayores sobrevivirían a lo que él denominó “el reino de la noche”. Luego de la guerra fue llevado a un orfanato en Francia, adoptó el francés como su nuevo idioma pues no podía seguir hablando en la lengua de los asesinos, estudió filosofía en la Sorbonne, enseñó hebreo, trabajó en coros y luego se orientó al periodismo. Su primer trabajo lo obtuvo con Zion in Kamf, publicación en yidish del Irgún, un movimiento de resistencia judío en Palestina, y luego con Yediot Aharonot, hoy uno de los más grandes diarios de Israel, pero entonces apenas un periódico menor.

Durante diez años rehusó abordar su historia pasada. “Tan pesada era mi angustia”, ha escrito en un ensayo incorporado al libro Un Judío Hoy (1978), “que hice una promesa: no hablar, no tocar lo esencial durante por lo menos diez años. Tiempo suficiente para ver con claridad. Tiempo suficiente para volver a adueñarme de mi memoria. Tiempo suficiente para unir el lenguaje del hombre con el silencio de los muertos”. Fue un escritor católico, en el marco de una entrevista inconexa, quién motivó al joven sobreviviente a escribir. Un año más tarde, Elie Wiesel envió el manuscrito -“escrito bajo el sello de la memoria y el silencio” según ha dicho- a quién se convertiría en su amigo y mentor, Francois Mauriac. De esas páginas surgiría el libro La Noche, el ensayo más aclamado de toda una obra singular y rica de más de cuarenta libros de ficción y no ficción que Wiesel escribiría a lo largo de su vida. Desde su publicación en 1960 ha sido traducido a más de treinta idiomas y ha vendido más de diez millones de ejemplares; tres de ellos  solamente desde el año 2006 cuando la célebre Oprah Winfrey eligió al libro y acompañó a Wiesel a Auschwitz.

El éxito descollante de La Noche ha eclipsado los orígenes humildes de este ensayo poderoso así como de los muchos senderos que debió transitar antes de poder ver la luz del día. Inicialmente tenía 900 páginas, fue escrito en yidish y llevó por título “…Y el mundo callaba”. Fue por primera vez publicado en Buenos Aires en 1956, en versión de 253 páginas y 1500 ejemplares, por la Unión Central Israelita Polaca de la Argentina, bajo la guía de Mark Turkow. Posteriormente, tal como ha reseñado Rachel Donadio en el New York Times, fue traducido al francés, en versión aún más reducida de 127 páginas, como “La Nuit” y fue prologado por Mauriac; el más prominente escritor francés de la época y premio Nobel de Literatura de 1952. Aún así, fue rechazado por la mayoría de las casas editoriales de París hasta que lo tomó, en 1958, Les Éditions de Minuit. Vendió poquísimos ejemplares. La traducción al inglés enfrentó similares problemas. Su agente literario, amigo y sobreviviente del Holocausto, Georges Borchardt, lo envió a quince editoriales de Nueva York sin éxito, entre 1958 y 1959. Finalmente fue publicado por Hill & Wang y recibió críticas positivas. Un acontecimiento en otra parte del globo le ayudaría indirectamente a su difusión. En 1960 agentes israelíes secuestraron a Adolf Eichmann en la Argentina y lo trasladaron a Jerusalén. El juicio de 1961 al jerarca nazi convocó atención internacional e instalo el tema de la Shoa en el interés de la opinión pública. Para los años setenta, el Holocausto era enseñado en universidades estadounidenses, y para los años noventa La Noche ya era un texto educativo escolar y universitario fundamental.

La Noche surgió en tiempos en los que pocos estaban dispuestos a escuchar a los sobrevivientes y sus penurias. Eran épocas de negación; no del negacionismo perverso contemporáneo que desmiente la existencia de la Shoa, sino de una actitud negadora de la realidad debido a la dimensión inabarcable de la misma. Pero tiempos de negación al fin. El “Diario de Ana Frank” había sido publicado en 1952 con gran repercusión, pero se trataba de un libro sentimental, incluso optimista, que no llegaba a mostrar los horrores de los crematorios y las cámaras de gas. Wiesel llevaba a los lectores a ese infierno de muerte y destrucción al que la joven Ana Frank -al momento de escribir su conmovedor diario- aún no había arribado. Ella no pudo llegar a documentar su propia muerte trágica en Bergen-Belsen. Elie Wiesel ha dicho que “donde el libro de Ana Frank termina, el mío comienza”. En el prólogo del libro, Mauriac expresa su deseo de que La Noche sea leído por tantos lectores como el de Ana Frank. Muchos años después, Wiesel diría que si lo sobrevivientes tuvieron el valor de escribir, al resto de nosotros nos cabe la obligación de leer. Era un libro destinado a perturbar. Así se expresa Elie Wiesel en sus páginas: “Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo de concentración que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y a mis sueños, que adquirieron el rostro del desierto. Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás”.

A Elie Wiesel se le atribuye haber creado -aún sin proponérselo- el género de la literatura del Holocausto. A lo largo de los años ha recibido varios premios a su compromiso y a su trayectoria. Pero quizás, el reconocimiento más adecuado a su vida y obra haya sido el haber trascendido -como ya ha sido acertadamente acotado- como el hombre que no le permitió al mundo olvidar el Holocausto. El adulto puede responderle al niño, que lo logró.

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Waltz con Bashir – 03/09/08

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Destacada», aseveró The Guardian. «Una obra impresionante», indicó Haaretz. «Peculiarmente potente», opinó Variety. La película israelí Waltz con Bashir fue tan bien recibida en la última edición del Festival de Cannes, que para el corresponsal del Washington Post «la única gran sorpresa fue…que no fue premiada». Al tratarse de un documental animado, las comparaciones con Persepolis -de la franco-iraní Marjarne Satrapi- y con A Scanner Darkly -del estadounidense Richard Linklater- han sido inevitables. Pero en rigor, la película del telavivense Ari Folman carece de la originalidad y la destreza estética del film de Linklater y del sentido de la proporción y el buen gusto del de Satrapi. Mas allá del acierto en sus rubros técnicos, intelectualmente hablando, no se trata más que de otra película israelí anti-israelí que ha despertado la usual aprobación de una crítica internacional ideológicamente domesticada.

La película narra la historia del director en su agonizante búsqueda de la verdad a propósito de su accionar durante la Guerra del Líbano de 1982. Él fue testigo de la masacre de Sabra y Shatila, y desde entonces ha reprimido las imágenes brutales que unos veinte años mas tarde comenzaron a aflorar. Emprende así un periplo psicológico que lo llevará a entrevistar a ex compañeros y comandantes del ejército con la esperanza de dilucidar qué es lo que realmente allí sucedió. El viaje pronto se transformará en un ensayo acerca de la historia y de la construcción de la memoria, de la imaginación y de la realidad, y de la responsabilidad colectiva e individual. Como hijo de sobrevivientes del Holocausto, y como ex combatiente de las guerras de Israel, Folman indudablemente carga con un pasado pesado.

Nada de lo cual lo exime de ser juzgado con la misma severidad con la que él juzga al estado judío para el aparente deleite de la crítica mundial. Para comenzar, Folman no emerge como un hombre solamente traumado por su pasado, sino como alguien seriamente trastornado por el mismo. A un cuarto de siglo de los hechos, él parece obsesionado con los acontecimientos de 1982; obsesión que lo lleva a la demonización de su propia nación: en el film, expresamente se compara a los israelíes con los nazis y a los palestinos con los judíos durante la Shoá. Puntualmente, un niño palestino es dibujado surgiendo de la matanza con sus brazos en alto en idéntica posición que la de aquel niño judío en el ghetto que simbolizó -con su rostro atemorizado y sus brazos en alto ante soldados nazis- toda la insensatez y el horror del Holocausto. Por si el punto no hubiere quedado claro, un famoso periodista israelí entrevistado en la película, afirma muy claramente ello. Al hacer esto, Folman no ha sido meramente irresponsable sino decididamente incoherente, en tanto que él mismo retrata en el film a los falangistas cristianos como los perpetradores de las matanzas, y a los israelíes como testigos; desconcertados primero y pasivos después. En el peor de los casos (y sin entrar a debatir la verdad histórica), un papel ni remotamente plausible de ser caracterizado como «nazi».

Ante esta aberración moral, el resto del contenido del film resultará anecdótico. Menudo favor les ha hecho a todos aquellos activamente involucrados en educar a la opinión pública a propósito de la historia judía e israelí. En una coyuntura política tan repleta de comparaciones odiosas de los israelíes con los nazis, en casi toda la prensa del Medio Oriente e incluso en destacados periódicos en Occidente, esta aseveración por parte de un cineasta israelí inevitablemente será explotada políticamente por los enemigos de Israel. Y aún entre aquellos bien intencionados pero desinformados observadores, esta comparación no podrá menos que sembrar confusión. Así, apenas sorprende que una crítica haya ubicado a Waltz con Bashir junto a películas como Ararat (sobre la masacre de armenios de 1915), The Killing Fields (sobre los campos de la muerte en Camboya), Apocalypse Now (sobre la Guerra de Vietnam), Moolaade (sobre la mutilación genital femenina en Burkina Faso), The Devil Came on Horseback (sobre el genocidio de Darfur), y La Lista de Schindler entre otras.

El cine israelí tiene una larga tradición auto-flagelante. Películas como Paratropas (1977) de Judd Neeman, Avanti Popolo (1986) de Rafi Bokai, o La Vida Según Agfa (1992) de Asi Dayan, por citar algunas, han realizado su aporte distintivo a la denostación moral de Israel.

Waltz con Bashir merecerá un lugar especial en esta aventura autodestructiva de lo que comúnmente se conoce como séptimo arte en el estado judío.

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

¿Malentendidos de traducción? – 20/08/08

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Así comenzaba la crítica del libro La limpieza étnica de Palestina, por Illán Pappé, publicada en adncultura el 9 del corriente: “El historiador israelí Illán Pappé ha logrado ponerle un punto final a una de las polémicas más sensibles y persistentes de la historia moderna. La Limpieza étnica de Palestina, que hace referencia a hechos ocurridos entre 1947-49, cauteriza un tema del cual dependen desde hace más de sesenta años tanto la identidad palestina como la israelí. Para los primeros fue el ´Desastre´, la Nakba, un componente fundamental de representación nacional; para los segundos, la guerra de la independencia, con acontecimientos considerados casi como ´secretos de estado´ y hasta ahora silenciados y negados”. Como es sabido, Pappé pertenece a la camada de los llamados nuevos historiadores, quienes en la opinión de quién hizo la reseña de este libro, Andrés Criscaut, “han sabido analizar de una manera mucho más crítica y fundamentada” la historia del conflicto. Según el crítico, el texto de Pappé “combina rigor académico y claridad periodística”, “rebate los argumentos de que los árabes de Palestina huyeron por voluntad propia”, y “desarticula también el mito de que en 1948 un pequeño ejército israelí tuvo que enfrentar una aplastante coalición de ejércitos árabes”. En la visión de Criscaut, “Este libro puede ser valorado como una suerte de J´accuse del conflicto. Su aporte es clave…”.

Quienes no estén lo suficientemente familiarizados con la ideología de Pappé -como seguramente será el caso de la vasta mayoría de los lectores argentinos de adncultura– no tendrán manera de saber que él es un profesor radical antiisraelí, ampliamente repudiado en Israel y en las comunidades judías de la diáspora. Su desprecio por el estado judío es de tal magnitud, que ha sido uno de los instigadores del boicot académico británico contra universidades israelíes; sistema educativo del que él mismo fue parte hasta hace poco como profesor de la Universidad de Haifa. Nada de esto podremos saber a partir de la crítica de Andrés Criscaut, cuyas palabras elogiosas cubren de legitimidad periodística a este autor extremista y a su nueva entrega pro-palestina. La referencia al J´accuse marca una nueva instancia de lo que ya es tendencia entre los antiisraelíes: emplear la historia judía contra los propios judíos. Así, hoy los israelíes son nazis, los palestinos David e Israel Goliat, y ahora Pappé el nuevo Zolá que expone la verdad. 

Pocos meses atrás había llegado a la Argentina la versión castellana del libro Contra Israel, del investigador judío canadiense Yaakov Rabkin, que detalla la historia del antisionismo ortodoxo; el libro también fue positivamente reseñado. La obra de Noam Chomsky es regularmente traducida al español y también presentada con buenas luces en los medios, sin la más mínima referencia a su visión de judío auto-odiante. Él y sus camaradas radicales  habitualmente son presentados como referentes de opinión por periodistas locales que rara vez brindan una perspectiva neutral que permita evaluar objetivamente la obra de estos escritores. Daniel Barenboim, otra figura mimada del periodismo argentino, es cotidianamente caracterizado como un moderado sensato, cuando en realidad él también es un extremista cuyo pacifismo consiste en abrazar acríticamente la narrativa palestina. Su socio para la paz era el igualmente amado Edward Said; opositor de Yasser Arafat por haber firmado un acuerdo de paz con Israel. En esta atmósfera, lo más centrado que podemos aspirar a leer en el campo de las traducciones foráneas referidas a este tema, es a Amos Oz, A.B.Yehoshua, Shimon Peres o a Shlomo Ben-Amí; todos ellos exponentes del sionismo de izquierda. En 1993 fueron publicados casi simultáneamente en idioma inglés los libros El Nuevo Medio Oriente de Shimon Peres y Un lugar entre las Naciones de Binyamín Netanyahu. Sólo uno de ellos fue traducido al español. Adivine cual.

Bienvenido el interés literario argentino en la historia y la actualidad del conflicto palestino-israelí. Lástima que la ecuanimidad editorial no esté presente entre muchos de los editores y reseñadores argentinos. Su falta de esfuerzo en alcanzar cierto equilibrio ideológico al seleccionar obras para publicación local es lamentable, en tanto priva al público lector de puntos de vista disímiles definitivamente necesarios para conformar un entendimiento desapasionado de este espinoso asunto. Dudo que esto se sustente en los gustos de los lectores, a los que presuntamente las editoriales deben amoldarse, puesto que casi nunca se les ha brindado la oportunidad de decidir por sí mismos al respecto. Más bien, esto pareciera reflejar las preferencias políticas de los mismos editores.

Ante este cuadro, no menos desafortunada es la ausencia de respuesta comunitaria. De la dirigencia rara vez oímos algún reclamo en este sentido que no sea un email privado enviado a un grupo reducido de amigos por algún dirigente indignado. Institucionalmente, nada. Asimismo, el nulo protagonismo en este campo de la Embajada de Israel es legendario. Incluso la inigualable ocasión que brinda año tras año la Feria del Libro es sistemáticamente desperdiciada sobre la base de que sólo deben promoverse libros “culturales”; es decir, no políticos. Otros stands realizan una lectura más flexible de lo cultural, y de esta forma podemos encontrar en dicha feria libros de nacionalistas árabes y escritores occidentales pro-palestinos. Por caso, durante la última exposición -a metros del stand israelí- se exhibió un libro (acompañado de un video) a propósito del “Muro” de seguridad con un sesgo muy marcado. Lo más vinculado a este tema que se podría encontrar en el stand de la Embajada de Israel sería un libro sobre tendencias vanguardistas en la fotografía telaviviense. Afortunadamente, pueden encontrarse libros más caritativos en el stand de la AMIA de manera regular.

Me permito realizar esta crítica de espíritu constructivo, como alguien que cree haber hecho su aporte personal en esta área. La publicación en el año 2002 de mi libro Tierras por Paz, Tierras por Guerra, pretendió justamente servir de contrapunto a la avalancha de material anti-israelí que circulaba y aún circula en el mercado editorial argentino. El impacto que tuvo en las comunidades judías de aquí y de la región se debió en parte a su excepcionalidad: aún hoy sigue siendo uno de los pocos referentes en lengua hispana sobre el conflicto del Medio Oriente con un ángulo distinto del habitual. En esta coyuntura,  seguirá siendo una rara avis literaria. Mientras se sostenga la mixtura compuesta por la parcialidad de algunos y la indiferencia de otros, mucho me temo que La limpieza étnica de Palestina de Illán Pappé no será lo último que veremos de autores antiisralíes publicado por estos pagos.