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Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Judeofobia e Islamofobia – 31/12/08

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En mi última columna he comentado acerca de la naturaleza problemática de la agenda de Durban II. En rigor, no hace falta viajar mentalmente hasta Sudáfrica para advertir cuan común se ha tornado incluir a la “islamofobia” en pronunciamientos contra el antisemitismo. La Declaración Conjunta Contra Todo Tipo de Discriminación y Racismo, firmada por los presidentes de la Argentina, Brasil y Venezuela el pasado 16 de diciembre, confirma que la islamofobia-manía ha arribado a nuestras costas.  

He aquí el texto parcial de la Declaración conjunta:
“Los presidentes de Argentina, de la República Federativa de Brasil y de la República Bolivariana de Venezuela, reunidos en Costa Do Sauípe, Brasil, el 16 de diciembre de 2008, observan con grave preocupación que a comienzos del tercer milenio, un sinfín de seres humanos sigue siendo víctima del racismo, la discriminación e intolerancia religiosa, en particular, el antisemitismo y el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia y que en diversas regiones del mundo han resurgido o persisten ideologías y prácticas racistas y discriminatorias…Por tal motivo, los presidentes declaran su más enérgica condena al racismo, al antisemitismo, al antiislamismo, la discriminación racial y a otras formas conexas de intolerancia…”.

Pronunciamientos de este tipo lo dejan a uno en una posición incómoda. Por un lado, es necesario aplaudir manifestaciones de esta índole pues representan un paso más en pos del ostracismo de la discriminación y el racismo. Pero por otro lado, el contenido no auspicioso invita a la cautela. Así es que resultará justo separar las aguas: estas tres naciones latinoamericanas merecen nuestra aprobación por manifestarse pública y oficialmente en contra de estas malas conductas, y a la vez, merecen nuestra crítica por el texto aprobado.  En una influencia directa de Durban II, esta declaración pone a la islamofobia (aquí denominada como “antiislamismo”) a la par que al antisemitismo como una forma de intolerancia religiosa. Tal paridad es inexistente. Ciertamente han existido y existen expresiones anti-islámicas, y ha habido y hay acoso y aún ataques ocasionales en contra de musulmanes en el mundo. Pero no hay un fenómeno de anti-islamismo. Inmigrantes paraguayos y bolivianos han sido y son usualmente discriminados en la República Argentina, más no hablamos de anti-paraguayismo o anti-bolivianismo en este país ni en ningún otro donde estos individuos son marginados. ¿La razón? Porque se trata de actos de xenofobia, y no de un sistema de prejuicios. Tales actos merecen nuestra condena. Pero no merecen ser ubicados en un genérico equivalente al antisemitismo (entendido como odio a los judíos) o al racismo (entendido como odio a los negros). No porque negros y judíos lleven el monopolio del sufrimiento -si es que tal cosa existe- sino porque hacerlo representa una distorsión conceptual severa.

La Shoá brinda un buen modelo para entender esto. En la maquinaria genocida nazi murieron gentiles y judíos. Pero ella no fue diseñada para la destrucción de los gentiles, sino para la destrucción de los judíos. Tal como Elie Wiesel ha dicho numerosas veces: “En Auschwitz no todas las víctimas fueron judías. Pero todos los judíos fueron víctimas”. Por ello, los judíos suelen objetar generalizaciones del Holocausto que desvirtúan la naturaleza de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en varios genéricos “holocaustos”, sea de polacos, gitanos u homosexuales. En esa actitud no hay intención alguna de minimizar el sufrimiento ajeno. Más bien, todo lo que pretenden en este sentido los judíos es que el sufrimiento de su propio pasado reciente no sea relativizado y así quede diluido en un océano de dolor colectivo que niega la especificidad de su tragedia.

Si aún no está convencido, vea como Telesur (empresa mediática multiestatal creada con inversiones de la Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) ha explicado al pronunciamiento latinoamericano arriba citado: “Este es un documento que pone de relieve el interés de nuestros países en combatir directamente el racismo en todas sus presentaciones, y esperamos que esto sirva de motivación para otros Estados para sumarse a una lucha contra el nuevo racismo que comienza a caminar en el mundo y el que va a surgir producto de la crisis financiera que comienza a afectar a Estados desarrollados y ya se comienzan a ver acciones contra grupos sociales específicos”. Primeramente, el “racismo en todas sus presentaciones” -además de ser plagiado de la retórica árabe/palestina que tradicionalmente condena al “terrorismo en todas sus manifestaciones” como eufemismo de la censura a las acciones defensivas de Israel- pretende englobar allí a cualquier cosa que los editores de la multioficialista Telesur vean como racismo. En segundo término, ya vemos como el racismo -que inicialmente refería a la discriminación contra los negros- es aquí ampliado a “grupos sociales específicos” producto de la “crisis financiera”.

En mayo del 2002, Amnesty International emitió una “declaración pública” titulada Europa Occidental: Amnesty International y Human Rights Watch condenan los ataques contra judíos y árabes. Para ejemplificar las instancias de judeofobia, el comunicado indicó:

“En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril. El 63 por ciento de ellos consistían en pintadas antisemitas. Entre el 1 de enero y el 2 de abril, se registraron 34 graves actos antisemitas (agresiones contra personas o ataques a propiedades judías, como sinagogas y cementerios). En marzo y abril, varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val d’Oise) y Estrasburgo, sufrieron destrozos, y la sinagoga de Marsella fue pasto de las llamas de un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba a alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas. En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con graves heridas. Según los informes, las víctimas de estas agresiones fueron principalmente judíos ortodoxos y hasídicos. En el ataque contra una sinagoga de Londres en abril, pintaron una esvástica en el atril. En Bélgica se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes en abril, y se acribilló a balazos la fachada de una sinagoga de Charleroi, en el sudoeste del país. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego…También en abril se produjeron ataques contra sinagogas de Berlín y Herford en Alemania Occidental. Ese mismo mes, según los informes una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves a consecuencia de la agresión de un grupo de personas en una calle comercial de Berlín tras salir de una sinagoga”. Luego, a modo de evidencia que respaldase la existencia de hostilidad anti-árabe, el comunicado consignó: “En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un anciano vecino, belga, que, según los informes, hizo comentarios racistas”.

Esta ausencia no sutil del sentido de la proporción nos permite entender, en parte, por qué la declaración del trío latinoamericano, la del dúo protector de los derechos humanos, y la del bloque islámico de Durban II, ven “islamofobia” por todas partes.

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Judeofobia e islamofobia – 31/12/2008

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En mi última columna he comentado acerca de la naturaleza problemática de la agenda de Durban II. En rigor, no hace falta viajar mentalmente hasta Sudáfrica para advertir cuan común se ha tornado incluir a la islamofobia» en pronunciamientos contra el antisemitismo. La Declaración Conjunta Contra Todo Tipo de Discriminación y Racismo, firmada por los presidentes de la Argentina, Brasil y Venezuela el pasado 16 de diciembre, confirma que la islamofobia-manía ha arribado a nuestras costas.

He aquí el texto parcial de la Declaración conjunta: «Los presidentes de Argentina, de la República Federativa de Brasil y de la República Bolivariana de Venezuela, reunidos en Costa Do Sauípe, Brasil, el 16 de diciembre de 2008, observan con grave preocupación que a comienzos del tercer milenio, un sinfín de seres humanos sigue siendo víctima del racismo, la discriminación e intolerancia religiosa, en particular, el antisemitismo y el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia y que en diversas regiones del mundo han resurgido o persisten ideologías y prácticas racistas y discriminatorias…Por tal motivo, los presidentes declaran su más enérgica condena al racismo, al antisemitismo, al antiislamismo, la discriminación racial y a otras formas conexas de intolerancia…».

Pronunciamientos de este tipo lo dejan a uno en una posición incómoda. Por un lado, es necesario aplaudir manifestaciones de esta índole pues representan un paso más en pos del ostracismo de la discriminación y el racismo. Pero por otro lado, el contenido no auspicioso invita a la cautela. Así es que resultará justo separar las aguas: estas tres naciones latinoamericanas merecen nuestra aprobación por manifestarse pública y oficialmente en contra de estas malas conductas, y a la vez, merecen nuestra crítica por el texto aprobado. En una influencia directa de Durban II, esta declaración pone a la islamofobia (aquí denominada como «antiislamismo») a la par que al antisemitismo como una forma de intolerancia religiosa. Tal paridad es inexistente. Ciertamente han existido y existen expresiones anti-islámicas, y ha habido y hay acoso y aún ataques ocasionales en contra de musulmanes en el mundo. Pero no hay un fenómeno de anti-islamismo. Inmigrantes paraguayos y bolivianos han sido y son usualmente discriminados en la República Argentina, más no hablamos de anti-paraguayismo o anti-bolivianismo en este país ni en ningún otro donde estos individuos son marginados. ¿La razón? Porque se trata de actos de xenofobia, y no de un sistema de prejuicios. Tales actos merecen nuestra condena. Pero no merecen ser ubicados en un genérico equivalente al antisemitismo (entendido como odio a los judíos) o al racismo (entendido como odio a los negros). No porque negros y judíos lleven el monopolio del sufrimiento -si es que tal cosa existe- sino porque hacerlo representa una distorsión conceptual severa.

La Shoá brinda un buen modelo para entender esto. En la maquinaria genocida nazi murieron gentiles y judíos. Pero ella no fue diseñada para la destrucción de los gentiles, sino para la destrucción de los judíos. Tal como Elie Wiesel ha dicho numerosas veces: «En Auschwitz no todas las víctimas fueron judías. Pero todos los judíos fueron víctimas». Por ello, los judíos suelen objetar generalizaciones del Holocausto que desvirtúan la naturaleza de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en varios genéricos «holocaustos», sea de polacos, gitanos u homosexuales. En esa actitud no hay intención alguna de minimizar el sufrimiento ajeno. Más bien, todo lo que pretenden en este sentido los judíos es que el sufrimiento de su propio pasado reciente no sea relativizado y así quede diluido en un océano de dolor colectivo que niega la especificidad de su tragedia.

Si aún no está convencido, vea como Telesur (empresa mediática multiestatal creada con inversiones de la Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) ha explicado al pronunciamiento latinoamericano arriba citado: «Este es un documento que pone de relieve el interés de nuestros países en combatir directamente el racismo en todas sus presentaciones, y esperamos que esto sirva de motivación para otros Estados para sumarse a una lucha contra el nuevo racismo que comienza a caminar en el mundo y el que va a surgir producto de la crisis financiera que comienza a afectar a Estados desarrollados y ya se comienzan a ver acciones contra grupos sociales específicos». Primeramente, el «racismo en todas sus presentaciones» -además de ser plagiado de la retórica árabe/palestina que tradicionalmente condena al «terrorismo en todas sus manifestaciones» como eufemismo de la censura a las acciones defensivas de Israel- pretende englobar allí a cualquier cosa que los editores de la multioficialista Telesur vean como racismo. En segundo término, ya vemos como el racismo -que inicialmente refería a la discriminación contra los negros- es aquí ampliado a «grupos sociales específicos» producto de la «crisis financiera».

En mayo del 2002, Amnesty International emitió una «declaración pública» titulada Europa Occidental: Amnesty International y Human Rights Watch condenan los ataques contra judíos y árabes. Para ejemplificar las instancias de judeofobia, el comunicado indicó: «En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril. El 63 por ciento de ellos consistían en pintadas antisemitas. Entre el 1 de enero y el 2 de abril, se registraron 34 graves actos antisemitas (agresiones contra personas o ataques a propiedades judías, como sinagogas y cementerios). En marzo y abril, varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val d’Oise) y Estrasburgo, sufrieron destrozos, y la sinagoga de Marsella fue pasto de las llamas de un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba a alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas. En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con graves heridas. Según los informes, las víctimas de estas agresiones fueron principalmente judíos ortodoxos y hasídicos. En el ataque contra una sinagoga de Londres en abril, pintaron una esvástica en el atril. En Bélgica se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes en abril, y se acribilló a balazos la fachada de una sinagoga de Charleroi, en el sudoeste del país. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego…También en abril se produjeron ataques contra sinagogas de Berlín y Herford en Alemania Occidental. Ese mismo mes, según los informes una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves a consecuencia de la agresión de un grupo de personas en una calle comercial de Berlín tras salir de una sinagoga». Luego, a modo de evidencia que respaldase la existencia de hostilidad anti-árabe, el comunicado consignó: «En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un anciano vecino, belga, que, según los informes, hizo comentarios racistas».

Esta ausencia no sutil del sentido de la proporción nos permite entender, en parte, por qué la declaración del trío latinoamericano, la del dúo protector de los derechos humanos, y la del bloque islámico de Durban II, ven «islamofobia» por todas partes.

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Durban II: la infamia continúa – 17/12/08

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En abril del 2009, en Ginebra, veremos la secuela de la primera conferencia de las Naciones Unidas contra el racismo, la xenofobia y la discriminación racial, acaecida en Durban en el año 2001. En el cine, las segundas partes suelen ser malas. En el ámbito surrealista y perverso de la ONU, esta nueva reunión de alto nivel diplomático promete ser un desastre mayor.

En Durban I, árabes y musulmanes judeófobos unieron fuerzas para borrar a Israel del mapa del discurso moral contemporáneo. Ese “festival del odio” -como lo llamó Shimon Peres entonces- tuvo un fervor anti-judío y anti-israelí tan extremo que Estados Unidos optó por salirse del encuentro. La “Conferencia de Revisión de Durban”, como se denomina a ésta Durban II, es patrocinada por la Consejo de Derechos Humanos de la ONU con un presupuesto de más de cinco millones de dólares. El comité de veinte países-miembro encargado de los preparativos es presidido por la distinguida Libia. Entre sus vicepresidentes se encuentran emisarios de países tan magníficos como Irán, Pakistán, Rusia, Camerún, y Cuba; país que cuenta con dos enviados, uno a la vicepresidencia y otro al cuerpo de relatores. Será en reconocimiento a su prestigio en el campo de los derechos humanos, uno supone.

Tal como Durban I, la nueva ceremonia de la ONU ya ha hecho de Israel su obsesión central. Continuando con su política de reavivar “sionismo = racismo”, el borrador de la declaración afirma que la política israelí hacia los palestinos es -mejor siéntese- “una nueva forma de apartheid, un crimen contra la humanidad, una forma de genocidio y una amenaza seria a la paz y a la seguridad internacional”. El comité mantuvo una de sus reuniones más importantes el día de Iom Kippur para garantizar la no-participación de judíos e israelíes. Esta práctica es habitual en los varios foros de la ONU y muy especialmente en la CDH, la que, incidentalmente, entre 2001-2006 condenó al estado judío veintisiete veces. Un informe sobre antisemitismo del Departamento de Estado publicado el pasado mes de marzo, señala que ello fue más del doble de la cantidad de críticas realizadas por la CDH durante ese mismo período a Sudán, Burma y Corea del Norte combinadas.
 
Seguramente envalentonados por la experiencia gloriosa del 2001, los organizadores de Durbán II han ampliado el abanico de objetivos para este encuentro. Israel seguirá siendo blanco de sus ataques, pero ya no será el único foco de esta malicia desvariada. No menos inquietante resulta observar la dirección que Durbán II está tomando en relación a lo que el bloque islámico adora en llamar la “Islamofobia”; el supuesto sentimiento odioso contra el Islam y los musulmanes que albergan los occidentales. El borrador de la declaración sostiene que “Las más serias manifestaciones de difamación de las religiones son el aumento en Islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas alrededor del mundo”. El texto pide por la creación de “estándares normativos internacionalmente obligatorios…que puedan proveer garantías adecuadas contra la difamación de las religiones” (léase la religión islámica). “Si esto luce como censura”, opinó el Wall Street Journal, “es porque lo es”.

Detrás de esta presunta protección de las religiones, en rigor lo que busca la Organización de la Conferencia Islámica -el ente acuartelado en Arabia Saudita que reúne a los 57 países musulmanes del globo y gestador de esta iniciativa- es criminalizar toda crítica hacia el Islam y la Shaaría, tal como observó el comentarista israelí Isi Leibler. Si ellos se salen con la suya, entonces cualquier crítica hacia las prácticas bárbaras de la misma (lapidación de mujeres adúlteras, cortes de manos y/o pies para los ladrones, decapitación de blasfemos, apostatas y homosexuales) será punible. Como lo será cualquier crítica hacia las enseñanzas violentas de esa fe, desde la obliteración genital femenina hasta la justificación coránica del terrorismo suicida. Publicar una caricatura o producir una película percibidas como ofensivas por los musulmanes, quedará censurado. La lucha contra el terrorismo no ha escapado de la mira de la OCI. El borrador de la declaración exige que no se “discrimine” contra religión alguna, una evidente protesta acerca de las medidas defensivas contra potenciales terroristas suicidas, que en la absoluta (sino exclusiva) mayoría de los casos han surgido del mundo musulmán; ni que se “monitoreen y supervisen lugares de rezo, cultura y enseñanza del Islam”, precisamente los lugares usuales en que los terroristas prospectivos son reclutados.

Tanto la CDH como la Asamblea General de la ONU ya han adoptado formalmente resoluciones que piden por una condena penal a quienquiera que critique al Islam o a sus prácticas. El efecto acumulado de estas votaciones resultará en la creación de un falso consenso que verá a la inexistente “Islamofobia” como la peor forma de prejuicio contemporáneo. El término fue empleado por primera vez en mayo de 2005 por el Consejo de Europa bajo la presión del premier turco Recep Tayyip Erdogan, cuando condenó “todas las formas de intolerancia…incluyendo el anti-semitismo y la Islamofobia”. Al poco tiempo, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña aseveró que “El hecho es que la Islamofobia ha reemplazado al anti-semitismo”. El analista político alemán Matthias Küntzel expuso el absurdo: “Nadie quiere borrar a un país musulmán del mapa de la manera en que algunos amenazan hacer con el estado judío. Los centros y casas de rezos islámicos no necesitan protección policial permanente en Europa, a diferencia de los sitios judíos. Ninguna estación satelital llama al exterminio de musulmanes, mientras que la televisión de Hizbullah y Hamás, por ejemplo, emiten vía satélites árabes a los livingrooms europeos, [y] regularmente instan a la destrucción de los judíos; incluso en programas infantiles”. 

Canadá anunció en enero que no participará de este encuentro/patraña. Israel indicó otro tanto el mes pasado (inexplicablemente, diez meses después que Canadá). El Estados Unidos de Obama debiera decidir lo mismo, tal como toda nación que valore auténticamente la libertad. En cuanto a la ONU, si este es el modo en que combate al racismo, mejor ni imaginar como estarían las cosas si decidiera apoyarlo…

Originalmente publicado en Libertad Digital (España)

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Durban ii: la infamia continúa – 17/12/2008

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En abril del 2009, en Ginebra, veremos la secuela de la primera conferencia de las Naciones Unidas contra el racismo, la xenofobia y la discriminación racial, acaecida en Durban en el año 2001. En el cine, las segundas partes suelen ser malas. En el ámbito surrealista y perverso de la ONU, esta nueva reunión de alto nivel diplomático promete ser un desastre mayor.

En Durban I, árabes y musulmanes judeófobos unieron fuerzas para borrar a Israel del mapa del discurso moral contemporáneo. Ese festival del odio» -como lo llamó Shimon Peres entonces- tuvo un fervor anti-judío y anti-israelí tan extremo que Estados Unidos optó por salirse del encuentro. La «Conferencia de Revisión de Durban», como se denomina a ésta Durban II, es patrocinada por la Consejo de Derechos Humanos de la ONU con un presupuesto de más de cinco millones de dólares. El comité de veinte países-miembro encargado de los preparativos es presidido por la distinguida Libia. Entre sus vicepresidentes se encuentran emisarios de países tan magníficos como Irán, Pakistán, Rusia, Camerún, y Cuba; país que cuenta con dos enviados, uno a la vicepresidencia y otro al cuerpo de relatores. Será en reconocimiento a su prestigio en el campo de los derechos humanos, uno supone.

Tal como Durban I, la nueva ceremonia de la ONU ya ha hecho de Israel su obsesión central. Continuando con su política de reavivar «sionismo = racismo», el borrador de la declaración afirma que la política israelí hacia los palestinos es -mejor siéntese- «una nueva forma de apartheid, un crimen contra la humanidad, una forma de genocidio y una amenaza seria a la paz y a la seguridad internacional». El comité mantuvo una de sus reuniones más importantes el día de Iom Kippur para garantizar la no-participación de judíos e israelíes. Esta práctica es habitual en los varios foros de la ONU y muy especialmente en la CDH, la que, incidentalmente, entre 2001-2006 condenó al estado judío veintisiete veces. Un informe sobre antisemitismo del Departamento de Estado publicado el pasado mes de marzo, señala que ello fue más del doble de la cantidad de críticas realizadas por la CDH durante ese mismo período a Sudán, Burma y Corea del Norte combinadas.

Seguramente envalentonados por la experiencia gloriosa del 2001, los organizadores de Durbán II han ampliado el abanico de objetivos para este encuentro. Israel seguirá siendo blanco de sus ataques, pero ya no será el único foco de esta malicia desvariada. No menos inquietante resulta observar la dirección que Durbán II está tomando en relación a lo que el bloque islámico adora en llamar la «Islamofobia»; el supuesto sentimiento odioso contra el Islam y los musulmanes que albergan los occidentales. El borrador de la declaración sostiene que «Las más serias manifestaciones de difamación de las religiones son el aumento en Islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas alrededor del mundo». El texto pide por la creación de «estándares normativos internacionalmente obligatorios…que puedan proveer garantías adecuadas contra la difamación de las religiones» (léase la religión islámica). «Si esto luce como censura», opinó el Wall Street Journal, «es porque lo es».

Detrás de esta presunta protección de las religiones, en rigor lo que busca la Organización de la Conferencia Islámica -el ente acuartelado en Arabia Saudita que reúne a los 57 países musulmanes del globo y gestador de esta iniciativa- es criminalizar toda crítica hacia el Islam y la Shaaría, tal como observó el comentarista israelí Isi Leibler. Si ellos se salen con la suya, entonces cualquier crítica hacia las prácticas bárbaras de la misma (lapidación de mujeres adúlteras, cortes de manos y/o pies para los ladrones, decapitación de blasfemos, apostatas y homosexuales) será punible. Como lo será cualquier crítica hacia las enseñanzas violentas de esa fe, desde la obliteración genital femenina hasta la justificación coránica del terrorismo suicida. Publicar una caricatura o producir una película percibidas como ofensivas por los musulmanes, quedará censurado. La lucha contra el terrorismo no ha escapado de la mira de la OCI. El borrador de la declaración exige que no se «discrimine» contra religión alguna, una evidente protesta acerca de las medidas defensivas contra potenciales terroristas suicidas, que en la absoluta (sino exclusiva) mayoría de los casos han surgido del mundo musulmán; ni que se «monitoreen y supervisen lugares de rezo, cultura y enseñanza del Islam», precisamente los lugares usuales en que los terroristas prospectivos son reclutados.

Tanto la CDH como la Asamblea General de la ONU ya han adoptado formalmente resoluciones que piden por una condena penal a quienquiera que critique al Islam o a sus prácticas. El efecto acumulado de estas votaciones resultará en la creación de un falso consenso que verá a la inexistente «Islamofobia» como la peor forma de prejuicio contemporáneo. El término fue empleado por primera vez en mayo de 2005 por el Consejo de Europa bajo la presión del premier turco Recep Tayyip Erdogan, cuando condenó «todas las formas de intolerancia…incluyendo el anti-semitismo y la Islamofobia». Al poco tiempo, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña aseveró que «El hecho es que la Islamofobia ha reemplazado al anti-semitismo». El analista político alemán Matthias Küntzel expuso el absurdo: «Nadie quiere borrar a un país musulmán del mapa de la manera en que algunos amenazan hacer con el estado judío. Los centros y casas de rezos islámicos no necesitan protección policial permanente en Europa, a diferencia de los sitios judíos. Ninguna estación satelital llama al exterminio de musulmanes, mientras que la televisión de Hizbullah y Hamás, por ejemplo, emiten vía satélites árabes a los livingrooms europeos, [y] regularmente instan a la destrucción de los judíos; incluso en programas infantiles».

Canadá anunció en enero que no participará de este encuentro/patraña. Israel indicó otro tanto el mes pasado (inexplicablemente, diez meses después que Canadá). El Estados Unidos de Obama debiera decidir lo mismo, tal como toda nación que valore auténticamente la libertad. En cuanto a la ONU, si este es el modo en que combate al racismo, mejor ni imaginar como estarían las cosas si decidiera apoyarlo…

Originalmente publicado en Libertad Digital (España)

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Durban II: La infamia continúa – 15/12/08

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El próximo abril, en Ginebra, tendrá lugar la secuela de la conferencia contra el racismo, la xenofobia y la discriminación racial que celebró la ONU en Durban en el año 2001. En el cine, las segundas partes suelen ser malas. En el ámbito surrealista y perverso de las Naciones Unidas, esta nueva reunión de alto nivel diplomático promete ser un desastre mayor.

En Durban, árabes y musulmanes judeófobos unieron fuerzas para borrar a Israel del mapa del discurso moral contemporáneo. Ese «festival del odio», como lo denominó Shimon Peres, tuvo un fervor anti-judío y anti-israelí tan extremo que Estados Unidos optó por abandonarlo. La «Conferencia de Revisión de Durban», o sea, Durban II, será patrocinada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y tendrá un presupuesto de más de cinco millones de dólares. El comité encargado de los preparativos, del que toman parte veinte países, está presidido por la distinguida Libia. Entre sus vicepresidentes se encuentran emisarios de regímenes tan magníficos como los que gobiernan Irán, Pakistán, Rusia, Camerún y Cuba. La Isla, por cierto, tiene dos representantes: uno en la vicepresidencia y otro en el cuerpo de relatores. Será en reconocimiento a su prestigio en el campo de los derechos humanos, supone uno.

Tal como en Durban I, la nueva ceremonia de la ONU ha hecho de Israel su obsesión central. Tal como en Durban I, se equipara el sionismo con el racismo: así, en el borrador de declaración se afirma que la política israelí hacia los palestinos es –mejor siéntese– «una nueva forma de apartheid, un crimen contra la humanidad, una forma de genocidio y una amenaza seria a la paz y a la seguridad internacional». El comité mantuvo una de sus reuniones más importantes el día de Iom Kippur, para garantizar la no participación de judíos e israelíes. Esta práctica es habitual en los foros de la ONU, y muy especialmente en la CDH, que, dicho sea de paso, entre 2001 y 2006 condenó al Estado judío veintisiete veces. Un informe sobre antisemitismo del Departamento de Estado publicado el pasado mes de marzo señala que las críticas de la CDH a Israel duplican a la suma de las críticas vertidas por dicho organismo contra Sudán, Birmania y Corea del Norte.

Seguramente envalentonados por la experiencia gloriosa de 2001, los organizadores de Durban II han ampliado el abanico de objetivos para este encuentro. Como hemos visto, Israel seguirá siendo blanco de sus ataques, pero ya no será el único foco de esta malicia desvariada. No menos inquietante resulta observar la dirección que Durban II está tomando en relación a lo que el bloque islámico gusta de llamar «islamofobia»: el supuesto odio que albergan los occidentales contra el Islam y los musulmanes. El borrador de declaración sostiene que «las más graves muestras de difamación de las religiones son el aumento de la islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas en todo el mundo», y pide que se fijen «patrones normativos internacionalmente obligatorios (…) que provean garantías adecuadas contra la difamación de las religiones» (léase la religión islámica). «Si esto luce como censura», opinó el Wall Street Journal, «es porque lo es».

So capa de esta presunta protección de las religiones, lo que busca el promotor de esta iniciativa, la Organización de la Conferencia Islámica, que agrupa a los 57 países musulmanes y tiene su sede en Arabia Saudita, es criminalizar toda crítica hacia el Islam y la sharia, tal como ha observado el comentarista israelí Isi Leibler. Si ellos se salen con la suya, entonces cualquier crítica hacia prácticas bárbaras como la lapidación de mujeres adúlteras, la amputación de manos o pies a ladrones o la decapitación de blasfemos, apóstatas y homosexuales será punible. Como lo será cualquier crítica hacia las enseñanzas violentas de esa fe, desde la obliteración genital femenina hasta la justificación del terrorismo suicida. La censura se cernirá sobre cualquier caricatura o película que los musulmanes consideren ofensivas.

La lucha contra el terrorismo no ha escapado de la mira de la OCI. El borrador de la declaración exige que no se «discrimine» a religión alguna, en lo que representa una clara denuncia de las medidas adoptadas contra potenciales terroristas suicidas, que en la gran mayoría de los casos proceden del mundo musulmán; y que no se «monitoreen y supervisen lugares de rezo, cultura y enseñanza del Islam», precisamente los lugares en que suele recultarse a los terroristas.

Tanto la CDH como la Asamblea General de la ONU han adoptado resoluciones que demandan la condena penal de quienquiera critique el Islam o sus prácticas. El efecto acumulado de estas votaciones resultará en la creación de un falso consenso que verá en la inexistente «islamofobia» la peor forma contemporánea de prejuicio. El término fue empleado por primera vez en mayo de 2005 por el Consejo de Europa, bajo la presión del premier turco, Recep Tayyip Erdogan, cuando condenó «todas las formas de intolerancia (…) incluyendo el anti-semitismo y la islamofobia». Al poco tiempo, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña aseveró: «El hecho es que la islamofobia ha reemplazado al anti-semitismo». El analista político alemán Matthias Küntzel expuso el absurdo:
Nadie quiere borrar un país musulmán del mapa, como amenazan algunos hacer con el Estado judío. Los centros y casas de oración islámicos no necesitan protección policial permanente en Europa, a diferencia de los centros judíos. Ninguna estación satelital llama al exterminio de los musulmanes, mientras que las televisiones de Hezbolá y Hamás, por ejemplo, (…) instan regularmente a la aniquilación de los judíos; incluso en programas infantiles.
Canadá anunció, ya en enero, que no participará en este encuentro-patraña. Israel hizo otro tanto el mes pasado (inexplicablemente, diez meses más tarde que Canadá). Los Estados Unidos de Obama deberían decidir lo mismo, tal como toda nación que valore auténticamente la libertad. En cuanto a la ONU, si éste es el modo en que combate el racismo, mejor no imaginar cómo estarían las cosas si decidiera apoyarlo…

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El medio oriente en el 2009 – 03/12/08

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Durante la campaña electoral que llevó finalmente a los Demócratas al poder en Estados Unidos, el candidato a la vicepresidencia Joe Biden dijo: Marquen mis palabras. No pasarán seis meses antes de que el mundo testee a Barack Obama…Les aseguro que eso sucederá». Él tenía razón, pues la debilidad percibida invita a la agresión. Aún cuando no hemos visto todavía el temple de Obama en tiempos de crisis, con sólo dar una mirada panorámica a algunas de las amenazas que asoman en el horizonte del Medio Oriente, se obtiene sobrado sustento para tal evaluación. Israel.

El nuevo presidente norteamericano asumirá sus funciones el 20 de enero próximo. Menos de tres semanas más tarde habrá elecciones en Israel. Al momento, la competencia está dada entre la actual primer ministro y titular del oficialista Kadima, Tzipi Livni, y el líder de la oposición Binyamín Netanyahu. Por primera vez en la historia electoral de Israel desde que ambos partidos existen, el Laborismo no será el principal contrincante del Likud. Tal como algunos comentaristas han señalado, Livni seguramente se presentará como la política mejor posicionada para capitalizar el cambio habido en Washington al sugerir que Kadima tendrá mejores chances de lidiar armoniosamente con el Partido Demócrata que el Likud, cuyo jefe ha tenido roces en el pasado con la Administración Clinton por temas relativos al proceso de paz con los palestinos. Por su parte Netanyahu recordará a la nación que él ya fue primer ministro y ministro de relaciones exteriores, y que en tal capacidad supo mantener buenas relaciones con Washington a pesar de las diferencias, así como ministro de economía, lo que le da capital político extra en el marco de una crisis financiera global. Alejado del gobierno durante los años en los que Israel no logró derrotar completamente al Hizbullah durante la guerra del 2006 y en los que Hamas tomó violentamente el poder en la Franja de Gaza en 2007, y en un contexto de crecientes desafíos a la seguridad -e incluso a la existencia- del estado, el Likud podría emerger como un partido confiable en temas de seguridad. Al mismo tiempo, pocos habían anticipado que Kadima sobreviviría a su fundador Ariel Sharon, a los escándalos de corrupción de su líder Ehud Olmert, y a las confrontaciones bélicas con Hamas y Hizbullah. La palabra final a propósito de estas elecciones nacionales la sabremos recién en febrero.

Gaza y Cisjordania.

Once días antes de que Obama asuma la presidencia, expirará el mandato del presidente de la Autoridad Palestina (AP) Mahmoud Abbas. Éste ha dicho que permanecerá en ejercicio por al menos otro año más, apoyándose en una enmienda de la ley electoral local. Hamas sostiene que según la ley básica, el vocero del parlamento debiera reemplazar a Abbas a partir del 9 de enero. Resta por ver como se resolverá este diferendo; si mediante negociaciones pacíficas o a través de choques violentos. La AP está dividida en dos partes: Cisjordania en manos de Fatah, y Gaza bajo control del Hamas. Estas agrupaciones llevan al menos dos décadas luchando por el control político e ideológico del nacionalismo palestino. La política israelí a partir de 1992 en adelante ha favorecido la creación de un estado palestino independiente. Aún cuando su territorio era gobernado por una sola entidad unificada bajo el liderazgo emblemático de Yasser Arafat, y sin injerencias de Irán en el asunto, este objetivo no pudo ser alcanzado. Ahora, con Irán entrometido, el fundamentalismo islámico controlando la Franja de Gaza, a su vez provocando militarmente a Israel y amenazando la estabilidad interna de la AP, las posibilidades de alcanzarlo el año entrante lucen pobres. Hamás todavía no aceptó las tres condiciones para ser aceptado como un socio -reconocer a Israel, respetar acuerdos preexistentes, renunciar al terror- y es muy poco probable que lo vaya a hacer en el futuro. La agrupación extremista ya quebró el cese de fuego con Israel, y el récord de Fatah relativo a la contención del terrorismo de Hamas ha sido hasta el momento lamentable. Así las cosas, nada sugiere que el 2009 será un año tranquilo en las zonas palestinas; sea en la arena doméstica o en la relación con el estado judío.

Hizbullah.

Antes del conflicto último con Israel en 2006, esta agrupación chiíta disponía de trece mil cohetes; hoy posee más de treinta mil. Entonces lo más lejos que podía llegar con sus cohetes era a Hadera; hoy éstos pueden llegar al Negev (incluyendo al reactor atómico en Dimona). En términos reales, controla la zona sur del Líbano. Tiene poder de veto en las decisiones del gabinete libanés y su influencia seguirá creciendo. Ha recibido el título oficial de Liberador de las Granjas Sheba y las aldeas chiítas de la Galilea, y ha acusado a Israel de estar detrás del asesinato del architerrorista Imad Mugniyeh en febrero de 2008, de quién juró vengarse. Según el general Amos Gilad, Director de la Oficina Político/Militar del Ministerio de Defensa, Hizbullah ha transformado al Líbano en una república bananera en la que su presidente (un general y ex comandante del ejército) no sabe cuándo su país se verá enredado en una nueva guerra con Israel. Quien decidirá ello, tal como la última vez, será Hassan Nasrallah, que está al servicio de sus patrones en Teherán. Una futura provocación militar del Hizbullah con toda probabilidad motivará una respuesta israelí mucho más contundente que la anterior, y esta vez la infraestructura oficial libanesa será considerada un legítimo objetivo militar. Con Hizbullah en el gobierno, una nueva guerra sería por definición interestatal.

Siria e Irán.

Los pertrechos militares iraníes llegan a manos del Hizbullah a través de Siria. La distribución desde Irán no es clandestina; arriban al aeropuerto de Damasco. Siria alberga en su suelo a un puñado de grupos terroristas, apoya a jihaditas de Al-Qaeda en Irak, y ha procurado desarrollar secretamente una instalación nuclear (destruida por la fuerza aérea israelí a finales de 2007). En esta coyuntura, las tratativas indirectas entre Siria e Israel en Turquía no llegarán a buen puerto. Siria reclama los Altos del Golán como requisito para otorgar la paz, pero difícilmente Israel pueda ceder un terreno que podría ser usado como plataforma de ataque a una entidad de semejante reputación. Por su parte, Irán continúa desarrollando su programa nuclear y, a menos que sea detenido, no lo abandonará. Conforme ha sido informado por la prensa internacional en noviembre, ya posee material suficiente para construir una bomba nuclear; sólo permanece la incógnita acerca de su nivel de know-how científico. Un Irán nuclear alteraría sustancialmente el ambiente de seguridad regional, precipitaría una carrera armamentista nuclear, y sumergiría al Medio Oriente en una era de gran inestabilidad. Para la región y el mundo, Irán representa una amenaza estratégica pero para Israel significa una amenaza existencial. De una constelación de casi doscientas naciones existentes, solamente el estado judío fue nombrado explícitamente como objetivo anhelado para la obliteración. Jerusalem sabe ello y el año entrante podría resultar definitorio de persistir la irresponsable indiferencia global.

No necesariamente estos escenarios posibles se materialicen el año entrante, sea de modo parcial o total, aislado o simultáneo. Pero la probabilidad de ocurrencia no es baja. Si imperase el realismo, la sabiduría, y la racionalidad en las nuevas administraciones en Washington y Jerusalem -así como en otras capitales- seguramente estos desafíos serán acotados o, mejor aún, finalmente superados.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

La diplomacia epistolar de Irán – 24/11/08

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La victoria electoral de Barack Hussein Obama ha encantado a individuos, grupos y naciones. En Estados Unidos, negros, judíos y gays le dieron, cada uno, más del 70% de sus votos. En Kenia, su familia a la distancia posó para la prensa internacional en una reunión de alegría. En Israel, una tribu beduina adujo estar familiarmente vinculada al presidente electo. Incluso en Teherán hubo quien se mostró en público portando calcomanías de Obama sobre sus ropas.

Casi al momento de conocerse el resultado de las presidenciales norteamericanas, Mahmud Ahmadineyad envió una carta a Barack Obama. A diferencia de la larga carta que escribió a George W. Bush en mayo del 2006 (en la que mencionó a Jesús nueve veces y a Dios otras once, para terminar invitando a su corresponsal a servir a Alá), esta vez el presidente iraní menciona a Dios y a los profetas con contención y se abstiene de hacer proselitismo. No obstante, es muy probable que le rondaran consideraciones de orden teológico a la hora de redactarla.

Tal como el comentarista político iraní expatriado Amir Taheri ha señalado, en el siglo VII Alí ibn Abi Talib predijo que un hombre «negro [y] alto» al mando del «más grande ejército sobre la tierra» tomaría el poder en Occidente y portaría una «clara señal» del Tercer Imán, Hussein. En su profecía, Alí dijo de este personaje: «Los chiitas no deberían tener duda alguna de que está con nosotros». Daniel Pipes ha observado que, en árabe, «Barack Hussein» significa «la bendición de Hussein». Y Obama, en farsi, vale por «[él] está con nosotros». Así las cosas, el establishment clerical iraní podría pensar que este tipo de profecías podrían cumplirse con el ascenso de Obama al poder.

Si aquí está la razón del nuevo ejercicio epistolar iraní, es algo que está más allá de nuestro alcance determinar. Lo políticamente relevante es la existencia y el contenido de la carta, y las reacciones que ha suscitado.

Se trata de la segunda comunicación formal que Teherán cursa a Washington en 29 años. La carta, petulante, sermonea al próximo inquilino de la Casa Blanca: «La gente espera una respuesta clara e inmediata a la presión para el cambio fundamental en las políticas del Gobierno norteamericano (…) ése debiera ser el objetivo y la base de todos los programas y quehaceres de su Gobierno». Asimismo, le prescribe las áreas que habrán de ser objeto de su atención, desde la energía y el «servicio al pueblo» hasta la crisis económica y «imagen del país», pasando por la «erradicación de la pobreza y la discriminación» y el «respeto por los individuos, su seguridad y sus derechos».

En lo que puede interpretarse como una referencia a la cuestión nuclear, Ahmadineyad escribe: «Las naciones del mundo esperan un fin a las políticas basadas en la belicosidad, la invasión, el patoterismo, la chicana, la humillación de otros países por medio de la imposición de exigencias injustas y tendenciosas». Y atribuye a terceras partes lo que en realidad es un anhelo propio: «Quieren que el Gobierno norteamericano mantenga sus intervenciones dentro de los límites de sus propias fronteras». En una evidente alusión a los judíos norteamericanos, a los que sin embargo no menciona explícitamente, dice: «Espero que Ud. elija velar por los auténticos intereses del pueblo, la justicia y la equidad por sobre el apetito insaciable de la minoría egoísta». Por lo que hace a Israel, que acaba de cumplir su sexagésimo aniversario, afirma que en el Medio Oriente hay una «expectativa» de que las «acciones injustas» de los últimos «sesenta años» den lugar a una política que «estimule» los «derechos plenos» de todas las naciones, especialmente los de «las naciones oprimidas de Palestina, Irak y Afganistán». Después de ensalzar a su país como «gran constructor de civilización y buscador de justicia», Ahmadineyad concluye invocando a Dios y a los sagrados profetas y predicando «amor y afabilidad».

La carta iraní obligó a Obama a abordar la relación con Teherán durante su primera conferencia de prensa como presidente electo. En ella, el sucesor de Bush dijo que repasaría el texto de la misiva y que la respondería de la manera más apropiada. Asimismo, advirtió que el apoyo iraní al terrorismo debía cesar y aseguró que el desarrollo de armas nucleares por parte del régimen de los ayatolás era inaceptable. Todo esto motivó que el vocero del Parlamento iraní, y ex negociador en materia de asuntos nucleares, Alí Larijani, afirmara que Obama no se movía «en la dirección adecuada». Por su parte, el parlamentario conservador Ahmad Tavakoli aseguró que las «respuestas arrogantes» del norteamericano no servían a la dignidad del país.

La inoportuna misiva de Ahmadineyad, enviada el mismo día de la victoria de Obama, nos recuerda cuán inevitable será para la Administración demócrata lidiar con este espinoso asunto. El affaire ha motivado un debate entre los expertos. Robert Satloff ha observado que Washington mantiene cinco mega-relaciones en la región –con Israel, Egipto, Arabia Saudita, Turquía e Irak– interconectadas por la cuestión iraní, y afirma: «Resulta esencial una pronta definición de la política hacia Iránl». Por su parte, Patrick Clawson cree que Washington tratará con Teherán al menos para descomprimir la noción de que la ausencia de progreso se debe a la reticencia norteamericana a dialogar con la república islámica. Al mismo tiempo, advierte de que un acercamiento a Teherán reforzará la imagen de los duros ante la opinión pública iraní, cuando las presidenciales de junio están a la vuelta de la esquina, y generará intranquilidad tanto en los países del Golfo Pérsico como, obviamente, en Jerusalem. En cuanto a David Makovsky, sugiere que, aun si fracasaran unas tratativas con Irán, ello legitimaría el recurso a otras opciones.

En todo caso, Barack Obama tiene un amplio margen de acción. Su campaña se centró en la esperanza y el cambio. Como se ha comentado, Obama, por carecer de pasado, prometió el futuro. Para los estadounidenses, el cambio hacía referencia a la situación en Irak, el año pasado, y a la crisis financiera, en este 2008. En 2009, cambio podría significar cualquier otra cosa. Así las cosas, el nuevo presidente tendrá espacio para elegir a qué áreas aplicar el famoso cambio y a cuáles no.

Una buena política de Obama consistiría en mantener la decisión de no dialogar con Teherán, reforzar las hasta el momento débiles sanciones diplomáticas y respaldar las mismas con la amenaza críeble del uso de la fuerza en caso de que los ayatolás no cooperaran.

Cuando la república islámica haya cambiado de modales, Obama podrá enviar a Teherán una carta de agradecimiento.

Originalmente publicado en Comunidades

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

La diplomacia epistolar de Irán – 19/11/08

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La victoria electoral de Barak Hussein Obama ha encantado a individuos, grupos y naciones. En Estados Unidos, negros, judíos, y gays le dieron cada uno más del 70% de sus votos. En Kenia, su familia a la distancia posó para la prensa internacional en una reunión de alegría. En Israel, una tribu beduina adujo estar familiarmente vinculada al presidente electo. Incluso en Teherán hombres se mostraron en público portando calcomanías de Obama sobre sus ropas.

Políticamente, una de las manifestaciones más interesantes emanó de allí mismo; del palacio presidencial. Casi inmediatamente luego del resultado electoral, Mahmoud Ahmadinejad envió una carta a Barack Obama. A diferencia de la larga carta enviada a George W. Bush en mayo del 2006 (en la que mencionó a Jesús nueve veces y a Dios once veces para terminar invitando al presidente estadounidense a servir a Allah), la misiva menciona a Dios y a los profetas de manera mucho más moderada y se abstiene de hacer proselitismo. No obstante, es muy probable que consideraciones teológicas hayan estado presentes en la mente del presidente khomeinista al escribirla. Tal como el comentarista político iraní expatriado Amir Taheri ha señalado, en el siglo VII Alí ibn Abi-Talib predijo que un hombre negro alto» al mando «del más grande ejército en la tierra» tomaría el poder «en Occidente» y traería una «clara señal» del Tercer Imán, Hussein. En su profecía, Alí dijo de este personaje: «los chiítas no deberían tener duda alguna que él está con nosotros». Daniel Pipes ha observado que en árabe, Barack Hussein significa «la bendición de Hussein». En farsi, Obama significa «él está con nosotros». Así, las profecías en las que cree el establishment clerical iraní podrían -en la óptica de éstos- ver su realización inminente en el ascenso de Barack Obama al poder.

Si ella ha sido la razón del nuevo ejercicio epistolar iraní está más allá de nuestro alcance a determinar. Lo políticamente relevante es la existencia de la carta, el contenido de la misma, y la reacción que ella produjo. Ella representa la segunda comunicación escrita formal iniciada por Teherán hacia Washington en los últimos 29 años. La carta tiene un tono petulante en la que sermonea al gobierno de EE.UU.: «La gente espera una respuesta clara e inmediata a la presión para el cambio fundamental en las políticas del gobierno norteamericano, tanto internas como externas…ese debiera ser el objetivo y base de todos los futuros programas y acciones de su gobierno». Le prescribe las áreas que deberá atender, desde «energía» hasta «servir al pueblo», desde la «crisis económica» hasta la «imagen del país», desde «erradicar la pobreza y la discriminación» hasta «renovar el respeto por los individuos, su seguridad y sus derechos». En lo que puede interpretarse como una referencia a la cuestión nuclear, sostiene que «las naciones del mundo esperan un fin a las políticas basadas en la belicosidad, invasión, patoterismo, chicana, la humillación de otros países por medio de la imposición de exigencias injustas y tendenciosas». Le atribuye a terceras partes lo que en realidad es un anhelo iraní, al decir «ellas quieren que el gobierno norteamericano mantenga sus intervenciones dentro de las fronteras de su propio país». En una evidente referencia a los judíos norteamericanos, sin nombrarlos explícitamente, dice «Espero que Ud. elegirá honrar los reales intereses del pueblo y la justicia y la equidad por sobre el apetito insaciable de la minoría egoísta». En una alusión a Israel, que acaba de marcar su sesenta aniversario, menciona que en el Medio Oriente hay una «expectativa de que las acciones injustas de los últimos 60 años darán lugar a una política que estimule los derechos plenos a todas las naciones, especialmente a las naciones oprimidas de Palestina, Irak y Afganistán». Después de auto-congratular a su país como «la nación de Irán gran constructora de la civilización y buscadora de la justicia», la epístola termina invocando a Dios y a los sagrados profetas y predicando «amor y amabilidad» entre otros clisés.

Esta carta obligó al presidente-electo a abordar la relación con Irán en su primera conferencia de prensa post-electoral. En ella, Obama dijo que revisaría el texto y respondería apropiadamente. También dijo que el apoyo iraní a agrupaciones terroristas debía cesar y que el desarrollo de armas nucleares era inaceptable. Esto motivó que el vocero del Parlamento iraní, Alí Larijani, a la vez ex negociador de asuntos nucleares con Occidente, tildara a la respuesta de «no moverse en la dirección correcta». Ahmad Tavakoli, parlamentario conservador aseguró que las «respuestas arrogantes» de Obama no servían a la dignidad del país.

La inoportuna misiva de Ahmadinejad enviada a Obama el mismo día de su victoria nos recuerda cuan inevitable será para la próxima administración demócrata lidiar con este espinoso asunto. El affair motivó un debate en la comunidad de expertos. Robert Satloff ha observado que Washington posee cinco mega-relaciones con socios en la región -Israel, Egipto, Arabia Saudita, Turquía e Irak- interconectadas por la cuestión iraní. «Una pronta definición de una política hacia Irán es esencial», opina. Patrick Clawson cree que Washington tratará con Teherán al menos para descomprimir la noción de que la ausencia de progreso se debe a la reticencia norteamericana a dialogar con la república islámica. Al mismo tiempo, él advierte que un acercamiento a Irán reforzará la imagen de los «duros» ante la opinión pública iraní a meses de las elecciones presidenciales de junio próximo, además de generar intranquilidad en los países del Golfo Pérsico y obviamente en Jerusalém. David Makovsky sugiere que aún si tratativas con Irán fracasaran, ello legitimaría el recurso a otras opciones. En todo caso, Barack Obama tiene un amplio margen de acción. Su campaña se centró en la esperanza y el cambio. Como ha sido observado, al carecer de un pasado, él prometió un futuro. Para los estadounidenses, el «cambio» se refirió a la situación en Irak, el año pasado, y a la crisis financiera, éste. El año entrante podría significar cualquier otra cosa. De este modo, el nuevo presidente tendrá espacio para elegir a qué áreas aplicar el cambio y a cuales no a partir de enero.

En torno a los aciertos y errores de la administración Bush respecto a Irán, una buena política de Obama consistiría en mantener la decisión de no dialogar con Teherán, reforzar las hasta el momento débiles sanciones diplomáticas, y respaldarlas con la amenaza del uso creíble de la fuerza ante la no-cooperación de ese país. Si y cuando la república islámica haya cambiado sus modales, Obama podrá enviarle a Teherán una carta de agradecimiento.