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Marx y el islam – 04/03/2009

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Si los izquierdistas pro-islamistas de Occidente que solemos encontrar en las manifestaciones contrarias a Israel y a Estados Unidos se molestaran en leer más cuidadosamente a Karl Marx, podrían llevarse una sorpresa ingrata.

En tiempos de la Guerra de Crimea (1853-1856), el pensador alemán abordó en sus escritos la cuestión oriental» con una franqueza tal que provocaría escozor a los políticamente correctos progresistas actuales. Escribió Marx: «El Corán y la legislación musulmana que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los varios pueblos a la distinción convenientemente simple de dos naciones y de dos países; el Fiel y el Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe la nación de los Infieles, postulando un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no-creyente». Esta completamente acertada observación marxista acerca de la religión mahometana sería a su vez confirmada a principios del siglo XX por Hanafi Muzzafar, un volga tártaro quién dijo: «El pueblo musulmán se unirá al comunismo; como el comunismo, el Islam rechaza al nacionalismo estrecho». Este repudio al nacionalismo se sostenía en una premisa sencilla. Según este musulmán socialista, «El Islam es internacional y reconoce sólo la hermandad y la unidad de todas las naciones bajo la pancarta del Islam». Esto provenía de un socialista, no de un fundamentalista religioso.

Tan convencido estaba Marx de la xenofobia presente en el Islam que llegó incluso a escribir apologéticamente respecto del colonialismo occidental: «En tanto que el Corán trata a todos los foráneos como enemigos, nadie se atreverá a presentarse en un país musulmán sin haber tomado precauciones. Los primeros mercaderes europeos, por ende, que arriesgaron las chances del comercio con semejante gente, se esforzaron en asegurarse un tratamiento excepcional y privilegios originalmente personales, pero posteriormente extendidos a toda su nación. He aquí el origen de la capitulaciones». Marx entendía que el laicismo debía imperar para que la revolución tuviera alguna posibilidad de darse en esas tierras lejanas: «…si se pudiese abolir su sometimiento al Corán por medio de la emancipación civil, se cancelaría, al mismo tiempo, su sometimiento al clero, y se provocaría una revolución en sus relaciones sociales, políticas, y religiosas…». Al mismo tiempo, él no tenía demasiadas esperanzas en el espíritu proletario de las masas musulmanas: «Ciertamente habrá, tarde o temprano, una necesidad absoluta de liberar una de las mejores partes de este continente del gobierno de la turba, con la que comparada el populacho de la Roma Imperial era una reunión de sabios y héroes». Por su parte, Friedrich Engels no parecía tener mayor respeto por las instituciones públicas de los musulmanes. En una carta enviada a Marx, escribió: «El gobierno en el Este siempre ha tenido solamente tres departamentos: Finanzas (p/ej. robar a los habitantes del país), Guerra (p/ej. robar a los ciudadanos del país y de otros países), y Obras Públicas (preocupación por la ´reproducción´)».

Claramente, el sentimiento comunista encendió el interés de un sector de la intelectualidad islámica. Mir-Said Sultán-Galiev, titular de la sección musulmana del Partido Comunista ruso y protegido de Stalin en la Comisaría de Nacionalidades, opinó en 1918: «Todos los pueblos musulmanes colonizados son pueblos proletarios y como casi todas las clases en la sociedad musulmana han sido oprimidas por los colonialistas, todas las clases tienen el derecho de ser llamadas ´proletarias´». Sultán-Galiev murió cinco años después, víctima de una purga estalinista. Pero a diferencia de sus camaradas en Europa, las masas islámicas del Medio Oriente permanecieron en general indiferentes al llamado de los comunistas. El eminente historiador Walter Laqueur (de quién he tomado las citas de Marx y Engels) ha trazado un panorama de la situación en su tratado Communism and Nationalism in the Middle East. Durante los años cincuenta, por ejemplo, en plena Guerra Fría Austria podía sentirse orgullosa de tener más comunistas en su tierra que los que había en todo el Medio Oriente combinado. En Holanda había veinte veces más comunistas que los que había en Sudán, quince veces más que los que había en Jordania, y diez veces más que los que había en Turquía. Todos los partidos comunistas de Egipto, Siria, El Líbano, e Irak juntos apenas lograban igualar o levemente superar el número de comunistas en Bélgica. Estos guarismos son especialmente elocuentes a la luz de que dejamos fuera de la comparación a Francia y a Italia, países donde el movimiento comunista mostró su mayor fortaleza.

Los izquierdistas radicales que hoy adornan las manifestaciones musulmanas en las capitales de Occidente podrán estar siguiendo el lema de Molotov «Todos los caminos conducen al comunismo», pero sus camaradas ocasionales en la lucha contra el orden establecido tienen otras metas en mente. Ellos no luchan por un mundo más igualitario, sino por un mundo más islámico. Por extraño que esto parezca a los pseudo-progresistas modernos, para el fundador del comunismo ésta era una verdad evidente.

Originalmente publicado en Libertad Digital (España)

Libertad Digital, Libertad Digital - 2009

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Marx y el Islam – 25/02/09

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Si los izquierdistas pro-islamistas de Occidente que solemos encontrar en las manifestaciones contrarias a Israel y a Estados Unidos se molestaran en leer más cuidadosamente a Karl Marx, podrían llevarse una sorpresa ingrata.

En tiempos de la Guerra de Crimea (1853-1856), el pensador alemán abordó en sus escritos la “cuestión oriental” con una franqueza tal que provocaría escozor a los políticamente correctos progresistas actuales. Escribió Marx: “El Corán y la legislación musulmana que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los varios pueblos a la distinción convenientemente simple de dos naciones y de dos países; el Fiel y el Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe la nación de los Infieles, postulando un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no-creyente”. Esta completamente acertada observación marxista acerca de la religión mahometana sería a su vez confirmada a principios del siglo XX por Hanafi Muzzafar, un volga tártaro quién dijo: “El pueblo musulmán se unirá al comunismo; como el comunismo, el Islam rechaza al nacionalismo estrecho”. Este repudio al nacionalismo se sostenía en una premisa sencilla. Según este musulmán socialista, “El Islam es internacional y reconoce sólo la hermandad y la unidad de todas las naciones bajo la pancarta del Islam”. Esto provenía de un socialista, no de un fundamentalista religioso.

Tan convencido estaba Marx de la xenofobia presente en el Islam que llegó incluso a escribir apologéticamente respecto del colonialismo occidental: “En tanto que el Corán trata a todos los foráneos como enemigos, nadie se atreverá a presentarse en un país musulmán sin haber tomado precauciones. Los primeros mercaderes europeos, por ende, que arriesgaron las chances del comercio con semejante gente, se esforzaron en asegurarse un tratamiento excepcional y privilegios originalmente personales, pero posteriormente extendidos a toda su nación. He aquí el origen de la capitulaciones”. Marx entendía que el laicismo debía imperar para que la revolución tuviera alguna posibilidad de darse en esas tierras lejanas: “…si se pudiese abolir su sometimiento al Corán por medio de la emancipación civil, se cancelaría, al mismo tiempo, su sometimiento al clero, y se provocaría una revolución en sus relaciones sociales, políticas, y religiosas…”. Al mismo tiempo, él no tenía demasiadas esperanzas en el espíritu proletario de las masas musulmanas: “Ciertamente habrá, tarde o temprano, una necesidad absoluta de liberar una de las mejores partes de este continente del gobierno de la turba, con la que comparada el populacho de la Roma Imperial era una reunión de sabios y héroes”. Por su parte, Friedrich Engels no parecía tener mayor respeto por las instituciones públicas de los musulmanes. En una carta enviada a Marx, escribió: “El gobierno en el Este siempre ha tenido solamente tres departamentos: Finanzas (p/ej. robar a los habitantes del país), Guerra (p/ej. robar a los ciudadanos del país y de otros países), y Obras Públicas (preocupación por la ´reproducción´)”.

Claramente, el sentimiento comunista encendió el interés de un sector de la intelectualidad islámica. Mir-Said Sultán-Galiev, titular de la sección musulmana del Partido Comunista ruso y protegido de Stalin en la Comisaría de Nacionalidades, opinó en 1918: “Todos los pueblos musulmanes colonizados son pueblos proletarios y como casi todas las clases en la sociedad musulmana han sido oprimidas por los colonialistas, todas las clases tienen el derecho de ser llamadas ´proletarias´”. Sultán-Galiev murió cinco años después, víctima de una purga estalinista. Pero a diferencia de sus camaradas en Europa, las masas islámicas del Medio Oriente permanecieron en general indiferentes al llamado de los comunistas. El eminente historiador Walter Laqueur (de quién he tomado las citas de Marx y Engels) ha trazado un panorama de la situación en su tratado Communism and Nationalism in the Middle East. Durante los años cincuenta, por ejemplo, en plena Guerra Fría Austria podía sentirse orgullosa de tener más comunistas en su tierra que los que había en todo el Medio Oriente combinado. En Holanda había veinte veces más comunistas que los que había en Sudán, quince veces más que los que había en Jordania, y diez veces más que los que había en Turquía. Todos los partidos comunistas de Egipto, Siria, El Líbano, e Irak juntos apenas lograban igualar o levemente superar el número de comunistas en Bélgica. Estos guarismos son especialmente elocuentes a la luz de que dejamos fuera de la comparación a Francia y a Italia, países donde el movimiento comunista mostró su mayor fortaleza.

Los izquierdistas radicales que hoy adornan las manifestaciones musulmanas en las capitales de Occidente podrán estar siguiendo el lema de Molotov “Todos los caminos conducen al comunismo”, pero sus camaradas ocasionales en la lucha contra el orden establecido tienen otras metas en mente. Ellos no luchan por un mundo más igualitario, sino por un mundo más islámico. Por extraño que esto parezca a los pseudo-progresistas modernos, para el fundador del comunismo ésta era una verdad evidente.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2009

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Bravo, Angela – 05/02/09

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La canciller alemana Angela Merkel merece nuestras felicitaciones por haber persuadido al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica de condicionar la reincorporación del obispo Williamson a una retracción pública e inequívoca relativa a su postura en torno al Holocausto. Nadie mejor que ella para intervenir en este espinoso asunto. Como líder de la nueva Alemania y como compatriota de Joseph Ratzinger, Merkel estaba particularmente bien posicionada para influir de manera decisiva en este affaire escandaloso.

La canciller ha demostrado un liderazgo ejemplar. Ella, respaldada por importantes miembros del clero católico alemán, ha frenado –aparentemente– la creación de un precedente serio en materia de legitimación de la negación de la Shoá. Evidentemente, no era ésa la intención de Benedicto XVI. El Pontifex Máximum tan solo pretendía resolver un asunto interno de la Iglesia, sin provocar ningún daño. Pero, enfrentado a las alternativas mutuamente excluyentes de integrar a lefrevistas excomulgados –entre ellos a un judeófobo encunado– y ofender así a los judíos o preservar relaciones armoniosas con éstos a expensas de dejar un tema eclesiástico irresuelto, el Papa claramente favoreció lo primero. Esa era su prerrogativa. Por su parte, los judíos también tenían el derecho de ejercer la suya y denunciar el atropello. Y si todo fue un error por desconocimiento, como ha indicado un comunicado de la Santa Sede, entonces bienvenida la rectificación.

Ahora que Angela Merkel ha probado su determinación en contener a un negador del Holocausto, será menester que evidencie igual vocación para atender los desmanes de aún otro negador. Éste, podemos argüir, representa un peligro mucho más grave que el del obispo renegado. Por ser presidente de una teocracia, por llamar públicamente a la destrucción de un Estado-miembro de la ONU, por llevar adelante un programa nuclear ilegal, por promover terrorismo más allá de sus fronteras y por reprimir a su propia ciudadanía, Mahmoud Ahmadinejad definitivamente encarna un desafío no sólo a nuestra humanidad común, sino también a la estabilidad global. Para detenerlo, Merkel esta vez no deberá mirar hacia Roma, ni siquiera a Teherán, sino a su propia Alemania. Una Alemania que en los últimos años ha promovido oficialmente lazos económicos con la república islámica con tal celo, que se ha transformado en el principal socio comercial de los ayatollahs en Europa. Según cifras publicadas por The Wall Street Journal, la Cámara de Industria y Comercio germano-iraní posee dos mil empresas miembros; la Oficina Federal de Economía y Control de Exportación aprobó –solamente en los primeros siete meses del 2008– 1926 contratos comerciales con Irán, y en ese mismo período las exportaciones alemanas hacia Irán crecieron un 14%.

De modo que en tanto aplaudimos a la canciller alemana por su gesta oportuna, albergamos la esperanza de que una mirada introspectiva no quede desatendida. Su heroicidad quedará completada al momento en que confronte al negador iraní con la misma rotundidad con la que deploró al negador británico. Pues tal como ella ha dicho en su diálogo con el Vaticano, debemos dejar en claro «que a la negación del Holocausto no se le permitirá permanecer sin consecuencias».

Agenda Internacional

Agenda Internacional

Por Julián Schvindlerman

  

¿Hacia un Irán nuclear? – Febrero 2009

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[Este artículo fue escrito en el año 2008. Tomar ese año para referencia temporal]

Tres pequeñas islas

Con el objeto de combatir la piratería en el Golfo Arábigo durante el siglo XIX, la marina británica se apoderó de tres pequeñas islas posicionadas sobre el Estrecho de Ormuz: Abu Musa, Tunb Menor y Tunb Mayor. Antes de partir, en un hecho histórico confuso, el imperio británico aparentemente legó las islas tanto a Persia (la actual República Islámica de Irán) como a los jeques tribales de lo que luego sería los Emiratos Árabes Unidos (EAU). A fines de 1971, un día antes de que los EAU obtuvieran su independencia de Gran Bretaña, Irán ocupó las islas. El pequeño y nuevo país no estaba en condiciones de confrontar con las fuerzas del Sháh; con sus tropas abandonando el Golfo, Londres no tenía el interés de hacer lo propio; y por su parte, preocupada por el vacío creado ante la partida británica, Washington apoyó la acción iraní. Abu Musa, con una población de menos de quinientas personas y un área de alrededor de 12 kilómetros cuadrados, es reclamada por Sharjah, el tercer más grande integrante de los EAU después de Abu Dhabi y Dubai. Tunb Mayor y Tunb menor son reclamadas por Ras al-Khaimah, otro emirato de la unión. Ese mismo año un acuerdo fue firmado entre las partes donde se determinó la coparticipación en la explotación petrolera. Las disputas acerca de la soberanía continuaron, y en 1992 Teherán alteró el status quo al restringir el acceso a los EAU a la par que aumentó considerablemente su presencia (la militar en particular) en esos territorios. En 1980, a comienzos de la guerra librada contra Irán, Saddam Hussein intentó en vano apoderarse de esas islas. En agosto del corriente, cuando Irán abrió dos oficinas administrativas en una de las islas, una nueva ronda de disputas emergió en el Golfo.

Esta situación usualmente despertaría el interés solo de especialistas en la materia, historiadores militares, y diplomáticos específicos. Pero esta vez, la prensa internacional cubrió con apreciable interés -y la opinión pública prestó debida atención a- este nuevo capítulo de una saga que no por esotérica deja de ser relevante a la seguridad global. Es por este estrecho de agua por donde circula diariamente cerca de un cuarto del petróleo mundial. En medio del incidente, Teherán anunció que había comenzado a fabricar submarinos, su ministro de defensa definió a su país como “el protector de la seguridad del estratégico Estrecho de Ormuz”, y un comandante de alto rango de las Guardias Revolucionarias iraníes aseveró que “cerrar el Estrecho de Ormuz es parte de la política de defensa de Irán”. Al mes siguiente, circularon reportes acerca de una presunta venta de sistemas antimisiles por parte de Estados Unidos a los EAU. Si el congreso norteamericano lo aprobara, sería la primera vez que el sofisticado sistema conocido como THAAD (Terminal High-Altitude Area Defense) fuese vendido a un país extranjero.[1] Naturalmente, no son las pequeñas islas la raíz de la preocupación de Washington, sino la garantía de libre navegación por esas aguas hoy en turbulencia ante el espectro del programa nuclear iraní; situación que puede ser definida como la más grave amenaza a la paz y la seguridad mundial en la actualidad.

La motivación de los ayatollahs

¿Por qué desea el régimen iraní armas nucleares? Si bien todavía no ha sido admitido públicamente, el propósito del mentado programa nuclear de Irán parece tener una clara finalidad militar. Diversos factores podrían explicar este objetivo, necesidad, o anhelo iraní: a) orgullo nacional, b) ansiedad por su seguridad, c) creencias religiosas, d) planes estratégicos.

Orgullo nacional. Bien podría ser el caso que Teherán ve el ingreso al selecto club nuclear como una cuestión patriótica, como un símbolo del poder y de la supremacía persa en el Medio Oriente. En tanto que Israel (estado judío) posee armas nucleares, y también las posee Pakistán (estado musulmán), ningún país árabe sunita las tiene. Ello dotaría a la república islámica de una ventaja cualitativa en lo estratégico.

Ansiedad por su seguridad. Es razonable asumir que la ansiedad iraní tuvo un crecimiento exponencial con la presencia de soldados estadounidenses en sus mismas fronteras, singularmente en Irak y en Afganistán. Asimismo, es dable recordar que los destinos de los otros dos de los tres miembros del llamado “Eje del Mal” (Irán, Irak y Corea del Norte) han sido bien distintos. Irak, una nación no-nuclear, fue invadida por Estados Unidos; Corea del Norte, un estado nuclear, no. Es posible que el gobierno iraní haya advertido ello y sacado sus propias conclusiones relativas al poder de la disuasión y a la preservación de la integridad territorial derivadas de la posesión nuclear.

Creencias religiosas. Cabe la suposición de que los ayatollahs vean a su país nuclearmente armado como un instrumento de Alá para imponer el Islam sobre el resto del mundo. Quizás resulte pertinente recordar dos datos. Uno de los primeros actos de gobierno de Ahmadinejad consistió en asignar dinero a la mezquita de Jamkarán, próxima al centro religioso de Qum, donde según la tradición musulmana chiíta reaparecerá el Doceavo Imán ocultado en el siglo X. Asimismo, en febrero de 2007 tropas estadounidenses derrotaron en Irak a una milicia chiíta milenaria que planeaba capturar Najaf, matar al clérigo local y proclamar a su líder el Mesías regresado. Que haya creencias teológicas presentes en la política iraní es algo que no puede ser desechado con descuido. En este sentido, resultará instructivo atender a la siguiente reflexión del analista en asuntos estratégicos Louis Rene Beres: “Hasta el punto en que el liderazgo iraní podría suscribir a visiones de un Apocalipsis chiíta, el país podría desechar toda conducta racional. Si esto sucediera, Irán podría efectivamente convertirse en un suicida nuclear en macrocosmo. Tal prospecto desestabilizador es improbable, pero no inconcebible”.[2]

Planes estratégicos. Debemos mencionar al menos cuatro metas posibles: adquirir hegemonía regional, promover al chiísmo por sobre el sunismo, contener la presencia estadounidense en el Medio Oriente, y eliminar al estado de Israel. Esto último en particular ha sido ampliamente publicitado por el propio régimen en Teherán, muy especialmente desde el ascenso de Mahmoud Ahmadinejad a la presidencia de Irán. Así, en octubre de 2005, el presidente iraní llamó a “borrar a Israel del mapa”; frase que ha repetido en varias ocasiones desde entonces. En junio de 2007, él anunció que la cuenta regresiva para la destrucción de Israel había comenzado. En febrero de 2008, tildó al estado judío de “sucio microbio” y “bestia salvaje”. En mayo se refirió a Israel como un “cadáver maloliente”, una “rata muerta”, y como un país “camino a la aniquilación”. En junio afirmó que el “régimen sionista ha llegado a su fin”; cosa que repitió en agosto. Otras figuras del régimen iraní han dado eco a la diatriba. Luego del asesinato en Damasco del architerrorista del Hizbullah Imad Mugniyeh, el jefe de las Guardias Revolucionarias, Muhamad Alí Safari, afirmó que “el crecimiento cancerígeno Israel pronto desaparecerá” por medio de la “radiación de los luchadores del Hizbullah” (nótese la alusión a lo nuclear). El presidente del parlamento iraní, Ghollan Reza Haddad, amenazó con que “el futuro de la entidad sionista será peor que su presente”. El Jefe de las Fuerzas Armadas, General Hassan Firouzabadi instó a “la destrucción completa del régimen sionista”. El líder del Hizbullah (agrupación terrorista creada y apadrinada por Irán), Hassan Nassallah, aseveró que “la sangre de Mugniyeh anuncia el fin de Israel”. En septiembre último, incluso el vice-presidente de asuntos turísticos, Esfandiar Rahim-Mashaei, declaró: “Yo digo ´muerte a Israel´ mil veces”.[3]

La reacción internacional

Hasta el momento, cinco han sido las opciones del debate global acerca de la mejor manera, si fuese posible, de frenar el programa nuclear iraní: a) diálogo, b) sanciones, c) cambio de régimen, d) operaciones encubiertas, e) ataque militar.

Diálogo. Esta ha sido tradicionalmente la alternativa favorita de los europeos. Durante los tres primeros años posteriores a la revelación de la existencia de un programa nuclear clandestino en Irán, París, Berlín y Londres especialmente han propuesto y transitado este camino. Atareada con las guerras en Irak y Afganistán, y carenciada de apoyo mundial, Washington cedió el liderazgo a Europa en este terreno. En ese mismo período (2002-2005) el comercio entre la Unión Europea e Irán casi se ha triplicado. Los volúmenes de negocios entre ambos son tales que durante el 2006, por ejemplo, la UE importó de Irán €14 mil millones y exportó a Irán €12 mil millones. Numerosas compañías europeas han comerciado o todavía comercian activamente con la república islámica. La francesa Total, la noruega Statoil, la alemana Siemenes, la austríaca Steyr-Mannlicher, la holandesa Shell, la española Repsol, la suiza UBS, la italiana Fiat, entre tantas otras, han invertido y realizado transacciones multimillonarias con Teherán. Muchos de los acuerdos comerciales fueron firmados luego de la adopción de resoluciones condenatorias en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La corporación petrolera más grande de Europa Central, la austriaca OMV, de la que el estado austriaco es dueño de 1/3 de sus acciones, alcanzó un acuerdo comercial con Irán en abril de 2007 por valor de €22 mil millones. En marzo de 2008, Suiza negoció con Irán un contrato valuado entre €28-42 mil millones en el área del gas. De entre los socios comerciales de Irán en Europa, Berlín se destaca. Solamente durante los primeros diez meses del año pasado, Alemania exportó por valor de €3500 millones a la tierra de los ayatollahs. En julio del corriente, la firma alemana Steiner-Prematechnik-Gastec (SPG) negoció un acuerdo para la licuación de gas valuado en €100 millones. Para finales de ese mismo mes, cerca de dos mil empresas alemanas recibieron el visto bueno de su gobierno para comerciar con Irán; un incremento del 63% en tratos aprobados respecto del año previo. Alrededor de 1700 compañías alemanas hacen negocios en Irán, incluyendo a gigantes como Mercedes-Benz, AG y BASF. Alemania se ha convertido en el mayor socio comercial de Irán en Europa y el segundo más grande en el mundo.[4] Antes del año 2006, cuarenta y seis bancos extranjeros operaban en Irán, guarismo que ha caído a veinte. Dos bancos británicos -Lloyds TSB y Barclays- están siendo investigados por el Departamento de Justicia estadounidense por sus operaciones con el régimen ayatollah, en tanto que el banco holandés ABN Amro fue multado en u$s 80 millones por EEUU en 2005.[5]

Aún cuando parte del comercio no estuviese sancionado internacionalmente, las derivaciones hacia otros campos de material presuntamente civil e inofensivo que ha hecho Irán en el pasado ha creado precedentes que debieran llamar a la prudencia. En el 2003, Italia y el Gran Bretaña proveyeron a Irán de equipamientos de visión nocturna para la unidad antinarcóticos de la policía iraní; en 2006, cantidades de estas unidades fueron halladas en los cuarteles del Hizbullah en el sur del Líbano durante la guerra con Israel. En 2005, la austriaca Steyer-Mannlicher vendió ochocientos rifles de alta precisión a la misma unidad policial iraní; al año siguiente, soldados estadounidenses hallaron más de cien de esos rifles durante un operativo contra insurgentes en Irak. La austriaca KTM vendió motocicletas civiles a Irán; fotografías luego revelaron que las Guardias Revolucionarias iraníes las emplearon como unidades móviles para disparar granadas-lanzadas-por-cohetes (RPG´s). Durante los años noventa, la firma italiana FB Design vendió a Irán los planos de su bote-patrulla Levriero; botes militares fabricados en Irán a partir de esos planos participaron en una confrontación con naves americanas en el Estrecho de Ormuz en enero de 2008.[6]

Fuera de la órbita europea, otros países también comercian con Irán. Dejando de lado a los socios obvios que son Rusia, China y Venezuela, y sin analizar a otros varios más, resulta llamativo encontrar a compañías argentinas y estadounidenses en el rubro. Las exportaciones de EEUU hacia Irán han crecido significativamente durante la Administración Bush, de poco más de u$s 8 millones en 2001 a u$s 146 millones en 2007. Las exportaciones argentinas hacia Irán se multiplicaron por cien del 2007 al 2008, transformando a la república islámica en el mejor cliente de la Argentina en el Medio Oriente, el segundo en Asia, y el octavo a nivel mundial (descontando el continente americano). Según el diario La Nación, hubo un “meteórico reverdecer del vínculo comercial” con las exportaciones argentinas creciendo de apenas u$s 4,8 millones durante la primera mitad del 2007 hasta u$s 480 millones durante el primer semestre del corriente año, representando ello un 9850% de crecimiento interanual. Las importaciones desde Irán se han triplicado, de u$s 1 millón durante el primer semestre del año pasado a más de u$s 3 millones durante la primera mitad del 2008.[7] Este renovado volumen de negocios contrasta fuertemente con la política pública del matrimonio Kirchner, que había dado ímpetu a la causa AMIA, instado a Irán a cooperar con la justicia argentina -pedido efectuado en la Asamblea General de la ONU con el mundo entero por testigo- y solicitado a INTERPOL que emitiera circulares rojas para la captura internacional de pasadas figuras de altísimo rango del gobierno iraní.

Sanciones. A la luz de lo arriba expuesto, resultará simple entender porqué la política de sanciones promovida por Estados Unidos en la ONU no ha funcionado. Existen demasiados intereses creados con Teherán como para motivar un cambio de comportamiento en sus socios comerciales. El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado tres rondas de sanciones contra Irán por su rechazo a detener su programa de enriquecimiento de uranio, un proceso que puede resultar en la producción de bombas nucleares. Las sanciones prohíben tratos financieros con 35 compañías iraníes e imponen restricciones de movimiento sobre 40 individuos. También vedan el envío de material que pudiese ser empleado para programas nucleares y misilísticos. Estas sanciones han carecido de la robustez necesaria para ser efectivas, pues han debido contar con el beneplácito de China y Rusia -aliados protectores de Teherán en la ONU- para ser aprobadas. Washington ha adoptado su propio set de sanciones, las que son más fuertes. Prohíben la transferencia de armas y de contactos con una amplia gama de empresas iraníes, especialmente los principales bancos, pero, como hemos visto, no procuran detener la totalidad del comercio con Irán. La Unión Europa también ha adoptado sus propias sanciones que imponen restricciones financieras a empresas iraníes vinculadas al programa nuclear. Su aspecto más fuerte consiste en haber congelado los activos del más grande banco iraní, Bank Melli, y en haber frenado tratos financieros con el mismo.[8] Las sanciones son necesarias pero siguen siendo insuficientes. Irán tiene puntos débiles que aún podrían ser más efectivamente explotados. Teherán importa el 40% de su combustible, el 50% de sus alimentos, y posee u$s 75 mil millones en bancos occidentales (ya ha comenzado a repatriarlos). El ingreso por la venta de crudo representa el 85% de su ingreso nacional. Aquí Europa podría jugar un papel mucho más activo en tanto que para Irán, la UE representa el 40% de su comercio exterior, pero para la UE, Irán equivale a apenas el 1% de sus negocios internacionales. No es mucho pedir a la UE que sacrifique el 1% de su comercio mundial en pos de la paz y la seguridad internacional.

Cambio de régimen. Irán atraviesa un momento de gran descontento doméstico, fundamentalmente producto de la represión policial y las política económicas del gobierno. La nación musulmana posee poco más de 65 millones de habitantes, de los cuáles el 22% es menor a 14 años de edad. El 18% yace bajo la línea de la pobreza. Anualmente, 200.000 jóvenes no son absorbidos en el mercado laboral. El PBI está a un 30% menor que los niveles de los años setenta (pre-revolución Khomeinissta). Desde que Ahmadinejad asumió la presidencia en 2005, la inflación pasó del 11% al 26%. La tasa de desempleo oficial llega al 10%, pero economistas independientes la estiman cerca del 30%. El último invierno, docenas de personas murieron congeladas por cortes en el suministro de gas natural. Durante el verano, cortes en el servicio de electricidad afectaron el uso de acondicionadores de aire en épocas de 45 grados centígrados durante el día. Un indicador del disgusto popular con los lineamientos económicos del régimen ayatollah puede verse en la evolución del precio de la nafta a lo largo de los años, donde por un aumento de centavos dispuesto por el gobierno el año pasado hubo ataques contra estaciones de servicios. Parlamentarios y otras figuras públicas han criticado abiertamente al presidente Ahmadinejad, y en un intento de frenar las críticas el ayatollah Alí Khameini -Líder Supremo de Irán- salió públicamente a defenderlo, presentándolo como un héroe nacional por su determinación en confrontar con Occidente.

La represión interna ha sido, como siempre, feroz. Durante la primera mitad del año pasado, al menos 118 personas fueron ejecutadas por ahorcamiento y cuatro lapidadas. Otras 150 ya habían sido condenadas a muerte por ahorcamiento o lapidación para las siguientes semanas, según informara Saeed Mortazavi, el fiscal general islámico. Algunas de las ejecuciones han sido televisadas. Desde el 21 de marzo de 2007, comienzo del nuevo año iraní, hasta principios de agosto de ese año, unos treinta activistas -entre gremialistas, estudiantes, periodistas o clérigos disidentes- habían desaparecido. Desde abril a agosto también, conforme ha anunciado Ismael Muqaddam, comandante de la policía islámica, alrededor de 430.000 hombres y mujeres fueron arrestados bajo cargos de consumir o comercializar drogas. Otros 4200 fueron detenidos por “patoterismo” solamente en Tehéran. Desde la institución del nuevo código de vestimenta islámico en mayo del 2006 por el parlamento, hasta mediados del 2007, cerca de un millón de hombres y mujeres habían sido arrestados. La mayoría ha estado detenida unas horas o unos días, ha explicado Muqaddam, pero para principios de agosto del año pasado, al menos 40.000 permanecían encarcelados. Según Hussein Zulfiqari, subjefe de la policía, más de 3100 parejas no casadas habían sido arrestadas bajo cargos de “proximidad sexual”. Tal ha sido la represión interna y tantos los detenidos que el titular del servicio penitenciario nacional, Ali-Akbar Yassaqi, solicitó oportunamente una moratoria de arrestos. Dijo que las 150.000 personas entonces encarceladas triplicaban la cantidad de prisioneros que las cárceles iraníes podían albergar. Las 130 prisiones oficiales que Irán posee no daban abasto. Se ordenó la construcción de otras 33 prisiones en tanto que se encargó trabajo para transformar 41 edificios públicos en cárceles. Asimismo, en el período en cuestión, más de 25.000 gremialistas han sido despedidos, 3000 estudiantes expulsados, 4000 sitios de internet bloqueados, 30 periódicos y revistas clausurados, y 17 periodistas arrestados de los cuáles 2 han sido sentenciados a muerte.[9] En julio, una nueva ley fue promulgada que establece la pena de muerte por “crímenes online”, lo que incluye la promoción por internet de la corrupción, la prostitución y la apostasía.[10]

El cambio de régimen constituye una opción adecuada, pues, tal como ha señalado el eminente orientalista Bernard Lewis, el problema para el mundo libre no es un Irán nuclear, sino un Irán nuclear controlado por un régimen radical. Si bien deseable, un cambio de régimen puede demandar mucho tiempo, un commodity que Occidente no tiene. La represión arriba referida prueba que el descontento popular existe, pero también ilustra a propósito de las dificultades de provocar un cambio de régimen en un estado policial. El décimo proceso electoral desde 1979 ocurrirá en Irán en junio de 2009. Al momento del anuncio de esa fecha, Alí Khameini dijo públicamente a Ahmadinejad: “Ud. puede considerarse en el poder por otros cinco años más”.[11]

Operaciones encubiertas. De lo que puede obtenerse del récord público, pareciera que ya han acontecido algunos episodios de sabotaje. En abril, al menos veinte miembros del Hizbullah, en entrenamiento militar en Irán, murieron en circunstancias poco claras. En mayo, Irán culpó a agentes británicos y estadounidenses por una explosión en una mezquita en Shiraz en la que se había realizado una exhibición militar. En julio, un convoy que llevaba armas para el Hizbullah fue atacado y 15 personas resultaron muertas en medio de una explosión en un suburbio de Teherán. Además, más de una docena de ingenieros iraníes perdieron sus vidas mientras intentaban ubicar una cabeza química a un misil en Siria. Unos meses antes, un tren que presuntamente transportaba pertrechos militares iraníes a Siria descarriló como resultado de una explosión en la zona norte de Turquía.[12] Es dable asumir que las agencias de inteligencia involucradas en el seguimiento de asuntos iraníes tengan detectados a los principales científicos involucrados. Son limitados y piezas claves del proyecto. Analistas militares han sugerido que podrían ser incentivados con premios o intimidados con castigos.[13]

Ataque militar. Un arsenal nuclear en poder de ayatollahs mesiánicos o apocalípticos representa una amenaza al mundo entero. Sin embargo, de todos los estados-miembro de la familia de las naciones, el único nombrado explícitamente por los iraníes como objeto de destrucción ha sido el estado judío. Ello ha generado una sensibilidad más aguda en Jerusalén a propósito de la magnitud del desafío que el programa nuclear iraní representa. La por entonces segunda máxima autoridad en Irán, el ayatollah Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, dijo a una multitud durante las plegarias tradicionales de los viernes en Teherán el 14 de diciembre de 2001 -a dos meses de los atentados terroristas del 11 de septiembre en EEUU, en momentos en que el Islam radical estaba exultante por el golpe al imperio americano- que una bomba atómica sobre Israel no dejaría nada en el terreno, mientras que la respuesta que Israel pudiere dar sería mínima para el Islam. Sus palabras exactas fueron: “Si el día llegase cuando el mundo del Islam estuviere debidamente equipado con las armas que Israel tiene en su poder, la estrategia de colonialismo enfrentaría un estancamiento porque la aplicación de una bomba atómica no dejaría nada en Israel pero la misma cosa solo produciría daños en el mundo musulmán”.[14] Ello luce matemáticamente cierto, por cuanto Israel tiene el tamaño de Tucumán, la provincia más pequeña de la Argentina, y por cuanto que el Islam reúne a más de mil trescientos millones de personas, esparcidas en cincuenta y siete naciones sobre dos continentes. La aseveración de Rafsanjani (dicho sea de paso, él es un opositor a Ahmadinejad y en consecuencia considerado un “moderado” por muchos observadores internacionales, aún cuando ha sido determinado que fue bajo su mandato que se planificaron los ataques contra la embajada de Israel y la AMIA en nuestro país en los años noventa) no ha hecho mucho por calmar ansiedades.

Últimamente, en un contexto de creciente discusión pública acerca del prospecto de una operación militar preventiva contra Irán, ambos países han publicitado mensajes presuntamente disuasivos. En junio, el vicepremier israelí (y ex Ministro de Defensa y Jefe del Estado Mayor Conjunto) Sahul Mofaz dijo al diario Yediot Aaharonot que “Si Irán continúa con su programa para conseguir armas nucleares, atacaremos”.[15] Unas semanas más tarde, un impresionante simulacro de ataque aéreo fue llevado a cabo por la fuerza aérea israelí sobre el Mar Mediterráneo, a unos 1500 km de distancia de las costas del estado judío. Esa misma distancia aproximadamente -en dirección opuesta- es la que separa a Israel de las plantas nucleares iraníes en Bushehr, Isfahan, y Natanz. En el ejercicio participaron más de cien jets F-15 y F-16, aviones bombarderos, aviones de abastecimiento, y helicópteros de rescate.[16] A comienzos de julio, durante una visita a Kuala Lampur, Ahmadinejad afirmó que “No solamente los EEUU e Israel, sino cientos otros como ellos no pueden atacar Irán y ellos lo saben…Deben rendirse ante la voluntad de la nación iraní”.[17] Tres días más tarde, Irán lanzó nueve misiles de prueba con un radio de alcance de 2000 km, lo que comprendía Israel, el sur de Europa y bases norteamericanas en el Medio Oriente. “Nuestro dedo estará siempre en el gatillo” aseveró Teherán.[18] En respuesta, Israel presentó su más avanzado avión espía. Un mes después, Irán lanzó un satélite de fabricación doméstica al espacio. Denominado Omid (“Esperanza”), su lanzamiento coincidió con un aniversario del nacimiento del Doceavo Imán, una de las fechas más sagradas del calendario chiíta. En la ocasión, el ejército subrayó el simbolismo: “En el aniversario del nacimiento del último Imán de los chiítas, Hazrat Mahdi (Que Dios apresure su Reaparición), ilustrando así el auspicioso nombre del Imán en el espacio”.[19] En septiembre, The Telegraph informó que la inteligencia americana temía que Rusia proveyera a Teherán del sistema antimisil S-300. Considerado el más avanzado de su tipo, tiene la capacidad de monitorear a 100 objetivos simultáneamente y confrontar a 12 al mismo tiempo. Tiene un alcance de 200 km y puede golpear misiles a una altura de 27.000 metros. “Si Teherán obtuviera el S-300, sería un cambio de juego en el pensamiento militar para lidiar con Irán”, opinó un asesor del Pentágono. “Ello podría ser un catalizador para ataques aéreos israelíes antes de que esté operativo”, agregó.[20]

En el pasado, Israel ha dado sobradas pruebas de la seriedad con la que toma las amenazas existenciales de sus enemigos. En 1981 voló hasta Irak para destruir el reactor atómico de Osirak, y en septiembre de 2007 incursionó en territorio sirio para obliterar un reactor nuclear que estaba siendo construido con asistencia norcoreana. Un ataque preventivo contra las instalaciones nucleares iraníes demandaría mayores exigencias. A diferencia de los casos sirio e iraquí, no se trata de una sola planta que está sobre la superficie y donde el factor sorpresa juega a favor de Israel. Posiblemente requeriría de cientos de vuelos y varios días de bombardeos. No obstante, en la opinión de los propios militares israelíes y de analistas imparciales (en particular, dos académicos del Massachussets Institute of Technology) Israel tiene la capacidad operativa de realizar tal acción.[21] Según el análisis de estos expertos, Israel debería enviar 50 jets, 25 F-15 y 25 F-16. Treinta y cinco de ellos deberían llegar a destino (24 a Natanz, 6 a Isfahan, y 5 a Arak) y con ello el programa nuclear quedaría severamente estropeado. Las rutas de vuelo posibles serían a través de aliados como Turquía, o Jordania e Irak (cuyo espacio aéreo es controlado por EEUU), o enemigos de ambos como Arabia Saudita. Irán ciertamente respondería directamente con su propio arsenal, instruyendo al Hamas y al Hizbollah a lanzar sus propios misiles (miles de Kayushas y Kassams en sus manos), activando células terroristas en el globo, y bloqueando el Estrecho de Ormuz. El precio del barril de crudo se elevaría a niveles escandalosamente altos y posiblemente hubiere reminiscencias de la crisis del Yom Kipur de 1973. Al mismo tiempo, es pertinente acotar que la inacción también tiene sus costos. Con bombas nucleares en su poder, Irán ejercería enorme influencia sobre la región más estratégica del mundo. Provocaría un efecto dominó en la zona, y un Medio Oriente multi-nuclear sería una receta para el desastre. La tentación de eliminar a Israel sería alta, y el potencial de atentados terroristas nucleares en cualquier parte del mundo sería muy real; todo lo que tendría que hacer Teherán es vender o ceder tal arma de destrucción masiva a secuaces suicidas. Aún si jamás usara la bomba, el poder militar y político que la mera posesión le daría, ubicaría a la república ayatollah como una potencia regional insoslayable.

Para evitar el inquietante escenario militar, la comunidad internacional debe actuar urgentemente en la adopción de sanciones diplomáticas y económicas efectivas contra el régimen iraní. Es la ausencia de determinación seria, precisa y trágicamente, lo que acerca el prospecto del unilateralismo defensivo israelí y una confrontación regional o mundial.

Conclusión

A medida que se acrecienta la evidencia del radicalismo del presidente iraní, en tanto más ciudadanos israelíes sufren los embates de cohetes lanzados por agrupaciones terroristas patrocinadas por Teherán y soldados norteamericanos mueren en Irak y en Afganistán en manos de milicias armadas por Irán, así como marinos británicos y norteamericanos son acosados en aguas internacionales por fuerzas de Irán, y los libaneses sienten cada vez más la injerencia iraní en su país, a la par que la República Islámica anuncia haber cruzado aún otra meta más en el sendero nuclear y se suceden nuevas y frágiles resoluciones en la ONU, resulta cada vez más claro que la comunidad internacional parece haberse resignado a la pronta realidad de un Irán nuclear.

Las disparatadas afirmaciones del presidente iraní (el Holocausto es un mito, no hay homosexuales en Irán) y sus peligrosas amenazas (Israel debe ser borrado del mapa, Irán será nuclear, quieran o no), así como las excentricidades varias organizadas por Teherán (desde la conferencia “Un Mundo Sin Sionismo” del 2005 hasta la competencia de caricaturas negadoras del Holocausto del 2006), y el progreso en su programa nuclear, han generado mucha conmoción mediática y considerable actividad diplomática, pero hasta el momento no han despertado la determinación mundial mancomunada necesaria para definitivamente frenar las ambiciones abrumadoramente hostiles del régimen teocrático iraní. Ambiciones, cabe acotar, globalmente publicitadas por Teherán.

Ya pasaron seis años desde aquel momento en el año 2002 en que el proyecto nuclear iraní adquirió atención pública a partir de una denuncia efectuada por miembros de la oposición local. Durante el período 2003-2005, Francia, Alemania y Gran Bretaña probaron la vía diplomática suave, vale decir, diálogo con Teherán, ofrecimientos de incentivos, concesiones comerciales, etc, nada de lo cuál logró disuadir a los ayatollahs de su objetivo nuclear. Una oferta rusa de enriquecimiento de uranio iraní en suelo ruso fue igualmente rechazada por Teherán. Para cuando Washington logró derivar el dossier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU y eventualmente adoptar tres resoluciones condenatorias, la república islámica ya había logrado enriquecer uranio en cascadas de más de tres mil centrifugadoras (y luego seis mil o nueve mil, según sus declaraciones) y su presidente disponía de la confianza tal para despreciar dichas resoluciones y aseverar que su país sería, tarde o temprano, nuclear. La oposición rusa y china a nuevas y robustas sanciones ha sido decidida, la actitud de Mohamed El-Baredei de la Agencia Internacional de Energía Atómica poco cooperativa, e incluso Washington pareció sucumbir al apaciguamiento con la publicación del muy cuestionado Estimado de Inteligencia Nacional.

La familia de las naciones cuenta con instrumentos jurídicos y diplomáticos suficientes como para detener al actual provocador régimen iraní. Tal como juristas internacionales han señalado, Ahmadinejad continuamente está violentando la Convención contra el Genocidio que expresamente prohíbe “la incitación pública y directa al genocidio”. E Irán reiteradamente comete crímenes contra la humanidad con cada acto de terror que apaña, viola resoluciones de las Naciones Unidas con cada paso que da hacia la procuración nuclear, y ofende a la Declaración Universal de los Derechos Humanos con cada acción de represión interna que toma. Todos estos abusos ya han sido tolerados por demasiado tiempo. Cada día que pasa acerca más a Teherán al umbral nuclear y al mundo libre a una situación de exposición insostenible. Lo más trágico de este asunto es que al optar por no transitar aquellos caminos que pacíficamente llevarían al ostracismo iraní, el mundo libre está estrechando su propio margen de acción, dejándose a sí mismo enfrentado a la última de las alternativas: la vía militar. O peor aún: en su inacción, elige exponerse a la peligrosa realidad de un estado teocrático en posesión de arsenal nuclear.

NOTAS

[1] Simon Henderson, “The Persian Gulf´s ´Occupied Territory´: The Three-Island Dispute”, Policy Watch, The Washington Institute for Near East Policy, 8/9/08; “UAE, Iran argue over strategic islands”, The Jerusalem Post, 18/8/08; “US mulls selling defense system to UAE”, Jerusalem Post, 9/9/08.

[2] Louis Rene Beres, “The Bomb in the basement”, The Jerusalem Post, 10/9/08.

[3] Ver “Iran´s New President says Israel ´must be wipped off the map´”, The New York Times, 27/10/05; “Presidente de Irán tilda a Israel de ´sucio microbio´ y ´bestia salvaje´”, Agence France Presse, 20/2/08; “Irán lanza duras declaraciones en aniversario de Israel”, Infobae.com, 8/5/08; “Nasrallah: Mughnye´s blood will lead to elimination of Israel”, Haaretz, 14/2/08; y “´Iran is a friend of the Israeli people´”, The Jerusalem Post, 9/9/08.

[4] Parte de la información sobre intercambio comercial de Alemania con Irán en Abe Foxman, “Germany, the Jews, and business with Iran”, Jerusalem post, 5/9/08.

[5] Michael Jacobson, “Iran and the Road Ahead”, Policy Watch, The Washington Institute for Near East Policy, 6/3/08

[6] Emanuele Ottolenghi, “The Iranian Shell Game”, Commentary, July-August 2008.

[7] Oliver Galak, “Irán vuelve a ser un socio importante”, La Nación, 7/9/08; Ali Akbar Dareini, “Despite sanctions, business continues as usual in iran”, The Jerusalem Post, 19/8/08.

[8] Ibid Dareini.

[9] Amir Taheri, “Domestic Terror in Iran”, The Wall Street Journal, 6/8/07.

[10] “Iran: Death penalti for ´online crimes´”, The Jerusalem Post, 8/7/08.

[11] “Iranian presidential elections set for June 12”, The Jerusalem Post, 8/9/08.

[12] “Hizbullah convoy likely hit in Iran”, The Jerusalem Post, 25/7/08 y “Al-Wattan: 20 Hizbullah men die in Iran training”, The Jerusalem Post, 10/4/08.

[13] Efraim Inbar, “Irán Nuclear: la cuenta regresiva”, (BsAs: CIDIPAL ,Septiembre 2007).

[14] “Rafsanjani says Muslims should use nuclear weapon against Israel”, Iran Press Service, 14/12/01.

[15] “Israel amenaza con una ataque a Irán”, La Nación, 7/6/08.

[16] “Israel on the Iran Brink”, The Wall Street Journal, 23/6/08.

[17] “´Israel, US wouldn´t dare attack Ian´”, The Jerusalem Post, 7/7/08.

[18] “Alarma mundial: Irán probó nueve misiles”, La Nación, 10/7/08.

[19] “Mullahs in space”, The Jerusalem Post, 19/8/08.

[20] “US fears Russian missiles in Iran -report”, The Jerusalem Post, 1/9/08.

[21] Whitney Raas & Austin Long, “Osirak Redux? Assesing Israeli Capabilities to Destroy Iranian Nuclear Facilities”, International Security, Vol. 31, No. 4, spring 2007.

Guysen International News

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Por Julián Schvindlerman

  

Benedicto XVI y el obispo Williamson – 01/02/09

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La decisión de Benedicto XVI de reincorporar a la Iglesia Católica a un obispo ultra-tradicionalista negador del Holocausto -decisión anunciada en vísperas de la conmemoración del Día Internacional del Holocausto- estaba destinada a crear controversia. Ella se enmarca en la agenda conservadora del actual Papa y si bien, en principio, es un asunto interno de la Iglesia, esta desafortunada decisión ha tenido impacto fuera de ella. Además de contradecir pasados documentos de la Santa Sede -como ser Noi Ricordiamo, el pronunciamiento de Roma sobre la Shoá publicado en 1998 en el que el Holocausto es descrito como “un enorme hecho factual de la historia de este siglo”- ha ofendido al pueblo judío y estropeado décadas de diálogo interreligioso.

No ha sido ésta, sin embargo, la primera o única instancia en la que acontecimientos vinculados a la Segunda Guerra Mundial han provocado roces en la relación entre la Iglesia Católica y los judíos. Los problemas comenzaron durante la guerra misma, con el tristemente célebre silencio de Pío XII, y continuaron en los años inmediatos de la posguerra con las rutas de fuga que armó el Vaticano para facilitar el escape de nazis prominentes a destinos seguros. Conocida como ratline, por este corredor vaticano se fugaron Adolf Eichmann, Josef Méngüele, Klaus Barbie, Erich Priebke, Walter Rauff, y Ante Pavelić entre otros varios criminales de guerra. A partir de 1945, las comunidades judías pretendieron recuperar a niños judíos que había sido dados en custodia a familias o instituciones católicas para su resguardo. Este era un tema de especial sensibilidad para un pueblo que acababa de perder a seis millones de los suyos, entre ellos a un millón y medio de niños. Pío XII prohibió que las criaturas judías bautizadas fuesen devueltas a sus legítimos padres o a organizaciones judías. Autorizó a devolver solamente niños judíos no bautizados y sólo a sus padres, los huérfanos judíos debían permanecer en manos de la Iglesia. La beatificación de Pío XII, deseada por Roma y rechazada por Jerusalem, persiste como un tema espinoso aún irresuelto.

El pontificado de Juan Pablo II no estuvo exento de complicaciones en esta área. En 1987, el sumo pontífice generó una gran conmoción al recibir al entonces presidente de Austria Kurt Waldheim, quién apenas dos meses antes había sido listado como persona non grata por el Departamento de Justicia de Estados Unidos a la luz de su pasado nazi. Indiferente a las críticas, Juan Pablo II fue adelante con la recepción. Al año siguiente, el Papa viajó a Viena, donde fue recibido por Waldheim. En 1994, para estupor de la comunidad judía, el Papa convirtió al ex-nazi en Caballero Papal al conferirle la Orden de Pío IX, una de cinco órdenes papales, otorgada a Waldheim por sus “esfuerzos por la paz”. En 1998, Juan Pablo II canonizó a Edith Stein, también conocida como Teresa Benedicta de la Cruz, cuya beatificación en 1987 ya había despertado indignación en el mundo judío. Nacida judía y conversa al catolicismo, Stein fue muerta por los nazis. Ello causó malestar por dos motivos. El primero fue que la elección de una apóstata judía como modelo para los católicos fue considerado religiosamente ofensivo. El segundo fue que al destacar de una manera tan extraordinaria a una víctima católica del Holocausto, el Vaticano parecía intentar “cristianizar” la Shoá. Este punto ya había quedado en evidencia con la controversia del Convento Carmelita de 1984. Establecido en las inmediaciones de Auschwitz con el objeto de rezar por “la conversión de hermanos perdidos” y de penar por las “afrentas hechas contra el Vicario de Cristo” (según explicó una agrupación católica que lo patrocinaba), éste rápidamente generó una polémica. Los judíos protestaron contra lo que lucía como un intento de “sumergir el genocidio nazi de los judíos en el imaginario del martirio cristiano” (como señaló el comentarista estadounidense León Wieseltier). Recién en 1993 instruyó el Vaticano a las monjas carmelitas a que abandonaran el convento. Una cruz de ocho metros de altura que había sido erigida, permaneció en su lugar.

Las desavenencias estuvieron presentes aún en circunstancias de otro modo positivas. Cuando Juan Pablo II visitó Auschwitz por primera vez como pontífice, en 1979, se refirió al campo de exterminio como “el Gólgota”, omitió la palabra “judío” y ofició una misa por todas las víctimas. Al comparar al campo de exterminio con la colina donde Jesús fue crucificado, el sumo pontífice presentó a las víctimas de la Shoá como corderos expiatorios de los pecados de la humanidad, algo que repitió durante una visita a Mauthaussen en 1988 al definirlas como un “regalo al mundo”. Por su parte, Ratzinger también fue a Auschwitz, en el 2006, pero evitó caracterizar a la Shoá explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Las protestas no tardaron en surgir.

Esta última decisión vaticana, entonces, se inscribe en un largo historial de malentendidos y provocaciones. Con la determinación lamentable de dar la bienvenida de vuelta a casa a un negador del Holocausto, el Vaticano no ha hecho más que inyectar mayor tensión a una agenda interreligiosa ya de por sí sobrecargada de temas delicados.

Perfil, Perfil - 2009

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

Las lecciones del holocausto – 31/01/09

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Si algo hemos aprendido de la Shoá es que el genocidio comienza con la destrucción intelectual de un pueblo, abriendo el camino para su destrucción física eventual. Antes de alcanzar el aniquilamiento parcial del pueblo judío, los nazis debieron primero obliterarlo en el imaginario colectivo. Antes de llevar a los judíos a las cámaras de gas, debieron persuadir a la opinión pública de que los judíos eran subhumanos merecedores del exterminio contra ellos planeado. Primero éstos fueron destruidos en los discursos pronunciados desde los palcos, en los panfletos divulgados en las universidades, en las pancartas erigidas en las manifestaciones callejeras, en las leyes raciales; de modo que los judíos fueran completamente aniquilados idealmente como preludio a su obliteración material.

Al marcar esta semana un nuevo aniversario del Día Internacional del Holocausto, comprobamos con horror que esta lección elemental no ha sido todavía aprendida. Durante las últimas semanas, en el contexto del conflicto en Gaza, hemos asistido a la demonización colectiva de toda una nación. El espectáculo fue surrealista. Mientras que en Brasil el Partido dos Trabalhadores calificó la represalia israelí contra el Hamas de “práctica nazi”, en Italia el sindicato Flaica-Uniti-Club pretendió resucitar las leyes raciales fascistas al instar a boicotear las tiendas comerciales pertenecientes a los judíos de Roma. Mientras que en Mar del Plata el titular del Centro Islámico aseguró que “prontamente Israel, como el Estado nazi, desaparecerá y será solamente un mal recuerdo del pueblo árabe”, en Holanda manifestantes gritaron: “Gaseen a los judíos”. Mientras que un alto oficial vaticano equiparó a Gaza con “un gran campo de concentración”, manifestantes corearon en la Florida contra los judíos: “Regresen a los hornos”. Es decir, a la vez que se pedía crudamente por un nuevo Holocausto contra los judíos, se los acusaba a éstos de ser nazis. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hemos presenciado un llamado tan explícito a liquidar judíos en las capitales del mundo libre. Que se invoque retórica nazi contra los judíos al protestar contra la política militar de Israel, país que a su vez es acusado de ser nazi al lidiar con los palestinos, es un escenario tan novel como inquietante.

El antisemitismo, camuflado de antiisraelismo, reina soberano. No es que toda crítica al Estado judío sea necesariamente judeófoba. Obviamente, Israel es un Estado perfectible y como tal pasible de sanción. La crítica política a Israel es válida. Pero es igualmente innegable que, muchas veces, la condena al Estado de Israel efectivamente conlleva una dosis de prejuicio antisemita. Cuando años atrás el compositor Mikis Theodorakis –creador a la vez de la música del film Zorba el Griego y del Himno Nacional Palestino– dijo que los judíos “son la raíz de todo el mal” en su supuesta condena a las políticas de Israel, advertimos que una línea ha sido cruzada. La pancarta elevada en una reciente aglomeración en Australia que exigía que se “limpie la Tierra de sucios sionistas”, ¿exactamente qué política israelí estaba objetando? ¿Cuál acción israelí específicamente estaban condenando aquellos que en Toulouse lanzaron un automóvil en llamas contra la sinagoga local? Resulta curioso notar que la agrupación islamista Hamas –que abiertamente cometió crímenes de guerra al atacar a civiles israelíes protegiéndose con civiles palestinos, y cuya carta constitutiva llama abiertamente a la obliteración de un Estado miembro de la ONU– en ningún momento fue comparada con los nazis o acusada de querer cometer un genocidio. La indignación mundial y la condena desproporcionada fueron reservadas a Israel.

Esperemos que esta nueva conmemoración de los trágicos hechos de la Shoá pueda dotarnos de la perspectiva y de la sabiduría necesarias que nos permitan comprender, en el sentido más profundo posible, que lo que empieza con retórica extrema termina en acciones atroces.

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Teatro del absurdo – 14/01/09

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Suele decirse acerca de las guerras que se sabe como éstas comienzan pero no como terminan. Podemos arriesgar que la guerra Hamas-Israel marcará una excepción a esta regla. Como si se tratase de un guión escrito por un artista perverso, la puesta en escena ha sido hasta el momento precisa. El primer acto comienza con la evacuación israelí de una zona disputada con sus vecinos. Acto seguido, éstos atacan al estado judío sin que mediare provocación alguna previa. El tercer acto marca el ejercicio de la autodefensa contemplado en el artículo 51 de la Carta de la ONU. Al cuarto acto interviene la comunidad internacional, colmada de indignación por la “desproporción” de la respuesta israelí. En el quinto acto -imprescindible para dar ese toque chik al drama- vemos a los intelectuales y a los artistas, muy especialmente a los judíos, expresando estupor urbi et orbi por la conducta de Israel y alertando por la moralidad perdida. El sexto acto trae la tragedia anticipada; una enorme pérdida de vidas en un solo golpe letal y la consiguiente presión mundial, poniendo así fin a la infeliz odisea. Cae el telón, y un nuevo intermesso emerge hasta el siguiente show. Sería cómico de no ser tan trágico.

Esta guerra ha destruido dos mitos fundamentales de la cosmovisión que ha informado a la política israelí de la última década y media. Ha quedado develado que la fórmula tierras por paz, tan elemental en su enunciado teórico, es impracticable en el terreno práctico. La cesión parcial israelí de Gaza y Cisjordania a la OLP en 1994 derivó en la peor intifada de la historia nacional judía a partir del año 2000. La retirada unilateral de la zona de seguridad de El Líbano ese mismo año fue recompensada con una guerra impuesta por el Hizbullah en 2006. La evacuación total de la Franja de Gaza en 2005 terminó en la actual confrontación iniciada por Hamas. Nadie puede asegurar que similar destino no espera a posibles futuras concesiones en los Altos del Golán o en Judea y Samaria. El otro gran mito hecho añicos es la noción ingenua de que una vez probada la voluntad de paz israelí, la familia de las naciones entenderá su reacción ante agresiones infundadas. Desde el año 2001 al último día del 2008, cayeron en suelo israelí 10.048 cohetes y morteros. Desde el 2005, Hamas disparó alrededor de 6300 cohetes contra civiles israelíes desde Gaza. En la víspera del vencimiento de la tregua informal entre las partes, llegaron a caer ochenta cohetes en un solo día. Cuando, finalmente, Jerusalem decidió responder, el mundo entero salvo Estados Unidos la censuró.

Tal censura, a su vez, no suele ser modesta. Acusaciones alucinantes la caracterizan. Rápidamente las palabras “crimen de guerra”, “nazi”, “apartheid” y “limpieza étnica” pasan a ser usadas con alarmante repetitividad. Que Israel no haya iniciado la confrontación, o que haya demostrado una paciencia imposible de hallar en otras partes ante una agresión tan continua como prolongada, son hechos más rápidamente olvidados todavía. No importa que el ejército israelí haya contactado telefónicamente a enemigos no-combatientes para alertarlos de un ataque inminente. Tampoco importa que Israel haya permitido el paso a más de trescientos camiones de ayuda humanitaria en los primeros días de la contienda solamente. Y menos aún importa que hayan resultado muertos (al momento de escribir estas líneas) alrededor de 700 palestinos, mayormente miembros de Hamas, lo que equivale al 0.05% de una población de un millón y medio de habitantes de Gaza. Vaya genocidio.       

Nunca faltan las voces de prominentes personalidades de la izquierda israelí que en este caso han oscilado entre el sermón (“un niño en Sderot es lo mismo que un niño en Gaza y quien lastime a cualquiera es maldito”, Tome Segev), lo fantástico (“creo que estamos más cerca de la paz de lo que hayamos estado jamás”, Amos Oz), y lo delirante (“debemos cesar total y unilateralmente el fuego durante 48hs, e incluso si los palestinos disparan contra Israel, no responderemos”, David Grossman). A ellas no tardan en sumarse las condenas de conocidos judíos de la diáspora que emplean su fama para denostar a Israel. Así, el músico argentino-palestino-israelí Daniel Barenboim pide a Israel -no a Hamas- mostrar “una mayor inteligencia que la de tirar bombas”. León Rozichner titula una nota en Página12 “´Plomo fundido´ sobre la conciencia judía”. Santiago Kovadloff usa su valioso espacio en La Nación para afirmar que Israel “revela escasa lucidez cuando se enfurece y ataca” y enseñar con filosófica claridad que “el hecho en sí de recurrir a las armas constituye, para el Estado judío, una derrota moral incalculable”.

Como trasfondo, numerosas manifestaciones pro-Hamas ocurren en todo el Medio Oriente, en Europa y otros lugares. El fervor es elevado y da lugar a acontecimientos insólitos. En Irak, un terrorista se inmola en medio de una multitud antiisraelí. En Nueva Zelanda, un sacerdote católico arroja pintura roja y gotas de su propia sangre sobre una placa conmemorativa de Yitzjak Rabin. En Francia, un automóvil en llamas embiste contra una sinagoga de Toulouse. En Holanda, manifestantes gritan “gaseen a los judíos”. En Buenos Aires, izquierdistas radicales y árabes lanzan tomates y zapatos contra la embajada israelí. En este dramático contexto, la dirigencia judeo-argentina permanece, como siempre, ausente. Después de algunas idas y venidas decide pasar a la acción: convoca a un acto en apoyo a Israel…a puertas cerradas. Quizás en muestra de empatía con los residentes de Sderot que deben ocultarse en bunkers subterráneos, la DAIA, AMIA y OSA deciden llevar a cabo el acto en el salón principal ubicado en el segundo subsuelo del edificio de Pasteur. Discursos sentidos serán pronunciados, pero el acto subterráneo sienta un precedente vergonzoso. El hecho está teñido de cobardía y luce como un ocultamiento del apoyo a Israel. Alegan razones de seguridad. Si este es el caso, de ahora en más todo acto que recuerde la voladura de la AMIA, la embajada de Israel, y nuevos aniversarios del estado judío deberán hacerse siguiendo esta modalidad. En realidad, es el síndrome Kovadloff -compulsión por agradar al gentil- institucionalizado. En contraste, los judíos europeos, aún cuando están muy expuestos a la hostilidad de las comunidades islámicas locales, han salido a tomar el espacio público. Al escribir estas líneas, manifestaciones ya han acontecido o están por acontecer en Bruselas frente a la embajada iraní, en Londres en Trafalgar Square, en Roma en el Parco dei Principi, y otras más en París, Ámsterdam, Frankfurt, Estocolmo y Budapest.

Las razones de la condena a Israel difieren, más el resultado final acumulado es el mismo. Podrá incluir críticas pro forma al Hamas, pero en tanto la responsabilidad última por las vidas perdidas sea asignada al estado judío, el cinismo de aquellos que atacan a civiles protegiéndose con civiles será vindicado. Y si el ardid funciona, ¿por qué habrían los terroristas de abandonarlo?

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Teatro del absurdo – 14/01/2009

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Suele decirse acerca de las guerras que se sabe como éstas comienzan pero no como terminan. Podemos arriesgar que la guerra Hamas-Israel marcará una excepción a esta regla. Como si se tratase de un guión escrito por un artista perverso, la puesta en escena ha sido hasta el momento precisa. El primer acto comienza con la evacuación israelí de una zona disputada con sus vecinos. Acto seguido, éstos atacan al estado judío sin que mediare provocación alguna previa. El tercer acto marca el ejercicio de la autodefensa contemplado en el artículo 51 de la Carta de la ONU. Al cuarto acto interviene la comunidad internacional, colmada de indignación por la desproporción» de la respuesta israelí. En el quinto acto -imprescindible para dar ese toque chik al drama- vemos a los intelectuales y a los artistas, muy especialmente a los judíos, expresando estupor urbi et orbi por la conducta de Israel y alertando por la moralidad perdida. El sexto acto trae la tragedia anticipada; una enorme pérdida de vidas en un solo golpe letal y la consiguiente presión mundial, poniendo así fin a la infeliz odisea. Cae el telón, y un nuevo intermesso emerge hasta el siguiente show. Sería cómico de no ser tan trágico.

Esta guerra ha destruido dos mitos fundamentales de la cosmovisión que ha informado a la política israelí de la última década y media. Ha quedado develado que la fórmula tierras por paz, tan elemental en su enunciado teórico, es impracticable en el terreno práctico. La cesión parcial israelí de Gaza y Cisjordania a la OLP en 1994 derivó en la peor intifada de la historia nacional judía a partir del año 2000. La retirada unilateral de la zona de seguridad de El Líbano ese mismo año fue recompensada con una guerra impuesta por el Hizbullah en 2006. La evacuación total de la Franja de Gaza en 2005 terminó en la actual confrontación iniciada por Hamas. Nadie puede asegurar que similar destino no espera a posibles futuras concesiones en los Altos del Golán o en Judea y Samaria. El otro gran mito hecho añicos es la noción ingenua de que una vez probada la voluntad de paz israelí, la familia de las naciones entenderá su reacción ante agresiones infundadas. Desde el año 2001 al último día del 2008, cayeron en suelo israelí 10.048 cohetes y morteros. Desde el 2005, Hamas disparó alrededor de 6300 cohetes contra civiles israelíes desde Gaza. En la víspera del vencimiento de la tregua informal entre las partes, llegaron a caer ochenta cohetes en un solo día. Cuando, finalmente, Jerusalem decidió responder, el mundo entero salvo Estados Unidos la censuró.

Tal censura, a su vez, no suele ser modesta. Acusaciones alucinantes la caracterizan. Rápidamente las palabras «crimen de guerra», «nazi», «apartheid» y «limpieza étnica» pasan a ser usadas con alarmante repetitividad. Que Israel no haya iniciado la confrontación, o que haya demostrado una paciencia imposible de hallar en otras partes ante una agresión tan continua como prolongada, son hechos más rápidamente olvidados todavía. No importa que el ejército israelí haya contactado telefónicamente a enemigos no-combatientes para alertarlos de un ataque inminente. Tampoco importa que Israel haya permitido el paso a más de trescientos camiones de ayuda humanitaria en los primeros días de la contienda solamente. Y menos aún importa que hayan resultado muertos (al momento de escribir estas líneas) alrededor de 700 palestinos, mayormente miembros de Hamas, lo que equivale al 0.05% de una población de un millón y medio de habitantes de Gaza. Vaya genocidio.

Nunca faltan las voces de prominentes personalidades de la izquierda israelí que en este caso han oscilado entre el sermón («un niño en Sderot es lo mismo que un niño en Gaza y quien lastime a cualquiera es maldito», Tome Segev), lo fantástico («creo que estamos más cerca de la paz de lo que hayamos estado jamás», Amos Oz), y lo delirante («debemos cesar total y unilateralmente el fuego durante 48hs, e incluso si los palestinos disparan contra Israel, no responderemos», David Grossman). A ellas no tardan en sumarse las condenas de conocidos judíos de la diáspora que emplean su fama para denostar a Israel. Así, el músico argentino-palestino-israelí Daniel Barenboim pide a Israel -no a Hamas- mostrar «una mayor inteligencia que la de tirar bombas». León Rozichner titula una nota en Página12 «´Plomo fundido´ sobre la conciencia judía». Santiago Kovadloff usa su valioso espacio en La Nación para afirmar que Israel «revela escasa lucidez cuando se enfurece y ataca» y enseñar con filosófica claridad que «el hecho en sí de recurrir a las armas constituye, para el Estado judío, una derrota moral incalculable».

Como trasfondo, numerosas manifestaciones pro-Hamas ocurren en todo el Medio Oriente, en Europa y otros lugares. El fervor es elevado y da lugar a acontecimientos insólitos. En Irak, un terrorista se inmola en medio de una multitud antiisraelí. En Nueva Zelanda, un sacerdote católico arroja pintura roja y gotas de su propia sangre sobre una placa conmemorativa de Yitzjak Rabin. En Francia, un automóvil en llamas embiste contra una sinagoga de Toulouse. En Holanda, manifestantes gritan «gaseen a los judíos». En Buenos Aires, izquierdistas radicales y árabes lanzan tomates y zapatos contra la embajada israelí. En este dramático contexto, la dirigencia judeo-argentina permanece, como siempre, ausente. Después de algunas idas y venidas decide pasar a la acción: convoca a un acto en apoyo a Israel…a puertas cerradas. Quizás en muestra de empatía con los residentes de Sderot que deben ocultarse en bunkers subterráneos, la DAIA, AMIA y OSA deciden llevar a cabo el acto en el salón principal ubicado en el segundo subsuelo del edificio de Pasteur. Discursos sentidos serán pronunciados, pero el acto subterráneo sienta un precedente vergonzoso. El hecho está teñido de cobardía y luce como un ocultamiento del apoyo a Israel. Alegan razones de seguridad. Si este es el caso, de ahora en más todo acto que recuerde la voladura de la AMIA, la embajada de Israel, y nuevos aniversarios del estado judío deberán hacerse siguiendo esta modalidad. En realidad, es el síndrome Kovadloff -compulsión por agradar al gentil- institucionalizado. En contraste, los judíos europeos, aún cuando están muy expuestos a la hostilidad de las comunidades islámicas locales, han salido a tomar el espacio público. Al escribir estas líneas, manifestaciones ya han acontecido o están por acontecer en Bruselas frente a la embajada iraní, en Londres en Trafalgar Square, en Roma en el Parco dei Principi, y otras más en París, Ámsterdam, Frankfurt, Estocolmo y Budapest.

Las razones de la condena a Israel difieren, más el resultado final acumulado es el mismo. Podrá incluir críticas pro forma al Hamas, pero en tanto la responsabilidad última por las vidas perdidas sea asignada al estado judío, el cinismo de aquellos que atacan a civiles protegiéndose con civiles será vindicado. Y si el ardid funciona, ¿por qué habrían los terroristas de abandonarlo?

Libertad Digital, Libertad Digital - 2009

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Por Julián Schvindlerman

  

Judeofobia e Islamofobia – 06/01/09

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En mi última columna comentaba la naturaleza problemática de la agenda de Durban II. En rigor, no hace falta viajar mentalmente hasta Sudáfrica para advertir cuán común se ha tornado incluir la islamofobia en pronunciamientos contra el antisemitismo. La declaración conjunta contra todo tipo de discriminación y racismo firmada por los presidentes de la Argentina, Brasil y Venezuela el pasado 16 de diciembre confirma que la islamofobiamanía ha arribado a nuestras costas.

He aquí el texto parcial de la declaración:

Los presidentes de Argentina, de la República Federativa de Brasil y de la República Bolivariana de Venezuela, reunidos en Costa do Sauípe, Brasil, el 16 de diciembre de 2008, observan con grave preocupación que, a comienzos del tercer milenio, un sinfín de seres humanos sigue siendo víctima del racismo, la discriminación e intolerancia religiosa, en particular el antisemitismo y el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia, y que en diversas regiones del mundo han resurgido o persisten ideologías y prácticas racistas y discriminatorias (…) Por tal motivo, los presidentes declaran su más enérgica condena al racismo, el antisemitismo, el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia.

Pronunciamientos de este tipo lo dejan a uno en una posición incómoda. Por un lado, es necesario aplaudir manifestaciones de esta índole, pues representan un paso más en pos del ostracismo de la discriminación y el racismo. Pero, por otro lado, su contenido no auspicioso invita a la cautela. Así es que resultará justo separar las aguas: estas tres naciones latinoamericanas merecen nuestra aprobación por manifestarse pública y oficialmente en contra de estas malas conductas, y a la vez merecen nuestra crítica por el texto que han aprobado.

Bajo el influjo directo de Durban II, esta declaración pone a la islamofobia (aquí denominada «antiislamismo») a la par que el antisemitismo como forma de intolerancia religiosa. Tal paridad es inexistente. Ciertamente, han existido y existen expresiones antiislámicas, y ha habido y hay acoso y aun ataques ocasionales contra musulmanes en el mundo. Pero no hay un fenómeno de antiislamismo. Inmigrantes paraguayos y bolivianos han sido y son usualmente discriminados en la República Argentina, mas no hablamos de antiparaguayismo o antibolivianismo en este país ni en ningún otro donde estos individuos son marginados. ¿La razón? Pues que se trata de actos de xenofobia, y no de un sistema de prejuicios. Tales actos merecen nuestra condena. Pero no merecen ser ubicados en un genérico equivalente al antisemitismo (entendido como odio a los judíos) o al racismo (entendido como odio a los negros). No porque negros y judíos lleven el monopolio del sufrimiento –si es que tal cosa existe–, sino porque hacerlo representa una distorsión conceptual severa.

La Shoá brinda un buen modelo para entender esto. En la maquinaria genocida nazi murieron gentiles y judíos. Pero ella no fue diseñada para la destrucción de los gentiles, sino para la destrucción de los judíos. Tal como Elie Wiesel ha dicho numerosas veces: «En Auschwitz no todas las víctimas fueron judías. Pero todos los judíos fueron víctimas». Por ello, los judíos suelen objetar generalizaciones del Holocausto que desvirtúan la naturaleza de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en varios genéricos holocaustos, sea de polacos, gitanos u homosexuales. En esa actitud no hay intención alguna de minimizar el sufrimiento ajeno. Más bien, todo lo que pretenden en este sentido los judíos es que el sufrimiento de su propio pasado reciente no sea relativizado ni quede diluido en un océano de dolor colectivo que niega la especificidad de su tragedia.

Si aún no está convencido, vea cómo Telesur (empresa mediática multiestatal creada con inversiones de la Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) ha explicado al pronunciamiento latinoamericano arriba citado:

Este es un documento que pone de relieve el interés de nuestros países en combatir directamente el racismo en todas sus presentaciones, y esperamos que esto sirva de motivación para otros Estados para sumarse a una lucha contra el nuevo racismo que comienza a caminar en el mundo y el que va a surgir producto de la crisis financiera que comienza a afectar a Estados desarrollados, y ya se comienzan a ver acciones contra grupos sociales específicos.

Primeramente, con eso del «racismo en todas sus presentaciones» –plagiado de la retórica árabe/palestina, que tradicionalmente condena el terrorismo «en todas sus manifestaciones», entre las cuales incluye las acciones defensivas de Israel– se pretende englobar cualquier cosa que los editores de esa televisión multioficialista vean como racismo. En segundo término, ya vemos cómo el racismo –que inicialmente se refería a la discriminación contra los negros– es aquí ampliado a «grupos sociales específicos» y considerado «producto de la crisis financiera».

En mayo del 2002 Amnesty International emitió una declaración pública, titulada «Europa Occidental: Amnesty International y Human Rights Watch condenan los ataques contra judíos y árabes», en la que se podía leer:

En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril. El 63 por ciento de ellos consistían en pintadas antisemitas. Entre el 1 de enero y el 2 de abril se registraron 34 actos antisemitas graves (agresiones contra personas o ataques a propiedades judías, como sinagogas y cementerios). En marzo y abril varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val d’Oise) y Estrasburgo sufrieron destrozos, y la de Marsella fue pasto de las llamas de un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba a alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas (…) En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con graves heridas. Según los informes, las víctimas de estas agresiones fueron principalmente judíos ortodoxos y hasídicos. En abril, en el ataque contra una sinagoga de Londres, pintaron una esvástica en el atril. En Bélgica, y también en abril, se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes, y se acribilló a balazos la fachada de una sinagoga de Charleroi, en el sudoeste del país. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego (…) También en abril se produjeron ataques contra sinagogas de Berlín y Herford, en Alemania Occidental. Ese mismo mes, según los informes, una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves a consecuencia de la agresión de un grupo de personas en una calle comercial de Berlín tras salir de una sinagoga.

Luego, a modo de evidencia que respaldase la existencia de hostilidad anti-árabe, el comunicado consignaba:

En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un anciano vecino, belga, que, según los informes, hizo comentarios racistas.

Esta ausencia no sutil del sentido de la proporción nos permite entender, en parte, por qué las declaraciones del trío latinoamericano, el dúo protector de los derechos humanos y el bloque islámico de Durban II ven islamofobia por todas partes.