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Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

¿Debe Israel suplir servicios a Gaza? – 28/05/08

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Existe la impresión generalizada de que la Franja de Gaza vive al borde de una crisis humanitaria dada la decisión israelí de reducir los suministros de combustible y electricidad, y que Israel tiene una obligación jurídica y moral de garantizar dichas provisiones. Dejando de lado el hecho de que la franja ha estado al borde de una crisis humanitaria desde 1994, cuando la Autoridad Palestina fue establecida, ambos puntos son incorrectos. La ley internacional no requiere que Israel provea a Gaza de combustible o electricidad o de ningún otro servicio o mercancías. Y no existe ley moral alguna que obligue a un estado bajo ataque constante a suministrar asistencia de cualquier tipo a la entidad ofensora.

En la opinión legal de Abraham Bell, profesor de derecho en la Universidad Bar-Ilan, el artículo 23 de la Cuarta Convención de Ginebra permite a estados como Israel cortar el suministro de combustible y electricidad a territorios como Gaza. Solamente requiere que Israel permita el paso de alimentos, ropas y medicamentos destinados a niños menores de quince años, mujeres embarazadas, y casos de maternidad. Más aún, Israel estaría obligada a no interferir con los envíos de terceras partes, no a proveer algo ella misma. El artículo 70 del Primer Protocolo Adicional de las Convenciones de Ginebra de 1977 amplia los requerimientos relativos a provisiones esenciales, pero no lista ni el combustible ni la electricidad como ítems cuyo paso debe ser permitido. Bell destaca que la dependencia del suministro extranjero no crea una obligación legal para la continuación de tal suministro. Arabia Saudita no está obligada a proveer de petróleo a Europa, ni Occidente está obligado de suministrar ayuda alimenticia a Somalía o Darfur. Asimismo, tampoco hay precedente que cree obligaciones legales sobre la base de una previa administración militar. Ninguna obligación ha caído sobre Egipto respecto de Gaza a pesar de haber ocupado la franja durante casi veinte años, o sobre las Naciones Unidas respecto de Irak y Libia luego de la imposición de zonas libres de vuelo sobre sus espacios aéreos. El artículo 23 de la Cuarta Convención en ciertos casos requiere el permiso de ciertos ítems bajo ciertas condiciones a población civil enemiga, pero esto no abarca a Israel y a Gaza: ninguno es signatario de la Convención y Gaza no es territorio ocupado. Aún si Israel estuviera obligada por la Convención, ella cumple con la ley internacional puesto que incluso el derecho consuetudinario permite la interferencia del tránsito de ítems humanitarios para asegurarse que éstos no sean puestos a beneficio de la economía o los esfuerzos militares del enemigo. Este ha sido el caso en más de una instancia, cuando en febrero del corriente año el Hamas tomó posesión de catorce camiones de la Cruz Roja repletos de ayuda humanitaria, y cuando en abril atacó un convoy de camiones que transportaban combustible destinado para UNRWA, la agencia de asistencia a los refugiados palestinos. Hamas está tomando el combustible para los vehículos de sus líderes y fuerzas de seguridad» dijo un palestino de Gaza al Jerusalem Post, mientras que un oficial palestino de Ramallah afirmó que «Hamas está o bien robando o bien bloqueando la mayor parte de las provisiones de combustible». Por todo ello, Israel no está incumpliendo con la ley internacional al reducir o frenar suministros de servicios a la Franja de Gaza.

La exigencia moral impuesta a Israel -estado receptor de miles de cohetes disparados desde Gaza- es por demás absurda. Ningún estado debe proveer de servicios o mercancías a una entidad agresora. Ni tampoco puede el pueblo palestino pretender ser inmune a las consecuencias derivadas de las decisiones que el gobierno popularmente electo por éste adopta. Menos aún cuando numerosas encuestas de opinión reflejan un apoyo sustantivo del pueblo de Gaza al Hamas; algo que se condice con la atmósfera general: según una encuesta publicada este mes por la Universidad de Maryland y Zogby Internacional, efectuada a unos cuatro mil árabes en Egipto, Jordania, Líbano, Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, la mayoría prefiere a Hamas respecto de Fatah. Además, las manifestaciones civiles en apoyo al terrorismo de Hamas dan cuenta de una población encantada con el asesinato de israelíes. Luego del atentado contra estudiantes en una Yeshivá de Jerusalem el pasado mes de marzo, las calles de Gaza se atestaron de miles de palestinos, algunos fueron a dar gracias a las mezquitas y otros repartieron caramelos. Lo mismo sucedió en febrero luego un atentado suicida en Dimona: conductores tocaron las bocinas de sus automóviles en señal de alegría y jóvenes repartieron flores y caramelos. Expresiones públicas palestinas de apoyo también recibió el Hizbullah durante su última guerra contra Israel así como Saddam Hussein cuando lanzó 39 misiles Scud contra el estado judío. Otro tanto ocurrió durante la llamada segunda intifada ante los atentados suicidas del Hamas y otras agrupaciones terroristas donde era común la distribución popular de caramelos y aprobatorios disparos al aire. Con lo cual, resulta inadecuado pretender poner sobre los hombros de Israel responsabilidad moral alguna por las necesidades humanitarias de un pueblo exultante ante la sangre israelí.

Al centrar su atención en las infundadas exigencias morales y legales contra Israel, la comunidad internacional está pasando por alto la propia acción del Hamas en pos de acentuar la crisis humanitaria de los palestinos para obtener provecho político. Hamas no solo ha atacado a camiones transportadores de alimentos y combustible hacia Gaza, sino que incluso ha atentado contra la terminal de combustible de Nahal Oz, de donde sale combustible para los palestinos. «Ellos tomaron control del combustible y dispararon contra la terminal para torpedear el flujo de combustible hacia la franja» admitió en abril Mojahed Salam, titular de la agencia de combustible de la AP. Al agudizar la crisis humanitaria, cruelmente Hamas busca aumentar la presión mundial sobre Israel.

Asistimos así, una vez más, a un clásico de clásicos del conflicto palestino-israelí: Israel es culpado por atropellos inexistentes en tanto que el liderazgo palestino es exonerado de delitos que sí comete. La adjudicación de responsabilidad a propósito de la crisis humanitaria de Gaza es moralmente relevante y prácticamente útil en tanto permitirá -al menos a aquellos dispuestos a admitir la realidad- identificar sus causas verdaderas y poder remediarlas con efectividad.

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Israel, una historia sorprendente – 14/05/08

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Israel es una pequeña nación que comenzó su emprendimiento nacional secando pantanos en el desierto a fines del siglo XIX, y que ha ingresado al siglo XXI con satélites propios en el espacio.

A lo largo de estos años, sus logros han sido extraordinarios. En materia económica, por ejemplo, cuando cumplió sus primeros cincuenta años de vida, Israel ingresó al ranking de los 25 países con el más alto ingreso nacional per cápita y con una de las más altas tasas de crecimiento económico. Ha sido el único país del orbe en ingresar al siglo XXI con un incremento neto en la cantidad de árboles.

En el área de la tecnología el estado judío ha descollado. Según datos recopilados por los Amigos de la Universidad de Tel-Aviv en la Argentina, Israel cuenta con el mayor número de emprendimientos de biotecnología del mundo. En términos per cápita, posee la mayor cantidad de científicos del globo así como el más alto porcentaje de computadoras hogareñas. Ocupa el segundo puesto mundial en solicitud de patentes (luego de Japón) y en número de empresas que cotizan en Wall Street (luego de EE.UU.). El pen-drive, el primer teléfono celular, la primer cámara de fotos para celular, el primer antivirus, la tecnología del Messenger, y gran parte de los sistemas operativos Windows NT y XP; todo ello ha sido desarrollado por firmas israelíes. No por nada Bill Gates ha dicho: Israel representa el punto más alto de la innovación».

Ningún observador imparcial de la realidad israelí puede dejar de apreciar con legítima fascinación el hecho de que aún antes de constituirse el estado, la comunidad judía establecida en Palestina ya había creado los cimientos para el desarrollo nacional en tantas áreas que han hecho del Israel actual un modelo ejemplar.

La Escuela Mikve Israel, fundada en 1870, marca la génesis de la investigación agrícola israelí, la que es luego potenciada con la Estación Agrícola de 1921, que eventualmente se convertiría en la Organización de Investigación Agrícola; hoy el más grande centro de investigación y desarrollo israelí en este campo. La Estación Hebrea de Salud fue creada a comienzos del siglo XX para promover la investigación médica, tal como lo fuera la fundación de los Laboratorios del Mar Muerto de la década de 1930, orientado a la investigación industrial. En 1924 fue establecido en Haifa el Instituto de Tecnología de Israel, más conocido simplemente como Technion. Al año siguiente fue inaugurada la Universidad Hebrea de Jerusalem, y en Rehovoth, en 1934 fue creado el Instituto de Ciencia Weizmann (inicialmente bajo el nombre de Instituto Sieff). Luego del nacimiento del Estado de Israel, otras cuatro universidades fueron creadas: la Universidad Bar-Ilán (1955 en Ramat Gan), la Universidad de Tel-Aviv (establecida en 1956), la Universidad de Haifa (1963) y la Universidad Ben-Gurión del Negev (1967 en Beer Sheva).

No menos impresionante ha sido la promoción cultural, que en materia musical por ejemplo, ha tenido de la mano de Arturo Toscanini la presentación del primer concierto de la Orquesta Filarmónica Palestina (rebautizada como Orquesta Filarmónica de Israel) en la ciudad de Tel-Aviv en 1936. Desde entonces, Israel ha brindado al mundo musical figuras descollantes de la talla de Itzjak Perlman, Shlomo Mintz, Pinjas Zuckerman, y Daniel Barenboim, entre otros. La Academia de Música Samuel Rubin (fundada en 1945) es otro ejemplo de la calidad artística que es usual hallar en Israel.

No son muchas las naciones que establecen museos antes de alcanzar la independencia, y ciertamente la creación del Museo de Arte de Tel-Aviv en 1932 marca un hito cultural singular. En la actualidad hay cerca de 200 museos de diverso tamaño en la Tierra de Israel, convirtiendo al pequeño país en portador de la mayor cantidad de museos del mundo en términos per cápita.

Para cualquier nación, todos estos logros supondrían una proeza digna de elogio, pero para un estado asediado desde su mismísimo nacimiento, que ha debido enfrentar un boicot económico de todo un bloque regional, que ha tenido que librar guerras y sacrificar preciosas vidas humanas de su pequeña población (solamente durante la Guerra de la Independencia de 1948, Israel perdió el 1% de su gente), y que se ha visto obligada a orientar sumas astronómicas de su presupuesto nacional al área de la defensa (hoy en el 8% del PBI, y equivalente al 10% durante las primeras dos décadas, al 25% a partir de 1967, y que llegó al insólito guarismo del 45% durante la Guerra de Iom Kipur en 1973), para un país que ha tenido que absorber a más de 2.5 millones de inmigrantes en seis décadas (cuatro veces el número de pobladores judíos al momento del establecimiento de la patria), para un país que después de 400 años de gobierno otomano encontró una tierra desolada y una hostilidad vecinal manifiesta; para una nación que se ha topado con semejantes desafíos, esto no es menos que un milagro.

En contraste a este panorama fenomenal, su situación política continúa inestable. El estado de Israel mantiene relaciones diplomáticas con unas 162 naciones sobre un total de 192 acreditadas ante la ONU, pero la opinión pública internacional permanece escéptica, cuando no abiertamente crítica. La discriminación contra Israel persiste en el foro de las Naciones Unidas, a la que se han sumado campañas de demonización global en el mundillo de las ONGs humanitarias y ámbitos universitarios. Una parte importante de la prensa internacional contribuye a la difamación a partir de la tergiversación. Prestigiosos intelectuales asisten a su difamación cotidiana. Internamente, el post-sionismo procura corroer la confianza nacional en el proyecto sionista. Regionalmente, Israel aún esta lejos de alcanzar la paz y su existencia sigue siendo cuestionada. Los palestinos, sin ir más lejos, habían anunciado que boicotearían a los líderes mundiales que arribaran a Israel para participar de las celebraciones por su aniversario. En la reunión de Annapolis, se negaron a reconocer a Israel como un estado judío. Egipto y Jordania, así como en menor medida Turquía, Marruecos y algunas naciones del Golfo Pérsico, se cuentan entre las entidades no hostiles a Israel, pero sus poblaciones siguen albergando fuertes sentimientos antisionistas derivados -en muchos casos- de la propaganda oficial. El programa nuclear de Irán ha surgido como una amenaza no solo a la seguridad nacional del estado judío, sino a su misma supervivencia. Las agrupaciones terroristas islamistas continúan hostigando a los pobladores de Israel.

Sin embargo, y sin desconocer las amenazas que se ciernen sobre Israel, hay motivos de sobra para celebrar. A 111 años del primer congreso sionista, en el que un puñado de soñadores lo comenzó todo, y a 60 años de que sus seguidores proclamaron la soberanía nacional, el estado judío florece a la par que ofrece una épica conmovedora y estelar de esperanza y esfuerzo, de dedicación y perseverancia, de superación y realización.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Visitando Latinoamérica – 01/05/08

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Revista Virtual de la Unión Judía de Congregaciones de Latinoamérica y el Caribe

Latinoamérica es una bella región. Inmersos en su realidad políticamente zozobrante y caliente, desilusionados de los dirigentes nacionales, sabedores de las desigualdades sociales, cansados de la corrupción endémica y agobiados por los problemas económicos estructurales, los latinoamericanos tendemos a olvidar el costado positivo de nuestro entorno y cotidianeidad. La calidez humana del latino, la rica creación cultural, la encantadora geografía natural, así como la ausencia de guerras y conflictos étnicos de envergadura, hacen de nuestro continente una zona hospitalaria al viajante ocasional o regular. Latinoamérica, resta señalar, no es el paraíso en la tierra, pero aún una recorrida superficial por su geografía humana y su paisaje natural nos devuelven una buena sensación y una tibia esperanza de un futuro mejor.

Y sin embargo, amenazas internas y externas se ciernen sobre este hermoso continente. Pude apreciar esto de manera directa durante una reciente gira de conferencias por varios de sus países. Primero en la interesantísima Quito, en el marco de un seminario sobre actualización y capacitación en acción política organizado por la B´nai B´rith Internacional, con la participación de su presidente mundial, su vicepresidente ejecutivo, su director para la región, consultores y otros miembros. El generoso intercambio de ideas y apreciaciones con ellos y presidentes de varias comunidades judías de la zona y con diplomáticos israelíes asistentes a las intensas sesiones de trabajo, han ilustrado a propósito de muchos de los desafíos actuales para las comunidades judías y la región toda. Luego en El Salvador, en su tranquila y preciosa capital, donde su pequeña empero activa comunidad judía logró convocar a mi disertación a un ex presidente de la república, al cónsul argentino, al embajador israelí, al director del más prominente diario nacional y a una nutrida concurrencia. Posteriormente en Panamá, ciudad intrigante, a la que al arribar y circular por su autopista lindante con el mar y vislumbrar su silueta edilicia a la distancia, uno cree haber aterrizado en una historieta de futurismo urbanístico. La arquitectura de la sinagoga Kol Shearit, donde aconteció la conferencia principal ante su amena comunidad y enviados de la prensa nacional, no hace más que confirmar esta primera impresión. El siguiente destino fue Colombia, bajo la hospitalidad de Barranquilla y Cali, con buena acogida mediática a mi visita y la cálida recepción de sus colectividades. Y finalmente, como piece de la resistance, Aruba, una exquisita isla caribeña decorada con hermosas playas y cruceros formidables que parecen tomados de una postal. Invitado por la atenta cónsul honoraria de Israel, diserté en la Casa de la Cultura ante un público interesado que contaba entre los suyos a la jefa del parlamento, al responsable de la seguridad nacional, al titular de la seguridad interna, a diplomáticos y cónsules honorarios, a corresponsales de prensa, y ciudadanos en general.

Con cada audiencia que dialogué durante el periplo de tres semanas sobre la situación general en el Medio Oriente, el conflicto palestino-israelí, el programa nuclear de Irán y su impacto regional e internacional, pude advertir un común denominador de preocupación: la penetración iraní en América Latina, la expansión chiíta, la presencia del Hizbullah en estas costas y la problemática posición de Venezuela en este cuadro. Como telón de fondo, los crecientes populismos, el debilitamiento de las democracias, la imagen pública de Israel, el antisemitismo, y el empequeñecimiento de algunas comunidades judías han sido temas también presentes. Resta una importante labor de concientización interna y esclarecimiento externo en Latinoamérica. La diversidad dentro de las audiencias que me han escuchado ilustra acerca del gran interés existente, dentro y fuera de las comunidades judías, en los asuntos regionales y globales que a todos nos conciernen.

Comunidades, Comunidades - 2008

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Por Julián Schvindlerman

  

El Rabino Católico – 30/04/08

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La última pascua cristiana estuvo acompañada por la polémica conversión al catolicismo por parte del reconocido periodista musulmán residente en Italia Magdi Allam. Ese hecho fue recibido con agrado en el Vaticano, ha irritado a muchos en el mundo islámico, y ha generado sorpresa incluso entre los usualmente desinteresados de los asuntos interconfesionales.

Quizás resulte instructivo señalar que los judíos tenemos nuestro propio precedente controvertido en el campo de las conversiones voluntarias al catolicismo en la modernidad. El hecho también ocurrió en Italia, unas décadas atrás, y despertó gran sorpresa e indignación entre las comunidades judías de ese país y del mundo entero en esa época. No era para menos, a la luz de que el nuevo seguidor de San Pedro era por aquél entonces el Gran Rabino de Italia, Israel Zolli.

El 13 de febrero de 1945, él y su esposa fueron bautizados en una pequeña capilla cercana a la Iglesia de Santa María degli Angeli, y su hija se les sumaría unos meses más tarde. Hasta apenas 24hs antes, había estado oficiado como rabino. Según voceros vaticanos, la conversión nació en un espíritu de gratitud al Papa Pío XII, quién había ayudado al rabino y a su familia a ocultarse de los nazis. Aparentemente, Zolli había jurado que si sobreviviría al Holocausto, se convertiría. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial lo hizo bajo el nuevo nombre de Eugenio María», en honor a Eugenio Pacelli ó Pío XII. Además publicó un libro sobre el antisemitismo que incluye un capítulo de defensa de las gestiones vaticanas a favor de los judíos de Roma durante la ocupación nazi de la ciudad. Éste fue publicado por Anonimas Veritas Editrice, una editorial católica de Roma. En su libro El Papa de Hitler, el autor John Cornwell define a Zolli como «el más ardiente defensor judío de Pacelli en años posteriores». Voceros judíos de la época atribuyeron la conversión a una disputa feroz entablada entre la comunidad judeo-italiana y Zolli. Cuando los alemanes invadieron Roma, el rabino y su familia hallaron refugio en las casas de unas familias católicas, primero, y presuntamente en el propio Vaticano, después. Sobre este punto hay discrepancias en las fuentes consultadas, pero en todo caso resulta claro que Zolli pasó en algún escondite el período de la ocupación nazi de Roma, para resurgir en junio de 1944 una vez que éstos se habían marchado. Él quería recuperar su trabajo pero los judíos de Roma consideraban que él había abandonado a su comunidad y se opusieron. Eventualmente lo obtuvo por decisión del coronel Charles Poletti, el gobernador militar de Roma designado por los norteamericanos. Confrontaciones entre el rabino y los judíos romanos se sucedieron hasta que, finalmente, en enero de 1945 Zolli renunció al puesto. Tres semanas después abandonaría el judaísmo.

La versión del propio Zolli fue que su motivación había sido puramente espiritual. En una entrevista concedida en 1950 al periódico israelí Maariv, él elaboró acerca de las razones de su conversión vinculándolas al «conocimiento del catolicismo y mi amor por Cristo y por los Evangelios». En un libro autobiográfico de 1954 titulado Antes del Amanecer, publicado por una editorial católica de Nueva York, y supuestamente incentivado a la idea de escribir sobre las circunstancias de su conversión por Giovanni Cicognani, entonces delegado apostólico en Washington y luego Secretario de Estado en el Vaticano, el rabino converso afirmó que sus primeras meditaciones sobre Jesús comenzaron a los doce años en Austria, para concluir en una visión trascendental que experimentó cuarenta años después en Italia, durante el Iom Kipur de 1944. El escritor Sam Waagenaar detalla en su libro Los Judíos del Papa la existencia de precedentes del interés académico que Zolli manifestó a lo largo de su vida por un «puente religioso» entre los dos credos. Luego de finalizar sus estudios rabínicos, y mientras oficiaba como rabino en Trieste, Zolli enseñó sobre la «Teología del Viejo y Nuevo Testamento» en la Universidad de Padua. En 1935 escribió una tesis titulada «La Sagrada Alianza entre la literatura del Viejo y Nuevo Testamento», y en 1938 publicó un libro titulado «El Nazareno» que trataba acerca de la vida de Jesús como judío. Una vez bautizado, Zolli enseñó literatura hebrea y bíblica en el Instituto Pontifico Bíblico de Roma.

La comunidad judía italiana endilgó a Zolli haber «perpetrado el acto más deplorable del que un hombre puede moral y religiosamente ser culpado; y la responsabilidad del profesor Zolli es muy seria porque, con su cultura y talento poco común y competencia específica en conocimiento semita y en el estudio de la religión comparada, él más que ningún otro podía medir la gravedad de la impropiedad que él concientemente ha cometido». Robert Weisbord y Wallace Sillanpoa, autores de El Gran Rabino, el Papa, y el Holocausto, lo han definido como «el más grande meshummad (apóstata voluntario) rabínico en la historia moderna». La restricción temporal es correcta, puesto que a lo largo de los siglos algunos judíos, incluso rabinos, muy excepcionalmente se han convertido libremente al catolicismo. Pero el caso Zolli fue especialmente shockeante por haber ocurrido inmediatamente después de la Shoah y por tratarse del líder espiritual de una de las comunidades judías más antiguas de Europa.

Eugenio María Zolli murió en 1956 a los 75 años de edad. Al consumar su conversión, este curioso rabino ha legado uno de los episodios más extraños de la historia de las relaciones entre católicos y judíos. Para los primeros, ello representó el cenit del proselitismo religioso; para los segundos, ello significó una escandalosa traición. Pasó a la historia como un incidente singularmente misterioso.

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Por Julián Schvindlerman

  

La iglesia y la Inquisición – 16/04/08

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Una reciente gira de conferencias por Latinoamérica y el Caribe me regaló una parada de distensión en Cartagena de Indias. Esta bella ciudad colombiana contiene uno de los cascos antiguos más magníficos que he visitado. Arribar al mismo al anochecer, en el instante perfecto en que la luz del día se desvanece y comienzan a iluminarse sus largas calles empedradas y sus amplias casonas coloniales, es vislumbrar una experiencia singular. Cartagena ofrece desde un Museo del Oro hasta un Hard Rock Café, desde antiguos claustros remodelados en sofisticados hoteles hasta una universidad, desde plazas coloniales tupidas de palmeras y bailarines locales, hasta restaurantes típicos y locales de moda; todo ello integrado en una atmósfera de turismo intrigante y relajante a la vez.

Cuesta creer que esta hermosa ciudad haya sido asiento, cinco siglos atrás, de una de las instituciones más nefastas de la historia de la humanidad: la así llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fundada en 1542 por Pablo III para defender a la Iglesia de las herejías. En el año 1610 fue instaurada la Inquisición en Cartagena de Indias. Junto con Lima y México, fue una ciudad del continente americano usada por la Iglesia Católica como base para juzgar delitos contra la fe cristiana. Su jurisdicción abarcaba el Nuevo Reino de Granada y Venezuela hasta Nicaragua, Panamá, Santo Domingo y las Islas de Barlovento. Ella permaneció allí hasta 1811 cuando los independentistas expulsaron a los inquisidores temporalmente, para erradicarlos definitivamente en 1821.

Entrar al Palacio de la Inquisición es adentrarse al oscurantismo medieval más aterrador. Las primeras salas están dedicadas a las brujas. Se informa que las mujeres delgadas eran sospechosas naturales de la brujería pues se requería un cuerpo liviano para volar. Un método de detección de brujas consistía en ponderar las proporciones del cuerpo con el peso de la sospechosa y si éstos no cuajaban con lo estipulado por los inquisidores, ésta caía en desgracia. Otro método surgía de derramar un líquido altamente irritante para los ojos, en caso de que la desdichada no lagrimeara, los inquisidores concluían en su culpabilidad dado que era atribuido al demonio la incapacidad de llorar, una característica que las brujas compartían. La siguiente sala exhibe los horribles mecanismos de tortura empleados por los inquisidores contra todos los herejes». Se trata de métodos inconcebibles a la razón. Atravesar estos cuartos conlleva un aplastamiento del ánimo que tomará horas recuperar. El «aplastacabezas», tal como sugiere su nombre, era una herramienta que permitía triturar el cerebro del hereje hasta que éste se le saliera por los ojos. Una mesa con cuerdas permitía atar las extremidades de los acusados y estirarlas hasta el desprendimiento brutal. Una silla a la que era sujetada la víctima tenía un cilindro de hierro que, a medida que el verdugo hacía girar una manija, avanzaba contra el cuello de ésta provocando asfixia primero y el destrozo de la columna vertebral después. Estos y otros métodos eran usados para extraer confesiones y llegar a la «verdad». La decapitación por hacha y el «fuego purificador» de la hoguera actuaban finalmente como castigos de ejecución una vez obtenida la «confesión».

En 1908, el Papa San Pío X modificó el nombre de la Inquisición por el de Sagrada Congregación del Santo Oficio. En 1965, Pablo VI la rebautizó bajo el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe, su nombre actual. Su prefecto por casi un cuarto de siglo fue el cardinal Joseph Ratzinger (1981-2005) hasta que fue proclamado Papa bajo el nombre de Benedicto XVI. Al visitar Brasil en mayo del 2007, en su discurso inaugural de la V Asamblea de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, Ratzinger afirmó que «el anuncio de Jesús y de su evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña…Cristo era el salvador que anhelaban [los indígenas de América] silenciosamente». Su reafirmación del poder salvador de la Inquisición fue ampliamente considerado reaccionario y a contramarcha del nuevo espíritu componedor que desde el Concilio Vaticano II abrazó Roma. Ello es cierto, pero es menester recordar algunas cosas que aún Juan Pablo II -posiblemente el pontífice más dialoguista y sensible en la historia Papal- ha dicho al respecto.

En su carta apostólica Tertio millenio adveniente de 1994 escribió: «Así, es justo que (…) la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo». (Énfasis en el original). Sin embargo, en un mensaje pronunciado al publicarse las Actas del Congreso sobre la Inquisición (octubre de 1998), Juan Pablo II observó: «En la opinión pública la imagen de la Inquisición representa casi el símbolo de ese antitestimonio y escándalo. ¿En que medida esa imagen es fiel a la realidad? Antes de pedir perdón, es necesario tener conocimiento exacto de los hechos y situar las faltas con respecto a las exigencias evangélicas allí donde se encuentran efectivamente». El pedido de perdón emitido el 12 de marzo de 2000 en ocasión de la celebración litúrgica que marcó la Jornada del Perdón, decía: «Señor, Dios de todos los hombres, en algunas épocas de la historia los cristianos a veces han transigido con métodos de intolerancia y no han seguido el gran mandamiento del amor, desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa. Ten misericordia de tus hijos pecadores…». Léase bien: el arrepentimiento comprende no a la Iglesia como institución, sino a sus «hijos pecadores» los que «a veces» y en «algunas épocas» han transigido.

En lo referido a los actos perpetrados por la Iglesia durante su Inquisición y sus famosos pedidos de perdón, resta un largo camino por recorrer todavía. Con sus imperfecciones, bajo el pontificado de Juan Pablo II el camino había al menos comenzado. A juzgar por sus declaraciones, no queda claro si Benedicto XVI tiene intenciones de continuarlo.

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Por Julián Schvindlerman

  

Una carpa en Jerusalem – 26/03/08

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Imaginemos por un instante una carpa erigida en Buenos Aires en 1994 en honor del terrorista suicida que se inmoló al volar la AMIA y a 85 personas, adornada con fotografías del mártir» y banderas del Hizbullah. O concibamos una carpa similar, en una casa ubicada en las inmediaciones del World Trade Center, clavada en el corazón de Manhattan luego del 11 de septiembre de 2001, para rendir tributo a los kamikazes de Al-Qaeda que estrellaron dos aviones repletos de civiles contra las torres gemelas. ¿Podemos anticipar la reacción social y política ante semejante ultraje? Pues bien, en el Estado de Israel esto ha ocurrido, y la respuesta de parte de la ciudadanía y de las autoridades ha sido tan alucinante como para relegar a segundo plano la ofensa inicial.

El jueves 6 de marzo, Alaa Abu D´heim ingresó a la yeshiva Mercaz Harav armado con una ametralladora y acribilló a sangre fría a ocho adolescentes antes de ser abatido. La sociedad no había siquiera comenzado a asimilar la magnitud de la tragedia, cuando sus familiares en la parte árabe de Jerusalém montaron una carpa para recibir las condolencias y la cubrieron con retratos del jahid y con banderas palestinas así como del Hamas y del Hizbullah; dos agrupaciones que llaman abiertamente a la destrucción de Israel. Así, con una carpa abierta al público y a la vista del mundo entero, fue honrado impunemente un asesino de judíos en la capital de Israel. Hubo protestas, naturalmente, pero lo que merece atención aquí es la reacción opuesta, la de indecisión oficial y de empatía popular. El Ministro de Seguridad Pública Avi Dichter explicó que, legalmente, nada prevenía a los deudos árabes montar la carpa del duelo al terrorista, razón por la cuál no podía ella ser desmontada. «No tenemos la autoridad legal para cerrarla» indicó. Pero como sí existe una ley que prohíbe la manifestación de simpatía con organizaciones terroristas, entonces había elementos para pedir a los deudos que remuevan las banderas del Hamas y del Hizbullah que agraciaban la escena. El Primer Ministro se reunió con oficiales para debatir el asunto. El Instituto Nacional del Seguro dijo que no cubriría los gastos del funeral del terrorista pero que esa decisión debía ser sometida a los expertos «para ver si puede ser justificada legalmente». A nivel popular, se registraron situaciones no menos delirantes. «Necesitamos comenzar a pensar en un compromiso y en como aceptar al otro y al diferente, incluso si no apreciamos sus costumbres» declaró ante la prensa un padre israelí que había perdido a un hijo en un atentado terrorista antaño. El parlamentario Dov Khenin tildó de «castigo colectivo» a un posible desmantelamiento de la carpa. La activista de la izquierda radical Tali Fahima fue al lugar a dar el pésame a la familia D´heim. Para cuando había transcurrido casi una semana de la masacre, el Ministro de Defensa Ehud Barak dio la orden de demoler la casa del terrorista.

Durante aquellos primeros días posteriores al ataque, mientras Israel ponderaba el detalle jurídico y evaluaba con minuciosidad científica la diferencia entre lo legalmente permisible y lo no permisible, concluyendo que flamear las banderas de agrupaciones terroristas era indebido, más no así el rendir tributo a un asesino de israelíes en plena capital de la nación, las autoridades jordanas -sin tantas tribulaciones- ordenaron sin más la prohibición de erigir una carpa idéntica a la de Jerusalém, que estaba siendo montada por otros parientes de Abu D´heim en Ammán. Poco tiempo antes, el gobierno kuwaití había decidido deportar a los ciudadanos que habían participado de una manifestación en conmemoración del terrorista Imad Mughniyeh, asesinado en febrero en Damasco. Al traer estos ejemplos no se está sugiriendo que Israel adopte los patrones de comportamiento político de otros países de la región, tan solo se está notando la ironía de que hayan sido dos naciones árabes las que han evidenciado mayor firmeza ante la apología del terrorismo anti-israelí que el propio estado judío.

Ciertamente, Israel es una democracia. Pero es una democracia en tiempos de guerra. Y no es mostrando sensibilidad y tolerancia como se derrota a un enemigo; el fin último en las contiendas. La adhesión a la Ley es un imperativo social, pero ella debe dar espacio para la acción en casos de ofensa a la conciencia pública como claramente lo es un atentado terrorista y su posterior glorificación. Si con estas actitudes los israelíes buscan agradar ante el mundo, pueden olvidarse de ello. El mismo día del atentado en Mercaz Harav, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra adoptó una resolución de condena contra Israel por la escalada de violencia en Gaza. El texto de la resolución no hacía mención alguna a la masacre de Jerusalém. Treinta y tres países votaron a favor y sólo uno, Canadá, en contra. Dieciséis naciones occidentales se abstuvieron, a excepción de Suiza que -abandonando su tradicional neutralidad- votó a favor. En Nueva York, el Consejo de Seguridad no pudo reunir los votos necesarios para condenar el ataque en Jerusalén, luego de que Libia objetara el texto de la resolución. Y en cuanto a los palestinos, ellos estaban demasiado ocupados celebrando la atrocidad como para tomar nota de la consideración israelí hacia los familiares del asesino. Miles salieron a festejar a las calles de Gaza, a rezar plegarias de agradecimiento a las mezquitas, a repartir caramelos y a disparar sus rifles de la «liberación» hacia el cielo infinito.

Una periodista israelí advirtió que el mismo día del baño de sangre en Jerusalém, otro árabe murió en el país en circunstancias diferentes. Se trató de un joven beduino de 28 años, enlistado voluntariamente en el ejército israelí, que murió al pisar una mina en la frontera con Gaza. Temiendo represalias por parte de los palestinos o la propia comunidad árabe de Israel, su familia decidió no divulgar su nombre y evitar el funeral militar con honores. La paradoja trágica del caso es evidente: un árabe-israelí que dio su vida por su patria debió ser sepultado en secreto bajo el hálito de la vergüenza, mientras que otro árabe-israelí que masacró a civiles indefensos fue despedido con orgullo. Esto es todo un comentario relativo al sentimiento reinante en la comunidad árabe-israelí, sentimiento que el gobierno nacional ha contribuido poco en modificar con el ejemplo de su desubicada delicadeza hacia la carpa de la infamia.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2008

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Una carpa en Jerusalem – 17/03/08

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Imaginemos por un instante que en la Buenos Aires de 1994 se erige una carpa, con banderas de Hezbolá, en honor del terrorista suicida que voló la AMIA y mató a 85 personas ese mismo año. O que en la Nueva York de 2001 y en el Madrid de 2004 se hiciera lo mismo para homenajear a los que atentaron contra el World Trade Center y la estación de Atocha, respectivamente. ¿Podemos anticipar la reacción social y política ante semejante ultraje? Pues bien, en Israel ha ocurrido precisamente eso, y la respuesta de parte de la ciudadanía y de las autoridades ha sido tan alucinante como para que la ofensa inicial haya quedado en segundo plano.

El pasado día 6 Alá Abú Dheim ingresó en la yeshivá Mercaz Harav armado con una ametralladora y acribilló a sangre fría a ocho adolescentes, antes de ser abatido. La sociedad no había siquiera comenzado a asimilar la magnitud de la tragedia cuando los familiares del terrorista montaron una carpa en la parte árabe de Jerusalem para recibir las condolencias; una carpa que cubrieron con retratos del sahid y con banderas tanto palestinas como de Hamás y de Hezbolá, dos agrupaciones que llaman abiertamente a la destrucción de Israel.

Así, con una carpa abierta al público y a la vista del mundo entero, fue honrado impunemente un asesino de judíos en la capital de Israel. Hubo protestas, naturalmente, pero lo que llama la atención es la indecisión oficial y la empatía de parte de la sociedad. El ministro de Seguridad Pública, Avi Dichter, explicó que, legalmente, nada impedía a los deudos del terrorista montar una carpa de duelo, por lo que ésta no podía ser desmontada. «No tenemos la autoridad legal para cerrarla», indicó. Pero como sí existe una ley que prohíbe la manifestación de simpatías para con organizaciones terroristas, entonces había elementos para pedir a los deudos que retiraran las banderas de Hamás y de Hezbolá que agraciaban la escena.

El primer ministro, Ehud Olmert, mantuvo reuniones con otros altos cargos para debatir el asunto, y el Instituto Nacional del Seguro anunció que no cubriría los gastos del funeral, pero apuntó que tal decisión debía ser sometida al criterio de los expertos, «para ver si [podía] ser justificada legalmente».

No acabaron ahí las situaciones delirantes. «Necesitamos comenzar a pensar en un compromiso, y en cómo aceptar al otro y al diferente, incluso si no apreciamos sus costumbres», declaró a la prensa un padre israelí que había perdido a un hijo en un atentado, mientras que el parlamentario Dov Khenin aseguró que el desmantelamiento de la carpa sería un «castigo colectivo» y la ultraizquierdista Tali Fahima se allegó hasta la misma para dar el pésame a la familia Dheim…

Cuando ya había transcurrido casi una semana de la matanza, el ministro de Defensa, Ehud Barak, dio la orden de demoler la casa del terrorista.

Durante aquellos primeros días posteriores al ataque, mientras Israel ponderaba el detalle jurídico y evaluaba con minuciosidad científica la diferencia entre lo que era y no era legalmente permisible, para concluir que el hacer flamear banderas de agrupaciones terroristas era algo indebido pero no el rendir tributo a un asesino de israelíes en plena capital de la nación, las autoridades jordanas prohibieron sin más a unos familiares de Abú Dheim levantar en Ammán una carpa idéntica a la de Jerusalem. Poco tiempo antes, el Gobierno kuwaití había decidido deportar a unos individuos que habían participado en una manifestación conmemorativa del terrorista Imad Mughniyeh, asesinado en Damasco el pasado febrero.

Al traer estos ejemplos a colación no estoy sugiriendo que Israel adopte los patrones de comportamiento político de otros países de la región; sólo estoy notando la ironía de que dos naciones árabes han evidenciado una mayor firmeza ante la apología del terrorismo anti-israelí que el propio Estado judío.

Ciertamente, Israel es una democracia. Pero es una democracia en tiempos de guerra. Y no es mostrando sensibilidad y tolerancia como se derrota a un enemigo, que es de lo que se trata cuando se libra una guerra. La adhesión a la ley es un imperativo social; pero la ley debe dejar espacio para la acción en casos tan flagrantes de ofensa a la conciencia pública como la comisión de un acto terrorista y la posterior glorificación del autor.

Si con estas actitudes los israelíes buscan agradar al mundo, pueden olvidarse de ello. El mismo día del atentado contra la yeshivá Mercaz Harav, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas adoptó una resolución de condena contra Israel por la escalada de violencia en Gaza. El texto de la resolución no hacía mención alguna a la matanza de Jerusalem. Treinta y tres países votaron a favor, y sólo uno, Canadá, en contra. Dieciséis naciones occidentales se abstuvieron, a excepción de Suiza, que, abandonando su tradicional neutralidad, votó a favor. En Nueva York, el Consejo de Seguridad no pudo reunir los votos necesarios para condenar el ataque de Jerusalén, luego de que Libia pusiera objeciones al texto de la resolución.

En cuanto a los palestinos, estaban demasiado ocupados celebrando la atrocidad como para tomar nota de la consideración israelí hacia los familiares del asesino. Miles de ellos salieron a las calles de Gaza a festejar, repartir caramelos y disparar sus rifles liberadores, o bien acudieron a la mezquitas para efectuar plegarias de agradecimiento.

Una periodista israelí advirtió de que, el mismo día del baño de sangre en Jerusalén, otro árabe murió en Israel, pero en circunstancias completamente diferentes. Se trataba de un joven beduino de 28 años, alistado voluntariamente en el Ejército israelí, que murió al pisar una mina en la frontera con Gaza. Temiendo represalias por parte de los palestinos o de la propia comunidad árabe de Israel, su familia decidió no divulgar su nombre y evitar el funeral militar con honores.

La paradoja trágica del caso es evidente: un árabe-israelí que dio su vida por su patria debió ser sepultado en secreto, bajo el hálito de la vergüenza, mientras que otro árabe-israelí que masacró a civiles indefensos fue despedido con orgullo. Esto dice mucho del sentimiento reinante en la comunidad árabe-israelí, sentimiento que el Gobierno nacional apenas ha contribuido a modificar con su desubicada delicadeza para con la carpa de la infamia.

El Heraldo (Colombia)

El Heraldo (Colombia)

Por Julián Schvindlerman

  

Colombia como «El Israel de la región» – 15/03/08

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La reciente operación militar colombiana contra las Farc en Ecuador, la incursión militar turca contra el PKK en Irak, el avance israelí contra posiciones de Hamas en Gaza, y la un poco más lejana intervención norteamericana contra Al-Qaeda y los talibanes en Afganistán, han sido todas ellas instancias de autodefensa nacional ante provocaciones terroristas surgidas de territorio hostil.

En todos estos casos, los terroristas actúan desde bases de operaciones en zonas-refugio provistas por estados o entidades cuya soberanía nacional es vulnerada al momento de la represalia. Invariablemente, la familia de las naciones tiende a protestar ante las respuestas defensivas de las democracias a la par que ignora las agresiones originales motivadoras de esas respuestas en primer lugar.

Pero es importante tener presente que no hay principio o Ley internacional alguna que obligue a una nación a esperar temerosa la siguiente atrocidad que está siendo planeada en el santuario de una entidad vecina, conforme ha explicado el profesor William O’Brien de la Universidad de Georgetown unos quince años atrás en su libro Law and Morality in Israel’s War with the PLO; un concepto aplicable a todas las instancias arriba mencionadas.

Parte del problema yace en una pobre comprensión de las realidades de lo que luchar contra terroristas implica, así como en un desubicado romanticismo referido a la naturaleza y propósito de las agrupaciones insurgentes. Un cable de la Associated Press describió a las Farc como unos “rebeldes que han estado luchando por más de cuatro décadas por una más justa distribución de la riqueza en Colombia” y decía que el tráfico de drogas y la toma de rehenes “no han ayudado a su reputación”.

Esta verdadera gema de maquillaje periodístico apenas es atípica, y similares y repetidas caracterizaciones acerca de los movimientos terroristas que dan combate a las democracias en distintas partes del globo han ido gradual pero certeramente minando el entendimiento público a propósito del fenómeno del terrorismo y de las vicisitudes de la guerra contra el mismo. Casi todos los países latinoamericanos —para su propia vergüenza— han condenado a Colombia y así dificultado su campaña contra las Farc, agrupación que, a su vez, todavía no han podido definir de ‘terrorista’.

Cuando Hugo Chávez, en su infinita vocación para la provocación, afirmó “no vamos a aceptar por nada del mundo que Colombia se convierta en el Israel de esta tierra”, inadvertidamente nos brindó un alerta relativo al presente geopolítico latinoamericano. “En tal sentido”, observó Shimon Samuels del Centro Wiesenthal, “si siguiéramos la lógica del presidente de Venezuela, queda claro que si Colombia sería ‘el Israel de la región’, Chávez toma partido por el terrorismo”. Efectivamente, si Colombia es Israel, entonces las Farc son Hamas, Ecuador es Gaza y Venezuela es Irán. No vamos a forzar demasiado la analogía, tan solo esperemos que Brasilia, Santiago y Buenos Aires, entre otros, tomen nota del daño que hacen al centrar su atención en las medidas defensivas de Bogotá en lugar de condenar categóricamente a las actividades criminales y terroristas de las Farc y sus patrones.

Colombia bien podría hallar consuelo en los dilemas de Israel y la absoluta indiferencia internacional ante los mismos. Israel abandonó la Franja de Gaza con la esperanza de que el fin de la llamada ocupación pondría fin a la violencia palestina. Eso no pasó. De hecho, la violencia se acentuó. Solamente durante el 2007, más de tres mil cohetes fueron disparados desde Gaza contra Israel. Según datos presentados por el embajador Dore Gold del Jerusalem Center for Public Affairs, desde la desconexión de Gaza en 2005, los ataques con cohetes contra poblados israelíes crecieron más del 500%. Antes de 2006, el número de ataques con cohetes rara vez llegaba a los cincuenta al mes. Para comienzos de 2008, la capacidad palestina de lanzar cohetes llegó a cincuenta por día.

Hamas comenzó lanzando cohetes Qassam que tienen un alcance de 10km, lo que atormentó las vidas de los 20.000 residentes de Sderot. Ahora los palestinos han usado el cohete Grad (de fabricación iraní) con alcance de 15 km, y así llegaron hasta la ciudad de Ashkelon con 160.000 habitantes. Si los palestinos logran contrabandear los cohetes iraníes Fajr, con alcance de 45km, la reocupación de Gaza será posiblemente inevitable. (En rigor, esto debió haber ocurrido luego del aterrizaje en Sderot del primer Qassam palestino).

Para evitar el retorno israelí a Gaza o las actuales incursiones temporales en la franja, todo lo que debe hacer Hamas es desistir del lanzamiento de más cohetes. Sin ataques, no hay represalias. A pesar de la simpleza aritmética de la ecuación estratégica, es Jerusalén —no Gaza— la receptora de la indignación global.

En momentos en que los israelíes le dan la agria bienvenida a los colombianos al club de los incomprendidos, no nos queda sino esperar que, si no por principio de justicia moral al menos motivados por el pragmatismo, las naciones del mundo libre se desharán de las ilusiones que albergan sobre el terrorismo. Después de todo, nadie necesita uranio para alcanzar la igualdad social.

Originalmente publicado en Comunidades

Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Colombia como el Israel de la region – 12/03/08

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La reciente operación militar colombiana contra las FARC en Ecuador, la incursión militar turca contra el PKK en Irak, el avance israelí contra posiciones de Hamas en Gaza, y la un poco más lejana intervención norteamericana contra Al-Qaeda y los talibanes en Afganistán, han sido todas ellas instancias de autodefensa nacional ante provocaciones terroristas surgidas de territorio hostil. En todos estos casos, los terroristas actúan desde bases de operaciones en zonas-refugio provistas por estados o entidades cuya soberanía nacional es vulnerada al momento de la represalia. Invariablemente, la familia de las naciones tiende a protestar ante las respuestas defensivas de las democracias a la par que ignora las agresiones originales motivadoras de esas respuestas en primer lugar. Pero es importante tener presente que no hay principio o ley internacional alguna que obligue a una nación a esperar temerosa la siguiente atrocidad que está siendo planeada en el santuario de una entidad vecina, conforme ha explicado el profesor William O´Brien de la Universidad de Georgetown unos quince años atrás en su libro Law and Morality in Israel´s War with the PLO; un concepto aplicable a todas las instancias arriba mencionadas.

Parte del problema yace en una pobre comprensión de las realidades de lo que luchar contra terroristas implica, así como en un desubicado romanticismo referido a la naturaleza y propósito de las agrupaciones insurgentes. Un cable de la Associated Press describió a las FARC como unos rebeldes que han estado luchando por más de cuatro décadas por una más justa distribución de la riqueza en Colombia» y decía que el tráfico de drogas y la toma de rehenes «no han ayudado a su reputación». Esta verdadera gema de maquillaje periodístico apenas es atípica, y similares y repetidas caracterizaciones acerca de los movimientos terroristas que dan combate a las democracias en distintas partes del globo han ido gradual pero certeramente minando el entendimiento público a propósito del fenómeno del terrorismo y de las vicisitudes de la guerra contra el mismo. Casi todos los países latinoamericanos -para su propia vergüenza- han condenado a Colombia y así dificultado su campaña contra las FARC, agrupación que, a su vez, todavía no han podido definir de «terrorista». Cuando Hugo Chávez, en su infinita vocación para la provocación, afirmó «no vamos a aceptar por nada del mundo que Colombia se convierta en el Israel de esta tierra», inadvertidamente nos brindó un alerta relativo al presente geopolítico latinoamericano. «En tal sentido», observó Shimon Samuels del Centro Wiesenthal, «si siguiéramos la lógica del presidente de Venezuela, queda claro que si Colombia sería ´el Israel de la región´, Chávez toma partido por el terrorismo». Efectivamente, si Colombia es Israel, entonces las FARC son Hamas, Ecuador es Gaza y Venezuela es Irán. No vamos a forzar demasiado la analogía, tan solo esperemos que Brasilia, Santiago y Buenos Aires entre otros, tomen nota del daño que hacen al centrar su atención en las medidas defensivas de Bogotá en lugar de condenar categóricamente a las actividades criminales y terroristas de las FARC y sus patrones.

Colombia bien podría hallar consuelo en los dilemas de Israel y la absoluta indiferencia internacional ante los mismos. Israel abandonó la Franja de Gaza con la esperanza de que el fin de la llamada ocupación pondría fin a la violencia palestina. Eso no pasó. De hecho, la violencia se acentuó. Solamente durante el 2007, más de tres mil cohetes fueron disparados desde Gaza contra Israel. Según datos presentados por el embajador Dore Gold del Jerusalem Center for Public Affairs, desde la desconexión de Gaza en 2005, los ataques con cohetes contra poblados israelíes creció más del 500%. Antes de 2006, el número de ataques con cohetes rara vez llegaba a los cincuenta al mes. Para comienzos de 2008, la capacidad palestina de lanzar cohetes llegó a cincuenta por día. Hamas comenzó lanzando cohetes Qassam que tienen un alcance de 10km, lo que atormentó las vidas de los 20.000 residentes de Sderot. Ahora los palestinos han usado el cohete Grad (de fabricación iraní) con alcance de 15 km, y así llegaron hasta la ciudad de Ashkelon con 160.000 habitantes. Si los palestinos logran contrabandear los cohetes iraníes Fajr, con alcance de 45km, la reocupación de Gaza será posiblemente inevitable. (En rigor, esto debió haber ocurrido luego del aterrizaje en Sderot del primer Qassam palestino). Para evitar el retorno israelí a Gaza o las actuales incursiones temporales en la franja, todo lo que debe hacer Hamas es desistir del lanzamiento de más cohetes. Sin ataques, no hay represalias. A pesar de la simpleza aritmética de la ecuación estratégica, es Jerusalén -no Gaza- la receptora de la indignación global.

En momentos en que los israelíes le dan la agria bienvenida a los colombianos al club de los incomprendidos, no nos queda sino esperar que, si no por principio de justicia moral al menos motivados por el pragmatismo, las naciones del mundo libre se desharán de las ilusiones que albergan sobre el terrorismo. Después de todo, nadie necesita uranio para alcanzar la igualdad social.