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Infobae, Infobae - 2016

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Cuidado con Vladimir, Donald – 16/12/16

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Es todo un espectáculo ver al Partido Demócrata enojado con Vladimir Putin. Indignados por el aparente hackeo ruso de mails del jefe de campaña John Podesta, de la asesora Huma Abedin, de la propia candidata Hillary Clinton y de la convención partidaria meses atrás, los Demócratas ahora claman juego sucio y sugieren que las elecciones nacionales que consagraron a Donald Trump presidente de los Estados Unidos de América fueron fraudulentas. “Ahora sabemos que la CIA ha determinado que la interferencia de Rusia en nuestras elecciones fue con el propósito de elegir a Donald Trump. Esto debería inquietar a cada estadounidense” aseguró el señor Podesta.

Atrás quedó aquél 6 de marzo de 2009, cuando en Ginebra una sonriente Secretaria de Estado Hillary Clinton presentó al Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia Sergei Lavrov un botón rojo con la palabra inglesa reset y la promesa de una nueva era en las relaciones de Washington con Moscú. Posteriormente, Vladimir Putin pudo invadir Ucrania y anexar Crimea, defender a Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, trabar una invasión norteamericana en Siria para luego lanzar la suya propia, y bombardear Alepo -hospitales y civiles incluidos- sin misericordia, sin que los Demócratas hicieran demasiado al respecto. Pero que el Kremlin se meta en las elecciones presidenciales… bueno, es eso les resulta intolerable. Que Clinton haya perdido puede tener algo que ver con su fastidio.

El descubrimiento tardío de los Demócratas de que Vladimir Putin no es de fiar es deprimente. No digo Fox News pero ¿acaso no miraron CNN estos últimos ocho años? Simbólicamente, aquél encuentro del reseteo arrancó con cierta extrañeza. Tal como reportó oportunamente Simon Schuster en Time, debido a un error de ortografía cometido por algún traductor del Departamento de Estado, la palabra que decía reset en ruso estaba mal. Al notar eso, Lavrov tuvo que explicar que el botón realmente decía “sobrecarga”. Clinton bromeó al respecto, la ceremonia prosiguió y ambos dignatarios presionaron el botón de todos modos. “Así es como han salido las cosas”, acotaría tiempo después Dmitri Rogozin, el delegado de Rusia ante la OTAN. “Ellos presionaron el botón equivocado, y con el tiempo la relación se sobrecargó”.

Donald Trump heredará esta relación sobrecargada. El flamante presidente-electo parece inclinado a resetear el reseteo de Obama con Rusia. Quizás esta vez funcione, parece creer. Sólo que no lo hará. No mientras Vladimir Putin se siga comportando como Vladimir Putin.
Bajo su gobierno, los políticos opositores, periodistas disidentes, empresarios competidores y aun dignatarios foráneos no dóciles han terminado mal. En 2004, Viktor Yushchenko, un referente de la oposición ucraniana que era hostil a Rusia, cayó enfermo mientras estaba haciendo campaña para la presidencia. Sobrevivió y ganó las elecciones, pero su cara quedó desfigurada por lo que resultó ser envenenamiento de dioxina. En 2006, Alexander Litvinenko, un ex agente del servicio secreto ruso (FSB), asilado político en Gran Bretaña, fue mortalmente envenenado con polonio radioactivo. En 2005, el periodista de investigación Otto Latsis, crítico de Putin, murió después de que un jeep chocó su auto.

Paul Khlebnikov, un periodista y editor estadounidense de Forbes Rusia, fue asesinado a tiros de ametralladora fuera de su oficina en Moscú, en 2004. Era conocido por sus investigaciones sobre el turbio mundo de los negocios y la política rusa de los años noventa. Anna Politkovskaya, periodista que reportaba acerca de los abusos contra los derechos humanos en el Cáucaso Norte de Rusia, fue asesinada en la entrada de su edificio de apartamentos en Moscú en 2006. Secuestrada en la capital chechena de Grozny en 2009, Natalya Estemirova, activista de derechos humanos, fue encontrada a un lado de la carretera con heridas de bala en la cabeza. La periodista del periódico opositor Novaya Gazeta, Anastasiya Baburova, y el abogado de derechos humanos Stanislav Markelov, fueron abatidos a plena luz del día mientras salían de una conferencia de prensa cerca del Kremlin.
El famoso campeón de ajedrez Garri Kasparov, acérrimo crítico de Putin, debió exiliarse en Estados Unidos. Otro enemigo del neo-zar ruso, el multimillonario Mijaíl Jodorkovski también se vio forzado a exiliarse, a Suiza, tras pasar ocho años encarcelado en Siberia. El matemático, oligarca y opositor asilado en Inglaterra Boris Berezovsky apareció muerto en el baño de su mansión con una soga alrededor de su cuello, en 2013.

Nadie puede con seguridad atribuir todas estas muertes a la mano negra del líder ruso. Uno sólo puede observar que muchos de quienes han osado cuestionarlo, investigarlo o desafiarlo han terminado exiliados o en la tumba, o ambas cosas. Donald Trump ha minimizado esta racha de homicidios. Con típico descuido, dijo el año pasado en una entrevista que “nuestro país también mata mucho”. Acaba de designar como Secretario de Estado a un empresario de alto nivel que ha sido condecorado por el Kremlin con la Orden de la Amistad. Trump ha criticado a Irán y ya ha empezado a fastidiar a China. Veremos qué tan exitosamente podrá irritar a los dos principales socios de Moscú y preservar buenos lazos con el presidente ruso. Con seguridad, a la larga él también comprobará que Vladimir Putin es irredimible.

La Prensa (Panamá)

La Prensa (Panamá)

Por Julián Schvindlerman

  

El romance de la izquierda con Fidel – 01/12/16

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Dentro de su gran cobertura del fallecimiento de Fidel Castro, Clarín orgullosamente publicó una fotografía del día en que el dictador cubano concedió una entrevista a la redacción del diario al visitar la Argentina trece años atrás. Se veía a Fidel hablando, rodeado del director del medio, el editor de internacionales, y dos periodistas estrella, todos escuchando con fascinación lo que fuere que el sabio comunista estuviere afirmando. Ceños fruncidos, gestos concentrados, poses atentas. Toda una coreografía de devota atención. En lo que a representaciones iconográficas del desvarío ideológico del progresismo contemporáneo se refiere, esta debería ser considerada un clásico. Salió el sábado pasado. Es de colección.

En la apta observación de James Taranto del Wall Street Journal, mientras que el conservadurismo hizo duelo durante los cincuenta y siete años de gobierno castrista en Cuba, ahora le toca al progresismo velar a uno de sus íconos predilectos. Y vaya si lo duelan. “Hay en Fidel, en él, una parte importante del pueblo cubano, una estatura de Quijote” exclamó con generosidad José Mujica. “Fidel fue un líder dedicado a la defensa de su tierra y de su gente, así como de la verdad y la justicia” declaró auto-referencialmente Mahmoud Abbas. Justin Trudeau, premier de una nación libre y vecina de Estados Unidos, corporizó el amor de izquierdas por Fidel al caracterizarlo de “revolucionario y orador legendario”, “líder destacado”, de “tremenda dedicación al pueblo cubano”. ¿Podía tornarse esto más patético todavía? Por supuesto que sí. John Carlin en El País de España conjuró esta reflexión que será un monumento a la estrechez intelectual para la posteridad: “Piense lo que uno piense
de su ideología o de su sistema de gobierno, lo que nadie puede dudar es que fue un coloso en el escenario mundial, heroico en su narcisismo y en su hambre de poder, sin duda, pero también un líder luminoso, un hombre audaz, un genio de la persuasión política que supo en sus entrañas, como Napoleón o las grandes figuras de la mitología griega, que había nacido para la grandeza. ¿Un dictador? Sí. ¿Brutal? Sí. Pero también un líder con una visión generosa de lo que debería ser la humanidad”. Con la izquierda comparando a Castro con el Quijote y Napoleón, uno ya puede advertir que se pasaron de raya en su adulación.

Su caballito preferido de batalla es hacer hincapié en los logros educativos y de salud en la isla. Fidel habrá sido un tirano despiadado que encarceló a homosexuales, ejecutó a disidentes y asfixió el desarrollo económico, admitirán (cuando raramente lo hacen) pero, ¿acaso no es genial lo que hizo con los hospitales y las universidades? Corramos de lado la evidencia que apunta a lo opuesto -que hay faltantes de aspirinas en los hospitales de Cuba y que es Harvard, y no la Universidad de La Habana, el imán académico para los estudiantes del mundo- y llevemos este razonamiento a su última conclusión. Pinochet mejoró la economía chilena de manera espectacular. ¿Lo convierte eso en un “líder luminoso” a pesar de las desapariciones de personas? Hitler promovió la cultura musical alemana apreciablemente desde que tomó el poder. ¿Lo convierte eso un “líder destacado” más allá del Holocausto? Porque si los éxitos económicos, culturales, educativos o de cualquier otro tipo han de pr
evalecer sobre las atrocidades humanitarias, entonces ¿dónde está el límite entre la ponderación fría de la gestión y el horror moral ante las conductas de los tiranos? ¿Existe tal límite? La izquierda ya dio su respuesta, y fue un sonoro no.

Según el diario La Nación, el líder cubano pronunció cerca de 1150 discursos entre 1959-2008. El primero, o uno de los primeros, tras el triunfo de la revolución en 1959: duró nueve horas. En 1960 disertó en las Naciones Unidas: cuatro horas y veintinueve minutos. En 1998 dejó constancia de la alocución más extensa ante la Asamblea Nacional cubana: siete horas y quince minutos. Incluso a la entrada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenas Aires disertó Fidel, en el 2003: tres horas. ¿No se dan cuenta los progresistas que están celebrando a un loco? ¿De veras no entienden que están aplaudiendo a un hombre psicológicamente averiado? ¿Este demente es su modelo político?

Ya que estamos con el tema de los soliloquios del revolucionario caribeño, recordemos su más célebre. En su alegato ante el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en 1953, Fidel Castro grandiosamente declaró: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”. No Comandante, la historia no lo hará. Sólo lo absolverán sus fieles fans progresistas.

ABC Color (Paraguay)

ABC Color (Paraguay)

Por Julián Schvindlerman

  

El romance de la izquierda con Fidel – 01/12/16

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Dentro de su gran cobertura del fallecimiento de Fidel Castro, Clarín orgullosamente publicó una fotografía del día en que el dictador cubano concedió una entrevista a la redacción del diario al visitar la Argentina trece años atrás. Se veía a Fidel hablando, rodeado del director del medio, el editor de internacionales, y dos periodistas estrella, todos escuchando con fascinación lo que fuere que el sabio comunista estuviere afirmando. Ceños fruncidos, gestos concentrados, poses atentas. Toda una coreografía de devota atención. En lo que a representaciones iconográficas del desvarío ideológico del progresismo contemporáneo se refiere, esta debería ser considerada un clásico. Salió el sábado pasado. Es de colección.

En la apta observación de James Taranto del Wall Street Journal, mientras que el conservadurismo hizo duelo durante los cincuenta y siete años de gobierno castrista en Cuba, ahora le toca al progresismo velar a uno de sus íconos predilectos. Y vaya si lo duelan. “Hay en Fidel, en él, una parte importante del pueblo cubano, una estatura de Quijote” exclamó con generosidad José Mujica. “Fidel fue un líder dedicado a la defensa de su tierra y de su gente, así como de la verdad y la justicia” declaró auto-referencialmente Mahmoud Abbas. Justin Trudeau, premier de una nación libre y vecina de Estados Unidos, corporizó el amor de izquierdas por Fidel al caracterizarlo de “revolucionario y orador legendario”, “líder destacado”, de “tremenda dedicación al pueblo cubano”. ¿Podía tornarse esto más patético todavía? Por supuesto que sí. John Carlin en El País de España conjuró esta reflexión que será un monumento a la estrechez intelectual para la posteridad: “Piense lo que uno piense
de su ideología o de su sistema de gobierno, lo que nadie puede dudar es que fue un coloso en el escenario mundial, heroico en su narcisismo y en su hambre de poder, sin duda, pero también un líder luminoso, un hombre audaz, un genio de la persuasión política que supo en sus entrañas, como Napoleón o las grandes figuras de la mitología griega, que había nacido para la grandeza. ¿Un dictador? Sí. ¿Brutal? Sí. Pero también un líder con una visión generosa de lo que debería ser la humanidad”. Con la izquierda comparando a Castro con el Quijote y Napoleón, uno ya puede advertir que se pasaron de raya en su adulación.

Su caballito preferido de batalla es hacer hincapié en los logros educativos y de salud en la isla. Fidel habrá sido un tirano despiadado que encarceló a homosexuales, ejecutó a disidentes y asfixió el desarrollo económico, admitirán (cuando raramente lo hacen) pero, ¿acaso no es genial lo que hizo con los hospitales y las universidades? Corramos de lado la evidencia que apunta a lo opuesto -que hay faltantes de aspirinas en los hospitales de Cuba y que es Harvard, y no la Universidad de La Habana, el imán académico para los estudiantes del mundo- y llevemos este razonamiento a su última conclusión. Pinochet mejoró la economía chilena de manera espectacular. ¿Lo convierte eso en un “líder luminoso” a pesar de las desapariciones de personas? Hitler promovió la cultura musical alemana apreciablemente desde que tomó el poder. ¿Lo convierte eso un “líder destacado” más allá del Holocausto? Porque si los éxitos económicos, culturales, educativos o de cualquier otro tipo han de pr
evalecer sobre las atrocidades humanitarias, entonces ¿dónde está el límite entre la ponderación fría de la gestión y el horror moral ante las conductas de los tiranos? ¿Existe tal límite? La izquierda ya dio su respuesta, y fue un sonoro no.

Según el diario La Nación, el líder cubano pronunció cerca de 1150 discursos entre 1959-2008. El primero, o uno de los primeros, tras el triunfo de la revolución en 1959: duró nueve horas. En 1960 disertó en las Naciones Unidas: cuatro horas y veintinueve minutos. En 1998 dejó constancia de la alocución más extensa ante la Asamblea Nacional cubana: siete horas y quince minutos. Incluso a la entrada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenas Aires disertó Fidel, en el 2003: tres horas. ¿No se dan cuenta los progresistas que están celebrando a un loco? ¿De veras no entienden que están aplaudiendo a un hombre psicológicamente averiado? ¿Este demente es su modelo político?

Ya que estamos con el tema de los soliloquios del revolucionario caribeño, recordemos su más célebre. En su alegato ante el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en 1953, Fidel Castro grandiosamente declaró: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”. No Comandante, la historia no lo hará. Sólo lo absolverán sus fieles fans progresistas.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El romance de la izquierda con Fidel – 30/11/16

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Dentro de su gran cobertura del fallecimiento de Fidel Castro, Clarín orgullosamente publicó una fotografía del día en que el dictador cubano concedió una entrevista a la redacción del diario al visitar la Argentina trece años atrás. Se veía a Fidel hablando, rodeado del director del medio, el editor de internacionales, y dos periodistas estrella, todos escuchando con fascinación lo que fuere que el sabio comunista estuviere afirmando. Ceños fruncidos, gestos concentrados, poses atentas. Toda una coreografía de devota atención. En lo que a representaciones iconográficas del desvarío ideológico del progresismo contemporáneo se refiere, esta debería ser considerada un clásico. Salió el sábado pasado. Es de colección.

En la apta observación de James Taranto del Wall Street Journal, mientras que el conservadurismo hizo duelo durante los cincuenta y siete años de gobierno castrista en Cuba, ahora le toca al progresismo velar a uno de sus íconos predilectos. Y vaya si lo duelan. Hay en Fidel, en él, una parte importante del pueblo cubano, una estatura de Quijote» exclamó con generosidad José Mujica. «Fidel fue un líder dedicado a la defensa de su tierra y de su gente, así como de la verdad y la justicia» declaró auto-referencialmente Mahmoud Abbas. Justin Trudeau, premier de una nación libre y vecina de Estados Unidos, corporizó el amor de izquierdas por Fidel al caracterizarlo de «revolucionario y orador legendario», «líder destacado», de «tremenda dedicación al pueblo cubano». ¿Podía tornarse esto más patético todavía? Por supuesto que sí. John Carlin en El País de España conjuró esta reflexión que será un monumento a la estrechez intelectual para la posteridad: «Piense lo que uno piense de su ideología o de su sistema de gobierno, lo que nadie puede dudar es que fue un coloso en el escenario mundial, heroico en su narcisismo y en su hambre de poder, sin duda, pero también un líder luminoso, un hombre audaz, un genio de la persuasión política que supo en sus entrañas, como Napoleón o las grandes figuras de la mitología griega, que había nacido para la grandeza. ¿Un dictador? Sí. ¿Brutal? Sí. Pero también un líder con una visión generosa de lo que debería ser la humanidad». Con la izquierda comparando a Castro con el Quijote y Napoleón, uno ya puede advertir que se pasaron de raya en su adulación.

Su caballito preferido de batalla es hacer hincapié en los logros educativos y de salud en la isla. Fidel habrá sido un tirano despiadado que encarceló a homosexuales, ejecutó a disidentes y asfixió el desarrollo económico, admitirán (cuando raramente lo hacen) pero, ¿acaso no es genial lo que hizo con los hospitales y las universidades? Corramos de lado la evidencia que apunta a lo opuesto -que hay faltantes de aspirinas en los hospitales de Cuba y que es Harvard, y no la Universidad de La Habana, el imán académico para los estudiantes del mundo- y llevemos este razonamiento a su última conclusión. Pinochet mejoró la economía chilena de manera espectacular. ¿Lo convierte eso en un «líder luminoso» a pesar de las desapariciones de personas? Hitler promovió la cultura musical alemana apreciablemente desde que tomó el poder. ¿Lo convierte eso un «líder destacado» más allá del Holocausto? Porque si los éxitos económicos, culturales, educativos o de cualquier otro tipo han de prevalecer sobre las atrocidades humanitarias, entonces ¿dónde está el límite entre la ponderación fría de la gestión y el horror moral ante las conductas de los tiranos? ¿Existe tal límite? La izquierda ya dio su respuesta, y fue un sonoro no.

Según el diario La Nación, el líder cubano pronunció cerca de 1150 discursos entre 1959-2008. El primero, o uno de los primeros, tras el triunfo de la revolución en 1959: duró nueve horas. En 1960 disertó en las Naciones Unidas: cuatro horas y veintinueve minutos. En 1998 dejó constancia de la alocución más extensa ante la Asamblea Nacional cubana: siete horas y quince minutos. Incluso a la entrada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenas Aires disertó Fidel, en el 2003: tres horas. ¿No se dan cuenta los progresistas que están celebrando a un loco? ¿De veras no entienden que están aplaudiendo a un hombre psicológicamente averiado? ¿Este demente es su modelo político?

Ya que estamos con el tema de los soliloquios del revolucionario caribeño, recordemos su más célebre. En su alegato ante el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en 1953, Fidel Castro grandiosamente declaró: «Condenadme, no importa. La historia me absolverá». No Comandante, la historia no lo hará. Sólo lo absolverán sus fieles fans progresistas.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Lo que UNESCO expuso – 02/11/16

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La UNESCO es una broma de mal gusto y su patético sentido de la comicidad no tiene límites. En sucesivas resoluciones politizadas ha arrancado a la historia judía de Jerusalem y ha reafirmado el carácter exclusivamente islámico de la ciudad santa. Según la UNESCO, el Muro de los Lamentos es un sitio sagrado musulmán. Cualquier historiador objetivo sabe que eso es una patraña: el Primer Templo judío fue construido ochocientos años antes del nacimiento de Jesús y mil cuatrocientos años antes del de Mahoma. Siglos antes de que el cristianismo y el islam emergieran, Jerusalem ya era la capital de un reino judío y los Templos habían adornado su paisaje. El Primer Templo fue destruido por los babilonios en el año 586 AEC y el Segundo Templo fue arrasado por los romanos en el año 70 de la Era Común. En un acto extraordinario de supremacía religiosa, sobre sus ruinas los musulmanes edificaron El Domo de la Roca en el año 692 de la EC y la Mezquita de Al-Aqsa doce años después. Sólo sobrevivió una muralla externa de estos Templos, conocida como Muro de los Lamentos, ante la cual los judíos han elevado sus plegarias desde tiempo inmemorial. Catorce siglos más tarde, por iniciativa de naciones musulmanas, la UNESCO asegura que ese Muro sólo reviste importancia islámica.

¿Importan las resoluciones de la UNESCO? No verdaderamente. Como bien decía el escritor Marcelo Birmajer en una nota en el diario Río Negro, este foro de la ONU puede aseverar mañana que los aztecas no existieron o que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial. Los árabes tienen los votos suficientes para ello. Israel, indignada, retiró a su delegado de allí y canceló toda futura cooperación con el organismo. Bien hecho. Las demás naciones libres del mundo debieran imitar esta conducta. Sin embargo, no lo harán. Y aquí yace el nudo del problema desatado por la UNESCO. No es lo relevante aquí el universo ficticio de sus resoluciones alucinantes, sino la traición -concreta, dolorosa- de las naciones libres a Israel, al pueblo judío y a su propio pasado cristiano.

¿No fue de este Templo, acaso, dónde el judío Jesús de Nazaret echó a mercaderes durante la Pascua, según los Evangelios? Si el Templo que visitó Jesús es una mentira judía, entonces ¿dónde queda parado el relato del Evangelio cristiano sobre la Vía Dolorosa, del Gólgota, del Santo Sepulcro? Si la historia judía es falsa, ¿qué tiene de verídico, en consecuencia, la narrativa cristiana que en ella se sustenta? ¿No tiene nada que decir el Vaticano sobre esta negación histórica escandalosa por parte de UNESCO? Y al Papa Francisco, siempre atento al mínimo detalle de la política local argentina al otro lado del océano, ¿acaso se le ha pasado por alto semejante grosera aberración histórica en la ONU, en la propia Europa? Francisco dijo cierta vez que los cristianos, para comprenderse a sí mismos, no pueden dejar de referirse a sus raíces judías». La UNESCO en Paris acaba de repudiar la historia cristiana originaria en Jesús y en los judíos, ¿y el Papa permanece mudo en Roma? ¿Y el resto de la jerarquía vaticana? ¿Por qué no oímos las quejas de sus nuncios y delegados apostólicos? Y no menos acuciante: ¿Dónde están los socios cristianos y musulmanes del mentado diálogo interreligioso en esta hora angustiante? ¿Dónde están sus protestas? ¿Dónde sus expresiones de solidaridad con sus hermanos judíos? ¿Por qué no está internet saturada de campañas judeo-cristianas o judeo-islámicas de las múltiples instituciones dedicadas al diálogo confesional en contra de estas resoluciones fraudulentas de la UNESCO? Al momento de escribir estas líneas, este silencio es ilustrativamente ensordecedor.

A este abandono religioso se adiciona el papelón diplomático. México votó a favor de la resolución y luego se arrepintió. Algo parecido ocurrió a comienzos de año con otra resolución similar de UNESCO que recibió el apoyo inicial de Brasil y Francia, quienes luego se dieron vuelta como un panqueque. Insólito. Y la Argentina, que previamente votó a favor, esta vez se abstuvo. ¿De veras cree la Canciller Malcorra que esta es una postura digna o justa? Supongamos que UNESCO mañana declarase que el Cabildo no tiene relación con la historia argentina. ¿Aprobaría ella, por caso, que Israel se abstuviera, para complacer -cobardemente- a todos? Esta votación ha sido también un fiasco para el Primer Ministro Binyamín Netanyahu, quien el mes pasado ante la Asamblea General de la ONU fanfarroneó con que de ahora en más los países árabes, cansados del interminable conflicto con los palestinos y preocupados por la expansión regional iraní, votarían a favor de Israel en su recinto. Pues bien, Egipto y Jordania (con acuerdos de paz con Israel) así como Qatar, Argelia, Marruecos, Líbano y Omán respaldaron la iniciativa palestina. El viejo Medio Oriente es terco. Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y otros se han opuesto a este ejercicio de barbarie diplomática. Okay, son los respaldos que cuentan realmente: los de las democracias liberales. Pero la UNESCO verdaderamente ha echado luz sobre la soledad política de Israel y religiosa de los judíos.

Aislar diplomáticamente al pueblo y al estado de Israel ha sido por largo tiempo una especialidad de la ONU. Y se le debe reconocer su eficiencia en ello. Sus resoluciones ridículas son una mancha para su historia institucional y un estigma para los países que no las rechazan. Pero tienen el atributo de dejar al descubierto la desoladora soledad internacional de Israel.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2016

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Lo que UNESCO expuso – 28/10/16

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La UNESCO es una broma de mal gusto y su patético sentido de la comicidad no tiene límites. En sucesivas resoluciones politizadas ha arrancado a la historia judía de Jerusalem y ha reafirmado el carácter exclusivamente islámico de la ciudad santa. Según la UNESCO, el Muro de los Lamentos es un sitio sagrado musulmán. Cualquier historiador objetivo sabe que eso es una patraña: el Primer Templo judío fue construido ochocientos años antes del nacimiento de Jesús y mil cuatrocientos años antes del de Mahoma. Siglos antes de que el cristianismo y el islam emergieran, Jerusalem ya era la capital de un reino judío y los Templos habían adornado su paisaje. El Primer Templo fue destruido por los babilonios en el año 586 AEC y el Segundo Templo fue arrasado por los romanos en el año 70 de la Era Común. En un acto extraordinario de supremacía religiosa, sobre sus ruinas los musulmanes edificaron El Domo de la Roca en el año 692 de la EC y la Mezquita de Al-Aqsa doce años después. Sólo sobrevivió una muralla externa de estos Templos, conocida como Muro de los Lamentos, ante la cual los judíos han elevado sus plegarias desde tiempo inmemorial. Catorce siglos más tarde, por iniciativa de naciones musulmanas, la UNESCO asegura que ese Muro sólo reviste importancia islámica.

¿Importan las resoluciones de la UNESCO? No verdaderamente. Como bien decía el escritor Marcelo Birmajer en una nota en el diario Río Negro, este foro de la ONU puede aseverar mañana que los aztecas no existieron o que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial. Los árabes tienen los votos suficientes para ello. Israel, indignada, retiró a su delegado de allí y canceló toda futura cooperación con el organismo. Bien hecho. Las demás naciones libres del mundo debieran imitar esta conducta. Sin embargo, no lo harán. Y aquí yace el nudo del problema desatado por la UNESCO. No es lo relevante aquí el universo ficticio de sus resoluciones alucinantes, sino la traición -concreta, dolorosa- de las naciones libres a Israel, al pueblo judío y a su propio pasado cristiano.

¿No fue de este Templo, acaso, dónde el judío Jesús de Nazaret echó a mercaderes durante la Pascua, según los Evangelios? Si el Templo que visitó Jesús es una mentira judía, entonces ¿dónde queda parado el relato del Evangelio cristiano sobre la Vía Dolorosa, del Gólgota, del Santo Sepulcro? Si la historia judía es falsa, ¿qué tiene de verídico, en consecuencia, la narrativa cristiana que en ella se sustenta? ¿No tiene nada que decir el Vaticano sobre esta negación histórica escandalosa por parte de UNESCO? Y al Papa Francisco, siempre atento al mínimo detalle de la política local argentina al otro lado del océano, ¿acaso se le ha pasado por alto semejante grosera aberración histórica en la ONU, en la propia Europa? Francisco dijo cierta vez que “los cristianos, para comprenderse a sí mismos, no pueden dejar de referirse a sus raíces judías”. La UNESCO en Paris acaba de repudiar la historia cristiana originaria en Jesús y en los judíos, ¿y el Papa permanece mudo en Roma? ¿Y el resto de la jerarquía vaticana? ¿Por qué no oímos las quejas de sus nuncios y delegados apostólicos? Y no menos acuciante: ¿Dónde están los socios cristianos y musulmanes del mentado diálogo interreligioso en esta hora angustiante? ¿Dónde están sus protestas? ¿Dónde sus expresiones de solidaridad con sus hermanos judíos? ¿Por qué no está internet saturada de campañas judeo-cristianas o judeo-islámicas de las múltiples instituciones dedicadas al diálogo confesional en contra de estas resoluciones fraudulentas de la UNESCO? Al momento de escribir estas líneas, este silencio es ilustrativamente ensordecedor.

A este abandono religioso se adiciona el papelón diplomático. México votó a favor de la resolución y luego se arrepintió. Algo parecido ocurrió a comienzos de año con otra resolución similar de UNESCO que recibió el apoyo inicial de Brasil y Francia, quienes luego se dieron vuelta como un panqueque. Insólito. Y la Argentina, que previamente votó a favor, esta vez se abstuvo. ¿De veras cree la Canciller Malcorra que esta es una postura digna o justa? Supongamos que UNESCO mañana declarase que el Cabildo no tiene relación con la historia argentina. ¿Aprobaría ella, por caso, que Israel se abstuviera, para complacer -cobardemente- a todos? Esta votación ha sido también un fiasco para el Primer Ministro Binyamín Netanyahu, quien el mes pasado ante la Asamblea General de la ONU fanfarroneó con que de ahora en más los países árabes, cansados del interminable conflicto con los palestinos y preocupados por la expansión regional iraní, votarían a favor de Israel en su recinto. Pues bien, Egipto y Jordania (con acuerdos de paz con Israel) así como Qatar, Argelia, Marruecos, Líbano y Omán respaldaron la iniciativa palestina. El viejo Medio Oriente es terco. Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y otros se han opuesto a este ejercicio de barbarie diplomática. Okay, son los respaldos que cuentan realmente: los de las democracias liberales. Pero la UNESCO verdaderamente ha echado luz sobre la soledad política de Israel y religiosa de los judíos.

Aislar diplomáticamente al pueblo y al estado de Israel ha sido por largo tiempo una especialidad de la ONU. Y se le debe reconocer su eficiencia en ello. Sus resoluciones ridículas son una mancha para su historia institucional y un estigma para los países que no las rechazan. Pero tienen el atributo de dejar al descubierto la desoladora soledad internacional de Israel. 

ABC Color (Paraguay)

ABC Color (Paraguay)

Por Julián Schvindlerman

  

Renegados del Nobel – 23/10/16

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Bajo una mirada convencional resulta inentendible que un receptor del Premio Nobel de Literatura rechace la distinción, al tratarse del máximo honor conferido por la humanidad y especialmente -notarán los pragmáticos- si viene acompañado de una suma cuantiosa. Pero los premiados en este campo no son seres convencionales y es en buena medida por ello que se han destacado del resto de sus contemporáneos y llamado la atención del comité premiador. Son artistas de la palabra, intelectuales, escritores: sus normas, parámetros y valores rara vez coinciden con los de quienes los rodean. Al momento de escribir estas líneas, Bob Dylan, flamante premiado por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana”, todavía no se ha expresado -a favor o en contra- del premio. Esta demora es una descortesía por donde se la mire y ya lo ha condicionado. ¿Podrá acaso, tras tantos días de vacilaciones, finalmente aceptarlo?

Boris Pasternak lo aceptó y posteriormente lo rechazó. Jean-Paul Sartre lo repudió ni bien se enteró que le sería conferido. Si Dylan llegase a repudiarlo, será interesante conocer sus razones, tal como conocemos las de sus predecesores. Esconderse en el silencio no es válido.
En 1958, el Comité Nobel dio el premio en Literatura al escritor disidente ruso Boris Pasternak “por sus logros destacables tanto en la poesía contemporánea como en el campo de la gran tradición narrativa rusa”. Dos días después de la comunicación oficial de la Academia Sueca, el escritor ruso envió un telegrama a Estocolmo en el que se mostraba “Inmensamente agradecido, conmovido, orgulloso, sorprendido, sobrecogido”. Cuatro días más tarde, Pasternak envió un telegrama diferente: “Teniendo en cuenta el significado que este premio ha recibido en la sociedad a la que pertenezco, debo rechazar este premio inmerecido que se me ha dado. Por favor, no reciban mi rechazo voluntario con desagrado”. Por supuesto que no hubo nada de “voluntario” en ese repudio forzado por la burocracia comunista: el Gremio de Escritores Soviéticos lo expulsó de sus filas en un encuentro que reunió a quinientos asistentes, y vale la pena recordar que la casa en la que vivía Pasternak había sido construida por este gremio. La radio de Moscú lo tildó de “expatriado interno” y discursos encendidos fueron invocados en su contra. Las autoridades le advirtieron que no le sería permitido retornar al país si él viajaba a Suecia a la ceremonia de premiación. Pasternak era bien conocido en la URSS en la década de 1950 tanto por su talento literario como por sus ideas políticas disidentes. Antes del escándalo del Nobel, él ya había sido espiado, amenazado y presionado. Su amante Olga Ivinskaya pasó cinco años en el gulag por negarse a denunciarlo, el bebé de la pareja nació (y murió) en cautiverio. Desencantado con Rusia y agobiado por su entorno opresivo, Pasternak dedicó años a escribir la que sería su obra cumbre: Dr. Zhivago, una épica romántica inscripta en la revolucione bolchevique. La sacó clandestinamente de territorio rojo y logró su publicación en Italia por la editorial Feltrinelli. En Moscú fue maltratado por haber publicado una obra en Occidente. Eso fue en 1957. Un año después le fue conferido el Premio Nobel. Dos años más tarde murió de cáncer de pulmón.

En 1964 la academia sueca premió con el Nobel en Literatura al pensador francés Jean-Paul Sartre “por su obra, que, rica en ideas, y llena del espíritu de la libertad y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una gran influencia en nuestra época”. Apenas seis años después de haber distinguido a un disidente soviético, el comité Nobel estaba ahora premiando a un simpatizante del estalinismo. De cualquier forma, Sartre renunció al honor. El intelectual francés publicó sus motivos en una nota en Le Figaro distinguiéndolos en cuestiones personales y objetivas. En cuanto a las primeras, señaló que debido a su concepción de la misión del escritor siempre había rechazado honores institucionales, tales como la Legión de Honor, y que no había deseado ingresar al Colegio de Francia, por caso. “Debería ser tan incapaz de aceptar, por ejemplo, el Premio Lenin, si alguien querría dármelo”, advirtió. Entre sus razones objetivas, Sartre sostenía que el intercambio entre Oriente y Occidente debía tener lugar entre los hombres y entre las culturas sin la intervención de las instituciones. Sostuvo que la concesión de premios del pasado no hizo justicia de manera equitativa a escritores de todas las ideologías y de las naciones, por lo cual sintió que su aceptación podría interpretarse de modo indeseable. Sartre lamentó que el chileno Pablo Neruda y el francés Louis Aragon (ambos comunistas) no hubieran sido galardonados y cuestionó que se hubiera premiado a Boris Pasternak y no a Mikhail Sholokhov, cuyos libros eran publicados en la Unión Soviética, al contrario del Dr. Zhivago de Pasternak, que fue censurado por el régimen. Finalizó con un saludo respetuoso a la Academia y al pueblo sueco. Esta carta pública, en rigor había sido enviada de manera privada a Estocolmo a modo de advertencia de que no le premiaran, pero la misma arribó una vez que la decisión ya había sido anunciada. Su protesta a favor de Shokolhov puede haber tenido alguna influencia en el Comité: al año siguiente este autor ruso, quien ya venía siendo un candidato, obtuvo su Nobel.

También está el caso singular -y la extraña decisión salomónica- de George Bernard Shaw, premiado en 1925 “por su obra marcada tanto por el idealismo como por la humanidad, su sátira estimulante que a menudo se infunde de una belleza poética singular”. El escritor irlandés aceptó el Nobel pero se negó a tomar el dinero que lo acompañaba, sugiriendo al Comité que lo empleara para promover la traducción de libros suecos al inglés. Cuando éste rehusó transformarse en una editorial, Shaw abrazó el emprendimiento a título personal y protestó: “Puedo perdonar a Alfred Nobel por la invención de la dinamita, pero sólo un demonio en forma humana podría haber inventado el Premio Nobel”. Su decisión precipitó un torrente de cartas que Shaw así describió: “[Me decían] que si era lo suficientemente rico como para tirar el dinero de esa manera, podía permitirme adoptar a sus hijos, o pagar las hipotecas de sus casas… o darles £ XXXX a devolver puntualmente el próximo mes de mayo, o publicar un libro invaluable para explicar el misterio del universo. Dice algo sobre la virtud femenina que sólo dos mujeres propusieron que las tomase como amantes”.

Así es que Bob Dylan no sería el primero en darle la espalda a un Nobel de Literatura o a su premio material. Antes que él, por principios o bajo presiones, ya hubo quienes se negaron a aceptarlo. Aunque si sigue con su silencio de convento se ganará un lugar en la historia como el más ingrato, y el más timorato, de todos los premiados.

Infobae, Infobae - 2016

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Renegados del Nobel – 20/10/16

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Bajo una mirada convencional resulta inentendible que un receptor del Premio Nobel de Literatura rechace la distinción, al tratarse del máximo honor conferido por la humanidad y especialmente -notarán los pragmáticos- si viene acompañado de una suma cuantiosa. Pero los premiados en este campo no son seres convencionales y es en buena medida por ello que se han destacado del resto de sus contemporáneos y llamado la atención del comité premiador. Son artistas de la palabra, intelectuales, escritores: sus normas, parámetros y valores rara vez coinciden con los de quienes los rodean. Al momento de escribir estas líneas, Bob Dylan, flamante premiado por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana”, todavía no se ha expresado -a favor o en contra- del premio. Esta demora es una descortesía por donde se la mire y ya lo ha condicionado. ¿Podrá acaso, tras tantos días de vacilaciones, finalmente aceptarlo?

Boris Pasternak lo aceptó y posteriormente lo rechazó. Jean-Paul Sartre lo repudió ni bien se enteró que le sería conferido. Si Dylan llegase a repudiarlo, será interesante conocer sus razones, tal como conocemos las de sus predecesores. Esconderse en el silencio no es válido.
En 1958, el Comité Nobel dio el premio en Literatura al escritor disidente ruso Boris Pasternak “por sus logros destacables tanto en la poesía contemporánea como en el campo de la gran tradición narrativa rusa”. Dos días después de la comunicación oficial de la Academia Sueca, el escritor ruso envió un telegrama a Estocolmo en el que se mostraba “Inmensamente agradecido, conmovido, orgulloso, sorprendido, sobrecogido”. Cuatro días más tarde, Pasternak envió un telegrama diferente: “Teniendo en cuenta el significado que este premio ha recibido en la sociedad a la que pertenezco, debo rechazar este premio inmerecido que se me ha dado. Por favor, no reciban mi rechazo voluntario con desagrado”. Por supuesto que no hubo nada de “voluntario” en ese repudio forzado por la burocracia comunista: el Gremio de Escritores Soviéticos lo expulsó de sus filas en un encuentro que reunió a quinientos asistentes, y vale la pena recordar que la casa en la que vivía Pasternak había sido construida por este gremio. La radio de Moscú lo tildó de “expatriado interno” y discursos encendidos fueron invocados en su contra. Las autoridades le advirtieron que no le sería permitido retornar al país si él viajaba a Suecia a la ceremonia de premiación. Pasternak era bien conocido en la URSS en la década de 1950 tanto por su talento literario como por sus ideas políticas disidentes. Antes del escándalo del Nobel, él ya había sido espiado, amenazado y presionado. Su amante Olga Ivinskaya pasó cinco años en el gulag por negarse a denunciarlo, el bebé de la pareja nació (y murió) en cautiverio. Desencantado con Rusia y agobiado por su entorno opresivo, Pasternak dedicó años a escribir la que sería su obra cumbre: Dr. Zhivago, una épica romántica inscripta en la revolucione bolchevique. La sacó clandestinamente de territorio rojo y logró su publicación en Italia por la editorial Feltrinelli. En Moscú fue maltratado por haber publicado una obra en Occidente. Eso fue en 1957. Un año después le fue conferido el Premio Nobel. Dos años más tarde murió de cáncer de pulmón.

En 1964 la academia sueca premió con el Nobel en Literatura al pensador francés Jean-Paul Sartre “por su obra, que, rica en ideas, y llena del espíritu de la libertad y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una gran influencia en nuestra época”. Apenas seis años después de haber distinguido a un disidente soviético, el comité Nobel estaba ahora premiando a un simpatizante del estalinismo. De cualquier forma, Sartre renunció al honor. El intelectual francés publicó sus motivos en una nota en Le Figaro distinguiéndolos en cuestiones personales y objetivas. En cuanto a las primeras, señaló que debido a su concepción de la misión del escritor siempre había rechazado honores institucionales, tales como la Legión de Honor, y que no había deseado ingresar al Colegio de Francia, por caso. “Debería ser tan incapaz de aceptar, por ejemplo, el Premio Lenin, si alguien querría dármelo”, advirtió. Entre sus razones objetivas, Sartre sostenía que el intercambio entre Oriente y Occidente debía tener lugar entre los hombres y entre las culturas sin la intervención de las instituciones. Sostuvo que la concesión de premios del pasado no hizo justicia de manera equitativa a escritores de todas las ideologías y de las naciones, por lo cual sintió que su aceptación podría interpretarse de modo indeseable. Sartre lamentó que el chileno Pablo Neruda y el francés Louis Aragon (ambos comunistas) no hubieran sido galardonados y cuestionó que se hubiera premiado a Boris Pasternak y no a Mikhail Sholokhov, cuyos libros eran publicados en la Unión Soviética, al contrario del Dr. Zhivago de Pasternak, que fue censurado por el régimen. Finalizó con un saludo respetuoso a la Academia y al pueblo sueco. Esta carta pública, en rigor había sido enviada de manera privada a Estocolmo a modo de advertencia de que no le premiaran, pero la misma arribó una vez que la decisión ya había sido anunciada. Su protesta a favor de Shokolhov puede haber tenido alguna influencia en el Comité: al año siguiente este autor ruso, quien ya venía siendo un candidato, obtuvo su Nobel.

También está el caso singular -y la extraña decisión salomónica- de George Bernard Shaw, premiado en 1925 “por su obra marcada tanto por el idealismo como por la humanidad, su sátira estimulante que a menudo se infunde de una belleza poética singular”. El escritor irlandés aceptó el Nobel pero se negó a tomar el dinero que lo acompañaba, sugiriendo al Comité que lo empleara para promover la traducción de libros suecos al inglés. Cuando éste rehusó transformarse en una editorial, Shaw abrazó el emprendimiento a título personal y protestó: “Puedo perdonar a Alfred Nobel por la invención de la dinamita, pero sólo un demonio en forma humana podría haber inventado el Premio Nobel”. Su decisión precipitó un torrente de cartas que Shaw así describió: “[Me decían] que si era lo suficientemente rico como para tirar el dinero de esa manera, podía permitirme adoptar a sus hijos, o pagar las hipotecas de sus casas… o darles £ XXXX a devolver puntualmente el próximo mes de mayo, o publicar un libro invaluable para explicar el misterio del universo. Dice algo sobre la virtud femenina que sólo dos mujeres propusieron que las tomase como amantes”.

Así es que Bob Dylan no sería el primero en darle la espalda a un Nobel de Literatura o a su premio material. Antes que él, por principios o bajo presiones, ya hubo quienes se negaron a aceptarlo. Aunque si sigue con su silencio de convento se ganará un lugar en la historia como el más ingrato, y el más timorato, de todos los premiados.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2016

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Yihad, terror y boicot al amparo del estado benefactor – 19/10/16

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Las ayudas sociales son parte y parcela del estatismo europeo, y los inmigrantes suelen beneficiarse de las mismas. Algunos yihadistas, también. Tiempo atrás, Libertad Digital ofreció llamativos ejemplos. Posiblemente el más emblemático sea el de Mohamed Emwazi y su familia, que abandonaron Kuwait tras la Guerra del Golfo, asentándose en Gran Bretaña en 1996. Todo el clan recibió ayudas sociales del Estado británico que cubrieron los alquileres durante dos décadas, llegando a rozar los seiscientos mil euros en el período. Emwazi es más conocido por su apodo Jihadi John, el tenebroso islamista angloparlante del ISIS que decapitó a varios rehenes para su posteo en Youtube. Uno de los terroristas que participó de los atentados en París en noviembre del año pasado, Bilal Hadfi, también recibió ayuda social para pagar el alquiler, en tanto que el belga Ibrahim Abdeslam –que se inmoló en la sala Bataclan de la capital francesa y cuya exesposa dijo de él que «apenas trabajaba, se dedicaba a dormir, ver películas, conectarse a internet, escuchar música rap y fumar marihuana»– recibía un subsidio para solventar el alquiler de su vivienda, además de mil euros al mes. El diario El Mundo lo describió como «fiestero, divorciado, porrero hasta niveles preocupantes» y dueño de una empresa familiar que llegó a facturar cien mil euros anuales; cuando las autoridades cancelaron la ayuda oficial, «Ibrahim enloqueció y agredió a un concejal».

Al considerar que en Europa residen cerca de diez millones de musulmanes, uno puede verse tentado a aducir que este puñado de casos no pasa el umbral de una muestra. Aun así, alerta a propósito de un problema real que requiere atención. Lo cual se agrava al recordar el lamentable récord europeo en el campo del patrocinio de organizaciones radicales, que puede verse cristalinamente en lo concerniente al conflicto palestino-israelí.

Francia, por ejemplo, respaldó económicamente a tres ONG pro BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones contra Israel), Association France Palestine Solidarité, The International Federation for Human Rights y Catholic Committee Against Hunger and for Development-Terre Solidaire, que promovieron exitosamente un boicot contra la presencia de la compañía telefónica Orange en Israel. Francia es dueña del 25% de Orange, lo que significa que París financió un boicot contra sus propios intereses. Algo parecido ocurrió en Holanda cuando ONG patrocinadas por el Estado holandés fomentaron un boicot a la compañía de agua de Israel, Mekorot. El pico de la ofensiva de estas ONG pro-BDS ocurrió el mismo mes en que Holanda firmó un acuerdo de cooperación de desarrollo con Israel. España ha financiado a una serie de ONG pro-BDS, como Al Haq y el Comité Palestino de Ayuda Agrícola, que promovieron un boicot a Israel que España oficialmente rechaza.

También está el notorio caso de World Vision, una ONG caritativa cristiana global cuya sede en la Franja de Gaza desvió millones de dólares de donantes internacionales –varios de ellos países europeos– hacia las arcas del grupo terrorista Hamás, opositor a la paz entre israelíes y palestinos. La propia agencia de las Naciones Unidas para la protección de los refugiados palestinos de 1948 en adelante, Unrwa, es un emblema absurdo de esta realidad: durante las guerras de Hamás contra Israel, sus hospitales y escuelas se convirtieron en plataformas de lanzamiento de misiles y cohetes contra ciudades israelíes, sus ambulancias se transformaron en vehículos para transportar terroristas y sus jardines de infantes fueron usados como refugios para esconder a los combatientes palestinos. Unrwa es sostenida financieramente con aportes de Estados miembro de la ONU, muchos de ellos europeos comprometidos con el proceso de paz palestino-israelí.

Nadie espera que Europa anule al Estado Benefactor, que sin lugar a dudas ha asistido a grandes cantidades de inmigrantes honrados, ni que renuncie a su generosidad para con organizaciones humanitarias que hacen el bien a diario, ni que deje de aportar a un organismo de la ONU que cuida a millones de refugiados palestinos criminalmente abandonados a su suerte por sus propios hermanos desde hace más de medio siglo. Pero ¿es mucho pedirle que no extienda su caridad a yihadistas decididos a conquistarla? ¿Ni a ONG extremistas que sabotean la coexistencia palestino-israelí? ¿O que se asegure de que sus donaciones no caigan en manos de militantes fundamentalistas? Si el pasado ha de ser una guía, desafortunadamente parece que esto es mucho pedir.