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Infobae, Infobae - 2017

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

¿Antisemitismo en la administración Trump? – 24/02/17

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Por extraño que parezca, el interrogante fue elevado recientemente en torno al Presidente Trump. Y más extraño aun es el hecho de que la pregunta tiene fundamento. Aunque nada en su vida personal abonaría la noción de que él sea un antisemita, algunas acciones, declaraciones y omisiones suyas -como candidato y presidente- fueron problemáticas. Como con casi todo lo que rodea su performance política, el desconcierto y la ambigüedad predominan.

Comencemos por su récord filo-judío. Donald Trump es el primer presidente estadounidense en funciones en contar con hijos y nietos judíos. Su hija Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner en 2009 y llevan adelante una vida de observantes, es decir, que cumplen con los mandatos religiosos de la tradición hebrea. Trump designó a su yerno como uno de sus principales asesores en la Casa Blanca, una movida que le valió protestas de nepotismo. El que sea quizás el filántropo judío más importante de Estados Unidos, Sheldon Adelson, es simpatizante suyo, y el CEO de larga data para asuntos financieros de la Fundación Trump es un judío, Allen Weisselberg. Uno de sus principales asesores de campaña fue Jason Greenblatt, un judío ortodoxo. ¿Su abogado personal? Michael Cohen, judío. ¿Su elección para Secretario del Tesoro? Steven Mnuchin, también judío. Como un prominente desarrollador inmobiliario en Nueva York, de haber albergado sentimientos antijudíos con seguridad eso se hubiera conocido en ese ambiente. Trump mantiene una relación personal muy cálida con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu (a quien llamó por su apodo “Bibi” durante una conferencia de prensa conjunta días atrás), y tiene una cosmovisión política sumamente simpática hacia el estado judío. Su embajador designado en Israel, David Friedman, es a su vez, judío, e ideológicamente se identifica con los israelíes nacionalistas. Ni Bill Clinton -posiblemente el más adorado de los presidentes por la comunidad judía norteamericana- podría presentar un Jewish Currículum Vitae como el de Donald Trump.

En oposición a este trasfondo, deben recordarse situaciones preocupantes, sino alarmantes. Su eslogan electoral America First tiene un origen antisemita: fue inicialmente promovido por un grupo de estadounidenses liderado por el filo-nazi Charles Lindbergh que no quería ver a los Estados Unidos involucrado en la Segunda Guerra Mundial. Aun cuando el término está, cuando menos, manchado por su historia, Trump lo resucitó y publicitó a diestra y siniestra. Cuando el ex líder del Ku Klux Klan David Duke dio su apoyo público al candidato Trump, éste vaciló en repudiarlo. Nunca condenó a sus partidarios que habían enviado amenazas de muerte antisemitas a la periodista Julia Ioffe después de publicar un perfil de su esposa Melania en GQ. Ha re-tweeteado a supremacistas blancos. En campaña, promovió una imagen de su entonces contrincante Hillary Clinton rodeada de dólares, con la frase “la candidata más corrupta que jamás existió” incrustada en una Estrella de David roja. Cuestionado, Trump dobló la apuesta: “Saben que bajaron la estrella” dijo a una aglomeración de campaña. “Yo dije: ‘Lástima, debieron haberla dejado’, yo hubiera preferido defenderla”. A continuación Trump llamó a quienes se habían ofendido por su tweet, “gente enferma”. Tras ganar la elección, designó a Steve Bannon, referente de la Alt-Right, como su consejero principal. Durante una reciente conferencia de prensa, interrumpió al reportero de Ami Magazine, un semanario judío ortodoxo, que había comenzado a preguntar sobre el antisemitismo en Estados Unidos. “Siéntese”, le espetó. “No es una pregunta justa”.

Sólo que lo era. Desde enero fueron realizadas sesenta y nueve amenazas telefónicas a cincuenta y cuatro centros comunitarios judíos en veintisiete estados. Simbología nazi ha emergido en varios espacios públicos. Hace poco un hombre fue arrestado en Carolina del Sur mientras planeaba bombardear una sinagoga. El lunes pasado, cientos de lápidas fueron profanadas en el cementerio judío de Missouri. El presidente Trump, que había permanecido en silencio durante estas semanas atiborradas de incidentes antisemitas, finalmente reaccionó. “Las amenazas antisemitas que atañen a nuestra comunidad judía en los centros comunitarios son horribles y dolorosas y un triste recordatorio del trabajo que aún debe hacerse para erradicar el odio y los prejuicios y el mal”, declaró.

Ahora bien, para alguien que se vanagloria de ser “la persona menos antisemita que hayas visto en tu vida”, Trump deberá de aquí en más erradicar su récord de ambigüedades y polémicas, y reforzar los elementos positivamente pro-judíos de su repertorio. Es evidente que él no es un judeófobo, ni a nivel personal ni presidencial. Es probable que su coqueteo con la derecha dura de su país y sus ansias de complacer a un sector extremista de sus electores explique los traspiés políticos arriba citados. Aun así, será bueno que se encamine éticamente.

Para finalizar, un humilde consejo presidencial. En ocasión del próximo aniversario del Día Internacional de Recordación del Holocausto sería bueno que sea más específico. Junto a las vagas alusiones a las “víctimas”, “sobrevivientes”, “personas inocentes” y “los que murieron” que mencionó elípticamente en su comunicado oficial del pasado 27 de enero, debería nombrar explícitamente a los judíos. No estará de más. Después de todo, seis millones de ellos fueron exterminados durante la Shoá.

La Prensa (Nicaragua)

La Prensa (Nicaragua)

Por Julián Schvindlerman

  

Mueva esa embajada a Jerusalén, presidente – 07/02/17

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La pregunta que debiera guiar el debate a propósito de la eventual mudanza de la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalén no debiera ser “¿por qué ahora?” sino: “¿Por qué no?”. Jurídica y políticamente tiene mucho sentido avanzar con esa promesa de campaña.
El caso legal lo ha planteado con irrebatible claridad Yoav Tenembaum, profesor en el programa de diplomacia de la Universidad de Tel-Aviv. Al analizar el significado de la reciente resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha observado la trampa ideológica en la que sus redactores han caído. Esa resolución —diseñada por la Administración Obama para castigar a Israel antes de su partida (“un peligroso pistoletazo de despedida” la llamó The Washington Post) y patrocinada por naciones tan cabalmente informadas de los detalles político-legales del conflicto palestino-israelí como Venezuela, Malasia y Nueva Zelanda— enfatizó la distinción entre territorios legítimos de, y ocupados por, Israel. La frontera de la legalidad quedó fijada en los límites previos a la Guerra de los Seis Días de 1967, es decir, a la línea de armisticio trazada a finales de la Guerra de la Independencia de Israel, en 1949. Esta resolución fue reafirmada en la Conferencia de Paz de París a mediados del corriente mes de enero, en la que participaron alrededor de 75 naciones. Dicha delimitación ha marcado el consenso mundial por los últimos cincuenta años.
Siendo que la familia de las naciones acepta el territorio controlado por Israel con anterioridad a junio de 1967 como legítimo, alega el doctor Tenembaum, entonces debe ser entendido que la parte occidental de Jerusalén es una parte integral del territorio israelí. Puesto que Jerusalén occidental está situada dentro de las fronteras pre-junio de 1967, se infiere que no debería haber objeción alguna a que los países del mundo ubiquen sus embajadas allí. Después de todo, es la parte oriental de la ciudad santa la que está siendo nominalmente reclamada por los palestinos. Tenembaum sugiere que si Estados Unidos (EE. UU.) mudase su embajada a Haifa, por caso, no habría escándalo alguno pues sería justamente entendido que esa ciudad está situada dentro de las fronteras que son aceptadas como territorio legítimo de Israel. Es decir, territorio “no-ocupado”. Ergo, si Jerusalén occidental también se encuentra dentro de lo que es aceptado como territorio legítimo de Israel, ¿por qué no podría EE. UU. o cualquier otro país poner su embajada allí? “Uno no puede redactar una resolución legalmente obligatoria y no ser consciente de sus consecuencias” dictamina el profesor en The New Jurist.
A esta realidad legal agrega la consideración política el doctor Robert Satloff en un artículo publicado en The Washington Post en el que recuerda la anomalía histórica de la posición oficial norteamericana y las razones diplomáticas que ameritan su corrección. Harry Truman reconoció de facto a Israel a los 11 minutos de que Israel naciera como Estado, en mayo de 1948. El reconocimiento de jure fue dado en enero de 1949 y aceptó como territorio legítimo de Israel aquél asignado por el Plan de Partición de la ONU más aquellas ganancias territoriales durante la guerra, iniciada por los vecinos árabes. Con una excepción: el sector de Jerusalén que el estado judío retuvo al finalizar la contienda. Desde entonces, Washington nunca ha reconocido ninguna porción de la ciudad santa como una parte legítima de Israel: ni al sector occidental que Israel controló desde 1949 ni al oriental que tomó a partir de 1967. Hasta tal punto esto es así que en ocasión del funeral de Shimon Peres, realizado en Jerusalén, la Casa Blanca corrigió un comunicado ya emitido que decía “Jerusalén, Israel” borrando el nombre del estado judío. De hecho, ciudadanos estadounidenses nacidos en Jerusalén no pueden listar a Israel en sus pasaportes americanos, conforme dictaminó la Corte Suprema de EE. UU. en 2015.
Sin embargo, EE.UU. sí posee una representación diplomática en Jerusalén; solo que oficia ante la Autoridad Palestina (AP). Efectivamente, la delegación diplomática norteamericana ante la AP no está en Ramallah, o en la parte este de Jerusalén (como hace el Vaticano, por ejemplo), sino en Jerusalén occidental. Advierte Satloff: “El resultado es que Washington carece de una presencia formal en la capital de su principal aliado democrático en el Medio Oriente pero mantiene una presencia diplomática en la capital del tal aliado para otra entidad política que reclama territorio dentro de esa ciudad”. El experto sugiere que la Administración Trump desplace la embajada a la capital de Israel para enmendar este récord; cumplir además con The Jerusalén Embassy Act de 1995, aprobada por ambas cámaras del Congreso estadounidense, que pide tal traslado; y reparar las relaciones bilaterales tan dañadas por ocho años de hostilidad Demócrata.
Si el argumento legal y el político no convencen, queda todavía el principista. En uno de sus primerísimos actos ejecutivos, Donald Trump restituyó el busto de Winston Churchill al salón oval de la Casa Blanca; estatua que Barack Obama había sacado del lugar. Mientras pondera su mejor proceder en este asunto, el flamante presidente podría hallar inspiración en una declaración de 1955 del gran estadista británico: “Debe permitirse a los judíos tener Jerusalén; ellos fueron quienes la hicieron famosa”.

Comunidades, Comunidades - 2017

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Mueva esa embajada a Jerusalem, Sr. Presidente – 01/02/17

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La pregunta que debiera guiar el debate a propósito de la eventual mudanza de la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalem no debiera ser ¿por qué ahora?» sino «¿por qué no?». Jurídica y políticamente tiene mucho sentido avanzar con esa promesa de campaña.

El caso legal lo ha planteado con irrebatible claridad Yoav Tenembaum, profesor en el programa de diplomacia de la Universidad de Tel-Aviv. Al analizar el significado de la reciente resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha observado la trampa ideológica en la que sus redactores han caído. Esa resolución -diseñada por la Administración Obama para castigar a Israel antes de su partida («un peligroso pistoletazo de despedida» la llamó The Washington Post) y patrocinada por naciones tan cabalmente informadas de los detalles político-legales del conflicto palestino-israelí como Venezuela, Malasia y Nueva Zelanda- enfatizó la distinción entre territorios legítimos de, y ocupados por, Israel. La frontera de la legalidad quedó fijada en los límites previos a la Guerra de los Seis Días de 1967, es decir, a la línea de armisticio trazada a finales de la Guerra de la Independencia de Israel, en 1949. Esta resolución fue reafirmada en la Conferencia de Paz de Paris a mediados del corriente mes de enero, en la que participaron alrededor de setenta y cinco naciones. Dicha delimitación ha marcado el consenso mundial por los últimos cincuenta años.

Siendo que la familia de las naciones acepta el territorio controlado por Israel con anterioridad a junio de 1967 como legítimo, alega el Dr. Tenembaum, entonces debe ser entendido que la parte occidental de Jerusalem es una parte integral del territorio israelí. Puesto que Jerusalem occidental está situada dentro de las fronteras pre-junio de 1967, se infiere que no debería haber objeción alguna a que los países del mundo ubiquen sus embajadas allí. Después de todo, es la parte oriental de la ciudad santa la que está siendo nominalmente reclamada por los palestinos. Tenembaum sugiere que si Estados Unidos mudase su embajada a Haifa, por caso, no habría escándalo alguno pues sería justamente entendido que esa ciudad está situada dentro de las fronteras que son aceptadas como territorio legítimo de Israel. Es decir, territorio «no-ocupado». Ergo, si Jerusalem occidental también se encuentra dentro de lo que es aceptado como territorio legítimo de Israel, ¿por qué no podría Estados Unidos o cualquier otro país poner su embajada allí? «Uno no puede redactar una resolución legalmente obligatoria y no ser consciente de sus consecuencias» dictamina el profesor en The New Jurist.

A esta realidad legal agrega la consideración política el Dr. Robert Satloff en un artículo publicado en The Washington Post en el que recuerda la anomalía histórica de la posición oficial norteamericana y las razones diplomáticas que ameritan su corrección. Harry Truman reconoció de facto a Israel a los once minutos de que Israel naciera como Estado, en mayo de 1948. El reconocimiento de jure fue dado en enero de 1949 y aceptó como territorio legítimo de Israel aquél asignado por el Plan de Partición de la ONU más aquellas ganancias territoriales durante la guerra, iniciada por los vecinos árabes. Con una excepción: el sector de Jerusalem que el estado judío retuvo al finalizar la contienda. Desde entonces, Washington nunca ha reconocido ninguna porción de la ciudad santa como una parte legítima de Israel: ni al sector occidental que Israel controló desde 1949 ni al oriental que tomó a partir de 1967. Hasta tal punto esto es así que en ocasión del funeral de Shimon Peres, realizado en Jerusalem, la Casa Blanca corrigió un comunicado ya emitido que decía «Jerusalem, Israel» borrando el nombre del estado judío. De hecho, ciudadanos estadounidenses nacidos en Jerusalem no pueden listar a Israel en sus pasaportes americanos, conforme dictaminó la Corte Suprema de Estados Unidos en 2015.

Sin embargo, EE.UU. sí posee una representación diplomática en Jerusalem; sólo que oficia ante la Autoridad Palestina. Efectivamente, la delegación diplomática norteamericana ante la AP no está en Ramallah, o en la parte Este de Jerusalem (como hace el Vaticano, por ejemplo), sino en Jerusalem occidental. Advierte Satloff: «El resultado es que Washington carece de una presencia formal en la capital de su principal aliado democrático en el Medio Oriente pero mantiene una presencia diplomática en la capital de tal aliado para otra entidad política que reclama territorio dentro de esa ciudad». El experto sugiere que la Administración Trump desplace la embajada a la capital de Israel para enmendar este récord; cumplir además con The Jerusalem Embassy Act de 1995, aprobada por ambas cámaras del Congreso estadounidense, que pide tal traslado; y reparar las relaciones bilaterales tan dañadas por ocho años de hostilidad Demócrata.

Si el argumento legal y el político no convencen, queda todavía el principista. En uno de sus primerísimos actos ejecutivos, Donald Trump restituyó el busto de Winston Churchill al salón oval de la Casa Blanca; que Barack Obama había sacado del lugar. Mientras pondera su mejor proceder en este asunto, el flamante presidente podría hallar inspiración en una declaración de 1955 del gran estadista británico: «Debe permitirse a los judíos tener Jerusalem; ellos fueron quienes la hicieron famosa».

Libertad Digital, Libertad Digital - 2017

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Mueva esa embajada a Israel, Sr. Presidente – 31/01/17

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La pregunta que debiera guiar el debate a propósito de la eventual mudanza de la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalem no debiera ser “¿por qué ahora?” sino “¿por qué no?”. Jurídica y políticamente tiene mucho sentido avanzar con esa promesa de campaña.

El caso legal lo ha planteado con irrebatible claridad Yoav Tenembaum, profesor en el programa de diplomacia de la Universidad de Tel-Aviv. Al analizar el significado de la reciente resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha observado la trampa ideológica en la que sus redactores han caído. Esa resolución -diseñada por la Administración Obama para castigar a Israel antes de su partida (“un peligroso pistoletazo de despedida” la llamó The Washington Post) y patrocinada por naciones tan cabalmente informadas de los detalles político-legales del conflicto palestino-israelí como Venezuela, Malasia y Nueva Zelanda- enfatizó la distinción entre territorios legítimos de, y ocupados por, Israel. La frontera de la legalidad quedó fijada en los límites previos a la Guerra de los Seis Días de 1967, es decir, a la línea de armisticio trazada a finales de la Guerra de la Independencia de Israel, en 1949. Esta resolución fue reafirmada en la Conferencia de Paz de Paris a mediados del corriente mes de enero, en la que participaron alrededor de setenta y cinco naciones. Dicha delimitación ha marcado el consenso mundial por los últimos cincuenta años.

Siendo que la familia de las naciones acepta el territorio controlado por Israel con anterioridad a junio de 1967 como legítimo, alega el Dr. Tenembaum, entonces debe ser entendido que la parte occidental de Jerusalem es una parte integral del territorio israelí. Puesto que Jerusalem occidental está situada dentro de las fronteras pre-junio de 1967, se infiere que no debería haber objeción alguna a que los países del mundo ubiquen sus embajadas allí. Después de todo, es la parte oriental de la ciudad santa la que está siendo nominalmente reclamada por los palestinos. Tenembaum sugiere que si Estados Unidos mudase su embajada a Haifa, por caso, no habría escándalo alguno pues sería justamente entendido que esa ciudad está situada dentro de las fronteras que son aceptadas como territorio legítimo de Israel. Es decir, territorio “no-ocupado”. Ergo, si Jerusalem occidental también se encuentra dentro de lo que es aceptado como territorio legítimo de Israel, ¿por qué no podría Estados Unidos o cualquier otro país poner su embajada allí? “Uno no puede redactar una resolución legalmente obligatoria y no ser consciente de sus consecuencias” dictamina el profesor en The New Jurist.

A esta realidad legal agrega la consideración política el Dr. Robert Satloff en un artículo publicado en The Washington Post en el que recuerda la anomalía histórica de la posición oficial norteamericana y las razones diplomáticas que ameritan su corrección. Harry Truman reconoció de facto a Israel a los once minutos de que Israel naciera como Estado, en mayo de 1948. El reconocimiento de jure fue dado en enero de 1949 y aceptó como territorio legítimo de Israel aquél asignado por el Plan de Partición de la ONU más aquellas ganancias territoriales durante la guerra, iniciada por los vecinos árabes. Con una excepción: el sector de Jerusalem que el estado judío retuvo al finalizar la contienda. Desde entonces, Washington nunca ha reconocido ninguna porción de la ciudad santa como una parte legítima de Israel: ni al sector occidental que Israel controló desde 1949 ni al oriental que tomó a partir de 1967. Hasta tal punto esto es así que en ocasión del funeral de Shimon Peres, realizado en Jerusalem, la Casa Blanca corrigió un comunicado ya emitido que decía “Jerusalem, Israel” borrando el nombre del estado judío. De hecho, ciudadanos estadounidenses nacidos en Jerusalem no pueden listar a Israel en sus pasaportes americanos, conforme dictaminó la Corte Suprema de Estados Unidos en 2015.

Sin embargo, EE.UU. sí posee una representación diplomática en Jerusalem; sólo que oficia ante la Autoridad Palestina. Efectivamente, la delegación diplomática norteamericana ante la AP no está en Ramallah, o en la parte Este de Jerusalem (como hace el Vaticano, por ejemplo), sino en Jerusalem occidental. Advierte Satloff: “El resultado es que Washington carece de una presencia formal en la capital de su principal aliado democrático en el Medio Oriente pero mantiene una presencia diplomática en la capital de tal aliado para otra entidad política que reclama territorio dentro de esa ciudad”. El experto sugiere que la Administración Trump desplace la embajada a la capital de Israel para enmendar este récord; cumplir además con The Jerusalem Embassy Act de 1995, aprobada por ambas cámaras del Congreso estadounidense, que pide tal traslado; y reparar las relaciones bilaterales tan dañadas por ocho años de hostilidad Demócrata.

Si el argumento legal y el político no convencen, queda todavía el principista. En uno de sus primerísimos actos ejecutivos, Donald Trump restituyó el busto de Winston Churchill al salón oval de la Casa Blanca; que Barack Obama había sacado del lugar. Mientras pondera su mejor proceder en este asunto, el flamante presidente podría hallar inspiración en una declaración de 1955 del gran estadista británico: “Debe permitirse a los judíos tener Jerusalem; ellos fueron quienes la hicieron famosa”. 

Infobae, Infobae - 2017

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

EL mito de los territorios Palestinos ocupados – 24/01/17

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“Personal te da la bienvenida a TERRITORIOS PALESTINOS”. Este mensaje apareció en la pantalla del celular Personal de un argentino recién aterrizado en Israel al momento en que activó el servicio de roaming, informaba días atrás Radio Jai. El pasajero debe ser disculpado si llegó a creer que había descendido en Ramallah o que había viajado en el tiempo a la época del Mandato Británico en Palestina. La anécdota sería menor si fuese excepcional. Pero no lo es. Es ya una convención de nuestros tiempos que prácticamente el mundo entero considere que Israel ocupa territorios palestinos. Lo acaba de declarar el Consejo de Seguridad de la ONU el pasado diciembre (bello regalo de despedida a Israel de Barack Obama) y la UNESCO el octubre anterior al anunciar que el Muro de los Lamentos es un sitio exclusivamente islámico (lo que sugiere que el máximo símbolo religioso de los judíos está bajo ocupación… judía). Los medios masivos de comunicación continuamente refieren a la “ocupación israelí de los territorios palestinos”. ¿Pero es esta terminología correcta? Para desazón de muchos, no. Ni por asomo.

La frase “territorios palestinos ocupados” contiene tres palabras, de las cuales una de ellas -territorios- es neutral, otra -ocupados- es debatible, y la tercera -palestinos- es errada. Antes de que un periodista o editor de internacionales inserte esa nomenclatura de rigor en sus reportes debe hacerse un par de simples preguntas: ¿Cuándo fueron esos territorios en disputa, palestinos? ¿Alguna vez ejerció el pueblo palestino la soberanía sobre esos territorios? Respuestas: Nunca.

Comencemos con la Franja de Gaza. Israel gobernó Gaza desde 1967 hasta el 2005, año en que se retiró de manera unilateral y completa, cediendo el área a la Autoridad Palestina, la cual la perdió en una contienda -electoral primero, violenta después- con Hamas. Antes había estado en manos de egipcios, británicos y otomanos; un imperio musulmán no-árabe. Hoy Gaza está bajo gobierno palestino jihadista. De modo que respecto de Gaza podría decirse que actualmente es territorio palestino, sólo que no puede decirse que está bajo ocupación israelí. Ergo, “territorio palestino ocupado” Gaza no es. Es más, podría argumentarse que hasta tanto no sea conformado un estado palestino allí, esa porción de tierra no es soberanamente palestina pues apenas está siendo administrada por un grupo terrorista ni siquiera reconocido como legítimo actor internacional por buena parte de la familia de las naciones.

Pasemos a Cisjordania. Hoy la zona está dividida en tres sectores que contemplan administración civil y militar, conjunta o separada, de Israel y la Autoridad Palestina. Aunque casi el 100% de la población palestina se encuentra bajo gobierno palestino, Israel controla la mayor parte de las tierras. Esto es así desde la firma de los Acuerdos de Oslo a mediados de los años noventa. El statu quo ante tenía a Israel como único gobernador, tras la Guerra de los Seis Días de 1967. Previamente, el Reino Hashemita de Jordania controló la zona, desde 1948. Antes lo hizo Gran Bretaña por medio de un mandato conferido por la Liga de Las Naciones en 1920. El gobernador anterior había sido el Imperio Otomano, que controló esa zona y buena parte del Medio Oriente por seiscientos años, desde el 1300. (Si seguimos retrocediendo en el tiempo llegaremos a los reinados hebreos de David y Salomón antes de la Era Común, situación que incomodará a los pro-palestinos). En ningún momento hubo un estado palestino o una república palestina allí. Ergo, “territorio palestino” -ocupado o no- Cisjordania no es.

Pero acaso, podría alguien preguntar: ¿No acaba la ONU de declarar territorio palestino a toda Cisjordania? Sí, lo ha hecho. También ha escandalosamente tildado al Sionismo como una forma de racismo en 1975, sólo para anular esa resolución dieciséis años después. La ONU lleva largo tiempo comportándose de manera hostil a Israel y esa realidad fue admitida por los dos últimos secretarios-generales. El año pasado, Banki-moon dijo: “Décadas de maniobras políticas han creado un volumen desproporcionado de resoluciones, reportes y conferencias críticos de Israel. En muchos casos, en vez de ayudar a la causa palestina, esta realidad ha obstaculizado la habilidad de la ONU para cumplir su rol efectivamente”. En 2006, Kofi Annan admitió: “Por un lado, los partidarios de Israel sienten que es duramente juzgado por normas que no se aplican a sus enemigos. Y con demasiada frecuencia esto es cierto, particularmente en algunos organismos de la ONU”.

Más que lo que postule la híper-politizada ONU en su recinto orwelliano, lo que realmente cuenta es la verdad histórica. Las naciones tienen sus intereses y los diplomáticos hacen su juego en ese foro. Pero a los periodistas y editores de internacionales no les conciernen esas cuestiones políticas (supongo que tampoco a la gerencia de Personal). Es curioso que aquellos que se han mostrado consternados por las supuestas noticias falsas de la campaña de Donald Trump y han dado forma al nuevo concepto de “pos-verdad” -que no es otra cosa que un término cool para designar una gran mentira- hayan perpetuado una falsedad histórica de primer orden: el mito de los “territorios palestinos” ocupados.

El Nuevo Herald

El Nuevo Herald

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco y la tragedia de Alepo – 16/01/17

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Aquél septiembre de 2013 era un momento delicado para la paz mundial. El presidente Barack Obama se aprestaba a dar un discurso a favor de la intervención armada en Siria bajo la doctrina de la responsabilidad de proteger a poblaciones civiles asediadas. La consigna había sido invocada para actuar en Libia previamente, cuando Muhamar Gadafi anunció, en marzo de 2011, que su fuerza aérea bombardearía a la sublevada Bengasi “sin piedad”, que sus soldados buscarían armas “casa por casa” y que la rebelión llegaría a su abrupto fin: “Estas son las últimas horas de esta tragedia, llegaremos esta noche y no tendremos compasión”. Dos años y medio después, la población siria enfrentaba un desafío mucho peor: el régimen de Bashar al-Assad no estaba amenazando, sino directamente usando, armas químicas contra la población civil y los rebeldes. Más de mil personas fueron gaseadas en los suburbios de Damasco en poco tiempo. El presidente norteamericano había advertido que su uso fijaba un
a línea roja para la acción militar. La comunidad internacional esperaba con ansiedad aquél 10 de septiembre, día en que Barack Obama haría un gran anuncio al pueblo americano y al mundo entero.

Fue en ese contexto dramático cuando el Papa Francisco decidió intervenir para alertar contra el uso de la fuerza en Siria. El 5 de septiembre instó por escrito a los líderes del G-20 a que “abandonen cualquier pretensión de una solución militar” y el 7 de septiembre convocó a la feligresía a una multitudinaria vigilia de oración por la paz. “¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad” declaró el Sumo Pontífice durante su homilía en la Plaza de San Pedro. Tres días más tarde, el presidente Obama declinaba actuar militarmente en esa nación árabe. Y así, los civiles sirios quedaron abandonados a su suerte, que resultó ser muy mala.

Tres septiembres después, en 2016, la familia de las naciones se mostraba escandalizada por los indiscriminados bombardeos de la aviación siria y rusa sobre Alepo, una ciudad de 250.000 almas sitiadas, a las que Damasco y Moscú les negaban acceso al agua, alimentos o a un corredor humanitario para su evacuación. “No sé porqué el régimen nos bombardea de esta manera salvaje. Estamos sitiados y no tenemos adonde ir” dijo a AFP Imad Habbuche, en el barrio de Bab Al Nayrab. El secretario-general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se mostró “consternado” por la “escalofriante escalada militar en Alepo”. “Justo cuando pensábamos que las cosas no podían ponerse peor en Siria, se pusieron”, lamentó el embajador británico ante la ONU, Mattew Rycroft. Su par francés, Francois Delattre, denunció: “Se están cometiendo crímenes de guerra en Alepo”. La embajadora estadounidense, Samantha Power, aseguró que las acciones rusas y sirias constituían “una barbarie”. Para fines de aquél septiembre de 2016, dirigiéndose a una multitud en Roma, Francisco advirtió que los responsables de esas masacres “un día tendrán que rendir cuentas a Dios”.

Nunca sabremos eso. Lo que sí sabemos es que el Papa -que tan ostentosamente intercedió para evitar una acción norteamericana a favor de civiles indefensos en Siria- se abstuvo de actuar públicamente para frenar las acciones rusas y sirias en contra de civiles indefensos allí. Francisco aun debe explicar por qué no convocó a emotivas vigilias y oraciones por la paz en el Vaticano para oponerse a los crímenes de guerra perpetrados por Putin y Assad en Alepo y otras partes de Siria.

Por ello, verdaderamente suenan huecas sus palabras dichas ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede el pasado 9 de enero: “Pienso en los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posibilidad de jugar libremente a la oportunidad de ir a la escuela. A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constantemente mi pensamiento…”. Nadie está aquí poniendo en duda la sinceridad de su sentimiento. Sólo que debió haber pensado en los niños sirios aquél septiembre de 2013, cuando cientos de ellos fueron gaseados por el presidente Assad y él obstaculizó el camino para que el único país del mundo que podría haber hecho algo al respecto, lo hiciera.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2017

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco y la tragedia de Alepo – 16/01/17

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Aquél septiembre de 2013 era un momento delicado para la paz mundial. El presidente Barack Obama se aprestaba a dar un discurso a favor de la intervención armada en Siria bajo la doctrina de la responsabilidad de proteger a poblaciones civiles asediadas. La consigna había sido invocada para actuar en Libia previamente, cuando Muhamar Gadafi anunció, en marzo de 2011, que su fuerza aérea bombardearía a la sublevada Bengasi “sin piedad”, que sus soldados buscarían armas “casa por casa” y que la rebelión llegaría a su abrupto fin: “Estas son las últimas horas de esta tragedia, llegaremos esta noche y no tendremos compasión”. Dos años y medio después, la población siria enfrentaba un desafío mucho peor: el régimen de Bashar al-Assad no estaba amenazando, sino directamente usando, armas químicas contra la población civil y los rebeldes. Más de mil personas fueron gaseadas en los suburbios de Damasco en poco tiempo. El presidente norteamericano había advertido que su uso fijaba un
a línea roja para la acción militar. La comunidad internacional esperaba con ansiedad aquél 10 de septiembre, día en que Barack Obama haría un gran anuncio al pueblo americano y al mundo entero.

Fue en ese contexto dramático cuando el Papa Francisco decidió intervenir para alertar contra el uso de la fuerza en Siria. El 5 de septiembre instó por escrito a los líderes del G-20 a que “abandonen cualquier pretensión de una solución militar” y el 7 de septiembre convocó a la feligresía a una multitudinaria vigilia de oración por la paz. “¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad” declaró el Sumo Pontífice durante su homilía en la Plaza de San Pedro. Tres días más tarde, el presidente Obama declinaba actuar militarmente en esa nación árabe. Y así, los civiles sirios quedaron abandonados a su suerte, que resultó ser muy mala.

Tres septiembres después, en 2016, la familia de las naciones se mostraba escandalizada por los indiscriminados bombardeos de la aviación siria y rusa sobre Alepo, una ciudad de 250.000 almas sitiadas, a las que Damasco y Moscú les negaban acceso al agua, alimentos o a un corredor humanitario para su evacuación. “No sé porqué el régimen nos bombardea de esta manera salvaje. Estamos sitiados y no tenemos adonde ir” dijo a AFP Imad Habbuche, en el barrio de Bab Al Nayrab. El secretario-general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se mostró “consternado” por la “escalofriante escalada militar en Alepo”. “Justo cuando pensábamos que las cosas no podían ponerse peor en Siria, se pusieron”, lamentó el embajador británico ante la ONU, Mattew Rycroft. Su par francés, Francois Delattre, denunció: “Se están cometiendo crímenes de guerra en Alepo”. La embajadora estadounidense, Samantha Power, aseguró que las acciones rusas y sirias constituían “una barbarie”. Para fines de aquél septiembre de 2016, dirigiéndose a una multitud en Roma, Francisco advirtió que los responsables de esas masacres “un día tendrán que rendir cuentas a Dios”.

Nunca sabremos eso. Lo que sí sabemos es que el Papa -que tan ostentosamente intercedió para evitar una acción norteamericana a favor de civiles indefensos en Siria- se abstuvo de actuar públicamente para frenar las acciones rusas y sirias en contra de civiles indefensos allí. Francisco aun debe explicar por qué no convocó a emotivas vigilias y oraciones por la paz en el Vaticano para oponerse a los crímenes de guerra perpetrados por Putin y Assad en Alepo y otras partes de Siria.

Por ello, verdaderamente suenan huecas sus palabras dichas ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede el pasado 9 de enero: “Pienso en los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posibilidad de jugar libremente a la oportunidad de ir a la escuela. A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constantemente mi pensamiento…”. Nadie está aquí poniendo en duda la sinceridad de su sentimiento. Sólo que debió haber pensado en los niños sirios aquél septiembre de 2013, cuando cientos de ellos fueron gaseados por el presidente Assad y él obstaculizó el camino para que el único país del mundo que podría haber hecho algo al respecto, lo hiciera. 

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Donald Trump y la historia contrafáctica – 01/17

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Revista de los Amigos Uruguayos de la Universidad Hebrea de Jerusalem – Enero 2017

La historia contrafáctica es una herramienta académica que nos permite asignar idealmente desenlaces diferentes a hechos históricos conocidos. Ir de lo que pasó a lo que podría haber pasado es el camino que nos ofrece este vehículo intelectual. Pero tiene restricciones, tal como las ha detallado el profesor de la Universidad de Tel-Aviv Yoav Tenenbaum en History News Network: para que la historia contrafáctica sea creíble debe admitir solamente variables internas; si juega con variables externas entonces pierde rigor historicista. Tomando los ejemplos ofrecidos por el Dr. Tenenbaum, historia contrafáctica liviana sería una pregunta del tipo “¿Habría adoptado Gran Bretaña una política diferente con respecto a la Alemania nazi si Neville Chamberlain no hubiera sido nombrado Primer Ministro británico en 1937?”. Según el autor, aquí se estaría modificando la narrativa histórica tal como la conocemos, agregando una variable que sacude enteramente el tablero, a saber, que un protagonista distinto a Chamberlain hubiera sido el líder de Gran Bretaña en esa época. Para Tenenbaum, un ejemplo de historia contrafáctica sólida sería un planteo del tipo “¿Qué habría pasado si el plan para asesinar a Adolf Hitler en julio de 1944 hubiera tenido éxito?”. Aquí no hay variables externas a lo acontecido, efectivamente hubo un intento de matar al Führer y fracasó. Entonces los hechos se mantienen tal como los conocemos, con la salvedad de imaginar un resultado distinto por medio de la introducción de una variable interna que no desafía la lógica de los sucesos.

La literatura de ficción se ha apropiado de la historia contrafáctica liviana para jugar con nuestro pasado de manera libre, audaz y entretenida. Phillip Dick se preguntó qué hubiera sucedido si los nazis y sus aliados hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue la obra de 1962 The Man in the High Castle, que imaginó a un Estados Unidos bajo ocupación alemana (en la costa Este) y japonesa (en la costa Oeste). En la trama, la victoria del Eje fue posible a partir de la introducción de una variable externa a los hechos fácticos: el asesinato en 1933 de Franklin Delano Roosevelt, lo que evita que el país supere la Gran Depresión, lo que a su vez impide que se involucre en la lucha antinazi y entonces Hitler triunfa militarmente en Europa. En El complot contra América, de 2004, otro escritor norteamericano de nombre Phillip (Roth) ideó una novela de historia alternativa especulando con la derrota electoral de FDR en 1940 y el triunfo del aislacionista y antisemita Charles Lindbergh. Otro caso de historia contrafáctica liviana. La ficción, naturalmente, tiene derecho a recurrir a ella.

Aplicando la historia contrafáctica liviana al mundo fantástico de los cómics, en 2003 Mark Miller se preguntó qué hubiera sucedido si la cápsula que trajo a la Tierra a Superman del espacio exterior hubiera caído en la Unión Soviética en vez de en Kansas, y a partir de allí creó el cómic Red Son, en el que el Hombre de Acero se pone al servicio de Stalin y la expansión global del comunismo, el que es opuesto por un Estados Unidos alicaído gobernado por el presidente Lex Luthor. El gran ícono americano re-imaginado como héroe soviético. Absolutamente genial.

El triunfo del magnate neoyorquino Donald Trump en las pasadas elecciones estadounidenses con seguridad ha liquidado toda especulación contrafáctica de los historiadores (¿a quién puede interesarle realmente imaginar cómo hubiera sido un aburrido gobierno de Hillary Clinton?) y ha evaporado los argumentos de posibles realidades alternativas de los novelistas, puesto que la realidad ha superado a la ficción. Lo impensable ocurrió, y lo que de aquí en más acontezca será parte indeleble de La Historia. Fáctica, por supuesto.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

El superhéroe equivocado de la ONU – 26/12/16

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Piden dar de baja a la Mujer Maravilla. Ban Ki-moon la había designado embajadora de la ONU. – La Nación, 17/12/16.

¿Acaso creyeron los oficiales de las Naciones Unidas que, tras el rechazo de una mujer a la secretaría-general, podían arrojar en compensación un dibujito animado femenino y salirse con la suya? Aunque una cosa no está vinculada con la otra, muchos parecen creer que sí, y, sumado a otras objeciones, han puesto el grito en el cielo por la selección de la Mujer Maravilla como Embajadora Honoraria para el Empoderamiento de las Mujeres y las Niñas, el pasado octubre. Tinkerbell y WinniethePooh ya sentaron precedente al ser elegidos Embajadores del Verde y de la Amistad, respectivamente, pero los críticos se preguntaron por qué esta vez no fue elegida una mujer real en vez de una superheroína de cómic. Cuestionaron su “imagen sexualizada”. Señalaron que es blanca. Y norteamericana. También dijeron que su atuendo es medio pornográfico. Además adujeron que la Mujer Maravilla no es “culturalmente abarcadora ni sensible”. Nomás les faltó objetar que la actriz que la corporiza en la actualidad es una israelí, Gal Gadot, y cartón lleno.

La nuestra es una época de híper-sensibilización a lo diverso y lo plural, a lo diferente y periférico, donde incluso un personaje de ficción -por ser un ícono estadounidense, caucásico, poderoso y sexy- puede ser visto como un emblema imperial. Ya hemos leído a Vladimiro Ariel Dorfman, aquél intelectual setentista latinoamericano de izquierdas que buscó -y encontró, ojo- mensajes colonizadores subliminales en el Pato Donald, el elefantito Babar y el Llanero Solitario; vio en el corazón de las estructuras narrativas de Walt Disney ocultas perversiones y madrigueras retorcidas de infiltración, un fenomenal complot ideológico urdido sin compasión; y alertó a propósito del daño educativo y cultural a la identidad latinoamericana que la exposición infantil a esas manipuladoras lecturas yanquis podía ocasionar. Perseguido por Pinochet, se exilió a Francia y Holanda primero y a los Estados Unidos después, donde reside. Desde ya, nada como criticar al Imperio desde sus entrañas.

Volviendo a lo nuestro. A los efectos de apaciguar a los objetores de conciencia políticamente correctos, sugiero humildemente a los distinguidos diplomáticos de la ONU que postulen a un superhéroe diferente al cargo; uno cuya historia, identidad y misión quizás encaje mejor con las ansiedades ideológicas de los indignados: el Superman comunista de Mark Millar.

En 2003, un ocurrente escritor pensó en un escenario alternativo. ¿Qué hubiera sucedido si la cápsula que traía al bebé Kal El del espacio exterior hubiera aterrizado, no en Kansas, sino en la Unión Soviética? Este planteo dio nacimiento a uno de los guiones más originales del universo cómic: Superman Hijo Rojo. Aquí, el gran superhéroe americano es reinventado como ícono soviético. El extraterrestre superdotado está al servicio de Stalin y la expansión global del comunismo.

Posters de época lo anuncian así en Moscú: “¡Ciudadanos aclamemos a nuestro Camarada de Acero y la Utopía de los Trabajadores!”. Pero hay quienes advierten la contradicción conceptual que encierra el superhéroe soviético. “Eres lo opuesto a la doctrina marxista Superman”, le dice el jefe de la NKVD. “La prueba viviente de que no todos los hombres son iguales”.

El argumento va por el lado de un enfrentamiento épico entre el presidente de los Estados Unidos, LexLuthor, y el presidente de la URSS, Superman; Algunas bajadas de línea ideológicas (Batman: “No te preocupes Superman, dentro encontrarás todo lo que necesitas para sobrevivir… No como les pasó a los pobres disidentes de la época estalinista. Millones de personas murieron en sitios como este para construir el sistema que defiendes”; La puesta en escena de su némesis Linterna Verde (“la mayor esperanza que hemos tenido en casi medio siglo de patear el indestructible trasero de ese engendro de látex”); Y por supuesto, una subtrama de amor no consumado con Louis Lane, ahora esposa de Luthor.

La historia tiene un final infeliz para los contrarios a la WonderWoman de la ONU. Con el Superman comunista derrotado, Moscú se une a los Estados Unidos Globales de Luthor. El Tío Sam es victorioso. Y expansivo. TheEnd.

Después de todo, quizás este superhéroe no sea el mejor Plan B a la Mujer Maravilla de la ONU. Seamos salomónicos. Que Dorfman decida.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Cuidado con Vladimir, Donald – 19/12/2016

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Es todo un espectáculo ver al Partido Demócrata enojado con Vladimir Putin. Indignados por el aparente hackeo ruso de mails del jefe de campaña John Podesta, de la asesora Huma Abedin, de la propia candidata Hillary Clinton y de la convención partidaria meses atrás, los Demócratas ahora claman juego sucio y sugieren que las elecciones nacionales que consagraron a Donald Trump presidente de los Estados Unidos de América fueron fraudulentas. Ahora sabemos que la CIA ha determinado que la interferencia de Rusia en nuestras elecciones fue con el propósito de elegir a Donald Trump. Esto debería inquietar a cada estadounidense» aseguró el señor Podesta.

Atrás quedó aquél 6 de marzo de 2009, cuando en Ginebra una sonriente Secretaria de Estado Hillary Clinton presentó al Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia Sergei Lavrov un botón rojo con la palabra inglesa reset y la promesa de una nueva era en las relaciones de Washington con Moscú. Posteriormente, Vladimir Putin pudo invadir Ucrania y anexar Crimea, defender a Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, trabar una invasión norteamericana en Siria para luego lanzar la suya propia, y bombardear Alepo -hospitales y civiles incluidos- sin misericordia, sin que los Demócratas hicieran demasiado al respecto. Pero que el Kremlin se meta en las elecciones presidenciales bueno, es eso les resulta intolerable. Que Clinton haya perdido puede tener algo que ver con su fastidio.

El descubrimiento tardío de los Demócratas de que Vladimir Putin no es de fiar es deprimente. No digo Fox News pero ¿acaso no miraron CNN estos últimos ocho años? Simbólicamente, aquél encuentro del reseteo arrancó con cierta extrañeza. Tal como reportó oportunamente Simon Schuster en Time, debido a un error de ortografía cometido por algún traductor del Departamento de Estado, la palabra que decía reset en ruso estaba mal. Al notar eso, Lavrov tuvo que explicar que el botón realmente decía «sobrecarga». Clinton bromeó al respecto, la ceremonia prosiguió y ambos dignatarios presionaron el botón de todos modos. «Así es como han salido las cosas», acotaría tiempo después Dmitri Rogozin, el delegado de Rusia ante la OTAN. «Ellos presionaron el botón equivocado, y con el tiempo la relación se sobrecargó».

Donald Trump heredará esta relación sobrecargada. El flamante presidente-electo parece inclinado a resetear el reseteo de Obama con Rusia. Quizás esta vez funcione, parece creer. Sólo que no lo hará. No mientras Vladimir Putin se siga comportando como Vladimir Putin.

Bajo su gobierno, los políticos opositores, periodistas disidentes, empresarios competidores y aun dignatarios foráneos no dóciles han terminado mal. En 2004, Viktor Yushchenko, un referente de la oposición ucraniana que era hostil a Rusia, cayó enfermo mientras estaba haciendo campaña para la presidencia. Sobrevivió y ganó las elecciones, pero su cara quedó desfigurada por lo que resultó ser envenenamiento de dioxina. En 2006, Alexander Litvinenko, un ex agente del servicio secreto ruso (FSB), asilado político en Gran Bretaña, fue mortalmente envenenado con polonio radioactivo. En 2005, el periodista de investigación Otto Latsis, crítico de Putin, murió después de que un jeep chocó su auto.

Paul Khlebnikov, un periodista y editor estadounidense de Forbes Rusia, fue asesinado a tiros de ametralladora fuera de su oficina en Moscú, en 2004. Era conocido por sus investigaciones sobre el turbio mundo de los negocios y la política rusa de los años noventa. Anna Politkovskaya, periodista que reportaba acerca de los abusos contra los derechos humanos en el Cáucaso Norte de Rusia, fue asesinada en la entrada de su edificio de apartamentos en Moscú en 2006. Secuestrada en la capital chechena de Grozny en 2009, Natalya Estemirova, activista de derechos humanos, fue encontrada a un lado de la carretera con heridas de bala en la cabeza. La periodista del periódico opositor Novaya Gazeta, Anastasiya Baburova, y el abogado de derechos humanos Stanislav Markelov, fueron abatidos a plena luz del día mientras salían de una conferencia de prensa cerca del Kremlin.

El famoso campeón de ajedrez Garri Kasparov, acérrimo crítico de Putin, debió exiliarse en Estados Unidos. Otro enemigo del neo-zar ruso, el multimillonario Mijaíl Jodorkovski también se vio forzado a exiliarse, a Suiza, tras pasar ocho años encarcelado en Siberia. El matemático, oligarca y opositor asilado en Inglaterra Boris Berezovsky apareció muerto en el baño de su mansión con una soga alrededor de su cuello, en 2013.

Nadie puede con seguridad atribuir todas estas muertes a la mano negra del líder ruso. Uno sólo puede observar que muchos de quienes han osado cuestionarlo, investigarlo o desafiarlo han terminado exiliados o en la tumba, o ambas cosas. Donald Trump ha minimizado esta racha de homicidios. Con típico descuido, dijo el año pasado en una entrevista que «nuestro país también mata mucho». Acaba de designar como Secretario de Estado a un empresario de alto nivel que ha sido condecorado por el Kremlin con la Orden de la Amistad. Trump ha criticado a Irán y ya ha empezado a fastidiar a China. Veremos qué tan exitosamente podrá irritar a los dos principales socios de Moscú y preservar buenos lazos con el presidente ruso. Con seguridad, a la larga él también comprobará que Vladimir Putin es irredimible.