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Comunidades, Comunidades - 2017

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Rodolfo Walsh, montonero antisionista – 05/04/17

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Desde tiempo inmemorial, los radicales de izquierda se han obsesionado con el capital. No con El Capital, la seminal obra de Karl Marx (aunque un fanático consumado como el ex ministro de economía Alex Kiciloff haya declarado su intención de aprender alemán al sólo efecto de leer en su lengua original a Marx), sino con el capital, en minúsculas. Con el dinero. Con la mosca, para decirlo en criollo. Tipo el ex presidente Néstor Kirchner abrazando una caja fuerte. U onda los fajos de billetes verdes, unos cuantos millones, que su hija Florencia guardó en una caja de seguridad por regalo de su madre cuando gobernó la Argentina con su proyecto nacional y popular. Pero la verdadera obsesión es con el capitalismo, con el modelo económico basado en el capital. Y así, Rodolfo Walsh, en una serie de artículos sobre el conflicto palestino-israelí publicados en 1974, puede traer esta cita de 1944 de Abraham León, un judío marxista de 26 años exterminado en Auschwitz: El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad un producto de la última fase del capitalismo». Hitler interrumpió el desarrollo teórico mayor de su postulado.

Una generación después, Walsh completará la teoría. «En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora es un competidor molesto para el capitalismo nativo» dice, y ofrece esta lectura sobre el antisemitismo de la época: «Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva integración a nivel del capital financiero internacional. Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros que -como los Rotschild- veían venir la ola y querían que sus ´hermanos´ se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su herramienta en la Organización Mundial Sionista».

Con esta reflexión, el periodista montonero buscaba responder al interrogante de por qué el sionismo nació en el siglo 19. Cuando uno sólo tiene un martillo, todos los problemas lucen como clavos.

En la década del setenta, Walsh era parte de Noticias, publicación montonera que reunía en su dirección a Juan Gelman y Horacio Verbitzky entre otros. Llegó a vender doscientos mil ejemplares al día y según Publicable, el diario de TEA (la escuela de periodismo K), «Walsh fue el que ideó la propuesta para que el diario fuera de los trabajadores y consiguieron conformar una sociedad anónima capitalista tradicional, para que pudiera llegar y distribuirse en los kioscos». ¿Una sociedad capitalista montonera? Como sea.

Con el marco de referencia marxista de Walsh, poco podrá sorprender en el resto de sus escritos de 1974 tras la gira que lo llevó a Medio Oriente. Nada podrá ser lo suficientemente retorcido o desconcertante, pues su cosmovisión esencialmente lo es. Da igual que hable de «tres millones de palestinos despojados de su patria» al analizar los eventos de 1948, o sugiera que «Inglaterra regala Palestina» al explicar la Declaración Balfour, o afirme que «la mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la inmigración judía en Palestina». Análogamente, Walsh puede titular una nota «En 1947, una resolución de las Naciones Unidas quitó a los palestinos el derecho a tener una patria» (énfasis agregado), o sostener que Fatah fue fundada por «un grupo de intelectuales» que «puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada». No asombra que deje pasar sin cuestionamiento alguno una respuesta de un dirigente palestino como ésta: «¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo? Contestó Fatah: Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado». Ni que justifique la violencia política así: «El terror es un método de lucha que han usado todas las revoluciones y también todas las reacciones… su humanidad o su inhumanidad depende de sus fines».

De alguien que ve al sionismo como «un fruto tardío del capitalismo» podemos esperar cualquier aseveración. Y de por cierto que el autor las ofrece en abundancia.

Sus escritos de 1974 pueden leerse online en el portal de la embajada palestina en la Argentina, donde se anuncia que el periodista montonero «caló muy hondo en el problema y llegó a sus raíces mismas al exponer las causas de la tragedia palestina». Lo acompaña una ilustración de Rodolfo Walsh desabrochándose la camisa, dejando expuesta bajo ella una remera con los colores de la bandera palestina (http://www.palestina.int.ar/s=Rodolfo+Walsh). En lo que concierne a echar luz sobre el antisionismo de aquél intelectual -con el trasfondo de la asentada colaboración histórica entre Montoneros y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)- podemos decir que esa imagen vale más que las casi 900 palabras que conforman esta nota. A cuarenta años de su desaparición y muerte en manos de la Junta Militar, su legado antisionista pervive en la nueva generación Nac&Pop.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2017

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Rodolfo Walsh, montonero Antisionista – 02/04/17

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Desde tiempo inmemorial, los radicales de izquierda se han obsesionado con el capital. No con El Capital, la seminal obra de Karl Marx (aunque un fanático consumado como el ex ministro de economía Alex Kiciloff haya declarado su intención de aprender alemán al sólo efecto de leer en su lengua original a Marx), sino con el capital, en minúsculas. Con el dinero. Con la mosca, para decirlo en criollo. Tipo el ex presidente Néstor Kirchner abrazando una caja fuerte. U onda los fajos de billetes verdes, unos cuantos millones, que su hija Florencia guardó en una caja de seguridad por regalo de su madre cuando gobernó la Argentina con su proyecto nacional y popular. Pero la verdadera obsesión es con el capitalismo, con el modelo económico basado en el capital. Y así, Rodolfo Walsh, en una serie de artículos sobre el conflicto palestino-israelí publicados en 1974, puede traer esta cita de 1944 de Abraham León, un judío marxista de 26 años exterminado en Auschwitz: “El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad un producto de la última fase del capitalismo”. Hitler interrumpió el desarrollo teórico mayor de su postulado.

Una generación después, Walsh completará la teoría. “En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora es un competidor molesto para el capitalismo nativo” dice, y ofrece esta lectura sobre el antisemitismo de la época: “Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva integración a nivel del capital financiero internacional. Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros que -como los Rotschild- veían venir la ola y querían que sus ´hermanos´ se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su herramienta en la Organización Mundial Sionista”.
Con esta reflexión, el periodista montonero buscaba responder al interrogante de por qué el sionismo nació en el siglo 19. Cuando uno sólo tiene un martillo, todos los problemas lucen como clavos.

En la década del setenta, Walsh era parte de Noticias, publicación montonera que reunía en su dirección a Juan Gelman y Horacio Verbitzky entre otros. Llegó a vender doscientos mil ejemplares al día y según Publicable, el diario de TEA (la escuela de periodismo K), “Walsh fue el que ideó la propuesta para que el diario fuera de los trabajadores y consiguieron conformar una sociedad anónima capitalista tradicional, para que pudiera llegar y distribuirse en los kioscos”. ¿Una sociedad capitalista montonera? Como sea.

Con el marco de referencia marxista de Walsh, poco podrá sorprender en el resto de sus escritos de 1974 tras la gira que lo llevó a Medio Oriente. Nada podrá ser lo suficientemente retorcido o desconcertante, pues su cosmovisión esencialmente lo es. Da igual que hable de “tres millones de palestinos despojados de su patria” al analizar los eventos de 1948, o sugiera que “Inglaterra regala Palestina” al explicar la Declaración Balfour, o afirme que “la mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la inmigración judía en Palestina”. Análogamente, Walsh puede titular una nota “En 1947, una resolución de las Naciones Unidas quitó a los palestinos el derecho a tener una patria” (énfasis agregado), o sostener que Fatah fue fundada por “un grupo de intelectuales” que “puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada”. No asombra que deje pasar sin cuestionamiento alguno una respuesta de un dirigente palestino como ésta: “¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo? Contestó Fatah: Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado”. Ni que justifique la violencia política así: “El terror es un método de lucha que han usado todas las revoluciones y también todas las reacciones… su humanidad o su inhumanidad depende de sus fines”.

De alguien que ve al sionismo como “un fruto tardío del capitalismo” podemos esperar cualquier aseveración. Y de por cierto que el autor las ofrece en abundancia.

Sus escritos de 1974 pueden leerse online en el portal de la embajada palestina en la Argentina, donde se anuncia que el periodista montonero “caló muy hondo en el problema y llegó a sus raíces mismas al exponer las causas de la tragedia palestina”. Lo acompaña una ilustración de Rodolfo Walsh desabrochándose la camisa, dejando expuesta bajo ella una remera con los colores de la bandera palestina (http://www.palestina.int.ar/s=Rodolfo+Walsh). En lo que concierne a echar luz sobre el antisionismo de aquél intelectual -con el trasfondo de la asentada colaboración histórica entre Montoneros y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)- podemos decir que esa imagen vale más que las casi 900 palabras que conforman esta nota. A cuarenta años de su desaparición y muerte en manos de la Junta Militar, su legado antisionista pervive en la nueva generación Nac&Pop. 

Libertad Digital, Libertad Digital - 2017

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Erdogan y el viejo continente – 22/03/17

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Recep Tayyip Erdogan no sabe aceptar un «no» como respuesta. Cuando Holanda y Alemania le negaron el permiso para hacer campaña electoral en su territorio, el presidente turco se ofuscó. «¡Eh, Alemania! Tus prácticas no tienen nada que ver con la democracia, al contrario, lo que hacen no se diferencia de lo que hacían los nazis», escupió. «A Holanda y a los holandeses los conocemos por la masacre de Srebrenica. Sabemos de su carácter y su forma de ser perversos por cómo masacraron allí a ocho mil bosnios», lanzó. Austria, Suecia y Suiza tampoco admitieron politiquería turca en sus tierras. «Llevaremos esta cuestión a los foros internacionales», amenazó Erdogan, «porque no queremos ver un resurgir del nazismo» en Europa. Su declaración nazi es especialmente curiosa cuando se la contrasta con su propia alabanza al nacionalsocialismo, que tomó por buen ejemplo de gobierno. En enero de 2016, a su regreso de una visita a Arabia Saudita, un periodista le preguntó si un sistema presidencial ejecutivo era posible manteniendo la estructura unitaria del Estado. Respondió Erdogan: «Ya hay ejemplos en el mundo. Puedes verlo cuando miras la Alemania de Hitler».

La furia del matoncito neo-otomano tiene sus raíces en su necesidad de ganar el referéndum que ha convocado para mediados de abril, mediante el cual aspira a remodelar la Constitución para potenciar su régimen presidencialista. Si triunfa, podrá legislar por decreto, suspender el presupuesto y declarar el estado de excepción, entre otras atribuciones. Europa acoge a importantes diásporas turcas (más de 3,5 millones en Alemania, 650.000 en Austria, 400.000 en Holanda), a las que Erdogan anhela seducir para que voten a su favor. Francia cedió y accedió a un mitin proselitista del canciller Cavusolgu en la ciudad de Metz, evitando así la ira del Gobierno turco pero quebrando la solidaridad europea. Berlín, Viena, Estocolmo, Berna y La Haya se plantaron ante el bullying de Erdogan y llovieron insultos sobre ellas.

Europa decidió responder a las agresiones turcas con altura, evitando entrar en el juego de quién grita más fuerte. «Uno no puede comentar con seriedad tales pronunciamientos desubicados», dijo Angela Merkel. Mark Rutte halló los exabruptos «inaceptables» y la acusación sobre Bosnia, «una repugnante falsedad». Jean-Claude Juncker advirtió: «Lo único que hace quien así habla es distanciarse de la Unión Europea, no tratar de entrar en ella. Es Turquía la quiere unirse a la UE, no la UE a Turquía». Europa sabe que Erdogan es un exaltado al que conviene torear dada su pertenencia a la OTAN, su cooperación en la lucha contra Estado Islámico en Medio Oriente y su administración del flujo de emigrantes sirios a través de sus fronteras. Parafraseando el conocido lema aplicado antaño a Somoza, decía el comentarista Sohrab Ahmari: «El señor Erdogan podrá ser un cabrón con mentalidad del siglo XIX, pero es nuestro cabrón con mentalidad del siglo XIX».

A estas alturas, no obstante, cabe preguntarse si no habrá llegado el momento de replantear las relaciones con Ankara. «La pregunta más extendida es si Occidente debería seguir sosteniendo la ficción de que Turquía es todavía un socio confiable del club occidental», planteaba el analista arriba citado, al recordar que hasta pocos años atrás Erdogan solía llamar «hermano» a Bashar al Asad, tenía buena relación con Teherán y está ahora pivotando hacia Moscú. El historiador francés Nicolás Baverez reclamaba que «la triple ruptura de Erdogan con la democracia, con Occidente y con la modernidad» exige «clarificar su estatus con relación a la OTAN y sobre todo con relación a las instituciones europeas». Otros observadores políticos han expresado aprehensiones similares.

No hay duda de que los líderes europeos comparten en privado estas preocupaciones. Saben que Turquía ha devenido una democradura, una democracia formal que es en la práctica una dictadura, y que su presidente se ha convertido en un islamista. Han visto la respuesta brutal y desproporcionada de Erdogan a la asonada militar de julio del año pasado: 45.000 opositores arrestados, 160.000 funcionarios despedidos, 2.100 escuelas y universidades clausuradas, 150 medios de prensa cerrados, 10.000 millones de dólares confiscados. Conocen la represión del Gobierno contra los kurdos y el pasado flirteo comercial con el ISIS. Notan que el velo ha regresado al espacio público bajo la rúbrica oficial y que se ha lanzado una guerra contra el laicismo. Observan, al tope de todo ello, al aspirante a sultán sentado en el trono del palacio que se hizo construir -a un costo de 600 millones de dólares- en la capital del país. Y advierten que el superpresidente no bajará el tono de su retórica antieuropea. Al contrario, acaba de arengar a los turcos europeos así: «No tengan tres, sino cinco hijos. Porque ustedes son el futuro de Europa».

¿Hará algo determinante Bruselas al respecto? El Viejo Continente no parece todavía dispuesto a renunciar a los lazos con su problemático socio islámico, y a la vez entiende que no podrá tolerar incesantemente el avasallamiento del mandamás turco. De qué modo Europa manejará este delicado asunto será uno de los desarrollos geopolíticos más interesantes del futuro próximo. 

Infobae, Infobae - 2017

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Erdogan y el viejo continente – 21/03/17

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Recep Tayyip Erdogan no sabe aceptar un no como respuesta. Cuando Holanda y Alemania le negaron el permiso para hacer campaña electoral en su suelo, el presidente turco se ofuscó. “¡Eh, Alemania! Tus prácticas no tienen nada que ver con la democracia, al contrario, lo que hacen no se diferencia de lo que hacían los nazis”, escupió. “A Holanda y a los holandeses los conocemos por la masacre de Srebrenica. Sabemos de su carácter y su forma de ser perversos por cómo masacraron allí a ocho mil bosnios”, lanzó. Austria, Suecia y Suiza tampoco admitieron politiquería turca en sus tierras. “Llevaremos esta cuestión a los foros internacionales”, amenazó Erdogan, “porque no queremos ver un resurgimiento del nazismo” en Europa. Su declaración nazi es especialmente curiosa al contrastarla con su propia alabanza al Nacional Socialismo, que tomó por buen ejemplo de gobierno. En enero de 2016, a su regreso de una visita a Arabia Saudita, un periodista le preguntó si un sistema presidencial ejecutivo era posible manteniendo la estructura unitaria del estado. Respondió Erdogan: “Ya hay ejemplos en el mundo. Puedes verlo cuando miras la Alemania de Hitler”.

La furia del matoncito neo-otomano tiene sus raíces en la necesidad de ganar el referéndum que ha convocado para mediados de abril, mediante el cual aspira a remodelar la Constitución para potenciar su régimen presidencialista. Si triunfa, podrá legislar por decreto, suspender el presupuesto y declarar el estado de excepción entre otras atribuciones. Europa acoge a importantes diásporas turcas (más de 3.5 millones en Alemania, 650 mil en Austria, 400 mil en Holanda) a las que Erdogan anhela seducir para que voten a su favor. Francia cedió y accedió a un mitin proselitista del canciller Mevlut Cavusolgu en la ciudad de Metz, evitando así la ira del gobierno turco pero quebrando la solidaridad europea. Berlín, Viena, Estocolmo, Berna y La Haya se plantaron ante el bullying de Erdogan y llovieron sobre ellas insultos.

Europa decidió responder a las agresiones turcas con altura, evitando entrar en el juego de quien grita más fuerte. “Uno no puede comentar con seriedad tales pronunciamientos desubicados” dijo Angela Merkel. Mark Rutte halló los exabruptos “inaceptables” y la acusación sobre Bosnia “una repugnante falsedad”. Jean Claude Juncker advirtió que “lo único que hace quién así habla es distanciarse de la Unión Europea, no tratar de entrar. Es Turquía la quiere unirse a la UE, no la UE a Turquía”. Europa sabe que Erdogan es un exaltado al que conviene no torear dada su membresía en la OTAN, su cooperación en la lucha contra Estado Islámico en Medio Oriente y su administración del flujo de emigrantes sirios a través de sus fronteras. Parafraseando el conocido lema aplicado antaño a Somoza, decía el comentarista Sohrab Ahmari: “El señor Erdogan podrá ser un cabrón con mentalidad del siglo 19, pero es nuestro cabrón con mentalidad del siglo 19”.

A estas alturas, no obstante, cabe preguntarse si no habrá llegado el momento de replantear las relaciones con Ankara. “La pregunta más amplia es si Occidente debería seguir sosteniendo la ficción de que Turquía es todavía un socio confiable del club occidental” planteaba el analista arriba citado, al recordar que hasta pocos años atrás Erdogan solía llamar “hermano” a Bashar al-Assad, tenía buena relación con Teherán y está ahora pivoteando hacia Moscú. El historiador español Nicolás Baverez reclamaba que “la triple ruptura de Erdogan con la democracia, con Occidente y con la modernidad exige clarificar su estatus con relación a la OTAN y sobre todo con relación a las instituciones europeas”. Otros observadores políticos han expresado aprehensiones similares.

No hay duda de que los líderes europeos comparten en privado estas preocupaciones. Saben que Turquía ha devenido en una democradura -una democracia formal que es en la práctica una dictadura- y que su presidente se ha convertido en un islamista. Han visto la respuesta brutal y desproporcionada de Erdogan a la asonada militar de julio del año pasado: 45.000 opositores arrestados, 160.000 funcionarios despedidos, 2.100 escuelas y universidades clausuradas, 150 medios de prensa cerrados, 10.000 millones de dólares confiscados. Conocen la represión del gobierno contra los kurdos y el pasado flirteo comercial con el ISIS. Notan que el velo ha regresado al espacio público bajo la rúbrica oficial y que se ha lanzado una guerra contra el laicismo. Y observan, al tope de todo ello, al aspirante a sultán sentado en el trono del palacio de gobierno que se hizo construir-a un costo de 600 millones de dólares- en la capital del país. Y advierten que el súper-presidente no bajará un cambio a su retórica antieuropea. Al contrario, acaba de arengar a los turcos europeos así: “No tengan tres, sino cinco hijos. Porque ustedes son el futuro de Europa”.

¿Hará algo determinante Bruselas al respecto? El Viejo Continente no parece todavía dispuesto a renunciar a los lazos con su problemático socio islámico y a la vez entiende que no podrá tolerar incesantemente el avasallamiento del mandamás turco. De qué modo Europa manejará este delicado asunto será uno de los desarrollos geopolíticos más interesantes a seguir en el próximo futuro.

Comunidades, Comunidades - 2017

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Un soplo de aire fresco en la ONU – 15/03/17

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El 16 de febrero, Nikki Haley, la flamante embajadora ante la ONU en NY, participó por vez primera de la reunión mensual habitual sobre asuntos del Medio Oriente. Al salir de la sala de reuniones, dio una conferencia de prensa que vale la pena citar extensivamente.

Se supone que el Consejo de Seguridad debe debatir cómo mantener la paz y la seguridad internacionales. Pero en nuestra reunión sobre Oriente Medio, la discusión no fue acerca de la acumulación ilegal de cohetes por el Hezbolá en el Líbano. Ni sobre el dinero y las armas que Irán ofrece a los terroristas. Ni acerca de cómo derrotamos al ISIS. Ni se trató de cómo responsabilizamos a Bashar al-Assad por la masacre de cientos y miles de civiles. No, en cambio, la reunión se centró en criticar a Israel, la única verdadera democracia en el Oriente Medio.

Estoy aquí para decir que Estados Unidos no hará la vista gorda a esto. Estoy aquí para subrayar el firme apoyo de Estados Unidos a Israel. Estoy aquí para enfatizar que Estados Unidos está decidido a enfrentar el sesgo anti-Israelí de la ONU.

El enfoque prejuicioso de las cuestiones israelo-palestinas no favorece el proceso de paz. Y no tiene relación con la realidad del mundo que nos rodea. Los dobles estándares son impresionantes Este sesgo anti-Israelí de las Naciones Unidas hace mucho tiempo que espera un cambio. Estados Unidos no vacilará en hablar en contra de estos sesgos en defensa de nuestro amigo y aliado, Israel».

Luego, el 1 de marzo, expuso ante el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra Erin Barclay, la Subsecretaria Adjunta de Estado para Asuntos de Organización Internacional. Este es el foro de la ONU que lidera el debate sobre derechos humanos a nivel global. La composición del 2017 da una idea de su anormal funcionamiento, al incluir como vigilantes de los derechos humanos a Cuba, Venezuela, Burundi, Bangladesh, China y Arabia Saudita, entre otros depredadores. Esto es lo que dijo, en parte, la delegada norteamericana:

«Estados Unidos también sigue profundamente preocupado por el constante enfoque desigual e injusto del Consejo en torno a un país democrático, Israel. Ninguna otra nación es el foco de todo un ítem de agenda. ¿De qué forma es eso una prioridad razonable? En este momento, el régimen de Assad está bombardeando hospitales en Siria y forzando a su propio pueblo a huir como refugiados a países vecinos para escapar de su gobierno asesino. Ahora mismo, en Corea del Norte e Irán, a millones de personas se les niegan sus libertades de religión o creencias, de reunión y asociación pacíficas y de expresión. La obsesión con Israel a través del ítem 7 de la agenda es la mayor amenaza a la credibilidad del Consejo.

Cuando se trata de derechos humanos, ningún país debe estar libre de escrutinio, pero tampoco debería ser regularmente sometido un país democrático a injusticias, desequilibrios e infundada parcialidad Para que este Consejo tenga credibilidad, y ni qué decir éxito, debe alejarse de sus posiciones desbalanceadas e improductivas. A medida que consideremos nuestros compromisos futuros, mi gobierno estudiará las acciones del Consejo con miras a una reforma para lograr más plenamente la misión del Consejo de proteger y promover los derechos humanos».

Yo presencié muchas de esas reuniones surrealistas del CDH durante mi residencia en Suiza. No ha sido esta la primera vez que EE.UU. defiende a Israel en su seno, pero este alegato a favor del trato ecuánime y el sentido común al inicio mismo de una nueva Administración es especialmente refrescante. Ídem en lo concerniente a NY. La denuncia de la embajadora Haley es una de las más contundentes en boca de un diplomático estadounidense que he escuchado desde los tiempos de Daniel Patrick Moinyhan. La situación es tan mala para Israel allí que Samantha Power, quien fuera la embajadora del presidente Obama en la ONU, debió admitirlo el pasado diciembre en el Consejo de Seguridad aun mientras defendía la artera abstención de Washington ante una resolución hostil a Jerusalem. Esta parcialidad, dijo «no sólo perjudica a Israel, sino que socava la legitimidad de las propias Naciones Unidas».

Afortunadamente, ahora Obama está surfeando en Hawaii y renovados aires soplan en la ONU. Esperemos que duren.

La Nación (Argentina)

La Nación (Argentina)

Por Julián Schvindlerman

  

Marine Le Pen, pragmática – 07/03/17

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El mes pasado, la líder del Frente Nacional (FN) Marine Le Pen aseguró que ella no permitirá que ciudadanos franceses tengan doble nacionalidad de países no europeos y agregó que «Israel no es un país europeo y no se considera a sí mismo como uno». Ergo, si ella se hace con la presidencia y honra esta advertencia, aquellos judíos franceses que tengan también nacionalidad israelí deberán renunciar a la segunda si anhelan preservar la primera, caso contrario tendrían estatus de residentes foráneos sin derecho a voto en su propio país. La semana previa había dicho al canal 2 de la televisión israelí que los judíos de Francia no deberían usar un solideo (kipá) sobre sus cabezas en público como parte de su compromiso nacional de prohibir símbolos religiosos.

Estas dos declaraciones sucesivas resuenan con el pasado antisemita y la cultura xenófoba del Frente Nacional, comenzando por su génesis misma en manos del fundador (y padre de Marine), Jean-Marie Le Pen, un notorio negador del Holocausto para quien los campos de concentración nazis fueron «un detalle» en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Debe reconocerse, sin embargo, la distancia que la actual líder ha buscado poner entre el partido y sus remanentes fascistas, que alcanzó su clímax cuando Marine expulsó a su propio padre de las filas partidarias por minimizar públicamente los estragos de la ocupación nazi de Francia. Llamativamente, también ha prometido ser «el mejor escudo para los judíos» si llegara al poder.

Estas posturas antagónicas se pueden explicar mediante el simple pragmatismo político. El verdadero objetivo del Frente Nacional no son el casi medio millón de judíos que viven en Francia, sino los más de cinco millones de musulmanes que los rodean. Las políticas de prohibir vestimentas y símbolos religiosos apuntan claramente al islam (pensemos en el debate acerca del velo y la burkini), en tanto que la restricción de la doble ciudadanía es indudablemente una medida contra los inmigrantes musulmanes de países árabes, musulmanes y africanos que han estado presionando las fronteras europeas. Pero si el FN fuera a identificar inequívocamente a la comunidad islámica como la fuente de su preocupación y objeto de sus medidas, recibiría acusaciones de manifiesta discriminación. Al incluir a otra minoría religiosa el FN busca evitar etiquetas de islamofobia.

Le Pen lo admitió sin vueltas años atrás en la televisión local: «Los solideos judíos no son obviamente un problema en nuestro país», dijo, pero opinó que Francia tiene que prohibirlos «en nombre de la igualdad». Y también: «¿Qué diría la gente si yo sólo hubiera pedido la prohibición del atuendo musulmán?». Así, los judíos quedan envueltos en su política contra el islam en Francia.

A pesar de su celo laicista, Marine Le Pen nunca ha bregado por vedar cruces en Francia pues, como ha dicho coloridamente, «la religión católica no tiene símbolos conspicuos». Y, a pesar de su patriotismo, convenientemente eximió a Rusia de la regla de la doble nacionalidad, alegando que es parte de la «Europa de las naciones».

Así, esta astuta política resguarda el núcleo duro de sus partidarios católicos y protege la alianza ideológica que la une con la Rusia de Vladimir Putin. Los judíos son otra historia. Los puede ofender. No está en esa comunidad la fuente de sus votos.

Escritor, magíster en Ciencias Sociales.

La Prensa (Nicaragua)

La Prensa (Nicaragua)

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre velos y ajedrez en Irán – 03/03/17

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Algo no está saliendo del todo bien en el Torneo Internacional de Ajedrez Femenino, en curso estos días en Irán. Para las más de cincuenta ajedrecistas que pelean por el prestigio y el premio de cuatrocientos cincuenta mil euros, así como para el régimen Ayatolá, orgulloso anfitrión del certamen, todo marcha en popa. Pero para la decena de ajedrecistas que rehusaron participar por razones principistas, algo está decididamente mal.

Nazi Paikidze es una georgiana-americana campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos que decidió boicotear los juegos al enterarse que se llevarían a cabo en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse un hijab sobre sus cabellos. “Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres” declaró la joven de veintitrés años. “Preferiría no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y todo lo demás”. La argentina Carolina Luján, quíntuple campeona nacional, de treinta y un años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: “Algunos dicen que tengo algo contra el Islam, pero sólo quiero tener la libertad de elegir”. De haber ido a Teherán, además de verse obligada a calzarse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea familiar o marido.

Irina Kursh, una ucraniana-estadounidense de treinta y tres años que ganó siete veces The US Women Chess Championship, se sumó al boicot. Asimismo se agregó la también ucraniana María Muzychuk, ex campeona mundial: “Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa. Es tan malo que esos jugadores de ajedrez, que se niegan a ir a Irán y usar el hijab, simplemente pierdan el derecho a participar en el Campeonato sin ninguna razón”. Humpy Koneru, de la India y entre las mejores del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking de ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.

Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: ellas no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante poder concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor disidentes políticos están siendo encarcelados, homosexuales están siendo perseguidos, delincuentes menores de edad están siendo ejecutados y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya salteado la noticia oportunamente, ella es una veinteañera británica-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Tal la vida para las mujeres en Ayatolaland.

Es cierto que las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar en Irán, y que el gobierno ha designado mujeres al cargo de embajadoras, voceras o vicepresidentas, o que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpíadas. Pero eso no puede esconder el crudo estatus de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de dieciocho años que rehusó ponerse el velo durante un juego en Gibraltar. El titular de la Federación de Ajedrez iraní Mehrdad Pahlevanzadeh prometió que ella será castigada “de la manera más severa posible”.

Al mismo tiempo en que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas a la Ministro de Comercio Ann Linde, en representación del que han orgullosamente anunciado ser “el primer gobierno feminista en el mundo”. El Presidente Hassan Rohani las recibió acompañado sólo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hijabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2017

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Irán: Mujeres, velos y ajedrez – 03/03/17

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Algo no está saliendo del todo bien en el campeonato mundial femenino de ajedrez que se está celebrando estos días en Irán. Para las más de cincuenta jugadoras que pelean por el prestigio y el premio, de 450.000 euros, así como para el régimen de los ayatolás, orgulloso anfitrión, todo marcha viento en popa. Pero para la decena de ajedrecistas que rehusaron participar por razones de principios algo está decididamente mal.

Nazi Paikidze es una georgiana-americana, campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos, que decidió boicotear el torneo al enterarse que se celebraría en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse el hiyab. «Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres», declaró la joven de 23 años. «Prefiero no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y de todo lo demás». La argentina Carolina Luján, pentacampeona nacional, de 31 años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: «Algunos dicen que tengo algo contra el islam, pero sólo quiero tener la libertad de elegir». De haber ido a Teherán, además de verse obligada a ponerse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador, a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea su marido o un familiar.

Irina Kursh, una ucraniano-estadounidense de 33 años que ganó siete veces el campeonato norteamericano, se sumó al boicot. Igual que la también ucraniana María Muzychuk, excampeona mundial: «Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa». Humpy Koneru, de la India, una de las mejores ajedrecistas del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking del ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.

Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor se encarcela a disidentes políticos, se persigue a homosexuales, se ejecuta a delincuentes menores de edad y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya salteado la noticia oportunamente, se trata de una veinteañera británico-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Así es la vida para las mujeres en Ayatolaland.

Es cierto que en Irán las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar, y que ha habido mujeres embajadoras, voceras o vicepresidentas, y que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpíadas. Pero eso no puede esconder la cruda situación de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de 18 años que rehusó ponerse el velo durante un torneo disputado en Gibraltar. El responsable de la Federación Iraní de Ajedrez, Mehrdad Pahlevanzadeh, prometió que sería castigada «de la manera más severa posible».

Al mismo tiempo en que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas la ministra de Comercio, Ann Linde, en representación del «primer Gobierno feminista en el mundo», según se ufanan. El presidente Hasán Ruhaní las recibió acompañado sólo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hiyabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes. 

Comunidades, Comunidades - 2017

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre velos y ajedrez en Irán – 01/03/17

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Nazi Paikidze es una georgiana-americana campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos que decidió boicotear los juegos al enterarse que se llevarían a cabo en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse un hijab sobre sus cabellos. Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres» declaró la joven de veintitrés años. «Preferiría no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y todo lo demás». La argentina Carolina Luján, quíntuple campeona nacional, de treinta y un años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: «Algunos dicen que tengo algo contra el Islam, pero sólo quiero tener la libertad de elegir». De haber ido a Teherán, además de verse obligada a calzarse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea familiar o marido.

Irina Kursh, una ucraniana-estadounidense de treinta y tres años que ganó siete veces The US Women Chess Championship, se sumó al boicot. Asimismo se agregó la también ucraniana María Muzychuk, ex campeona mundial: «Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa. Es tan malo que esos jugadores de ajedrez, que se niegan a ir a Irán y usar el hijab, simplemente pierdan el derecho a participar en el Campeonato sin ninguna razón». Humpy Koneru, de la India y entre las mejores del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking de ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.

Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: ellas no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante poder concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor disidentes políticos están siendo encarcelados, homosexuales están siendo perseguidos, delincuentes menores de edad están siendo ejecutados y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya salteado la noticia oportunamente, ella es una veinteañera británica-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Tal la vida para las mujeres en Ayatolaland.

Es cierto que las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar en Irán, y que el gobierno ha designado mujeres al cargo de embajadoras, voceras o vicepresidentas, o que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpíadas. Pero eso no puede esconder el crudo estatus de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de dieciocho años que rehusó ponerse el velo durante un juego en Gibraltar. El titular de la Federación de Ajedrez iraní Mehrdad Pahlevanzadeh prometió que ella será castigada «de la manera más severa posible».

Al mismo tiempo en que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas a la Ministro de Comercio Ann Linde, en representación del que han orgullosamente anunciado ser «el primer gobierno feminista en el mundo». El Presidente Hassan Rohani las recibió acompañado sólo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hijabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes.

ABC Color (Paraguay)

ABC Color (Paraguay)

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre velos y ajedrez en Irán – 26/02/17

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Algo no está saliendo del todo bien en el Torneo Internacional de Ajedrez Femenino, en curso estos días en Irán. Para las más de cincuenta ajedrecistas que pelean por el prestigio y el premio de cuatrocientos cincuenta mil euros, así como para el régimen Ayatolá, orgulloso anfitrión del certamen, todo marcha en popa. Pero para la decena de ajedrecistas que rehusaron participar por razones principistas, algo está decididamente mal.

Nazi Paikidze es una georgiana-americana campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos que decidió boicotear los juegos al enterarse que se llevarían a cabo en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse un hijab sobre sus cabellos. “Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres” declaró la joven de veintitrés años. “Preferiría no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y todo lo demás”. La argentina Carolina Luján, quíntuple campeona nacional, de treinta y un años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: “Algunos dicen que tengo algo contra el Islam, pero sólo quiero tener la libertad de elegir”. De haber ido a Teherán, además de verse obligada a calzarse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea familiar o marido.

Irina Kursh, una ucraniana-estadounidense de treinta y tres años que ganó siete veces The US Women Chess Championship, se sumó al boicot. Asimismo se agregó la también ucraniana María Muzychuk, ex campeona mundial: “Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa. Es tan malo que esos jugadores de ajedrez, que se niegan a ir a Irán y usar el hijab, simplemente pierdan el derecho a participar en el Campeonato sin ninguna razón”. Humpy Koneru, de la India y entre las mejores del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking de ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.

Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: ellas no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante poder concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor disidentes políticos están siendo encarcelados, homosexuales están siendo perseguidos, delincuentes menores de edad están siendo ejecutados y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya salteado la noticia oportunamente, ella es una veinteañera británica-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Tal la vida para las mujeres en Ayatolaland.

Es cierto que las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar en Irán, y que el gobierno ha designado mujeres al cargo de embajadoras, voceras o vicepresidentas, o que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpíadas. Pero eso no puede esconder el crudo estatus de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de dieciocho años que rehusó ponerse el velo durante un juego en Gibraltar. El titular de la Federación de Ajedrez iraní Mehrdad Pahlevanzadeh prometió que ella será castigada “de la manera más severa posible”.

Al mismo tiempo en que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas a la Ministro de Comercio Ann Linde, en representación del que han orgullosamente anunciado ser “el primer gobierno feminista en el mundo”. El Presidente Hassan Rohani las recibió acompañado sólo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hijabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes.