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Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

Un alcalde Musulmán en Londres – 15/05/16

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La elección de Sadiq Khan a la alcaldía de la capital de Inglaterra ha marcado un episodio singular para la historia de Londres, de Inglaterra y de los musulmanes europeos. Khan es un musulmán moderado, miembro del Laborismo británico, que ha hecho una carrera política notable a la luz de sus orígenes socioeconómicos humildes, marcados por un padre colectivero y una madre costurera.

Durante la campaña electoral surgieron denuncias de pasadas asociaciones problemáticas de Khan con referentes del islamismo global. Por ejemplo, con Duad Abdullah del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, que boicoteó el Día de Recordación del Holocausto; con Azzam Tamimi, quien exaltó “la jihad contra el racismo, contra el sionismo” de los palestinos; con Ibrahim Hewitt de Interpal, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; y con Stop Political Terror, una organización ya desaparecida que contaba entre sus patrocinadores al predicador de Al-Qaeda Anwar al-Awlaki. Khan ofreció en defensa propia un pronunciamiento que desarma por su honestidad e inquieta por su verdad: “Todos los musulmanes británicos están en contacto con extremistas en algún momento”.
Su elección ocurrió luego de que fuesen expulsados de las filas laboristas la diputada musulmana Naz Shah y el ex alcalde de la capital inglesa Ken Livingstone, ambos por pronunciamientos antijudíos virulentos. De hecho, desde el ascenso de Jeremy Corbyn a la cúspide del partido -él mismo un radical irredento que contagió con sus ideas extremas a buena parte de la maquinaria del Laborismo a la par que atrajo como un imán a indeseados políticos- el Laborismo se ha fanatizado.

Sadiq Khan tendrá un desafío importante en despegarse de este radicalismo. Él no es un islamista, y de hecho, ha condenado las expresiones racistas de sus colegas partidarios. No tiene barba, viste a la usanza occidental, su esposa no usa velo, votó a favor del matrimonio homosexual y es un europeísta. Su primer acto oficial consistió en asistir a la ceremonia de recordación del Día del Holocausto. Las credenciales son alentadoras. Pero toda Inglaterra estará muy pendiente de su manera de conducirse ante la intolerancia de los fanáticos que lo rodean. Su ejemplo será estimulante y aleccionador a la vez para los propios musulmanes ingleses, especialmente aquellos todavía no integrados a la sociedad, y que anhelen hacerlo.

El panorama de esta integración, o falta de ella, es grave. Según una encuesta de IMC que Trevor Phillips publicara en el Sunday Times el mes último, llevada cara a cara con más de mil encuestados en Inglaterra, el 39% de los musulmanes ingleses cree que la mujer debe obedecer al marido, siempre; el 31% cree que es razonable que un hombre tenga más de una esposa; el 52% cree que la homosexualidad debiera ser ilegalizada; y el 23% prefiere vivir bajo la ley religiosa islámica que ante la ley civil británica. Un tercio cree que los judíos son poderosos (contra un 9% de los cristianos que cree lo mismo), en tanto que un 4% apoya el terrorismo y un 7% respalda al ISIS. Estos dos últimos guarismos lucen pequeños pero resultan inquietantes al proporcionarlos a la población islámica del país pues sugieren que entre cien mil y doscientos mil musulmanes ingleses favorecen la causa y método del “Estado Islámico”. Con 1.400 musulmanes ingleses que han tratado o logrado unirse al ISIS en Siria, Gran Bretaña no podrá ignorar las conclusiones duras de este informe.

Sadiq Khan, entonces, tendrá un desafío mayúsculo de gestión. Por el bien de la integración islámica en Inglaterra y la coexistencia interreligiosa, así como por el bien de la cordura ideológica, es de esperar que tenga éxito en la compleja tarea de castigar a los extremistas y recompensar a los moderados tanto de su partido político y como de su comunidad religiosa.

La Prensa (Nicaragua)

La Prensa (Nicaragua)

Por Julián Schvindlerman

  

Un alcalde Musulmán en Londres – 15/05/16

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La elección de Sadiq Khan a la alcaldía de la capital de Inglaterra ha marcado un episodio singular para la historia de Londres, de Inglaterra y de los musulmanes europeos. Khan es un musulmán moderado, miembro del Laborismo británico, que ha hecho una carrera política notable a la luz de sus orígenes socioeconómicos humildes, marcados por un padre colectivero y una madre costurera.

Durante la campaña electoral surgieron denuncias de pasadas asociaciones problemáticas de Khan con referentes del islamismo global. Por ejemplo, con Duad Abdullah del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, que boicoteó el Día de Recordación del Holocausto; con Azzam Tamimi, quien exaltó “la jihad contra el racismo, contra el sionismo” de los palestinos; con Ibrahim Hewitt de Interpal, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; y con Stop Political Terror, una organización ya desaparecida que contaba entre sus patrocinadores al predicador de Al-Qaeda Anwar al-Awlaki. Khan ofreció en defensa propia un pronunciamiento que desarma por su honestidad e inquieta por su verdad: “Todos los musulmanes británicos están en contacto con extremistas en algún momento”.
Su elección ocurrió luego de que fuesen expulsados de las filas laboristas la diputada musulmana Naz Shah y el ex alcalde de la capital inglesa Ken Livingstone, ambos por pronunciamientos antijudíos virulentos. De hecho, desde el ascenso de Jeremy Corbyn a la cúspide del partido -él mismo un radical irredento que contagió con sus ideas extremas a buena parte de la maquinaria del Laborismo a la par que atrajo como un imán a indeseados políticos- el Laborismo se ha fanatizado.

Sadiq Khan tendrá un desafío importante en despegarse de este radicalismo. Él no es un islamista, y de hecho, ha condenado las expresiones racistas de sus colegas partidarios. No tiene barba, viste a la usanza occidental, su esposa no usa velo, votó a favor del matrimonio homosexual y es un europeísta. Su primer acto oficial consistió en asistir a la ceremonia de recordación del Día del Holocausto. Las credenciales son alentadoras. Pero toda Inglaterra estará muy pendiente de su manera de conducirse ante la intolerancia de los fanáticos que lo rodean. Su ejemplo será estimulante y aleccionador a la vez para los propios musulmanes ingleses, especialmente aquellos todavía no integrados a la sociedad, y que anhelen hacerlo.

El panorama de esta integración, o falta de ella, es grave. Según una encuesta de IMC que Trevor Phillips publicara en el Sunday Times el mes último, llevada cara a cara con más de mil encuestados en Inglaterra, el 39% de los musulmanes ingleses cree que la mujer debe obedecer al marido, siempre; el 31% cree que es razonable que un hombre tenga más de una esposa; el 52% cree que la homosexualidad debiera ser ilegalizada; y el 23% prefiere vivir bajo la ley religiosa islámica que ante la ley civil británica. Un tercio cree que los judíos son poderosos (contra un 9% de los cristianos que cree lo mismo), en tanto que un 4% apoya el terrorismo y un 7% respalda al ISIS. Estos dos últimos guarismos lucen pequeños pero resultan inquietantes al proporcionarlos a la población islámica del país pues sugieren que entre cien mil y doscientos mil musulmanes ingleses favorecen la causa y método del “Estado Islámico”. Con 1.400 musulmanes ingleses que han tratado o logrado unirse al ISIS en Siria, Gran Bretaña no podrá ignorar las conclusiones duras de este informe.

Sadiq Khan, entonces, tendrá un desafío mayúsculo de gestión. Por el bien de la integración islámica en Inglaterra y la coexistencia interreligiosa, así como por el bien de la cordura ideológica, es de esperar que tenga éxito en la compleja tarea de castigar a los extremistas y recompensar a los moderados tanto de su partido político y como de su comunidad religiosa.

Inicialmente publicado en Página Siete (Bolivia)

Infobae, Infobae - 2016

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Los amigos de Jeremy Corbyn – 09/05/16

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El tono lo marcó inicialmente un evento en el King´s College London que contaría con una disertación del ex titular del Shin Bet y prominente pacifista israelí Ami Ayalon: fue cancelado cuando opositores enajenados arrojaron sillas, rompieron ventanas, activaron alarmas contra incendios y todo el edificio debió ser evacuado. Luego vinieron los reportes sobre antisemitismo en el Club Laborista de la Universidad de Oxford que dieron cuenta, entre otras perlitas, de una canción popular entre sus miembros titulada “Cohetes sobre Tel-Aviv”. Siguió con la elección al Centro Nacional de Estudiantes de la musulmana oriunda de Argelia y antiisraelí rabiosa Malia Bouattia. Continuó con las revelaciones acerca de problemáticas asociaciones pasadas del candidato laborista a alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, quien no es un islamista pero se ha relacionado con muchos de ellos previamente: con Duad Abdullah del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, que boicoteó el Día de Recordación del Holocausto; con Azzam Tamimi, quien exaltó “la jihad contra el racismo, contra el sionismo” de los palestinos; con Ibrahim Hewitt de Interpal, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; y con Stop Political Terror, una organización ya desaparecida que contaba entre sus patrocinadores al predicador de Al-Qaeda Anwar al-Awlaki. “Todos los musulmanes británicos están en contacto con extremistas en algún momento” ofreció en defensa propia el ahora primer alcalde musulmán de la capital de Inglaterra.

Finalmente, “el pequeño problema del antisemitismo en la izquierda británica” como lo llamó Douglas Murray, eclosionó con los despidos de las filas laboristas de Naz Shah, diputada musulmana que ideó una “solución” al “problema” de Israel (trasplantarlo a EE.UU.), y del ex alcalde de la capital inglesa Ken Livingstone, quien aseguró que Hitler habían sido un sionista y postuló que un antisemita es aquél que odia a todos los judíos y no sólo a los que viven en Israel. “Total, que en el plazo de una semana la dirección del Partido Laborista se vio obligada a suspender a una de sus más recientes representantes y a uno de sus más antiguos barones, y por la misma razón” anotó Murray. Y esa razón, resta aclarar, es el rampante antisemitismo en la estructura del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, cuyo ascenso a la cumbre el año pasado selló el derrotero hacia el fanatismo de un partido que supo tener entre sus líderes a figuras como Tony Blair en un pasado no muy lejano.

Una introducción al señor Corbyn puede comenzar por señalar su oposición a las intervenciones militares contra Saddam Hussein en Irak en 1990, contra Slodoban Milosevic en Kosovo en 1998, contra los talibanes en Afganistán en 2001 y contra Muamar Gadafi en Libia en 2011; aunque apoyó la intervención militar de Vladimir Putin en Ucrania en 2014. Él fue un invitado frecuente en el órgano de propaganda ruso Russia Today, Press TV de Irán y Al-Jazeera de Qatar. “La elección de Corbyn, también muy fan en su día de Hugo Chávez, como líder del Partido Laborista en septiembre”, observó John Carlin en El País, “colocó en primera fila a los que comparten su irredento infantilismo político y dio luz verde a aquellos sectores que siempre denunciarán a Barack Obama antes que a Vladimir Putin, a Israel antes que a Irán”. Asimismo será pertinente recordar sus simpatías públicas por movimientos terroristas tales como el palestino Hamas y el libanés Hezbolá a cuyos representantes invitó al Parlamento británico. “Será mi honor llevar a cabo un evento en el Parlamento donde nuestros amigos del Hezbolá hablarán” dijo en 2009. “También he invitado a nuestros amigos de Hamas a que vengan a hablar a su vez” agregó. ¿El fundamento? Así lo declaró Corbyn: “La idea de que una organización que está dedicada al bienestar del pueblo palestino, a lograr la paz de largo plazo y la justicia social y la justicia política en toda la región debiera ser etiquetada como organización terrorista por el gobierno británico es realmente un gran, gran error histórico”.

A lo largo de su carrera, Corbyn se vinculó asiduamente con importantes referentes del firmamento extremista, tal como documentó Liam Hoare en la revista The Tower. En 2009 participó de una conferencia en el Parlamento junto al activista libanés Dyab Jahjah, quien en 2004 afirmó que “todo soldado americano, británico y holandés muerto es una victoria” y posteriormente se le prohibió el ingreso al Reino Unido por otra exclamación ofensiva. En 2012 Corbyn convocó al Parlamento al jeque radical Raed Salah del Movimiento Islámico de Israel, un teórico conspirativo del 9/11 y propagador del libelo de sangre antijudío medieval. “Él está lejos de ser un hombre peligroso”, indicó el laborista a su audiencia y, dirigiéndose al jeque, agregó “Se le asegurará a usted un recibimiento muy cálido y yo ansío expectante servirle té en la terraza porque usted lo merece”.En 2015 iba a compartir mesa con el caricaturista antisemita brasilero Carlos Latuff y se salió del evento sólo cuando la prensa lo denunció. Paul Eisen, un notorio negador del Holocausto, confesó que “durante la época en que yo me sentí marginado y aislado… Jeremy siempre me saludó”. Su elección como líder del Partido Laborista despertó el respaldo de figuras ultra anti-sionistas como el cantante Roger Waters, el diputado caído en desgracia por justificar una violación George Galloway, el saxofonista Gilad Atzmon y Jenny Tonge, expulsada años atrás del Partido Demócrata Progresista por su radicalismo. Al poco tiempo del triunfo de Corbyn, ella pronunció: “Me he encontrado con líderes de Hamas tanto en Damasco como en Gaza. También lo ha hecho Jeremy Corbyn. Todos estamos favorablemente impresionados por estas personas. Todos creemos que era muy importante escuchar sus puntos de vista. Dijeron un montón de cosas sabias”.

Este es el tipo de gente que Corbyn atrajo al Partido Laborista. Posiciones que antes pertenecían al campo de los lunáticos, ahora parecen aflorar como postulados centrales del Laborismo británico. “El nuevo líder del segundo más grande partido político del Reino Unido tiene algunas ideas atemorizantes acerca de Israel y el Medio Oriente” decían el año pasado los editores consternados de un medio inglés, “y sus amigos son más atemorizantes todavía”. En cualquier caso, la transformación del Laborismo en una usina de radicalismo ideológico es un reflejo de lo mal que están las cosas en la cultura política inglesa. Y eso, francamente, es lo más aterrador de todo.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Los amigos de Jeremy Corbyn – 09/05/16

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El tono lo marcó inicialmente un evento en el King´s College London que contaría con una disertación del ex titular del Shin Bet y prominente pacifista israelí Ami Ayalon: fue cancelado cuando opositores enajenados arrojaron sillas, rompieron ventanas, activaron alarmas contra incendios y todo el edificio debió ser evacuado. Luego vinieron los reportes sobre antisemitismo en el Club Laborista de la Universidad de Oxford que dieron cuenta, entre otras perlitas, de una canción popular entre sus miembros titulada Cohetes sobre Tel-Aviv». Siguió con la elección al Centro Nacional de Estudiantes de la musulmana oriunda de Argelia y antiisraelí rabiosa Malia Bouattia. Continuó con las revelaciones acerca de problemáticas asociaciones pasadas del candidato laborista a alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, quien no es un islamista pero se ha relacionado con muchos de ellos previamente: con Duad Abdullah del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, que boicoteó el Día de Recordación del Holocausto; con Azzam Tamimi, quien exaltó «la jihad contra el racismo, contra el sionismo» de los palestinos; con Ibrahim Hewitt de Interpal, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; y con Stop Political Terror, una organización ya desaparecida que contaba entre sus patrocinadores al predicador de Al-Qaeda Anwar al-Awlaki. «Todos los musulmanes británicos están en contacto con extremistas en algún momento» ofreció en defensa propia el ahora primer alcalde musulmán de la capital de Inglaterra.

Finalmente, «el pequeño problema del antisemitismo en la izquierda británica» como lo llamó Douglas Murray, eclosionó con los despidos de las filas laboristas de Naz Shah, diputada musulmana que ideó una «solución» al «problema» de Israel (trasplantarlo a EE.UU.), y del ex alcalde de la capital inglesa Ken Livingstone, quien aseguró que Hitler habían sido un sionista y postuló que un antisemita es aquél que odia a todos los judíos y no sólo a los que viven en Israel. «Total, que en el plazo de una semana la dirección del Partido Laborista se vio obligada a suspender a una de sus más recientes representantes y a uno de sus más antiguos barones, y por la misma razón» anotó Murray. Y esa razón, resta aclarar, es el rampante antisemitismo en la estructura del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, cuyo ascenso a la cumbre el año pasado selló el derrotero hacia el fanatismo de un partido que supo tener entre sus líderes a figuras como Tony Blair en un pasado no muy lejano.

Una introducción al señor Corbyn puede comenzar por señalar su oposición a las intervenciones militares contra Saddam Hussein en Irak en 1990, contra Slodoban Milosevic en Kosovo en 1998, contra los talibanes en Afganistán en 2001 y contra Muamar Gadafi en Libia en 2011; aunque apoyó la intervención militar de Vladimir Putin en Ucrania en 2014. Él fue un invitado frecuente en el órgano de propaganda ruso Russia Today, Press TV de Irán y Al-Jazeera de Qatar. «La elección de Corbyn, también muy fan en su día de Hugo Chávez, como líder del Partido Laborista en septiembre», observó John Carlin en El País, «colocó en primera fila a los que comparten su irredento infantilismo político y dio luz verde a aquellos sectores que siempre denunciarán a Barack Obama antes que a Vladimir Putin, a Israel antes que a Irán». Asimismo será pertinente recordar sus simpatías públicas por movimientos terroristas tales como el palestino Hamas y el libanés Hezbolá a cuyos representantes invitó al Parlamento británico. «Será mi honor llevar a cabo un evento en el Parlamento donde nuestros amigos del Hezbolá hablarán» dijo en 2009. «También he invitado a nuestros amigos de Hamas a que vengan a hablar a su vez» agregó. ¿El fundamento? Así lo declaró Corbyn: «La idea de que una organización que está dedicada al bienestar del pueblo palestino, a lograr la paz de largo plazo y la justicia social y la justicia política en toda la región debiera ser etiquetada como organización terrorista por el gobierno británico es realmente un gran, gran error histórico».

A lo largo de su carrera, Corbyn se vinculó asiduamente con importantes referentes del firmamento extremista, tal como documentó Liam Hoare en la revista The Tower. En 2009 participó de una conferencia en el Parlamento junto al activista libanés Dyab Jahjah, quien en 2004 afirmó que «todo soldado americano, británico y holandés muerto es una victoria» y posteriormente se le prohibió el ingreso al Reino Unido por otra exclamación ofensiva. En 2012 Corbyn convocó al Parlamento al jeque radical Raed Salah del Movimiento Islámico de Israel, un teórico conspirativo del 9/11 y propagador del libelo de sangre antijudío medieval. «Él está lejos de ser un hombre peligroso», indicó el laborista a su audiencia y, dirigiéndose al jeque, agregó «Se le asegurará a usted un recibimiento muy cálido y yo ansío expectante servirle té en la terraza porque usted lo merece».En 2015 iba a compartir mesa con el caricaturista antisemita brasilero Carlos Latuff y se salió del evento sólo cuando la prensa lo denunció. Paul Eisen, un notorio negador del Holocausto, confesó que «durante la época en que yo me sentí marginado y aislado Jeremy siempre me saludó». Su elección como líder del Partido Laborista despertó el respaldo de figuras ultra anti-sionistas como el cantante Roger Waters, el diputado caído en desgracia por justificar una violación George Galloway, el saxofonista Gilad Atzmon y Jenny Tonge, expulsada años atrás del Partido Demócrata Progresista por su radicalismo. Al poco tiempo del triunfo de Corbyn, ella pronunció: «Me he encontrado con líderes de Hamas tanto en Damasco como en Gaza. También lo ha hecho Jeremy Corbyn. Todos estamos favorablemente impresionados por estas personas. Todos creemos que era muy importante escuchar sus puntos de vista. Dijeron un montón de cosas sabias».

Este es el tipo de gente que Corbyn atrajo al Partido Laborista. Posiciones que antes pertenecían al campo de los lunáticos, ahora parecen aflorar como postulados centrales del Laborismo británico. «El nuevo líder del segundo más grande partido político del Reino Unido tiene algunas ideas atemorizantes acerca de Israel y el Medio Oriente» decían el año pasado los editores consternados de un medio inglés, «y sus amigos son más atemorizantes todavía». En cualquier caso, la transformación del Laborismo en una usina de radicalismo ideológico es un reflejo de lo mal que están las cosas en la cultura política inglesa. Y eso, francamente, es lo más aterrador de todo.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El lado oscuro de Associated press – 20/04/16

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Tempranamente en la vida noté que ningún evento es reportado correctamente en un diario…

George Orwell, 1942

La historiadora Harriet Scharnberg hizo una revelación explosiva el mes pasado en el journal académico Studies in Contemporary History: la agencia de noticias Associated Press (AP) colaboró con el nazismo. Según sus investigaciones, durante los años treinta AP acordó formalmente con el régimen nazi que proveería a los diarios norteamericanos material producido y seleccionado directamente por el Ministerio de Propaganda del Reich. AP fue la única agencia de noticias occidental a la que Hitler permitió seguir operando en Alemania tras el ascenso del nazismo al poder en 1933. Lo hizo hasta 1941, cuando Estados Unidos ingresó a la contienda. Esta exclusividad la convirtió en una fuente valiosa para la provisión de información y fotografías sobre Alemania, desde Alemania, para el resto del mundo en aquél tiempo convulso.

Para ello debió someterse a la ley del editor nazi (Schriftleitergesetz) que impedía la publicación de cualquier material “calculado para debilitar la fuerza del Reich afuera o adentro”. Esta ley obligó a AP a contratar reporteros que trabajaran para la división de propaganda del partido nazi. Así, al menos uno de cuatro fotógrafos empleados por AP en la década de 1930 era miembro de las SS, Franz Roth. (Tras el exposé de Scharnberg, AP removió las fotos de Roth de su website). AP a la vez permitió al régimen Hitleriano usar fotos de su propio archivo para las publicaciones racistas y antijudías del régimen: los folletos El Subhumano y Los judíos en USA usaron fotografías de AP. Scharnberg señaló “qué eventos se hicieron visibles y cuales permanecieron invisibles en la provisión de fotos de AP respondió a los intereses alemanes y a la narrativa alemana de la guerra” y destacó que la cooperación de AP con el nazismo ayudó a “presentar una guerra de exterminio como una guerra convencional”.

AP negó las alegaciones y defendió su política editorial de la época invocando que eran tiempos difíciles para el ejercicio del periodismo en Alemania. Pero lo fueron para todas las agencias de noticias, no sólo para ella. ¿Y acaso son duros también los tiempos actuales? Pues desde el 2012, AP se constituyó en la primera agencia de noticias occidental en abrir un buró en Pyongyang. Dos años después, una ex corresponsal de AP en Camboya, Nate Thayer, divulgó la existencia de un acuerdo entre AP y el régimen norcoreano según el cual la agencia estadounidense aceptó distribuir propaganda oficial bajo su nombre. AP minimizó la relevancia de ese acuerdo, pero no negó su existencia. Y tal como observó Philip Olterman para The Guardian desde Berlín, “eventos significativos, reportados en la prensa internacional, no fueron cubiertos por el buró de AP en Pyongyang, tales como la desaparición pública por seis semanas del líder de Corea del Norte Kim Jong-un en septiembre y octubre de 2014, el hackeo de noviembre de 2014 a Sony Entertainment que fue presuntamente orquestado por una agencia de guerra cibernética norcoreana, o informes sobre la hambruna en la provincia sureña de Hwanghae en 2012”. Concluyó Thayer: “Parece que AP ha aprendido muy poco de su propia historia”.

Este historial de sometimiento ideológico a regímenes totalitarios es útil para entender la política editorial de AP hacia Israel y los palestinos. Otro ex periodista de AP también hizo una denuncia contra sus empleadores en el 2014 en la que exponía el sesgo antiisraelí en la cobertura de esta agencia sobre el conflicto. En una extensa nota publicada en Tablet en agosto de aquél año, Matti Friedman mostró la dimensión de la obsesión de AP con Israel al contrastar los cuarenta periodistas que la agencia tenía apostados en Israel y las zonas palestinas en oposición a los significativamente menos que tenía en China, Rusia, India o en todos los cincuenta países del África subsahariana combinados. Para contemplar: AP tenía más periodistas asignados a cubrir el conflicto palestino-israelí que el número total de reporteros en todos los países en los que eventualmente estallaron las revueltas árabes.

Pero la atención desproporcionada fue superada por una línea editorial inescrupulosa. Friedman brindaba varios ejemplos de instancias en las que hechos periodísticos relevantes fueron censurados por los editores de AP simplemente porque afectaban su enfoque filo-palestino. Así, cuando él y un colega propusieron redactar un informe sobre la corrupción en el gobierno palestino, los editores lo rechazaron a la par que dieron luz verde a informar sobre la corrupción en el gobierno israelí. Tampoco permitieron que él o sus colegas reportaran que los combatientes de Hamas vestían ropas civiles y que eran contados como civiles entre las víctimas de la guerra. Tampoco permitieron que sus periodistas revelaran que los corresponsales de la agencia en Gaza padecían presiones e intimidaciones por parte de Hamas. En cuanto a la Carta de Alá, su documento genocida fundacional, “nunca fue mencionada en imprenta cuando yo trabajaba en AP” acotó Friedman. En los comienzos de 2009, periodistas de la agencia descubrieron la existencia de una oferta de paz muy generosa hecha por el gobierno israelí a la parte palestina y que ésta había rechazado. Los periodistas obtuvieron confirmaciones sobre ella de ambos lados de la frontera pero los editores de AP en Jerusalem decidieron no publicarla.

Cuando AP repudió las aseveraciones de Friedman, otro ex reportero de AP -Mark Lavie- intervino para confirmar la historia: “Este es, por mucho, el peor fiasco periodístico en que he estado involucrado, y estamos hablando de 50 años de periodismo aquí. Ningunas negaciones de vuestra parte podrán borrar la verdad, y esta es la verdad: AP suprimió una historia que cambiaría al mundo sin ninguna razón aceptable”. Su experiencia profesional en AP llevó a Friedman a concluir: “Mucha de la gente que decide qué es lo que usted leerá desde aquí ve su rol no como explicativo sino como político. La cobertura es un arma a poner a disposición de la parte que ellos quieren”. Los editores de Associated Press la han puesto al servicio de Ismail Hanyeh, Kim Jong-un y Adolf Hitler.

El mes próximo AP cumplirá 170 años de vida. No parece que tenga demasiados motivos para celebrar.

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el lado oscuro de associated press – 20/04/16

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es reportado correctamente en un diario – George Orwell, 1942

La historiadora Harriet Scharnberg hizo una revelación explosiva el mes pasado en el journal académico Studies in Contemporary History: la agencia de noticias Associated Press (AP) colaboró con el nazismo. Según sus investigaciones, durante los años treinta AP acordó formalmente con el régimen nazi que proveería a los diarios norteamericanos material producido y seleccionado directamente por el Ministerio de Propaganda del Reich. AP fue la única agencia de noticias occidental a la que Hitler permitió seguir operando en Alemania tras el ascenso del nazismo al poder en 1933. Lo hizo hasta 1941, cuando Estados Unidos ingresó a la contienda. Esta exclusividad la convirtió en una fuente valiosa para la provisión de información y fotografías sobre Alemania, desde Alemania, para el resto del mundo en aquél tiempo convulso.

Para ello debió someterse a la ley del editor nazi (Schriftleitergesetz) que impedía la publicación de cualquier material calculado para debilitar la fuerza del Reich afuera o adentro». Esta ley obligó a AP a contratar reporteros que trabajaran para la división de propaganda del partido nazi. Así, al menos uno de cuatro fotógrafos empleados por AP en la década de 1930 era miembro de las SS, Franz Roth. (Tras el exposé de Scharnberg, AP removió las fotos de Roth de su website). AP a la vez permitió al régimen Hitleriano usar fotos de su propio archivo para las publicaciones racistas y antijudías del régimen: los folletos El Subhumano y Los judíos en USA usaron fotografías de AP. Scharnberg señaló «qué eventos se hicieron visibles y cuales permanecieron invisibles en la provisión de fotos de AP respondió a los intereses alemanes y a la narrativa alemana de la guerra» y destacó que la cooperación de AP con el nazismo ayudó a «presentar una guerra de exterminio como una guerra convencional».

AP negó las alegaciones y defendió su política editorial de la época invocando que eran tiempos difíciles para el ejercicio del periodismo en Alemania. Pero lo fueron para todas las agencias de noticias, no sólo para ella. ¿Y acaso son duros también los tiempos actuales? Pues desde el 2012, AP se constituyó en la primera agencia de noticias occidental en abrir un buró en Pyongyang. Dos años después, una ex corresponsal de AP en Camboya, Nate Thayer, divulgó la existencia de un acuerdo entre AP y el régimen norcoreano según el cual la agencia estadounidense aceptó distribuir propaganda oficial bajo su nombre. AP minimizó la relevancia de ese acuerdo, pero no negó su existencia. Y tal como observó Philip Olterman para The Guardian desde Berlín, «eventos significativos, reportados en la prensa internacional, no fueron cubiertos por el buró de AP en Pyongyang, tales como la desaparición pública por seis semanas del líder de Corea del Norte Kim Jong-un en septiembre y octubre de 2014, el hackeo de noviembre de 2014 a Sony Entertainment que fue presuntamente orquestado por una agencia de guerra cibernética norcoreana, o informes sobre la hambruna en la provincia sureña de Hwanghae en 2012». Concluyó Thayer: «Parece que AP ha aprendido muy poco de su propia historia».

Este historial de sometimiento ideológico a regímenes totalitarios es útil para entender la política editorial de AP hacia Israel y los palestinos. Otro ex periodista de AP también hizo una denuncia contra sus empleadores en el 2014 en la que exponía el sesgo antiisraelí en la cobertura de esta agencia sobre el conflicto. En una extensa nota publicada en Tablet en agosto de aquél año, Matti Friedman mostró la dimensión de la obsesión de AP con Israel al contrastar los cuarenta periodistas que la agencia tenía apostados en Israel y las zonas palestinas en oposición a los significativamente menos que tenía en China, Rusia, India o en todos los cincuenta países del África subsahariana combinados. Para contemplar: AP tenía más periodistas asignados a cubrir el conflicto palestino-israelí que el número total de reporteros en todos los países en los que eventualmente estallaron las revueltas árabes.

Pero la atención desproporcionada fue superada por una línea editorial inescrupulosa. Friedman brindaba varios ejemplos de instancias en las que hechos periodísticos relevantes fueron censurados por los editores de AP simplemente porque afectaban su enfoque filo-palestino. Así, cuando él y un colega propusieron redactar un informe sobre la corrupción en el gobierno palestino, los editores lo rechazaron a la par que dieron luz verde a informar sobre la corrupción en el gobierno israelí. Tampoco permitieron que él o sus colegas reportaran que los combatientes de Hamas vestían ropas civiles y que eran contados como civiles entre las víctimas de la guerra. Tampoco permitieron que sus periodistas revelaran que los corresponsales de la agencia en Gaza padecían presiones e intimidaciones por parte de Hamas. En cuanto a la Carta de Alá, su documento genocida fundacional, «nunca fue mencionada en imprenta cuando yo trabajaba en AP» acotó Friedman. En los comienzos de 2009, periodistas de la agencia descubrieron la existencia de una oferta de paz muy generosa hecha por el gobierno israelí a la parte palestina y que ésta había rechazado. Los periodistas obtuvieron confirmaciones sobre ella de ambos lados de la frontera pero los editores de AP en Jerusalem decidieron no publicarla.

Cuando AP repudió las aseveraciones de Friedman, otro ex reportero de AP -Mark Lavie- intervino para confirmar la historia: «Este es, por mucho, el peor fiasco periodístico en que he estado involucrado, y estamos hablando de 50 años de periodismo aquí. Ningunas negaciones de vuestra parte podrán borrar la verdad, y esta es la verdad: AP suprimió una historia que cambiaría al mundo sin ninguna razón aceptable». Su experiencia profesional en AP llevó a Friedman a concluir: «Mucha de la gente que decide qué es lo que usted leerá desde aquí ve su rol no como explicativo sino como político. La cobertura es un arma a poner a disposición de la parte que ellos quieren». Los editores de Associated Press la han puesto al servicio de Ismail Hanyeh, Kim Jong-un y Adolf Hitler.

El mes próximo AP cumplirá 170 años de vida. No parece que tenga demasiados motivos para celebrar.

Comunidades, Comunidades - 2016

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

En la mente de Barack Obama – 30/03/16

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En la película Being John Malkovich, el guionista Charlie Kaufman creó un entrepiso pequeño en un alto edificio que permitía imposiblemente al actor John Cusack entrar a la mente de John Malkovich. Recientemente, el periodista Jeffrey Goldberg publicó una extensa y fascinante nota en The Atlantic que ofrece un portal a la mente de Barack Obama. Y lo que se ve allí adentro es filosóficamente inquietante.

A lo largo de sus 72 páginas se ve a un presidente marciano, casi salido de otro planeta. Un hombre con prioridades políticas desequilibradas y tercamente aferrado a sus gustos ideológicos (cambio climático, Guantánamo, Obamacare, Cuba) más que a lidiar con la desagradable realidad del mundo circundante. Se ve a un político pedante e impaciente con pares y asesores, a un líder mundial casi indiferente a la amenaza del terrorismo islámico. Como acota Goldberg, “Obama ingresó a la Casa Blanca decidido a irse de Irak y de Afganistán; no estaba buscando nuevos dragones a los que derrotar”. Pero los dragones siguen ahí afuera.

El presidente minimiza la amenaza del ISIS al señalar que más gente muere en accidentes de tráfico -o al caerse en la bañadera- que víctima de actos de terror. Dice que Arabia Saudita debe “compartir” el Medio Oriente con Irán. Se pregunta por qué Israel tiene que mantener una ventaja cualitativa militar respecto de las naciones árabes. Sostiene que Vladimir Putin “no es completamente estúpido” y defiende su decisión de no honrar la línea roja que marcó sobre el uso de armas químicas en Siria: “estoy muy orgulloso de ese momento”. Interrogado sobre su abandono de Ucrania, responde: “El hecho es que Ucrania, que no es miembro de la OTAN, será vulnerable al dominio militar de Rusia más allá de lo que nosotros hagamos”. Cuando Goldberg le pregunta si no cree necesario mostrar un poco de músculo ante un matón como Putin y da como ejemplo un ataque hipotético a Moldavia, el presidente norteamericano dice: “… si es realmente importante para alguien, y no es tan importante para nosotros, ellos lo saben, y nosotros lo sabemos”. ¿Puede uno imaginar las expresiones de los presidentes de Ucrania y Moldavia al leer esas líneas?

Obama es un presidente convencido de la superioridad de su conocimiento político y visión ideológica. Se exaspera cuando el premier israelí Binyamín Netanyahu le da lecciones de historia: “Bibi, tú crees que no entiendo de lo que estás hablando, pero lo hago”. Reta al rey de Jordania Abdala cuando se lo cruza en una cumbre por haber dicho en privado “yo creo más en el poder americano que lo que lo hace Obama”. Se enoja con su Secretaria de Estado Hillary Clinton cuando ésta cuestiona una aseveración despectiva suya sobre política exterior (“no hacer idioteces” dijo al ser consultado sobre su política en la escena global post-Bush): “las grandes naciones necesitan principios organizativos” observó Clinton, “y ´no hacer idioteces´ no es un principio organizativo”. Se irrita con el siguiente y servil secretario de estado John Kerry cada vez que éste le pide que lance misiles en Siria al menos para presionar políticamente a Damasco y a Moscú, al punto que tira una indirecta durante una reunión de gobierno: que sólo el Pentágono le acerque opciones militares, dice, y nadie más. La más intervencionista de sus allegados, la embajadora ante la ONU Samatha Power, autora de un libro que critica a varias presidencias norteamericanas por no haber actuado a tiempo para frenar genocidios, trata con insistencia de persuadir al presidente para que actúe en Siria ante lo cual un frustrado Obama la corta en la reunión de gabinete: “Samantha, suficiente, ya he leído tu libro”. Desestima la preocupación de su asesora más cercana, Valerie Jarret, a propósito de la preocupación popular de que el jihadismo golpeé en Estados Unidos: “no van a venir acá a cortarnos nuestras cabezas”. Finalmente, cuando Obama decide dar marcha atrás, un día antes del inicio planeado de una ofensiva militar y tras consultarlo a lo largo de un paseo de una hora de duración por los jardines de la Casa Blanca con un asesor suyo muy poco inclinado al uso de la fuerza, Obama toma por sorpresa a su gabinete al anunciar que no atacará. El secretario de Defensa y el Secretario de Estado ni siquiera estaban en esa reunión. David Cameron, Francois Hollande y buena parte del planeta observan estupefactos.

A esta altura incluso periodistas amigables lo interrogan durante un vuelo sobre su política hacia el ISIS. “¿No ha llegado el tiempo de que cambie su estrategia?” dispara uno, “¿Puede decir algo sobre sus críticos que dicen que su resistencia a entrar a otra guerra en el Medio Oriente… hace a EE.UU. más débil y alienta a sus enemigos?” pregunta otro, y se suma el de la CNN, “¿Cree usted que realmente entiende a su enemigo lo suficiente para derrotarlo y proteger a la patria?”. El presidente permanece impasible. Concluye Goldberg: “Obama cree que en la historia se toma partido, y que los adversarios de EE.UU. -y algunos de sus supuestos aliados- se han situado en el campo equivocado, en un lugar donde el tribalismo, el fundamentalismo, el sectarismo, y el militarismo aún florecen. Lo que ellos no entienden es que la historia se está torciendo en su dirección”. Las itálicas son mías.

La Prensa (Panamá)

La Prensa (Panamá)

Por Julián Schvindlerman

  

La victoria del Castrismo – 26/03/16

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Yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad.

Fidel Castro, 15 de enero de 1959

Ahora que Cuba está à la mode -con los Rolling Stones por dar un concierto, la octava entrega de Fast and Furious por empezar su rodaje, Chanel por presentar su colección “Crucero”, los Tampa Bay Rays por jugar al béisbol, y Sting, Bruce Springstein y los Guns N´Roses planeando visitas-; ahora que los hermanos Castro están siendo mimados -por pontífices, políticos, diplomáticos, empresarios, periodistas, intelectuales-; ahora que el impulso de la ola ya es inevitable y el régimen totalitario más longevo del Hemisferio Occidental será validado a escala global; ahora, entonces, será un momento adecuado para recordar qué crimen indecible estamos perdonando. Si el mundo quiere perdonar, porque business is business, y Obama quiere creer, porque esa es la característica central de su política exterior, que así sea. Pero antes, recordemos.

Recordemos que dos años antes de que los rebeldes comunistas entraran a La Habana, en 1957 Fidel había dicho al New York Times: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera de abogado”. Y que en enero de 1959 proclamó: “Las ideas se defienden con razones. No con las armas. Soy un amante de la democracia”. Y que al día siguiente prometió “El día que el pueblo nos ponga mala cara, nada más nos ponga mala cara, nos vamos…”.

Recordemos que la revolución velozmente traicionó una a una sus proclamas democráticas y que adoptó una actitud vengativa contra los funcionarios y simpatizantes del tirano derrocado Fulgencio Batista, fusilando a cientos de ellos en pocos meses. Recordemos el grito del comandante pro-Batista Jesús Sosa Blanco, quien antes de ser ejecutado en un “juicio popular” en el Palacio de los Deportes, donde una multitud de 18.000 personas votó con sus pulgares hacia el suelo la condena del acusado, protestó alarmado: “¡Esto es digno de la Roma antigua!”.

Recordemos cuan pronto Fidel Castro cambió de idea respecto de los procesos electorales que había prometido convocar dentro de los dieciocho meses -“¡Elecciones! ¿Para qué?” fustigó durante un discurso en la capital cubana-, y qué tan rápido prohibió el derecho a huelga de los trabajadores -“El sindicato no es un órgano reivindicativo” indicó un partidario suyo-. Recordemos que por ley se reprimió el ausentismo laboral y se promulgó otra ley -denominada orwellianamente “peligrosidad pre-delictiva”- según la cual un ciudadano podía ser arrestado si las autoridades consideraban que representaba una amenaza potencial. Minority Report fuera de la pantalla.

Recordemos como, escandalizados por el derrotero que estaba tomando la revolución, varios miembros del gobierno renunciaron velozmente: el presidente de la República el ministro de asuntos sociales, el ministro de economía, los ministros de comunicaciones y de obras públicas, y que cerca de 50.000 personas de clase media que habían apoyado la revolución, partieron al exilio.

Recordemos que se cerraron todos los colegios religiosos y sus edificios fueron confiscados, incluido el colegio jesuita de Belén -donde Fidel había estudiado- y que aun cuando algunos sacerdotes habían seguido a los guerrilleros en su ofensiva contra Batista y el propio Castro, tras su arresto, había salvado su pellejo gracias a la intervención del arzobispo de Santiago de Cuba, el revolucionario barbado anunció que “los curas falangistas ya pueden empezar a hacer las maletas” y al poco tiempo 131 sacerdotes fueron expulsados de la isla.

Recordemos a Ernesto Padilla, famoso escritor revolucionario, que fue obligado a hacer una autocrítica antes de poder salir de Cuba, y a los homosexuales, que fueron marginados de la vida social, sancionados en público, forzados a reconocer sus “desviaciones” y eventualmente recluidos en “campos de reeducación”. Recordemos a los héroes de la victoria revolucionaria que por hacer sombra a Castro fueron purgados, como el aviador Huberto Matos, condenado a veinte años de prisión. Y recordemos a Pedro Luis Boitel, estudiante de ingeniería anticastrista, que tuvo la osadía de candidatearse a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria sólo logrando que Fidel lo hiciera encarcelar en una prisión infame en la que este joven demócrata inició una huelga de hambre, el régimen lo privó de atención médica, murió a los 53 días de inanición y las autoridades negaron a la madre ver el cuerpo.

Recordemos -antes de que Karl Lagerfeld, Vin Diesel y Keith Richards aterricen en la isla y todo sea fuegos artificiales- que para finales de la década de 1960 se estimaba que cerca de diez mil opositores habían sido fusilados y treinta mil encarcelados. Que quienes no quisieron tomar las armas se lanzaron a los botes en un intento desesperado de respirar un poco de libertad. Que en las tres décadas que siguieron a la revolución, cien mil cubanos trataron de escapar de la isla por el mar, usualmente en balsas precarias superpobladas expuestas a tiburones en el agua y a helicópteros del ejército en el aire, desde los que les arrojaban pesados sacos de arena. Recordemos que entre los fugados -como anotó el periodista Pascal Fontaine- hubo blancos, mulatos y negros, muchos de las clases más bajas de la sociedad, lo que fue un símbolo del fracaso de la revolución comunista y un signo de desaprobación popular extraordinario.

Así es que cantemos en Cuba con los Rolling Stones, admiremos los diseños de Chanel en el desfile en el Paseo del Prado, gocemos con los Tampa Bay Rays, y aplaudamos el histórico discurso del presidente Obama en La Habana. Pero antes, recordemos.

Inicialmente publicado en Infobae

Infobae, Infobae - 2016

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

La victoria del Castrismo – 18/03/16

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Yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad

Fidel Castro, 15 de enero de 1959

Ahora que Cuba está à la mode -con los Rolling Stones por dar un concierto, la octava entrega de Fast and Furious por empezar su rodaje, Chanel por presentar su colección “Crucero”, los Tampa Bay Rays por jugar al béisbol, y Sting, Bruce Springstein y los Guns N´Roses planeando visitas-; ahora que los hermanos Castro están siendo mimados -por pontífices, políticos, diplomáticos, empresarios, periodistas, intelectuales-; ahora que el impulso de la ola ya es inevitable y el régimen totalitario más longevo del Hemisferio Occidental será validado a escala global; ahora, entonces, será un momento adecuado para recordar qué crimen indecible estamos perdonando. Si el mundo quiere perdonar, porque business is business, y Obama quiere creer, porque esa es la característica central de su política exterior, que así sea. Pero antes, recordemos.

Recordemos que dos años antes de que los rebeldes comunistas entraran a La Habana, en 1957 Fidel había dicho al New York Times: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera de abogado”. Y que en enero de 1959 proclamó: “Las ideas se defienden con razones. No con las armas. Soy un amante de la democracia”. Y que al día siguiente prometió “El día que el pueblo nos ponga mala cara, nada más nos ponga mala cara, nos vamos…”.

Recordemos que la revolución velozmente traicionó una a una sus proclamas democráticas y que adoptó una actitud vengativa contra los funcionarios y simpatizantes del tirano derrocado Fulgencio Batista, fusilando a cientos de ellos en pocos meses. Recordemos el grito del comandante pro-Batista Jesús Sosa Blanco, quien antes de ser ejecutado en un “juicio popular” en el Palacio de los Deportes, donde una multitud de 18.000 personas votó con sus pulgares hacia el suelo la condena del acusado, protestó alarmado: “¡Esto es digno de la Roma antigua!”.

Recordemos cuan pronto Fidel Castro cambió de idea respecto de los procesos electorales que había prometido convocar dentro de los dieciocho meses -“¡Elecciones! ¿Para qué?” fustigó durante un discurso en la capital cubana-, y qué tan rápido prohibió el derecho a huelga de los trabajadores -“El sindicato no es un órgano reivindicativo” indicó un partidario suyo-. Recordemos que por ley se reprimió el ausentismo laboral y se promulgó otra ley -denominada orwellianamente “peligrosidad pre-delictiva”- según la cual un ciudadano podía ser arrestado si las autoridades consideraban que representaba una amenaza potencial. Minority Report fuera de la pantalla.

Recordemos como, escandalizados por el derrotero que estaba tomando la revolución, varios miembros del gobierno renunciaron velozmente: el presidente de la República el ministro de asuntos sociales, el ministro de economía, los ministros de comunicaciones y de obras públicas, y que cerca de 50.000 personas de clase media que habían apoyado la revolución, partieron al exilio.

Recordemos que se cerraron todos los colegios religiosos y sus edificios fueron confiscados, incluido el colegio jesuita de Belén -donde Fidel había estudiado- y que aun cuando algunos sacerdotes habían seguido a los guerrilleros en su ofensiva contra Batista y el propio Castro, tras su arresto, había salvado su pellejo gracias a la intervención del arzobispo de Santiago de Cuba, el revolucionario barbado anunció que “los curas falangistas ya pueden empezar a hacer las maletas” y al poco tiempo 131 sacerdotes fueron expulsados de la isla.

Recordemos a Ernesto Padilla, famoso escritor revolucionario, que fue obligado a hacer una autocrítica antes de poder salir de Cuba, y a los homosexuales, que fueron marginados de la vida social, sancionados en público, forzados a reconocer sus “desviaciones” y eventualmente recluidos en “campos de reeducación”. Recordemos a los héroes de la victoria revolucionaria que por hacer sombra a Castro fueron purgados, como el aviador Huberto Matos, condenado a veinte años de prisión. Y recordemos a Pedro Luis Boitel, estudiante de ingeniería anticastrista, que tuvo la osadía de candidatearse a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria sólo logrando que Fidel lo hiciera encarcelar en una prisión infame en la que este joven demócrata inició una huelga de hambre, el régimen lo privó de atención médica, murió a los 53 días de inanición y las autoridades negaron a la madre ver el cuerpo.

Recordemos -antes de que Karl Lagerfeld, Vin Diesel y Keith Richards aterricen en la isla y todo sea fuegos artificiales- que para finales de la década de 1960 se estimaba que cerca de diez mil opositores habían sido fusilados y treinta mil encarcelados. Que quienes no quisieron tomar las armas se lanzaron a los botes en un intento desesperado de respirar un poco de libertad. Que en las tres décadas que siguieron a la revolución, cien mil cubanos trataron de escapar de la isla por el mar, usualmente en balsas precarias superpobladas expuestas a tiburones en el agua y a helicópteros del ejército en el aire, desde los que les arrojaban pesados sacos de arena. Recordemos que entre los fugados -como anotó el periodista Pascal Fontaine- hubo blancos, mulatos y negros, muchos de las clases más bajas de la sociedad, lo que fue un símbolo del fracaso de la revolución comunista y un signo de desaprobación popular extraordinario.

Así es que cantemos en Cuba con los Rolling Stones, admiremos los diseños de Chanel en el desfile en el Paseo del Prado, gocemos con los Tampa Bay Rays, y aplaudamos el histórico discurso del presidente Obama en La Habana. Pero antes, recordemos.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Entrevista con Vis-a-Vis – 15/03/16

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Tema: Israel confronta al BDS en la ONU (01/06/16)

El analista político internacional y asesor político de la DAIA, Julián Schvindlerman dialogó en exclusiva con la CADENA JUDÍA DE INFORMACIÓN VIS A VIS acerca de la actividad especial que organizó Israel en conjunto con el Congreso Judío Mundial en la ONU contra el boicot que realiza el BDS (Boicot, Desinversión y Sanción) y que tuvo la concurrencia de más de 2.000 estudiantes y jóvenes. Con relación a este tema, el analista político opinó que la ONU “ha sido siempre parte del problema más que de la solución”. Además aseguró que el BDS “busca criminalizar al Estado de Israel, boicotearlo económica y políticamente”.

 ¿Qué opina del acto que se hizo contra el BDS en la ONU?

El acto llevado a cabo por Israel y el WJC en la ONU seguramente buscó llamar atención internacional sobre los trazos nefastos del BDS, que busca criminalizar al estado de Israel, boicotearlo económica y políticamente, y aislarlo de la familia de las naciones. Al elegir como plataforma a la ONU, es posible que también se haya buscado involucrarla en la lucha contra este movimiento anti-sionista y antisemita. Aunque goza de cierta respetabilidad, el BDS es una campaña segregacionista que apunta sus dardos contra Israel pero todavía tiene que mostraste indignada ante la muy real ocupación del Tíbet por parte de China, por ejemplo. BDS usa la excusa de la ocupación para difamar a toda la nación hebrea.

¿Cuánta influencia puede llegar a tener en organismos internacionales, mismo en la ONU, para que se combata a este movimiento?

Por décadas, la ONU ha sido más parte del problema que de la solución en el conflicto palestino-israelí. En los años setenta del siglo pasado se creó en su seno el Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino, un foro de propaganda anti-israelí con aval de la ONU. El Consejo de Derechos Humanos es otro espacio donde los anti-sionistas tienen rienda libre para castigar injustamente a Israel. UNESCO no cesa de adoptar resoluciones anti-israelíes absurdas, como una reciente que sostiene que el Monte del Templo es un sitio islámico. De manera que veo improbable que la ONU se sume a los esfuerzos en combatir el BDS, que no es otra cosa sino la resurrección moderna del viejo -y en la práctica caduco- embargo árabe contra Israel, lanzado al momento del nacimiento del estado judío.

¿Cuán instalado está el BDS en Argentina?

Hubo manifestaciones del mismo en el 2013 cuando vino la Orquesta Filarmónica de Israel a tocar al Teatro Colón y adherentes al BDS se apostaron frente a las puertas de ingreso con pancartas pro-palestinas. Lo mismo ocurrió el año pasado cuando nos visitó Ajinoam Nini, y simpatizantes BDS protestaron frente al Teatro Coliseo. El hecho de que estos activistas radicales hayan querido censurar a artistas israelíes pacifistas, que de cualquier modo no son responsables por las políticas del gobierno, da cuenta de que los motiva una agenda intolerante a todo lo israelí y no tan sólo a las cuestiones políticas.