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Por Julián Schvindlerman

  

Comediantes del Islam: Arshad vs. Dieudonné – 31/05/15

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El primero en subir a escena fue Dieudonné M´bala M´bala, quien lleva más de veinte años dedicado al stand up en Francia. Sus primeros pasos los dio a dúo con Elie Semoun, un humorista judío francés de origen marroquí, lo cual hacía una pareja curiosa para este musulmán de madre francesa y padre camerunés. Se dieron a conocer en el Café de la Gare en 1991 burlándose de sus diversidades étnicas y religiosas, rápidamente pasaron al teatro Le Splendid, Palais des glaces, al Casino de Paris y a la televisión, tras lo cual se convirtieron en uno de los dúos cómicos más famosos del país. Tras seis años juntos se separaron y cada cual siguió su camino en el negocio de la risa.

Fue en esta fase solista donde Dieudonné mostró su veta antijudía. Los estereotipos a los que había inicialmente apelado con su colega hebreo para mofarse del racismo dieron lugar a bromas de mal gusto que terminaron cruzando la línea roja del odio. A las ceremonias de conmemoración del Holocausto las tildó de “pornografía”, elaboró una danza a la que llamó shoananas (Shoá es el término hebreo para Holocausto) y creó un gesto denominado quenelle, suerte de saludo nazi invertido con el brazo extendido hacia abajo. Tachó al judaísmo de ser un “fraude” y a la comunidad judía organizada de Francia de ser una “mafia” que tiene “control total sobre el ejercicio de la política francesa”. Contradiciendo el punto, cofundó el Partido Francés Anti-Sionista y fue candidato al parlamento europeo por el partido de la extrema izquierda Euro-Palestina.

Entre sus amistades se cuentan a notorios negadores del Holocausto como Jean-Marie Le Pen -padrino de su hija y para quien las cámaras de gas de Auschwitz fueron “un detalle de la historia”-, Robert Faurrison -invitado a sus espectáculos y quien cuestionó la veracidad del diario de Ana Frank y las narraciones personales de su paso por los campos de exterminio del sobreviviente y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel-, y el ex presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad -para quien el Holocausto fue un mito y quien divulgó fotos de ambos, abrazados y sonriendo, con el tuit “visitando a un viejo amigo y gran artista”-. Uno de sus shows lleva por nombre “Mahmoud” en su honor. El Centro del Film Experimental y Documental de Irán produjo una película dirigida por Dieudonné, titulada (aptamente, uno debería decir) “El antisemita”, en la que actúan él y Faurrison. Ahorrémonos los detalles del argumento.

Tras los ataques contra la revista Charlie Hebdo y el mercado judío en Paris a inicios de este año, Dieudeonné proclamó “Je suis Charlie Coulibaly”, por uno de los asesinos islamistas. Años atrás viajó al Líbano y se anunció que se reuniría con miembros del movimiento fundamentalista Hezbolá; anteriormente había dicho preferir “el carisma de Ben Laden al de Bush”. El Ministro del Interior Manuel Valls afirmó que Dieudonné ya no era un comediante sino un racista y prohibió la exhibición pública de sus shows.

Del otro lado del Canal de la Mancha, el británico Humza Arshad ofrece un contrapunto interesante. Hijo de padres pakistaníes, transformó el humor en una herramienta educativa y de concientización pública contra el integrismo islámico. Sus videos online, especialmente la serie “diarios de un hombre malo”, han recibido más de sesenta millones de visitas y despertado el interés de Scotland Yard; y no justamente por haber violado alguna ley antidiscriminatoria. “¡Pensé que me iban a detener!” bromea, pero le propusieron colaborar para evitar la radicalización de los jóvenes musulmanes y su descenso al jihadismo. “Acepté porque soy musulmán y británico, y me siento orgulloso de ello”, indicó. Con más de seiscientos jóvenes musulmanes británicos unidos al grupo Estado Islámico en Siria e Irak, el mensaje de Arshad es urgente. La iniciativa nació en la mente de Rizwaan Chothia, de la Unidad de Operaciones Especiales de la Policía de East Midlands, al cabo de ver a su hijo mirar encandilado la serie de Arshad. Miles de alumnos en escuelas del país fueron visitados por el comediante, quien tras mostrar un video en el cual él actúa, da lugar a un debate acerca del extremismo y la prevención del mismo.

The Independent llamó a Dieudonné un “Louis Farrakhan francés… obsesionado con los judíos”, por el legendario antisemita norteamericano. El Sydney Morning Herald bautizó a Arshad el “anti Jihadi John”, por el sanguinario corta-cabezas británico enlistado por el EI. Ambos ofrecen dos rostros muy dispares de la comunidad musulmana europea contemporánea. Esperemos que -en la competencia tácita en la que ellos están enfrascados por las mentes y los corazones de la nueva generación musulmana en el viejo continente- gane no solamente el mejor, sino el más moderado.

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Por Julián Schvindlerman

  

La FIFA nostra y el escándalo por Qatar 2022 – 30/05/15

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Por decisión de la Fédération Internationale de Football Association (FIFA) adoptada en diciembre de 2010, con 12 años de anticipación, por primera vez en la historia de los campeonatos mundiales de fútbol una nación árabe sería anfitriona: Qatar en 2022.

La fecha lucía exageradamente distante; las temperaturas del Medio Oriente, inclementemente calurosas; las decenas de miles de millones de dólares necesarios en infraestructura sonaban cuantiosos; y el hecho de que Qatar nunca clasificó a una Copa Mundial, era algo extraño; pero el pequeño país del golfo parecía dispuesto al desafío.

La elección de Qatar fue cuestionada por Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos, cuyas candidaturas fueron desechadas a pesar de haber recibido mejores puntajes técnicos y financieros por parte de consultores de la propia FIFA.

Conforme informó en su momento Matthew Futterman en el Wall Street Journal, la victoria de Qatar como sede mundialista “estuvo marcada por una parranda de gastos” que abarcó el reclutamiento de figuras estelares del fútbol de la Argentina, España, Francia y otros países dentro de una agresiva campaña de relaciones públicas, así como de inversiones importantes en los países de origen de varios de los ejecutivos miembros de la junta selectora de la FIFA.

Según el informe del diario estadounidense, basado en documentos y correos electrónicos del comité responsable de la candidatura, Qatar, a través de su academia de entrenamiento de fútbol (conocida por el nombre de ASPIRE, controlada por la familia real) expandió sus actividades a un total de quince países, de los cuáles seis tenían delegados ante el pequeño comité selector de la FIFA. ASPIRE ofreció ampliar el entrenamiento deportivo a nivel popular en Nigeria, construir una academia de fútbol en Tailandia y llevó su programa “Sueños de Fútbol” a diez países africanos, entre ellos Camerún, Costa de Marfil y Nigeria, con representación en el comité ejecutivo de FIFA. Nada de esto significó una violación de la reglas de la institución internacional. Las sospechas de sobornos, por el contrario, sí las violentaron.

Una pequeña ciudad mundialista será creada en la que nueve de los doce estadios estarán en un radio de sesenta kilómetros cuadrados. Tal como informó oportunamente Pablo Helman en Perfil, éstos mantendrán una temperatura interior de 27 grados mientras que afuera la temperatura ambiente superará los 40. Serán armados con estructuras desmontables que permitirán su desplazamiento -e incluso exportación- una vez terminado el Mundial.

Este masivo emprendimiento de infraestructura no estuvo exento de controversia. Grupos internacionales de derechos humanos han hecho campaña contra el trato dado a trabajadores foráneos en el país árabe, atrapados en el denominado sistema kafala: pésimas condiciones laborales, alto riesgo y muy baja remuneración. La Confederación Sindical Internacional estimó el año pasado que unos 1.200 trabajadores, en su mayoría procedentes de la India, Nepal y Bangladesh, han muerto en la construcción de los estadios.

Los proyectos presentados por el afamado Norman Foster y otros, así como los cinco diseñados por el estudio de arquitectura Albert Speer & Partner GmbH son, visualmente, hiper-atractivos. (Si el nombre de este último suena familiar es porque lo es: pertenece al nieto del arquitecto de Hitler).

Más allá del fútbol, Qatar -junto a Abu Dabi- ha venido fomentando la construcción de museos de arte con un empuje tal que la crítica de La Nación, Alicia de Arteaga, observó: “El desarrollo museístico del Golfo Pérsico viene como anillo al dedo […] a los arquitectos estrella: los Foster, Herzog, De Meuron y Nouvel, que ensayan sus piruetas más audaces por pedido de los jeques, con el riesgo futuro que implican estos delirantes diseños. Puede suceder… que no haya una pared recta para colgar un cuadro”.

Con todo lo sofisticado que esta veneración qatarí por el deporte internacional y la arquitectura de vanguardia pueda parecer, sin embargo, políticamente Qatar deja mucho que desear. Es más, su posicionamiento ideológico en el tablero regional eleva interrogantes a propósito de la idoneidad de esta nación monárquica como anfitriona del Mundial 2022.

Qatar es gobernada por el hijo del jeque Hamad bin Califa al-Thani, quién destronó a su propio padre en 1995 cuando éste pasaba sus vacaciones en Suiza. Al año siguiente permitió el nacimiento del canal de televisión satelital Al-Jazeera cuya visión editorial, si bien más pluralista en la variedad de puntos de vista que presenta en comparación a otros medios tradicionales árabes, es esencialmente anti-occidental, y lo es de modo visceral.

Es el único país del Golfo Pérsico que fue aliado de Siria e Irán, en marcado contraste con el consenso árabe sunita, y es además anfitrión regular de líderes islamistas.

En los años noventa, Khaled Sheik Muhammad, planificador de los atentados del 9/11, residió en Qatar. Ante el pedido de arresto de Washington, pudo fugarse con la asistencia de un ministro qatarí.

El teólogo de la Hermandad Musulmana, jeque Yousef al-Qaradawi, fue bien recibido en la monarquía y usualmente entrevistado en Al-Jazeera.

Al movimiento integrista palestino Hamas le permitió tener oficinas y recaudar fondos en su territorio. Este apoyo a Hamas es oficial. Según una monografía del Washington Institute for Near East Policy, Qatar prometió cincuenta millones de dólares a Hamas luego de su victoria legislativa en 2006 y siguió patrocinándolo financieramente aún después del golpe de estado del 2007, cuando Estados Unidos y la Unión Europea cesaron su apoyo a la Franja de Gaza.

Es cierto que el gobierno permitió a Israel abrir una oficina comercial en su capital, a los Estados Unidos mantener un centro de comando militar allí, en tanto que la famosa Ronda de Doha da cuenta de su relevancia financiera global. Su apertura al mundo incluso puede apreciarse en el interés expresado por el cine argentino, en ocasión de una visita de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al emirato.

Pero el favor al islamismo regional es real y tangible. En una rara reprimenda pública, la entonces secretaria de estado Hillary Clinton advirtió años atrás: “En demasiados lugares, de demasiadas formas, los cimientos de la región se están hundiendo en la arena”.

No ha de ser casualidad que eligió efectuar su declaración en suelo qatarí.

Comunidades, Comunidades - 2015

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre el vaticano, santas, ángeles y estados – 27/05/15

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Históricamente, los palestinos han sido más afortunados que los judíos en conseguir el apoyo papal a su causa nacional.

Cuando Teodoro Herzl fue recibido en audiencia por Pío X en 1904 -en el primer encuentro entre un exponente del nacionalismo judío y un Papa- éste respondió al primero: Los judíos no han reconocido a nuestro Señor, por consiguiente no podemos nosotros reconocer al pueblo judío» pero «si ustedes vienen a Palestina y asientan a su gente allí, nosotros estaremos listos con iglesias y sacerdotes para bautizarlos a todos ustedes». El Vaticano vio desfavorablemente la Declaración Balfour y la creación del Mandato Británico sobre Palestina y desarrolló esfuerzos diplomáticos contrarios a los intereses de los sionistas. Una vez que nació el Estado de Israel, Roma se opuso a que fuese aceptado como miembro en las Naciones Unidas. «Todo lo que el Vaticano pudo hacer para evitar nuestra membresía en la ONU fue hecho», lamentó el embajador Aba Ebban. El canciller Moshe Sharret vio en la postura papal «una búsqueda de venganza por el pecado primario, y el ajuste de una cuenta de diecinueve siglos de antigüedad». El premier David Ben-Gurion sintetizó ante el gabinete en 1952: «el Vaticano es hostil a nosotros».

La Santa Sede fue más benigna con el nacionalismo palestino. Yasser Arafat obtuvo su primera audiencia papal en 1982, en época de pleno auge terrorista global de su OLP. Tras la audiencia con Juan Pablo II, dijo Arafat que se trató de «un encuentro histórico muy importante, muy cálido». Mahmoud Labadi, portavoz de la organización palestina, afirmó que la reunión «está en la misma línea que Jesucristo, un palestino que está buscando ayudar al pobre y al oprimido». Arafat partió de la Ciudad del Vaticano en una comitiva de dieciocho automóviles que lo escoltaron por las calles de Roma. Un reportero de Newsweek describió el momento: «Arafat resplandecía dentro de su limusina y levantó sus dedos en una V de victoria triunfante».

La semana pasada, el Papa Francisco recibió en audiencia al sucesor de Arafat, Mahmoud Abbas, a quién llamó «un ángel de la paz». Un cumplido excesivo para un hombre cuya tesis doctoral minimizó el Holocausto, que ocupó por décadas las más altas jerarquías de la OLP -una organización responsable por la muerte de grandes cantidades de inocentes en el mundo entero- que está gobernando hoy ilegalmente a Palestina -su mandato expiró hace seis años- y quien regularmente glorifica a terroristas de la peor calaña, como por ejemplo a Abu Jihad, Abu Daoud, Issa Abd Rabbo y Dalal Mughrabi, entre otros.

La Santa Sede entabló relaciones diplomáticas con la OLP en 1994 y luego de que la ONU reconociera a Palestina como estado observador no miembro en 2012, incorporó el término «Estado de Palestina» en sus documentos oficiales. El indicador más elocuente del posicionamiento vaticano en el conflicto palestino-israelí puede verse en un hecho simple: el Papado estableció relaciones diplomáticas con Israel recién en 1993, a 45 años de la fundación del estado judío. Al estado palestino -hoy inexistente desde un punto de vista jurídico y formal- ya le ha otorgado su reconocimiento.

Un estado que no existe para un ángel que no es tal. El Vaticano siempre fue pro-palestino, pero esta vez parece haber estirado demasiado su caridad.

La canonización de las beatas, a diferencia de las cuestiones diplomáticas arriba señaladas, fue algo distinto. Prima facie, al destacar de manera tan singular a dos monjas árabes-palestinas, el Papa pareció querer endulzar la relación de Roma con Ramallah. «Este es un reconocimiento de la narrativa, la identidad y la historia palestina», exclamó exultante Hanan Ashrawi, famosa personalidad palestina cristiana, «hemos estado aquí durante siglos, y el cristianismo es parte de nuestra identidad. Somos los cristianos más antiguos del mundo». Obsesionados como están en validar su presencia en ese suelo, vieron la canonización como un gesto legitimador.

Sin embargo, al honrar como modelos a dos mujeres católicas del período otomano, Francisco podría haber querido recordar que las penurias de las comunidades cristianas bajo gobierno musulmán no son una novedad. De hecho, una de ellas, Maryam Bouardy, fue intimada a convertirse al islam, se negó, fue golpeada por ello y dada por muerta en la vía pública. Sobrevivió y trabajó como empleada doméstica en Alejandría, Jerusalem y Beirut y se incorporó al convento de las Hermanas de San José de la Aparición. Era oriunda de Nazaret. En un contexto de creciente éxodo cristiano del Medio Oriente musulmán, el Papado pareció enviar así un mensaje de ánimo y perseverancia para las comunidades acosadas. Mahmoud Abbas deberá tomar nota pues la cristiandad está en declive poblacional en las zonas bajo su gobierno; en Gaza cayó a la mitad de lo que era antes del ascenso del Hamas.

Mientras tanto y a diferencia de sus hermanos en Gaza o en Belén, los cristianos de Israel saben que seguirán gozando de sus plenas libertades de fe sin que el Papa de Roma deba recompensar a nadie por ello.

Clarín

Clarín

Por Julián Schvindlerman

  

El Vaticano y el estado Palestino – 20/05/15

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El acuerdo recientemente anunciado entre la Santa Sede y el “Estado de Palestina”, la audiencia concedida al presidente palestino y “ángel de la paz” Mahmoud Abbas por parte del Papa Francisco y la canonización de dos monjas árabes cristianas de la Palestina del siglo XIX, han puesto bajo la atención mundial la relación de Roma con los palestinos. Individualmente, cada uno de esos acontecimientos puede leerse como manifestación de la importancia que asigna el Vaticano a la condición de los palestinos. En conjunto, constituyen un fuerte respaldo político a su causa.

Aunque Francisco se ha mostrado iconoclasta en muchas áreas en lo que va de su pontificado, en lo relativo a la diplomacia vaticana hacia el pueblo palestino ha sido un conservador. Históricamente, la Santa Sede vio con empatía el padecimiento humanitario de los palestinos y con simpatía su causa nacional. Ya en 1949, el Papado creó la Misión Pontificia para Palestina para atender las necesidades humanitarias de los refugiados palestinos de la guerra de 1948 entre las naciones árabes e Israel (aún antes de que las Naciones Unidas crearan su propia agencia con similar objetivo) y todos los pontífices desde entonces -Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI (dejando de lado a Juan Pablo I, quien gobernó apenas 33 días) han hecho declaraciones favorables al pueblo palestino.

La cúspide del apoyo vaticano al nacionalismo palestino ocurrió en 1982, cuando Yasser Arafat fue recibido en audiencia por Juan Pablo II. Tras la derrota militar de la OLP en El Líbano, el gesto fue visto como un triunfo político para el líder de los palestinos. Otra notoria reunión papal con Arafat ocurrió en 1988 tras la declaración simbólica del estado palestino, desde Argelia. Ambas tuvieron lugar antes de que la OLP abandonara sus acciones guerrilleras y terroristas contra Israel. Otras varias audiencias más se sucederían. Tal como reconoció en su momento el sacerdote Joseph Ryan, ex director de la Misión Pontificia en Jordania, “pocos países no árabes han dado un apoyo tan consistente y conspicuo a la causa palestina… como lo ha hecho la Santa Sede”, y como proclamara su sucesor, Monseñor John Nolan, “Si los palestinos no tienen voz, nosotros somos su voz”.

La Santa Sede entabló relaciones diplomáticas con la OLP en 1994 y luego de que la ONU reconociera a Palestina como estado observador no miembro en 2012, Roma incorporó el término “Estado de Palestina” en sus documentos oficiales. El indicador más elocuente del posicionamiento vaticano en el conflicto palestino-israelí puede verse en un hecho simple: el Papado estableció relaciones diplomáticas con Israel recién en 1993, a 45 años de la fundación del estado judío. Al estado palestino -hoy inexistente desde un punto de vista jurídico y formal- ya le ha otorgado su reconocimiento.

Analista político internacional. Autor de Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío (Debate)

Compromiso

Compromiso

Por Julián Schvindlerman

  

El éxodo Judío de tierras Árabes – 05/15

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El trágico destino de los refugiados palestinos de la guerra árabe-israelí de 1948 ha recibido considerable atención internacional, pero es dable recordar que esa misma guerra precipitó otro éxodo en la región: el de casi un millón de judíos residentes en tierras árabes. Junto con los casi 600.000 árabes que abandonaron Palestina durante la guerra de la independencia de Israel, más de 850.000 judíos fueron forzados a emigrar de Argelia, el Líbano, Egipto, Irak, Libia, Marruecos, Siria, Túnez y Yemen. Comunidades enteras que precedían el advenimiento del islam en más de mil años y que no representaban amenaza alguna al poder político, debieron abandonar sus países nativos dejando tras de sí una rica historia y prácticamente todas sus propiedades.

Al partir, estos desdichados judíos miraron hacia atrás para ver como sus hogares eran saqueados, sus cuentas bancarias congeladas y sus invaluables tesoros culturales expropiados por regímenes árabes, los que, de un solo golpe, pusieron abruptamente término a tres mil años de vida comunal judía en el Medio Oriente y el norte de África.

Una vez que el estado judío fue establecido en mayo de 1948, la situación de los ciudadanos judíos que habían permanecido en países árabes deterioró de manera dramática. En Bagdad, por ejemplo, la policía irrumpía en hogares judíos a cualquier hora del día o de la noche y si los dueños no se apresuraban a abrir las puertas, eran demolidas. Una vez arrestados, solamente con dinero podían recuperar la libertad. Muchos árabes aprovecharon la oportunidad que brindaba el nuevo ambiente y optaron por no pagar deudas a los judíos o los chantajearon. La situación no mejoró en ninguno de los países árabes durante la siguiente década. Cuando estalló la Guerra del Sinaí en 1956, Egipto expropió todas las propiedades británicas, francesas y judías. Unas quinientas empresas, cuyos dueños eran judíos, se perdieron y los activos de otras ochocientas fueron congelados. Durante ese período, profesionales judíos en Egipto fueron excluidos de sus gremios y consecuentemente inhabilitados de trabajar, en tanto que negocios judíos fueron boicoteados. En Siria, las autoridades prohibieron a los judíos trabajar sobre sus propias parcelas agrícolas en la localidad norteña Kamishili, privándolos de su única fuente de ingresos. Si un judío lograba escapar al Líbano, su familia, e incluso sus vecinos, pagaban por eso.

Diez años más tarde aconteció la Guerra de los Seis Días. Luego de la victoria relámpago israelí, el régimen sirio instituyó un bloqueo en el servicio telefónico a los judíos y una política de no renovación de sus licencias de conducción. En cuanto a los judíos de Bagdad, para entonces casi todos se habían convertido en mendigos. Aquél que excepcionalmente hubiera logrado mantener un estándar de vida decente, y osaba estar bien vestido en público, corría el riesgo de ser arrestado por cargos de espionaje pro-occidental.

Estos acosos y persecuciones motivaron a muchos más judíos a dejar tierras árabes en los años sucesivos. Tal como notaron Malka Hillel Shulevitz y Raphael Israeli en un apartado en el libro The Forgotten Millions, a diferencia de los palestinos, que habían sido desplazados del área de la contienda, estos judíos fueron echados de zonas alejadas del campo de batalla y “de la manera más fea posible” en palabras de Sabri Jiryis, director del Instituto de Estudios Palestinos en 1975. De estos emigrantes, alrededor de 600.000 encontraron refugio en Israel, mientras que los restantes 250.000 se dirigieron a Europa y el continente americano. En ambos casos pudieron integrarse a las sociedades que los recibieron.

Para el estado Israelí, recién salido de una guerra que cobró el 1% de vidas de la población judía en Palestina, esta inmigración masiva, numéricamente equivalente a la población local hebrea, representó un desafío enorme. El gobierno ubicó a los nuevos y pobres inmigrantes en rudimentarios campamentos transitorios y se requirió de mucho esfuerzo y paciencia, así como de asistencia económica de la diáspora judía, para que los inmigrantes pudieran gradualmente dejar esos campamentos para ir a las ciudades. La Organización de las Naciones Unidas no creó ninguna agencia especial para atender las necesidades de estos refugiados de manera exclusiva, como sí hizo con los refugiados palestinos. Los activos materiales que las comunidades judías debieron abandonar o fueron expropiados – valuados a inicios de este milenio en USD 30.000 millones- hubieran menguado el impacto socio-económico de semejante inmigración a una nación en guerra y bajo un bloqueo económico regional. Tal como explicó Itamar Levin en un reporte del Congreso Judío Mundial: “cada libra egipcia, dinar iraquí o lira siria hubiera hecho una diferencia significativa”.

En lugar de confinar a estos refugiados en campamentos escuálidos, en lugar de convertir a muchos de ellos en terroristas y en lugar de explotarlos políticamente, el liderazgo israelí los transformó en miembros productivos de la nueva sociedad. Por eso hoy el mundo no oye acerca de, ni debe lidiar con, un problema de refugiados judíos.

A este panorama se sumaron una serie de operaciones legendarias para rescatar a otras comunidades judías. La operación “carpeta mágica” llevó a Israel 43.000 judíos yemenitas en 1948/49 y la operación “Ezra y Nejemia” transportó 123.500 judíos iraquíes en 1951. Con las operaciones “Moisés” y “Salomón” en 1984 y 1991 respectivamente, decenas de aviones israelíes llevaron al país a 14.000 judíos de Etiopía. Tal como fue señalado oportunamente, estos episodios marcaron la primera instancia en la historia moderna en que una nación occidental sacó gente de color de África no en barcos sino en jumbos, y no para someterlos a la esclavitud, sino para llevarlos a la libertad.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2015

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Por Julián Schvindlerman

  

El «toque mágico» del coronel: Depredación sexual en la Libia de Gadafi – 04/05/15

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Trípoli, septiembre de 1981. En ocasión de un aniversario del golpe de estado que lo llevó al poder, el coronel Gadafi felicita a las primeras graduadas de la Academia Militar de Mujeres que él fundó: “Nosotros, en la Yamahiriya y la gran revolución, afirmamos nuestro respeto por las mujeres y alzamos nuestra bandera… Llamamos a una revolución de las mujeres de la nación árabe… Hoy no es un día común y corriente, sino el comienzo del fin de la era del harén y de las esclavas”. Durante su mandato, fijó los veinte años como la edad legal para el casamiento, denunció la poligamia y la sociedad patriarcal y otorgó a la mujer divorciada más derechos que en otros países musulmanes. Estableció el Primer Festival de la Moda Africana, se hizo custodiar por una guardia personal compuesta por mujeres en atuendo militar -conocidas como las amazonas- e instó a crear un movimiento de monjas revolucionarias: “¿Acaso las monjas cristianas son más abnegadas que la nación árabe? Con su abnegación, la moja revolucionaria es sagrada y pura, y se ubica por encima de los individuos comunes para estar más cerca de los ángeles”.

Roma, noviembre de 2009. Muamar Gadafi participa de una reunión de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y aprovecha la ocasión de su visita a Italia para convocar, por medio de una agencia de modelos y azafatas, a doscientas jóvenes italianas: deben medir al menos 1.70 m de altura, ser bellas y vestir tacos saltos, aunque sin minifaldas ni escotes. Se reúnen en un hotel, se les paga sesenta euros y son transportadas hacia la embajada libia. Allí las recibe el líder del país árabe quién, tras descender de una limusina blanca, les ofrece un largo discurso proselitista en el que las invita a convertirse al islam, les obsequia el Corán y el Libro Verde de su autoría y les revela una delirante hipótesis histórica: “Ustedes creen que Jesús fue crucificado, pero no es verdad: Dios se lo llevó al cielo. Crucificaron a otro que se le parecía”.

En el futuro cercano, esa agencia italiana llevará grupos de entre doce y veintiséis mujeres a Libia, con gastos cubiertos por el gobierno de Trípoli, para “profundizar el conocimiento de la cultura y el modo de vida libios”. Tras paseos por el desierto, desayunos con dátiles y leche de camello y encuentros con Gadafi, las chicas quedarán encantadas. “Se trata mejor a las mujeres en Libia que en ninguna otra parte” dirá posteriormente una de ellas. Cuando la OTAN comienza sus bombardeos contra el régimen en el contexto de las revueltas iniciadas en el 2011, algunas de estas ragazzas saldrán a manifestarse en Roma a favor del coronel libio.

Sirtre, abril de 2004. Soraya acaba de cumplir quince años y está en el liceo. El director llama a todas las alumnas al patio y les anuncia que “El Guía” visitará la escuela al día siguiente. Deben presentarse puntuales, impecables y dar el ejemplo. Soraya es bonita y es elegida para entregar un ramo de flores al líder de la nación. ¡Qué honor! Está excitada y contentísima. Llegado el momento se aproximó a Gadafi y le entregó las flores, le besó su mano libre y se inclinó en gesto de deferencia. El coronel la observó fríamente, posó su mano sobre su cabeza y le acarició el cabello. Ese instante marcó un giro trágico para la vida de la niña. Gadafi había hecho su “toque mágico”: la señal para sus guardaespaldas que significaba que él la deseaba.

Al día siguiente, Faiza, Salma y Mabruka -la trinidad proxeneta del coronel- fueron por Soraya. Se presentaron como miembros del Comité de la Revolución, la metieron en una 4×4 y enfilaron hacia Bab-al-Azizia, el palacio presidencial. Sin explicación alguna, la desvistieron, le pusieron una tanga, un vestido blanco escotado, la maquillaron, perfumaron y la llevaron a la habitación de Gadafi. Abrieron la puerta y la empujaron adentro. El coronel estaba desnudo sobre la cama. Soraya se tapó los ojos, pensó que se trató de una equivocación y salió del cuarto espantada. “No está vestido” le dijo a Mabruka pero ésta le ordenó que reingresara. El coronel la agarró de la mano y la sentó a su lado en la cama. La niña miró para otro lado. “¡Mírame, puta!” le espetó. Él se abalanzó, ella se resistió, lloró, protestó y luchó y Gadafi, enfadado, llamó a su guardiana: “¡Esta puta se niega a hacer lo que yo quiero! ¡Enséñale, edúcala y trámela de vuelta!”.

Así describió Soraya su siguiente encuentro con El Guía:

“Gadafi estaba desnudo. Acostado en una gran cama de sábanas beige, en una habitación del mismo color sin ventanas: parecía enterrado en la arena. El azul de mi ropa contrastaba con el resto. “¡Ven aquí, mi puta! -dijo abriendo los brazos-. ¡Ven, no tengas miedo!”. ¿Miedo? Yo estaba más allá del miedo. Iba al matadero. Quise huir, pero sabía que Mabruka vigilaba detrás de la puerta. No me moví. Entonces él se puso de pie de un salto y, con una fuerza que me sorprendió, aferró mi brazo, me arrojó sobre la cama y se acostó sobre mí. Intenté rechazarlo, pero era pesado y no pude hacerlo. Me mordió el cuello, las mejillas, el pecho. Yo me debatía gritando. “¡No te muevas, puta sucia!”. Me golpeó, me aplastó los senos y luego levantó mi vestido, inmovilizó mis brazos y me penetró violentamente. Nunca lo olvidaré. Profanó mi cuerpo, pero atravesó mi alma con un puñal. La hoja nunca volvió a salir”.

Soraya permaneció el siguiente lustro secuestrada en un sótano de la residencia presidencial, en un cuartito sin ventanas, con un camastro y un televisor donde debía ver películas pornográficas para aprender a complacer a su amo. Era llamada a cualquier hora del día y de la noche para verse con Gadafi, quién la obligó además a fumar, drogarse y consumir alcohol. A veces la llamaba junto a otra de las varias adolescentes cautivas y las hacía bailar y turnarse para tener sexo con él. “¡Vengan a bailar, zorritas! ¡Vamos! ¡Hop! ¡Hop!”. Hizo que viera como otra niña le hacía sexo oral para que la próxima vez ella se lo hiciera. Cierta vez se le ordenó ir a la habitación de Gadafi y presenciar como sodomizaba a un muchacho llamado Alí mientras otro, un tal Hussam, bailaba vestido de mujer. “Amo, Soraya está aquí”. Soltó al joven y fue por ella. Sucesivamente, por cinco largos años, Gadafi golpeó y abusó de Soraya, orinó sobre ella y la forzó a drogarse, fumar y alcoholizarse, incluso durante el mes del Ramadán. Soraya sangraba profusamente y más de una vez despertó en la enfermería con una máscara de oxígeno en su cara.

Con el tiempo se le permitió salir brevemente del palacio a visitar a su familia y en una ocasión su padre aprovechó para sacarla del país. La envió a Paris donde la pobrecilla, que no tenía el menor conocimiento del mundo, no pudo adaptarse. Se relacionó con las personas equivocadas de la comunidad árabe local y, sola, desesperada y sin dinero, tomó la decisión increíble de regresar a Libia. “Era como un pajarito que, al querer emprender vuelo, se estrella una y otra vez contra el vidrio de la ventana” describió un conocido. Al poco tiempo de su arribo, Mabruka fue a buscarla; El Guía la requería.

La revolución que terminaría derrocando a Gadafi estalló en libia el 17 de febrero de 2011, día en que Soraya cumplía veintidós años. Para entonces fumaba tres paquetes de cigarrillos al día. Su familia la despreciaba: la ley islámica prohíbe las relaciones sexuales premaritales. Así se trate de una relación forzada, la mujer es vista en la sociedad árabe como una prostituta y los parientes varones deben matarla para redimir el honor familiar. Una crueldad sobre otra que arruinó para siempre la vida de una niña libia. Debió ocultarse al enterarse que los asesinos a sueldo del régimen -los temibles kataebs- estaban buscando a las cautivas de Gadafi: en sus horas finales, el coronel no quería dejar testigos de sus perversidades. Los rebeldes le dieron refugio, donde uno de ellos abusó de ella.

Su relato es narrado en un libro imprescindible, Las cautivas: el harén oculto de Gadafi de la periodista francesa del diario Le Monde Annick Cojean. Publicado en 2012, fue traducido a diez idiomas, entre ellos el español, aunque es todavía muy poco. Esta obra debe ser traducida a cada idioma y a cada dialecto que se hable en el mundo, debe ser ofrecido incluso en código braille, nadie debe dejar de conocer las historias sórdidas e inimaginablemente tristes de estas chicas libias, secuestradas para ser ofrendadas al ogro sádico y bestial que gobernó Libia durante cuarenta y dos años, en cuyo lapso violó a cientos -posiblemente miles- de mujeres y hombres y cuyo apetito sexual insaciable se transformó en política de estado dejando expuesta a toda presa sobre la que Gadafi posara sus ojos lascivos. La autora da cuenta de cómo el servicio de protocolo del coronel actuaba en realidad de eficiente proveedor proxeneta, buscando jóvenes para Bab-al-Azizia en las escuelas, universidades, prisiones y peluquerías del país, incluso filmando las bodas de los ministros y generales del gobierno para dar con sus esposas, hermanas e hijas. Libia era el burdel privado de Gadafi.

En el texto se puede conocer el caso de otras mujeres sometidas a las prácticas repugnantes del Guía, de cómo ellas eran presionadas con acusaciones infundadas contra sus hermanos o padres y obligadas a brindarse al líder para salvarles el pellejo. De cómo algunas fueron entregadas como carnadas sexuales a ministros y diplomáticos que el régimen quería extorsionar. De cómo otras, ya liberadas de las garras de Bab-al-Azizia, fueron llamadas a ver al coronel el mismo día de sus bodas. De cómo las obligaban a besar cariñosamente al líder en la televisión o en actos oficiales. De cómo eran escarmentadas las fugitivas, como aquellas que fueron halladas en Turquía, las repatriaron, les raparon la cabeza, las acusaron de traidoras, las presentaron en televisión como prostitutas y las ejecutaron. De cómo enloqueció un general del ejército al enterarse que Gadafi había poseído a su esposa y a su hija y murió tras un derrame cerebral en el hospital. De cómo unos oficiales que se opusieron a que el coronel violara a sus esposas, fueron linchados ante los ojos de toda la nación. Tal como había lamentado Soraya en su testimonio: “¿A quién se le ocurriría quejarse contra el diablo en el infierno?”.

Gadafi también se hacía traer prostitutas del Líbano, Irak, los países del Golfo, Bosnia, Serbia, Bélgica, Italia, Francia y Ucrania. Pero anhelaba con especial lujuria a las esposas e hijas de otros jefes de estado, miembros de su clan tribal y aristócratas en general. Odiaba a las clases acomodadas que tenían naturalmente la cultura y el refinamiento que él, hijo de beduinos, carecía. A la esposa de un primo suyo la sometió con tal brutalidad, dijo un pariente, “que ella llegó a detestar el hecho de ser mujer”. Cierta vez se obsesionó con una hija del rey Abdullah de Arabia Saudita y sus proveedores debieron contratar a una simuladora marroquí que había vivido en Ryhad para que se hiciese pasar por ella a cambio de una cuantiosa suma de dinero. En otra ocasión creó un incidente diplomático con Senegal cuando las autoridades notaron que docenas de ciudadanas de ese país africano estaban por despegar a bordo de varios jets con destino a Libia para un presunto concurso de belleza organizado por Gadafi. El tirano de Trípoli a su vez promovió las violaciones como arma de guerra y fueron usadas por sus tropas contra los rebeldes y opositores en todas las ciudades controladas por el régimen. Cantidades de abusos colectivos fueron perpetrados por soldados y mercenarios drogados o alcoholizados. “A veces violábamos a toda la familia”, admitió uno de ellos, “niñas de ocho, nueve años, muchachas de veinte, su mamá… ellas gritaban, nosotros las golpeábamos con fuerza”. Tenían órdenes de filmarlo todo. Y así hicieron: la obediencia debida al líder lo mandaba. Gadafi hizo de toda Libia una gran orgía nacional.

La política de sometimiento sexual de Gadafi aún es un tema tabú en Libia. Annick Cojean observa con perspicacia: “Como la violación de una muchacha provoca el deshonor de toda su familia, y en particular el de los hombres de esa familia, la violación de miles de mujeres por parte del ex líder del país suscitaría el deshonor de toda la nación. Una idea demasiado dolorosa. Una hipótesis insostenible”. Con la revolución aparecieron grafitis en las paredes de Trípoli que mostraban a Gadafi travestido. No mucho más acerca de las prácticas sexuales enfermizas del líder fue debatido en público. Cuando el gobierno cayó, Gadafi fue atrapado por los sublevados, violado con un palo y ejecutado in situ. Bab-al-Azizia fue demolida por topadoras. Antes de dejar Libia, la autora recorrió esos escombros y halló en ese suelo maldito un corpiño de encaje rojo. Habrá pertenecido, con toda seguridad, a alguna desdichada a la que el “toque mágico” del coronel sumió en la ruina existencial.

Infobae, Infobae - 2015

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Por Julián Schvindlerman

  

El complot de los Judíos – 03/05/15

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Las acusaciones alucinatorias del sociólogo Jorge Elbaum contra la dirigencia judía de la Argentina, publicadas inicialmente en el diario oficialista Página 12 y tomadas luego por la presidenta de la nación para canalizar públicamente sus propias impresiones confabuladoras, la subsiguiente denuncia presentada en base a ello contra la AMIA y DAIA por un conocido filo-nazi local y -como piėce de résistence- la estrambótica carta de renuncia como socio de la AMIA del canciller Héctor Timerman, la que contiene y refuerza las fantasías ya anunciadas, han creado un cierto momento conspirativo en el país.

El ciudadano medio debe ser perdonado por sentirse desorientado ante la repentina avalancha de acusaciones desaforadas esgrimidas por los propagadores de estas teorías conspirativas. Según Elbaum, ella implica, además del fiscal Alberto Nisman, al financista Paul Singer (muy conveniente, dado el desprecio hacia su figura en la narrativa K), think tanks estadounidenses especializados en política internacional tales como la Foundation for the Defense of Democracies, referentes de la comunidad judía norteamericana, como Abraham Foxman de la Anti-Defamation League, la plana mayor de la dirigencia judía argentina de AMIA y DAIA y notables personalidades del quehacer nacional: el escritor Marcos Aguinis, el filósofo Santiago Kovadloff y el constitucionalista Daniel Sabsay. Lo que todos ellos tiene en común es ser críticos del acercamiento argentino a la República islámica de Irán, lo cual posiblemente explique también la mención a Carlos Alberto Montaner, un pensador disidente cubano (ipso facto enemigo de los Castro y CFK) y una de las voces más influyentes de Latinoamérica que ha cuestionado la política exterior argentina.

Para Cristina Fernández de Kirchner el complot denunciado es perfectamente lógico, puesto que “todo tiene que ver con todo cuando se trata de la geopolítica y el poder internacional”. Para ella, estamos ante un “modus operandi global” que “genera operaciones políticas internacionales de cualquier tipo, forma y color”.

Si hasta acá el asunto ya lucía retorcido, los aportes de Juan Gabriel Labaké y Héctor Timerman le han adicionado otra vuelta de tuerca. El primero incorpora al listado de confabuladores a la Radio Jai, la única emisora judía de América Latina, y honra así los delirios ya expresados en un libro de su autoría titulado AMIA y Embajada. ¿Verdad o Fraude? en el que afirma: “es muy probable que ambos atentados [contra la Embajada de Israel en 1992 y contra la AMIA en 1994] hayan sido perpetrados por grupos fundamentalistas religiosos judíos de Israel, amparados y apoyados por un sector del Shin Beth. Me inclino a creer que fue el Gush Emunim y no el Jabad Lubavitch…”. (El Centro Simon Wiesenthal tuvo el tino de notar esta cita). Para quienes no estén familiarizados con la sociedad israelí, el Shin Bet es su servicio de contraespionaje, Gush Emunim es un movimiento nacionalista religioso y Jabad Lubavitch es una agrupación ortodoxa hebrea que tiene su sede mundial en Brooklyn. Como dijo la presidenta, parece que todo tiene que ver con todo.

Y el ilustre canciller en su carta indignada enviada a la AMIA compone un collage formidable: se compara a sí mismo con el padre del sionismo político Theodor Herzl, hace un paralelo entre los dirigentes comunitarios argentinos con los del Gueto de Varsovia, inserta la saga de la familia Graiver y Papel Prensa y nombra a Clarín, La Nación y La Razón. Sí, ya entendimos: todo tiene que ver con todo.

Estos complots atribuidos hoy a los judíos de la Argentina y del exterior tienen un precedente famoso. En 1905 apareció el libro Lo grande en pequeño: el advenimiento del Anticristo y el dominio de Satán en la tierra del místico ruso Sergei Nilus, que contenía un apéndice titulado Los protocolos de los sabios de Sión. Allí se exponían por vez primera los presuntos planes secretos de la judería global para controlar al mundo entero por medio de la manipulación económica, la desinformación de los medios de comunicación y la promoción de los conflictos religiosos. (¡Piense hoy, respectivamente, en Paul Singer, Radio Jai y Jabad Lubavitch!). El eco contemporáneo de esta patraña está en la plataforma del Hamas palestino que acusa a los judíos haber instigado las revoluciones francesa y bolchevique, y en la propaganda del régimen iraní, que acusa a los judíos de haber inventado el mito del Holocausto para extorsionar a las naciones gentiles.

Invariablemente, se ha acusado a las víctimas de ser conspiradoras. Los Protocolos fueron publicados en épocas de la Rusia zarista, donde los pogromos contra judíos eran recurrentes. Irán niega la existencia del Holocausto en tanto planifica la comisión de uno nuevo; contra el estado judío. La presidenta argentina tacha a las principales víctimas del ataque a la AMIA de ser ellas las obstruccionistas. Esta es la quintaesencia del antisemitismo conspirativo.

Puede que a Cristina Fernández, Héctor Timerman, Jorge Elbaum y (quizás) Juan Gabriel Labaké no les gustará la comparación. Pero, a diferencia de sus descabelladas alucinaciones conspirativas antijudías, los hechos históricos son incontestables.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

El berrinche Turco contra Francisco – 25/04/15

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“Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades, sino estupideces” afirmó hace pocos días el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan. ¿Cómo cuando él mismo aseguró que navegantes musulmanes descubrieron el continente americano y que Cristóbal Colón vio una mezquita en Cuba? Recordemos ese memorable discurso televisado durante la ceremonia de clausura de la Primera Cumbre de Líderes Musulmanes Latinoamericanos, celebrada unos meses atrás en Estambul, en el que el mandatario turco declaró: “Navegantes musulmanes habían llegado a las orillas de América en 1178. En sus diarios, Cristóbal Colón se refirió a la presencia de una mezquita sobre una montaña en Cuba”.

No, por supuesto. Erdogan aludía al papa Francisco, quien durante una misa en la Basílica de San Pedro se refirió al exilio forzado y matanza de un millón y medio de armenios entre 1915-1917 a manos de los turcos como “el primer genocidio del siglo XX”. Genocidio es una palabra prohibida en el léxico historiográfico turco, al menos en lo concerniente a sus propias acciones. Para otros puede usarse libremente, en particular si Israel está involucrado. “Israel está aplicando el terror. Israel está en este momento cometiendo un genocidio. No admite que Fatah y Hamás establezcan juntos un gobierno de consenso”, fustigó Erdogan a mediados del 2014.

Francisco no hizo más que reiterar una frase ya pronunciada por Juan Pablo II en el 2001 y honrar su convicción personal de que los turcos cometieron un genocidio contra los armenios, cosa que él ya había dicho cuando era Arzobispo de Buenos Aires. Pero los turcos se ponen muy sensibles con este tema. Ankara llamó a consultas a su embajador ante la Santa Sede, convocó al nuncio en Estambul para asentar su protesta, amenazó con expulsar a los cien mil armenios que residen en Turquía y sus oficiales salieron en manada a atacar indecorosamente al Papa. La embajada turca en Roma envió una nota alegando que esa expresión era “una calumnia”. El Primer Ministro Ahmet Davutoglu tildó a las palabras del pontífice de ser “inapropiadas y facciosas” y a Francisco de haber “adherido a la conspiración” de un “frente del mal”. El Gran Muftí Mehmet Gormez tachó las declaraciones papales de “sin fundamento” e inspiradas “por lobbies políticos y empresas de relaciones públicas”. El Ministro para Asuntos Europeos, Volkan Bozkir, recordó que Francisco provenía de la Argentina, “un país que acogió a los nazis”. El presidente Erdogan acusó al Papa de decir estupideces y le amenazó: “condeno este error y le advierto que no lo repita de nuevo”. Mientras tanto, hackers turcos clamaron autoría por un ataque cibernético al portal del Vaticano.

Ante semejante avalancha provocadora, el Papa respondió sutilmente: “el camino de la Iglesia es el de la franqueza”. De no ser por su mención, como observó el diario español El País, “el centenario de uno de los episodios más oscuros del siglo XX no hubiera tenido tanta relevancia”. Gracias al gobierno turco, hemos presenciado una de las muestras de exhibicionismo político más exageradas de los últimos tiempos.

Quizás Ankara espera poder torcer la determinación papal mediante su reacción desproporcionada, tal como sucedió con Benedicto XVI tras su crítica al Islam radical en Ratisbona en el 2006. Luego de la ola de repudio que sus palabras suscitaron, el Sumo Pontífice viajó a Turquía, expresó apoyo al ingreso de esa nación musulmana a la Unión Europea, rezó en una mezquita histórica en dirección a la Meca y caracterizó al Islam como una religión de amor y tolerancia. Erdogan estaba chocho. Esperemos que esta vez la Santa Sede preserve su firmeza inicial.

En cuanto a Turquía, ya es hora de que asuma una mirada honesta y madura sobre su propia historia. Lo que ocurrió, ocurrió, y ningún berrinche desbocado podrá borrar los hechos.

Infobae, Infobae - 2015

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Por Julián Schvindlerman

  

Contra la banalidad de la indiferencia – 18/04/15

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El filósofo germano-israelí Emil Fackenheim caracterizó la historia del antisemitismo con esta secuencia. Inicialmente se les dijo a los judíos: “ustedes no pueden vivir entre nosotros como judíos”, es decir, deben convertirse. Luego se les dijo: “ustedes no pueden vivir entre nosotros”, es decir, deber partir. Los nazis postularon: “ustedes no pueden vivir”. Y los asesinaron en masa.

Holocausto en hebreo se dice Shoá, término que -según explica Louis Weber, editor de la monumental Crónica del Holocausto: las palabras e imágenes que hicieron historia- surgió en un folleto publicado en Jerusalem en 1940 por el Comité Unido de Ayuda a los Judíos en Polonia. La palabra refiere al exterminio de seis millones de judíos en Europa, entre 1939 y 1945, llevado a cabo por los nazis y sus aliados.

El genocidio de los judíos del siglo último fue algo único en los anales de las masacres sufridas por el pueblo hebreo y, resta aclarar, fue un enorme crimen contra toda la humanidad.

El papel del hombre en este infierno de muerte y destrucción aún es materia de estudio e interpelación. Hubo víctimas y hubo verdugos, hubo colaboradores y hubo resistentes, hubo justos entre las naciones y hubo observadores indiferentes. El Holocausto fue ideado, perpetrado, desafiado y sufrido por hombres. Y las noblezas y las bajezas que signaron esa época atroz serán símbolos de heroicidad y estigmas de vergüenza para toda la raza humana por siempre.

Se atribuye al historiador judío Simón Dubnow, quién fue asesinado por los nazis en Riga en 1941, haber dicho estas palabras finales a sus hermanos: “¡escriban y registren!”. Su llamado, junto al de tantos otros, ha reverberado a través del tiempo y ha legado una literatura del Holocausto, documentada y emotiva a la vez, cuya divulgación se ha convertido en un mandato moral para todos los hombres de bien. Ella nos confronta con la muerte. “Pero el estudio de estas muertes”, en la apta observación del renombrado académico Michael Berenbaum, “es un servicio a la vida”.

En la actualidad hay concientización sobre el Holocausto: películas, museos, testimonios de los sobrevivientes, programas educativos, conmemoraciones oficiales y una vasta literatura académica dan cuenta de ello. ¿Pero comprendemos realmente? ¿Hemos verdaderamente aprendido las lecciones terribles de la Shoá? Una de sus más cruciales lecciones yace -parafraseando a Hanna Arendt- en la banalidad de la indiferencia. Así la retrató para la posteridad Martin Niemöller, un pastor alemán encarcelado entre 1937 y 1945: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

Hoy, tristemente, casi nadie está diciendo nada sobre la incitación genocida que anida en grupos y estados fundamentalistas que anhelan la aniquilación de Israel, el único estado judío del mundo y nación-refugio para los sobrevivientes de la Shoá. El movimiento palestino Hamas anuncia en su carta fundacional que busca la erradicación de Israel y la de todos los judíos donde sea que se encuentren, y a nadie parece importarle. El Estado Islámico tuitea “estamos yendo a matarlos, oh judíos” sin que a alguien eso le mueva una pestaña. El líder del movimiento libanés Hebzolá, Hassan Nasralá, declara impunemente que “si todos los judíos se reúnen en Israel, eso nos va a ahorrar la molestia de ir en pos de ellos por todo el mundo”. El ex presidente iraní Ali Akbar Hashemi Rafsanjani (considerado un moderado) proclamó a inicios de este milenio que “la aplicación de una bomba atómica no dejaría nada en Israel, pero la misma cosa sólo producirá daños en el mundo musulmán”, frase convenientemente olvidada por un Occidente entusiasmado en negociar con Teherán. El estandarte de los houtis que han recientemente derrocado al gobierno en Yemen es “Dios es grande. Muerte a América. Muerte a Israel. Al diablo con los judíos. Poder para el Islam”. ¿A alguien le concierne?

Nos debería preocupar a todos, pues así comienzan los genocidios. Con la propaganda, con la incitación. Es decir, con la destrucción intelectual de las víctimas como preludio a su exterminación física. Primero se los difama y deshumaniza, luego se los ejecuta. El Medio Oriente es un hervidero de feroces proclamas antijudías, de una magnitud no vista desde los tiempos de la Alemania nazi. La manera genuina de honrar la memoria de los mártires judíos asesinados en el pasado es actuar para preservar las vidas de los judíos que están bajo amenaza en el presente. En este Día del Holocausto tomemos conciencia de ello.