Comunidades, Comunidades - 2015

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre el vaticano, santas, ángeles y estados – 27/05/15

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Históricamente, los palestinos han sido más afortunados que los judíos en conseguir el apoyo papal a su causa nacional.

Cuando Teodoro Herzl fue recibido en audiencia por Pío X en 1904 -en el primer encuentro entre un exponente del nacionalismo judío y un Papa- éste respondió al primero: Los judíos no han reconocido a nuestro Señor, por consiguiente no podemos nosotros reconocer al pueblo judío» pero «si ustedes vienen a Palestina y asientan a su gente allí, nosotros estaremos listos con iglesias y sacerdotes para bautizarlos a todos ustedes». El Vaticano vio desfavorablemente la Declaración Balfour y la creación del Mandato Británico sobre Palestina y desarrolló esfuerzos diplomáticos contrarios a los intereses de los sionistas. Una vez que nació el Estado de Israel, Roma se opuso a que fuese aceptado como miembro en las Naciones Unidas. «Todo lo que el Vaticano pudo hacer para evitar nuestra membresía en la ONU fue hecho», lamentó el embajador Aba Ebban. El canciller Moshe Sharret vio en la postura papal «una búsqueda de venganza por el pecado primario, y el ajuste de una cuenta de diecinueve siglos de antigüedad». El premier David Ben-Gurion sintetizó ante el gabinete en 1952: «el Vaticano es hostil a nosotros».

La Santa Sede fue más benigna con el nacionalismo palestino. Yasser Arafat obtuvo su primera audiencia papal en 1982, en época de pleno auge terrorista global de su OLP. Tras la audiencia con Juan Pablo II, dijo Arafat que se trató de «un encuentro histórico muy importante, muy cálido». Mahmoud Labadi, portavoz de la organización palestina, afirmó que la reunión «está en la misma línea que Jesucristo, un palestino que está buscando ayudar al pobre y al oprimido». Arafat partió de la Ciudad del Vaticano en una comitiva de dieciocho automóviles que lo escoltaron por las calles de Roma. Un reportero de Newsweek describió el momento: «Arafat resplandecía dentro de su limusina y levantó sus dedos en una V de victoria triunfante».

La semana pasada, el Papa Francisco recibió en audiencia al sucesor de Arafat, Mahmoud Abbas, a quién llamó «un ángel de la paz». Un cumplido excesivo para un hombre cuya tesis doctoral minimizó el Holocausto, que ocupó por décadas las más altas jerarquías de la OLP -una organización responsable por la muerte de grandes cantidades de inocentes en el mundo entero- que está gobernando hoy ilegalmente a Palestina -su mandato expiró hace seis años- y quien regularmente glorifica a terroristas de la peor calaña, como por ejemplo a Abu Jihad, Abu Daoud, Issa Abd Rabbo y Dalal Mughrabi, entre otros.

La Santa Sede entabló relaciones diplomáticas con la OLP en 1994 y luego de que la ONU reconociera a Palestina como estado observador no miembro en 2012, incorporó el término «Estado de Palestina» en sus documentos oficiales. El indicador más elocuente del posicionamiento vaticano en el conflicto palestino-israelí puede verse en un hecho simple: el Papado estableció relaciones diplomáticas con Israel recién en 1993, a 45 años de la fundación del estado judío. Al estado palestino -hoy inexistente desde un punto de vista jurídico y formal- ya le ha otorgado su reconocimiento.

Un estado que no existe para un ángel que no es tal. El Vaticano siempre fue pro-palestino, pero esta vez parece haber estirado demasiado su caridad.

La canonización de las beatas, a diferencia de las cuestiones diplomáticas arriba señaladas, fue algo distinto. Prima facie, al destacar de manera tan singular a dos monjas árabes-palestinas, el Papa pareció querer endulzar la relación de Roma con Ramallah. «Este es un reconocimiento de la narrativa, la identidad y la historia palestina», exclamó exultante Hanan Ashrawi, famosa personalidad palestina cristiana, «hemos estado aquí durante siglos, y el cristianismo es parte de nuestra identidad. Somos los cristianos más antiguos del mundo». Obsesionados como están en validar su presencia en ese suelo, vieron la canonización como un gesto legitimador.

Sin embargo, al honrar como modelos a dos mujeres católicas del período otomano, Francisco podría haber querido recordar que las penurias de las comunidades cristianas bajo gobierno musulmán no son una novedad. De hecho, una de ellas, Maryam Bouardy, fue intimada a convertirse al islam, se negó, fue golpeada por ello y dada por muerta en la vía pública. Sobrevivió y trabajó como empleada doméstica en Alejandría, Jerusalem y Beirut y se incorporó al convento de las Hermanas de San José de la Aparición. Era oriunda de Nazaret. En un contexto de creciente éxodo cristiano del Medio Oriente musulmán, el Papado pareció enviar así un mensaje de ánimo y perseverancia para las comunidades acosadas. Mahmoud Abbas deberá tomar nota pues la cristiandad está en declive poblacional en las zonas bajo su gobierno; en Gaza cayó a la mitad de lo que era antes del ascenso del Hamas.

Mientras tanto y a diferencia de sus hermanos en Gaza o en Belén, los cristianos de Israel saben que seguirán gozando de sus plenas libertades de fe sin que el Papa de Roma deba recompensar a nadie por ello.