Año 4 – Nro 27
La violencia de género es universal. Está presente en sociedades occidentales y orientales, libres y oprimidas, prósperas y subdesarrolladas. El asesinato de mujeres está tan propagado en el mundo que se ha acuñado un término especial para referirlo, “femicidio”, y el fenómeno es particularmente grave en algunas ciudades de México. En varias naciones árabes, el denominado “asesinato por honor” -bajo el cual mujeres adúlteras o que han tenido relaciones sexuales prematrimoniales son matadas por parientes propios para resguardar el honor familiar- es tan trágico como ubicuo.
Algunos casos recientes de violencia contra la mujer se hicieron emblemáticos. El pasado mes de octubre, el nombre de una niña de catorce años llamada Malala Yousafsay alcanzó atención internacional luego de que un sicario talibán le disparara a quemarropa por haber reclamado mayor educación y libertad para las niñas en Pakistán. Anteriormente, en el Egipto revolucionario del 2011, supimos de la violación grupal que padeció la periodista estadounidense Lara Logan mientras cubría las revueltas en la épica plaza Tahrir en el Cairo en febrero de aquél año, luego sucedida por al menos otros dos abusos en banda contra periodistas foráneas, la francesa Caroline Sinz y la británica Natasha Smith. En la Argentina, el terrible caso de Marita Verón -secuestrada y vendida a una red de trata de personas hace más de una década- precipitó, merced a la tenacidad de su dolida madre, un debate nacional sobre el tema.
En Sudáfrica se da una forma singularmente espantosa de violencia de género conocida como “violación correctiva”. El término refiere a los casos en que hombres someten sexualmente a mujeres lesbianas con el objeto de convertirlas en heterosexuales. Según organizaciones de derechos humanos el fenómeno es prolífico. Más de diez lesbianas son violadas por semana en Cape Town solamente. En la última década más de treinta lesbianas fueron asesinadas. Ciento cincuenta mujeres son violadas diariamente en el país. De cada veinticinco hombres acusados, veinticuatro quedan en libertad.
Amnistía Internacional definió a Sudáfrica como “una capital mundial de la violación”. Según indicó esta ONG, una niña sudafricana que nazca hoy tiene más probabilidades de ser violada que de aprender a leer. “Es algo impensable, pero una cuarta parte de las niñas sudafricanas son violadas antes de cumplir los 16 años” sostiene Amnistía Internacional. INTERPOL ha estimado que la mitad de las mujeres sudafricanas serán violadas durante sus vidas. Las violaciones correctivas no son reconocidas por la ley sudafricana como un crimen y la policía no diferencia en sus estadísticas entre violaciones comunes y correctivas; son pocas las víctimas que denuncian sus casos.
Zukiswa Gaca eligió realizar una denuncia y contar su historia. Ella tenía quince años cuando se fugó de su hogar tras ser violada. Cinco años después padeció otro ataque sexual, esta vez para forzarla a abandonar su gusto por las mujeres. Ella estaba en un bar con amigos cuando un hombre se le insinuó y ella lo rechazó cortésmente, explicándole que era lesbiana. Al salir del lugar, éste la sometió ante la mirada de un amigo común que no hizo nada. Angustiada, se arrojó a las vías del tren. Cuando la locomotora estaba a cien metros de su cuerpo alguien la rescató y llamó a la policía. Otro caso notorio es el de Millicent Gaika, quien fue golpeada, estrangulada con un cable y violada durante cinco horas por un hombre para que dejase de ser lesbiana. Increíblemente, sobrevivió. Ni siquiera la conmoción que siguió a la brutal violación en grupo y posterior asesinato de Eudy Simelanede, la heroína nacional y antigua estrella de la selección sudafricana de fútbol femenino, logró provocar un cambio en el país.
Cherith Sanger del Centro Legal para las Mujeres en Cape Town dijo a la CNN: “Creemos que la violación correctiva demanda mayor reconocimiento sobre la base de que hay múltiples bases de discriminación. No es solamente sobre una mujer que es violada en términos de violencia contra la mujer, lo que es lo suficientemente malo, sino que también tiene que ver con la orientación sexual así es que es otro nivel de discriminación injusta lanzado contra las lesbianas”. Una campaña fue montada por activistas lesbianas sudafricanas para alertar sobre estos hechos y presionar al gobierno a hacer algo serio al respecto. Más de ciento cuarenta mil personas de ciento sesenta y tres países se alistaron y el Ministro de Justicia llegó a recibir en promedio tres mil cartas de protesta por día. “Pero hasta el momento, la única respuesta recibida ha sido de su jefe de gabinete, Tlali Tlali, quejándose del volumen de emails en su iPad” se lamentaron las peticionantes.
Según indican los signatarios de la petición global, en su esfuerzo por dejar atrás la era del apartheid, Sudáfrica fue la primera nación en prohibir en su Constitución la discriminación basada en orientación sexual, el primer país africano en legalizar el matrimonio de personas del mismo sexo, y la primera república en garantizar iguales derechos a sus ciudadanos homosexuales, incluyendo derechos de adopción y acceso al servicio militar. Lo cual torna a la indiferencia oficial sobre este tema en algo especialmente llamativo.
El sometimiento sexual de la mujer ya de por sí es un crimen aberrante, la noción detrás de las violaciones correctivas es escandalosa, y la laxitud del establishment sudafricano no ha hecho más que aumentar el trauma y el dolor de las víctimas de este fenómeno inconcebible.