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Mundo Israelita

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Por Julián Schvindlerman

  

De Buchenwald a Disneylandia – 03/08/20

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Por Julián Schvindlerman
Mundo Israelita – 3/8/2020

En 1957, Elie Wiesel era un joven periodista residente en Nueva York que trabajaba como corresponsal en las Naciones Unidas para el periódico israelí Yediot Aharonot, entonces una versión minúscula del Yediot contemporáneo. Entre otras labores también escribía una columna en yiddish para el periódico The Forverts.  Aquél año, el dueño de Yediot Dov Yudkovsky y su esposa Leah visitaron Estados Unidos y llevaron consigo a Wiesel de viaje por el país. En sus memorias All Rivers Run to the Sea, Wiesel ofrece esta impresión:

“Carreteras interminables desaparecían en un horizonte azul que rodeaba montañas altas incrustadas en cielos de colores cambiantes. Había ríos en cascada y arroyos pacíficos, valles verdes y colinas amarillas, tormentas violentas y espectaculares puestas de sol. Nunca antes había estado tan cerca de la naturaleza. Desde las colinas de San Francisco contemplamos pequeños pueblos flotando en la niebla como en un sueño. En las Montañas Rocosas, las nubes parecían llevar una corona de nieve, para tocarla tendrías que subir al trono de Dios. Espejismos encantadores, son tan desconcertantes que no se puede saber cuál está cerca y cuál está lejos, cuál es real y cuál no. Tienes la sensación de estar presente en una recreación del mundo”.

Intrigado por este párrafo, Menajem Butler, coordinador de programas sobre ley judía e israelí en la Universidad de Harvard, quiso conocer más detalles de ese viaje. Para su sorpresa, no halló referencias en la vasta literatura académica dedicada a la obra de Wiesel en el último medio siglo. Un especialista le dijo que aún no se había hecho un esfuerzo en estudiar todos los artículos que Wiesel había escrito para The Forverts. Tras un año de investigación manual en la biblioteca del Centro de Estudios Judaicos en Yiddish (IWO) de Nueva York, dio con alrededor de mil artículos firmados por Elie Wiesel en las páginas de aquél periódico en yiddish. Allí estaban todos los que el sobreviviente del Holocausto había dedicado a su periplo estadounidense. Entre ellos destacaba uno por su título peculiar: “Una visita a la maravillosa Disneylandia”. A partir de este hallazgo, Butler publicó una nota reveladora a fines de junio en la revista Tablet.

Así iniciaba Wiesel su crónica:

“No sé si un Jardín del Edén espera adultos en el más allá. Sin embargo, sí sé que hay un Jardín del Edén para niños aquí en esta vida. Lo sé porque yo mismo visité este paraíso. Acabo de regresar de allí, pasé por sus puertas, salí del reino mágico conocido como Disneylandia. Y cuando me despedí de ese reino, entendí por primera vez el verdadero significado del dicho francés «partir es morir un poco» [partir, c’est mourir un peu].

Maravillado por la velocidad con la que Disneylandia fue construida (un año y un día según él dice), observa que entonces es creíble que Dios haya creado el mundo en apenas seis días  y agrega: “Hablando de Dios, todavía no me queda claro si debemos agradecerle por haber creado el mundo y la humanidad, pero estoy seguro de que todos los niños que visitan el paraíso de Walt Disney lo agradecerán sin cesar por haber construido Disneylandia”.

También se muestra complacido por el trato dado a los animales:

“Un reino cuyos ciudadanos son felices; un reino que se relaciona, no solo con el hombre, sino también con los animales, humanamente. Por ejemplo: cualquier caballo que trabaje en Disneylandia no puede trabajar más de cuatro horas al día o más de seis días a la semana. En muchos, muchos países, la gente moriría por tales condiciones de trabajo”.

Dice del parque de diversiones: “Ante tus ojos asombrados se revela un reino mágico, donde las preocupaciones y los problemas diarios no tienen lugar”. Y sobre Walt Disney: “La persona que creó esta tierra, este universo, debe ser un genio, un genio singular [… ] Si los niños tuvieran derecho a votar, votarían a Disney como su presidente. Y el mundo entero se vería diferente”.

Según narra Butler, Wiesel concluye su descripción con un recuerdo que data de cuatro años antes, cuando cubrió periodísticamente el Festival de Cine de Cannes en la Riviera francesa y entrevistó a Walt Disney, entonces galardonado con la Légion d’Honneur (Wiesel recibirá este mismo premio en 1984). Wiesel le pregunta qué aspira a lograr con sus películas, a lo que Disney responde tras unos segundos de meditación: “Infancia. El objetivo de mi trabajo siempre ha sido despertar un sentido de juventud en los hombres, en los adultos. Porque la mejor parte de la vida del hombre es su infancia”. Wiesel dará, entonces, este cierre a su nota: “Por difícil que sea admitirlo, no entendí sus palabras en ese momento. Ahora las entiendo mejor, sin embargo, después de haber estado en Disneylandia. Hoy visité no solo Disneylandia, sino también, y especialmente, mi infancia”.

Apenas doce años antes, Wiesel sufría en las barracas de Buchenwald. Es difícil saber si él estaba al tanto de que el padre del ratón Mickey y el pato Donald había ofrecido un tour de sus estudios a  Leni Riefenstahl, la cineasta oficial de Adolf Hitler, en 1938, un mes después del pogromo de la Kristallnacht. En cualquier caso, si el mundo que creó Walt Disney le devolvió la sonrisa a un sobreviviente del Holocausto un día remoto de 1957, podríamos pasar ello por alto.

Coloquio

Coloquio

Por Julián Schvindlerman

  

El dilema de la anexión – 07/20

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Por Julián Schvindlerman
Revista Coloquio – No. 52 (Julio 2020)

http://congresojudio.org/coloquio_nota.php?id=334

La discutida posible anexión* de porciones de Cisjordania contenida en el plan de paz propuesto por la Administración Trump -bien recibida por el gobierno israelí y repudiada por el gobierno palestino- puede ser defendida en términos históricos y políticos. La conveniencia diplomática de avanzar con el plan merece un análisis aparte. Este artículo abordará de manera sucinta estos tres aspectos.

La validación histórica

La historia judía está íntimamente ligada a la región de Judea y Samaria, la actual Cisjordania.

Tras su liberación de la esclavitud en Egipto, los hebreos deambularon durante cuarenta años en el desierto del Sinaí, cruzaron el mar Rojo, ingresaron a lo que hoy se conoce como Jordania y se adentraron a la Tierra Prometida atravesando el bíblico río Jordán; cuyas tierras aledañas hoy el gobierno de Israel considera anexar. La primera localidad que conquistaron los hebreos fue Jericó (a su vez la primera ciudad dada a control palestino en los años noventa del siglo veinte). Fue en Judea y Samaria donde las doce tribus de Israel se asentaron, junto con partes de la Galilea y la actual Jordania. Jerusalem fue establecida como capital de Judea por el Rey David (oriundo de Belén), las ruinas del Gran Templo aún subsisten en la ciudad y son el foco espiritual por excelencia del pueblo judío. Givat Shaul (dónde hoy se encuentra el barrio de Pisgat Zeev) fue sede del palacio del Rey Saúl. Los macabeos, quienes combatieron épicamente la influencia helenizante de los griegos, surgieron de la aldea de Modiín, en la región de Judea y Samaria. Es en esta misma zona donde se encuentra Hebrón, ciudad que alberga la Tumba de los Patriarcas y Matriarcas hebreos: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lea. Qumran -célebre en la era moderna por el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, la más impresionante documentación de la presencia judía en la Tierra de Israel- se ubica a su vez en la región de Judea y Samaria. La misma palabra “judío”, como notó el premier Netanyahu, deviene de la región de Judea.

Este vínculo entre pueblo y tierra distinguió nacionalmente -además de religiosamente- a los judíos de las más grandes comunidades cristianas y musulmanas entre las que residieron por casi veinte siglos tras su expulsión de la Tierra de Israel. Amén de sus distintivas creencias religiosas, el anhelo de retorno a Sión (otro nombre de Jerusalem) -el foco de sus plegarias, la añoranza por la tierra perdida, la identificación con el lugar de sus antepasados- fue el elemento que quizás más que ningún otro ha destacado el carácter de nación del pueblo judío. Fue por ese vínculo atemporal con la Tierra de Israel (Eretz Israel en hebreo) que los judíos eran considerados por otros, y por ellos mismos, “no sólo una minoría, sino una minoría en el exilio” en la caracterización del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem Shlomo Avineri. El eminente historiador y sacerdote anglicano James Parkes señaló que los judíos sólo políticamente habían perdido su tierra, pero nunca la abandonaron espiritualmente ni físicamente. De hecho, además de no haber nunca renunciado al nexo con la tierra, los judíos mantuvieron presencia física en ciertas regiones de la misma en todo momento.

Figuras históricas prominentes dieron crédito al nexo entre los judíos e Israel en su tiempo. Con su ejército en las puertas de Jerusalem en 1799, Napoleón Bonaparte proclamó: “¡Israelitas levantaos! Ahora es el momento de… reclamar vuestra existencia política como una nación entre las naciones!”. Jean-Jacques Rousseau observó: “Atenas, Esparta y Roma han perecido y sus pueblos se han desvanecido de la tierra; aunque destruida, Sión no ha perdido a sus hijos. Se mezclan entre las naciones pero no se pierden entre ellas; ya no tienen a sus líderes, sin embargo aún son una nación…”. El presidente estadounidense John Adams exclamó: “Realmente les deseo a los judíos nuevamente en Judea una nación independiente”.

Cuando los sionistas de la segunda mitad del siglo XIX lanzaron un movimiento político en pos de la realización de la soberanía estatal judía orientaron sus ojos, naturalmente, hacia la tierra que los vio nacer como pueblo, aquella en la que sus reyes habían gobernado, sus jueces, legislado, y sus profetas, profetizado. Tel-Aviv y Eilat no existían cuando Teodoro Herzl escribió su libro El estado judío

La justificación política

Por lo anteriormente indicado, puede verse que los reclamos de soberanía judía sobre Judea y Samaria preceden -y por mucho- a la Guerra de los Seis Días de 1967 y sus consecuencias territoriales. En reconocimiento a esa conexión, el Reino Unido en 1917 emitió la Declaración Balfour, que expresó el beneplácito del Gobierno de Su Majestad en torno al proyecto sionista en Palestina (otra denominación de la región de la Tierra de Israel). La Conferencia de San Remo (1920) de las potencias aliadas que creó el Mandato Británico sobre Palestina, y la ratificación del mismo por parte de la Liga de las Naciones (1922), fueron adicionales herramientas internacionales que legalizaron la promesa británica hecha a los judíos. El área original asignada al pueblo judío para realizar su derecho a la autodeterminación nacional incluía la ahora disputada Cisjordania. A contramano, en 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas se manifestó a favor del establecimiento de un estado judío en Palestina, pero excluyó el Margen Occidental (al que se refirió como “la región montañosa de Samaria y Judea”) del futuro estado judío. La parte judía aceptó la propuesta, la parte palestina la rechazó.

Un resultado de la guerra de agresión árabe contra el estado de Israel en 1948, fue la ocupación jordana de Judea y Samaria (así como la egipcia de Gaza). Esta ocupación careció de sustento legal; de hecho solamente el Reino Unido y Pakistán reconocieron la nueva posesión territorial jordana. En 1967, en una guerra preventiva de autodefensa, Israel puso fin al control jordano sobre Cisjordania así como sobre Jerusalem Oriental (y de Gaza y del Sinaí de Egipto y de los Altos del Golán de Siria). Tras la guerra, Israel ofreció entregar parte de esos territorios capturados a cambio de paz, pero las naciones árabes derrotadas se opusieron a cualquier contacto con Israel. Al hallarse en posesión de áreas históricamente vinculadas al pueblo judío y de importancia estratégica (Cisjordania es adyacente a la llanura costera del país, donde se encuentra el 70% de su población y el 80% de su capacidad industrial) y que reduce su vulnerabilidad militar (un avión de combate puede volar desde Jordania al Mar Mediterráneo, atravesando Cisjordania, en pocos minutos) y ante el rechazo árabe a aceptar negociar la disposición de esos territorios perdidos, el entonces gobierno laborista dio luz verde al asentamiento judío en Judea y Samaria. Con el ascenso del Likud al poder en 1977, el proyecto de los asentamientos en la zona se verá potenciado. En la actualidad hay unos 130 asentamientos con una población de aproximadamente 465.000 israelíes en Judea y Samaria. Cuando el Consejo de Seguridad adoptó, en noviembre de 1967, la resolución 242 que pidió por un intercambio de tierras por paz, fórmula que Israel aceptó a pesar de haber sido el victorioso en la contienda, no había un solo israelí residente en Cisjordania.     

Le tomó más de un cuarto de siglo al liderazgo palestino aceptar la idea de reconocer y negociar con los israelíes; y lo hizo forzado por las circunstancias geopolíticas singulares que rodearon la caída de la Unión Soviética (su patrón diplomático) y la catastrófica alianza de la OLP con el Irak de Saddam Hussein (enemigo de las monarquías árabes) durante la guerra del Golfo, a comienzos de la década de 1990. Así, en 1993 las partes firmaron los Acuerdos de Oslo que permitieron el auto-gobierno palestino en Gaza y en porciones de Cisjordania, dejando el estatus final de los asentamientos como tema de negociación último. El momento de lidiar con este espinoso tema ocurrió en el año 2000, cuando se reunieron el premier israelí Ehud Barak y el presidente palestino Yasser Arafat con la mediación del presidente norteamericano Bill Clinton. Durante las tratativas, Israel ofreció a la Autoridad Palestina casi el 100% de Gaza, alrededor del 95% de Cisjordania (con una compensación territorial dentro de Israel por el porcentaje diferencial), soberanía palestina sobre Jerusalem Este y un retorno simbólico de cien mil palestinos al territorio israelí. Arafat se negó a aceptar esos términos y lanzó una violenta intifada que duró cuatro años y ensangrentó a la región. En el 2008, con Ehud Olmert del lado israelí y Mahmmoud Abbas del lado palestino, un renovado ofrecimiento israelí mejoró los parámetros del 2000 (para entonces la totalidad de Gaza ya estaba en manos palestinas). Una vez más, fue rechazado por el liderazgo palestino.

Finalmente, en enero del 2020, la Casa Blanca presentó una nueva propuesta de paz para la región. Ésta contempla un potencial estado palestino en el 70% de Cisjordania, sin Jerusalem Este como su futura capital (la soberanía israelí fue reconocida por Washington sobre toda la ciudad) y asistencia económica en el orden de los cincuenta mil millones de dólares. Esta ha de ser la primera vez en el último cuarto de siglo que se les pide a los palestinos que concedan parte del territorio reclamado. No sorpresivamente, la Autoridad Palestina repudió esta propuesta, desconoció a Estados Unidos como mediador válido y continuó con su determinación de más de seis años de duración de no negociar un acuerdo de paz.

En la actualidad, los israelíes parecen haber aceptado la idea de que, tras medio siglo de intransigencia política palestina, los derechos históricos del pueblo judío sobre Judea y Samaria ya no deben seguir siendo rehenes de las decisiones equivocadas del liderazgo palestino. Más importante todavía, Estados Unidos parece haber arribado a análoga conclusión.

La conveniencia de la anexión

El plan de paz de la Administración Trump autoriza a Israel a anexar hasta el 30% de Cisjordania. Según datos aportados por una monografía del Washington Institute for Near East Policy, el 29% del área que Israel podría anexar equivaldría a 1613 kilómetros cuadrados que contienen 52 asentamientos que albergan a 358.405 israelíes del lado israelí de la valla de seguridad y a 78 asentamientos del otro lado de la valla, con 107.803 israelíes. De esta forma todos los asentamientos (130) y todos sus habitantes (466.208) quedarían bajo soberanía israelí, incluyendo el valle del río Jordán, interconectados por una red de rutas, puentes y túneles. Este territorio anexado contendría también 78 comunidades palestinas con 109.594 habitantes (4.5% del total de la población palestina de Cisjordania), con 24 comunidades del lado israelí de la valla (18.918 palestinos) y 54 comunidades del lado palestino de la valla (90.676 palestinos).    

-Los riesgos de la anexión

El Primer Ministro Benjamín Netanyahu afirmó que los palestinos residentes en la zona del valle del Jordán que quedasen bajo soberanía israelí no recibirían derechos políticos en Israel y seguirían votando en las elecciones de la AP. Los autores de la monografía arriba citada observan que nada fue dicho sobre palestinos residentes en otras áreas anexadas. En cualquier caso, para los escépticos de la anexión, es claro que el desafío demográfico asociado a una potencial anexión deberá ser tenido en cuenta. Si cerca de 110.000 palestinos fuesen a ser considerados ciudadanos de Israel, ello equivaldría a un incremento de más del 5% en la población árabe-palestina dentro del estado judío, que hoy ronda el 1.9 millón (aproximadamente el 21% de la población total). Los críticos del plan temen que esto potencialmente represente un desafío demográfico y político al carácter judío y democrático de Israel. Argumentan que los últimos veintidós gobiernos en Israel resistieron la tentación anexionista desde junio de 1967 y aducen que esa acción unilateral pondría a la nación contra las cuerdas: sería culpada del fracaso del proyecto de paz y presionada hacia una retirada unilateral con consecuencias potencialmente desastrosas.

Ellos opinan que Israel no debiera poner en riesgo las buenas relaciones que ha creado con los países del Golfo Pérsico en los últimos años y señalan que hace poco el embajador de Emiratos Árabes Unidos publicó una nota de opinión en un diario israelí con el título “Es anexión o normalización”. Remarcan que Israel ya controla la seguridad en el valle del Jordán y en buena parte de Cisjordania, que sólo un país respaldará la anexión y que la medida es de corte ideológico más que pragmático. Les inquieta la reacción de la calle palestina, la posibilidad de una nueva intifada, de otra contienda con misiles y terroristas suicidas de Hamas y una posible intervención oportunista militar de Hezbolá desde el Líbano. A la vez, sostienen que Israel logró exitosamente marginar el asunto palestino de la agenda global y focalizar la atención sobre las amenazas nucleares y militares de Irán, y creen que la anexión reorientaría la mirada regional y mundial hacia los palestinos. Expresan especial preocupación con el estatus de la relación con Egipto y Jordania, e incluso dudan sobre la estabilidad de esta última, al contar con una apreciable población palestina.

Finalmente, plantean que una eventual Administración Biden podría retirar el respaldo dado por Donald Trump, que Europa podría declarar su reconocimiento al estado palestino, y que Israel podría quedar expuesta incluso a sanciones globales.

-La oportunidad de la anexión

Los defensores del plan de anexión alegan que este es un momento único para avanzar. Con elecciones nacionales en el horizonte cercano en Estados Unidos y la posibilidad de que el actual presidente no continúe en la Casa Blanca, proponen pisar el acelerador. Recuerdan la resolución 2334 que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó en diciembre de 2016 que tildó a todos los asentamientos israelíes una “fragrante violación a la ley internacional” y pidió por una distinción entre “el territorio del Estado de Israel y los territorios ocupados desde 1967”. Esta resolución pasó porque la Administración Obama eligió no vetarla, como tradicionalmente hacía Washington ante resoluciones del tipo. Ellos comparan aquél desarrollo con las recientes medidas de la Administración Trump, la que reubicó la embajada estadounidense de Tel-Aviv a Jerusalem en diciembre del 2017, y el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán en marzo de 2019. Consideran que una Casa Blanca Demócrata no será benevolente con los intereses de Israel ni el presidente Biden (ex vice de Obama) tan amigable, menos aun con una acentuada tendencia hacia el radicalismo dentro del partido.

Argumentan que en los últimos años Israel ha abierto puertas cruciales en Asia, África, América Latina y el propio Medio Oriente, y que los nuevos aliados no querrán resentir esos lazos con Jerusalem en aras de la cada vez más tediosa causa palestina. Con un Israel innovador en el campo de la tecnología, la ciencia, la agricultura, la medicina y en el área militar y del espionaje internacional, estas naciones tendrían mucho por perder si optasen por castigar a Israel por su plan de anexión territorial. En particular, notan que los países árabes sunitas valoran la contención regional de un Irán imperial que viene promoviendo Israel exitosamente. Citan el apoyo de algunos países árabes al actual plan de paz y sostienen que estos verían positivamente que Israel normalizara su frontera oriental. Notan que la avalancha de advertencias mundiales que se lanzó en las previas al reconocimiento de Jerusalem como capital y la anexión del Golán resultó infundada.

Asimismo, subrayan que todas las grandes decisiones políticas acarrean riesgos, comenzando con la misma  declaración de independencia de Israel en 1948. Dicen que Israel podrá sobrevivir a las repercusiones negativas pasajeras de esta determinación. En cuanto al problema demográfico, apuntan que en las tratativas de paz de Camp David del 2000 se aceptó la idea de integrar cien mil palestinos a Israel. Por último, enfatizan que no se debe recompensar nuevamente a la parte palestina por su obstruccionismo legendario y que en todo caso el pueblo palestino retendrá el derecho a declarar su estado nacional en el 70% de Cisjordania más el 100% de la Franja de Gaza que ya controla.

Conclusión

A lo largo de su historia, tal como observó la intelectual Einat Wilf, Israel definió sus fronteras por medio de guerras, tratados de paz, resoluciones de la ONU y anexiones. La idea de la anexión presente fue instalada por Washington, no por Jerusalem. Estados Unidos ha incentivado a su aliado israelí a extender su soberanía sobre pociones de un territorio largamente disputado, militarmente relevante, históricamente importante y con casi medio millón de israelíes en el área. Es una oportunidad especial puesto que la opinión de Washington es crítica. La ONU, Bruselas, Beijing y Moscú cuentan geopolíticamente en el Medio Oriente, desde ya. Pero en el proceso decisorio israelí, la validación norteamericana es la más crucial de todas. Hoy la tienen. Y con ella, la chance de resolver en términos favorables a sus propios intereses uno de los asuntos más complejos del conflicto. Con veintisiete años transcurridos desde la firma de los Acuerdos de Oslo, parecen haberse agotado ya las instancias de una negociación efectiva con esta generación de líderes palestinos. La determinación final deberá ser resultado de una cuidadosa ponderación de costos y beneficios, en un contexto ya presionado por la pandemia de Covid-19. Pero he aquí una situación peculiar. Aunque de manera más acotada, por primera vez desde 1967 la historia está ofreciendo a Israel el más raro de los obsequios: una segunda oportunidad.

*Aunque se empleará libremente el término “anexión”, en opinión de este autor su uso es inexacto puesto que legalmente la anexión significa la toma por medio de la fuerza por parte de un estado de un territorio perteneciente a otro estado. La Corte Penal Internacional la considera un crimen de guerra. Conforme ha explicado el profesor de la Universidad George Mason, Eugene Kontorovich, aun si Israel fuese a tomar porciones de Cisjordania de manera unilateral, no lo estaría haciendo sobre territorio perteneciente a otro estado. Ni Israel, ni Estados Unidos ni la Unión Europea reconocen la existencia de un estado palestino, y desde el nacimiento de Israel en 1948 Cisjordania no ha sido parte de ningún estado (la ocupación en una guerra de agresión por parte de Jordania fue reconocida solamente por dos países en todo el mundo). Sería más preciso hablar de “extensión de soberanía” o “aplicación de la ley” sobre esos territorios disputados.

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Julián Schvindlerman es profesor titular de la asignatura Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo. Tiene un blog en The Times of Israel, es columnista en Radio Universidad (Córdoba) y colabora con Infobae y Perfil. Es autor de La Carta Escondida: Historia de una familia árabe-judía;Roma y Jerusalem: La política vaticana hacia el estado judío;Tierras por paz, tierras por guerra; y Triángulo de infamia: Richard Wagner, los nazis e Israel. Posee una Licenciatura en Administración por la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales por la Universidad Hebrea de Jerusalem.

Bibliografía

Avineri, Shlomo. “The Making of Modern Zionism: The Intellectual Origins of the Jewish State” (NY: Basic Books, 1981).
Baker, Alan. “Sovereignty in the West Bank Areas of Judea and Samaria: Historical and Legal Milestones that Make the Case”, The Jerusalem Center for Public Affairs (July 13, 2020).
Dromi, Nave. “Sovereignty Is an Important Step towards Palestinian Defeat”, Middle East Forum (May 27, 2020).
Gold, Dore. “Why Is the Status of the West Bank Such a Charged Issue?”, The Algemeiner (June 18, 2020).
Halevi, Yossi Klein. “Annexation Would Be a Mistake –And a Tragedy”, The Wall Street Journal (June 15, 2020).
Kontorovich, Eugene. “Don´t Buy the ´Annexation´ Hype”, The Wall Street Journal (June 23, 2020).
Lerman, Eran with Efraim inbar. “Phased implementation of the Trump Peace Plan”, The Jerusalem Institute for Strategy and Security (May 31, 2020).
Makovsky, David with Basia Rosenbaum and Lauren Morganbesser. “Mapping West Bank Annexation: Territorial and Political Uncertainties”, The Washington Institute for Near East Policy (June 15, 2020).
Pipes, Daniel. “Annexing the West Bank Would Hurt Israel”, The New York Times (May 7, 2020).
Satloff, Robert. “Wrestling with Annexation: The elusive search for a policy rationale”, The Washington Institute for Near East Poplicy (June 2020).
Stephens, Bret. “Every Times Palestinians Say ´No,´ They Lose”, The New York Times (January 30, 2020).
Wilf, Einat. “Israel and the Territories: Calculating the Risk/Reward Ratio”, Foundation for Defense for Democracies video event (June 2020).
Zilber, Neri. “How Israeli Annexation Talk Is Already Reshaping the Middle East”, Foreign Policy (May 19, 2020).

Infobae, Infobae - 2020

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Por siempre Lenin – 01/07/20

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Por Julián Schvindlerman
Infobae – 1/7/2020

https://www.infobae.com/opinion/2020/07/01/por-siempre-lenin/

La República no borrará ningún rastro o nombre de nuestra historia, no derribará ninguna estatua

Emmanuel Macron

Se necesita un buen nacionalista francés para preservar estatuas, una multitud exaltada para derribarlas y una banda de comunistas alemanes para erigirlas. Tal cosa podríamos concluir al enterarnos del levantamiento de una estatua de Vladimir Ilyich Lenin en Gelsenkirchen, Alemania, días atrás. Se trataría del primer monumento dedicado al padre del bolchevismo ruso en el territorio de lo que previamente fue la Alemania occidental. Como hubo oposición política local a la iniciativa, la estatua fue ubicada en una propiedad privada que pertenece al Partido Marxista-Leninista de Alemania. Ante tan exquisita ironía histórica uno casi se ve tentado en declararse marxista; en la variante Groucho desde ya. Hay que reconocerles el buen sentido del humor a los camaradas alemanes o recordarles esta cita de Karl Marx: “La teoría de los comunistas puede ser resumida en una sola afirmación: la abolición de la propiedad privada”. Tardíamente descubren que sin propiedad privada no tendrían donde ubicar su adorada estatua, fabricada en la antigua Checoslovaquia en 1957.

En un contexto en el cual el espacio público europeo está conmocionado por el derribo y desfiguración de estatuas políticamente incorrectas, la proeza del Partido Marxista-Leninista alemán merece ser destacada. Y por partida doble: por erigir, cuando otros destruyen, y por las agallas de seguir defendiendo a Lenin en el siglo XXI. La ideología política que él inspiró y promovió sacudió al sistema internacional durante buena parte del siglo XX, pasándole por encima a millones de inocentes. Los sueños de un hombre se transformaron en pesadillas para muchos. Si la turba indignada contra las estatuas del pasado ha atacado a las figuras de Winston Churchill, Mahatma Ghandi, George Washington y Otto von Bismarck, es poco menos que extraordinario que Vladimir Lenin sea excusado. Más aun, honrado.

Estas personalidades históricas no fueron tratadas amablemente. A Churchill, el hombre que enfrentó como pocos a Hitler, no le perdonaron alguna frase racista y su política en la india; a Ghandi, líder de la resistencia anti británica pacífica en la India, no le perdonaron sus comentarios racistas sobre los africanos; a Washington, padre-fundador de los Estados Unidos, no le perdonaron haber tenido esclavos; a Bismarck, unificador de Alemania en 1871, no le perdonaron su pasado imperial en África. La furia colectiva con el pasado alcanzó incluso al propio Abraham Lincoln, liberador de los esclavos afro-americanos: el Memorial de la Emancipación ubicado en la capital de Estados Unidos, cuya creación fue pagada por esclavos liberados en 1876, también fue cuestionado (por mostrar a Lincoln parado y a su lado, a un afro-americano arrodillado). No así Lenin, quien fue cubierto con un manto de inmunidad adulatoria. “Lenin fue un pensador de importancia histórica mundial adelantado a su tiempo, uno de los primeros luchadores por la libertad y la democracia”, aseguró el líder de los marxistas-leninistas alemanes, Gabi Fechtner. Que la estatua de Lenin brille al sol en Alemania mientras la de Churchill deba ser cubierta en Inglaterra para que no sea vandalizada es un comentario elocuente acerca del espíritu de nuestros tiempos.

El líder bolchevique fue un pensador tan adelantado a su tiempo que algunas de sus ideas continúan siendo ininteligibles más de un siglo después. “Detrás de la escolástica epistemológica del empirocriticismo”, escribió Lenin en la conclusión de su obra La revolución reciente en las ciencias naturales y el idealismo filosófico (1908), “uno no puede dejar de ver la lucha de las partes en la filosofía, una lucha que en última instancia refleja las tendencias y la ideología de las clases antagónicas en la sociedad moderna”.

Y pensar que el Premio Nobel de Literatura fue dado a Churchill. A todas luces una equivocación histórica que clama por ser enmendada.

El autor es profesor en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo

The Times of Israel, The Times of Israel - 2020

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

Mutiny On Board The New York Times – 14/06/20

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By Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 14/6/2020

https://blogs.timesofisrael.com/mutiny-on-board-the-new-york-times/

In this century so far, The New York Times has published opinion columns by the bloody Taliban deputy leader Sirajuddin Haqqani, by PLO Terrorist-in-Chief Yasser Arafat, by crazy Libyan dictator Muamar Gaddafi, by theocratic Iran´s foreign minister Mohammad Zarif, by Russian authoritarian president Vladimir Putin, by populist Turkish premier Recep Tayyip Erdogan, as well as by Palestinian convicted criminal Marwan Barghouti. Rarely has any of these raised an objection from the Times staff (I have found only one lamenting tweet concerning the Haqqani column). Certainly nothing compared to the scale of the outraged reaction to a recent column by Arkansas Republican Senator Tom Cotton. That men with blood on their hands got a free pass at the Times opinion page whereas a mere political opinion of an elected senator elicited the moral fury of much of the newspaper’s journalists, says something about the organizational culture prevailing at the Times.

Senator Cotton dared to call for sending soldiers to contain the violent protests that were shaking the entire country, due to the inability of the police to do so, after the reprehensible murder of African-American George Floyd by a white policeman in Minnesota. He did not call for a general suppression of the peaceful protests, but for a reinforcement of containment against the looting, arson, beatings, vandalism and killings that several of the protesters were carrying out. His view was shared by 58% of Americans, 48% of Democratic voters, and 37% of African-Americans according to a Morning Consult poll. A 2019 Gallup poll showed that 73% of Americans trust the military. In the midst of the hubbub, twenty-three states had already summoned the National Guard, including several states governed by Democrats, as Noah Rotham noted in Commentary. The idea had previously been raised by President Trump, had been implemented by past presidents, and is a legal measure.

The same people who did not hesitate to justify the violent excesses of the protesters (and who completely ignored their Covid-19 social-distancing transgressions) felt physically threatened by an editorial column. “Running this puts Black @nytimes staff in danger” newspaper employees tweeted en masse. The journalists union defined it as “a clear threat to the health and safety of the journalists we represent.” The next day several employees did not show up for work. Opinion editor James Benett defended his decision on the basis of a necessary debate of ideas, especially divergent ideas. The publisher of the Times A.G. Sulzberger endorsed him -“I believe in the principle of openness to a range of opinions, even those we may disagree with, and this piece was published in that spirit”- until he stopped doing so. “We have concluded that the essay did not meet our standards and should not have been published,” said an editor’s note attached to Mr. Cotton’s column. By the week´s ending, James Bennet was fired.

This moral riot occurred at a newspaper that last year promoted an investigation titled “1619 Project” that basically postulates that the United States was conceived in sin of slavery. It was severely criticized by various historians for its alleged mistakes and distortions, but that is not the point. What is relevant here is that The New York Times is a progressive daily highly sympathetic to African Americans. None of that mattered to the angry neo-Stalinists, who longed for heads to roll instead of debating ideas. Rather than challenge Senator Cotton’s views and set out to confront him intellectually, they barricaded themselves in their ideological fortress, from where they comfortably protested. “There is a spirit of ferocious intellectual intolerance sweeping the country and much of the journalistic establishment with it,” lamented a conservative Times columnist.

The shake-up at the Times was followed by other layoffs. The editors of The Philadelphia Inquirer newspaper and Bon Appétit magazine were guillotined for the crime of disagreeing with the ideological fashions of the moment. The Philadelphia Inquirer case is especially serious. The newspaper’s historic editor and Pulitzer Prize winner was cast for the title chosen for an op-ed: “Buildings matter, too” written by an architect concerned about the ongoing building devastation (an obvious allusion to the “Black Lives Matter” movement, the engine of the protests). “On matters deemed sacrosanct -and today that includes the view that America is root-and-branch racist- there is no room for debate,” observed an editorial in The Wall Street Journal, “You must admit your failure to appreciate this orthodoxy and do penance, or you will not survive in the job.”

This is known in the United States as cancel culture. Thus defines it the digital dictionary of pop culture: “Cancel culture refers to the popular practice of withdrawing support for (canceling) public figures and companies after they have done or said something considered objectionable or offensive. Cancel culture is generally discussed as being performed on social media in the form of group shaming.” The social justice warriors reaped other triumphs. HBO Max discontinued the classic 1939 film Gone with the Wind for its alleged racial insensitivity, even though it won an Oscar for a black actress for the first time. This happened after the Los Angeles Times published a column by John Ridley, screenwriter of the award-winning film Twelve Years a Slave, in which he asked exactly for it. Paramount canceled the reality show Cops, which portrays the daily activities of police officers in the United States. Calls to defund the police soon emerged. Statues of slavers and controversial figures were removed: among them that of former mayor and police commissioner Frank Rizzo, in Philadelphia; the statue of Edward Carnack, a former American senator, in Tennessee; a 1889 statue honoring Confederate soldiers in Virginia; the 115-year-old statue of the Confederate sailor Charles Linn, that of the Confederate General Robert E. Lee, and that of the Confederate Admiral Raphael Semmes, all three in Alabama. In Minneapolis, a statue of Christopher Columbus was thrown to the ground. The trend crossed the Atlantic Ocean and reached Belgium and the United Kingdom, where even a statue of Winston Churchill was defaced.

As the angry mob acted, there was a boomerang effect: Senator Cotton’s op-ed became the most widely read in the Times the week of its publication, and DVD or Blue-Ray copies of Gone with the Wind sold out in Amazon.

The cause of anti-racism is obviously laudable. The problem here is the neo-Stalinist excesses that are taking over it. A motto of these protests is “silence is violence.” Apparently, no one has the right to remain silent. Indifference is unacceptable. Solidarity is mandatory. You must speak up, protest, and demand. Of course, you must express yourself in favor of the prevailing dogma. No questions asked. Otherwise, the motto will take a sinister turn and you will be silenced –maybe, with violence.

Version en Español:

Motín a bordo del New York Times:

En lo que va del siglo, el New York Times publicó columnas de opinión del sanguinario líder Talibán Sirajuddin Haqqani, del Terrorista-en-Jefe de la OLP Yasser Arafat, del delirante dictador libio Muamar Gaddafi, del canciller del teocrático Irán Mohammad Zarif, del presidente autoritario ruso Vladimir Putin, del populista premier turco Recep Tayyip Erdogan, así como del criminal convicto palestino Marwan Barghouti. Rara vez alguna de estas plumas ocasionó alguna objeción del staff del Times (yo hallé un solo tweet en relación a la columna de Haqqani). De seguro nada en comparación con la magnitud de la reacción indignada ante una reciente columna del senador republicano por Arkansas Tom Cotton. Que hombres con manos ensangrentadas hayan tenido un pase libre a la página de opinión del Times y que una simple opinión política de un senador electo haya sido el objeto de la furia moral de muchos de los periodistas del diario, dice algo acerca de la cultura organizacional reinante en el Times.

El senador Cotton incurrió en la osadía de pedir el envío de soldados a contener las protestas violentas que estaban sacudiendo a todo el país, ante la incapacidad de la policía de poder hacerlo, tras el repudiable asesinato del afro-americano George Floyd en manos de un policía blanco en Minnesota. Él no clamó por una represión general de las protestas pacíficas, sino por un refuerzo de contención frente a los saqueos, incendios, golpizas, vandalismo y homicidios que varios de los manifestantes estaban llevando a cabo. Su opinión era compartida por el 58% de los estadounidenses, el 48% de los votantes Demócratas y el 37% de los afro-americanos según una encuesta de Morning Consult. Una encuesta de Gallup del 2019 mostró que el 73% de los estadounidenses confía en las fuerzas armadas. En el clima de alboroto, veintitrés estados ya habían convocado a la Guardia Nacional, entre ellos varios gobernados por Demócratas, tal como observó Noah Rotham en la revista política Commentary. La idea había sido previamente elevada por el Presidente Trump, había sido implementada por previos presidentes y es una medida legal.

Las mismas personas que no tenían reparos en justificar los excesos violentos de los manifestantes (y que ignoraron por completo sus violaciones al distanciamiento social del Covid-19) se sintieron físicamente amenazados por una columna editorial. “Publicar esto pone en peligro al personal  negro del @nytimes” tweetearon masivamente los empleados del diario. El sindicato de periodistas lo definió como “una clara amenaza para la salud y la seguridad de los periodistas que representamos”. Al día siguiente varios empleados no se presentaron a trabajar. El editor de opinión James Benett defendió su decisión sobre la base de un necesario debate de ideas, especialmente de ideas divergentes. El dueño del Times A.G. Sulzberger lo respaldó -“Creo en el principio de apertura a una variedad de opiniones, incluso aquellas con las que no estamos de acuerdo, y este artículo fue publicado en ese espíritu”- hasta que dejó de hacerlo. “Hemos concluido que el ensayo no cumplió con nuestros estándares y no debería haber sido publicado” decía una nota del editor posteriormente adjuntada a la columna del Sr. Cotton. Para cuando la semana estaba terminando, James Bennet estaba despedido.

Este motín moral ocurrió dentro de un diario que el año pasado promovió una investigación titulada “Proyecto 1619” que básicamente postula que Estados Unidos fue concebido en el pecado de la esclavitud. Fue severamente criticado por varios historiadores por sus presuntos errores y distorsiones, pero ese no es el punto. Lo relevante aquí es que el New York Times es un medio progresista simpatizante de los afroamericanos. Nada de eso importó a los neo-estalinistas enojados, quienes presionaron para que rueden cabezas en vez de debatir ideas. En lugar de desafiar las opiniones del senador Cotton y salir al campo travieso a confrontarlo intelectualmente, se atrincheraron en su fortaleza ideológica, desde cuyo cómodo encierro protestaron. “Un espíritu de feroz intolerancia intelectual está atravesando al país y mucho del establishment periodístico con él” lamentó un columnista conservador del Times.

El sacudón en el Times fue sucedido por otros despidos. Los editores del diario Philadelphia Inquirer y de la revista Bon Appétit fueron guillotinados por el delito de discrepar con las modas ideológicas del momento. El caso del Philadelphia Inquirer es especialmente grave. El editor histórico del diario y ganador del premio Pulitzer fue echado por el título elegido para una nota de opinión: “Los edificios también importan” escrita por un arquitecto preocupado por la devastación edilicia de los vándalos (una alusión obvia al movimiento “Las vidas negras importan”, motor de las protestas). “En asuntos considerados sacrosantos -y hoy eso incluye la opinión de que Estados Unidos es racista de raíz a rama- no hay lugar para el debate”, observó un editorial del Wall Street Journal, “Uno debe admitir su incapacidad para apreciar esta ortodoxia y hacer penitencia, o no sobrevivirá en el trabajo”.

Esto es lo que en Estados Unidos se conoce como la cultura de la cancelación. Así la define el diccionario digital de la cultura pop: “La cultura de la cancelación se refiere a la práctica popular de retirar el apoyo (cancelar) a figuras públicas y compañías después de que hayan hecho o dicho algo considerado desagradable u ofensivo. La cultura de la cancelación generalmente se discute como realizada en las redes sociales en forma de escarnio grupal”. Los justicieros sociales cosecharon otros triunfos. HBO Max descatalogó la película clásica de 1939 Lo que el viento se llevó por su supuesta insensibilidad racial, aunque marcó la primera vez que una actriz negra ganase un premio Oscar. Ello ocurrió luego de que Los Angeles Times publicara una columna de John Ridley, guionista de la premiada película Doce años de esclavitud, en la que pedía exactamente ello. Paramount canceló el programa de tele-realidad Cops, que retrata el quehacer diario de los policías en Estados Unidos. No tardaron en emerger llamados a quitar fondos a la policía. Estatuas de esclavistas y figuras controvertidas fueron removidas: entre ellas la del ex alcalde y comisionado de policía Frank Rizzo, en Filadelfia; la estatua de Edward Carnack, un ex senador estadounidense, en Tennessee; una estatua de 1889  en honor a los soldados confederados en Virginia; la estatua de 115 años de antigüedad del marinero confederado Charles Linn, la del general confederado Robert E. Lee y la del almirante confederado Raphael Semmes, las tres en Alabama. En Minneapolis, una estatua de Cristóbal Colón fue tirada al piso. La movida cruzó el océano Atlántico y llegó a Bélgica y Reino Unido, donde incluso una estatua de Winston Churchill fue desfigurada.

Mientras la turba iracunda actuaba, hubo un efecto boomerang: la nota del senador Cotton fue la más leída en el Times la semana de su publicación y en Amazon se agotaron las copias en formato DVD o Blue-Ray de Lo que el viento se llevó.

La causa del anti-racismo es obviamente loable. El problema aquí es el exceso neo-estalinista que la está copando. Un lema de estas protestas es “el silencio es violencia”. Aparentemente, nadie tiene derecho a permanecer callado. La indiferencia es inaceptable. La solidaridad, obligatoria. Se debe hablar, protestar, reclamar. Eso sí, uno debe expresarse a favor del dogma imperante. Sin formular preguntas. De lo contrario, el lema adquirirá un giro siniestro y uno será silenciado –quizás con violencia.

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Por Julián Schvindlerman

  

Sartre y el existencialismo árabe – 12/06/20

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Por Julián Schvindlerman
Libertad Digital (España) – 12/6/2020

https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2020-06-12/julian-schvindlerman-sartre-y-el-existencialismo-arabe-91015/

A fines de los años 1950, el mundo árabe era uno de los espacios más receptivos al existencialismo fuera de Europa. Jean-Paul Sartre era un nombre conocido en los ámbitos intelectuales de la región. Con la sola excepción de Karl Marx, fue el intelectual occidental más leído, traducido, debatido y admirado. El autor egipcio Ahmad Abbas Salih lo expresó con precisión en una carta pública dirigida al filósofo francés: “Tu influencia en esta región es más profunda y más amplia que la de cualquier otro escritor. Tú eres el único escritor occidental al que todos los diarios árabes siguen de cerca”. En su magistral No Exit: Arab Existentialism, Jean-Pail Sartre, and Decolonization (Sin salida: El existencialismo árabe, Jean-Paul Sartre y la descolonización), el académico Yoav Di-Capua aborda la relación de amor y odio que unió fugazmente a los árabes con este pensador francés.

En su búsqueda del “nuevo hombre árabe” en un Medio Oriente poscolonial, una pléyade de intelectuales árabes vieron en Sartre a un héroe, un modelo, un guía. Su antiimperialismo, antiamericanismo y anticolonialismo, junto a su filo-tercermundismo, sedujeron intensamente a la intelligentsia mesoriental, la cual expresó su apego al existencialismo sartreano por medio de grandes cantidades de ensayos, cuentos, novelas, poemas, obras de teatro, críticas literarias y reseñas culturales autóctonos. Entre sus adeptos más destacados cabe mencionar a la pareja libanesa conformada por el escritor Suhayl Idris y la traductora Aida Matraji, al intelectual-activista palestino Fayiz Saygh, a la autora feminista Layla Baalbaki, al novelista sirio Hani al-Rahib, al poeta iraquí Husayn Mardan y, en el campo egipcio, al matrimonio Liliane y Lufti al-Khuli, al filósofo Abd al-Rahman Badawi, al crítico literario Mahmud Amin al-Alim y al introductor de Sartre a las letras árabes, Taha Husayn. Sartre los reciprocó, al establecer conexiones intelectuales y vínculos personales con varios de ellos.

El iconoclasta pensador francés se había ganado los corazones de buena parte de la intelectualidad tercermundista desde que había escrito un prefacio polémico al icónico libro Los condenados de la Tierra del escritor revolucionario caribeño Frantz Fanon, en el cual defendía a la insurgencia argelina contra Francia en términos muy violentos. “Matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido”, decía allí Sartre, “quedan un hombre muerto y un hombre libre”. Su desprecio por el colonialismo europeo lo llevó a criticar la política británica antisionista en Palestina. Declaró en 1947 “no podemos desvincularnos de la causa de los hebreos” y al año siguiente definió como “un luchador por la libertad” a un militante de la Banda Stern que había sido atrapado con explosivos.

Enseguida se mostró ambivalente en torno a la cuestión israelo-palestina. Celebró el establecimiento del Estado de Israel como “uno de los eventos más importantes de nuestra era, uno de los pocos que nos permiten hoy preservar la esperanza” y a la vez apoyó el derecho de los palestinos a retornar a las casas que dejaron atrás en la guerra de 1948; lo que estaba en las antípodas de su respaldo a la existencia de Israel. Tal como dijo su discípulo israelí Ely Ben Gal: “Sartre era muy proisraelí y también muy propalestino”.

Cuando visitó Egipto e Israel a principios de 1967, esa contradicción sartreana eclosionó con fuerza. Su intento en mantener la neutralidad política respecto del conflicto árabe-israelí lo empujó hacia la incongruencia intelectual. Como resultado de ese viaje, Sartre perdió su estatus de figura reverenciada en el mundo árabe. Di-Capua detalla el intenso y escandaloso periplo.

En febrero de aquél año, Sartre arribó a Egipto en compañía de Simon de Beauvoir y Claude Lanzmann. La liberalidad del trío de amantes intelectuales (la feminista francesa era pareja del filósofo y había sido amante del cineasta) era poco menos que extraña para el conservadurismo local. Sartre saludó por medio de una carta abierta en árabe a sus anfitriones: “Por mucho tiempo, y especialmente desde la guerra de liberación argelina, lazos de fraternidad nos unen”. La revista popular Al-Hilal los recibió con fotos de Sartre, Beauvoir e -inesperadamente- una semidesnuda Briggite Bardot en su portada y contratapa. Asimismo, el filósofo se sorprendió al toparse con la edición árabe de su obra El existencialismo es humanismo al notar que la tapa llevaba una mujer desnuda.

Mantuvieron una reunión de tres horas de duración con el presidente Gamal Abdel Nasser, quien les causó una excelente impresión. La pareja francesa dio dos conferencias en la Universidad del Cairo. Sartre parece no haber impresionado demasiado con su ponencia sobre el papel del intelectual en la sociedad contemporánea (un extranjero presente la caracterizó de “un pedazo de mierda”) mientras que Beauvoir electrizó a la audiencia con un alegato feminista y anti-patriarcal. Durante una visita a  dos campamentos de refugiados palestinos en Gaza, Sartre respaldó el derecho al retorno palestino: “Yo reconozco por completo el derecho nacional de los refugiados palestinos a regresar a su país”. A la vez, la pareja quedó impresionada por las paupérrimas condiciones de existencia en los campamentos, por las que responsabilizaron a las naciones árabes. Esa visitó concluyó caóticamente cuando una muchedumbre quiso evitar que Lanzmann tomara el rollo de un fotógrafo que había captado a Sartre junto a un niño con la bandera palestina. Epítetos antijudíos acompañaron la escena. Una cena con el titular de la OLP, Ahmad Shuqayri también causo decepción. El filósofo francés favorecía tanto el derecho a la existencia de Israel como el derecho de los palestinos al retorno, “pero”, según recordó luego Beauvoir, “los palestinos insistieron que los judíos deberían expulsados de la Palestina ocupada”. 

El trío arribó a Israel a mediados de marzo. Muchos israelíes veían esa visita con suspicacia. El recuerdo no muy lejano de otra visita polémica -la de Hannah Arendt, para cubrir el juicio a Eichmann- y la superposición del arribo con el del escritor alemán Günter Grass -quién había criticado a Israel por el acuerdo de reparaciones con Alemania- puso la sensibilidades a flor de piel. La dinámica interna del grupo de intelectuales venía agitada al punto que Lanzmann, fastidiado por lo que él consideraba una actitud prejuiciosa de Sartre hacia los israelíes, abandonó el tour y regresó a Paris. Sartre se reunió con el líder socialista Meir Yaari (con quien tuvo una tensa conversación sobre el retorno palestino), con el ministro laborista y ex general Yigal Alon (“el fascista más simpático que jamás he conocido”), con el titular de la Confederación General de Trabajadores (“su Histadrut es un monstruo sagrado”), y con el primer ministro, el presidente y otras autoridades oficiales. Sartre se rehusó a visitar una base militar (aunque sí lo hizo en Egipto) y canceló un encuentro pautado con Ytzjak Rabin, entonces jefe del ejército (“vine a reunirme con el pueblo, la izquierda y la sociedad civil, no con los militares”), dejó sin efecto reuniones con parlamentarios de centro y derecha, con editores de izquierda y, controversialmente, levantó un encuentro con David Ben-Gurion. Mantuvo las reuniones pautadas con ciudadanos árabes-israelíes, con miembros del Partido Comunista israelí, con activistas opuestos a la guerra de Vietnam, con sobrevivientes del Holocausto y con el prominente académico Gershom Sholem. Cerró su viaje con una conferencia de prensa en Tel-Aviv tras la cual Le Monde le atribuyó una frase amable sobre Theodor Herzl, padre del sionismo político. Esto provocó una reacción airada en la prensa árabe y forzó al filósofo francés a publicar una aclaración en la que reiteraba su postura favorable a la existencia y soberanía de Israel y contraria a la idea de que todos los judíos del mundo debían emigrar allí.

Así sintentiza Di-Capua la excursión de Sartre al país hebreo: “aunque se esforzó en no decir ni escribir nada concluyente, sus gestos, lenguaje corporal y actitud general condescendiente mostraron una aversión profunda al sionismo. Deploró el militarismo y rechazó cualquier cosa identificada con el estado israelí, sus símbolos, rituales y narrativas”.    

Sartre se guardaba un haz en la manga, no obstante. A fines de mayo, con la Guerra de los Seis Días avecinándose rápidamente, destacados artistas, escritores, periodistas y profesores publicaron una declaración en Le Monde que en parte decía “Los abajo firmantes intelectuales franceses […] afirmamos que el Estado de Israel está ahora mostrando un claro deseo de calma y paz […] Israel es el único país cuya misma existencia está en juego […]”. Entre ellos estaban Arthur Koestler, Pablo Picasso, Marguerite Duras, Simon de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Este pronunciamiento marcó el corte definitivo entre Sartre y sus admiradores árabes. Previamente incómodos con la ambigüedad política del intelectual, ahora estaban decididamente irritados. En Irak, todas las publicaciones de Sartre y Beauvoir fueron prohibidas. En Argelia, libros de Sartre fueron quemados. En Egipto, un grupo de intelectuales condenó a Sartre con vehemencia y la revista Al-Hilal vaticinó una era post-Sartreana en la región. En un gesto cargado de dramatismo, la viuda de Frantz Fanon, Josie, pidió a la editorial de su difunto marido que removiera el famoso prefacio del pensador francés de Los condenados de la Tierra, a lo que la editorial se avino en la siguiente edición. En el año 2000, el intelectual palestino Edward Said dirá que Sartre fue “una decepción amarga para todo árabe (no argelino) que lo haya admirado”.

Sin embargo, Sartre nunca abandonó del todo su zigzagueo moral. Cuando terroristas palestinos masacraron a once deportistas israelíes en las Olimpíadas de Múnich en 1972, justificó la acción como una forma de resistencia legítima. En 1974 se sumó a otros intelectuales que protestaron contra la decisión de UNESCO de boicotear a Israel. Dos años después aceptaba un doctorado honoris causa de la Universidad Hebrea de Jerusalem, lo cual era singularmente interesante dado su repudio al Premio Nobel de Literatura en 1964. Andando el tiempo, un segmento de la intelectualidad árabe hizo las paces con el existencialista francés. En 1980, en coincidencia con la muerte de Sartre, Suhayl Idris publicó una edición especial titulada “La ausencia de Sartre” dedicada a sus posturas políticas ambivalentes, con estudios académicos sobre sus teorías, traducciones de sus artículos sobre Argelia, Cuba y el colonialismo, su prefacio al libro de Fanon y obituarios franceses sobre su persona.

Di-Capua nos regala una perla final. Un vestigio curioso de la era del existencialismo en el Medio Oriente se encuentra en un barrio de la ciudad del Cairo: un almacén llamado “El Ser y la Nada” (al Wujud wal Adam). Sartre podría, pues, hallar consuelo en el hecho de que, cuarenta años después de su muerte, su legado en el mundo árabe no ha sido del todo descartado.

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Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

La cuarentena como fetiche social – 29/05/20

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Por Julián Schvindlerman
Infobae – 29/5/2020

https://www.infobae.com/opinion/2020/05/29/la-cuarentena-como-fetiche-social/

Según datos oficiales del 2017 del Ministerio de Salud, en nuestro país murieron aquél año 97.219 personas por enfermedades cardiovasculares, 65.488 por tumores, 64.869 por enfermedades respiratorias, 19.419 por lesiones y 14.495 por enfermedades infecciosas. En total, considerando otros males, perdieron sus vidas 341.688 personas (cuatro portadas de alto impacto del New York Times). Esto fue solamente en un año, solamente en la Argentina. Esa cifra no está lejos del total de muertos por Covid-19 en todo el mundo: 359.991 al momento de escribir estas líneas. Esa cantidad de fallecidos sobre una población mundial de alrededor de 7.800 millones da una tasa de letalidad del 0,00461%. En lo que va de la corona-crisis, han muerto unos 500 argentinos. Respecto de la población nacional de casi 45 millones equivale a una tasa de letalidad del 0,00111%.

Sin embargo, las cuarentenas de poblaciones enteras -con efectos destructivos sobre las economías nacionales y las psicologías individuales- han sido la norma desde que el nuevo virus se propagó desde China a todo el planeta. El Estado argentino no fue la excepción. Como se informó, ha impuesto sobre el país la que promete ser la cuarentena más extendida del globo, con la sola excepción de Estados Unidos (cien mil muertos por Covid-19), que le gana por meros tres días: ochenta días corridos se cumplirán el 8 de junio, nueva fecha de extensión. No es sencillo juzgar esa decisión desde el punto de vista sanitario: a diferencia de las enfermedades cardiovasculares y otras, el Coronavirus es altamente contagioso, el pico de contagios en la Argentina se avecina y además los científicos le dan combate con información todavía incompleta. Pero esto tampoco significa que debamos aceptar la imposición de las cuarentenas acríticamente ni abstenernos de evaluarlas holísticamente.

Considérese el caso de Neil Fergusson, el eminente científico inglés del Imperial College London que creó los modelos que sirvieron de guía para buena parte de las naciones. Brendan O´Neill, editor de Spiked, husmeó en sus proyecciones pasadas y no lucen muy precisas. Al inicio de esta crisis sanitaria, Fergusson proyectó un escenario posible de poco más de medio millón de británicos muertos por Covid-19. La situación allí no es buena, pero la cifra actual de alrededor de 37.000 fallecidos no está ni remotamente cerca de ese guarismo alarmista. A su vez anticipó dos millones doscientas mil muertes por Coronavirus en Estados Unidos; al momento hubo cien mil. Según su modelo, para principios de mayo podrían haber muerto en Suecia unas cuarenta mil personas por Covid-19, pero el número se ubicó en menos de tres mil. En 2005, Fergusson estimó que hasta 200 millones podrían morir de gripe aviaria globalmente. Al final murieron menos de trescientos entre 2003 y 2009. Durante la gripe porcina el gobierno británico se basó en sus modelos para proyectar 65.000 muertes en el peor de los escenarios; 457 murieron finalmente. Este científico perdió su empleo como asesor del gobierno británico cuando se descubrió que se reunía furtivamente con su amante casada, quebrando así el mismo confinamiento que él había defendido a capa y espada. Con todo, “Ferguson realmente debería ser criticado por sus modelos, que parecen cada vez más cuestionables, no por su moral” observó O´Neill. Las proyecciones de Fergusson se basaron en los peores escenarios posibles, que es parte del análisis científico legítimo. Pero esas estimaciones alarmistas forjaron políticas de estado extremas.

Italia ofrece un ejemplo ilustrativo. Según el eminente médico Yoram Lass, quien fuera director general del Ministerio de Salud israelí, en 2017 fallecieron 25.000 italianos por afecciones gripales. Este año, murieron 30.000 por Coronavirus. “Es un número comparable. No deberías arruinar un país por cifras comparables”, sentenció.

A esta altura, las cuarentenas han adquirido su propio estatus simbólico en las sociedades. Muchos gobiernos las han convertido en tótems salvadores del mal que acecha allí afuera. El nuevo fetichismo tiene sus rituales y sus obsesiones: la mascarilla en la cara -nuestro propio velo islámico sanitario- al salir de la casa, el alcohol en gel sobre las manos al volver, el aplauso al Estado Protector desde los balcones cada noche, la distancia social de metro y medio en la calle. Como todo dogma, también conlleva restricciones: nada de abrazos con seres queridos, ni salidas grupales, ni desplazamientos en automóviles, ni caminatas recreativas en los parques. Por sobre todo, nada de planteos heterodoxos sobre la racionalidad de estos virtuales arrestos domiciliarios masivos o sus efectos adversos. O´Neill lo grafica con elocuencia: “Debes cubrirte la cara, mantener la distancia, renunciar al sexo, ir de compras, regresar a tu casa. Cuestionar nada. Comer tus comidas, hacer tus ejercicios, mirar las noticias, irte a dormir. Y esperar la liberación de parte del oficialismo”. En su impresión, la misantropía es el motor que impulsa la ideología de las cuarentenas: “Hemos sido incitados a no sólo temerle a una enfermedad, sino a nosotros mismos… Mantente alejado de la gente. No la toques. No te sientes a su lado. Ellos podrían estar enfermos. Y  podrías estar enfermo.”    

Como los ciudadanos son un peligro para ellos mismos, el Estado Nacional debe cuidarlos. El Gran Hermano debe velar por ellos, con aplicaciones celulares, policías armados y rastreadores voluntarios. Ciudadanos económicamente productivos y cívicamente responsables han sido reducidos a chiquilines caprichosos necesitados de un Padre Protector que enuncia sus Diez Mandamientos urbanos. Esto dijo el ex presidente de Brasil Lula da Silva: “Es bueno que la naturaleza, en contra de la voluntad de la humanidad, haya creado este monstruo llamado coronavirus porque este monstruo está permitiendo a los ciegos ver que sólo el Estado es capaz de dar soluciones a ciertas crisis. Esta crisis del coronavirus sólo el Estado puede resolverla”. Y esto afirmó el presidente argentino Alberto Fernández: “¿Es angustiante salvarse? Angustiante es enfermarse, no salvarse […] Angustiante es que el Estado te abandone”.

El estatismo avanza con la pandemiaQuizás ha llegado el momento en que debamos comenzar a pensar en cómo salvarnos del Estado que quiere salvarnos.

Profesor titular en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.

Perfil, Perfil - 2020

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

A sesenta años de la captura de Adolf Eichmann en la Argentina – 09/05/20

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Por Julián Schvindlerman
Perfil – El Observador (9/5/2020)

https://www.perfil.com/noticias/elobservador/a-sesenta-anos-de-la-captura-de-adolf-eichmann-en-la-argentina.phtml?_ga=2.107319744.395662959.1589023191-871044461.1548884546

El shock.

El 23 de mayo de 1960, el Primer Ministro de Israel, David Ben-Gurion, dio un mensaje en el Parlamento que heló a la nación:
“Un tiempo atrás, fuerzas de seguridad israelíes descubrieron a uno de los más grandes criminales nazis, Adolf Eichmann, quién fuera responsable, junto con otros líderes nazis, de lo que ellos llamaron «la solución final al problema judío», es decir, la aniquilación de seis millones de judíos europeos. Adolf Eichmann ya está en la cárcel en Israel y pronto será juzgado en Israel bajo la Ley de 1950 para el Castigo de Nazis y sus Colaboradores”.

Eichmann había sido jefe del Departamento de Asuntos Judíos en la Gestapo desde 1941 hasta 1945. En 1942, organizó la infame Conferencia Wansee en la que se adoptó el programa del exterminio industrial de los judíos. Posteriormente supervisó la deportación de judíos europeos a los campos de la muerte, así como el saqueo de las propiedades que habían dejado atrás. Fue arrestado al final de la Segunda Guerra y confinado a un campo de prisioneros estadounidense, pero logró escapar hacia la Argentina con ayuda del Vaticano. Vivió aquí varios años bajo el nombre de Ricardo Klement, trabajando para Mercedes-Benz, hasta su captura el 11 de mayo de 1960 por parte de agentes israelíes.

Captura en Buenos Aires. Juicio en Jerusalem.

A comienzos de 1960 el servicio secreto israelí -Mossad- determinó que Ricardo Klement era en realidad el jerarca nazi Adolf Eichmann. Se armó un equipo de siete agentes -más el jefe del propio Mossad, Isser Harel- con el fin de ir por él. Peter Malkin fue uno de ellos. En 1990 publicó (en coautoría con Harry Stein) un libro de memorias sobre el operativo, titulado Eichmann en mis manos, que sirvió de base para la película Operación Final estrenada en Netflix en 2018.

Según ha narrado, Eichmann era un hombre de costumbres. Regresaba del trabajo a su casa de la calle Garibaldi en la provincia de Buenos Aires siempre por el mismo camino. El día de la captura, Malkin se paró frente a Eichmann y le dijo, “un momentito señor”, las únicas palabras que sabía en español. Eichmann se detuvo y dio un paso atrás. Forcejearon y ambos cayeron al suelo. Con la ayuda de otro agente lo metieron en un auto. ¡Ein Laut und du bist tot! (“un sonido y estás muerto”), le advirtió uno de ellos mientras conducían hacia el refugio. El jerarca nazi fue sacado clandestinamente de la Argentina en un vuelo de ELAL, la aerolínea de bandera israelí, drogado y vestido con uniforme de tripulación. Este había sido el mismo avión que transportó a una delegación israelí al país para participar de las conmemoraciones por el 150 aniversario del 25 de mayo de 1810. La cancillería israelí tenía la esperanza de entablar una línea comercial aérea entre Buenos Aires y Tel-Aviv, pero la operación del servicio secreto hizo trizas ese proyecto.

A lo largo del juicio en Jerusalem se leyeron más de 1200 documentos y se dio voz a más de cien testigos. Fue hallado culpable de crímenes contra la Humanidad y contra el pueblo judío. Condenado a muerte, fue ejecutado en 1962. Aquella fue la única pena capital que ha aplicado el Estado de Israel. Sus restos fueron cremados y esparcidos fuera de las aguas territoriales israelíes. Su insignificancia en su papel de acusado, llevó al Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel a mostrarse sorprendido. En sus memorias de dos volúmenes –Todos los ríos van al mar y El mar nunca se llena– escribe que hubiera preferido ver al oficial de las SS como un retrato de Picasso: con cuatro orejas, dos bocas y tres ojos, y no como el tipo de apariencia normal que veía. La filósofa Hannah Arendt, autora del polémico Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal, quedó igualmente decepcionada: en unas cartas escritas desde Israel, lo caracterizó como “un fantasma en una salsa espiritualista”, y, tras verlo estornudar por un resfrío dentro de la cabina de vidrio antibala, le pareció excesivamente regular.

Tensiones diplomáticas.

El gobierno de Arturo Frondizi mantenía buenas relaciones con el Estado de Israel al momento del incidente Eichmann, el cual significó una operación secreta dentro del territorio nacional de una nación aliada. El gobierno argentino reaccionó airadamente: exigió el inmediato retorno del nazi a la Argentina, llamó a consultas a su embajador en Tel-Aviv, declaró persona no grata al embajador israelí en Buenos Aires, y presentó una protesta ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este órgano adoptó una resolución que condenó a Israel por violar la soberanía de la República Argentina y causar fricción internacional al secuestrar al jerarca alemán y pidió el pago de reparaciones. En los meses siguientes, Argentina votó en contra de los intereses de Israel en el foro de la ONU.

Al mismo tiempo, el gobierno argentino comprendía que no podía ir demasiado lejos con su queja pues, al fin y al cabo, había estado cobijando a uno de los más altos oficiales nazis prófugos de la justicia internacional por el crimen de comisión de un genocidio. Al poco tiempo las aguas se aquietaron. En agosto, ambos gobiernos emitieron un comunicado conjunto, publicado en Buenos Aires y Jerusalem, en el cual Israel se disculpaba por haber violado la soberanía argentina y Buenos Aires declaraba que la crisis estaba superada.

El rebrote antisemita.

Ese mismo año, la comunidad judía marcaba el centenario de su nacimiento en la Argentina, efemérides que se vio empañada por el affair Eichmann. Los elementos ultra-nacionalistas sacaron provecho de la ocasión para atacar a los judíos, aun cuando estos se habían enterado del operativo por los medios de prensa. “Los dos años entre el secuestro de Eichmann en mayo de 1960 y su ejecución en junio de 1962 fueron los más duros que los judíos de Argentina tuvieron desde el pogromo de la Semana Trágica en enero de 1919” escribió Raanan Rein, profesor de la Universidad de Tel-Aviv especializado en historia argentina. La veloz resolución diplomática entre los gobiernos no tuvo un correlato en el plano doméstico. En su libro Argentina, Israel y los judíos: desde la Partición de Palestina hasta el affair Eichmann, Rein señala a tres actores centrales de la ofensiva antisemita de la época: el Movimiento Nacionalista Tacuara -liderado por Alberto Ezcurra Uriburu, un oligarca católico descendiente del General golpista José Félix Uriburu-; Hussein Triki -el representante tunecino de la Liga Árabe en Buenos Aires, a la vez colaborador del muftí palestino Haj Amín al-Husseini durante la Segunda Guerra Mundial en su gesta filonazi; y la Guardia Restauradora Nacionalista. En una conferencia de prensa ilustrativa del ánimo de la época, Ezcurra se manifestó contrario al “imperialismo marxista-judío-liberal-masónico-capitalista”, afirmó que él y su gente eran “enemigos de la judería” y aseguró que “en esta lucha tenemos mucho en común con Nasser”, el presidente egipcio. Por su parte, Triki pretendía “esclarecer la ilegitimidad, violencia y carácter colonial e imperialista del Movimiento sionista”, según detalla Juan Luis Besoky en su tesis doctoral para la Universidad Nacional de La Plata, La derecha peronista: Prácticas políticas y representaciones (1943-1976).

Publicaciones nacionalistas como CabildoPampero Azul y Blanco (sus editores se fastidiarían bastante al enterarse de que hoy un partido político israelí lleva ese nombre) acusaron a los judíos argentinos de doble lealtad. “En Israel”, anunció una de ellas, “hay menos judíos que en nuestro país” (el tamaño de la judería argentina equivalía al 2% de la población nacional de la época). Instituciones judías sufrieron actos vandálicos, estudiantes judíos fueron atacados a tiros en una escuela secundaria, dirigentes judíos recibieron amenazas telefónicas, y -en una agresión particularmente impactante- una joven judía fue secuestrada, torturada y abandonada con una esvástica gravada en el pecho. La policía federal y el gobierno nacional (ahora liderado por José María Guido) se vieron forzados a actuar bajo las protestas de la comunidad judía, la indignación de la sociedad en general y la presión extranjera.       

La luz al final del túnel.

Durante la década de 1950, Argentina rechazó pedidos de extradición de varios países europeos concernientes a prófugos nazis que habían hallado refugio aquí. Josef Mengele desapareció luego de que la República Federal Alemana solicitará su extradición a Buenos Aires. A la luz de estos precedentes, el gobierno israelí autorizó la operación de captura de Eichmann, cuyo secuestro ocurrió apenas dos días después de que ambas naciones habían firmado un tratado de extradición (todavía no ratificado por el Congreso y no aplicable al caso de Eichmann por varias razones). Al llevar a cabo una operación clandestina en su territorio, Israel había lesionado los lazos con la Argentina y había herido su orgullo patrio en el mes de su 150 aniversario. A la vez, Argentina había permitido residir en su suelo a criminales de guerra nazis responsables del genocidio de seis millones de judíos ocurrido apenas una década y media atrás. Ambos países, no obstante, querían preservar sus relaciones diplomáticas y así el vínculo sobrevivió al controvertido episodio.  

Profesor titular de Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.

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Por Julián Schvindlerman

  

Las cuarentenas pueden no ser indispensables – 03/05/20

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Por Julián Schvindlerman
Libertad Digital (España) – 3/5/2020

https://www.libertaddigital.com/opinion/julian-schvindlerman/las-cuarentenas-pueden-no-ser-indispensables-90672/

Se denomina iatrogenia a los tratamientos médicos que tienen efectos dañinos, indeseados y no anticipados sobre los pacientes. Vale decir, grosso modo, aquellos tratamientos que terminan siendo más perjudiciales que la enfermedad que aspiran a curar. Las cuarentenas que se están aplicando en muchos países del mundo podrían caer dentro de esta categoría. Ellas fueron la primera trinchera cavada contra el mentado “enemigo invisible”. Desde el inicio mismo de la pandemia del Covid-19 se ha cristalizado una fuerte tensión entre los requerimientos de la salud pública y las necesidades de preservar las economías individuales y nacionales. Cada país afectado respondió a su manera, aunque mayormente guiado por las experiencias de aquellas naciones que padecieron la corona-crisis anticipadamente. La estricta cuarentena de Wuhan marcó el sendero de las políticas sanitarias globales, aunque científicamente había una carencia de información definitiva a propósito de su eficacia en la salud pública, o de sus efectos adversos en la salud económica.

A fines de abril último, tres profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalem publicaron una monografía titulada “Gestión de la pandemia de Covid-19 sin destruir la economía”. Sus autores son David Gershon y Alexander Lipton (de la Escuela de Administración) y Hagai Levine (de la Escuela de Salud Pública). Basados en modelos matemáticos y epidemiológicos complejos, datos actuales de diferentes países, fases de la enfermedad, distinción entre población de alto y bajo riesgo, y otros factores, concluyeron que en los países en los que la cantidad de camas disponibles en las unidades de terapia intensiva es igual o superior al límite de cien por millón de habitantes, y en los que la ciudadanía cumple con las normas de higiene básicas (lavado de manos, uso de mascarillas, distanciamiento social), las cuarentenas son innecesarias. En los países por debajo de este umbral, una cuarentena temporalmente limitada y acotada a los grupos de alto riesgo al Covid-19 sería suficiente, aseguran los investigadores.

En su estudio, los autores mencionan previas pandemias y sus consecuencias devastadoras -tales como la “peste negra” (siglo XIV, mató a más del 30% de la población europea), la “gripe rusa” (1889/90, un millón de muertes en todo el mundo), la “gripe española” (1918/19, más de 50 millones de muertes mundiales), la “gripe asiática” (1957/58, más de un millón de muertes mundiales), la “gripe de Hong Kong” (1968/72, un millón de muertes mundiales) y la “gripe porcina” (2009/10, medio millón de muertes mundiales)- y observan que varias de ellas han atacado especialmente a la población de bajo riesgo (gente joven y sana). Destacan que el Coronavirus, por el contrario, es particularmente agresivo con la población de mayor edad, lo que los empuja a deducir que medidas pasadas no debieran ser la guía principal en la actual pandemia, sino medidas noveles que respondan a las realidades en el terreno. “Los modelos epidemiológicos actuales se basan en el supuesto simplista de que la población responde de la misma manera a la pandemia. Sin embargo, COVID-19 tiene un impacto notablemente diferente en las personas de alto y bajo riesgo”, escriben.

Ellos sostienen que en teoría las autoridades pueden poner en cuarentena a la población por largos períodos de tiempo, siempre y cuando ello sea técnicamente practicable, pero que la naturaleza medieval de estas medidas y los costos sociales y económicos pueden ser elevados: economías en ruinas, altas tasas de desempleo, padecimientos anímicos y mentales, abuso de drogas, violencia doméstica e inquietud social. “La principal conclusión de esta monografía es que en los países donde la mayoría de la población se rige por normas y reglamentos razonables, la economía puede seguir funcionando”, afirman. Los autores citan a su favor los ejemplos de Singapur, Taiwán, Hong Kong y Suecia: “Ninguno de ellos impuso ningún bloqueo, lo cual es consistente con nuestros resultados”.
En Israel, los hospitales tenían dos mil camas asignadas antes de la pandemia y ahora tienen tres mil. Según el modelo propuesto, no se habrían necesitado más de seiscientas incluso sin una cuarentena. Al momento de escribir estas líneas, el país tuvo 16.101 casos de coronavirus,  de los cuales 9.156 se han recuperado y doscientos veinticinco han resultado en el fallecimiento del enfermo. Su población es de 9.2 millones de personas. David Horovitz, editor del Times of Israel, pone estos números en perspectiva:

“Suecia, que eligió un enfoque radicalmente menos intervencionista, tiene aproximadamente 10 veces más muertes que Israel, alrededor de 2.500, en una población solo un poco más grande que la nuestra, con 10 millones. Bélgica, con una población de 11 millones, tiene más de 7.500 muertes, 34 veces más que Israel. Gran Bretaña, con una población seis veces mayor que la nuestra, ha enterrado a 26.000 víctimas. España, con cinco veces nuestra población, tiene 24.000 muertos. Italia, con una población de 60 millones, tiene un número de muertos que se acerca a 28.000. Estados Unidos, con 36 veces nuestra población, tiene casi 300 veces más muertos. Austria y Alemania, por delante de Israel en sus movimientos hacia una rutina más normal, también tienen guarismos de muerte marcadamente más altos: Austria, con más de 8.5 millones de personas, tiene casi 600 muertos; Alemania, con unos 80 millones, tiene 6.500”.

Es decir que las medidas adoptadas por Israel han sido bastante efectivas, cuarentena incluida. Pero el impacto en la economía fue intenso. La tasa de desempleo es del 27% -estaba debajo del 4% en marzo- y según el Fondo Monetario Internacional la economía israelí se contraerá un 6.3% este año. Esto ocurrió en todos los países que aplicaron cuarentenas. Se contuvo en cierto grado la propagación del contagio y se estropearon las economías. Aquí es donde el paper de los académicos de la Universidad Hebrea de Jerusalem se torna especialmente importante, al ofrecer una fórmula precisa que permita disminuir el golpe económico asociado al combate sanitario. Sus conclusiones son universales, no obstante sus autores son cautelosos:

“Nuestro análisis es útil en países con altos niveles de cumplimiento de las medidas higiénicas y de distanciamiento social. Si la capacidad del sistema de salud es lo suficientemente grande y el número de camas hospitalarias o en las salas de terapia intensiva es igual o superior al umbral, no se requiere cuarentena. Si el número de camas en las salas de terapia intensiva está por debajo del umbral, la cuarentena de solamente la población de alto riesgo puede permitir que el país reduzca la propagación de la enfermedad y aplane la curva. Mientras tanto, el grupo de bajo riesgo puede respaldar la economía al tiempo que mantiene intervenciones pandémicas”.    
Se ha señalado correctamente que la pandemia del Covid-19 es global, y que global ha de ser la respuesta para erradicarla. Bajo esta luz, el trabajo académico de estos investigadores israelíes podría ser un aporte relevante al debate científico contemporáneo.

Julián Schvindlerman es Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Hebrea de Jerusalem y profesor titular en la carrera de Relaciones Internacionales en la Universidad de Palermo (Argentina).

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Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Combatir al Covid-19 al estilo ayatolá – 29/04/20

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Por Julián Schvindlerman
Comunidades – 29/4/2020

Irán fue el país más afectado por la crisis del Coronavirus en el Medio Oriente, y dentro de Irán, el epicentro del contagio fue la ciudad religiosa de Qoms. El ayatola Khameini y el establishment clerical que lo sigue se opusieron a las recomendaciones iniciales del Ministerio de Salud de poner a Qoms en cuarentena. Las plegarias en las mezquitas se extendieron más allá de lo aconsejable. Para peor, fomentaron que los feligreses fuesen a rezar por los enfermos y a pedir por su sanación al santuario de Fátima Masoumeh. Las autoridades médicas nacionales quisieron poner en cuarentena este sitio religioso, pero el custodio del mismo y a la sazón representante local de Khameini, Mohamad Saidi, objetó la sugerencia. Cuando estalló la crisis sanitaria, había en Qoms alrededor de setecientos seminaristas chinos musulmanes. (Desde hace más de un lustro, varios centros de estudio en Qoms, así como en Isfahan y otras ciudades, ofrecen cursos en mandarín). Además, dos millones y medio de turistas visitan Qoms cada año. Suele haber allí también cantidades de trabajadores chinos dedicados a proyectos de infraestructura. Solamente entre el 4-23 de febrero, la aerolínea Mahan Air realizó 55 vuelos desde China hacia Irán. No sorprende que algunas voces hayan sugerido (entre ellas la de Mehdi Khalaji, teólogo chiíta educado en Irán, y de quién he tomado la información concerniente a Qoms) que la alta presencia china en Irán pudo haber sido en parte responsable del contagio.

Además ha estado presente el componente de la corrupción. Conforme informó The Wall Street Journal, el año pasado el Jefe de Gabinete de la presidencia iraní admitió que se le había perdido el rastro a más de mil millones de un monto asignado a la importación de medicamentos. Cerca de 170 millones de un subsidio para insumos médicos se usaron para la importación de tabaco. A esto se agrega el orden de prioridades que dicta la ideología revolucionaria del régimen. Según el Departamento de Estado norteamericano, desde el 2012, Teherán gastó 16 mil millones de dólares en apoyo al terrorismo  globalmente. Hoy su sistema sanitario carece de la estructura y los equipamientos necesarios para dar combate a un Coronavirus que ya mató, de acuerdo a cifras oficiales, a casi 5.500 iraníes. Eso sí, acaban de lanzar un satélite militar al espacio exterior, siguen desarrollando misiles balísticos y enriquecen uranio óptimamente.

Otro factor de propagación fue la pedantería oficial. “No necesitamos médicos norteamericanos” aseguró el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Irán, Abas Musavi, luego de que el Presidente Donald trump ofreciera asistencia médica al gobierno de Teherán. “Yo les digo que si el pueblo norteamericano necesita ayuda, estamos listos a darla. Pero nosotros no necesitamos su ayuda” dijo el comandante de las Guardias Revolucionarias, Hossein Salami. Con el orgullo herido, la milicia paramilitar Basij propuso enviar máscaras y desinfectantes a Estados Unidos en respuesta al ofrecimiento de Washington. “¿Qué tipo de persona lógica confiaría en que él [Trump] trajera medicinas?” acotó el Líder Supremo Alí Khameini. (Nada de esto impidió, sin embargo, que por primera vez desde la revolución Khomeinista Teherán solicitara al Fondo Monetario Internacional un préstamo de cinco mil millones de dólares). Tan confiado estaba el régimen con su gestión de la crisis del Coronavirus, que echó del país a un grupo de voluntarios de la ONG francesa  Médicos Sin Fronteras que había arribado una semana antes. Basirat, un sitio de información perteneciente a las Guardias Revolucionarias, alegó que el contingente de MSF había viajado a Irán con la intención de examinar a los pacientes contagiados para desarrollar un virus nuevo que afectase exclusivamente a la población iraní. Algunos oficiales del área de la salud trataron de inyectar una dosis de cordura para balancear el discurso de los ayatolás y los militares. “Es muy improbable que se trate de una guerra biológica” observó Reza Malekzadeh, Vice-Ministro de Salud. “No estamos para nada en una posición de enviar equipamiento médico e insumos a ningún otro país”, advirtió el vocero del Ministerio de Salud, Kianpush Jahanpour. Pero en una teocracia es de esperar que prevalezca la religión -e incluso la superstición- por sobre la ciencia médica.

Sí, la superstición. El Líder Supremo ha insinuado que el Covid-19 pudo ser obra de “espíritus malignos” en Estados Unidos. El Ayatolá Alí Akbar Velayati, su asesor más cercano, lidera el Grupo de Medicina Tradicional e Islámica en la Academia de Ciencias Médicas en Irán. Tal como ha informado The Economist, ambos promueven un tipo de medicina islámica de corte divino basado en hierbas medicinales por sobre la medicina científica occidental. Otros clérigos inventaron pociones mágicas. Morteza Kohansal publicó un video de una visita que hizo a una sala de hospital con convalecientes de Coronavirus en el norte de Irán a los que les aplicó “el perfume del Profeta”, unas gotitas que se ponen en la nariz de los pacientes y curan el Covid-19, según asegura. Él mismo las aplicó, sin guantes, ni máscara protectora, ni distanciamiento social alguno, y recomendó que tras olerlas, estornudaran. El ayatolá Abbas Tabrizian, dueño de la tienda online Centro Médico Islámico, propuso vía Telegram esto a los infectados de Covid-19: “Antes de dormir, pon una bola de algodón sumergida en aceite violeta en tu ano”. Hossein Ravazadeh recomendó dejar caer gotas de aceite de calabaza en los oídos dos veces al día. Otra sugerencia singular provino de Mehdi Sabili, titular de la denominada Asociación Científico-Educativa de la Medicina del Imam Sadegh. En un video publicado en Instagram, donde tiene sesenta mil seguidores, se filmó al lado de un dromedario tragando orina de camello como antídoto al Coronavirus. Según sus indicaciones, se debe tomar “tres veces al día durante tres días” y mejor aún “a su temperatura inicial, caliente”. Cerró con una apreciación personal: “A pesar del sabor, es fantástica”. Al-Arabiya ha posteado online algunos de estos videos bizarros. Varios de estos charlatanes han sido arrestados y sus tiendas allanadas. Trágicamente, cerca de quinientos iraníes murieron tras ingerir metanol bajo la creencia, promovida en redes sociales, de que era una cura al Coronavirus.

Si los médicos iraníes deben restar una porción de sus energías y tiempo de su lucha titánica contra el Coronavirus para contrarrestar las fake news digitales, la corrupción estatal, la insensibilidad de los militares, los dogmas de los ayatolás y los delirios de los curanderos, a nadie ha de sorprenderle que Irán se haya convertido en el peor escenario de Coronavirus en el Medio Oriente y en uno de los más graves en el mundo.

The Times of Israel, The Times of Israel - 2020

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

Remembering Li Wenliang – 04/04/20

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By Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 4/4/20

https://blogs.timesofisrael.com/remembering-li-wenliang/

Now that the Coronavirus has crossed the million-infected and fifty thousand-dead mark, now that it has forced over 3.5 billion people to live in quarantine, now that it has seriously damaged the world economy, now that it has the whole world on edge pondering with anguish its potential aftermath, and now that it has transformed our lives in yet unintelligible ways; perhaps now is the right time to honor the young Chinese doctor who tried to warn us all of the coming apocalypse –and was inconceivably silenced by the Beijing government.

At the end of last December, the thirty-four years old doctor Li Wenliang detected the first symptoms of Covid-19 in seven hospitalized patients with a diagnosis similar to SARS and in one patient whom he attended at the Wuhan Central Hospital, and from whom he got fatally infected. He alerted his colleagues to the severity of the outbreak only to receive a reprimand from Chinese state authorities in return. The Police arrested him, accused him of spreading rumors, and forced him to sign a statement of repentance. The official press disqualified him and his professional colleagues with the nickname of “the eight gossipers.” In an online interview with The New York Times on February 1, Mr. Li stated: “If the officials had disclosed information about the epidemic earlier, I think it would have been a lot better. There should be more openness and transparency.”  He passed away within a few days.

His death sparked a wave of outrage -from Hong Kong to San Francisco- and prompted the Chinese government to react. The Supreme Court criticized the Wuhan Police for punishing the doctors who raised the alarm: “It might have been a fortunate thing to contain the new coronavirus, if the public had heard of this ‘rumor’ at that time.” The National Supervisory Commission ruled that the punishment of Li was “irregular” and “improper.” Hu Xijin, editor-in-chief of the state-controlled Global Times, wrote: “Wuhan indeed owes Li Wenliang an apology.” The Chinese Communist Party promptly issued a “solemn apology” to the doctor’s family and claimed to have disciplined the two policemen involved in the matter. As is so usual in totalitarian states, Beijing sought to limit the responsibilities to just two junior officers. But it is a fact that the Xi Jinping government “waited seventeen critical days before sharing the Covid-19 genome sequence with other nations” as stated by The Berman Law Group in a federal class action lawsuit against the People’s Republic of China, Hubei Province and Wuhan City.

In a recent column in The Wall Street Journal, Chris Jacobs proposed that the White House should award Dr. Li Wenliang the Presidential Medal of Freedom. In his viw, “Awarding the Medal of Freedom to Li Wenliang would recognize the role of free speech in maintaining a healthy society and serve as a fitting tribute to the role that millions of other first responders are playing in this pandemic.” Established in 1963, it has been posthumously given to Martin Luther King, Pope John XXIII and Anwar Sadat among other world figures, as well as to John F. Kennedy himself, its creator. In this vein, the United Nations could recognize Dr. Li in some prominent way, too. Now that China has accorded the highest possible honor conferred on citizens who die serving the country, by declaring him a “martyr,” there should be no objection from Beijing. After all, as Frank Sieren noted in Deutsche Welle about Li: “He was not an idealistic whistleblower a la Julian Assange. He was not a dissident. He wasn’t even political. He was just a doctor doing his job.”

The Sakharov Prize, established in 1988 by the European Parliament, would be another good recognition to bestow upon the late Chinese doctor that would assure him a place in the collective memory along other prominent awardees such as Nelson Mandela, Osvaldo Payá and Malala Yousafzai. Other countries could follow suit and similarly honor with their highest national distinctions this exemplary physician who paid with his life, and almost with his reputation, for trying to sound the alarm about the worst pandemic in more than a hundred years to hit mankind.

Version en Español:

Recordemos a Li Wenliang:

Ahora que el Coronavirus ha cruzado la marca del millón de infectados y de cincuenta mil muertos, que ha forzado a más de 3.5 mil millones de personas a vivir en cuarentena, que ha dañado gravemente a la economía mundial, que tiene al mundo entero en vilo ponderando con angustia sus secuelas potenciales, y que ha transformado nuestras vidas de manera todavía inentendible; ahora entonces quizás sea el momento adecuado para honrar al joven médico chino que intentó advertirnos del apocalipsis que se avecinaba… y que fue inconcebiblemente silenciado por el gobierno de Beijing.

De apenas treinta y cuatro años de edad, a fines de diciembre pasado, el médico Li Wenliang detectó los primeros síntomas del Covid-19 en siete pacientes internados con diagnóstico similar al SARS y en una paciente que atendió en el Hospital Central de Wuhan, y de la cual se contagió mortalmente. Alertó a colegas suyos de la gravedad del brote y recibió a cambio una reprimenda de las autoridades estatales chinas. La policía lo detuvo, lo acusó de esparcir rumores y le obligó a firmar una declaración de arrepentimiento. La prensa oficial le descalificó a él y a sus colegas profesionales con el mote de “los ocho chismosos”. En diálogo online con The New York Times el 1 de febrero, Li declaró: “Si los funcionarios hubieran divulgado antes la información referente a la epidemia, creo que todo habría sido mucho mejor. Debería haber más transparencia y apertura”. Falleció a los pocos días.

Su muerte disparó una oleada de indignación -desde Hong Kong hasta San Francisco- y empujó al gobierno chino a reaccionar. La Corte Suprema criticó a la policía de Wuhan por sancionar a los médicos que hicieron sonar la alarma: “Podría haber sido algo afortunado para contener el nuevo coronavirus, si el público hubiera escuchado este ‘rumor’ en ese momento”. La Comisión Nacional de Supervisión dictaminó que el castigo a Li fue “irregular” e “impropio”. Hu Xijin, el jefe de redacción del Global Times (controlado por el Estado), escribió: “Wuhan realmente le debe una disculpa a Li Wenliang”. Prontamente, el Partido Comunista Chino emitió una “disculpa solemne” a la familia del médico y aseguró que había disciplinado a los dos policías implicados en el asunto. Como es habitual en los estados totalitarios, Beijing pretendió acotar las responsabilidades a dos oficiales menores. Pero es un hecho que el gobierno de Xi Jinping “esperó diecisiete días críticos antes de compartir la secuencia del genoma Covid-19 con otras naciones” tal como afirmó el bufete norteamericano The Berman Law Group en una demanda colectiva federal contra la República Popular de China, la provincia de Hubei y la ciudad de Wuhan.

En una columna reciente en The Wall Street Journal, Chris Jacobs propuso que la Casa Blanca otorgue al Dr. Li Wenliang la Medalla Presidencial de la Libertad. En su visión, “Otorgar la Medalla de la Libertad a Li Wenliang reconocería el papel de la libertad de expresión en el mantenimiento de una sociedad saludable y serviría como un tributo adecuado al papel que millones de otros socorristas están desempeñando en esta pandemia”. Creada en 1963, ha sido dada póstumamente a Martin Luther King, Juan XXIII y Anwar Sadat entre otras figuras mundiales, así como al propio John F. Kennedy, su creador. Las Naciones Unidas podrían tomar la posta de esta iniciativa y reconocer al Dr. Li de algún modo prominente. Ahora que China le ha concedido el máximo honor posible que se confiere a ciudadanos que mueren sirviendo al país, al declararlo “mártir”, no debería haber objeción por parte de Beijing. Al fin de cuentas, como observó Frank Sieren en Deutsche Welle sobre Li: “No era un denunciante idealista a la Julian Assange. No era un disidente. Ni siquiera era político. Era simplemente un médico haciendo su trabajo”.

El Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia, establecido en 1988 por el Parlamento Europeo, sería otro buen reconocimiento al médico chino, que le aseguraría un lugar en la memoria colectiva junto a otros destacados premiados como Nelson Mandela, Osvaldo Payá y Malala Yousafzai. Otros países podrían seguir la estela y honrar de manera similar con sus más altas distinciones nacionales a este profesional ejemplar que pagó con su vida, y casi con su reputación, por intentar dar aviso temprano de la peor pandemia en más de cien años que ha azotado a la humanidad.