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The Times of Israel, The Times of Israel - 2019

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

How the UN Legitimized the Palestinian Cause – 14/11/19

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This month, 45 years ago, the United Nations welcomed Yasser Arafat

By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 14/11/19

On October 14, 1974, the UN General Assembly adopted resolution 3210 (XXIX), which invited the Palestine Liberation Organization (PLO) to participate in the discussion on the “Question of Palestine” to be held on November 4 of the same year. In a vote with 105 countries in favor, four against and twenty abstentions, the resolution was passed. Resolution 3210 (XXIX) has an extension of just three lines, but its impact on the history of the relationship between the UN and the PLO, and therefore Israel, was enormous. The General Assembly, which until then had recognized and endorsed the merits of the Palestinian cause and implicitly recognized the PLO as the spokesperson for that cause, with this resolution explicitly legitimized the PLO as the “representative of the Palestinian people” and through this recognition and subsequent invitation extended to Arafat to speak before the General Assembly, it supported the cause of a terrorist organization dedicated to the annihilation of a member state of the UN. This in itself constituted a violation of the Charter of the United Nations, as articles 1, 22 and 33 call for the resolution of international disputes in a peaceful manner (not to mention that the PLO was not even a state).


Arafat’s visit required a security deployment worth of hundreds of thousands of dollars and generated much controversy over the very nature of the invitation extended to the then most famous terrorist in the world to speak before a prestigious organization dedicated to the promotion of peace. In addition, a scandal ensued due to his carrying of a pistol within UN premises. Arafat at the UN was treated with honors: by order of the president of the General Assembly, the Palestinian leader was escorted to the pulpit of the Assembly by the chief of protocol, an honor generally reserved for heads of state only. Dressed in his classic military uniform and keffyia, Yaser Arafat delivered an almost two-hour-long speech, in Arabic, to the distinguished audience. Throughout it, he compared Zionism with colonialism, presented Israel as an enemy of the Third World, anointed himself as a defender of monotheism, described the PLO as a charity organization, urged the international community to restrict Jewish immigration to Israel, rewrote the history of the Arab-Israeli conflict and proclaimed himself a pacifist: “Today I have come bearing an olive branch and a freedom fighter´s gun. Do not let the olive branch fall from my hand.”

Arafat received a standing ovation from the members of the General Assembly. That same afternoon -and for the next nine days- the General Assembly discussed the speech of the Palestinian leader. Of the eighty-one countries that participated in the debate, sixty-one spoke in his favor. As Harris Schoenberg showed in his book A Mandate for Terror: The UN and the PLO, the allies of the Palestinians had only praise for Arafat’s speech. Bangladesh defined it as “inspiring.” Somalia found him “moving.” Madagascar labeled it “moderate and conciliatory.” Nigeria said it was “touching.” Mauritania considered it “bright and extremely moderate”. Tunisia said that “the mental openness, nobility and tolerance that characterized Mr. Arafat’s speech … are tangible proof of the political maturity and sense of responsibility of the great Palestinian people.” Before the Israeli ambassador could react, the General Assembly voted to limit Israel´s chance to respond to a brief right of reply at the end of the day. However, the voice of the Israeli ambassador resonated clearly when he said: “On October 14, the UN hung a sign that says ‘murderers of children are welcome here’.” The international media expressed its disapproval through painful editorials and cartoons, while demonstrations against the visit were organized in several countries. After all, the sight of a terrorist in uniform preaching morality to the world with the endorsement of the UN was not a spectacle to which the West was accustomed.

The degree of prestige granted to the Palestinian organization by the UN was irreversible and, if anything, accelerated the process of international acceptance and legitimation conferred on the PLO by the United Nations since the late 1960s. During the following years a series of resolutions would follow that would further enhance the positioning of the PLO within the bureaucracy of the United Nations.

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[Versión en español]
 

Cómo la ONU legitimó la causa palestina

Este mes, 45 años atrás, las Naciones Unidas convocaron a Yasser Arafat

Por Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 14/11/19

El 14 de octubre de 1974 la Asamblea General de la ONU adoptó la resolución 3210 (XXIX), por la cual invitaba a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a participar de la discusión sobre la “Cuestión de Palestina” a ser realizada el 4 de noviembre del mismo año. En una votación con 105 países a favor, cuatro en contra y veinte abstenciones, la resolución fue aprobada. La resolución 3210 (XXIX) tiene una extensión de apenas tres renglones, pero su impacto en la historia de la relación entre la ONU y la OLP, y por ende Israel, fue enorme. Por cuanto que la Asamblea General, que hasta entonces había reconocido y avalado los méritos de la causa palestina e implícitamente había reconocido a la OLP como el vocero de dicha causa, con esta resolución legitimó explícitamente a la OLP como la “representante del pueblo palestino” y a través de este reconocimiento y ulterior invitación extendida a su titular a disertar ante la Asamblea General apoyó la causa de una organización terrorista dedicada a la aniquilación de un estado-miembro de la ONU. Esto en sí mismo constituyó una violación de la propia Carta de las Naciones Unidas, en tanto que los artículos 1, 22 y 33 demandan la resolución de disputas internacionales de manera pacífica (por no mencionar que la OLP ni siquiera era un estado).

La visita de Arafat demandó un despliegue de seguridad de cientos de miles de dólares y generó mucha polémica por la naturaleza misma de la invitación al entonces terrorista más famoso del mundo para disertar ante una prestigiosa organización dedicada a la promoción de la paz, además del escándalo creado debido a la portación de armas del titular de la OLP dentro del recinto de la ONU. Arafat en la ONU fue tratado con honores: por orden del presidente de la Asamblea General, el líder palestino fue escoltado al púlpito de la Asamblea por el jefe de protocolo, un honor generalmente solo reservado para jefes de estado. Vestido con su clásico uniforme militar y keffyia, Yaser Arafat pronunció un discurso de casi dos horas de duración, en árabe, ante la distinguida audiencia. A lo largo del mismo, comparó al sionismo con el colonialismo, presentó a Israel como enemigo del Tercer Mundo, se anunció como defensor del monoteísmo, describió a la OLP como una organización de caridad, instó a la comunidad internacional a restringir la inmigración judía a Israel, reescribió la historia del conflicto árabe-israelí y se proclamó un pacifista: “Hoy he venido con una rama de olivo y una pistola de luchador por la libertad. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano“.

Arafat recibió un aplauso masivo y una ovación de pie por parte de los miembros de la Asamblea General. Esa misma tarde -y durante los siguientes nueve días- la Asamblea General debatió el discurso del titular de la OLP. De los ochenta y un países que participaron del debate, sesenta y uno se pronunciaron a su favor. Harris Schoenberg en su libro A Mandate for Terror: The UN and the PLO mostró como las naciones aliadas a los palestinos solo tuvieron elogios para el discurso de Arafat. Bangladesh lo definió como “inspirador”. Somalia lo encontró “movilizador”. Madagascar lo etiquetó de “moderado y conciliador”. Nigeria opinó que fue “conmovedor”. Mauritania lo consideró “brillante y extremadamente moderado”. Túnez dijo que “la apertura mental, nobleza y tolerancia que caracterizó el discurso del Sr. Arafat… son prueba tangible de la madurez política y el sentido de responsabilidad del gran pueblo palestino”. Antes de que el embajador israelí pudiera responder, la Asamblea General votó limitar el uso de la palabra de Israel a un breve derecho a réplica al final del día. Sin embargo, la voz del embajador israelí resonó con claridad cuando afirmó: “El 14 de octubre la ONU colgó un cartel que dice ´asesinos de niños son bienvenidos aquí´”. La prensa internacional expresó su desaprobación mediante adoloridos editoriales y caricaturas, en tanto que manifestaciones en contra de la resolución fueron organizadas en varios continentes donde se denunciaba el trato brindado a la OLP. Después de todo, la imagen de un terrorista en uniforme que predicaba moral al mundo entero con aval de la ONU no era un espectáculo al que Occidente estuviera muy acostumbrado.

El grado de prestigio concedido por la ONU a la organización palestina fue irreversible y, si algo, aceleró el proceso de aceptación y legitimación internacional conferido a la OLP por las Naciones Unidas desde finales de la década de los sesenta. Durante los siguientes años se sucederán una serie de resoluciones que afianzarán aún más la incidencia y posicionamiento de la OLP dentro de la burocracia de las Naciones Unidas.

Comunidades, Comunidades - 2019

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

A 45 años del discurso histórico de Arafat en la ONU – 11/19

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Sin la ayuda indispensable de las Naciones Unidas desde fines de la década de 1960 en adelante, es poco probable que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) hubiera logrado dejar de ser vista por la opinión pública mundial como algo más que una banda de extremistas para pasar a ser considerada la “legítima representante del pueblo palestino” y sus miembros “luchadores por la libertad”. La Asamblea General de las Naciones Unidas brindó una áurea de respeto y reconocimiento internacional a la OLP a través de ciertas resoluciones clave, las que, entre otras, confirieron el status de observador permanente a la organización palestina, endosaron su plataforma política, invitaron a su líder a disertar ante la Asamblea General y en general favorecieron la creación de una atmósfera propicia para la aceptación y consecuente legitimación internacional de una organización que entonces clamaba por la destrucción de un estado-miembro de la ONU y practicaba terrorismo indiscriminado a lo largo y ancho del mundo.

Al presentarse como un grupo esencialmente anti-colonialista, anti-racista y anti-imperialista, la OLP se ganó el favor y simpatías naturales de todas las ex colonias que identificaron la causa palestina con su propia lucha independentista, de los países africanos que casi ininterrumpidamente sufrieron el flagelo del racismo y de los estados de Europa y Latinoamérica sacudidos por el fervor anti-imperialista. Estos países pertenecían a bloques regionales, tales como el Movimiento de los No Alineados y la Organización de Unidad Africana entre otros, que brindaron una mayoría automática en la ONU. Este desarrollo fue reflejado en el foro internacional a través de ciertas resoluciones de la Asamblea General, las que gradualmente legitimaron a la OLP dentro del marco del reconocimiento brindado a los movimientos de liberación nacional».

El 10 de diciembre de 1969, la Asamblea General adoptó la resolución 2535 B (XXIV), la que por primera vez incorporó la palabra «palestinos» en resoluciones de la ONU (hasta entonces eran definidos como «refugiados árabes»). Dicha resolución se refería explícitamente a los «derechos inalienables de los palestinos» e incluía el derecho a la «autodeterminación». Cuatro días más tarde, el 14 de diciembre de 1969, la Asamblea General adoptó la resolución 1514 (XV), la Declaración acerca del Otorgamiento de Independencia a Países Coloniales. La misma indicó que «todos los pueblos tienen el derecho a la autodeterminación» y proclamó «la necesidad de finalizar rápida e incondicionalmente el colonialismo en todas sus formas y manifestaciones». El 4 de noviembre de 1970, la Asamblea General adoptó la resolución 2628 (XXV) que declaró la necesidad de respetar los derechos del pueblo palestino mediante el establecimiento de una paz justa y duradera en el Medio Oriente. Así como «lucha armada» era un eufemismo empleado por la OLP para referirse a los actos de terror contra Israel, «paz justa y duradera» se convirtió desde entonces en un eufemismo de la destrucción de Israel en las Naciones Unidas. Semanas más tarde, el 30 de noviembre de 1970, la Asamblea General extendió la aplicación de la Declaración de Descolonización al problema palestino al reconocer el derecho palestino a la autodeterminación mediante la adopción de la resolución 2649 (XXV). El 8 de diciembre de 1970, la Asamblea General expandió los «derechos inalienables» del pueblo palestino que incluía el derecho a la autodeterminación, en la resolución 2672 (XXV).

La conexión entre las luchas contra el colonialismo y la causa palestina fue reforzada el 14 de diciembre de 1970, cuando la Asamblea General adoptó la resolución 2708 (XX), la que reafirmó el «reconocimiento de la legitimidad de la lucha de los pueblos coloniales y pueblos bajo dominación foránea a ejercitar su derecho a la autodeterminación». La frase «dominación foránea» fue interpretada como una inclusión de la causa palestina. En tanto que la Carta de la ONU admite el uso de la fuerza por parte de un estado-miembro siempre y cuando sea en auto-defensa, esta resolución ha sido interpretada como la creadora de una nueva categoría de uso «legítimo» de la fuerza contra estados-miembro. El año 1970 fue en el que la Asamblea General adoptó la «Declaración de Principios de Ley Internacional respecto a Naciones Amigables», la que amplió los derechos de los «pueblos» y restringió los derechos de los estados al afirmar que «todo estado tiene la obligación de abstenerse de cualquier acción forzosa que prive pueblos (…) de su derecho a la autodeterminación, libertad e independencia. En sus acciones de resistencia contra tal acción forzosa en pos del ejercicio de la autodeterminación, tales pueblos tienen el derecho a solicitar y recibir apoyo, de acuerdo con los propósitos y principios de la Carta».

Jeane Kirkpatrick, ex embajadora norteamericana ante la ONU, opinó oportunamente que con esta declaración la Asamblea General adoptó la posición no solo de que los «pueblos» tienen derechos superiores a los de los estados, sino que aquellos estados que resistan a esos «pueblos» se convierten en el agresor: «la Asamblea General de esta manera subordinó el principio de la ´inviolabilidad soberana´ de los estados a la lucha de ´pueblos´ contra el ´colonialismo´ y puso importantes nuevas restricciones al derecho de los estados a la auto-defensa». Al año siguiente, el 6 de diciembre de 1971, la Asamblea General respaldó «la legalidad y legitimidad de la lucha del pueblo palestino por la autodeterminación» al adoptar la resolución 2787 (XXVI). En 1973 la Asamblea General adoptó la resolución 3070 que contiene una retórica que parecía tomada directamente de la Carta Nacional Palestina. Los palestinos, afirma la resolución, tienen el derecho a «liberarse de la dominación extranjera y del sometimiento foráneo por todos los medios disponibles incluso la lucha armada». Toda esta codificación legal en el marco de la Asamblea General de la ONU de una teoría tercermundista de la «lucha contra el colonialismo», que presenta a los palestinos como un pueblo oprimido en búsqueda de la «autodeterminación nacional» y a Israel como el estado «imperialista» y «opresor», sirvió para ubicar a la OLP en el lugar de la víctima y a Israel en el papel de victimario.

El zenit de esta política pro-palestina de la ONU se alcanzó con la invitación a Yasser Arafat a disertar ante su Asamblea General, un mes de noviembre como el actual, 45 años atrás.

The Times of Israel, The Times of Israel - 2019

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

The Shikaki Brothers: A Saga of Two Palestinians – 22/10/19

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By Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 22/10/19

https://blogs.timesofisrael.com/the-shikaki-brothers-a-saga-of-two-palestinians/

On October 26, 1995, Fathi Shikaki awoke to the last day of his life. He was staying at the Diplomat Hotel in the town of Sliema, in Malta. The Mediterranean island was full of tourists, but somehow managed to keep its beauty intact and a had a certain atmosphere of parsimony. Shikaki had landed the previous night, coming from Libya, where he had attended a meeting of Arab terrorist groups organized by Muhamar Gaddafi. As the leader of the Palestinian Islamic Jihad, he could not be absent. He had not wanted to attend, but the Libyan colonel was a generous patron. In addition, Said Mussa al-Muragha, the leader of a radical Palestinian faction that had challenged Yasser Arafat within the Palestine Liberation Organization and a staunch enemy of his, had decided to attend. Shikaki had to be there. As usual, he would return to Damascus, stopping in Malta.

It would not hurt a short stay on that peaceful island, anyway. The last months had been hectic as he had ordered the execution of several successful attacks in Historic Palestine. In November 1994, a Palestinian cyclist detonated a bomb attached to his body at an Israeli military checkpoint in Netzarim (Gaza), killing three reserve soldiers. In January 1995, at the crossing of Bet Lid (on the route between Tel Aviv and Haifa), two of his men blew themselves up -with a difference of three minutes so as to reach the passers-by who came to the site to help victims of the first detonation – causing the death of a civilian and twenty-one Israeli soldiers. Then, in April, two suicide bombers exploded next to a bus in Kfar Darom (Gaza), killing seven Israeli soldiers and a 20-year-old American student, Alisa Michelle Flatow. Shikaki could reward himself with a brief relaxing moment on the Maltese stop-over.

At mid-morning, taking advantage of the warm weather, he went for a walk. He stopped at the Marks & Spencer store and bought a shirt. In the next store, he acquired three more. It was soon noon. The clock struck 1:15pm –the time of his death. A Yamaha motorcycle with two passengers on board had been following him stealthily. It approached slowly and stopped at his side. A Mossad agent drew a silenced pistol and fired twice at the head of the Palestinian militant. Shikaki fell to the ground. The shooter triggered once more, aiming at the neck of his target. The driver sped away to a nearby beach. There, they met other Israeli commandos who were dressed in civilian clothes, posing as tourists. They waited for the arrival of the rest of the team, jumped onto a boat that took them out to sea, where farther away an Israeli ship transported them back to Tel Aviv.

The Israelis had been planning this operation for months. Previously, they had tried to eliminate him in June 1994, on the road that connects Tunisia with Libya. The Mossad had tapped his phone, so they knew his movements. Shikaki used to fly from Damascus or Beirut to Tunisia (via Malta) where he rented a car, usually a BMW or a Jaguar, and drove alone to Tripoli. The Mossad and the Israeli army mounted an operation to plant explosives at a point on that route and attach an electronic device to Shikaki’s car, which would activate the bombs as it passed near them. They were acting on the ground when they realized that a Morocco-Egypt rally would take place at that time. They noticed that some drivers were approaching, and as they wanted to avoid what in the jargon is coldly called collateral damage, they quit the mission. By the time the second opportunity appeared, months later in Malta, the Israelis were determined not to let Shikaki go.

So far, this is just a common story in the war on terror that Israel has been waging for decades and that several authors have documented, notably Ronen Bergman in his book Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations. But this story stops being anecdotal when noticing a turn, so to speak, that gives it a certain tragic beauty. Fathi was survived by a brother two years younger, Khalil, who could have well followed the violent wake of his brother; and, in fact, he had a reason to do so in that endless an-eye-for-an-eye cycle that has bloodied the Palestinian-Israeli reality. However, he chose to dedicate his life to the academy, becoming a reputed pollster in the West Bank who even interacts with his Israeli counterparts. Two sides of the same emblematic coin.

Khalil Shikaki was born in 1953 in Rafiah, in the Gaza Strip. He graduated from the West Bank University of Bir Zeit and the American University in Beirut. After a working stay in Kuwait, he moved to New York, where he got his doctorate from Columbia University in 1985. He taught there for a year, and returned to the West Bank to take up teaching at the An-Najjah University in Nablus. When this university was closed during the first intifada, Khalil returned to the United States and taught at the University of Wisconsin-Milwaukee before moving to Tampa in 1991, where he became a professor at the University of South Florida.

Although he sought to distance himself from his brother’s dark aura -he became involved in second-track negotiations with the Israelis during the 1992 Madrid Peace Conference-, when he wanted to return to the West Bank that same year, after the reopening of the An- Najjah U., the Israeli authorities denied him permission in light of intelligence information that stated that he had kept in touch with Fathi. The US Department of State intervened on his behalf and Khalil was able to return to the territories. He always denied being in touch with his brother or with the Palestinian Islamic Jihad, but more than once he was embraced by the shadow of his brother´s organization. According to some allegations, the PIJ had used Khalil´s academic center in Tampa as a front.

In 1993, with support from the Ford Foundation and the European Union, he founded the Center for Palestine Research and Studies in Nablus, which in 2000 became the Palestinian Center for Policy and Survey Research. His opinion polls on the Palestinian street about the government in Ramallah put him in direct confrontation with the Palestinian Authority on more than one occasion. In 2015, a survey revealed that eighty percent of Palestinians considered the PA to be corrupt, and a later survey showed that seventy percent of the Palestinian population believed that Mahmoud Abbas should resign. This is not exactly the kind of data that the Palestinian government would want to advertise. Besides, that he conducts joint academic studies with his Israeli colleagues must have aroused the ire of the fanatics, who will surely have seen his engagement with the Zionists as a betrayal of his deceased brother’s legacy.

Fathi and Khalil were born just two years apart, in the same city and of the same parents. They grew up in the same cultural, social, political and economic millieu. Both attended university (Fathi obtained a medical degree in Egypt). However, they ended up taking very different directions in life. In 1981, while Khalil was pursuing his doctorate in the United States, Fathi founded the Palestinian Islamic Jihad in Egypt, as a vehicle for anti-Zionist struggle and for the future establishment of a caliphate in Palestine. Their contrasting life stories expose a singular saga that shows us that we can yield to the pressures of circumstances, or avoid them. Khalil teaches us that, ultimately, it is always individual choice -based on human will and values- what determines the destiny of men. Unintentionally, he shows us that free will, our inner moral compass and a sense of positive mission can forge one’s own path, with relative independence from the surrounding environment. Symbolically, Fathi and Khalil embody two legendarily different paths among which the Palestinian people, each day, collectively, must choose.

Version en Español:

Los hermanos Shikaki: La saga de dos palestinos:

El 26 de octubre de 1995, Fathi Shikaki amaneció al último día de su vida. Se había hospedado en el hotel “Diplomático” en el pueblo de Sliema, en Malta. La isla mediterránea estaba repleta de turistas, pero conseguía mantener su belleza intacta y cierta atmósfera de parsimonia. Shikaki había aterrizado la noche anterior, proveniente de Libia, donde había asistido a un encuentro de agrupaciones terroristas árabes organizado por Muhamar Gaddafi. Como líder de la Jihad Islámica Palestina, él no podía ausentarse. No había tenido ganas de asistir, pero el coronel libio era un patrón generoso. Además, Said Mussa al-Muragha, el líder de una facción palestina radical que había desafiado a Yasser Arafat dentro de la Organización para la Liberación de Palestina y enemigo acérrimo suyo, había decidido ir. Shikaki tenía que estar ahí. Como era habitual, retornaría a Damasco haciendo escala en Malta.

No le vendría mal una breve estadía en esa isla apacible. Los últimos meses había ordenado la ejecución de varios atentados exitosos. En noviembre de 1994, un ciclista palestino detonó una bomba adosada a su cuerpo en un puesto de control militar israelí en Netzarim (Gaza), ocasionando la muerte a tres soldados de reserva. En enero de 1995, en el cruce de Bet Lid (en la ruta entre Tel Aviv y Haifa), dos de sus hombres se explotaron -con una diferencia de tres minutos para abarcar a los transeúntes que se arrimaron al lugar a rescatar víctimas de la primera detonación- provocando la muerte a un civil y veintiún soldados israelíes. Luego, en abril, otros atacantes-suicidas de su tropa estallaron al lado de un autobús en Kfar Darom (Gaza), matando a siete soldados israelíes y una estudiante veinteañera norteamericana, Alicia Michelle Flatow. Shikaki podía premiarse con un pequeño esparcimiento en la escala maltesa.

A media mañana, aprovechando el buen clima, salió a caminar un rato. Fue a la tienda Marks & Spencer y compró una camisa. En la siguiente tienda, adquirió otras tres. Prontamente se hizo el mediodía. El reloj marcó las 13:15h. Era la hora de su muerte. Una motocicleta Yamaha con dos pasajeros a bordo lo había estado siguiendo sigilosamente, se aproximó con lentitud y se detuvo a su lado. Un agente del Mossad desenfundó una pistola con silenciador y disparó dos veces a la cabeza del militante palestino. Shikaki cayó al suelo. El tirador dio un tiro de gracia adicional al cuello del objetivo. El conductor aceleró hacia una playa cercana. Allí los esperaban otros comandos israelíes vestidos de civil. Aguardaron el arribo del resto del equipo, se subieron a una lancha que los llevó mar adentro, donde un barco israelí los transportó de regreso a Tel Aviv.

Los israelíes llevaban meses planeando esta operación. Previamente, habían intentado eliminarlo en junio de 1994, en la carretera que conecta Túnez con Libia. El Mossad había pinchado su teléfono, de modo que conocían sus movimientos. Shikaki solía volar desde Damasco o Beirut a Túnez (vía Malta) donde alquilaba un auto, usualmente un BMW o Jaguar, y manejaba en solitario hasta Trípoli. El Mossad y el Ejército israelí montaron un operativo para plantar explosivos en un punto de esa ruta y pegar un dispositivo electrónico al auto de Shikaki, que activaría las bombas al pasar cerca de ellas. Estaban actuando en el terreno cuando cayeron en la cuenta de que para esa época tendría lugar un rally Marruecos-Egipto. Notaron que algunos conductores se estaban acercando y como querían evitar lo que en la jerga se llama fríamente bajas colaterales, debieron abandonar la misión. Para cuando apareció la segunda oportunidad, meses después en Malta, los israelíes estaban decididos a no dejarlo escapar.     

Hasta aquí, esta no es más que una historia común en la guerra contra el terrorismo que Israel viene librando por décadas y que varios autores han documentado, de manera notable Ronen Bergman en su libro Rise and Kill First: The Secret History of Israel´s Targeted Assassinations. Pero esta historia deja de ser anecdótica al notar un giro, por así decir, que le da una cierta belleza trágica. Una dimensión, si se quiere, de epopeya. Fathi fue sobrevivido por un hermano dos años menor, Khalil, quien pudiendo haber seguido la estela violenta de su hermano -y, de hecho, habiendo tenido motivos para hacerlo en ese interminable ojo-por-ojo que ha ensangrentado la realidad palestino-israelí- sin embargo optó por dedicar su vida a la academia, convirtiéndose en un reputado encuestador en Cisjordania que incluso interactúa con sus pares israelíes. Las dos caras de una misma moneda emblemática. 

Khalil Shikaki nació en 1953 en Rafiah, en la Franja de Gaza. Se graduó en 1971 en la Universidad cisjordana de Bir Zeit y en la Universidad Americana en Beirut unos años después. Tras una estadía laboral en Kuwait, se desplazó a Nueva York, donde se doctoró en la Universidad de Columbia en 1985. Enseñó un año allí, y regresó a Cisjordania para asumir como profesor en la Universidad An-Najjah en Nablus. Cuando esta universidad fue cerrada durante la primera Intifada, Khalil regresó a los Estados Unidos y enseñó en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee antes de mudarse a Tampa, en 1991, donde se convirtió en profesor en la Universidad del Sur de Florida. 

Aunque él buscó distanciarse del aura oscura de su hermano -se involucró en negociaciones de segunda vía con los israelíes durante la Conferencia de Madrid de 1992-, cuando quiso regresar a Cisjordania ese mismo año, tras la reapertura de la Universidad An-Najjah, las autoridades israelíes le negaron el permiso a la luz de información de inteligencia que aseguraba que él se había mantenido en contacto con Fathi. El Departamento de Estado de EE.UU. intervino a su favor y Khalil pudo retornar a los territorios. Él siempre negó cualquier vínculo con su hermano o con el entorno de la Jihad Islámica Palestina, pero más de una vez se vio enredado por la sombra de esa organización, la que, según determinados alegatos, había usado su centro académico en Tampa como fachada.

En 1993, con apoyo de la Fundación Ford y la Unión Europea, fundó en Nablus el Centro de Investigación y Estudios de Palestina, que a partir del 2000 se transformó en el Centro Palestino para la Investigación de Políticas. Sus encuestas de opinión en la calle palestina sobre el gobierno en Ramala lo han puesto en confrontación directa con la Autoridad Palestina en más de una ocasión. En 2015, una encuesta reveló que el ochenta por ciento de los palestinos consideraban que la AP es corrupta, y luego otra encuesta mostró que el setenta por ciento de la población palestina opinaba que Mahmoud Abbas debía renunciar. No son exactamente el tipo de datos que el gobierno palestino quiera publicitar. A su vez, el hecho de que él lleva a cabo estudios académicos con colegas israelíes ha de haber despertado la ira de los fanáticos, quienes con seguridad habrán visto su acercamiento a los sionistas como una traición al legado de su difunto hermano.

Fathi y Khalil nacieron con apenas dos años de diferencia, en la misma ciudad y de los mismos padres. Crecieron en el mismo entorno cultural, social, político y económico. Ambos cursaron estudios universitarios (Fathi obtuvo un título de medicina en Egipto). No obstante, terminaron tomando rumbos muy distintos. En 1981, mientras Khalil estaba cursando su doctorado en Estados Unidos, Fathi fundaba la Jihad Islámica Palestina en Egipto, como un vehículo de lucha anti-sionista y para el futuro establecimiento de una teocracia en Palestina. Sus contrastantes historias de vida exponen una saga singular que nos muestra que se puede ceder a las presiones de las circunstancias, o eludirlas. Khalil nos enseña que, en última instancia, es siempre la decisión individual sustentada en la voluntad humana aquello que más determina el destino de los hombres. Sin proponérselo, él nos demuestra que el libre albedrío, la brújula moral interior y un sentido de misión positivo pueden forjar el camino propio, con relativa independencia del entorno circundante. Simbólicamente, Fathi y Khalil se erigen en dos senderos legendariamente diferentes entre los cuales el pueblo palestino, cada día, colectivamente, debe elegir.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Israel: cuando los líderes son minoría – 08/10/19

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La Vanguardia (Colombia) 08/10/19
Entrevistador:  Angela Castro

Armar una coalición de gobierno ha sido, sin lugar a dudas, el principal escollo para alcanzar la estabilidad política en Israel, que al paso que va se apresta a sus terceras elecciones parlamentarias en línea en menos de un año.

La gobernabilidad del país, en el que en los últimos 30 años ningún partido ha podido gobernar con menos de tres aliados, pende de un hilo y poner fin a la polarización en Israel ha resultado una misión casi inalcanzable.

Ni el bloque de derechas ni el de centroizquierda, los mayores partidos del país, han logrado sumar mayoría suficiente en la Knéset (Parlamento israelí) que permitan la conformación de un gobierno de unidad nacional o de coalición.

Entonces, la habilidad para formar alianzas es ahora el factor decisivo, ya que ni Benjamín Netanyahu, ni su principal rival, Benny Gantz, obtuvieron la mayoría parlamentaria requerida para consolidar un nuevo gobierno en las elecciones del pasado 17 de septiembre.

Netanyahu, el primer ministro que ha batido el récord de permanencia en el poder en Israel (13 años) pero acosado por escándalos de corrupción, hasta el momento no ha podido formar gobierno, tras la oferta que le hiciera el presidente Reuven Rivlin. Su mensaje a todos los partidos ha sido un gobierno de unidad nacional, en donde habría rotación del cargo de primer ministro.

Frente a la situación política actual, Julián Schvindlerman, analista político internacional, recuerda que luego de las elecciones de abril pasado en las que no hubo un partido ganador con ventaja para formar gobierno por sí solo, Netanyahu, líder del partido Likud, que había alcanzado los mayores votos, convocó a nuevas elecciones en septiembre.

Pero estos comicios tampoco arrojaron un resultado que permitiera al nuevo ganador, el partido Azul y Blanco de Benny Gantz, conformar un gobierno por sí solo.

“Entonces hay una situación compleja donde se requieren negociaciones arduas entre partidos no siempre aliados o afines. Hoy la política está estancada”, advierte el experto en política internacional y Medio Oriente.

A juicio de Schvindlerman, el hecho de que Netanyahu tenga pendientes causas judiciales que debe resolver, ha impedido que Gantz quiera sentarse en un gobierno con el Likud.

Es más, agrega en ese sentido, que ha pedido un Likud sin ‘Bibi’, apodo con el que se le conoce a Netanyahu, pero éste se niega y el partido lo acaba de respaldar.

Además destaca la figura de Netanyahu al que califica como un “mago de la supervivencia política” y hábil negociador, si bien reconoce que su panorama actual luce complicado.

“Van 10 años ininterrumpidos de égida suya y hay un desgaste de su figura. Parece que Israel está lista para un cambio, aun cuando le reconoce la excelencia política que ha sabido lucir como premier. Pero las negociaciones siguen y hasta que no concluyan, nada puede anticiparse”, estima Schvindlerman.



En su opinión, las cuentas parecen no cerrarle a nadie en términos de obtención de asientos en el Parlamento, y pronostica que “si el impasse persiste, podría haber una tercera ronda electoral este año en Israel”.

Esta idea es compartida por Jaime Rosenthal, abogado y profesor de la Universidad Externado de Colombia, quien explica que la tendencia sigue siendo la misma, es decir, los dos partidos mayoritarios, los derechistas Likud y Azul y Blanco, no alcanzaron a formar una coalición de gobierno que cuente con 61 miembros de la Knéset, de 120 escaños.

El partido de Gantz, que sacó el mayor número de parlamentarios, 32 frente a los 31 del Likud de Netanyahu, se opone por el momento a entrar en negociaciones con este último.

Entre otras cosas, “porque el primer ministro muy hábilmente ha querido que las negociaciones se hagan sobre la base de que él tiene una coalición con los partidos religiosos y quiere ir a negociaciones en bloque”, insiste.


Panorama complejo

Así las cosas, Rosenthal considera que la situación es compleja, y la jugada de Netanyahu para llevar a quienes han sido sus socios religiosos a ese gobierno de unidad nacional, es algo a lo que no está dispuesto el partido Azul y Blanco porque es una formación laica cuya bandera es no ser religiosa.


El tiempo corre y en caso de que Netanyahu no logre formar gobierno, entonces el presidente Rivlin tendría que darle el encargo a otro líder.

Se espera que el elegido sea Gantz, “lo cual tampoco parece muy probable, entre otros motivos porque tendría que contar con el apoyo de los partidos de la Lista Árabe Unida, que eligió en las últimas elecciones de septiembre a 13 parlamentarios”, lo que la hace la tercera fuerza política del país, subraya el docente universitario.

Sin embargo, aclara que no existe en la historia de Israel, desde su creación en 1948, una coalición de gobierno que haya incluido a los partidos árabes, porque estos nunca han querido participar del gobierno.

En este contexto, según él, la nueva estrella de todo este tejemaneje electoral en Israel es el exministro de Exteriores, Avigdor Lieberman. No solo sacó en septiembre una votación mayor a la de abril pasado, sino que sigue siendo con sus ocho parlamentarios una fuerza política decisoria, dice.

Sin embargo, observa que por tratarse de un partido abiertamente de derecha y laico, cuya principal diferencia con Netanyahu es que no quiere sentarse en un gobierno con los partidos religiosos, la situación parece que no se resolverá, lo que conduciría a una tercera elección en Israel en menos de un año, con miras a desenredar esa madeja política.

“Una pesadilla”: nuevas elecciones
Para el analista político Gil Novick, quien vive en Israel, el Likud de Benjamín Netanyahu, en este momento busca asociarse con otros partidos para llegar a los 61 diputados, pero según las posiciones partidistas, no lo estaría logrando, aunque aún tiene unas dos semanas para intentarlo.
Si no lo logra, la pelota pasaría al segundo partido con chances, Azul y Blanco, que incluso tienen menos opciones, señala. Entonces, anota que lo que se propuso es que se unan esos dos partidos en un gobierno de “unidad nacional”.
Además “los israelíes están cansados de esta situación, quieren que se forme gobierno cuanto antes y la posibilidad de unas terceras elecciones en menos de un año es vista como una pesadilla”, comenta.

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Por Julián Schvindlerman

  

A 70 años de la revolución comunista en China – 01/10/19

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Mao Zedong, el sanguinario líder comunista que se transformó en un objeto de culto

Mao tenía apenas diez años de edad cuando la primera, tímida traducción de la teoría marxista apareció en China, en 1903. Se trataba apenas de un fragmento del marxismo, una simple cita del Manifiesto Comunista, tomada de un libro en japonés titulado Socialismo Contemporáneo que abordaba la historia y el desarrollo de esa ideología. Otros libros y artículos le sucedieron a esta incipiente publicación, pero recién en 1908 se publicó, en una revista nombrada “Justicia del Cielo”, el prefacio entero de Engels a la edición de 1888 del Manifiesto Comunista. En Asia Oriental, las ideas socialistas entraron por Japón inicialmente, especialmente en círculos cristianos. Estudiantes chinos en Japón regresaron a su país trayendo consigo ideas socialistas y comunistas. También estudiantes chinos en Paris abrazaron al anarquismo y lo importaron a su país. Fue desde Tokio y Paris, antes que Moscú, de donde llegó el socialismo, el comunismo y el anarquismo a China. La posterior exposición del joven Mao a las ideas de Marx y Engels tendría un impacto profundo y duradero en él y, eventualmente, en toda China. “El comunismo no es amor”, concluiría Mao tras su inmersión en el estudio de esta doctrina, “El comunismo es un martillo que se usa para aplastar al enemigo”.

La adhesión de Mao al comunismo no se debió a la ignorancia o a la ausencia de opciones. De niño aprendió confucionismo y literatura clásica china. Se compenetró con el Espejo completo para la ayuda de gobierno, de Zizhi Tongjian (siglo XI), y con Cosas esenciales sobre los países y las regiones para estudiar la historia, de Tushi Fangyu Jiyao (siglo XVII), así como con clásicos chinos no canónicos como Los tres reinos, El margen del agua y Viaje a Occidente. De adolescente leyó sobre Napoleón, Pedro el Grande, Wellington, Lincoln y George Washington. Como joven adulto incursionó en El espíritu de las leyes de Montesquieu, El contrato social de Rousseau, La riqueza de las naciones de Smith, El origen de las especies de Darwin así como textos de John Stuart Mill, Herbert Spencer y Thomas Huxley, traducidos del inglés por académicos chinos que estudiaron en Inglaterra o tomados de traducciones japonesas. Un ejemplar de la biblioteca de Mao que sobrevivió con sus anotaciones fue la traducción al chino de Un sistema de éticas del filósofo Friedrich Paulsen. Una de sus notas dice: “Dejad que la destrucción juegue el papel de una madre que da vida a un nuevo país”. De manera que Mao tuvo contacto con las ideas occidentales sobre la democracia, la libertad, el individuo, la economía de libre mercado, la legalidad y la relación entre gobierno y gobernados. Pero él se dejó seducir por el marxismo, y a temprana edad ya proponía aplicar en China el “comunismo extremo” con sus “métodos de dictadura de clases”.

En 1920, Mao inauguró su propia librería cultural en la ciudad de Hunan, que vendía textos izquierdistas, socialistas y marxistas, como una introducción a El Capital, un estudio sobre la Nueva Rusia, El sistema soviético y China, así como la revista china Mundo de los trabajadores. El negocio prosperó y abrió otras siete sucursales. Al año siguiente, contando veintisiete años de edad, cofundó el Partido Comunista Chino. De aquí en más, el destino de China cambiaría por completo. Durante las siguientes tres décadas aproximadamente, Mao luchó en las guerras civiles de su país, lidió con Joseph Stalin, corrió de lado a sus adversarios, combatió contra los japoneses, formó varias familias, superó desafíos personales e impuso el gobierno comunista en algunas localidades chinas. Todo esto, como notó un historiador, fue antes de hacerse con el poder en su país. Una vez que tomó el control de China, este Gran Timonel sometió a sus cientos de millones de súbditos a una enteramente evitable hambruna masiva, una revolución cultural desquiciada, un exaltado culto a su personalidad, experimentos socio-económicos fallidos y caprichos personales varios durante casi tres décadas que dejaron a la población paranoica, aterrada y exhausta.

El líder chino estuvo dispuesto a ocasionar una gran devastación humana a una escala inconcebible con tal de alcanzar sus objetivos económicos y realizar sus fantasías políticas. Su receta del “Gran Salto Adelante” y su “Revolución Cultural” provocaron la muerte a entre 45-60 millones de personas. “Bien pudiera ser que tuviera que morir la mitad de la China” acotó Mao, indiferente al sufrimiento colosal que estaba ocasionando. Su desprecio por la vida (ajena) quedó expresado en esta frase suya singularmente elocuente: “Cuando los teólogos hablan del día del Juicio Final, son pesimistas y aterran a la gente. Nosotros decimos que el fin de la humanidad es algo que producirá algo más avanzado que la humanidad. La humanidad se halla todavía en su infancia”.

Ni siquiera el reino animal escapó a su varita destructiva. Insólitamente, Mao acusó a los gorriones de estar devorando los granos que podían alimentar a los niños chinos e incitó a los granjeros a atacarlos. La China rural vivió así una masiva cruzada anti-gorriones que se implementó por medio de una guerra de sonidos. Los campesinos golpeaban sus cacerolas ruidosamente para mantener a las aves asustadas en el aire mientras sus hijos rompían los nidos en los árboles. El resultado de esta campaña nacional fue exitoso: millones de gorriones cayeron a la tierra muertos de cansancio. Esta cacería absurda trajo una consecuencia no anticipada por el Gran Timonel. Ante la ausencia de gorriones, los insectos que dañaban las cosechas tuvieron el camino libre para diezmarlas, y con las cosechas arruinadas los campesinos padecieron hambre a tal extremo que emergió el canibalismo ocasionalmente.

Mientras el reino animal y la raza humana padecían las consecuencias de sus políticas en China, Mao se hizo el tiempo para escribir. De hecho, sería perfectamente razonable aducir que de no haber entrado a la política, él podría haber sido un ensayista y un poeta de envergadura. Mao escribió desde joven, reflejando por medio de la pluma sus muchas experiencias políticas y personales. Tras los combates, escribió; tras las separaciones de sus esposas, escribió; tras sus triunfos partidarios, escribió. Mao fue un ideólogo serio y un creador de frases cautivantes que resonaron en casi todos los confines de la Tierra. Tal como observó el periodista británico Daniel Kalder, así como el eslogan comercial Just Do It! es universalmente reconocido hoy en día, muchas de las creaciones lingüísticas de Mao alcanzaron fama mundial en su tiempo, especialmente, pero no exclusivamente, entre sus admiradores. Entre ellas: “La revolución no es un banquete”, “El poder político nace del cañón de un arma”, “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, “Todos los reaccionarios son tigres de papel”, “Los marxistas no son adivinadores” y “Las balas recubiertas de azúcar de la burguesía”.

Tal fue la cantidad de latiguillos, reflexiones, poemas, artículos y discursos redactados y pronunciados por Mao, que a mediados de los años sesenta el gobierno chino decidió reunirlos en un compendio oficial único. Se lo conoció indistintamente como Citas del Presidente Mao, El Pequeño Libro Rojo o El Libro del Tesoro Rojo. Con Mao aun en vida en la década del sesenta, solamente en China se imprimieron más de mil millones de ejemplares, guarismo que superaba a la población local de la época (750 millones). Al poco tiempo, el régimen comunista chino inició traducciones a idiomas foráneos. Para 1971, la obra literaria cumbre del maoísmo contaba 110 millones de ejemplares repartidos en treinta y seis lenguas diferentes. Movimientos guerrilleros, especialmente en Perú, Nepal, Camboya y la India, lanzaron insurrecciones violentas inspirados en sus ideas. Su influencia se hizo notar desde Tanzania hasta Albania, desde Italia hasta Yugoslavia y desde Moscú hasta California. Arrasó ideológicamente al Tercer Mundo y sedujo románticamente a intelectuales como Julia Kristeva, Jean-Paul Sartre, Michel Foucalt y Alan Badiou. Se estima que su compendio es el texto más leído en la historia, sólo superado por la Biblia.

La estética Mao con los rayos del sol surgiendo detrás de su rostro sonriente se reprodujo en serie y toda China quedó cubierta de afiches con su imagen radiante. Estatuas de oro que lo corporizan fueron ubicadas en las calles, plazas y universidades de las ciudades. Su rostro fue impreso en miles de millones de pins para que los chinos pudieran clavarlos en sus ropas, próximos a sus corazones. Billetes nacionales, llaveros, encendedores, yo-yos, relojes y tarjetas en millones de cantidades llevaron su cara impresa en ellos. Talismanes con su imagen colgaron de los espejos en los automóviles de taxistas y su figura apareció en altares hogareños. Las biografías de Mao han sido extremadamente populares y vendieron grandes cantidades de ejemplares.

Su Libro Rojo y el merchandising de su figura fueron un exitoso negocio capitalista. Nada mal para un comunista.

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Por Julián Schvindlerman

  

¿Qué fue el caso Dreyfus? – 30/09/19

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Una polémica emergió en el Festival de Cine de Venecia a partir de la inclusión del film Un oficial y un espía del director Roman Polanski. La cineasta argentina que preside el jurado, Lucrecia Martel, no objetó la exhibición de la película en sí, pero repudió a su director, quien es un prófugo de la justicia estadounidense por cargos de violación de una menor de edad en 1978. Polanski por su parte se comparó con el personaje central de su película, el capitán Alfred Dreyfus, quien fue injustamente acusado de espionaje a fines del siglo XIX. Si las películas del director polaco ya eran motivo de inquietud en los círculos cinéfilos antes de la era del Mee Too, ahora resultaba evidente que las sensibilidades se potenciarían. Pero más allá de Polanski y su pasado, ¿qué se conoce como el caso Dreyfus que él retrata en su film?

Alfred Dreyfus nació en Alsacia (zona de Francia bajo ocupación alemana) en 1859 en el seno de una familia judía. Ingresó a la École Polytechnique, una academia militar de la que se graduó en 1880. Habiendo obtenido el rango de capitán, contrajo matrimonio con Lucie Hadamard, una joven pianista de una acaudalada familia judía, y ambos se asentaron en un departamento en una zona residencial parisina. Dreyfus hizo una destacada carrera llegando a graduarse en el noveno lugar de su clase de ochenta y un oficiales y fue premiado con la designación en el Estado Mayor General del ejército francés en 1892. Su éxito profesional como judío, en el ámbito militar de una nación católica y nacionalista, era visto como una prueba de la integración de los judíos a la sociedad europea en general. Pero lo que debió haber sido un símbolo de la adaptación, se terminó convirtiendo en una seña de los obstáculos todavía existentes para la plena afiliación de los judíos europeos de fines del siglo XIX.

En septiembre de 1894, el servicio de contraespionaje francés interceptó una misiva con secretos de estado enviada al agregado militar alemán en París. El mayor Hubert Henry falsificó pruebas para involucrar en el caso al único judío miembro del Estado Mayor General. En octubre, el capitán Dreyfus fue arrestado y acusado de espiar para Alemania. El 1 de noviembre, el periódico antisemita La Libre Parole informó acerca del arresto con el titular “Traición”. El juicio comenzó a puertas cerradas el 19 de diciembre y tres días más tarde Dreyfus fue hallado culpable. Condenado a cadena perpetua, fue enviado a la notoria colonia penal la Isla del Diablo en la Guayana francesa, donde pasó a ser el único prisionero entonces. Antes, en la ceremonia pública de degradación, un suboficial arrancaría las insignias y los botones del uniforme del acusado, le quitaría la espada y la quebraría contra su rodilla. Mientras cruzaba el patio, Dreyfus insistía en su inocencia: “Mi único crimen es haber nacido judío”. Afuera, una multitud enfurecida gritaba: “¡Muerte a Dreyfus! ¡Muerte a los judíos!”.

Un año y medio después, el coronel Marie-Georges Picquart, jefe de los servicios de inteligencia, halló evidencia inculpadora que indicaba al verdadero espía, el comandante Ferdinand Esterhazy. Hubo exigencias de un nuevo juicio, que fueron rechazadas, aunque Esterhazy fue investigado y sobreseído y Picquart apartado del caso y encarcelado (años más tarde será rehabilitado y llegará a ser Ministro de Guerra). A fines de 1896, el joven escritor judío Bernard Lazare publicó un ensayo titulado Un erreur judiciaire: la vérité sur l´affaire Dreyfus en el que denunciaba: “Fue arrestado porque era judío, y condenado porque era judío, y porque era judío no se elevaron a favor de su persona las voces de la justicia y la verdad”. Estimulados por Lazare, muchos jóvenes judíos asumieron como propia la causa, entre ellos Marcel Proust, que lograron interesar en el tema a personalidades no judías. Entre estas últimas se hallaba el escritor más popular de Francia, Emile Zola, quién escribiría el artículo que alteraría el rumbo del caso. Publicado el 13 de enero de 1898 bajo el título “¡J´Accuse…!” en el recientemente fundado L´Aurore editado por George Clemenceau, la columna causó un revuelo mayor. L´Aurore tenía una distribución de 300.000 ejemplares que debía batirse con la misma cantidad de ejemplares que editaba la prensa antisemita, más las publicaciones populares tales como Le Petit Journal (1.100.000), Le Petit Parisien (750.000) y Le Journal (500.000), que -al menos al principio del caso- adoptaron una postura favorable al orden establecido.

Zola fue enjuiciado bajo cargos de difamación y debió huir a Inglaterra. Cuatro días después de la publicación, estallaron disturbios antisemitas en Nantes y se propagaron a Nancy, Rennes, Burdeos, Tournon, Montpellier, Marsella, Lyon, Tolouse, Angers, El Havre, Orleáns y otras ciudades llegando hasta Argel. La sociedad francesa se partió en dos bandos. Hubo treinta y dos duelos entre dreyfusards y anti-dreyfusards. En la Cámara de Diputados hubo una riña a puñetazos. En 1899, el precursor del cine Georges Mélies rodó once films breves sobre el caso Dreyfus que en cada una de sus exhibiciones terminó la audiencia a los golpes. En este contexto se acuño el término “intelectuales” que refería a los dreyfusards; hoy en día consideraríamos intelectuales al escritor Paul Valéry y al pintor Edgar Degas, pero en aquél entonces ambos eran anti-dreyfusards.

En agosto de 1898, el mayor Henry admitió haber falsificado pruebas contra Dreyfus y se suicidó en vísperas del arresto. Una corte de apelaciones llamó a un nuevo juicio que ocurrió a mediados de 1899 luego de que Dreyfus fuese traído desde Sudamérica, enfermo de malaria. La reputación del ejército estaba en juego y los militares estaban más decididos que nunca a sostener su posición. La junta de oficiales que presidía el jurado votó a favor de una nueva condena contra el capitán judío, pero la injusticia a estas alturas era tan evidente que el presidente de la república Émile Loubet ofreció el perdón a Dreyfus, quién, presionado por el entorno, lo aceptó. Ese mismo año fue liberado de la prisión y finalmente, en julio de 1906, cuatro años después de la muerte de Zola, la alta corte de apelaciones (una corte civil) anuló la segunda condena y su inocencia quedó reivindicada.

Dreyfus fue reincorporado al ejército y promovido al cargo de mayor. Luchó en la Primera Guerra Mundial en el frente pero el ejército se rehusó a otorgarle algún reconocimiento por ello. En 1931, documentos alemanes demostraron de manera definitiva la culpabilidad de Esterhazy pero el ejército francés continuó renuente a admitir la verdad de su crimen. Aún en 1994, en ocasión del centenario del arresto del capitán Dreyfus, el ejército francés publicó un estudio en el que se presentaba como la víctima de una confabulación y lo más que pudo afirmar respecto de Alfred Dreyfus fue que “su inocencia es la tesis ahora más generalmente aceptada por los historiadores”. Este año se informó que el capitán Dreyfus sería ascendido al rango de General.

El capitán judío murió en la capital francesa en 1935. A cinco años de su fallecimiento, los nazis ingresaron a París precipitando la fuga de alrededor de un millón de parisinos, con decenas de miles de judíos entre ellos. Para entonces su esposa Lucie, de 71 años, huyó a Toulouse y de allí a Valence donde encontró refugio en un convento católico en el que pasó los años de la guerra oculta bajo otro nombre. Aun cuando su identidad verdadera fue desconocida por las monjas del convento, gracias a ellas una de las mujeres judías más famosas de Francia de la época sobrevivió al Holocausto. Lucie murió el 14 de diciembre de 1945. Una nieta de Dreyfus, Madeleine, de 22 años, permaneció en Toulouse donde se unió a la resistencia francesa y colaboró en organizar rutas de escape hacia España. Fue arrestada y enviada a Auschwitz en noviembre de 1943, lugar en el que murió tres meses más tarde.

Este 2019, la saga trágica de Alfred Dreyfus recobrará vida en la película de Polanski. Una controversia histórica dentro de otra controversia contemporánea. Aunque en rigor, y a pesar de los esfuerzos del director polaco en crear un paralelismo, ambas situaciones son histórica y moralmente incomparables.

La Ilustración Liberal

La Ilustración Liberal

Por Julián Schvindlerman

  

Mila 18 vs. Muranowska 7: una grieta en el gueto de Varsovia – Primavera-Verano 2019

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Por Julián Schvindlerman
Artículo publicado en La Ilustración Liberal (España)

Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis establecieron cientos de guetos en el continente europeo con el fin de segregar a los judíos. Eran extremadamente insalubres y superpoblados. Escaseaban los alimentos y los servicios públicos eran mínimos. El frío invernal era inclemente y los brotes epidémicos, tan regulares como mortales. Con la adopción de la Solución Final (1942), los alemanes comenzaron la destrucción de los mismos y la deportación de la población judía hacia campos de exterminio. Cuando los judíos comprendieron que serían enviados a una muerte cruel y segura, muchos de ellos se sublevaron. Así, hubo levantamientos en más de cuarenta guetos, incluidos los de Varsovia, Vilna, Bialystok, Czestochowa, Kovno, Minsk, Mir, Bedzin, Sosnowiec, Tuchin y Kremenets. También hubo revueltas en campos de trabajo, en Lublin y Janówska, así como en los campos de exterminio de Auschwitz (se voló uno de los crematorios), Sobibor (se mató a once guardias SS) y Treblinka (se provocó un incendio).

El primer levantamiento urbano en la Europa ocupada por los nazis ocurrió en el gueto de Varsovia entre abril y mayo de 1943. El año anterior, 270.000 judíos habían sido enviados a Treblinka. La revuelta se desató sólo cuando los restantes 130.000 comenzaron a advertir la dimensión de la tragedia en ciernes y el destino fatal que les esperaba. Para enero de 1943, había poco más de 60.000 judíos en el gueto. Un puñado de ellos se sublevó militarmente. Fue una contienda librada en la más absoluta soledad. Los judíos estaban marginados del mundo y su gesta apenas fue notada en el resto de Polonia o en el extranjero. Mientras enfrentaban a los nazis en las calles del gueto en condiciones desventajosas, nunca recibieron palabras de estímulo u ofrecimientos de ayuda por parte parte de ningún líder aliado.

Durante alrededor de treinta días, la resistencia judía desafió al ejército alemán desde una situación de clara inferioridad. Los nazis habían estimado que en apenas tres días aplastarían esa rebelión. Al final, los soldados alemanes redujeron el gueto a escombros con artillería pesada. En un ataque dirigido al búnker de la resistencia, sito en el número 18 de la calle Mila, los nazis asesinaron al comandante de la revuelta, Mordejai Anielewicz, y a la mayoría de sus combatientes. El oficial responsable de liquidar el gueto ordenó destruir la Gran Sinagoga de la calle Tlomacki, como símbolo de la victoria nazi. En sus reportes a Berlín, informó haber matado a alrededor de 7.000 judíos, capturado a otros 56.065 y destruido 631 búnkeres. Los judíos fueron deportados a campos de concentración y de exterminio. Aunque los rebeldes sabían que tenían cero chances de supervivencia, se sublevaron en señal de desafío al nazismo.

Los resistentes del gueto ocasionaron muy pocas bajas entre las filas nazis (16 muertos y 85 heridos); aun así, simbólicamente su levantamiento fue la más importante de todas las rebeliones urbanas ocurridas durante la guerra. La Ceremonia de Recordación del Holocausto, Iom ha-Shoá, fue señalada en el calendario hebreo en coincidencia con este levantamiento. Su historia quedó retratada en una gran cantidad de libros, artículos y películas. El heroísmo de sus combatientes ha sido honrado en museos, conmemoraciones anuales, calles y estatuas; y su épica, inmortalizada en best-sellers como Mila 18, de Leon Uris, y The Wall, de John Hersey.

El otro lado de la historia

Sin embargo, y a pesar de esa enorme atención mundial, sólo se conoce una parte de la historia. Bajo el último ladrillo bombardeado por los nazis quedó sepultada otra parte de la verdad. La historia completa del levantamiento del gueto de Varsovia exige reconocer la existencia no de una sino de dos organizaciones armadas hebreas: la Organización Judía de Combate (Zydowska Organizacja Bojowa, ZOB) y la Unión Militar Judía (Zydowski Zwiazek Wojskowy, ZZW). Al momento de la sublevación, la primera contaba con alrededor de 500 miembros, la segunda con la mitad. La ZOB fue liderada por Mordejai Anielewicz y era de extracción socialista. La ZZW fue establecida por Pawel Frenkel, del movimiento revisionista (en términos actuales, derechista) Betar.

Originalmente, Anielewicz se había unido a Betar a los doce años de edad, pero más tarde abandonó el movimiento para sumarse al marxista Hashomer Hatzair. Las disparidades ideológicas, personales y grupales impidieron que esas dos organizaciones armadas unieran fuerzas contra los nazis aun en plena Guerra Mundial, con el trasfondo de cientos de miles de judíos maltratados, marginados y deportados a las cámaras de gas.

En los años de la preguerra, los socialistas judíos predicaban sobre la lucha de clases y promovían la consigna de la solidaridad con el proletariado universal. En Palestina y en Polonia, los judíos de izquierda detestaban a los judíos derechistas que defendían la economía capitalista y el libre mercado. Los primeros veían a los segundos como enemigos de las clases trabajadoras, en el mejor de los casos, y como fascistas, en el peor. La enciclopédica Crónica del Holocausto describe a Hashomer Hatzair como un “movimiento socialista sionista que consideraba el socialismo nacional [sic] como un desarrollo natural del capitalismo”. Marek Edelman, el representante del Bund en la ZOB, caracterizó a los combatientes de la ZZW como “una banda de porteros, contrabandistas y ladrones”, en tanto que Yitzhak Zuckerman, subcomandante de la misma ZOB, descalificó a la resistencia revisionista como permeable a la infiltración nazi: “Estábamos preocupados respecto de la posibilidad de que la ZZW fuese infiltrada por agentes de la Gestapo”.

Varios de los comunicados emitidos por los resistentes socialistas durante el levantamiento contenían retórica típicamente izquierdista. Así, un cable enviado desde Varsovia a Londres el 26 de abril de 1946 y redactado por activistas de Poalei Zion (Obreros de Sión) mandaba “saludos de los luchadores a los trabajadores judíos de Eretz Israel y del mundo entero”. En marzo de 1944, la Federación de Trabajadores Judíos en Palestina (Histadrut) publicó en su revista Davar una carta fechada en noviembre y proveniente de militantes judíos en Polonia que hacía referencia a “los valores que nos fueron imbuidos (…) Es de estos valores que nace la iniciativa para la resistencia y la revuelta, como parte del Movimiento de los Trabajadores de Eretz Israel”. En mayo, el Comité Nacional Judío de Varsovia despachó un cable a Londres que concluía con estas palabras:

Que todos los movimientos obreros del mundo sepan que los organizadores y líderes de la revuelta del gueto de Varsovia fueron del Movimiento de los Obreros para el Trabajo en Eretz Israel, y que cientos de luchadores combatieron por y se inspiraron en el ideal de que su muerte será una de las bases para un futuro socialista para las masas judías en Eretz Israel.

La adhesión a estas consignas socialistas fue intensa, al punto de que, durante el levantamiento, la ZOB permitió que se sumaran a sus filas movimientos proletarios antisionistas, como los bundistas y los comunistas, pero rechazó aliarse con los revisionistas.

Rivalidad en Palestina, desunión en Polonia

La segunda mitad de los años cuarenta fue un período marcado por acentuadas confrontaciones entre el liderazgo socialista en Palestina/Israel y los grupos disidentes de derecha que se habían declarado en rebeldía contra los británicos y desafiaban las directivas de la Agencia Judía, cuyo titular era David Ben Gurión. Uno de esos grupos era el Irgún, establecido en 1931 por discrepancias con las tácticas de la Haganá y con su reacción al pogromo árabe de 1929. El Irgún criticó la pasividad del oficialismo y respondió a las agresiones árabes con ataques contra autobuses, mercados e individuos árabes. A partir de 1939, luego de la publicación del Libro Blanco, que restringía la inmigración judía a Palestina, sus miembros efectuaron operaciones contra instalaciones e instituciones británicas, y mataron a oficiales ingleses que habían torturado a irgunistas.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, esta agrupación cesó sus ataques contra los ingleses y muchos de sus combatientes se enlistaron en el ejército británico; entre ellos su líder, quien fue abatido durante una operación de comando en Irak. Su sucesor, Menajem Beguin, retomó la política contra los ingleses a partir de 1944 con gran intensidad, atacando campamentos del ejército, estaciones policiales, oficinas del Gobierno y vías férreas. Al Irgún se le sumó la Banda Stern (también conocida como Lehi), grupo escindido del propio Irgún cuando éste decidió detener sus operaciones anti-inglesas en 1939 y que tenía en sus filas a Itzhak Shamir. Luego de que la Banda Stern asesinara al ministro británico para asuntos de Medio Oriente (1944), la Haganá, irritada, intentó frenar sus acciones y persiguió a los miembros de ambas agrupaciones, encarcelándolos e incluso delatándolos ante las autoridades británicas. Trescientos de ellos fueron apresados y doscientos cincuenta y uno, deportados a campamentos de detención británicos en Eritrea y Sudán como resultado de esta decisión del oficialismo sionista.

La comunidad judía en Palestina tuvo un efímero momento de unidad con el Movimiento Unido de Resistencia Judía, que aglutinaba a la Haganá, el Irgún y la Banda Stern. Ello ocurrió en octubre de 1945, luego de que la Oficina Colonial británica informara a Jaím Weizmann de que no cambiaría su política hacia Palestina. Ben Gurión ordenó a la Haganá unir fuerzas con los grupos previamente repudiados. Así, por toda Palestina fueron atacados intereses ingleses, así como las infraestructuras que necesitaban para controlar el territorio, tales como centrales telefónicas, refinerías de petróleo, puentes, bases militares, etc. A mediados de 1946, el Irgún –sin autorización de la Haganá– voló un ala del Hotel King David que albergaba los cuarteles militares británicos. Los trescientos kilos de explosivo provocaron la muerte a veintiocho ingleses, cuarenta y un árabes y diecisiete judíos. Ese hecho marcó el fin del Movimiento Unido de Resistencia Judía.

Según estadísticas de la Oficina Colonial, entre junio de 1946 y marzo de 1947 la resistencia sionista mató a 45 soldados, 29 policías y 14 civiles británicos. En 1947 el Irgún adoptó medidas cada vez más audaces. Sus miembros atacaron la prisión-fortaleza de Acre y liberaron a 251 prisioneros suyos. Cuando los ingleses ahorcaron a tres de sus militantes, el Irgún respondió ahorcando a dos sargentos británicos. En junio de 1948, Ben Gurión ordenó al ejército que hundiese el buque Altalena, que transportaba armamento francés para el Irgún y alrededor de 900 pasajeros, la mayoría sobrevivientes del Holocausto. Aunque Beguin había informado del arribo del buque a las autoridades oficiales, se produjo una disputa en torno al destino final de esas armas.

Esto da cuenta de hasta qué niveles llegaban los choques entre la derecha y la izquierda sionista en aquellos tiempos. Esa rivalidad, que ya existía en la preguerra, se manifestó también en la judería polaca y no pudo ser contenida ni siquiera en el contexto del Holocausto. Cabe notar que la resistencia judía que se sublevó en el gueto de Vilna incluía a miembros de Betar y de Hashomer Hatzair, así como a comunistas. Aba Kovner y Yosef Glazman decidieron armar un frente común ante los nazis. En Varsovia, los resistentes judíos no pudieron hacerlo.

El socialismo judío, al poder

La narrativa que emergió durante el levantamiento y que se consolidó con los años como la única versión válida de los hechos fue la promovida por los supervivientes de la ZOB. A los combatientes socialistas se les asignó un rol central en la revuelta y se relegó a los revisionistas a los márgenes de la lucha; y si se les mencionaba, era despectivamente. Los principales creadores de esta versión fueron Yitzhak Zuckerman y su mujer y camarada de armas Tzivya Lubetkin, los más destacados sobrevivientes de la milicia liderada por Mordejai Anielewicz. Al finalizar la guerra emigraron a Israel, dieron entrevistas a la prensa, dictaron conferencias por el país y ayudaron a fundar el Museo de los Combatientes del Gueto en el kibutz Lojamei Haguetaot (establecido aun antes que Yad Vashem). Zuckerman redactó una autobiografía –Un exceso de memoria–, Lubetkin otra –En los días de destrucción y revuelta–, y llegó incluso a testificar en el juicio a Eichmann, celebrado en Jerusalem.

La historia que narraron dio muy poco espacio a la gesta de la ZZW. Su relato fue acríticamente adoptado por el Mapai y el laborismo, fuerza política que gobernó el Estado judío durante los primeros 29 años de su existencia, y así quedó rubricada oficialmente una narrativa sesgada.

Unos días antes del levantamiento, Zuckerman fue enviado a contactar con la resistencia polaca fuera del gueto, pero no pudo regresar tras el inicio de la represión nazi. Se convirtió en el más prominente testigo de los hechos, aun cuando no participó de la rebelión en el gueto. Junto con Adolf Berman, de Poalei Zion, y Leon Feiner, del Bund, redactó los comunicados que se enviaron al Yishuv a través de la radio de la resistencia polaca, con la que tenían nexos. El primer boletín decía (el énfasis ha sido agregado):

Hoy, lunes 19 de abril, los alemanes empezaron una nueva acción mortífera en el gueto de Varsovia. A las 4 am se escuchó fuego intenso de rifles y ametralladoras, así como la explosión de bombas, en las inmediaciones de los muros del gueto. Carros blindados y tanques entraron al gueto. La acción es llevada a cabo por la policía militar bajo el comando de las SS (…) La Organización Judía de Combate [ZOB], que abarca a todos los elementos activos de la comunidad judía, está poniendo fuerte resistencia en varios edificios. Se están produciendo choches violentos entre los combatientes judíos y los alemanes.

El segundo boletín reportaba el 20 de abril: “La lucha entre la Organización Judía de Combate [ZOB] y los alemanes en el gueto de Varsovia continúa con toda su fuerza”. El tercero, emitido el mismo día, decía: “La Organización Judía de Combate [ZOB], que lidera el combate en el gueto de Varsovia, ha rechazado un ultimátum de los alemanes que exigía la deposición de las armas para las 10 am del martes” (énfasis agregado). Y proseguía: “Los luchadores judíos han izado dos banderas sobre la azotea de un edificio en la calle Muranowska: una roja y blanca, la otra azul y blanca”. El 28 de abril, otro boletín informaba: “En el área de la estación de acarreo de Muranowska, una unidad de combatientes efectuó un ataque contra los alemanes”.  

Estos comunicados, los primeros y únicos que dieron a conocer al mundo lo que estaba ocurriendo en el gueto, proclamaron que sólo una facción judía estaba combatiendo a los nazis, y que dicha facción era la ZOB. Se trataba de una versión parcial de los hechos, y Zuckerman, Berman y Feiner lo sabían. Conocían la existencia de la ZZW, sabían quiénes eran Pawel Frenkel y su subalterno Leon Rodal y estaban al tanto de que la ZZW, según diría años más tarde un superviviente revisionista del gueto, fue “la primera en organizarse, la primera en advertir, la primera en adiestrarse y armarse y la primera en llevar a cabo acciones”. Para peor, esos comunicados atribuyeron a la ZOB lo que se considera la hazaña más extraordinaria del levantamiento: izar las banderas polaca y sionista sobre la azotea de uno de los edificios del gueto.

El testigo nazi

Juergen Stroop fue el oficial de las SS responsable de liquidar los remanentes del gueto tras las deportaciones de 1942. Respondía ante Heinrich Himmler, a cuyo escritorio llegaban los informes que aquél le enviaba a través de su superior, el SS asentado en Cracovia Frierich-Wilhelm Krueger. Anotados con la frialdad y el rigor de los nazis, dichos informes constituyen las más fidedignas descripciones de los hechos durante la sublevación judía y la consecuente represión alemana. En uno de sus reportes, Stroop escribió:

Esas banderas inspiraron a cientos de miles de personas, las despertaron. Tuvieron una gran importancia política y moral, unieron a los judíos y a los polacos. Esas banderas eran poderosas como fuego de cañón. ¡Eran como mil cañones!

En otro reporte, Stroop mencionó a los combatientes revisionistas: “Ya en la noche del primer día nos topamos con una resistencia bastante feroz. Aquellas personas estaban organizadas en un movimiento llamado a-Jalutz, que creo yo se llamaba también Betar”. Testigos de la contienda han corroborado la descripción de este oficial nazi, quien, paradójicamente, se convirtió en una fuente más objetiva que los escribas de la ZOB, que minimizaron o directamente escondieron el papel de la ZZW durante la revuelta.

Tras liquidar el gueto, Stroop fue galardonado con la Cruz de Hierro. Reunió todos sus reportes diarios del período comprendido entre el 9 de abril y 16 de mayo de 1943, junto con su informe del 16 de mayo, en un álbum adornado con fotografías de los combates que él mismo había tomado. Titulado El rincón judío en Varsovia ya no existe, también contenía un listado de los nombres de los alemanes caídos. Una copia del álbum fue entregada a Krueger, otra Himmler y otra quedó en manos del propio Stroop. Ésta fue admitida como evidencia en los Juicios de Núremberg. Ha sido traducida y publicada en muchos idiomas. Es considerada una fuente primaria valiosa sobre el levantamiento.

Tomado prisionero al finalizar la guerra, se ordenó a Stroop que escribiera un reporte sobre su accionar en el gueto. Escrito en mayo de 1946, es conocido como el Reporte Weisbaden, por la cárcel homónima. En él, Stroop menciona el izado de las banderas polaca y sionista por los combatientes judíos en la plaza Muranowski. Stroop fue condenado a muerte, pero extraditado antes a Polonia para ser juzgado por sus crímenes en el gueto. Mientras aguardaba el inicio del juicio en la prisión de Mokotow (Varsovia), se le ordenó responder por escrito 42 preguntas sobre los hechos en el gueto. Sobre la batalla en la plaza Muranowski, respondió: “La plaza Muranowski (ya no recuerdo el nombre) fue el lugar que los luchadores del gueto defendieron con la mayor obstinación”. Stroop repitió esto mismo ante tres sobrevivientes a los que se les permitió interrogarle: Marek Edelman, miembro bundista de la ZOB; Rahel Auerbach, colaboradora de Emmanuel Ringelblum, el famoso cronista del gueto, y Stefan Grayek, integrante de Poalei Zion. “La más defensa más potente se produjo en la plaza Muranowski”, admitió.

Sus declaraciones durante el juicio en Varsovia, así como los diálogos que mantuvo con un prisionero polaco con quien compartió celda, Kazimierz Moczarski, quien posteriormente los volcó en un libro titulado Conversaciones con el ejecutor, agregan evidencia sobre la existencia y las acciones de la ZZW.

El relato se consolida

La muerte en combate de la plana mayor de la ZZW y de muchos de sus combatientes, la carencia de conexiones con el mundo exterior de aquellos que sí sobrevivieron y el rol marginal de Betar en la política en Palestina atentaron contra la elaboración de una narrativa equilibrada sobre el levantamiento del gueto. Ni siquiera sobrevivió una fotografía del líder de la ZZW, Pawel Frenkel. Los más importantes líderes de la ZOB, por el contrario, sobrevivieron (salvo Anielewicz), y tenían estrechos contactos con las fuerzas clandestinas polacas y con el Gobierno polaco en el exilio. Esto les permitió transmitir cables al extranjero. Sus vínculos con la Agencia Judía en Palestina y otros organismos judíos oficiales socialistas potenciaron la divulgación de su relato.

El 22 de junio de 1943, Zuckerman y Lubetkin enviaron un cable a Palestina por medio de la resistencia polaca. “Los comabtes en el gueto han terminado. Cientos de nuestros camaradas han caído. Decenas decidieron suicidarse. Hejalutz-Hashomer Hatzair fue la columna vertebral de la Organización Judía de Combate [ZOB]”. Dos meses después, Davar reprodujo este cable. En mayo de 1944, Unzer Tsait, el mensual del movimiento bundista en Estados Unidos, publicó: “La resistencia fue organizada y liderada por la Organización Judía de Combate [ZOB], que desempeñó el papel fundamental. Esta organización de combate fue el brazo operativo del Comité de Coordinación, integrado por representantes del Bund y del Comité Nacional Judío. Los revisionistas establecieron una pequeña organización propia, Nejama, que cesó sus operaciones tras dos días de lucha. Los miembros de la ZOB eran principalmente jóvenes trabajadores…”. Dentro de las filas izquierdistas, existió además una competencia entre los socialistas y los bundistas de la ZOB por la supremacía en el combate, tal como atestigua este cable del 24 de mayo de 1944, enviado a Londres por Zuckerman y Berman:

Por el bien de la verdad, queremos comentar unas cuantas cosas. Basándonos en reportes del extranjero, nos parece que el Bund está tratando de darse crédito por los combates en el gueto de Varsovia, si no por todos, por la mayoría. Les hacemos saber inequívocamente que esto no es consistente con la verdad.

En enero de 1945, el Ejército Rojo liberó Varsovia, y al poco Radio Lublin comenzó a emitir en yidish. En febrero, Berman habló sobre el levantamiento y no hizo mención al rol de la ZZW. En abril, Zuckerman elogió a los mártires socialistas del gueto. Unos días después, Radio Lublin anunció que se había honrado con honores militares a 67 judíos por su heroísmo durante la revuelta. Mordejai Anielewicz estaba en la cima. Ningún combatiente de la ZZW fue incluido.

En agosto de 1945 se celebró en Londres el primer congreso sionista de posguerra. Asistieron personalidades como David ben Gurión, Haim Weizmann, Moshé Sharet, Nahum Goldmann, Stephen Wise y Aba Hillel Silver. Estuvieron presentes Zuckerman y Berman, que presentaron su relato del levantamiento. En junio de 1946, Tzivya Lubetkin emigró a Palestina, y su marido lo hizo un año más tarde. Allí contaron reiteradamente la historia del levantamiento según ellos la veían. En mayo de 1947, Zuckerman dio un discurso en el que afirmó que jóvenes de Betar fueron invitados a unirse a la ZOB, pero “como es habitual en ellos, desafiaron la disciplina (…) Sus pretensiones les hicieron querer gobernar también el gueto“. Estas palabras exponen la percepción de los revisionistas como competidores por el liderazgo de la revuelta. La mirada socialista de los hechos fue respaldada por Yisrael Gutman, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem, que era miembro de Hashomer Hatzair y había sido combatiente de la ZOB. El Dr. Gutman publicó varios libros sobre el levantamiento, en particular uno en hebreo en 1977 (Los judíos de Varsovia 1939-1943: gueto, clandestinidad, revuelta), que reivindicó el rol de la ZOB y condenó a la marginalidad la participación de la ZZW. Este libro fue traducido al inglés en 1989.

El disidente

Emmanuel Ringelblum, el gran cronista de la vida en el gueto de Varsovia, militaba en Poalei Zion y era miembro de la ZOB. Pero, a diferencia de sus colegas, quiso dejar constancia de la existencia de los combatientes de la ZZW. En noviembre de 1943, el Comité Nacional Judío de Varsovia envió a Londres un listado con los nombres de 224 caídos de la ZOB, con la afiliación de cada uno. No había un solo integrante de Betar. Al advertirlo, Ringelblum –que había visto a los combatientes de Betar izar las banderas polaca y sionista en la plaza Muranowski y en esos momentos se encontraba escondido en el gueto– preguntó por su ausencia en una nota enviada a Berman unas semanas después: “¿Y por qué no hay datos respecto de la ZZW? Debemos dejar su huella en la historia, aun cuando no simpaticemos con ellos”. Unos días después, reiteró su preocupación en otra nota para Berman: “En cuanto a los revisionistas, no tengo datos sobre ellos (…) hay que hacer un esfuerzo por completar la lista. Tengo sólo dos nombres: Rodalski [Rodal] y Frenkelowski [Frenkel] (…)”. Berman y Zuckerman no compartían esa inquietud y nada se hizo para incorporar a los caídos de la ZZW. Berman guardó esas notas de Ringelblum y no reveló su existencia al emigrar a Israel. Fueron descubiertas posteriormente. Ringelblum fue ejecutado por los nazis en marzo de 1944.

En busca de la verdad perdida

Sobrevivientes del Holocausto que habían combatido en las filas de la ZZW, una vez emigrados a Israel, contemplaron con dolor la evolución de esta narrativa y cómo habían sido borrados de la historia. Fella Finkelstein trató de reunirse con Lubetkin, pero, según ha relatado, ésta rehusó. Ziuta Hartman, quien fue condecorada como ciudadana honoraria en Varsovia, fue recibida por Simja Rotem, ex alto mando de la ZOB, delante de otras personas, pero rechazó categóricamente la versión de esta excombatiente. El museo del Holocausto en Lojamei Haguetaot listaba a Hartman como fallecida en un campo de concentración, y recién en 2011 se avino a reconocerla oficialmente, al invitarla a encender una vela en una ceremonia de recordación (ese mismo año, Hartman murió). “Hacer el mal es fácil”, se oye decir a Emilka Kodorev, exluchadora de la ZZW, en un documental titulado El levantamiento del gueto de Varsovia: La historia no contada; “pero enmendarlo es imposible”.

La primera publicación que buscó reivindicar el papel de la ZZW en la revuelta estuvo a cargo de David Wdowinski, uno de los líderes de Betar en la Polonia de preguerra. Wdowinski era un psiquiatra formado en las universidades de Viena y Varsovia que no participó de los combates pero intervino en las negociaciones entre la ZZW y la ZOB para unir ambas resistencias. En abril de 1946 publicó un artículo en el diario derechista palestino Hamashkif titulado “La revuelta del gueto de Varsovia”, en el cual mencionaba el rol de la ZZW. En 1985 se publicó su libro Y no estamos salvados, sobre la implicación revisionista en la revuelta. Ese mismo año, otro sobreviviente revisionista, no combatiente pero relacionado con la ZZW, Adam Halperín, escribió un capítulo titulado “La parte de Betar en la revuelta del Gueto” en el libro La verdad sobre el levantamiento del gueto de Varsovia, editado por el Ejecutivo Mundial de Betar en Tel Aviv. Posteriormente, Ber Mark, director del Instituto de Historia Judía de Varsovia, investigó el período del levantamiento y escribió varios libros en yídish y en polaco al respecto. Como fueron publicados en la Polonia comunista a partir de 1947, subrayó el rol de los luchadores comunistas, no obstante citó tanto a la ZOB como a la ZZW y nombró a los comandantes de ambas organizaciones.

En 1963, Haim Lazar publicó en Israel el hasta ese momento más contundente trabajo sobre la participación de Betar en el levantamiento. Lazar emigró a Israel en la posguerra tras haber dejado el gueto de Vilna para unirse a los partisanos en Rusia. Originalmente escrito en hebreo con el título La Masada de Varsovia: la Organización Militar Judía en el levantamiento del gueto de Varsovia, fue traducido al inglés en 1966 como Muranowska 7: El gueto de Varsovia se levanta. En la introducción escribió:

Hubiera sido preferible que este libro, que relata las acciones del movimiento nacional fundado por Jabotinsky, no hubiese aparecido; en otras palabras, que no hubiera habido necesidad. ¿Pero qué opción había, cuando debía probarse con testimonios y documentos que casi todo lo que se ha escrito hasta el momento –y ha sido mucho, en cientos y miles de libros y  artículos– sobre la resistencia de los judíos de Varsovia es una falsificación deliberada por parte de aquellos que tratan de vanagloriarse mientras ignoran a (…) otras organizaciones del movimiento de Jabotinsky?

También en 1963, quien fuera colaboradora de Ringelblum y sobreviviente del Holocausto Rahel Auerbach publicó en hebreo La revuelta del gueto de Varsovia, donde escribió:

Un capítulo separado, que desafortunadamente todavía no ha sido investigado, es la existencia de una organización de combate paralela, que en algunas fuentes es denominada ZZW (Irgún Zvai Yehudi) (…) A diferencia de la ZOB, la ZZW tenía entre sus miembros a expertos militares, exoficiales del Ejército polaco. La ZZW también tenía armas. Incluso tenía una metralleta, y eso evidentemente explica la efectividad de sus acciones de combate durante los primeros días de la revuelta.

En 1965, el titular de los archivos de Yad Vashem, Yosef Kermish, escribió en el prefacio de un libro que era un compilado de documentos sobre el levantamiento, titulado en hebreo El rebelde y la revuelta en el gueto de Varsovia:

En cuanto al levantamiento en sí, las fuentes judías y polacas son por desgracia poco atinadas. No cubren todos los aspectos del levantamiento. Varios puntos que, si fuesen aclarados, agregarían mucho a la investigación de la revuelta han sido tratados sólo de manera general (…) También la batalla de cuatro días de duración en la Plaza Muranowski (una batalla pesada tuvo lugar el cuarto día de la revuelta, el 22 de abril, cuando los alemanes capturaron las banderas judía y polaca) fue descripta en las fuentes judías de manera muy poco relevante.

En 1986, Pawel Besztimt, miembro de la ZZW, escribió un raconto de la resistencia revisionista en la revista Dapim. Otros dos luchadores sobrevivientes de la ZZW que participaron en la batalla de la Plaza Muranowski escribieron libros al respecto: Los sobrevivientes (Jack Eisner) y Enjaulado: el manuscrito Landau (David Landau; publicado póstumamente por su familia en 1999). Finalmente, en 2009 apareció en hebreo Banderas sobre el gueto de Varsovia: la historia no contada del levantamiento del gueto de Varsovia, de Moshé Arens, eminente miembro del Likud, exministro de Defensa de Israel; es posiblemente el esfuerzo académico más significativo para corregir esta distorsión histórica (ha sido la fuente para la elaboración de este trabajo). Fue traducido al inglés y al polaco en 2011. El eminente historiador Saul Friedländer, en su libro Los años del exterminio (en inglés), cita sintéticamente a la ZZW del libro de Arens.

Llamativamente, en la información online que ofrecen los Museos del Holocausto de Israel y Estados Unidos se reconoce la participación de los revisionistas en la revuelta, pero se afirma que la ZOB y la ZZW alcanzaron la unión y lucharon conjuntamente. La excepcional obra de documentación Crónica del Holocausto (traducida el español en 2001) tiene más de 765 páginas, una sección bibliográfica de 10 páginas y más de 2.000 fotografías. Sólo su índice se extiende por 45 páginas, y allí no son referenciados ni una sola vez la ZZW, Frenkel o Rodal. Por el contrario, la ZOB es citada en 28 páginas, mientras que Anielewicz, Zuckerman y Lubetkin son mencionados en 15.    

Conclusión

Los combatientes socialistas, comunistas y bundistas liderados por Mordejai Anielewicz en la ZOB fueron héroes. Contra todo pronóstico y enfrentados al Ejército más poderoso de Europa en aquel entonces, dieron una lección excepcional de coraje cívico y moral. Su gesta es con justicia recordada cada año en ceremonias alusivas. Merecen un rincón de gloria en la memoria del pueblo judío y de la historia universal. Además de ser héroes, empero, fueron seres humanos aquejados por las debilidades de nuestra condición. Experimentaron sentimientos bajos y se dejaron sobrepasar por un sentido de la competencia ideológica que, aunque habitual, no deja de ser deplorable. Su decisión de expulsar de la historia del levantamiento a su contraparte de la ZZW por el sólo hecho de que era revisionista ensombrece lo que de otra manera sería una épica intachable.

“¿Cómo puede ser que estudiara Historia, me convirtiera en maestra de Historia, enseñara Historia a miles de alumnos, me centrara en la Segunda Guerra Mundial y ni una sola vez, ni una sola vez, me topara con la historia de Pawel Frenkel?”, se preguntó ante los documentalistas Simon Schechter y Yuval Haimovich Zuser la doctora israelí Tamar Ketko. El autor de este ensayo debe sumar su propia confesión de incredulidad, también. Aun sin ser un experto en asuntos del Holocausto, como lector ávido de la historia judía jamás había dado con este acontecimiento asombroso sino hasta fechas recientes.

Poco antes de que estallara la revuelta, Pawel Frenkel  dio un discurso ante sus seguidores: “Por supuesto que lucharemos con armas las manos, y la mayoría caeremos. Pero viviremos en las vidas y en los corazones de generaciones futuras y en las páginas de su historia (…) Moriremos antes de tiempo, pero no estamos condenados. ¡Permaneceremos vivos mientras la historia judía viva!”. Esas palabras resultaron proféticas… por puro azar. Era esperable que Frenkel dijera aquello. Es una convicción típica de quienes se alzan estoicamente ante el abismo. Jamás podía haber imaginado que sus propios hermanos se empeñarían en suprimir su existencia y la de sus colegas. Gracias al aporte de sobrevivientes imparciales e historiadores objetivos, la historia de Frenkel, Rodal y los luchadores de la Zydowski Zwiazek Wojskowy es hoy conocida. También ellos merecen un aplauso por su compromiso para con la integridad.

***

Fuentes consultadas

– Arens, Moshe. Banderas sobre el gueto de Varsovia: La historia no contada del levantamiento del gueto de Varsovia (Jerusalem: Gefen Publishing House, 2011).

– Hazony, Yoram. El Estado judío: La lucha por el alma de Israel (Nueva York: Basic Books, 2000).

– Johnson, Paul. La historia de los judíos (Buenos Aires: Javier Vergara Editores, 1991).

– Weber, Louis. Crónica del Holocausto: Las palabras e imágenes que hicieron historia (Madrid: LIBSA, 2002).

– Schechter Simon & Yuval Haimovich Zuser, El levantamiento del gueto de Varsovia: la historia no contada (documental)

– Sitio oficial de Yad Vashem: www.yadvashem.org

– Sitio oficial del United States Holocaust Memorial Museum: www.ushmm.org

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Netanyahu se ha debilitado – 19/09/19

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Entrevista publicada en YNet en Español (Israel)
[Ynet es el sitio online del diario israelí Yediot Aharonot]

Los escritores y analistas argentinos, Julián Schvindlerman y Marcelo Birmajer, analizaron el panorama político israelí luego de las elecciones.
Ynet Español – Leandro Fleischer| 19.09.19

El escritor y analista político internacional especializado en asuntos del Medio Oriente, Julián Schvindlerman, y el ensayista y guionista, Marcelo Birmajer, dialogaron en exclusiva con Ynet Español sobre el panorama israelí a dos días de las elecciones celebradas el martes.

Schvindlerman afirmó que «Benjamín Netanyahu no ha ganado claramente las últimas elecciones, porque el sistema electoral israelí es parlamentario, donde el votante elige al partido y no a su líder. Es tradicional en Israel que la fuerza más votada siempre dependa de facciones menores para formar gobierno». No obstante, aclaró que «Netanyahu se ha debilitado según los resultados conocidos hasta el momento». Según el escritor, esto «puede deberse al cansancio relativo con la figura del primer ministro, que ha gobernado por diez años consecutivos, o con la pérdida de la idea de su indispensabilidad, o con las causas judiciales que penden sobre su cabeza, o con el manejo de la situación en Gaza».

De acuerdo a Birmajer, Netanyahu no logra obtener una clara victoria en las elecciones «porque ha cumplido un ciclo político e ideológico. Ha dedicado los últimos 50 años de su vida a mejorar el Estado de Israel, y lo ha logrado. Sus políticas en el ámbito de la seguridad y en el de la economía han sido de las más exitosas en el Estado judío». Por este motivo, señaló, «es lógico que comience el final de su carrera; es propio de las democracias que eso suceda».

En el caso hipotético de que Benny Gantz sea el nuevo primer ministro, Schvindlerman manifestó que «sin un gobierno de unidad, deberá demostrar rápidamente que él es un líder de estatura nacional y mundial». Y añadió que el ex jefe de las FDI «estará siempre a la sombra de la figura grande de Netanyahu».

Respecto a la alianza de partidos árabes, Schvindlerman señaló que «ha hecho una buena elección; es la tercera fuerza electoral. Resta por ver si respaldará a Kajol Labán, y si este partido querrá contar con el apoyo de un grupo no sionista para gobernar». Y agregó: «Lo que luce claro es que las advertencias sensacionalistas de Netanyahu tuvieron el efecto contrario en esta comunidad».

Según Birmajer, «el problema de los partidos que componen esta alianza no es que sean árabes, sino antisionistas». En este sentido, el escritor señaló que «el discurso de Netanyahu advirtiendo acerca del peligro de las facciones árabes, no se refiere a su identidad religiosa o étnica, sino a su posición política, ya que no aceptan la existencia del Estado judío». Sin embargo, aclaró que no cree que haya «un peligro para la existencia de Israel, debido a que la mayoría de las fuerzas políticas están convencidas de mantener una identidad nacional judía, lo cual es imprescindible».

En referencia al plan de anexión del valle del Jordán de Netanyahu, Schvindlerman dijo que «a pesar de que el primer ministro crea que es bueno hacer eso, la realidad es que no lo hizo cuando tuvo la oportunidad. Pero es perfectamente posible que lleve a cabo el plan si retoma el poder, en parte para seducir a los partidos de la derecha o bien porque la coyuntura regional le empuje a ello».

Birmajer indicó que «si los palestinos aceptan la existencia de un Estado judío y se muestran dispuestos a hacer la paz, lo más probable es que no se concrete» la anexión del valle del Jordán. Y agregó que «mientras continúen intentando exterminar a los judíos de Israel, la anexión representa una propuesta razonable». El escritor explicó, además, que el plan de anexar el valle del Jordán no es nuevo, ya que «fue creado por Yigal Alón, uno de los líderes del laborismo israelí (fallecido en 1980), cuyas ideas se encontraban en las antípodas de las que hoy sostiene Netanyahu». Birmajer considera que para decidir sobre este asunto, «debería llamarse a un plebiscito en Israel».

Respecto del futuro político de Israel, Schvindlerman considera que la propuesta de Liberman de formar un gobierno de unidad nacional que esté compuesto por el Likud, Kajol Labán e Yisrael Beitenu (su propio partido), «luce, objetivamente, como la mejor opción en términos de equilibrio ideológico y viabilidad para gobernar».

Perfil, Perfil - 2019

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

Los acuerdos de Oslo, 25 años después – 13/09/19

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El 13 de septiembre de 1993, Shimon Peres (por Israel) y Mahmoud Abbas (por la OLP) insertaron sus firmas en la “Declaración de Principios”, en una ceremonia en los jardines de la Casa Blanca de Bill Clinton. Conocido como los “Acuerdos de Oslo”, este pacto puso en marcha un proceso de negociaciones tendientes a alcanzar una paz final. En la jornada que marca su aniversario de plata, israelíes y palestinos siguen tan amargamente enfrentados como entonces.

Al acceder al pacto, la OLP se vio forzada a renunciar oficialmente a la praxis terrorista y a su anunciado objetivo histórico de establecer un estado palestino “desde el río [Jordán] al mar [Mediterráneo]”; lo que requería la obliteración de Israel. Formalmente reconoció al estado de Israel. En la actualidad, Gaza es auto-gobernada por palestinos pero padece un bloqueo en todas sus fronteras, con Egipto incluido. Casi la totalidad de la población palestina de Cisjordania está bajo gobierno palestino, pero éste sólo controla una porción de las tierras reclamadas. A su vez, grandes cantidades de palestinos cayeron bajo el fuego de soldados de Israel en varias confrontaciones. El estado palestino prometido en 1993 sigue siendo una fantasía.

Al consentir el acuerdo, Israel se convirtió en la primera nación en la historia en armar a un enemigo legendario con la esperanza de obtener seguridad a cambio. Usualmente, como ha observado Efraim Karsh, profesor emérito del King´s College, los acuerdos de paz llevan la premisa del desarme de la facción guerrera, como en los casos de las FARC o el IRA. A pesar del inquietante récord institucional de la OLP -promoción de terrorismo global, corrupción económica endémica, desestabilización de Jordania, papel sangriento durante la guerra civil libanesa, alianza con el Irak de Saddam Hussein- el gobierno Laborista de aquél entonces rescató a una agrupación moribunda, la legitimó ante los ojos del mundo y facilitó su retorno triunfal a la Palestina histórica desde su exilio en Túnez. Desde entonces, más de un millar y medio de israelíes cayeron víctima del terrorismo, miles de cohetes fueron lanzados desde la franja de Gaza (evacuada por Israel en 2005, hoy en manos de un movimiento jihadista), y una entidad políticamente hostil fue creada en zonas de Cisjordania (la Autoridad Palestina liderada por Fatah).

¿Por qué Oslo? Para responder este interrogante, debemos recordar la coyuntura en la que se hallaban Israel y la OLP en aquella época y las cosmovisiones que animaron la diplomacia secreta del Israel de entonces.

El desmoronamiento de la Unión Soviética a inicios de los años noventa privó a la OLP de su padrino político mundial. La alianza forjada entre Arafat y Hussein significó el aislamiento diplomático de la OLP una vez que Irak fue echado de Kuwait. Ese error de Arafat le costó caro al pueblo palestino. Miles de ellos fueron muertos en Irak en venganza y cientos de miles fueron expulsados de los países del Golfo Pérsico tras la guerra, en represalia. Además, los países árabes, históricos patrocinadores financieros de la OLP, le dieron la espalda. A fines del siglo XX, la OLP de Arafat estaba políticamente marginada y financieramente apretada. Cuando los israelíes le lanzaron el salvavidas político que significó el pacto de Oslo, la OLP no tuvo más remedio que aferrarse a él. Hani al-Hassan, un destacado oficial palestino, caracterizaría al acuerdo como “la paz de la necesidad”. Israel, por su parte, estaba desesperado por poner un fin a la intifada palestina que había estallado espontáneamente en diciembre de 1987. Con una opinión pública mundial indignada y una sociedad local agobiada, las autoridades israelíes se sentían muy presionadas. Oslo también fue un salvavidas para ellas mismas.

Dos enfoques disímiles y contradictorios chocaron en la arena política israelí durante la primera mitad de los años noventa. La noción de un “Nuevo Medio Oriente”, fomentada por el canciller Laborista Shimon Peres, sugería que un entramado de relaciones económicas entre Israel y sus vecinos árabes suprimiría añejas quejas nacionalistas y antipatías religiosas y cristalizaría el advenimiento de una era de paz y armonía regional. Un naciente estado palestino daría satisfacción a los anhelos nacionales y materiales de los palestinos, quienes, con su estatidad realizada y su bienestar económico asegurado, abandonarían sus impulsos destructivos antisionistas. Sobre la premisa de que “si ellos no comen, nosotros no dormimos”, Israel auspició el desarrollo económico de Gaza y Cisjordania con la ilusión de que ello disiparía los nubarrones de la contienda bélica. (Sólo en la última década, la economía cisjordana creció cerca del 49%; la economía gazatí, desconectada de Israel, se contrajo más del 5% en el mismo período). Filosóficamente, el postulado era, en esencia, marxista, al apoyarse en la idea de que las motivaciones económicas son el factor determinante de las relaciones humanas y estatales.

En la vereda de enfrente, Benjamín Netanyahu del Likud, promovía una visión política alternativa que era, en esencia filosófica, kantiana. Proponía la idea de que sólo regímenes democráticos podían traer la paz entre los pueblos. Sostenía que llenar los cofres de entidades dictatoriales o movimientos irredentistas (como la OLP) no las haría más moderadas, sino más poderosas. Kant predijo doscientos años atrás que las democracias propenden a la paz, interna y externa, y que las tiranías, a la guerra. Siendo Yasser Arafat, el líder del nacionalismo palestino, un hombre que a lo largo de su vida trajinó los senderos más oscuros de la violencia política, Netanyahu creía que transformarlo en un profeta de la paz era un emprendimiento tan ingenuo como imposible. Básicamente, Netanyahu estaba convencido de que era un error “compartir la Tierra Santa con el menos santo de los movimientos nacionalistas de nuestro tiempo”, en las palabras de Yossi Klein Halevi, un defensor desencantado del proceso de paz. Durante los años noventa, Bibi, como se lo conoce popularmente, representó la oposición más ácida a los Acuerdos de Oslo.

Casualmente, el mismo año de la firma de los Acuerdos de Oslo (1993), Peres publicó El nuevo Medio Oriente, texto que contenía sus ideas revolucionarias sobre la región, y Netanyahu publicaba Un lugar entre las naciones, su obra-fetiche sobre el lugar de Israel en la comunidad internacional. Sus miradas no podían ser más antagónicas.

Existió una tercera vertiente, sin embargo. El Primer Ministro en aquél tiempo era Isaak Rabin, un comandante militar de impecables credenciales y fama de duro dentro del Laborismo. Él no compartía la mirada rosada de Peres sobre el prospecto de un Medio Oriente renovado y sentía un rechazo contundente hacia Arafat. Pero, al igual que su canciller, estaba convencido de que la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania era inviable. Alguna desconexión territorial debía advenir. “Sacar Gaza de Tel-Aviv” fue un eslogan de campaña del Laborismo. Rabin quería una separación política de los palestinos, para lo cual necesitaba crear un gobierno autónomo en esas zonas disputadas. La OLP de Yasser Arafat ocupó ese lugar. Así, mientras Peres quería un matrimonio entre israelíes y palestinos, Rabin buscaba un divorcio. Ambas perspectivas convivieron durante los años del proceso de paz dentro del mismo partido.

Pero lo verdaderamente curioso fue la notable transformación ideológica de ambas figuras políticas en relativamente poco tiempo. Trece años antes de poner su firma en los acuerdos con la OLP, Shimon Peres opinaba:

“Los interlocutores que aducen que Arafat estará satisfecho con un objetivo menos ambicioso, es decir, que Israel se retire a las fronteras pre-junio 1967, que abandone Jerusalem oriental, y conceda el establecimiento de un ejército palestino, pueden no darse cuenta de que están patrocinando un plan que perjudicaría la capacidad de autodefensa israelí y la dejaría sin fronteras defendibles… Un estado de la OLP prolongaría, no terminaría, la contienda; construiría una base para la continuación de la lucha, no trabajaría en pos de la reconciliación”.

Un año antes, en 1979, Isaac Rabin ofrecía esta declaración no menos sorprendente:

“…nos oponemos en los términos más fuertes a la creación de un mini-estado palestino en el Margen Occidental y la Franja de Gaza, fundamentalmente porque no puede resolver nada… Los líderes de la OLP han declarado -y yo les creo- que ven ese mini-estado como la primera fase para la obtención de su así llamado ´estado secular y democrático´ a ser construido en Palestina sobre las ruinas del Estado de Israel”.

Ni Rabin (asesinado por un compatriota en 1995), ni Arafat ni Peres (fallecidos en 2004 y 2016 respectivamente) llegaron al vigésimo quinto aniversario del polémico acuerdo que ellos gestaron. Sus sucesores actuales, Abbas y Netanyahu, son adversarios enconados. El proceso de paz está estancado. Palestina está fracturada entre Gaza y Cisjordania. Israel vive bajo amenaza constante.

Unas bodas de plata para el olvido.

Perfil, Perfil - 2019

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

Hace 50 años, Muammar Gaddafi llegaba al poder – 01/09/19

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Perfil online – Sección El Observador

Muhamar Qaddafi se hizo notar públicamente el 1 de septiembre de 1969 cuando, junto con otros oficiales libios y contando apenas 27 años de edad, derrocó a la monarquía del Rey Idris al-Sanusi, mientras éste vacacionaba en Turquía. El gobierno fue desbandado, la constitución fue anulada y una nueva república, proclamada. Desde el primer día, el nuevo líder libio prometió una nueva era, tal como quedó contenido en el primer documento emitido el día del golpe: en la República Árabe Libia “nadie será aterrorizado, nadie engañado, nadie oprimido, no patrones, no sirvientes, sino hermanos libres”. Unas pocas semanas más tarde, Qaddafi proclamó la autoridad del pueblo al decir que “la revolución es una revolución popular… El pueblo es el maestro, el pueblo es el pionero, el pueblo inspiró a las fuerzas armadas… y el pueblo es el gobernante… el ´rey de reyes´”.

Pero no todos estaban convencidos. De hecho, tan sólo dos meses después del golpe, ministros del nuevo gabinete intentaron destituirlo. En respuesta, el Coronel aprobó la Ley para la Protección de la Revolución según la cual hacer campaña contra el estado era una ofensa criminal, tal como incitar al odio, esparcir falsedades o manifestarse y hacer huelgas. “La ejecución es el destino de cualquiera que forme un partido político” advirtió Qaddafi desde Trípoli. De por cierto que hubo ahorcamientos públicos de opositores y otras formas de opresión. Asumió los roles de primer ministro y ministro de defensa y se rodeó de asociados de confianza y familiares. Los británicos intentaron derrocarlo por medio de mercenarios belgas y franceses, pero el plan fracasó cuando agentes yugoslavos lo desbarataron. A lo largo de los años, Qaddafi sobrevivió al menos ocho intentos serios de golpe de estado y varios complots de asesinato.

En los años siguientes, Qaddafi implementó una campaña de arabización e islamización de la sociedad para erradicar toda influencia occidental. Prohibió la enseñanza escolar en cualquier idioma que no fuera el árabe. Removió los carteles callejeros de signos latinos, vedó el consumo de bebidas alcohólicas, cerró teatros y salas de conciertos, clausuró las bases militares de Estados Unidos y Gran Bretaña, nacionalizó los bancos extranjeros y se apropió de la comercialización del petróleo. Transformó a la catedral de Trípoli en una mezquita y a la catedral de Benghazi en los cuarteles centrales del Gremio Socialista Árabe. Hizo derribar una antiquísima estatua romana de Septimus Severus y otros tesoros culturales. También expulsó a las comunidades judías e italianas y confiscó sus propiedades. En un acto especialmente humillante, obligó a los italianos a desenterrar a sus muertos y llevárselos del país, y se aseguró de emitir el macabro espectáculo por televisión.

Durante un discurso dado en la localidad de Zawara en abril de 1973, Qaddafi declaró los cinco puntos fundamentales de su revolución ideológica: el reemplazo de la ley civil por la ley religiosa islámica, purgar al país de los enfermos políticos, la creación de una milicia popular para proteger la revolución, el lanzamiento de una revolución administrativa y otra cultural. Hizo su anuncio el mismo día de un aniversario del nacimiento del profeta Mahoma y sus cinco puntos pretendían remitir a los cinco pilares del islam. Unos años después encargaría al músico de la corte que compusiera una canción llamada “Mensajero del Desierto Árabe”. Más adelante en el tiempo, el régimen publicaría una estampilla con la imagen de Qaddafi montado a un caballo blanco que parecía estar apuntando al cielo, una alusión al relato islámico de Al-Buraq, la bestia alada que transportó a Mahoma en su vuelo nocturno de Meca a Jerusalem.

Mientras que en el plano doméstico Libia estaba ingresando a una era caótica y dictatorial, en el plano de las relaciones exteriores estaba por involucrarse en múltiples conflictos ajenos y enredarse en varias disputas bilaterales. Qaddafi aspiraba a unir a su patria con otras naciones árabes y crear un súper-estado árabe-musulmán. Sus intentos -con Egipto, Siria, Túnez, Sudán, Marruecos- terminaron en fracasos políticos y enemistades manifiestas con otros líderes. A lo largo de su alocada gestión, según ha documentado la académica inglesa Alison Pargeter en Libia: El ascenso y caída de Qaddafi, el Coronel invadió Chad, luchó junto a Uganda contra Tanzania, fomentó una insurrección en Nigeria y creó el “Frente de Constancia y Confrontación” contra Egipto tras el pacto de paz del Cairo con Israel. Amenazó con atacar Malta cuando petróleo fue descubierto en el mar Mediterráneo que separa a ambas naciones. Rompió relaciones con Arabia Saudita, a quien necesitaba para expandir su pan-arabismo, por sus vínculos con Estados Unidos, e intervino a favor del chií Irán durante la guerra con Irak, a pesar de que la población libia es mayormente suní. Trípoli fue un importante cliente de armas rusas, dando así la espalda a los chechenos musulmanes insurrectos.

Qaddafi apoyó tal cantidad de movimientos secesionistas y terroristas en todo el mundo -en Líbano, Palestina, Eritrea, Chad, Egipto, Sudán, las Islas Canarias, Gales, Angola, Tailandia, Nicaragua, Argentina, Italia, Córsica y Sardinia- que parecía ser como un Fondo Monetario Internacional para gobiernos ilegítimos, comentó el escritor satírico Joe Bob Briggs. “Lo que es extraño sobre estos años”, agregó, “es que uno no puede discernir un propósito abarcador en nada de ello, excepto quizás Desestabilizar al Universo Entero, como un villano en una película de James Bond”. En 1973 sugirió torpedear el barco inglés Queen Elizabeth II mientras transportaba judíos a Israel para celebrar el 25 aniversario del pequeño país. Cierta vez denunció que Occidente podría querer conquistar Libia porque tenía las playas mejor ubicadas bajo el sol. Estableció el Premio Qaddafi a los Derechos Humanos aun cuando había enviado escuadrones de la muerte a liquidar disidentes en Los Ángeles, Roma, Londres, Atenas, Beirut, Bonn y Milán. (También creó el Premio Mundial Qaddafi de Literatura). Recibió con honores en su tierra a los cuerpos de los terroristas palestinos abatidos que mataron atletas israelíes en las Olimpíadas de Múnich. Hizo estallar en el aire un avión de Pan Am, uno de UTA, uno de Libia y una discoteca en Berlín. Cuando el gobierno de Ronald Reagan bombardeó su residencia personal en 1986, provocando la muerte de una de sus hijas, Qaddafi declaró que era legal comer a soldados estadounidenses, puesto que éstos eran animales.

El Coronel lanzó un programa de armas de destrucción masiva que abandonó tras las invasiones norteamericanas de Irak y Afganistán. Al cabo de pagar reparaciones por algunas de sus acciones terroristas fue readmitido a la familia de las naciones. El líder árabe solía desplazarse con su mega carpa beduina y delegaciones abultadas. En ocasión de una visita a Paris en 2007, por ejemplo, se hizo acompañar por cuatrocientos funcionarios repartidos en cinco aviones y la prensa reportó que llevó consigo un camello sahariano para “saludar a los visitantes en la verdadera tradición del desierto”. También lo acompañaban en sus visitas al extranjero una coterie de guardianas mujeres, denominadas las amazonas, a muchas de las cuales él mismo sometió sexualmente. Como ha informado la periodista francesa Annick Cojean en Las cautivas: el harén oculto de Qaddafi, solía visitar escuelas secundarias y palmear a alguna niña con cariño; señal para sus guardianas de que la llevasen a su morada esa misma noche. Violó a las esposas e hijas de sus propios generales y usó el sexo como herramienta de opresión política.

La Enciclopedia Política del Medio Oriente lo describió como “un agresor arquetípico, un líder inestable, frenético e impredecible”. David Sullivan, un investigador privado norteamericano que vivió en Libia, dijo que Qaddafi era un loco que transformó a aquella nación árabe en un manicomio. El presidente Ronald Reagan oportunamente lo tildó de ser el “perro rabioso del Medio Oriente”. El corresponsal brasilero Andrei Netto lo definió como “el Osama bin Laden de los 1980s”. El veterano periodista Jon Lee Anderson vio en el “una figura desquiciada” a la que bautizó “el Michael Jackson de la política global”. Y Oriana Fallaci fue implacable: “Es estúpido. Es clínicamente estúpido… Es el más estúpido de todos”.

En el análisis final, su ambición desmedida fue infructuosa. Sus asonadas golpistas no provocaron la caída de ningún gobierno. Ninguno de los grupos separatistas que apoyó alcanzó su independencia, ni campaña terrorista alguna que él alentó quebró la voluntad de nación alguna. Sus ilusiones panarabistas y panislámicas no se cristalizaron, mientras que las consigas de su Libro Verde sólo fueron aplicadas, a la fuerza, en Libia, y abandonadas tras su muerte. “Qaddafi ha cosechado amargura y destrucción sin obtener ninguno de sus objetivos” observó el experto en asuntos meso-orientales Daniel Pipes. “Mayor futilidad apenas puede imaginarse”.

Febrero de 2011 marcó el inicio del fin del régimen Qaddafista. Motivada por las revueltas que estaban ocurriendo en otros países del Medio Oriente, la generación joven de Libia salió a las calles a manifestarse pacíficamente a favor de un cambio democrático. La mayor de estas movilizaciones aconteció en Benghazi, históricamente enemistada con la región occidental del país y su capital, Trípoli. En una vuelta de tuerca del destino, la ciudad desde la que Qaddafi había anunciado su golpe militar exitoso 42 años antes, gestó su caída. El Coronel acusó a los rebeldes de estar bajo los efectos de alucinógenos que alguien había metido en su café con leche y reprimió con ferocidad. Sólo durante la primera semana de sublevación popular, cientos de manifestantes fueron muertos a tiros por el ejército. A mayor desafío popular, más delirante parecía ponerse el líder. “Ellos me aman, todo mi pueblo está conmigo. Toda mi gente me ama” declaró a un periodista inglés. Y También: “Ellos morirían para protegerme”. De por cierto que muchos libios murieron. No por él, sin embargo, sino a su causa. Hallado oculto en una cloaca en las afueras de Sirte en octubre de aquél año –a doscientos cincuenta días exactos desde el inicio de las revueltas- Qaddafi fue empalado, linchado y tiroteado sin piedad.

Para un hombre que había profetizado “la era de las masas” (la Jamahiriya, palabra de su invención), y que incluso había rebautizado a Libia como Al-Jamahiriya al-arabiyya al-Libiyya al-Shaabiyya al-ishtirakiyya (“Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista”), puede decirse que su muerte en manos del pueblo fue un acto de brutal justicia poética.

Julián Schvindlerman: Profesor Titular de Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.