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Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

La muerte de León Klinghoffer: Una ópera para la polémica – 05/11/14

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La Ópera Metropolitana de Nueva York estrenó a mediados de octubre un drama musical basado en el asesinato de un ciudadano estadounidense en manos de la OLP casi treinta años atrás. Parte de la opinión pública reaccionó ofendida ante lo que consideró una higienización moral de ese atentado despreciable. Hubo pedidos de que la ópera fuese cancelada, protestas el día del estreno y un largo debate acerca de los méritos o deméritos de ponerla en escena. Comencemos por los hechos del caso.

El 7 de octubre de 1985 un grupo de cuatro terroristas palestinos bajo las órdenes de Abu Abbas secuestró en aguas egipcias un enorme crucero italiano, el Achille Lauro, tomando como rehenes a 545 pasajeros. Luego de exigir la liberación de unos cincuenta palestinos encarcelados en Israel, los integrantes de la banda asesinaron a quemarropa a un pasajero judeo-norteamericano minusválido de 69 años de edad, Leon Klinghoffer, arrojaron su cuerpo por la borda (junto con la silla de ruedas) y anunciaron por la radio del barco que en cuestión de minutos seguirán asesinando rehenes hasta que sus demandas fuesen cumplidas. Cuando trascendió a la OLP que comandos estadounidenses preparaban abordar el crucero, Yasser Arafat decidió enviar dos mediadores a El Cairo a negociar la rendición de los terroristas, quienes fueron puestos en custodia en Egipto. Posteriormente, el presidente Hosni Mubarak falsamente anunció que los palestinos habían dejado el país, cuando en realidad aún se encontraban en una base militar egipcia. Al partir en un avión militar egipcio cuatro jets norteamericanos lo forzaron a aterrizar en Sicilia, donde las autoridades italianas apresaron a los fugitivos. A esta acción de Washington, Arafat la tildó de “loca” y como un insulto al mundo árabe.

Bettino Craxi, el premier italiano, se hizo cómplice de la fuga de los piratas modernos. Puso a Abu Abbas en un avión con destino a Yugoslavia, donde halló refugio en la oficina de la OLP en Belgrado. Los otros miembros del grupo fueron enjuiciados.

Al darse cuenta de que la operación se había transformado en un desastre de relaciones públicas, la OLP tomó distancia del episodio. El 8 de octubre Abu Iyad, lugarteniente de Arafat, adujo que los secuestradores eran parte de una agrupación menor no afiliada a la OLP. Al día siguiente, la organización palestina emitió un comunicado de prensa afirmando que los secuestradores no pertenecían a ningún grupo leal a Arafat, y un día más tarde el propio Arafat negó ante la prensa internacional involucramiento alguno de la OLP en el operativo. El 10 de octubre, el “canciller” palestino Faruk Qaddumi aseguró que el asesinato de Klinghoffer era una gran mentira inventada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos. En diciembre, Qaddumi dijo ante la Liga Árabe -en presencia del Secretario-General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar- que “quizás fe su propia esposa quien lo empujó al mar para obtener la herencia. Nadie ni siquiera tenía evidencia de que fue asesinado”. En 1988 el propio Abu Abbas bromeó con que Klinghoffer se ahogó al intentar nadar.

Con la firma de los Acuerdos de Oslo, Israel permitió a Abu Abbas ingresar a Gaza, donde sentó residencia y pasó a recibir un sueldo de la recién creada Autoridad Palestina.

No he visto la ópera, de modo que no puedo comentarla. Pero sí he visto el trailer y las entrevistas al compositor que ofrece la Ópera Metropolitana de Nueva York en su portal, y juzgando sólo por eso ya puede verse que se trata de un acontecimiento sumamente polémico. El propio título contiene la palabra “muerte” en vez de “asesinato” y la ópera -basada en un libreto de Alice Goodman, nacida judía y ahora sacerdotisa anglicana,- “da voz a todas las partes”, tal como apuntaló The New York Times en un editorial apologético. En el trailer puede verse a Klinghoffer denunciar la brutalidad del terrorismo palestino y a uno de los terroristas cantar: “Todo el tiempo se quejan de vuestro sufrimiento pero donde hombres pobres se reúnen puedes hallar judíos engordando. Ustedes saben como engañar al simple, explotar a la virgen, contaminar donde han expoliado. Ustedes difaman a quienes engañan y quiebran vuestra propia ley con la idolatría. EE.UU. es un judío grandote”. No sé que opinará el diario neoyorquino al respecto, pero eso a mí me luce como dar voz a un antisemita. Lo cual, parece, es parte de la idea. “La ópera”, explica su compositor John Adams, “mira a los terroristas y a los pasajeros y ve humanidad en ambos”, lo cual no habrá sido muy difícil para quien opina que “el terrorismo es un acto de desesperación”.

Adams ha mostrado interés en tornar asuntos políticos en dramas escénicos previamente, con Doctor Atómico y Nixon en China. “Escribir una ópera sobre el terrorismo es indudablemente una idea provocadora” admitió el compositor. Un punto que La muerte de Leon Klinghoffer viene confirmando desde su estreno en Bruselas en 1991.

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La muerte de leon klinghoffer: una ópera para la polémica (05/11/14)

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La Ópera Metropolitana de Nueva York estrenó a mediados de octubre un drama musical basado en el asesinato de un ciudadano estadounidense en manos de la OLP casi treinta años atrás. Parte de la opinión pública reaccionó ofendida ante lo que consideró una higienización moral de ese atentado despreciable. Hubo pedidos de que la ópera fuese cancelada, protestas el día del estreno y un largo debate acerca de los méritos o deméritos de ponerla en escena. Comencemos por los hechos del caso.

El 7 de octubre de 1985 un grupo de cuatro terroristas palestinos bajo las órdenes de Abu Abbas secuestró en aguas egipcias un enorme crucero italiano, el Achille Lauro, tomando como rehenes a 545 pasajeros. Luego de exigir la liberación de unos cincuenta palestinos encarcelados en Israel, los integrantes de la banda asesinaron a quemarropa a un pasajero judeo-norteamericano minusválido de 69 años de edad, Leon Klinghoffer, arrojaron su cuerpo por la borda (junto con la silla de ruedas) y anunciaron por la radio del barco que en cuestión de minutos seguirán asesinando rehenes hasta que sus demandas fuesen cumplidas. Cuando trascendió a la OLP que comandos estadounidenses preparaban abordar el crucero, Yasser Arafat decidió enviar dos mediadores a El Cairo a negociar la rendición de los terroristas, quienes fueron puestos en custodia en Egipto. Posteriormente, el presidente Hosni Mubarak falsamente anunció que los palestinos habían dejado el país, cuando en realidad aún se encontraban en una base militar egipcia. Al partir en un avión militar egipcio cuatro jets norteamericanos lo forzaron a aterrizar en Sicilia, donde las autoridades italianas apresaron a los fugitivos. A esta acción de Washington, Arafat la tildó de loca» y como un insulto al mundo árabe.

Bettino Craxi, el premier italiano, se hizo cómplice de la fuga de los piratas modernos. Puso a Abu Abbas en un avión con destino a Yugoslavia, donde halló refugio en la oficina de la OLP en Belgrado. Los otros miembros del grupo fueron enjuiciados.

Al darse cuenta de que la operación se había transformado en un desastre de relaciones públicas, la OLP tomó distancia del episodio. El 8 de octubre Abu Iyad, lugarteniente de Arafat, adujo que los secuestradores eran parte de una agrupación menor no afiliada a la OLP. Al día siguiente, la organización palestina emitió un comunicado de prensa afirmando que los secuestradores no pertenecían a ningún grupo leal a Arafat, y un día más tarde el propio Arafat negó ante la prensa internacional involucramiento alguno de la OLP en el operativo. El 10 de octubre, el «canciller» palestino Faruk Qaddumi aseguró que el asesinato de Klinghoffer era una gran mentira inventada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos. En diciembre, Qaddumi dijo ante la Liga Árabe -en presencia del Secretario-General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar- que «quizás fe su propia esposa quien lo empujó al mar para obtener la herencia. Nadie ni siquiera tenía evidencia de que fue asesinado». En 1988 el propio Abu Abbas bromeó con que Klinghoffer se ahogó al intentar nadar.

Con la firma de los Acuerdos de Oslo, Israel permitió a Abu Abbas ingresar a Gaza, donde sentó residencia y pasó a recibir un sueldo de la recién creada Autoridad Palestina.

No he visto la ópera, de modo que no puedo comentarla. Pero sí he visto el trailer y las entrevistas al compositor que ofrece la Ópera Metropolitana de Nueva York en su portal, y juzgando sólo por eso ya puede verse que se trata de un acontecimiento sumamente polémico. El propio título contiene la palabra «muerte» en vez de «asesinato» y la ópera -basada en un libreto de Alice Goodman, nacida judía y ahora sacerdotisa anglicana,- «da voz a todas las partes», tal como apuntaló The New York Times en un editorial apologético. En el trailer puede verse a Klinghoffer denunciar la brutalidad del terrorismo palestino y a uno de los terroristas cantar: «Todo el tiempo se quejan de vuestro sufrimiento pero donde hombres pobres se reúnen puedes hallar judíos engordando. Ustedes saben como engañar al simple, explotar a la virgen, contaminar donde han expoliado. Ustedes difaman a quienes engañan y quiebran vuestra propia ley con la idolatría. EE.UU. es un judío grandote». No sé que opinará el diario neoyorquino al respecto, pero eso a mí me luce como dar voz a un antisemita. Lo cual, parece, es parte de la idea. «La ópera», explica su compositor John Adams, «mira a los terroristas y a los pasajeros y ve humanidad en ambos», lo cual no habrá sido muy difícil para quien opina que «el terrorismo es un acto de desesperación».

Adams ha mostrado interés en tornar asuntos políticos en dramas escénicos previamente, con Doctor Atómico y Nixon en China. «Escribir una ópera sobre el terrorismo es indudablemente una idea provocadora» admitió el compositor. Un punto que La muerte de Leon Klinghoffer viene confirmando desde su estreno en Bruselas en 1991.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

El dilema irresuelto de los Árabes – 22/10/14

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La fuerte caída del precio del crudo en un contexto de sobreabundancia de desafíos geopolíticos en el Medio Oriente trajo a mi mente una frase famosa de un jeque de Dubai: “Mi abuelo andaba en camello, mi padre andaba en camello, yo manejo un Mercedes, mi hijo maneja un Land Rover, su hijo manejará un Land Rover, pero su hijo andará en camello”. Nadie puede anticipar qué impacto tendrá este agudo descenso en los precios del petróleo en la región, especialmente cuando la propia OPEP -con Arabia Saudita a la cabeza- no está mostrando interés en bajar la producción. Pero ello expone la mella perniciosa que tipifica la relación árabe-musulmana con este hidrocarburo.

Las naciones árabes reúnen alrededor de 250 millones de almas y sus economías dan forma a un PBI fenomenal, dado que producen un tercio del petróleo mundial y un 15% de su gas. No obstante, si uno remueve al petróleo de escena, el desempeño económico y social de los árabes se ve paupérrimo. El total de las exportaciones del mundo árabe no vinculado al petróleo es menor que el de Finlandia, que tiene una población de apenas cinco millones. Una década atrás, un reporte de las Naciones Unidas redactado por académicos árabes causó sensación global cuando reveló el estado social e intelectual calamitoso de las naciones árabes. El Arab Human Development Report informó que la cantidad de libros traducidos anualmente al árabe en todos los países árabes combinados equivalía a la quinta parte de los que eran traducidos al griego en Grecia. El número de patentes registradas entre 1980 y 2000 de Egipto, Jordania, Siria, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos no llegaba a cuatrocientos, comparado con las más de 7.500 patentes al año de Israel. La tasa de analfabetismo árabe es la más alta del planeta y sus científicos están entre los menos citados en estudios académicos internacionales. Sus más de doscientas universidades no figuran en los rankings de las mejores casas de estudio del mundo. Las mujeres son marginadas, las minorías religiosas no son integradas, los colectivos minoritarios sexuales son despreciados o perseguidos y el sistema democrático y republicano brilla por su ausencia. Para peor, el 70% de la población es menor a veinticinco años de edad y darles empleo requerirá, según estimaciones del 2009, la creación de ochenta millones de nuevos puestos de trabajo para el 2020.

Algunas naciones árabes han tenido mejor performance que otras. Dubai se ha transformado en un centro de vanguardia inmobiliaria excepcional. Qatar ha fundado uno de los canales televisivos más influyentes, Al-Jazzeera, y, dada su riqueza y mínima población, alcanzó un PBI per cápita de USD 73.000. Emirates Airlaines es una multinacional exitosa de los EAU y sucursales de prestigiosas universidades norteamericanas han abierto programas de estudios asociados en varios países del Golfo Pérsico. Pero más allá de la singularidad de casa caso, a nivel general el mundo árabe está estancado.

Fue precisamente contra este status-quo ingrato que hordas de jóvenes se rebelaron más de tres años atrás, dando inicio a la llamada primavera árabe que causó un efecto dominó notable y transformó políticamente a la zona de manera apreciable. Túnez se balancea por su equilibrio, Yemen la está peleando, Libia está consumida en luchas tribales, Egipto se enroscó sobre sí misma y Siria se desangra en una guerra civil atroz. Poco queda de los demócratas iniciales; en la actualidad son los fundamentalistas los que cargan la antorcha de la sublevación. Su impronta es diferente: ISIS, Al-Qaeda, el frente Al-Nusra y toda la impronunciable sopa de letras islamista que contamina la región persigue objetivos diferentes. Mejorar la calidad de vida de los árabes no es uno de ellos.

Los líderes árabes son los principales responsables de este desenlace. Por décadas reprimieron las libertades políticas y asfixiaron el progreso económico mientras sus poblaciones se multiplicaban y el resto del mundo cambiaba. Los pocos monarcas que sí modernizaron sus economías trabaron el desarrollo democrático. Samuel Huntington llamó a esta situación “el dilema del rey”: dado que la liberación política desafía la autoridad del monarca, su forzada apertura a la modernización económica necesariamente se detiene a las puertas de las libertades cívicas.

Los líderes árabes no supieron resolver este dilema. Ahora los jihadistas procuran erradicarlo con violencia.

Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

ISIS y Y EE.UU. bajo el prisma de Gaza – 22/10/14

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En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el primer ministro de Israel Binyamin Netanyahu hizo una equiparación entre el grupo terrorista palestino Hamas y el ISIS (o Estado Islámico): “Ambos son ramas del mismo árbol venenoso” aseguró. Aunque
logísticamente no hay coordinación entre estos grupos, ni organigrama que los una, y cada cual tiene su nacimiento en una coyuntura y tiempo diferentes, y albergan ambiciones dispares, Netanyahu está en lo cierto: ideológicamente, Hamas e ISIS están hermanados en la Jihad. Ambos desprecian la “infidelidad” occidental. Ambos aspiran a erigir un califato islámico; en Palestina uno, en toda la región el otro. Y ambos son visceralmente violentos. En un sentido, la lucha de Israel contra Hamas encapsula la lucha universal del mundo libre contra el fundamentalismo islámico.

Desde ya, muy pocos diplomáticos, periodistas y académicos se han mostrado hasta el momento dispuestos a abrazar este postulado. Y en particular, muy pocos han elevado en relación a Estados Unidos y el ISIS el tipo de preguntas que han hecho -con auténtica insistencia- en torno a la acción militar israelí en Gaza, principalmente: ¿Qué hay sobre las bajas civiles en los bombardeos de la coalición contra posiciones de ISIS en el Medio Oriente?

La aviación estadounidense, respaldada por jets de las fuerzas aéreas de naciones árabes, europeas y otras ha estado bombardeando bases, campos de entrenamiento, centros de arsenales y refinerías en manos del grupo jihadista en la vecindad de varias ciudades sirias e iraquíes. Se ha reportado sobre la muerte de terroristas, han surgido videos que muestran a militantes hurgando entre los escombros en busca de sobrevivientes, y hemos visto fotografías de enormes pilas de humo elevándose de zonas atacadas. Es probable que Washington haya provocado la muerte a muchos más civiles árabes de los que ISIS haya matado a civiles norteamericanos, en términos absolutos y proporcionales. No obstante, tal como Jonathan Tobin se sorprendía hace poco en la revista Commentary, sabemos casi nada acerca de posibles muertes civiles en las zonas agredidas. Quizás no haya habido ninguna muerte civil. O quizás muchas. La verdad es que no tenemos idea porque quienes deberían estar planteándose eso no lo han estado haciendo demasiado. Lo cual es llamativo a la luz de la reciente preocupación que han mostrado por el sufrimiento árabe… al menos en Palestina.

La información ha girado en torno a la naturaleza bestial de ISIS, el tamaño de sus finanzas, la velocidad de su expansión, la timorata reacción de la Casa Blanca y las complejas alianzas regionales surgidas en la necesidad de dar respuesta. Todas ellas son legítimas preocupaciones geopolíticas. Este esfuerzo en comprender lo que está en juego estuvo enteramente ausente en la guerra Israel-Hamas. ¿Alguien se interrogó por el presupuesto operativo de Hamas? ¿Se informó debidamente acerca de su Carta fundacional genocida? ¿Se comentó cabalmente acerca de sus asociaciones con Irán, Catar y Turquía? ¿De la provechosa economía de sus túneles? ¿Del centenar y medio de niños palestinos que murieron construyéndolos? ¿De su fenomenal zigzag organizacional en el contexto de las revueltas árabes? Estados Unidos está peleando en el lejano Medio Oriente en válido ejercicio de la doctrina de la responsabilidad de proteger población civil asediada y para preservar la estabilidad de la zona. Israel debió luchar contra el movimiento de resistencia islámico palestino en sus fronteras para proteger al 75% de su ciudadanía que estuvo expuesta a una lluvia incesante de misiles y -cuanto le cuesta al mundo admitir esto- para sobrevivir.

Es posible que las preguntas que hasta el momento no se han estado haciendo en relación a la guerra contra ISIS deban empezar a hacerse prontamente. Los expertos militares llevan cierto tiempo ya advirtiendo que los jihadistas no podrán ser derrotados desde el aire y han aconsejado una intervención con botas en el terreno. Apenas una ciudad iraquí, Mosul, tiene aproximadamente la misma población de Gaza. No será difícil para los casi 35.000 hombres de ISIS ocultarse entre civiles e involucrar a los soldados enemigos en combate urbano, tal como los 20.000 miembros de Hamas han hecho con los israelíes. Quizás entonces empiece a asentarse en el entendimiento mundial la cruda realidad y el terrible dilema de la pasada guerra en Israel y en Gaza.

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Isis y ee.uu. bajo el prisma de gaza (22/10/14)

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En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el primer ministro de Israel Binyamin Netanyahu hizo una equiparación entre el grupo terrorista palestino Hamas y el ISIS (o Estado Islámico): Ambos son ramas del mismo árbol venenoso» aseguró. Aunque logísticamente no hay coordinación entre estos grupos, ni organigrama que los una, y cada cual tiene su nacimiento en una coyuntura y tiempo diferentes, y albergan ambiciones dispares, Netanyahu está en lo cierto: ideológicamente, Hamas e ISIS están hermanados en la Jihad. Ambos desprecian la «infidelidad» occidental. Ambos aspiran a erigir un califato islámico; en Palestina uno, en toda la región el otro. Y ambos son visceralmente violentos. En un sentido, la lucha de Israel contra Hamas encapsula la lucha universal del mundo libre contra el fundamentalismo islámico.

Desde ya, muy pocos diplomáticos, periodistas y académicos se han mostrado hasta el momento dispuestos a abrazar este postulado. Y en particular, muy pocos han elevado en relación a Estados Unidos y el ISIS el tipo de preguntas que han hecho -con auténtica insistencia- en torno a la acción militar israelí en Gaza, principalmente: ¿Qué hay sobre las bajas civiles en los bombardeos de la coalición contra posiciones de ISIS en el Medio Oriente?

La aviación estadounidense, respaldada por jets de las fuerzas aéreas de naciones árabes, europeas y otras ha estado bombardeando bases, campos de entrenamiento, centros de arsenales y refinerías en manos del grupo jihadista en la vecindad de varias ciudades sirias e iraquíes. Se ha reportado sobre la muerte de terroristas, han surgido videos que muestran a militantes hurgando entre los escombros en busca de sobrevivientes, y hemos visto fotografías de enormes pilas de humo elevándose de zonas atacadas. Es probable que Washington haya provocado la muerte a muchos más civiles árabes de los que ISIS haya matado a civiles norteamericanos, en términos absolutos y proporcionales. No obstante, tal como Jonathan Tobin se sorprendía hace poco en la revista Commentary, sabemos casi nada acerca de posibles muertes civiles en las zonas agredidas. Quizás no haya habido ninguna muerte civil. O quizás muchas. La verdad es que no tenemos idea porque quienes deberían estar planteándose eso no lo han estado haciendo demasiado. Lo cual es llamativo a la luz de la reciente preocupación que han mostrado por el sufrimiento árabe al menos en Palestina.

La información ha girado en torno a la naturaleza bestial de ISIS, el tamaño de sus finanzas, la velocidad de su expansión, la timorata reacción de la Casa Blanca y las complejas alianzas regionales surgidas en la necesidad de dar respuesta. Todas ellas son legítimas preocupaciones geopolíticas. Este esfuerzo en comprender lo que está en juego estuvo enteramente ausente en la guerra Israel-Hamas. ¿Alguien se interrogó por el presupuesto operativo de Hamas? ¿Se informó debidamente acerca de su Carta fundacional genocida? ¿Se comentó cabalmente acerca de sus asociaciones con Irán, Catar y Turquía? ¿De la provechosa economía de sus túneles? ¿Del centenar y medio de niños palestinos que murieron construyéndolos? ¿De su fenomenal zigzag organizacional en el contexto de las revueltas árabes? Estados Unidos está peleando en el lejano Medio Oriente en válido ejercicio de la doctrina de la responsabilidad de proteger población civil asediada y para preservar la estabilidad de la zona. Israel debió luchar contra el movimiento de resistencia islámico palestino en sus fronteras para proteger al 75% de su ciudadanía que estuvo expuesta a una lluvia incesante de misiles y -cuanto le cuesta al mundo admitir esto- para sobrevivir.

Es posible que las preguntas que hasta el momento no se han estado haciendo en relación a la guerra contra ISIS deban empezar a hacerse prontamente. Los expertos militares llevan cierto tiempo ya advirtiendo que los jihadistas no podrán ser derrotados desde el aire y han aconsejado una intervención con botas en el terreno. Apenas una ciudad iraquí, Mosul, tiene aproximadamente la misma población de Gaza. No será difícil para los casi 35.000 hombres de ISIS ocultarse entre civiles e involucrar a los soldados enemigos en combate urbano, tal como los 20.000 miembros de Hamas han hecho con los israelíes. Quizás entonces empiece a asentarse en el entendimiento mundial la cruda realidad y el terrible dilema de la pasada guerra en Israel y en Gaza.

Infobae, Infobae - 2014

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Memo de Abu Bakr Al-Baghdadi sobre Cristina – 05/10/14

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Hermanos en la causa de la Jihad, que Alá esté con ustedes:

Nuestro plan de atacar a la presidente de la República Argentina ha sido expuesto. Dos eficientes comisarios porteños han alertado a la Casa Rosada al respecto (¡además del mal gusto elijen un color gay para su palacio de gobierno!). Justo cuando habíamos reordenado nuestra prioridades y definido nuestro objetivo supremo, nos han detectado. Fue inteligente dejar de lado a Ban K i-Moon, Barack Obama, David Cameron, Francois Hollande, Angela Merkel y otros dignatarios infieles y centrarnos en una de las menos relevantes figuras internacionales contemporáneas para hacerla nuestro blanco. Eso desorientó a nuestros adversarios. Lastimosamente también a muchos de los nuestros, tal como me whatsappeó el otro día el hermano Abdullah: “¿¡Y esa quién es!?”. Pero ya no funcionará: se enteraron. Y encima la propia Cristina Fernández lo ha anunciado públicamente, y nada menos que en el Vaticano y en la ONU.

Como si ella quisiera agregar ofensa a la herida inicial, su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas fue un desastre. En su recinto condenó la muerte dada por Estados Unidos a Osama Bin-Laden, fundador de Al-Qaeda con la que estamos enemistados. ¿Y por qué condenó esa muerte y no las más recientes de Abu Yousef al-Turki, líder del Frente al-Nusra en Siria, o la de Ahmed Abdi Godane, jefe de al-Shabab en Somalia? Esta hereje no debió condenar muerte alguna, sólo las vidas de nuestros nobles mártires cuentan.

Luego la señora puso en duda la veracidad de nuestros videos de decapitaciones. ¿Pueden creerlo? ¿Acaso tiene ella alguna idea del tiempo y esfuerzo que lleva capturar infieles, mantenerlos en cautiverio, eludir a las agencias de inteligencia que constantemente nos monitorean, preparar el mensaje al mundo, convocar a un verdugo que hable inglés, confeccionar el vestido naranja onda-Guantánamo, conseguir la cámara y filmar la ejecución? ¿Todo para nada? ¿Tanta inversión de energía para que la presidente argentina nos ninguneé?

¿Y qué necesidad había de comparar a su nación sudaca con nuestro archienemigo en el Medio Oriente, Arabia Saudita? Esos monarcas traidores que venden petróleo a cambio de seguridad al Tío Sam y que prestan sus pilotos para que sus aviones escolten a los jets norteamericanos mientras bombardean nuestras sagradas posiciones, no deben ser modelo de país para nadie. No es que no estemos de acuerdo con los duros castigos que Ryhad impone a los homosexuales, o con la ejemplar forma en que lapida a las mujeres adúlteras, o la eficaz manera en que amputa las manos a los ladrones. No, eso está bien. Pero este pozo petrolero con bandera es socio de Occidente y ha de pagar por ello. ¡Tómenos de ejemplo a nosotros señora! Mucho de lo que usted anhela ya lo estamos implementando en partes de Siria e Irak y, si Alá quiere, en toda la región prontamente: inexistente oposición política, nula libertad de expresión, nada de medios de prensa independientes. ¿Ve?

Debo admitir que me molestó sobremanera su insistencia, ya rayana en el ridículo, de acercarse a Irán. Soldados de sus Guardias Revolucionarias y combatientes de Hezbollah están luchando fieramente contra nuestros hombres. Teherán representa el corazón del chiísmo regional con el que estamos mortalmente enemistados y compitiendo por la supremacía en el Medio Oriente. ¿Qué tienen los iraníes para ofrecerle que nosotros no? Es cierto que desde que asumió funciones el gobierno de Hassan Rouhani ha matado alrededor de mil disidentes y está al tope en la cantidad de ejecuciones per cápita a nivel mundial. Pero dénos tiempo. Los ayatollahs llevan treinta y cinco años en el poder perfeccionando su técnica autoritaria. Volviendo a lo nuestro: ¿exactamente que parte de la frase “Teherán no validó el Memorando en todo este tiempo” usted no entendió? ¿Por qué persiste? En fin. Este sí que es un enigma divino.

Por último, la insinuación de que si algo le pasara los argentinos deberán mirar al Norte y no al Medio Oriente estuvo demás. ¿Acaso somos los del ISIS menos amenazantes que Washington? ¡Por favor! ¡Que cosas dice! Ya ven, hermanos en armas, lo que sucede cuando uno no milita en nuestra Fe y se forma en una provincia que lleva por nombre Santa Cruz.

No obstante, no todo fue malo en su discurso. Eso de los “demonios internos y externos” al referirse a los judíos me encantó. Le regalo un smiley por ello y un me gusta en su portal de Facebook; aunque no me haré seguidor suyo en Twitter pues me han dicho que abusa de ello, too much como le agrada decir. También ha hecho bien en instar a los sionistas a que acepten la creación del estado de Palestina; ya usaremos ese territorio para atacarlos oportunamente, como nuestros amigos de Hamas acaban de hacer desde Gaza y nuestros enemigos de Hezbollah han hecho desde el Líbano. Y me saco el sombrero por su crítica al modo en que Washington nos está atacando, ojalá (u “Oh Alá” como decimos por acá) que Obama le haga caso. Uno nunca sabe.

Al fin de cuentas, no estuvo tan mal. Quizás reconsideremos y la perdonemos.

Salum Aleikum,
Abu Bakr al-Bagdadi,
CEO, Jihad Global

La Ilustración Liberal

La Ilustración Liberal

Por Julián Schvindlerman

  

Wagner en Israel: una controversia candente – Primavera 2014

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Por Julián Schvindlerman
Artículo publicado en La Ilustración Liberal (España)

El yshuv, como se conocía a la comunidad judía en Palestina antes del establecimiento del Estado de Israel en 1948, tenía una enorme vocación por la cultura. Aun cuando ella debía lidiar con una serie de desafíos de envergadura –inmigración, absorción, asentamiento, desarrollo, defensa, economía–, supo dar espacio a una floreciente y rica vida artística e intelectual. A partir de la década de 1920, luego de la finalización de la Primera Guerra Mundial, y de la década siguiente, varios periódicos, locales e importados, podían leerse en sus cafés; películas mudas fueron subtituladas al hebreo; teatros de diversos géneros fueron establecidos; escritores, traductores y editores transformaron Palestina en un centro literario en hebreo con la publicación de novelas, poesías, textos científicos y ensayos académicos; se estableció la primera universidad, con el respaldo de figuras como Martin Buber, Sigmund Freud y Albert Einstein, quien dio la primera clase en el claustro; una ópera fue creada y los conciertos de música clásica se expandieron.

En 1936 nació la Orquesta Sinfónica de Palestina de la mano del violinista judeo-polaco Bronislaw Huberman, quien convocó a talentosos músicos del extranjero que no veían futuro para ellos y para su arte en una Europa crecientemente intolerante. El año anterior, el régimen nazi había despedido a todos los músicos judíos en Alemania. Huberman reclutó a setenta y cinco instrumentistas europeos para formar una orquesta judía en Palestina. Estos músicos trajeron consigo la herencia musical de sus países y la incorporaron en los programas musicales. Estos repertorios incluían obras de Richard Wagner, considerado uno de los más grandes compositores alemanes del siglo xix y cuya obra era ampliamente tocada en las orquestas occidentales. En aquel entonces ello no era considerado una calamidad, como posteriormente así sería visto, y de hecho producciones wagnerianas o comentarios sobre ellas fueron publicitados en esos tiempos en el yshuv. Por ejemplo, en 1928 fue traducido al hebreo un relato para niños de Lohengrin basado en un libreto de Wagner. Unos pocos años más tarde, el boletín del teatro Habima reprodujo un extracto de la elegía que Thomas Mann escribió en honor al compositor alemán en un aniversario de su fallecimiento. Ello fue doblemente extraño dado el conocimiento que imperaba sobre el antisemitismo de Wagner y dada la filiación que Mann tuvo con el régimen nazi hasta la segunda mitad de la década del treinta: el Premio Nobel era visto como una especie de escritor extraoficial de los nazis y eso no cambió hasta 1936, cuando finalmente criticó al nazismo y las autoridades alemanas respondieron prohibiendo a su casa editora, Fischer, que siguiera publicando sus textos. Tiempo después, Mann reconoció que había elementos protonazis en la ideología y en la música de Wagner.

Hacia fines de la década del treinta Wagner era tocado en Palestina. En 1938, por caso, obras suyas podían hallarse en los programas musicales de tres conductores diferentes: en abril Arturo Toscanini dirigió los preludios al primer y tercer acto de Lohengrin; en junio y julio Jascha Horenstein condujo la obertura de Tanhäusser; en julio Bronislaw Szulk incluyó la obertura Der fliegende Holländer. Los conciertos tuvieron lugar en Tel Aviv, Ramat Gan, Haifa y Jerusalem y fueron aplaudidos por los asistentes. En esas ocasiones no hubo objeciones a su música pese a su historial de antisemita consumado ni al uso que los nazis estaban haciendo de su obra. Pero eso estaba a punto de cambiar.

Entre el 9 y el 10 de noviembre de ese mismo año ocurrió la Kristallnacht. Esa noche las juderías de Austria y Alemania fueron violentamente atacadas, sus sinagogas quemadas y sus propiedades dañadas. Noventa judíos fueron asesinados y treinta mil enviados a campos de concentración. Luego del pogromo, cien mil alemanes se reunieron en Núremberg para festejar. Dos días más tarde impusieron una multa millonaria sobre la comunidad hebrea para que pagase los destrozos que ella misma había padecido. A los pocos días, los niños judíos fueron echados de las escuelas alemanas. Para agregar humillación a la herida ocasionada, sesenta judíos de Baden-Baden fueron forzados a escuchar –dentro de su sinagoga– extractos de Mein Kampf de Adolf Hitler y a cantar Horst Wessel Lied, canción-homenaje a un mártir nazi. La sinagoga fue posteriormente quemada. Con la atención al simbolismo que caracterizó al malvado emprendimiento hitleriano, la Noche de los Cristales Rotos fue llevada a cabo en coincidencia con dos fechas nacionales relevantes: el 9 de noviembre era el Día de los Testigos de la Sangre, que honraba a mártires nazis, y el 10 de noviembre era el aniversario del nacimiento del teólogo cristiano, reformador religioso y legendario antisemita del siglo xvi Martín Lutero.

Tres días después de estos trágicos sucesos debía comenzar la tercera temporada de la Orquesta Sinfónica de Palestina, la cual, bajo la batuta de Toscanini, tenía programado tocar Die Meistersinger von Nürnberg de Wagner. Toscanini se había exiliado de la Italia fascista y se había negado a participar en el Festival de Bayeruth desde que este se había convertido en un epicentro de los eventos musicales del Tercer Reich. Pero él seguía promocionando la música wagneriana en sus conciertos, y el de Palestina estaba en sintonía con ello. No obstante, cuando la junta administradora de la orquesta le solicitó que desistiera de incluir piezas del compositor alemán en el repertorio, dadas las circunstancias en Alemania y Austria, el director italiano aceptó y las reemplazó por la obertura de Oberon del más temprano compositor alemán Carl Maria von Weber.

Unos meses más tarde, durante una gira por Egipto, la Orquesta Sinfónica Palestina tocó piezas wagnerianas. En febrero de 1939, en El Cairo y en Alejandría, el conductor Eugen Szenkar dirigió los preludios del primer y tercer acto de Lohengrin, así como la obertura de Tanhäusser. En la propia Palestina, no obstante, un precedente había sido establecido. De allí en más, y hasta el fin del período del yshuv, en 1948, nunca más fue incluida una pieza de Wagner en el repertorio de la Orquesta Sinfónica Palestina. Tal como ha documentado Na’ama Sheffi en su libro The Ring of Myths: The Israelis, Wagner and the Nazis, a partir de 1938 tocar obras de Richard Wagner en Palestina, y posteriormente en Israel, ha sido un tema tabú y cada intento de músicos encumbrados en imponer su música ante la audiencia judeo-palestina o israelí ha estado rodeado de encendidas polémicas.

Las acciones de los nazis propiciaron un repudio colectivo en la judería palestina hacia la cultura alemana, incluido su idioma, al punto de que a los propios inmigrantes judíos provenientes de Alemania no les era fácil usar su lengua materna en el yshuv. Las películas habladas en alemán dejaron de importarse cuando un embargo fue impuesto, y también quedaron vedadas las puestas en escena en idioma alemán. La literatura preferida por los nazis fue ignorada y se promovió la traducción al hebreo de las obras de autores prohibidos por los nazis, tanto judíos como gentiles opositores al nazismo. A medida que arribaban al país sobrevivientes del Holocausto y las atrocidades nazis eran más conocidas, la aversión a todo lo alemán crecía. Inicialmente, la oposición a la cultura alemana fue abarcadora. Con el correr de los años, ella se fue acotando a la esfera musical, principal y muy puntualmente a la obra de ciertos compositores, entre los que Wagner se destacó. Otros músicos alemanes (y austríacos) cuya obra fue eventualmente admirada por los nazis, y quienes al igual que Wagner habían perecido antes del advenimiento del nazismo, no provocaron una reacción de ostracismo en Israel: obras de Beethoven, Liszt y Mozart fueron tocadas sin mayor controversia en el Estado judío. Incluso piezas de compositores alemanes públicamente identificados con el nazismo –Richard Strauss, Carl Orff, Franz Lehár–, a partir de la segunda mitad de la década del ochenta y durante los años noventa dejaron de ser boicoteadas en Israel. No así con Wagner. Su música siguió siendo resistida en Israel y solamente pudo ser escuchada a través de las estaciones de radio y canales de televisión que eligieron emitirlas.

En la década de 1950 Israel institucionalizó el Día de Recordación del Holocausto y del Levantamiento del Gueto de Varsovia (1951) y creó el Museo del Holocausto Yad Vashem (1953). Esa época coincidió con el acuerdo de reparaciones alcanzado entre Israel y Alemania, que estuvo rodeado de un fuerte debate social. En la década de 1960, tres acontecimientos instalaron de lleno la memoria de la Shoá en Israel y afectaron las precepciones sobre Alemania entre los israelíes.

En 1961 comenzó el juicio a Adolf Eichmann, quien, como director de la Sección IV-B4 de la Oficina Principal de Seguridad del Reich, supervisó la deportación de un millón y medio de judíos de toda Europa hacia campos de exterminio. El juicio duró aproximadamente ocho meses, convocó a más de cien testigos e involucró el estudio de alrededor de mil seiscientos documentos. El fiscal principal Gideon Hausner acusó al oficial nazi de quince cargos diferentes, entre ellos, haber cometido crímenes contra el pueblo judío y crímenes contra la humanidad. Este juicio, seguido por el mundo entero, conmocionó profundamente a la sociedad israelí e instaló en la esfera pública la discusión sobre el genocidio nazi de los judíos europeos, permitiendo a los sobrevivientes relatar en público padecimientos dolorosamente reprimidos. El juicio concluyó con la condena a muerte del acusado, su ejecución y posterior cremación. Sus restos fueron arrojados en aguas internacionales, fuera del territorio israelí.

A comienzos de la década se reveló que científicos alemanes estaban colaborando con el desarrollo del arsenal misilístico egipcio, hecho que provocó una intensa indignación en Israel. Por aquel entonces, Egipto estaba decidido a destruir a su vecino del norte. Todos los pedidos israelíes a Alemania para que cesara esa actividad cayeron en saco roto. Bonn alegó que no ejercía control sobre las decisiones de sus ciudadanos y sus empresas privadas. El servicio secreto israelí puso en su mira a los científicos alemanes colaboradores y a sus actividades en Egipto, y para mediados de la década esa cooperación había finalizado.

En 1965 Alemania Occidental e Israel entablaron lazos diplomáticos. A diferencia de la República Democrática Alemana, que no se vio a sí misma como sucesora del Tercer Reich y en consecuencia responsable de sus acciones, la República Federal Alemana aceptó la herencia negra de su pasado. El intercambio de embajadores fue la culminación de un proceso complejo iniciado a comienzos de los años cincuenta, cuando Bonn y Jerusalem dieron lugar a tratativas tendientes a que el primero compensara materialmente al segundo por los crímenes del Holocausto. En septiembre de 1951, el canciller alemán Konrad Adenauer anunció ante el Bundestag la voluntad de su nación de pagar reparaciones al Estado judío. Para Alemania, el arrepentimiento colectivo era visto como un imperativo moral y también como una vía para ser integrada en la Alianza Occidental. Para el Estado recién nacido, agobiado por las exigencias del emprendimiento nacional y pujando por hacerse un lugar en un Medio Oriente reacio a su existencia, el apoyo material de Alemania era necesario. Razones morales para justificar esa asistencia no faltaban, pero un sector de la sociedad consideraba una traición a la memoria de los muertos y una vergüenza para la generación presente aceptar lo que veía como dinero manchado con sangre. El líder de la oposición a estos acuerdos de reparaciones fue Menájem Beguin, un carismático orador, parlamentario, jefe de Herut y más adelante primer ministro por el Likud, que alegaba que nada debía ser hecho que pudiera rehabilitar a Alemania, ni debía haber contactos con los alemanes. La oposición al acuerdo fue por momentos violenta. En enero de 1952 el primer ministro, David ben Gurión, anunció que el Gobierno había decidido dar lugar a las negociaciones con Bonn y en septiembre un Acuerdo de Reparaciones fue firmado en reconocimiento del hecho de que «actos criminales indescriptibles fueron perpetrados contra el pueblo judío durante el régimen de terror Nacional-Socialista». Aun después de la firma del acuerdo, el boicot a los contactos con Alemania continuó, a excepción de los necesarios para implementarlo. Pero marcó la apertura a la normalización de relaciones entre ambas naciones y al eventual establecimiento de lazos diplomáticos.

En noviembre de ese mismo año, la prensa israelí informó de que la Orquesta Filarmónica de Israel deseaba tocar obras de Wagner y Strauss. Su director, Igor Markevitch, exclamó: «Amo a Israel, empero soy un extranjero entre ustedes. Y el punto de vista de un extranjero es: toquen a Wagner y a Strauss». Apenas diez meses después de la polémica por el establecimiento de contactos con Alemania en vistas a forjar un acuerdo de reparaciones, la noticia estaba llamada a causar una controversia. El titular del sindicato de compositores envió una carta al ministro de Educación y Cultura expresando su disgusto con los planes de la orquesta:

Nosotros no creemos que, luego de todo el asunto de las reparaciones, sea bueno para el Estado embarcarse en una nueva controversia en este tema. Por otro lado, tenemos confianza en que varios miembros del mundo cultural no permanecerán quietos al respecto, y con razón, dado que Strauss, a pesar de su importancia musical, fue miembro del partido nazi, perpetuó la memoria de los caídos en su In Memoriam, escribió un himno a [Hans] Frank, archiejecutor de Polonia, y frecuentemente panegirizó a sus líderes en obras de exaltación. Nosotros vemos como nuestra obligación pedirle que evite esta movida antes de que nosotros mismos hagamos algo.

El concierto fue cancelado. Esta discusión había tenido lugar unos pocos meses posteriores a un anuncio de la Orquesta Filarmónica de Israel de que la famosa mezzosoprano Jennie Tourel cantaría Das Lied von der Erde de Gustav Mahler con letra de Hans Bethge. La Junta de Revisión de Cine y Teatro recordó a la orquesta la existencia de una prohibición de hacer presentaciones en público en idioma alemán, la cual databa de 1950, surgida en respuesta a la intención del cantante Kenneth Spencer de cantar una selección de poemas de Goethe bajo melodías de Schubert. Su par cantante Ernst Garay aceptó el requerimiento y cantó en hebreo, pero la señora Tourel solicitó sin éxito al director Leonard Bernstein que le permitiera cantar en alemán.

Sobre la ola de estos precedentes, un nuevo intento de introducir cultura alemana en Israel fue hecho por el prestigioso violinista Jascha Heifetz. Cinco meses después de la cancelación del concierto de Wagner y Strauss de la Orquesta Filarmónica de Israel, trascendió que Heifetz quería incluir piezas de Strauss en una serie de recitales que daría en el país. La noticia se conoció cuando los israelíes estaban por conmemorar el Día de Recordación del Holocausto en abril de 1953, lo cual agregó indignación a la sensibilidad reinante. El ministro de Educación y Cultura pidió que Strauss no fuese tocado y el ministro de Justicia reforzó el requerimiento. Este último era también el presidente de la administración de la Orquesta Filarmónica de Israel, y en esa capacidad lescribió dos veces a Heifetz instándole a que desistiese de tocar obras de Strauss en Israel. El segundo pedido lo hizo llegar al violinista mediante un mensajero poco antes del inicio del concierto. Sin embargo, Heifetz se declaró contrario a la censura musical y rehusó cumplir con estas solicitudes. Durante su gira, tocó música de Strauss en Haifa primero y luego en Tel Aviv. Al finalizar un concierto en Jerusalem, cuatro días después del Día de Recordación del Holocausto, Heifetz fue atacado por un desconocido con un tubo de metal y padeció heridas superficiales. La maleta de su violín le sirvió de escudo.

En noviembre de 1956 el nuevo director de la Orquesta Filarmónica de Israel, Georg Singer, quiso incorporar selecciones de la opera Don Juan de Richard Strauss en una serie de conciertos. La orquesta dio el visto bueno y el flautista Uri Toeplitz escribió una nota explicativa para suavizar la reacción del público. La orquesta publicó a su vez un manifiesto en su defensa: «La performance de obras de Richard Wagner y Richard Strauss es, en la opinión de todos los expertos reconocidos, obligatoria en todo país que busca promover la cultura musical y la educación del público general, particularmente jóvenes, de modo de promover un entendimiento del desarrollo de la música orquestal desde el fin del período clásico hasta el presente». Desde el otro extremo de la opinión, el movimiento juvenil nacional protestó: «¡No profanen la atmósfera de nuestro Estado con música nazi!». Cruces esvásticas aparecieron pintarrajeadas sobre algunos pósteres promocionales del concierto de la orquesta. Al final, Strauss quedó fuera del programa y en su lugar se tocó la apertura del Carnaval de Antonín Dvorák.

Tan sólo unas pocas semanas habían transcurrido del fin de la Guerra del Sinaí y la sociedad no parecía tener paciencia para enredarse en un nuevo debate sobre este asunto.

La administración de la orquesta siguió interesada y pidió a un miembro de la delegación israelí en Colonia que averiguase más hechos fácticos sobre la postura personal de Richard Strauss sobre el Tercer Reich. A comienzos de 1957 discutió el asunto de los dos Richard en una reunión de comisión. «Debemos continuar moviéndonos para purificar la música de Wagner», indicó el director general Kurt Salomon, «y la administración debe declarar su acuerdo de incluir obras de Wagner en el programa de la orquesta». Con todo, cuando el administrador del Club de Prensa de Tel Aviv sugirió un tiempo después que se realizara un simposio público sobre Wagner y Strauss en Israel, el propio Salomon desestimó la idea alegando:

No creemos que este sea el momento adecuado para elevar este tema en un foro público, la cuestión respecto de si la música de Wagner y Strauss debiera ser tocada en Israel no es un asunto musical, sino uno público.

Las autoridades de la orquesta estaban preocupadas por posibles actos de violencia a la luz de un hecho que había causado una fuerte conmoción seis semanas antes pero cuya génesis databa de unos años atrás. En septiembre de 1954 el periodista freelance Malkiel Grünwald acusó al abogado húngaro inmigrado a Israel Rudolf Israel Kasztner de haber colaborado con los nazis para salvar a miembros importantes de la comunidad judía húngara y de haber ayudado a salvar al criminal nazi Kurt Becker al dar evidencia a su favor en los juicios de Núremberg. Durante la guerra, Kasztner había logrado salvar las vidas de unos mil setecientos judíos, y algunos sospechaban que había logrado eso por medio de un acuerdo no santo con las autoridades alemanas. Otros creían que, a pesar de los riesgos de tratar con los nazis, él había hecho lo que pudo para salvar a la mayor cantidad de judíos. Kasztner inició acciones legales contra Grünwald por calumnias, y durante el juicio la opinión pública giró de modo adverso contra Kasztner. El juez Benjamin Halevi dictaminó en su contra y proclamó que este había «vendido su alma al diablo». Kasztner apeló y fue exonerado del primer cargo y hallado culpable del segundo. No llegó con vida al final del proceso: fue ultimado por un extremista en la vía pública en marzo de 1957. Este fue considerado el primer asesinato político en la historia del Estado de Israel.

A inicios de 1963 la junta de la Orquesta Filarmónica de Israel se reunió para definir si música cristiana y obras vocales en idioma alemán podrían ser representadas en el Estado judío. Treces años habían transcurrido desde que se había prohibido el idioma alemán en performances públicas en Israel y más de un lustro desde el último debate nacional sobre la música de Wagner y Strauss. Para los israelíes esta discusión no era puramente artística sino fundamentalmente sobre política e identidad nacional. Marlene Dietrich hizo una presentación en alemán en el Estado judío y eso fue usado por los críticos para clamar por la anulación de la prohibición. La junta decidió dejar librado al criterio de la orquesta la decisión final, y una votación arrojó una clara mayoría a favor de dar lugar a performances en idioma alemán en Israel.

Tres años después, en 1966, la cuestión de la música wagneriana resurgió cuando la Orquesta Filarmónica de Israel anunció su anhelo de incluir obras de Wagner en sus repertorios. Lo hizo a través de un artículo firmado por el primer flautista y miembro de la administración de la orquesta, Uri Toeplitz, publicado en el programa de los conciertos del final de temporada. Este escribió:

Nosotros sentimos que es tiempo de cambios, no sólo por las demandas cruciales de la libertad artística, sino porque la oposición a Wagner se ha transformado en un mero gesto. ¿Por qué debiéramos seguir negándonos parte de la más encumbrada música al prohibir tocar a Wagner, una pérdida que no puede ser reemplazada por los trabajos de ningún otro compositor, mientras que a una mera conveniencia como el Volkswagen alemán, con todas sus asociaciones de la era hitleriana, se le permite copar nuestras calles?… Por ende, esta vez debemos adoptar una postura racional y valiente y permitir que la música de Wagner sea tocada, y de esta forma abrir la puerta a obras incluidas entre las mejores de la música compuesta en el siglo xix.

Originalmente, Toeplitz se había expresado de modo diferente al decir: «Un cambio ha tenido lugar en la actitud de la nación hacia el exterminio de nuestro pueblo», lo cual había irritado a muchos y precipitado un pedido de los directores de la orquesta para que removiese esa afirmación. Su argumento acerca de la contradicción en la sociedad israelí –por un lado dispuesta a consumir productos alemanes de todo tipo y por indignada e intransigente con la obra de Richard Wagner– tenía su mérito, y el nuevo esfuerzo por introducir al compositor alemán en Israel ocurría en un momento oportuno: apenas un año antes, Bonn y Jerusalem habían entablado relaciones diplomáticas. La Orquesta Filarmónica de Israel supuso que ese acontecimiento mayor suavizaría el rechazo israelí a la obra del cuestionado músico alemán. Esa suposición resultaría ser equivocada.

Este nuevo intento había surgido en parte por el deseo de Zubin Mehta de tocar Tristan und Isolde. Mehta todavía no había sido designado director musical de la orquesta, pero era una estrella ascendente y sus pedidos no podían ser galantemente ignorados. La orquesta decidió realizar una encuesta entre cuatrocientos suscriptores, de los cuales el setenta por ciento se mostró a favor de tocar obras de Wagner en Israel, y determinó lo siguiente:

Creemos que la orquesta debiera tocar obras de Wagner y Strauss. Informaremos a la junta pública de la orquesta acerca de nuestra decisión; para evitar tomar al público por sorpresa, dado que el tiempo apremia, creemos que Wagner no debiera ser tocado en el concierto número doce de esta temporada, pero debiera ser introducido en la temporada siguiente.

Mehta lamentó la postergación. Un suscriptor y juez de la corte que juzgó a Katzner y a Eichman, Benjamin Halevi, se opuso:

Como suscriptor y figura pública que quiere identificarse con su orquesta nacional, pido una reevaluación de la decisión de aceptar el principio de tocar a Wagner y a Strauss, quienes están asociados en la conciencia pública con los nazis y todo lo que infligieron a nuestro pueblo en nuestra generación.

Una vez que la decisión de la orquesta alcanzó estado público, el debate se instaló de lleno en los medios de comunicación. Lamerhav, cercano al Partido Laborista, publicó un editorial que decía:

Ningún anuncio lacónico, casualmente transmitido en un programa de concierto, puede poner fin a un debate sobre un problema que ha sido tema de controversia pública por unos treinta años (…) ni siquiera en nombre de la «libertad artística» la Orquesta Filarmónica tiene el derecho de borrar la memoria de aquellos días en esta generación.

El diario Hayom, identificado con Herut, publicó un editorial celebrando el desarrollo histórico de la orquesta para luego agregar:

Entonces, habiéndose establecido, la Filarmónica va y decide –cuando han pasado unos veinte años desde el Holocausto– honrar al nazi Richard Strauss, y tocar sus obras en Tel Aviv y en sus conciertos en el extranjero. Y así como este paso atrevido y degradante –que insulta a la memoria de los seis millones de víctimas del régimen del que Richard Strauss era parte– no parecerá demasiado pronto y sorprendente, la orquesta desentierra (…) trabajos de otro alemán –él también un notorio antisemita– a quien los nazis vieron como su profeta y pionero: Wagner.

El diario progresista Haaretz publicó una nota de opinión de un autor que lamentaba que el arte y la política se hubieran entremezclado tanto, y que ello sugería una «infiltración de pensamiento totalitario en nuestra vida pública», y pedía por «una distinción entre el reinado de las melodías y el reinado de Satán». Michal Zmora, directora musical de la radio Kol Israel, que había emitido obras del músico nazi Carl Orff, escribió a favor de tocar composiciones de Wagner y Strauss sobre la base de que sus contribuciones fueron importantes para el desarrollo cultural de la era moderna, mientras que las obras de Orff habían sido creadas con una finalidad expeditiva, la de ser aceptado por el esquema nazi y a la vez oponerse al sistema abstracto de Arnold Schönberg, músico judío censurado por los nazis. Dos miembros de la junta pública de la Orquesta Filarmónica de Israel, el ministro de Salud –Israel Barzilay– y el fiscal Gideon Hausner se manifestaron contrariamente a la decisión de la orquesta. El hecho de que dos fiscales del juicio a Eichmann (Halevi y Hausner) estuvieran en contra de la ejecución de obras de Wagner por parte de la Orquesta Filarmónica tenía su peso.

Esta polémica concluyó con la decisión de la orquesta de dejar fuera de su repertorio las obras de los dos Richard. Cuando la orquesta comenzó con sus preparativos para una gira por Australia, Nueva Zelanda y Hong Kong, el asunto desapareció de la escena. Al año siguiente ocurrió la Guerra de los Seis Días, en la cual Israel pasó de un estado de ansiedad por su existencia a uno de exaltación por su poder, habiendo derrotado a tres países árabes enemigos en el campo de batalla en un corto plazo. Apenas tres días después de finalizada la contienda aterrizaron en Israel el conductor Leonard Bernstein, la mezzosoprano Jenny Tourel (había estado en el centro de la controversia en 1952 por las canciones en alemán de Mahler) y el violinista Isaac Stern (un año antes había enviado un telegrama a la orquesta filarmónica instándola a no cejar en su esfuerzo por abolir la prohibición de tocar a Wagner). En 1969 Mehta nuevamente intentó tocar música de Strauss, pero las protestas que surgieron lo hicieron cambiar de opinión. Till Eulenspiegel de Strauss fue reemplazada por Chaconne para orquesta del compositor israelí Noam Sheriff, quien desafiaría al boicot contra Strauss veintiún años después, en 1990, al dirigir un concierto de la Orquesta Sinfónica de Rishon LeZion.

Pasaron cinco años hasta que la Orquesta Filarmónica de Israel pujó una vez más por introducir la obra wagneriana en el Estado judío. En junio de 1974 la prensa israelí informó de que la administración de la orquesta había decidido incorporar piezas de Wagner en un próximo concierto. Como era habitual, la orquesta esperó hasta el fin de la temporada musical para advertir al público acerca de su intención. Y una vez más las reacciones favorables y contrarias no tardaron en surgir.

El crítico de arte del diario Yedioth Aharonot, Imanuel Bar-Kadma, apeló a la inconsistencia de la sociedad israelí para sustentar su postura pro Wagner:

Tan sólo la noche previa toda la nación se sentó pegada a sus pantallas de televisión, mirando con excitación y verdadero fervor deportivo la lucha obstinada desatada en la cancha de fútbol entre los equipos nacionales de las dos Alemanias [la Copa Mundial en Alemania Occidental]. No hemos oído de un solo ciudadano que haya apagado su aparato de televisión para registrar una protesta; yo no he oído de ninguna reacción que indicara alguna corriente emocional subterránea de ningún tipo en la actitud del espectador hacia el partido. Todos nosotros, sin excepción, fuimos «buenos deportes» y muy «objetivos», que gane el mejor.

El único canal de televisión disponible por aquel entonces era estatal. En el mismo diario, Amos Kenan publicó un poema breve burlesco proponiendo un concierto que incluyera «el Preludio y fuga de Adolf Volkswagen» y «el Concierto para flauta de Sebastian Grundig». El profesor de derecho Amos Shapira fustigó, también en Yedioth Aharonot, a quienes apoyaban el boicot: «¿No hay un toque de exageración, y una sombra de hipocresía, en ser tan ansiosos por cerrar la ventana de la cultura y del arte –¡eso, de todas las cosas, y sólo eso!– para que, el cielo no quiera, los sonidos wagnerianos no penetren?». Desde la vereda de enfrente, en el diario Davar, el columnista Israel Neumann relató el caso de un admirador judío de Wagner que le había enviado una misiva al compositor diciendo que para matar al judío que en él vivía no tenía más remedio que matarse. Y de hecho, luego del fallecimiento de Wagner, este seguidor se suicidó en la tumba de su ídolo. «A los fans de Wagner en Israel no se les pedirá que lleguen tan lejos», señaló Neumann, apenas se les pediría que muestren recato en su entusiasmo por escuchar la música de Wagner en su patria.

El Comité de Trabajadores del Auditorio Mann, donde se iba a llevar adelante el concierto, emitió una carta de protesta contra la decisión de la orquesta:

Nos hemos enterado con gran pena y con nuestros corazones entristecidos que la administración de la Orquesta Filarmónica de Israel ha accedido a la sugerencia del conductor Zubin Mehta (…) ¡Qué vergüenza! (…) Pobre del judío en el Estado de Israel que acceda a tocar la música que acompañó a los seis millones, de niños, mujeres, hombres, y bebés, a los campos de la muerte.

Este comité estaba compuesto por los acomodadores, quienes eran en gran parte personas físicamente discapacitadas: sobrevivientes del Holocausto, partisanos, luchadores de la resistencia y veteranos del ejército israelí. Ellos amenazaron con no abrir las puertas del auditorio la noche del concierto. La prensa reportó que activistas anti Wagner planeaban comprar tickets para sabotear el concierto desde dentro de la sala. Una semana después del anuncio, la orquesta informó de que anulaba su decisión de tocar obras de Wagner en esa temporada. Yehuda Diamant, profesor de bioquímica en la Universidad Bar Ilán, envió cartas indignadas a las autoridades de la orquesta por haber cedido terreno. «Nadie puede detener el tiempo, pero hasta que 1984 arribe [en referencia al libro de George Orwell], me niego a aceptar el edicto cultural que me dice qué leer, qué ver, qué escuchar, de un comisario cultural, político gris, miembro de un consejo local, o un autoelegido grupo de presión».

Apenas una semana había transcurrido desde el anuncio y la marcha atrás. La rapidez con la que la orquesta abandonó su iniciativa pro Wagner esta vez posiblemente tuvo que ver con la coyuntura en Israel. En ese período, los residentes del norte del país estaban siendo agobiados con ataques terroristas particularmente atroces. A mediados de mayo, terroristas palestinos secuestraron y mataron a dieciséis niños en el kibutz de Ma’alot. Para cuando la orquesta anunció su intención de tocar Wagner, otro atentado contra otro kibutz dejó muertos a dos miembros y a un voluntario. El día posterior a la cancelación, un comando palestino ingresó en un departamento en Naharia y asesinó a dos niños y a su madre. A su vez, el anuncio de la orquesta tuvo lugar apenas seis meses después del fin de la Guerra del Iom Kipur –contienda en la que Israel fue tomada por sorpresa por Siria y Egipto en su día religioso más sacro y que dejó a la nación profundamente afectada– y a dos meses de la publicación de las conclusiones de una comisión investigadora que terminó provocando la renuncia de la primera ministra –Golda Meir–, del ministro de Defensa –Moshé Dayán– y del jefe del Estado Mayor Conjunto –David Eleazar–. Aunque el tumulto político y el acoso terrorista no fueron mencionados por los opositores a la música wagneriana en Israel, el contexto seguramente creó un espacio psicológico poco receptivo a la puja por la vanguardia artística de los miembros de la orquesta.

En 1976 la Orquesta Filarmónica efectuó una performance como orquesta invitada en Hollywood junto con la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles. Esta tocó Die Meistersinger von Nürnberg, la pieza cuya cancelación del repertorio de la Orquesta Sinfónica Palestina en 1938 había inaugurado el boicot a Wagner en Israel. La prensa israelí no prestó atención al hecho, quizás porque no fue la orquesta estatal la que tocó esa obra o quizás porque ello ocurrió en un país extranjero. En todo caso, como Na’ama Sheffi observó, el «1984» aludido por el doctor Diamant arribó a Israel al poco tiempo; anticipadamente, en 1981, cuando la orquesta filarmónica rompió el tabú al tocar una pieza de Wagner como un bis al final de un concierto. No se trató de una advertencia de que Wagner sería tocado, sino de una performance real de la música wagneriana, cosa que no ocurría desde 1938.

Las circunstancias que rodearon este hecho de octubre de 1981 sugerían que Zubin Mehta, el promotor de la última iniciativa, descartaría la idea. La nación estaba enlutada por el fallecimiento del legendario militar Moshé Dayán, una muchedumbre se había aglutinado a la entrada de la sala de conciertos luciendo la estrella de David amarilla en sus ropas (uno fue detenido al detectarse que portaba un cuchillo militar), la policía había advertido sobre la posibilidad de atentados, el ministro de Educación y Cultura, Zevulun Hammer, había asistido y se especuló con que Mehta no querría ofenderlo. Pero al final de uno de los conciertos ofrecidos, el conductor anunció al público presente que, como un bis, la orquesta tocaría una pieza de Richard Wagner. Quien hubiese querido retirarse de la sala, habría podido hacerlo, Mehta sugirió, y con ello no habría ofendido a los músicos. Algunos miembros de la audiencia dejaron el lugar, como también lo hicieron dos integrantes de la orquesta, el violinista Avraham Melamed y el trombonista Zvi Ostrowsky. Cuando los primeros acordes de Liebes Tod sonaron, uno de los acomodadores, Ben Zion Leitner, sobreviviente de la Shoá, subió al escenario, protestó y exhibió su cuerpo torturado por los nazis. Gente se agolpó, comenzaron las discusiones y el concierto quedó trunco. La fotografía del dramático momento apareció al día siguiente en los medios locales. A los pocos días, el trombonista objetor fue hospitalizado en terapia intensiva.

Esta vez el debate mediático, que solía ser intenso, fue acalorado, duró meses y tuvo además repercusión internacional. Parte de la crítica se centró en cuestionar la decisión de Mehta de haber impuesto por la fuerza, si bien efímeramente, a Wagner en el Estado judío. Otra parte de la crítica se sumergió en el conocido historial antisemita del compositor y en la inevitable perturbación que su música exaltada por los nazis generaría en Israel.

El titular del consejo administrador de Yad Vashem, Yitzhak Arad, protestó la decisión de la orquesta de querer introducir en Israel la obra de uno «de los líderes antisemitas del racismo, envenenado y envenenador, cuyos escritos difamatorios y música dieron inspiración a los nazis y a una gran parte de su actividad cultural oficial». Sumó su objeción Moshe Hoch, director del Instituto para la Conservación e Investigación de la Música Judía del Holocausto. El fiscal Gideon Hausner publicó una nota en el Jerusalem Post recordando la actitud de Wagner ante los pogromos de 1881, cuando invitó a sus compatriotas a emular esas acciones.

El crítico literario Moshe Dor escribió en Ma’ariv que en 1871 los franceses se habían manifestado en las calles en oposición a una puesta en escena de la ópera wagneriana Lohengrin. Un año antes, los alemanes habían invadido París y les resultaba bochornosa la noción de que la música de un compositor alemán fuese bien recibida en Francia. «¿Lo que fue permisible para los franceses nos está vedado a nosotros?», preguntó Dor. «¿Y podemos siquiera comparar lo que los alemanes les hicieron a ellos con lo que los alemanes nos infligieron a nosotros?». Su reflexión parecía ser una respuesta indirecta a una observación que había hecho Mehta antaño cuando, forzado a dar marcha atrás con su idea de tocar piezas wagnerianas, había acotado que los belgas y los holandeses habían estado bajo ocupación nazi y no por ello se oponían a disfrutar de la obra compuesta por Wagner. Cinco días después, Dor expandió su objeción con otro artículo que presentaba una famosa cita de Hitler sobre Wagner y cartas de lectores agregaron información sobre el antisemitismo del compositor.

El parlamentario y sobreviviente Sheva Weiss opinó en Davar que lo ocurrido fue «un acto no judío [realizado] por una orquesta que fue fundada por los sobrevivientes del nazismo, por las víctimas indirectas del wagnerismo. Es una estrechez de espíritu en los judíos, una suerte de abrazo del seigneur opresivo. Esta vez el seigneur viene en el formato de un músico alemán». El editor-jefe de Yedioth Aharonot, Herzl Rosenbaum, atacó a Mehta por su conducta:

Todo este problema es un problema interno nuestro, un problema que debe ser debatido dentro de nuestra propia casa, y ningún extranjero, por más amigo que sea, debiera ingresar allí (…) Esto es también válido para nuestro querido amigo Zubin Mehta, quien nos ama con toda su alma, y nosotros a él, pero él leyó sobre Auschwitz, y nosotros fuimos llevados allí (…) Debe dejarnos [esto] a nosotros, y no intentar decirnos qué hacer.

Una afirmación del viceministro Dov Shilansky, emitida por radio, enturbió las aguas. «Mehta», él dijo, «debe volver a la India». El vocero del primer ministro Menájem Beguin, usualmente un ácido crítico de todas las cosas alemanas, aseguró que Shilansky habló por sí mismo y que sus palabras no reflejaban la política oficial. En respuesta, la junta directiva de la orquesta filarmónica anunció que designaba a Zubin Mehta su director musical de por vida: “Estamos completamente con usted, y un insulto contra usted es un insulto contra nuestra institución artística y contra cada uno de nosotros”. Luminarias del panteón musical expresaron su apoyo a Mehta, entre ellos el violinista Yitzhak Perlman, el pianista Daniel Barenboim y el compositor Leonard Bernstein. La conductora Dalia Atlas indicó que el debate no debía “sabotear la existencia de una orquesta y de un conductor que glorifican el nombre de Israel en el mundo”, otros recordaron la solidaridad de Mehta con la nación, quien había viajado a Israel aun en tiempos de guerra. También manifestó su apoyo al conductor indio el músico israelí Arie Vardi, quien en la década siguiente violó la prohibición contra la música de Strauss durante un concierto de la orquesta filarmónica. El episodio fue cubierto por diarios del mundo como The London Times, The New York Times, Newsweek, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Die Welt, International Herald Tribune y The Daily Telegraph. Una encuesta encargada por el Jerusalem Post mostró que el sesenta y cinco por ciento de los encuestados se oponía a performances públicas de obras de Wagner en Israel, contra un veintitrés por ciento a favor.

Desde este incidente y durante casi un año entero los israelíes estuvieron eximidos de nuevas polémicas relacionadas con músicos alemanes. En noviembre de 1982, el conductor Igor Markevitch grabó en estudio junto con la Orquesta Sinfónica de Jerusalem la pieza Till Eulenspiegel de Richard Strauss sin el acompañamiento esperado de disturbios o quejas. El precedente sugería que se podía desatar una nueva polémica –en 1953 y 1966 Georg Singer y Zubin Mehta, respectivamente, debieron cancelar sus anunciados conciertos con la inclusión de esa obra por el disgusto público– y algunos medios de comunicación locales e internacionales observaron que esta vez la tranquilidad había prevalecido.

El año 1982 había sido duro para los israelíes. Como parte de los acuerdos de paz con Egipto, Israel debió remover, forzosamente incluso, a los residentes israelíes de Yamit, en el desierto del Sinaí. Las imágenes de soldados judíos forcejeando con colonos judíos despertaron todo tipo de asociaciones con otras épocas y contextos. Unos meses más tarde, el ejército israelí invadió el Líbano para dar respuesta a la incesante campaña de terrorismo lanzada por la OLP desde aquel país árabe. Aun cuando Israel alcanzó su objetivo de expulsar a las fuerzas palestinas del sur del país, esta incursión terminó siendo una de las guerras más difíciles para el país y precipitó un prolongado y agobiante debate social. Si un director de orquesta todavía tenía la energía para insistir con la música alemana en el Estado judío, parecía que el resto de la sociedad no estaba presta a cuestionarlo.

En 1983, en ocasión del centenario del fallecimiento de Wagner, ningún evento tuvo lugar en Israel ni, extrañamente, esfuerzo alguno fue realizado por la orquesta filarmónica para insertar su música en sus reportorios de aquel año. Al año siguiente fue publicado el primer libro en hebreo sobre la controversia que rodeó a su persona y su música en Israel bajo el título ¿Quién le teme a Richard Wagner? El título estaba basado en un artículo publicado en Haaretz en plena polémica de 1981, escrito por Haim GansY por primera vez su manifiesto antisemita El judaísmo en la música fue traducido al hebreo. Pero en el ámbito musical no hubo mayores desarrollos sino hasta fines de la década. En 1988 el pianista Gilead Mishory incluyó un arreglo de piano de Liszt de Liebestod de Tristan und Isolde en recitales dados en Rehovot, Jerusalem y Tel Aviv, y estos pasaron sin demasiada atención del público a pesar de haber sido informado el programa por la prensa impresa y la radio. El veterano periodista Yosef Lapid aprovechó la oportunidad para opinar que «ha llegado la hora de perdonar, si no a Richard Wagner el hombre, al menos a su aura». Él no escondió el antisemitismo del compositor, sino que lo expuso y alegó que era inconsistente prohibir a Wagner y no a otros creadores antisemitas como Chopin, Mussorgsky o Hemingway.

El debilitamiento del boicot se cristalizó a mediados de 1988, cuando la televisión emitió un programa sobre la dirección de Daniel Barenboim en el Festival de Bayreuth. En 1989 un congresista pidió la comparecencia del ministro de Cultura, Yitzjak Navón, ante el Parlamento para que explicase el hecho de que durante sus ensayos, bajo la batuta de Barenboim, la orquesta filarmónica hubiese tocado piezas de Wagner. El ministro confirmó el hecho, acotó que un músico se había excusado de tocar esas piezas y se le permitió retirarse, y aseguró que la orquesta no tenía intenciones de realizar performances públicas de obras wagnerianas. Para esos tiempos, el programa de música clásica de la radio israelí comenzó a incorporar ocasionalmente obras de Wagner y Strauss y, ante el silencio del público, continuó haciéndolo.

En octubre de 1990 el periódico del norte del país Kol Hakrayot informó que música de Wagner estaba siendo difundida en los trenes de Israel. La compañía de trenes prometió investigarlo y el asunto no pasó a mayores. Ese mismo año cayó un tabú en Israel cuando Barenboim aterrizó allí para dirigir a la Orquesta Filarmónica de Berlín, la cual tuvo vedado el ingreso al Estado judío por décadas, dado que su conductor legendario, Herbert von Karajan, había sido miembro del partido nazi. Karajan falleció en 1989 y al año siguiente la orquesta fue recibida en Israel. Wagner quedó fuera del programa del concierto.

En diciembre de 1991 el maestro argentino-israelí estaba decidido a incorporar dos de las piezas más conocidas de Wagner –Der fliegende Holländer y el preludio Liebestod de Tristan und Isolde– en un concierto de la Orquesta Filarmónica de Israel que él dirigiría. La polémica no tardó en estallar y, como otras veces en el pasado, ocurrió en un contexto de una sociedad profundamente afectada, en este caso por los hechos de la Guerra del Golfo de unos meses previos. Durante esa guerra, surgida de la invasión de Kuwait por parte del Iraq de Sadam Husein, éste amenazó con incendiar la mitad del Estado judío y lanzó treinta y nueve misiles Scud contra el país. Estos no provocaron muertes directas por impacto, pero sí debido al estrés, además de ocasionar daños materiales. La población debió recluirse en refugios antibomba y usar máscaras antigás, pues el dictador iraquí tenía un arsenal de armas químicas y biológicas que había empleado anteriormente contra la minoría kurda de su propia nación. La memoria colectiva judía revivió recuerdos atroces de muerte por gas, y cuando trascendió que el gas iraquí había sido manufacturado y provisto por Alemania, el sentimiento popular se enardeció. La asociación entre Wagner, los nazis y Sadam Husein fue inmediata y quedó reflejada en la nueva controversia por la música wagneriana en Israel.

El Comité Público por la Herencia del Holocausto y del Heroísmo envió una carta a la junta de la orquesta filarmónica instándola a remover la palabra Israel de su nombre. El violinista Avraham Melamed tocó la plegaria hebrea por los muertos, Kadish, frente al Auditorio Mann, sede usual de los conciertos de la orquesta, y en entrevistas dadas a la prensa explicó la relevancia de la simbología en la cuestión wagneriana: «En primer lugar, los nazis tomaron la música de Wagner como un símbolo. También hicieron de un símbolo la esvástica, que es en realidad un antiguo símbolo indio. Ellos tomaron estos símbolos y los convirtieron en un símbolo. Hoy, si yo dibujara una esvástica en algún lugar público, la policía me arrestaría». El violonchelista Paul Blassberger, sobreviviente de Mauthausen, se expresó a favor de tocar obras del compositor alemán en Israel alegando que su ideología no había contaminado su arte. El clarinetista Yaacov Barnea sostuvo lo opuesto, que no podía separarse al hombre de su creación y que la música wagneriana estaba saturada de nacionalismo. El violinista Itzjak Perlman, solista frecuente de la filarmónica, opinó que debía respetarse el sentimiento de los sobrevivientes de la Shoá en Israel.

Michael Handelzalts, editor cultural de Haaretz, sugirió que la nación debía madurar y dejar de lado sus quejas contra Wagner como un símbolo para verlo como un artista solamente. En ese mismo diario, el crítico Ariel Hirschfeld rechazó el argumento que ridiculizaba a los consumidores de Volkswagen que se oponían a las performances públicas de Wagner en Israel señalando que las actitudes hacia las cosas materiales y las espirituales eran incomparables. El editor de Ma’ariv, Shmuel Schnitzer, marcó una posición personal: «Y si la orquesta filarmónica incluye su música en los conciertos para suscriptores también, me distanciaré de ella con pesar, agradecido por las experiencias mágicas que me ha dado en el pasado, pero sin la menor duda».

La ex directora del departamento musical de la radio Kol Israel, Michal Zmora, dijo que la conducta de los nazis hacia el arte había sido fascista y anticultural y desafió a sus compatriotas con una pregunta: «¿Compartiremos eso con ellos?». Esas palabras ocasionaron una controversia dentro de la otra controversia. Por su parte, Zubin Mehta intervino para decir que había dejado en manos de Barenboim el liderazgo de la cruzada pro Wagner en Israel:

Luego de haber intentado tocar Wagner en octubre de 1981, llegamos a la conclusión de que solamente un conductor israelí podría hacerlo. Luego del intento y del escándalo, decidimos dejar descansar al asunto por unos años, y pensamos que la persona que podría hacerlo sería Lenny Bernstein o Daniel Barenboim. Hemos estado hablando con Barenboim al respecto por cinco años ya.

Mientras el debate continuaba, la orquesta filarmónica anunció que no incorporaría obras de Wagner en sus repertorios en consideración a quienes hallaban eso objetable. Las pasiones menguaron.

Mientras tanto, piezas de Richard Wagner y comentarios sobre su vida y obra comenzaron a ser escuchados en la radio y mostrados en la televisión israelí. En enero de 1995, por ejemplo, Kol Israel emitió una serie de ocho capítulos sobre el compositor alemán. A mediados de año, el programa semanal dedicado a la ópera emitió Der fliegende Holländer y Haaretz lo incorporó en su comentario sobre recomendaciones musicales de la semana. En 1994 el Canal 8 emitió una obra de Wagner, pero fue a partir de 1997, con la regulación de los canales de TV por cable, que las óperas wagnerianas comenzaron a copar la televisión local: Tanhäuser, Der fliegende Holländer, Der Ring des Nibelungen, Die Meistersinger von Nürnberg. Ello fue expandido por medio de los canales extranjeros, especialmente alemanes, disponibles en la televisión por cable.

Asimismo, la radio, la televisión y las orquestas israelíes quebraron el tabú sobre las obras de otros compositores nazis o colaboradores tales como Richard Strauss, Carl Orff y Franz Lehár. Ya en marzo de 1990 Noam Sheriff había tocado la pieza Metamorfosis de Strauss en un concierto público de la Orquesta Sinfónica de Rishon LeZion. En 1994 el Canal 8 divulgó Der Rosenkavalier e Intermezzo de Strauss. Ese mismo año la orquesta filarmónica había incorporado una breve pieza de Strauss hacia el final de su temporada musical y para la siguiente temporada, en 1995, Lieber y Das Heldenleben, ambas del mismo compositor, fueron adicionadas a los conciertos. En la siguiente temporada se tocaron selecciones de Salomé Don Quijote, y años más tarde el Canal 8 emitió óperas de Strauss, así como documentales sobre su vida. Similar suerte corrieron las composiciones de Orff y Lehár. No obstante, la oposición a Richard Wagner permaneció incólume.

Y así, cuando la Compañía de Ópera de Tel Aviv anunció, en 1998, que había incluido en su programación un extracto grabado de una obra suya, la audiencia protestó. Cuando la Orquesta Sinfónica de Rishon LeZion hizo pública la inclusión del Idilio de Sigfrido para la temporada 2000-2001, otra polémica se sucedió. El caso llegó a la Corte Suprema, que falló a favor de la orquesta. La coyuntura de este concierto era la segunda intifada palestina: el día del concierto, una sinagoga en Efrat había sido profanada, el día anterior había ocurrido un atentado suicida en Kfar Darom y los residentes del barrio jerosolimitano de Gilo estaban siendo atacados a tiros incesantemente por francotiradores palestinos desde la aldea próxima de Beit Jala. Antes de que el primer acorde del Idilio de Sigfrido pudiera ser escuchado, algunos miembros de la audiencia se retiraron en muestra silenciosa de desaprobación. Pero un hombre mayor eligió una forma más ruidosa para manifestar su enojo: durante minutos hizo sonar frenéticamente una matraca. Un oyente intentó detenerlo pero se necesitó la asistencia de dos acomodadores para contenerlo. El conductor Mendi Rodan ignoró el incidente y continuó dirigiendo la orquesta. Uno y otro eran sobrevivientes del Holocausto. Una vez afuera de la sala de conciertos, mientras la audiencia aplaudía la performance de música wagneriana, la prensa preguntó al disidente la razón de haber llevado una matraca. Shlomo, tal era su nombre, respondió: «Porque no pude encontrar una bomba».

Al año siguiente Daniel Barenboim tocó una pieza de Wagner durante un concierto dado en Israel al mando de la Staatskapelle de Berlín. Previo a su arribo al país, se le había solicitado expresamente que no lo hiciera y el conductor dio a entender que aceptaba aquel pedido, para terminar haciendo lo opuesto de modo sorpresivo. Al final de un concierto dedicado a Schumann y Stravinsky, Barenboim se dirigió a la audiencia en hebreo y preguntó si le gustaría escuchar una pieza de Wagner que había sido removida del repertorio debido a las protestas. La mayoría del auditorio respondió con aplausos, pero varios asistentes se pararon y gritaron al conductor: «Fascista», «Vete a tu casa» y “Es la música de los campos de concentración”. Imperturbable, Barenboim dijo que honraría los anhelos de la mayoría. Al cabo de media hora de discusión con la audiencia, indicó: “Este es mi bis personal para ellos”. Los objetores abandonaron la sala ruidosamente, la música de Richard Wagner sonó en la sala de conciertos y la audiencia aplaudió con fervor. Posteriormente, Barenboim dijo que decidió cambiar de parecer luego de ser interrumpido durante una conferencia de prensa por un celular que tenía como tono Die Walküre de Wagner. «Pensé que si podía ser escuchada en el ring de un teléfono, ¿por qué no podría ser tocada en una sala de conciertos?». «No es su trabajo determinar si el Estado de Israel decide permitir que Wagner sea escuchado o no», respondió el alcalde de Jerusalem, Ehud Olmert. Cuando legisladores propusieron prohibir las performances de Barenboim en Israel, Zubin Mehta salió en defensa de su colega. El Comité de Educación y Cultura del Parlamento israelí declaró a Barenboim persona non grata. Tres años más tarde, el mismo Parlamento le concedió el prestigioso Premio Wolf, la distinción más destacada que confiere el Estado de Israel. Comenzó a ser entregado en 1953 bajo los auspicios del Ministerio de Educación y ha sido otorgado cada año desde entonces el Día de la Independencia. Es conferido en una ceremonia en la Knéset en presencia del presidente de la nación, el primer ministro, miembros de la corte suprema y legisladores. Barenboim usó la ocasión para criticar la política israelí hacia los palestinos. «Ustedes», dijo, «son indiferentes a los derechos y sufrimiento de un pueblo vecino. ¿Puede el Estado de Israel permitirse un sueño irreal de un fin ideológico al conflicto en vez de perseguir uno pragmático y humanitario basado en la justicia social?».

La postura propalestina y pro Wagner de Barenboim están relacionadas, al menos en la visión del director. Tal como él mismo explica en sus memorias, Mi vida en la música, publicadas en 2002:

Lamentablemente, todo el debate en torno de Wagner está relacionado con el hecho de que todavía no hayamos realizado la transición para convertirnos en judíos israelíes, sino que nos aferramos a todo tipo de asociaciones con el pasado –que, evidentemente, eran válidas y comprensibles en esa época–, como una manera de recordarnos a nosotros mismos nuestro propio judaísmo. Decir que no se tocará Wagner en Israel nos brinda un vínculo más con el judaísmo de las décadas de 1930 y 1940. Claro que debemos tener un sentido histórico, pero también tenemos que saber quiénes somos hoy como judíos israelíes. Mientras no seamos capaces de hacerlo, no podremos establecer un diálogo fructífero con los no judíos. Por eso, la cuestión de Wagner está vinculada con la relación con los palestinos.

Si para Barenboim la cuestión de la legitimación de la música wagneriana en Israel es un asunto de identidad judía, y ello está a su vez vinculado con el nexo con los palestinos, entonces su incansable esfuerzo en este sentido adquiere la dimensión de una cruzada. Y así es exactamente como por momentos su gesta puede ser descrita.

En 1999, junto con el intelectual palestino Edward Said, Barenboim fundó la West-Eastern Divan Orchestra, que reúne a músicos israelíes, palestinos y árabes, por lo que ambos fueron receptores del Premio Príncipe de Asturias «por promover el entendimiento entre las naciones». La génesis del proyecto surgió en el contexto de los eventos culturales europeos en ocasión del 250° aniversario del nacimiento de Goethe. Los organizadores pidieron a Barenboim que reuniera en un taller a jóvenes músicos del Medio Oriente. Al sumarse, Said propuso juntar a los músicos en una orquesta que interpretara una colección de poemas líricos de Goethe de 1819 inspirada en el poeta persa del siglo XIV Hafiz Shirazi y que llevaba por nombre Westöstlicher Diwan. La noción romántica de que artistas árabes e israelíes superasen creativamente los antagonismos del Medio Oriente captó el corazón de los europeos y lo que había comenzado como un taller experimental se transformó en una orquesta profesional compuesta por ciento veinte músicos estables de Israel, Palestina, Jordania, Siria, el Líbano, Egipto e incluso de naciones musulmanas no árabes como Turquía e Irán. La iniciativa era ambiciosa y, en su entusiasmo, muchos debieron de olvidar que Said fue un opositor a los Acuerdos de Oslo que inauguraron el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Ambos eran ácidos críticos de las políticas de Israel. Coescribieron el libro Paralelos y paradojas. Al presentarlo, Barenboim rechazó escuchar una pregunta de la corresponsal de la radio del Ejército israelí alegando que vestir el uniforme militar era una muestra de insensibilidad para la ocasión. Él dio conciertos y dirigió orquestas en Ramala (el gremio de autores y poetas, así como el de artistas palestinos, se opuso); uno de tales conciertos lo dio en 2002, mientras grupos terroristas palestinos estaban atacando a los israelíes en restaurantes y centros comerciales. Luego de un concierto dado en 2008, recibió la ciudadanía palestina, convirtiéndose así en el primer judío-israelí en obtener el pasaporte palestino. Ese mismo año dirigió a la orquesta árabe-israelí en el Berlín Waldbühne, edificado por el régimen nazi para los Juegos Olímpicos de 1936. La orquesta tocó obras de Mozart y Wagner y se anunció que lo recaudado sería donado para la construcción de una sala de conciertos en Ramala.

Barenboim llevó a la orquesta árabe-israelí por todo el mundo, y llegó a tocar en la Salle Pleyel en París, el Royal Albert Hall de Londres, el Mozarteum de Salzburgo, el Teatro alla Scala de Milán, el Carnegie Hall de Nueva York, el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, el Museo Hagia Eirene de Estambul, la Plaza Mayor de Madrid, el Teatro Colón de Buenos Aires, incluso en la sede de las Naciones Unidas y en la mezquita de Córdoba (España). Pero en tierras árabes la difusión fue más lenta. En 2003 dirigió a la West-Eastern Divan Orchestra en Marruecos, en presencia de la reina Lala Salma. «Un raro hechizo de armonía meso-oriental ha sido echado en Marruecos», comentó Al Yazira, «en un concierto salvajemente aplaudido». El primer concierto dado en Cisjordania junto con su orquesta multinacional ocurrió en 2005. “No todos los días ve uno un ensayo custodiado por soldados armados con armas semiautomáticas, pero el ambiente entre los músicos era relajado y excitado”, reportó Charlotte Higgins en The Guardian. En 2010 y 2011 llevó la orquesta a Qatar y fue bien recibida. En 2012 debió cancelar conciertos en Egipto y Qatar dadas las reacciones hostiles despertadas; con la prensa árabe acusando al maestro de ser «un sionista», se optó por abandonar el tour de promoción de armonía entre los pueblos.

En abril de 2009 el maestro dio recitales de piano y dirigió a la Orquesta Sinfónica de El Cairo, donde tocó piezas de Beethoven. Fue invitado por la embajada austríaca y contó con el apoyo del Gobierno egipcio; fue además el primer músico israelí famoso en dar conciertos en aquella nación árabe. Hubo reacciones negativas, como la del secretario general de la Liga Árabe, Amr Musa, que se negó a asistir. Pero la audiencia, compuesta por miembros de la alta sociedad egipcia y diplomáticos acreditados, ovacionó al pianista y conductor. La estrella de cine Omar Sharif lo presentó diciendo: «Amo su trabajo y amo sus opiniones». El ministro de Cultura, Faruk Hosni, acotó: «El maestro es conocido por estar en contra de la agresión israelí y está entre los moderados y pacifistas y está con la causa palestina». Este mismo funcionario era el candidato egipcio a dirigir la Unesco, y pronto se vería enredado en una controversia originada en una frase suya del año anterior. Durante una comparecencia ante el Parlamento, en mayo de 2008, Hosni fue interrogado por un congresista a propósito de la existencia de libros escritos en hebreo en la nueva biblioteca de Alejandría y respondió: “Quemen esos libros; si es que hay algunos allí, yo mismo los quemaré”. También dijo que la cultura israelí era “inhumana”. Cuando perdió la elección ante la búlgara Irina Bokova, el por veinte años ministro de Cultura acusó a “un grupo de los judíos del mundo” de montar una conspiración en su contra “cocinada en Nueva York”. Para cuando se desató esta polémica, Barenboim ya había abandonado el país árabe.

En mayo de 2011 el maestro dirigió un concierto en la Franja de Gaza, gobernada por el movimiento fundamentalista Hamás. Para ello convocó a músicos de orquestas de Viena, París, Berlín y Milán y recibió el apoyo de las Naciones Unidas, que fue instrumental para transportar secretamente a toda la troupe desde Berlín hasta Viena, para aterrizar en el aeropuerto egipcio de El Arish y continuar en ómnibus diplomático hacia Gaza. Era la primera vez que un ensamble internacional daba un concierto de música clásica en la Franja. Una amenaza emitida por un grupo radical islámico durante la performance clásica hizo que los músicos dejaran la sala al terminar el concierto y al cabo de unos breves discursos; niños que esperaban saludar y recibir autógrafos quedaron decepcionados. Así relató el abrupto final The New York Times: «La orquesta fue trasladada de regreso a Rafah y abordó su vuelo a Berlín el martes, con una escala en Viena: cuarenta horas de viaje, resultó ser, para menos de una hora de música». El repertorio incluyó la Sinfonía en Sol menor y Pequeña música nocturna de Mozart. Por qué no se incluyeron obras de Wagner en un concierto que no habría causado controversia es un misterio1. Las peripecias de la orquesta en tierras árabes han llevado a algunos críticos, como Kate Wakelin, de la Universidad de Cambridge, a sugerir que el proyecto funciona más como una fantasía de armonía social que gratifica a sus audiencias progresistas que como un aporte positivo a la dinámica política del Medio Oriente.

En 2010 el abogado Yonatan Livne fundó la Sociedad Wagner en Israel en honor a su padre, un sobreviviente de la Shoá que hasta su último hálito de vida fue un admirador de la música del compositor. Para mediados de 2012, la Sociedad Wagner planeaba llevar adelante un concierto en la Universidad de Tel Aviv, pero se vio forzada a cancelarlo cuando la universidad retiró su apoyo, alegando que no había sido informada sobre el hecho de que obras del compositor alemán serían tocadas. La Sociedad Wagner aseguró que la universidad había cedido a la presión de la sociedad. Asher Fisch, discípulo de Barenboim y quien iba a ser el director del concierto, tenía un cometido personal para luchar contra la prohibición informal antiwagneriana: su madre debió abandonar Viena en 1939 y legó a su hijo la noción de que si él tocara Wagner en el Estado judío, de algún modo ello sería una especie de victoria hebrea sobre Hitler. Fisch dijo a un periodista tener en su iPod la ejecución en vivo del Añillo del Nibelungo de Wagner por Wilhelm Furtwängler, el mismo que en 1944 dirigió la Novena Sinfonía de Beethoven en Berlín bajo una esvástica enorme en ocasión del cumpleaños de Hitler.

El año anterior, la Orquesta de Cámara de Israel, bajo la batuta de Roberto Paternostro, había creado un precedente importante cuando tocó una pieza de Wagner en el Festival de Bayreuth: fue la primera vez que una orquesta israelí tocaba a Wagner en tierra alemana. El repertorio versó sobre obras de compositores judíos como Gustav Mahler y Felix Mendelssohn y finalizó con la ejecución de Siegfried Idyll y la ovación del público. En un acto especialmente conmovedor, los músicos también tocaron el himno nacional israelí Hatikva. «El antisemitismo y la ideología de Wagner fueron terribles», reconoció el director Paternostro, «pero él fue un gran compositor. El propósito es distinguir entre el hombre y el arte». “No tocaríamos en Israel por las sensibilidades de los sobrevivientes del Holocausto”, explicó Omri Raveh, principal oboe y coordinador artístico de la orquesta, “pero fuimos invitados a tocar en Bayeruth como un símbolo”. Un parlamentario israelí pidió que el Estado cesara de aportar fondos a la orquesta en represalia, pero el ministro de Cultura rechazó la idea.

Claramente, la figura de Richard Wagner es altamente divisiva para los israelíes. Más de setenta años después de que por última vez fuesen tocadas obras suyas en Palestina/Israel sin polémica asociada, el público israelí todavía no ha consensuado cómo lidiar definitivamente con su arte y su legado. Los reiterados esfuerzos de las elites culturales por promoverlo en Israel y las resistencias populares, así como la prohibición informal que pesa sobre su obra en el Estado judío, conforman una dinámica que seguramente ofrecerá nuevas instancias de contrapunto por unos años más todavía.

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«Israeli conductor Barenboim gets Egyptian ovation», Haaretz, 17/4/09.

«Egypt’s Unesco hopeful in book burning row», BBC, 28/5/09.


1 En su afán por promover a Wagner, Barenboim también ha suscitado polémicas fuera de Israel. Al abrir la temporada 2013 del Teatro alla Scala de Milán con Lohengrin –el año del bicentenario tanto de Richard Wagner como de Giuseppe Verdi– ocasionó la indignación de algunos italianos. «¿Habrían los alemanes inaugurado el año Wagner con una ópera de Verdi?», protestó, por caso, un articulista del Corriere della Sera.

Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Judíos errantes en Guatemala – 17/09/14

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En 1887 quince parejas alemanas viajaron a Paraguay para fundar Nueva Germania, una colonia aria desde la cual expandir la pureza racial germana a toda Sudamérica. Lideraba el plan Bernhard Förster, miembro del movimiento antisemita alemán, admirador del compositor Richard Wagner y esposo de Elisabeth Nietzsche, hermana del afamado filósofo Friedrich Nietzsche. Elisabeth Nietzsche y Bernhard Förster se conocieron en Bayreuth en 1876 y se casaron varios años después. Al enterarse, Friedrich objetó el matrimonio. En una carta enviada a su hermana, afirmó: “Una de las más grandes estupideces que has cometido, ¡por ti y por mí! Tu asociación con un jefe antisemita expresa una extranjería a todo mi modo de vida, lo que me llena de ira o melancolía… Es un asunto de honor para mí ser absolutamente limpio e inequívoco respecto del antisemitismo, vale decir que me opongo, como lo hago en mis escritos”. El experimento ario-paraguayo fracasó, Bernhard Förster se suicidó en 1899 y tiempo después, endeudada y desacreditada entre los colonos, la viuda regresó a Alemania. La colonia los sobrevivió, aunque no su misión demente. Según The New York Times, aún hoy día una de sus calles lleva por nombre Elizabeth Nietzsche.

Es probable que Rodolfo López -el alcalde de San Juan La Laguna, localidad indígena ubicada a poco más de doscientos kilómetros de la capital de Guatemala- no tuviera en mente este precedente supremacista en América Latina al ordenar el pasado mes de mayo la confección de un registro de los judíos del municipio y clamase por la expulsión de éstos puesto que “sus costumbres no son como las nuestras”, pero indudablemente alguna reminiscencia aria ha tenido y el espíritu de cierta noción de exclusividad étnica se ha manifestado en su accionar.

Sobre quince millones de habitantes, la comunidad judía de Guatemala cuenta menos de mil personas y mayormente está ubicada en la capital del país. Seis años atrás, un grupo local integrado por judíos conversos, ultraortodoxos y antisionistas, denominado Toiras Jesed se asentó en San Juan La Laguna y, desde comienzos de este año, recibió allí a miembros de otro grupo ultraortodoxo y antisionista extranjero llamado Lev Tahor. Esta agrupación ha tenido problemas con la justicia en Estados Unidos y Canadá, particularmente por asuntos de custodia infantil. La comunidad judía central no tiene vínculos con estos grupos pero naturalmente ha repudiado las actitudes antisemitas de varios de los pobladores de San Juan La Laguna.

Las primeras familias hebreas llamaron la atención de los locales debido a sus ritos singulares y modos diferentes y por sus vestimentas negras y largas en una zona tropical y aprendieron a convivir con lo que consideraban una rareza. Pero cuando nuevas familias se instalaron en el lugar, la intolerancia surgió. Primero el alcalde ordenó el armado de un registro de los nuevos residentes. La razón invocada fue tomar nota del turismo; la razón verdadera identificar a los judíos. Velozmente se sucedieron actos de intimidación y agresiones. Según relató a la prensa uno de los líderes de la diminuta comunidad, fotos de Adolf Hitler fueron subidas a un sitio online junto con amenazas de enviar a los judíos a hornos crematorios. Panfletos rudimentarios fueron esparcidos. Luego unos adolescentes arrojaron piedras contra los judíos, y varios adultos y hasta un policía se sumaron al ataque. Los judíos alertaron a la Policía Nacional Civil y al día siguiente el portal se llenó de insultos antisemitas, los judíos temieron ser linchados. Al poco tiempo un nuevo ataque a piedras ocurrió, esta vez perpetrado por niños que acusaban a los judíos de haber matado a Jesús. Culminó con el lanzamiento de un explosivo casero. Los líderes judíos solicitaron una reunión con el alcalde, quien los recibió pero los acusó de secuestrar niños y fomentar una invasión de hebreos. Les espetó que no creían en Jesús ni en la Virgen María. Y les dio cuarenta y cinco días para partir. Este septiembre la comunidad de 230 hebreos fue expulsada del lugar.

Estas sectas ultraortodoxas aterrizaron en una localidad guatemalteca y no buscaron la integración al lugar. Lejos de hacer un esfuerzo en adaptarse al nuevo entorno social, se replegaron en sus ritos y en sus costumbres, enteramente extrañas para los locales. Lo diferente aliena, especialmente en pueblos pequeños tradicionales. No obstante, ello no justifica la discriminación, mucho menos la agresión y de por cierto no la expulsión. Puede ser que largos vestidos negros típicos de los judíos ortodoxos desentonen con el ambiente caribeño, pero la última vez que revisé los curas seguían usando sotanas.

Como sea que vaya a concluir este asunto, uno no puede sino sentir una mezcla de pena y desprecio por el trágico destino de estos antisionistas ultraortodoxos marginales. Fugados de Canadá, echados en Guatemala y no pudiendo hallar refugio en el estado judío que aborrecen, erran, auto-condenados, en un exilio permanente.

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Judíos errantes en guatemala (17/09/2014)

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En 1887 quince parejas alemanas viajaron a Paraguay para fundar Nueva Germania, una colonia aria desde la cual expandir la pureza racial germana a toda Sudamérica. Lideraba el plan Bernhard Förster, miembro del movimiento antisemita alemán, admirador del compositor Richard Wagner y esposo de Elisabeth Nietzsche, hermana del afamado filósofo Friedrich Nietzsche. Elisabeth Nietzsche y Bernhard Förster se conocieron en Bayreuth en 1876 y se casaron varios años después. Al enterarse, Friedrich objetó el matrimonio. En una carta enviada a su hermana, afirmó: Una de las más grandes estupideces que has cometido, ¡por ti y por mí! Tu asociación con un jefe antisemita expresa una extranjería a todo mi modo de vida, lo que me llena de ira o melancolía Es un asunto de honor para mí ser absolutamente limpio e inequívoco respecto del antisemitismo, vale decir que me opongo, como lo hago en mis escritos». El experimento ario-paraguayo fracasó, Bernhard Förster se suicidó en 1899 y tiempo después, endeudada y desacreditada entre los colonos, la viuda regresó a Alemania. La colonia los sobrevivió, aunque no su misión demente. Según The New York Times, aún hoy día una de sus calles lleva por nombre Elizabeth Nigtz Chen.

Es probable que Rodolfo López -el alcalde de San Juan La Laguna, localidad indígena ubicada a poco más de doscientos kilómetros de la capital de Guatemala- no tuviera en mente este precedente supremacista en América Latina al ordenar el pasado mes de mayo la confección de un registro de los judíos del municipio y clamase por la expulsión de éstos puesto que «sus costumbres no son como las nuestras», pero indudablemente alguna reminiscencia aria ha tenido y el espíritu de cierta noción de exclusividad étnica se ha manifestado en su accionar.

Sobre quince millones de habitantes, la comunidad judía de Guatemala cuenta menos de mil personas y mayormente está ubicada en la capital del país. Seis años atrás, un grupo local integrado por judíos conversos, ultraortodoxos y antisionistas, denominado Toiras Jesed se asentó en San Juan La Laguna y, desde comienzos de este año, recibió allí a miembros de otro grupo ultraortodoxo y antisionista extranjero llamado Lev Tahor. Esta agrupación ha tenido problemas con la justicia en Estados Unidos y Canadá, particularmente por asuntos de custodia infantil. La comunidad judía central no tiene vínculos con estos grupos pero naturalmente ha repudiado las actitudes antisemitas de varios de los pobladores de San Juan La Laguna.

Las primeras familias hebreas llamaron la atención de los locales debido a sus ritos singulares y modos diferentes y por sus vestimentas negras y largas en una zona tropical y aprendieron a convivir con lo que consideraban una rareza. Pero cuando nuevas familias se instalaron en el lugar, la intolerancia surgió. Primero el alcalde ordenó el armado de un registro de los nuevos residentes. La razón invocada fue tomar nota del turismo; la razón verdadera identificar a los judíos. Velozmente se sucedieron actos de intimidación y agresiones. Según relató a la prensa uno de los líderes de la diminuta comunidad, fotos de Adolf Hitler fueron subidas a un sitio online junto con amenazas de enviar a los judíos a hornos crematorios. Panfletos rudimentarios fueron esparcidos. Luego unos adolescentes arrojaron piedras contra los judíos, y varios adultos y hasta un policía se sumaron al ataque. Los judíos alertaron a la Policía Nacional Civil y al día siguiente el portal se llenó de insultos antisemitas, los judíos temieron ser linchados. Al poco tiempo un nuevo ataque a piedras ocurrió, esta vez perpetrado por niños que acusaban a los judíos de haber matado a Jesús. Culminó con el lanzamiento de un explosivo casero. Los líderes judíos solicitaron una reunión con el alcalde, quien los recibió pero los acusó de secuestrar niños y fomentar una invasión de hebreos. Les espetó que no creían en Jesús ni en la Virgen María. Y les dio cuarenta y cinco días para partir. Este septiembre la comunidad de 230 hebreos fue expulsada del lugar.

Estas sectas ultraortodoxas aterrizaron en una localidad guatemalteca y no buscaron la integración al lugar. Lejos de hacer un esfuerzo en adaptarse al nuevo entorno social, se replegaron en sus ritos y en sus costumbres, enteramente extrañas para los locales. Lo diferente aliena, especialmente en pueblos pequeños tradicionales. No obstante, ello no justifica la discriminación, mucho menos la agresión y de por cierto no la expulsión. Puede ser que largos vestidos negros típicos de los judíos ortodoxos desentonen con el ambiente caribeño, pero la última vez que revisé los curas seguían usando sotanas.

Como sea que vaya a concluir este asunto, uno no puede sino sentir una mezcla de pena y desprecio por el trágico destino de estos antisionistas ultraortodoxos marginales. Fugados de Canadá, echados en Guatemala y no pudiendo hallar refugio en el estado judío que aborrecen, erran, auto-condenados, en un exilio permanente.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Berlín sale por sus Judíos – 15/09/14

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Entrevista con Vis a Vis

Julián Schvindlerman: «Esta marcha fue una reacción del gobierno alemán que no va a tolerar actos antisemitas»

El analista político internacional, Julián Schvindlerman dialogó con VIS A VIS debido a la Marcha contra el Antisemitismo que se llevo a cabo en Alemania en la que estuvieron líderes de la comunidad judía Argentina, como así también tuvo la presencia de la Canciller Angela Merkel que brindó un sentido discurso en favor de los judíos.

– ¿Que importancia tiene la manifestación que se llevo a cabo en Berlín?
-Desde lo simbólico es muy importante por que Alemania es una nación que tiene un pasado muy oscuro con los judíos. Entonces el hecho de que hubo una necesidad de proteger a los judíos es Alemania es muy relevante. Si bien el acto fue pequeño, ya que fueron 5.000, creó que hay que separar las aguas en dos aspectos; la reacción oficial que es muy buena, y la reacción popular que creo que ha sido un poco pobre, que no ha acompañado a esta manifestación. El contraste muy diferente si lo comparamos con el Mundial de Fútbol en que Alemania fue campeón, fueron cientos de miles de personas a las Puertas de Brandenburgo. Pero lo que cuenta es la evaluación oficial, y el hecho de que haya ido la Canciller alemana, Angela Merkel, con un mensaje tan claro en contra de expresiones anti- judías es muy relevante.

-¿Considera que otros líderes políticos se van a unir a estas declaraciones de Merkel?

-Es muy probable por que Alemania es un líder en la lucha contra el antisemitismo en Europa y a nivel mundial, junto con Estados Unidos e Israel. Pero insisto que el valor simbólico de la palabra alemana es muy importante. Francia ya está enrolado en este combate pues ha habido ataques de islamistas contra objetivos judíos en su territorio. En el caso de Alemania fue especialmente inquietante por que hubo jeques y otras figuras árabes o musulmanas que pidieron públicamente matar a judíos. De modo que esto alertó a todo el sistema político y esta marcha fue una reacción del gobierno que quiere dejar en claro, especialmente a los antisemitas, que no va a tolerar este tipo de conductas.

– A nivel socio-político ¿Cree que es una nueva etapa teniendo en cuenta la aparición de grupos extremistas islámicos más poderosos que Al Qaeda o Hezbollah?

– Eso es un desarrollo que es una amenaza en general para todo el mundo no solo para los judíos, ya esta desafiando seriamente a Siria e Irak y a otras partes de Medio Oriente. Pero además puede tener un peligro en Europa y en Estados Unidos por que muchos de los nuevos terroristas de estos grupos extremistas tienen pasaportes occidentales. Igualmente Gran Bretaña ya ha reformado su sistema para detener a aquellos que porten pasaporte, pero que sean violentos para evitar que abusen de su ciudadanía. Como es usual en la historia judía hay cosas que empiezan con los judíos, pero se extienden al resto de las poblaciones. Me parece que hay que estar alerta, y es bastante grave que en lugares como Alemania o Europa, a 70 años del Holocausto, se escuchen llamados a matar judíos..