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Página Siete (Bolivia)

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Por Julián Schvindlerman

  

Las desventuras de los escritores – 28/03/14

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En el oficio del creador no hay lugar para los débiles. Las frustraciones, el maltrato y la pobreza suelen ser las compañías más fieles de los artistas. Incluso los consagrados han debido padecer penurias a lo largo del arduo derrotero hacia la fama. El compositor Richard Wagner protestaba en 1864 en una epístola: “No puedo vivir con un mísero sueldo de organista, como vuestro hermano Bach”. Vincent Van Gogh, cuyas pinturas hoy se venden a precios millonarios en las subastas de Nueva York, vivió y murió como un indigente. Franz Kafka fue infeliz toda su existencia. Con demasiada regularidad, los intelectuales deben lidiar con el rechazo. “Diez años y en Alemania nadie ha considerado como un deber de conciencia defender mi nombre contra el silencio inexplicable bajo el que yacía sepultado” escribió Friedrich Nietzsche a fines del siglo XIX. El siglo siguiente otros autores también padecieron las inclemencias del mercado editorial. La Noche de Elie Wiesel debió sortear múltiples negativas antes de convertirse en el texto fundamental que dio inicio al género de literatura del Holocausto. La conjura de los necios fue rechazada tan seguidamente en los Estados Unidos que su autor, John Kennedy Toole, se suicidó en 1969, a los treinta y dos años de edad. Once años más tarde la novela fue publicada y en 1981 recibió el premio Pulltizer. En busca del tiempo perdido de Marcel Proust fue declinada por la editorial francesa Gallimard, El juguete rabioso de Roberto Arlt fue inicialmente ignorada por las editoriales argentinas y el español Carlos Barral se hizo un nombre para la historia como el editor que descartó Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

Jack Canfield, Mark Victor Hansen y Bud Gardner brindaron otros ejemplos en un libro dedicado a los escritores. En 1889, dieciocho años antes de que recibiera el premio Nobel de Literatura, The San Francisco Examiner envió esta escueta carta de rechazo a Rudyard Kipling: “Lo lamentamos, Sr. Kipling, pero usted simplemente no sabe usar el idioma inglés”. Alex Haley, el autor de Raíces, recibió un rechazo por semana durante cuatro años mientras pujaba por hacerse un nombre como escritor y, deprimido, estuvo a punto de lanzarse al mar desde un barco en el océano Pacífico. Una vez publicada, su obra fue un bestseller mundial y se realizó una serie para la televisión que fue un hit masivo. Richard Bach vio como dieciocho editoriales declinaron publicar su novela Juan salvador gaviota antes de que Macmillan la aceptara: vendió millones de ejemplares. Después de trabajar durante ocho años en su libro y de recibir varios rechazos, finalmente la cocinera Julia Child logró publicar Mastering the art of French cooking: vendió más de un millón de ejemplares, llegó a la portada de Time y se hizo una película sobre ella. La primera novela de John Grisham, A time to kill, fue desechada por quince editoriales y treinta agentes literarios no quisieron representarlo. Ocho años después de haber obtenido el National Book Award por su libro Steps, Jerzy Kosinski autorizó a un autor desconocido a que presentara el manuscrito de su obra con un título diferente a trece agentes literarios y catorce editoriales. Todos lo rechazaron, incluso Random House, que había publicado la novela original.

Osvaldo Soriano, autor de No habrá más penas ni olvido, acumuló tal furia contra sus editores a lo largo de su carrera que en 1991 publicó en Página12 una serie de tres artículos en los que reunía anécdotas miserables del gremio editorial: las peleas terribles entre Louis-Ferdinand Céline y su editor Gaston Gallimard, una cita de Goethe sobre los editores “son hijos del diablo”, el consejo de Ernst Hemingway a su hijo “nunca confíes en un editor” y las siguientes escenas de la vida conyugal entre el autor y el editor. El chileno Ariel Dorfman (padre del brillantemente paranoico Para leer el Pato Donald) fue armado con un revólver a exigir la liquidación de sus regalías en Milán. El escritor francés Georges Darien amenazó de muerte al editor Pierre-Victor Stock si no publicaba su novela en un plazo de unos meses a lo que el editor respondió con un simple “merde!”. Cumplido el plazo, Darien ingresó a la editorial y despedazó el mobiliario con un hacha mientras Stock se fugaba por la ventana. En 1911, el italiano Emilio Salgari envió una misiva a sus editores en la que los acusaba de haberse enriquecido a expensas suya, de haberlo condenado a él y a su familia a la miseria y les pedía que tuviesen la deferencia de cubrir los gastos de su funeral. Mandó la carta y se suicidó. En un acto de sublimación no muy sutil, Soriano se aseguró de incluir mención al editor alemán Johann Philipp Palm, al que Napoleón hizo fusilar por haberlo difamado.

Así es que cada libro contiene dos historias. Una es la visible, aquella relatada por el autor y que nos identifica o nos enfurece o nos aburre o nos enaltece. Y otra es la historia oculta, dulce o amarga, del propio escritor y del propio libro, aquella historia no narrada pero que como una sombra espectral sobrevuela cada una de sus páginas. A veces, una es tan conmovedora como la otra.

Esta nota fue originalmente publicada en Comunidades

Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Las desventuras de los escritores – 26/03/14

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En el oficio del creador no hay lugar para los débiles. Las frustraciones, el maltrato y la pobreza suelen ser las compañías más fieles de los artistas. Incluso los consagrados han debido padecer penurias a lo largo del arduo derrotero hacia la fama. El compositor Richard Wagner protestaba en 1864 en una epístola: No puedo vivir con un mísero sueldo de organista, como vuestro hermano Bach». Vincent Van Gogh, cuyas pinturas hoy se venden a precios millonarios en las subastas de Nueva York, vivió y murió como un indigente. Franz Kafka fue infeliz toda su existencia. Con demasiada regularidad, los intelectuales deben lidiar con el rechazo. «Diez años y en Alemania nadie ha considerado como un deber de conciencia defender mi nombre contra el silencio inexplicable bajo el que yacía sepultado» escribió Friedrich Nietzsche a fines del siglo XIX. El siglo siguiente otros autores también padecieron las inclemencias del mercado editorial. La Noche de Elie Wiesel debió sortear múltiples negativas antes de convertirse en el texto fundamental que dio inicio al género de literatura del Holocausto. La conjura de los necios fue rechazada tan seguidamente en los Estados Unidos que su autor, John Kennedy Toole, se suicidó en 1969, a los treinta y dos años de edad. Once años más tarde la novela fue publicada y en 1981 recibió el premio Pulltizer. En busca del tiempo perdido de Marcel Proust fue declinada por la editorial francesa Gallimard, El juguete rabioso de Roberto Arlt fue inicialmente ignorada por las editoriales argentinas y el español Carlos Barral se hizo un nombre para la historia como el editor que descartó Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

Jack Canfield, Mark Victor Hansen y Bud Gardner brindaron otros ejemplos en un libro dedicado a los escritores. En 1889, dieciocho años antes de que recibiera el premio Nobel de Literatura, The San Francisco Examiner envió esta escueta carta de rechazo a Rudyard Kipling: «Lo lamentamos, Sr. Kipling, pero usted simplemente no sabe usar el idioma inglés». Alex Haley, el autor de Raíces, recibió un rechazo por semana durante cuatro años mientras pujaba por hacerse un nombre como escritor y, deprimido, estuvo a punto de lanzarse al mar desde un barco en el océano Pacífico. Una vez publicada, su obra fue un bestseller mundial y se realizó una serie para la televisión que fue un hit masivo. Richard Bach vio como dieciocho editoriales declinaron publicar su novela Juan salvador gaviota antes de que Macmillan la aceptara: vendió millones de ejemplares. Después de trabajar durante ocho años en su libro y de recibir varios rechazos, finalmente la cocinera Julia Child logró publicar Mastering the art of French cooking: vendió más de un millón de ejemplares, llegó a la portada de Time y se hizo una película sobre ella. La primera novela de John Grisham, A time to kill, fue desechada por quince editoriales y treinta agentes literarios no quisieron representarlo. Ocho años después de haber obtenido el National Book Award por su libro Steps, Jerzy Kosinski autorizó a un autor desconocido a que presentara el manuscrito de su obra con un título diferente a trece agentes literarios y catorce editoriales. Todos lo rechazaron, incluso Random House, que había publicado la novela original.

Osvaldo Soriano, autor de No habrá más penas ni olvido, acumuló tal furia contra sus editores a lo largo de su carrera que en 1991 publicó en Página12 una serie de tres artículos en los que reunía anécdotas miserables del gremio editorial: las peleas terribles entre Louis-Ferdinand Céline y su editor Gaston Gallimard, una cita de Goethe sobre los editores «son hijos del diablo», el consejo de Ernst Hemingway a su hijo «nunca confíes en un editor» y las siguientes escenas de la vida conyugal entre el autor y el editor. El chileno Ariel Dorfman (padre del brillantemente paranoico Para leer el Pato Donald) fue armado con un revólver a exigir la liquidación de sus regalías en Milán. El escritor francés Georges Darien amenazó de muerte al editor Pierre-Victor Stock si no publicaba su novela en un plazo de unos meses a lo que el editor respondió con un simple «merde!». Cumplido el plazo, Darien ingresó a la editorial y despedazó el mobiliario con un hacha mientras Stock se fugaba por la ventana. En 1911, el italiano Emilio Salgari envió una misiva a sus editores en la que los acusaba de haberse enriquecido a expensas suya, de haberlo condenado a él y a su familia a la miseria y les pedía que tuviesen la deferencia de cubrir los gastos de su funeral. Mandó la carta y se suicidó. En un acto de sublimación no muy sutil, Soriano se aseguró de incluir mención al editor alemán Johann Philipp Palm, al que Napoleón hizo fusilar por haberlo difamado.

Así es que cada libro contiene dos historias. Una es la visible, aquella relatada por el autor y que nos identifica o nos enfurece o nos aburre o nos enaltece. Y otra es la historia oculta, dulce o amarga, del propio escritor y del propio libro, aquella historia no narrada pero que como una sombra espectral sobrevuela cada una de sus páginas. A veces, una es tan conmovedora como la otra.

Página Siete (Bolivia)

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Por Julián Schvindlerman

  

Ucrania no es un burdel – 12/03/14

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Fuck woman´s day! Con esta frase y una caricatura que muestra a una mujer pateando en la cara a un hombre arrodillado ante ella con un ramo de flores recibió al Día Internacional de la Mujer el grupo ultra-feminista ucraniano FEMEN. Su eslogan es “mi cuerpo es mi arma” y su ideología está expresada en la trinidad de palabras “sextremismo-ateísmo-feminismo”. El movimiento nació en Kiev en 2008 para luchar contra la explotación sexual de las mujeres en Ucrania, combatir “la ocupación masculina cultural, económica e ideológica” del mundo y promover una agenda anti-patriarcal global. Cobraron gran fama con sus provocadoras manifestaciones en las que mostraban sus jóvenes y hermosos cuerpos con mensajes feministas y denuncias políticas pintados sobre sus torsos desnudos.

Sólo el año pasado han llevado a cabo protestas en más de una docena de ciudades europeas, americanas e incluso en el Medio Oriente. Su retórica es anarco-belicista, repleta de términos como “sabotaje”, “ataque” y “combate” y la palabra “fascismo” la emplean muy regularmente, pero sus acciones son pacíficas. Al igual que sus hermanas en armas, las Pussy Riot rusas, estas ucranianas irrumpen sorpresivamente en los lugares menos esperados para publicitar su causa.

En el Vaticano se quejaron del Papa Ratzinger: “¡Cállate homofóbico!”. En Italia protestaron contra el entonces mujeriego premier: “¡Basta Berlusconi!”. En México denunciaron la inacción del partido gobernante ante los ataques a mujeres: “¡PRI: falo gigante!”. En España marcharon a favor del aborto con una consigna dirigida al arzobispo de Madrid, Antonio Varela, apodado Toño: “¡Toño, fuera de mi coño!”. En París clamaron: “¡Que el fascismo descanse en el infierno!”. En Davos, Suiza, lanzaron granadas de humo negro para alertar contra el sometimiento económico de la mujer.

En la apertura de la Berlinale se manifestaron contra la mutilación genital femenina en el mundo islámico. En París, frente a una mezquita quemaron banderas salafistas contra “aquellos que matan y violan en nombre de Alá” y frente al Instituto de Cultura Árabe realizaron lo que denominaron una “jihad de topless”. Ante la corte de justicia de Túnez efectuaron un acto de “sabotaje topless” para exigir la liberación de una integrante de FEMEN árabe encarcelada y bajo una fatua que pedía su muerte por haber subido fotos suyas mostrando sus pechos y fumando mientras leía un libro. Frente a la mezquita principal de Estocolmo se exhibieron al quitarse los hijabs que vestían con la consigna “¡Abajo el islamismo!”.

Durante un show televisivo en Hamburgo que trataba el tema del fútbol irrumpieron al grito “¡Boicot a la FIFA-mafia!”. También Interrumpieron la emisión en vivo del programa Germany´s next top model conducido por Heidi Klum (“ideóloga fascista de la moda”) y atacaron un desfile de Nina Ricci durante la Paris Fashion Week para condenar la “industria anti-humana de la moda”.

Era de esperar que si las cargaron contra la Iglesia, el Islamismo, la moda occidental y la FIFA, Vladimir Putin -ese macho que cuando no está cabalgando en las estepas rusas con sus pectorales expuestos se entretiene invadiendo Georgia y Ucrania- no quedaría exento de la furia de estas activistas. “El Putinismo es un peligro para la humanidad” dijeron, y en una reciente manifestación en Times Square pintaron sobre sus cuerpos “¡Al carajo con la ocupación de Putin!”. Para ellas él no es más que un discípulo de Stalin, el “santo patrono del totalitarismo”. Muchas veces terminan con sus huesos en la cárcel, maltratadas y abusadas.

El grupo tiene su propio portal que combina el diseño de arte con la denuncia ideológica por igual. Vale la pena echarle un vistazo (www.femen.org) y apreciar las imágenes poderosas de sus integrantes posando entre semidesnudas y disfrazadas, divulgando sus mensajes feministas indignados. Incluso tiene un e-shop que ofrece un libro firmado por su autora, tazas, gorros y remeras (¡hay para hombres!) estampadas con frases del tipo “nudité-lutte-liberté” y “el punto G existe… en la boca”. Además del e-shop tiene un par de contradicciones. FEMEN fue fundada por un hombre, Victor Svyatski, hoy alejado del grupo, y al menos una de sus miembros que durante el día grita por los derechos de la mujer y clama contra la explotación sexual, de noche trabaja como stripper en un bar. “Ucrania no es un burdel” fue una de las consignas contra la prostitución en su tierra e inspiración del título de un documental presentado en el último festival de cine de Venecia.

Esperaré ansioso su llegada a las salas de América Latina.

Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Un fusil para D´elía – 12/03/14

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Nicolás Maduro no está solo. Los hermanos Castro, Evo Morales y Daniel Ortega lo respaldan. Tiene además el apoyo de Dilma Rousseff, José Mujica y Cristina Fernández. Podemos decir que -exceptuando a las presidencias de Panamá, Colombia, Perú, Costa Rica y Chile- prácticamente todos los gobiernos de Latinoamérica están de su lado. Además cuenta con el guiño tácito de la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por el socialista chileno José Miguel Insulza.

Y luego está Luis D´Elía. El referente piquetero nacional participó a mediados de febrero en una manifestación frente a la embajada de Venezuela para expresar su solidaridad con el gobierno de Maduro y decir no a esta nueva intentona fascista cuyo fin es el derrocamiento del gobierno venezolano». También pidió, públicamente y sin pruritos, el fusilamiento del líder opositor Leopoldo López. «Maduro debe fusilar a López, agente de la CIA» disparó. Ante la avalancha de cuestionamientos, remató al aire en la Rock & Pop: «¿Tanto escándalo por plantear el fusilamiento de Leopoldo López?». Y en su propio programa en FM Cooperativa, más tarde agregó: «Hay que fusilarlo a este tipo, sin dudar». Esta postura extrema, que cruzó el límite de la incitación a la violencia, sintoniza enteramente con el fanatismo que él ha propugnado por largo tiempo.

En 2004 tomó una comisaría en el barrio capitalino de La Boca. En 2006, tenaza en mano, rompió una tranquera que demarcaba campos del terrateniente estadounidense Douglas Tompkins en la provincia de Corrientes. Ese mismo año realizó una contramarcha a una manifestación opositora a las políticas del gobierno en materia de seguridad ciudadana. En 2008 lideró otra contramarcha en defensa del gobierno, esta vez dirigida contra productores agropecuarios y ciudadanos críticos de las políticas económicas abusivas del oficialismo. Con la consigna «la plaza es nuestra» sus seguidores bloquearon a los manifestantes y el propio D´Elía agredió físicamente a uno de ellos. Ese mismo año, en el marco de una entrevista con un periodista que lo provocó, el piquetero pronunció una de sus frases más célebres: «¡Odio a la puta oligarquía, odio a los blancos!».

En el plano de las relaciones internacionales se erigió como apologista de Irán en la Argentina. En 2007 viajó al país islámico, junto con el sacerdote Luis Farinello y el diputado Mario Cafiero, para entregar en mano una carta al entonces presidente Mahmmoud Ahmadinejad que expresaba apoyo a las posturas de la República Islámica en torno a la causa AMIA y su programa nuclear. La misiva llevaba las firmas de Osvaldo Bayer, Fernando Pino Solanas y Hebe de Bonafini entre otros referentes de la izquierda nacional. Al regresar al país acusó a «la derecha israelí» de estar detrás del atentado contra la sede judía. Como era de esperar, estuvo a favor del polémico Memorando de Entendimiento pactado unos años más tarde entre Buenos Aires y Teherán.

En 2011 tuvo un cruce verbal con el político Diego Kravetz en el cual D´Elía negaba ser un antisemita. Cuando Kravetz lo invitó al Museo del Holocausto porteño, el militante K respondió: «La memoria del Holocausto debe servir para que no pase nunca más, no para justificar los crímenes del actual gobierno de Israel». En 2013, el Centro Simon Wiesenthal expuso una filmación de un encuentro realizado en la mezquita at-Tauhid del barrio de Flores en el que eufemísticamente él pidió por la destrucción del Estado de Israel.

Yo mantuve un tête à tête televisivo con D´Elía en 2007, cuando él acompañó al jeque Abdul Karim Paz, líder espiritual de la mezquita at-Tauhid, al programa Tormenta de ideas conducido por Daniel Muchnik a debatir conmigo y con el legislador Jorge Henríquez sobre la responsabilidad de Irán en los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA. No hará falta indicar qué posición adoptó. Es un tanto irónico que su colega Abdul Karim Paz haya surgido de la oligarquía que D´Elía tanto desprecia: su nombre de nacimiento previo a su conversión al Islam es Santiago Paz Bullrich, «hijo de una de las familias patricias argentinas» según informó oportunamente Gustavo Sierra, enviado especial del diario Clarín a Irán. No menos curioso es el hecho de que el Partido Miles que él preside haya participado en la última marcha del orgullo lésbico, gay, bisexual, travesti, transgénero, transexual, intersexual y queer en la Argentina y que a la vez él respalde con tanto entusiasmo a un régimen que condena a muerte a los homosexuales en Irán.

En última instancia D´Elía es el epítome de las inconsistencias de gran parte de América Latina. Una región pletórica en discursos sobre democracia y derechos humanos pero cuyos presidentes reunidos en la última cumbre de de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe proclamó -como nos recordó Enrique Krauze- «guía político y moral de América» a Fidel Castro, el más longevo y último dictador del continente.

Una versión ampliada de esta nota fue originalmente publicada en Infobae.

Compromiso

Compromiso

Por Julián Schvindlerman

  

El Judaísmo en la música de Richard Wagner – 03/14

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Año 6 – Nro 44

Ciento cuarenta y cinco años atrás, el compositor alemán Richard Wagner publicó con su firma un texto antisemita fundamental. Titulado Das Judenthum in Der Musik (“El judaísmo en la música”), reafirmó el carácter judeófobo del maestro teutón y se erigió en referente ideológico para la comunidad antisemita de la época.

La edición de 1869 llevó la firma del músico, a diferencia de la edición original, de 1850, la que Wagner firmó con el seudónimo K. Freigedank. Wagner envió su texto, a través de conocidos, a Franz Brendel, editor de una pequeña publicación de música en Leipzig llamada El Nuevo Jornal para la Música. Brendel era además profesor de historia de la música en el Conservatorium de Leipzig, institución fundada por Félix Mendelssohn, de origen judío, a quien Wagner atacaba en su ensayo. Todos los colegas de Brendel exigieron su renuncia, pero este rechazó el pedido y se negó a divulgar el nombre real del autor. Sin embargo, personas del entorno albergaron alguna idea de quien podía ser el escritor fantasma. Franz Liszt escribió a Wagner al año siguiente preguntándole si él era el autor anónimo del ensayo antisemita. “Sabes muy bien que fui yo”, le respondió Wagner, y agregó: “Por largo tiempo he albergado una bronca secreta contra este judaísmo, y esa bronca es tan necesaria a mi naturaleza como la hiel a la sangre. Vino la ocasión, cuando su garabateo maldito me enervó más de lo usual, y repentinamente la dejé aflorar”.

Aunque unas pocas frases bastarían para trasladar la animadversión que Wagner sentía por los judíos -tales como su protesta contra la “influencia judaica en la música”, su declaración de “antipatía invencible por el espíritu judío” y su definición del judaísmo como “la mala conciencia de nuestra civilización moderna”- para apreciar de manera más abarcadora la magnitud de su hostilidad judeófoba, es menester reproducir varias de sus diatribas. El compositor empleaba seguidamente el plural “nosotros” al opinar sobre los judíos, buscando dar la impresión de que él reflejaba el sentir de toda la nación alemana. Seguramente muchos compartían su sentir, pero Alemania estaba ofreciendo a sus judíos mayores libertades y derechos, hecho que lo ofuscaba gravemente.

Ya desde el inicio mismo Wagner marcó el tono: “No se trata aquí de decir algo novedoso, sino más bien de explicar la impresión inconsciente de repulsión íntima que se manifiesta en el pueblo contra el espíritu judío”. Con esta reflexión, el autor exhibió un notable mérito intelectual: décadas antes de que Sigmund Freud presentara sus teorías sobre el inconsciente, él ya refería al concepto. Su ensayo, de hecho, combina asombrosamente el más rancio prejuicio con la observación lúcida y el autor no parece apoyarse en las enseñanzas despreciativas de la teología cristiana tradicional. Salvo algunas pocas referencias religiosas, en general no recurre a la teoría del desplazamiento o a la acusación del deicidio o a las difamaciones rituales para fundamentar su arenga. Más bien edifica su manifiesto en términos estéticos y viscerales, subrayando que hay algo racialmente inadecuado en los judíos.

Así, Wagner comienza anunciando su repugnancia por el aspecto físico del enemigo: “El judío que, como es sabido, tiene su Dios muy particular, nos sorprende primero, en la vida ordinaria, por su aspecto exterior. Ante cualquier nacionalidad europea que pertenezcamos, él presenta algo desagradablemente extraño a esa nacionalidad: involuntariamente deseamos no tener nada en común con un hombre que tiene esa apariencia”.

A continuación detalla la condición apátrida del judío y “el carácter estético de los hechos”. En su visión, el judío habla las lenguas europeas modernas como lenguas aprendidas y no como una lengua materna, lo cual “debe impedirle toda facultad de expresarse conforme al genio de cada una de ellas, con originalidad y personalidad”. Como el judío se mantuvo “fuera de la comunidad [europea], sólo con su Jehová, en una raza y en una tribu dispersa y desarraigada” está limitado en su capacidad de expresarse en la lengua moderna y “el judío solamente puede repetir, imitar, pero no hablar realmente como poeta, ni tampoco crear obras de arte”. Prosigue sin titubeo: “Lo que nos repugna particularmente es la expresión física del acento judío”. Dice Wagner: “La civilización no logró, a pesar de su contacto de dos mil años con las naciones europeas, vencer la persistencia sorprendente de lo judío nativo en lo que respecta a las particularidades del acento semítico. Nuestro oído se ve afectado de manera extraña y desagradable por el sonido agudo, chillón, seseante y arrastrado de la pronunciación judía”. Y continúa: “Cuando oímos hablar a un judío, la ausencia de toda expresión puramente humana en su discurso nos hiere a pesar nuestro… el acento caricaturesco de su lenguaje produce siempre un efecto ridículo y no despierta en nosotros ninguna simpatía por el interlocutor”.

Wagner reconoce la existencia de músicos y pensadores judíos, a quienes distingue de los judíos “vulgares”, los compara con los loros –“esos pájaros ridículos”– y tipifica de “simiesco” su lenguaje y elocución. A esta deshumanización, Wagner agrega su mofa en torno de la liturgia hebrea sinagogal: “Por más inclinados que estemos en figurarnos la nobleza y la belleza de este servicio religioso en su pureza original, debemos reconocer con evidencia que sólo se transmitió hasta nosotros con las alteraciones más repugnantes”.

Posteriormente, Wagner se empeña en reforzar la idea de la incapacidad judía para el arte, cuyas creaciones sólo pueden lucir “extrañas, frías, raras, indiferentes, antinaturales, y desfiguradas”. Esto es así puesto que el judío “no siente ninguna pasión verdadera, y menos aún una pasión capaz de darle el deseo de la creación artística”. Y postula al respecto que “debemos designar al período histórico del judaísmo dentro de la música moderna, como el de la esterilidad completa y del equilibrio roto”. Wagner enuncia que “un judío puede ser dotado del talento específico más hermoso, poseer la educación más perfecta y más amplia, la ambición más elevada y más delicada, sin poder jamás, por medio de todas esas dotes, obtener ni una sola vez que nuestro corazón y nuestra alma se vieran embargados por esa impresión incomparable que esperamos del arte”. Para él, “No necesitamos dar la prueba de que el arte moderno se ha judaizado; el hecho salta a la vista”, por eso “lo más urgente es emanciparnos de la opresión judía”.

Su párrafo final y fulminante está dirigido al pueblo hebreo como Ashaverus –el nombre del judío errante–: “Tomen parte sin prevención en esta obra de redención en donde la destrucción regenera, y entonces estaremos unidos y seremos semejantes. Pero tengan en cuenta que existe sólo un medio de conjurar la maldición que pesa sobre ustedes: la redención de Ashaverus es su aniquilamiento”.

Este tracto hizo de Richard Wagner el máximo judeófobo alemán de la época. Incluso en un contexto de teorías raciales y rampante antisemitismo, la diatriba wagneriana y sus recomendaciones extremas a propósito del destino del pueblo judío ubicaron al músico en una categoría singular de antisemitismo.

Triángulo De Infamia - Reseñas

Compromiso – 03/2014

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El Judaísmo en la música de Richard Wagner
Año 6 – Nro 44

Ciento cuarenta y cinco años atrás, el compositor alemán Richard Wagner publicó con su firma un texto antisemita fundamental. Titulado Das Judenthum in Der Musik (“El judaísmo en la música”), reafirmó el carácter judeófobo del maestro teutón y se erigió en referente ideológico para la comunidad antisemita de la época.

La edición de 1869 llevó la firma del músico, a diferencia de la edición original, de 1850, la que Wagner firmó con el seudónimo K. Freigedank. Wagner envió su texto, a través de conocidos, a Franz Brendel, editor de una pequeña publicación de música en Leipzig llamada El Nuevo Jornal para la Música. Brendel era además profesor de historia de la música en el Conservatorium de Leipzig, institución fundada por Félix Mendelssohn, de origen judío, a quien Wagner atacaba en su ensayo. Todos los colegas de Brendel exigieron su renuncia, pero este rechazó el pedido y se negó a divulgar el nombre real del autor. Sin embargo, personas del entorno albergaron alguna idea de quién podía ser el escritor fantasma. Franz Liszt escribió a Wagner al año siguiente preguntándole si él era el autor anónimo del ensayo antisemita. “Sabes muy bien que fui yo”, le respondió Wagner, y agregó: “Por largo tiempo he albergado una bronca secreta contra este judaísmo, y esa bronca es tan necesaria a mi naturaleza como la hiel a la sangre. Vino la ocasión, cuando su garabateo maldito me enervó más de lo usual, y repentinamente la dejé aflorar”.

Aunque unas pocas frases bastarían para trasladar la animadversión que Wagner sentía por los judíos -tales como su protesta contra la “influencia judaica en la música”, su declaración de “antipatía invencible por el espíritu judío” y su definición del judaísmo como “la mala conciencia de nuestra civilización moderna”- para apreciar de manera más abarcadora la magnitud de su hostilidad judeófoba, es menester reproducir varias de sus diatribas. El compositor empleaba seguidamente el plural “nosotros” al opinar sobre los judíos, buscando dar la impresión de que él reflejaba el sentir de toda la nación alemana. Seguramente muchos compartían su sentir, pero Alemania estaba ofreciendo a sus judíos mayores libertades y derechos, hecho que lo ofuscaba gravemente.

Ya desde el inicio mismo Wagner marcó el tono: “No se trata aquí de decir algo novedoso, sino más bien de explicar la impresión inconsciente de repulsión íntima que se manifiesta en el pueblo contra el espíritu judío”. Con esta reflexión, el autor exhibió un notable mérito intelectual: décadas antes de que Sigmund Freud presentara sus teorías sobre el inconsciente, él ya refería al concepto. Su ensayo, de hecho, combina asombrosamente el más rancio prejuicio con la observación lúcida y el autor no parece apoyarse en las enseñanzas despreciativas de la teología cristiana tradicional. Salvo algunas pocas referencias religiosas, en general no recurre a la teoría del desplazamiento o a la acusación del deicidio o a las difamaciones rituales para fundamentar su arenga. Más bien edifica su manifiesto en términos estéticos y viscerales, subrayando que hay algo racialmente inadecuado en los judíos.

Así, Wagner comienza anunciando su repugnancia por el aspecto físico del enemigo: “El judío que, como es sabido, tiene su Dios muy particular, nos sorprende primero, en la vida ordinaria, por su aspecto exterior. Ante cualquier nacionalidad europea que pertenezcamos, él presenta algo desagradablemente extraño a esa nacionalidad: involuntariamente deseamos no tener nada en común con un hombre que tiene esa apariencia”.

A continuación detalla la condición apátrida del judío y “el carácter estético de los hechos”. En su visión, el judío habla las lenguas europeas modernas como lenguas aprendidas y no como una lengua materna, lo cual “debe impedirle toda facultad de expresarse conforme al genio de cada una de ellas, con originalidad y personalidad”. Como el judío se mantuvo “fuera de la comunidad [europea], sólo con su Jehová, en una raza y en una tribu dispersa y desarraigada” está limitado en su capacidad de expresarse en la lengua moderna y “el judío solamente puede repetir, imitar, pero no hablar realmente como poeta, ni tampoco crear obras de arte”. Prosigue sin titubeo: “Lo que nos repugna particularmente es la expresión física del acento judío”. Dice Wagner: “La civilización no logró, a pesar de su contacto de dos mil años con las naciones europeas, vencer la persistencia sorprendente de lo judío nativo en lo que respecta a las particularidades del acento semítico. Nuestro oído se ve afectado de manera extraña y desagradable por el sonido agudo, chillón, seseante y arrastrado de la pronunciación judía”. Y continúa: “Cuando oímos hablar a un judío, la ausencia de toda expresión puramente humana en su discurso nos hiere a pesar nuestro… el acento caricaturesco de su lenguaje produce siempre un efecto ridículo y no despierta en nosotros ninguna simpatía por el interlocutor”.

Wagner reconoce la existencia de músicos y pensadores judíos, a quienes distingue de los judíos “vulgares”, los compara con los loros –“esos pájaros ridículos”– y tipifica de “simiesco” su lenguaje y elocución. A esta deshumanización, Wagner agrega su mofa en torno de la liturgia hebrea sinagogal: “Por más inclinados que estemos en figurarnos la nobleza y la belleza de este servicio religioso en su pureza original, debemos reconocer con evidencia que sólo se transmitió hasta nosotros con las alteraciones más repugnantes”.

Posteriormente, Wagner se empeña en reforzar la idea de la incapacidad judía para el arte, cuyas creaciones sólo pueden lucir “extrañas, frías, raras, indiferentes, antinaturales, y desfiguradas”. Esto es así puesto que el judío “no siente ninguna pasión verdadera, y menos aún una pasión capaz de darle el deseo de la creación artística”. Y postula al respecto que “debemos designar al período histórico del judaísmo dentro de la música moderna, como el de la esterilidad completa y del equilibrio roto”. Wagner enuncia que “un judío puede ser dotado del talento específico más hermoso, poseer la educación más perfecta y más amplia, la ambición más elevada y más delicada, sin poder jamás, por medio de todas esas dotes, obtener ni una sola vez que nuestro corazón y nuestra alma se vieran embargados por esa impresión incomparable que esperamos del arte”. Para él, “No necesitamos dar la prueba de que el arte moderno se ha judaizado; el hecho salta a la vista”, por eso “lo más urgente es emanciparnos de la opresión judía”.

Su párrafo final y fulminante está dirigido al pueblo hebreo como Ashaverus –el nombre del judío errante–: “Tomen parte sin prevención en esta obra de redención en donde la destrucción regenera, y entonces estaremos unidos y seremos semejantes. Pero tengan en cuenta que existe sólo un medio de conjurar la maldición que pesa sobre ustedes: la redención de Ashaverus es su aniquilamiento”.

Este tracto hizo de Richard Wagner el máximo judeófobo alemán de la época. Incluso en un contexto de teorías raciales y rampante antisemitismo, la diatriba wagneriana y sus recomendaciones extremas a propósito del destino del pueblo judío ubicaron al músico en una categoría singular de antisemitismo.

Infobae, Infobae - 2014

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Un fusil para D’elía – 03/03/14

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Nicolás Maduro no está solo. Los hermanos Castro, Evo Morales y Daniel Ortega lo respaldan. Tiene además el apoyo de Dilma Rousseff, José Mujica y Cristina Fernández. Podemos decir que -exceptuando a las presidencias de Panamá, Colombia, Perú, Costa Rica y Chile- prácticamente todos los gobiernos de Latinoamérica están de su lado. Además cuenta con el guiño tácito de la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por el socialista chileno José Miguel Insulza.

Otro ciudadano chileno que simpatiza con su causa es la icónica militante estudiantil comunista y ahora diputada Camila Vallejo, quien se hizo famosa al liderar protestas universitarias contra el gobierno de Sebastián Piñera, pero ahora ha dado la espalda a los universitarios venezolanos. “La derecha venezolana repite el mismo guión golpista de 2002 pero ese bravo pueblo ya aprendió” tuiteó el 22 de febrero, tres días después de que la modelo y estudiante Génesis Carmona fuese asesinada de un tiro a la cara en una manifestación de la oposición venezolana.

También está expresando sus opiniones simpatizantes un famoso argentino, Diego Armando Maradona, que fue contratado por el canal de televisión satelital del gobierno venezolano Telesur para oficiar de comentarista en la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014. “Les digo a los venezolanos y al presidente Maduro que estamos viendo todas las mentiras que están diciendo y creando los imperialistas” anunció, y se ofreció “a ser un soldado de Venezuela para lo que mande… ¡Viva Chávez, viva Maduro!”.

Y luego está Luis D´Elía. El referente piquetero nacional participó a mediados de febrero en una manifestación frente a la embajada de Venezuela para expresar su solidaridad con el gobierno de Maduro y decir “no a esta nueva intentona fascista cuyo fin es el derrocamiento del gobierno venezolano”. También pidió, públicamente y sin pruritos, el fusilamiento del líder opositor Leopoldo López. “Maduro debe fusilar a López, agente de la CIA” disparó. Ante la avalancha de cuestionamientos, remató al aire en la Rock & Pop: “¿Tanto escándalo por plantear el fusilamiento de Leopoldo López?”. Y en su propio programa en FM Cooperativa, más tarde agregó: “Hay que fusilarlo a este tipo, sin dudar”. Esta postura extrema, que cruzó el límite de la incitación a la violencia, sintoniza enteramente con el fanatismo que él ha propugnado por largo tiempo.

En 2004 tomó una comisaría en el barrio capitalino de La Boca. En 2006, tenaza en mano, rompió una tranquera que demarcaba campos del terrateniente estadounidense Douglas Tompkins en la provincia de Corrientes. Ese mismo año realizó una contramarcha a una manifestación opositora a las políticas del gobierno en materia de seguridad ciudadana. En 2008 lideró otra contramarcha en defensa del gobierno, esta vez dirigida contra productores agropecuarios y ciudadanos críticos de las políticas económicas abusivas del oficialismo. Con la consigna “la plaza es nuestra” sus seguidores bloquearon a los manifestantes y el propio D´Elía agredió físicamente a uno de ellos. Ese mismo año, en el marco de una entrevista con un periodista que lo provocó, el piquetero pronunció una de sus frases más célebres: “¡Odio a la puta oligarquía, odio a los blancos!”.

En el plano de las relaciones internacionales se erigió como apologista de Irán en la Argentina. En 2007 viajó al país islámico, junto con el sacerdote Luis Farinello y el diputado Mario Cafiero, para entregar en mano una carta al entonces presidente Mahmmoud Ahmadinejad que expresaba apoyo a las posturas de la República Islámica en torno a la causa AMIA y su programa nuclear. La misiva llevaba las firmas de Osvaldo Bayer, Fernando Pino Solanas y Hebe de Bonafini entre otros referentes de la izquierda nacional. Al regresar al país acusó a “la derecha israelí” de estar detrás del atentado contra la sede judía. Como era de esperar, estuvo a favor del polémico Memorando de Entendimiento pactado unos años más tarde entre Buenos Aires y Teherán.

En 2011 tuvo un cruce verbal con el político Diego Kravetz en el cual D´Elía negaba ser un antisemita. Cuando Kravetz lo invitó al Museo del Holocausto porteño, el militante K respondió: “La memoria del Holocausto debe servir para que no pase nunca más, no para justificar los crímenes del actual gobierno de Israel”. En 2013, el Centro Simon Wiesenthal expuso una filmación de un encuentro realizado en la mezquita at-Tauhid del barrio de Flores en el que eufemísticamente él pidió por la destrucción del Estado de Israel.

Yo mantuve un tête à tête televisivo con D´Elía en 2007, cuando él acompañó al jeque Abdul Karim Paz, líder espiritual de la mezquita at-Tauhid, al programa Tormenta de ideas conducido por Daniel Muchnik a debatir conmigo y con el legislador Jorge Henríquez sobre la responsabilidad de Irán en los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA. No hará falta indicar qué posición adoptó. Es un tanto irónico que su colega Abdul Karim Paz haya surgido de la oligarquía que D´Elía tanto desprecia: su nombre de nacimiento previo a su conversión al Islam es Santiago Paz Bullrich, “hijo de una de las familias patricias argentinas” según informó oportunamente Gustavo Sierra, enviado especial del diario Clarín a Irán. No menos curioso es el hecho de que el Partido Miles que él preside haya participado en la última marcha del orgullo lésbico, gay, bisexual, travesti, transgénero, transexual, intersexual y queer en la Argentina y que a la vez él respalde con tanto entusiasmo a un régimen que condena a muerte a los homosexuales en Irán.

En última instancia D´Elía es el epítome de las inconsistencias de gran parte de América Latina. Una región pletórica en discursos sobre democracia y derechos humanos pero cuyos presidentes reunidos en la última cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe proclamó -como nos recordó Enrique Krauze- “guía político y moral de América” a Fidel Castro, el más longevo y último dictador del continente.

Comunidades, Comunidades - 2014

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El atroz engaño de Hassan Rohani – 26/02/14

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Todo el pueblo iraní debería sentir que hay justicia. Justicia significa igualdad de oportunidades. Todas las etnias, todas las religiones, incluso las minorías religiosas, deben sentir la justicia. ¡Larga vida a los derechos civiles!¬ -Hassan Rohani, 11 de abril de 2013.

He intentado defender el derecho legítimo que toda persona en este mundo debería tener, que es el derecho a vivir libremente con derechos civiles completos. Con todas estas miserias y tragedias, nunca he usado un arma para luchar contra crímenes atroces excepto la pluma -Hashem Shaabani, 11 de junio de 2013.

Si el presidente de la República Islámica de Irán y el joven poeta defensor de los derechos humanos árabe-iraní arriba citados coincidían en lo relativo a la protección de los derechos civiles universales, entonces ¿por qué el primero firmó una orden de ejecución contra el segundo?

Esta es una pregunta que deberían hacerse el Presidente Barack Obama, la Canciller Angela Merkel, la Alta Representante para los Asuntos Exteriores de la Unión Europea Chaterine Ashton y los demás involucrados en el diálogo con Irán. No plantearla es dar un pase libre a las terribles violaciones a los derechos humanos que acontecen sin pausa en la nación persa.

Hashem Shaabani era un poeta de treinta y dos años, tenía una maestría en ciencia política, enseñaba literatura árabe en escuelas iraníes, organizaba festivales de la paz», publicaba sus poemas online y era fundador del Instituto del Diálogo con la finalidad de promover la cultura árabe en su país natal. Para el régimen iraní él esparcía la corrupción en la Tierra y luchaba contra Dios. Acusado de esos cargos bizarros fue condenado a muerte y ahorcado en una prisión el mes pasado. «Comencé mi travesía elevando mi pluma contra la tiranía que esclaviza y encarcela mentes y pensamientos, colonizando las mentes del pueblo antes de colonizar sus tierras y destruyendo los pensamientos del pueblo antes de destruir su región» escribió desde su celda, poco antes de que el régimen ayatollah terminara aniquilando su propia vida. «Es importante que las centrifugadoras giren, pero las vidas de las personas debieran andar también» exclamó Rohani, apenas cuatro días antes de que se hiciese pública la carta de Shaabani. La cita parece no haberlo incluido.

La situación de los derechos humanos en Irán ha sido legendariamente paupérrima, especialmente en los últimos treinta y cinco años de etapa posrevolucionaria. Irán secunda solamente a China en la cantidad de ejecuciones anuales que lleva a cabo, aunque tiene la más alta tasa mundial en términos per cápita. En los rankings de Freedom House -prestigiosa ONG de derechos humanos que monitorea el estatus de los mismos globalmente- Irán sistemáticamente califica en las peores posiciones: en el reporte sobre la calidad de libertad en los países del mundo, Irán está en el nivel 6 en una escala de 1-7, donde 7 es lo más deplorable; sobre 197 países escrutados en materia de libertad de prensa, Irán ocupa el puesto 191; y en lo referido a censura en la internet, Irán es evaluado como el más represor en una constelación de sesenta países que incluye a Cuba, Siria y Sudán. La catástrofe humanitaria en la Tierra de los Ayatollahs abarca la persecución a disidentes políticos, periodistas independientes, artistas y miembros de las minorías religiosas, étnicas y sexuales.

Poco ha mejorado, si algo, desde que Hassan Rohani fue electo y asumió el poder el año pasado.

En los últimos seis meses que él lleva gobernando, alrededor de trescientos iraníes fueron ejecutados, lo cual al ritmo actual preservará la cantidad de ajusticiamientos anuales del año anterior, que superó los seiscientos. En su campaña electoral, Rohani prometió liberar a todos los prisioneros políticos del país y al mes de asumir funciones puso en libertad a quince conocidos activistas encarcelados; pero cerca de ochocientos todavía permanecen tras las rejas. En campaña, Rohani prometió mejorar el estatus de la mujer y de las minorías étnicas y religiosas, sin embargo su gabinete excluyó a las mujeres en tanto que los Bahais, los sufistas y los cristianos siguen siendo acosados por el régimen. El flamante presidente ha efectivamente nombrado a figuras nominalmente moderadas a puestos ministeriales, pero al mismo tiempo ha elegido para el importante cargo de Ministro de Justicia a Mostafá Pourmohammadi, a quien Human Rights Watch apodó «Ministro de la Muerte» por su responsabilidad en ejecuciones masivas de prisioneros políticos en 1988 y en el asesinato de disidentes ideológicos, dentro y fuera del país, en los años noventa.

Con su sonrisa y sus palabras decorativas, Rohani se ha hecho una imagen de moderado en la corte de la opinión pública internacional. Con la vista puesta en las negociaciones nucleares, los líderes de la Unión Europea y los Estados Unidos -que conocen los hechos- deciden mirar para otro lado. Mientras que el destino de las tratativas diplomáticas seguirá siendo incierto, en materia de derechos humanos hay algo bastante claro: nada mejorará para los iraníes oprimidos si el mundo sigue callando.

Una versión ampliada de esta nota fue originalmente publicada en Infobae.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2014

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

El atroz engaño de Hassan Rohani – 18/02/14

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Todo el pueblo iraní debería sentir que hay justicia. Justicia significa igualdad de oportunidades. Todas las etnias, todas las religiones, incluso las minorías religiosas, deben sentir la justicia. ¡Larga vida a los derechos civiles!­ -Hassan Rohani, 11 de abril de 2013.

He intentado defender el derecho legítimo que toda persona en este mundo debería tener, que es el derecho a vivir libremente con derechos civiles completos. Con todas estas miserias y tragedias, nunca he usado un arma para luchar contra crímenes atroces excepto la pluma -Hashem Shaabani, 11 de junio de 2013.

Si el presidente de la República Islámica de Irán y el joven poeta defensor de los derechos humanos árabe-iraní arriba citados coincidían en lo relativo a la protección de los derechos civiles universales, entonces ¿por qué el primero firmó una orden de ejecución contra el segundo?

Esta es una pregunta que deberían hacerse el Presidente Barack Obama, la Canciller Angela Merkel, la Alta Representante para los Asuntos Exteriores de la Unión Europea Chaterine Ashton y los demás involucrados en el diálogo con Irán. No plantearla es dar un pase libre a las terribles violaciones a los derechos humanos que acontecen sin pausa en la nación persa.

Hashem Shaabani era un poeta de treinta y dos años, tenía una maestría en ciencia política, enseñaba literatura árabe en escuelas iraníes, organizaba “festivales de la paz”, publicaba sus poemas online y era fundador del Instituto del Diálogo con la finalidad de promover la cultura árabe en su país natal. Para el régimen iraní él esparcía la corrupción en la Tierra y luchaba contra Dios. Acusado de esos cargos bizarros fue condenado a muerte y ahorcado en una prisión el mes pasado. “Comencé mi travesía elevando mi pluma contra la tiranía que esclaviza y encarcela mentes y pensamientos, colonizando las mentes del pueblo antes de colonizar sus tierras y destruyendo los pensamientos del pueblo antes de destruir su región” escribió desde su celda, poco antes de que el régimen ayatollah terminara aniquilando su propia vida. “Es importante que las centrifugadoras giren, pero las vidas de las personas debieran andar también” exclamó Rohani, apenas cuatro días antes de que se hiciese pública la carta de Shaabani. La cita parece no haberlo incluido.

La situación de los derechos humanos en Irán ha sido legendariamente paupérrima, especialmente en los últimos treinta y cinco años de etapa posrevolucionaria. Irán secunda solamente a China en la cantidad de ejecuciones anuales que lleva a cabo, aunque tiene la más alta tasa mundial en términos per cápita. En los rankings de Freedom House -prestigiosa ONG de derechos humanos que monitorea el estatus de los mismos globalmente- Irán sistemáticamente califica en las peores posiciones: en el reporte sobre la calidad de libertad en los países del mundo, Irán está en el nivel 6 en una escala de 1-7, donde 7 es lo más deplorable; sobre 197 países escrutados en materia de libertad de prensa, Irán ocupa el puesto 191; y en lo referido a censura en la internet, Irán es evaluado como el más represor en una constelación de sesenta países que incluye a Cuba, Siria y Sudán. La catástrofe humanitaria en la Tierra de los Ayatollahs abarca la persecución a disidentes políticos, periodistas independientes, artistas y miembros de las minorías religiosas, étnicas y sexuales.

Poco ha mejorado, si algo, desde que Hassan Rohani fue electo y asumió el poder el año pasado.

En los últimos seis meses que él lleva gobernando, alrededor de trescientos iraníes fueron ejecutados, lo cual al ritmo actual preservará la cantidad de ajusticiamientos anuales del año anterior, que superó los seiscientos. En su campaña electoral, Rohani prometió liberar a todos los prisioneros políticos del país y al mes de asumir funciones puso en libertad a quince conocidos activistas encarcelados; pero cerca de ochocientos todavía permanecen tras las rejas. Los líderes del Movimiento Verde -Mehdi Karroubi y Hossein Mousavi y su esposa Zahra Rahnavard- están bajo arresto domiciliario. En campaña, Rohani prometió mejorar el estatus de la mujer y de las minorías étnicas y religiosas, sin embargo su gabinete excluyó a las mujeres en tanto que los Bahais, los sufistas y los cristianos siguen siendo acosados por el régimen. Astutamente, el presidente iraní designó a una mujer para un rol muy visible como es el puesto del vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores, pero a excepción de ese y otro par de casos el papel de la mujer en la vida política del país continúa siendo marginal. Las mujeres en general aún deben lidiar con los “custodios de la modestia” de la policía local que les dice de qué manera deben vestirse y cuya presencia en las calles ha crecido el mismo mes que Rohani asumió funciones. En tanto que el flamante presidente ha efectivamente nombrado a figuras nominalmente moderadas a puestos ministeriales, al mismo tiempo ha elegido para el importante cargo de Ministro de Justicia a Mostafá Pourmohammadi, a quien Human Rights Watch apodó “Ministro de la Muerte” por su responsabilidad en ejecuciones masivas de prisioneros políticos en 1988 y en el asesinato de disidentes ideológicos, dentro y fuera del país, en los años noventa.

Con su sonrisa y sus palabras decorativas, Rohani se ha hecho una imagen de moderado en la corte de la opinión pública internacional. Con la vista puesta en las negociaciones nucleares, los líderes de la Unión Europea y los Estados Unidos -que conocen los hechos- deciden mirar para otro lado. Mientras que el destino de las tratativas diplomáticas seguirá siendo incierto, en materia de derechos humanos hay algo bastante claro: nada mejorará para los iraníes oprimidos si el mundo sigue callando. 

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

Los bolsillos inmodestos del Ayatollah – 01/02/14

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Poco antes de morir, en 1989, el entonces ayatollah Ruhollah Khomeini firmó un edicto que tendría repercusiones políticas y económicas enormes en la historia futura del país. Creó una entidad con la misión de administrar todas las propiedades abandonadas durante los caóticos tiempos de la revolución de 1979, que llevó a los islamistas al poder. Se la conoce como Setad Ejraiye Farmane Hazrate Emam, Cuarteles para Ejecutar la Orden del Imán.
En noviembre, Reuters publicó un informe de seis meses de investigación que valuó el total de los activos del Setad: 95.000 millones de dólares. «Setad se ha convertido en una de las organizaciones más poderosas en Irán, aunque muchos iraníes, y el mundo más ampliamente, saben poco sobre ella”, consignó.
«En los últimos seis años, se ha transformado en un gigante corporativo que ahora tiene intereses en casi todo sector de la industria iraní, incluyendo finanzas, telecomunicaciones, la producción de píldoras para el control de la natalidad e incluso la cría de avestruces”, explicó la agencia noticiosa.
Al tope de este imperio se sienta un solo hombre: el Líder Supremo de la República Islámica de Irán, el ayatollah Alí Khameini, sucesor del primer gran ayatollah del país y entronado por el último cuarto de siglo. Así, el mandamás persa tiene a disposición recursos financieros cuyo valor «rivaliza con las pertenencias del Shá”, depuesto en 1979, según Reuters, pero en opinión de algunos economistas superó 30 veces la riqueza de Reza Pahlevi, actualizada por inflación.
El origen de esta fortuna se basó en propiedades abandonadas o confiscadas a figuras leales al Shá, enemigos declarados o fugitivos ideológicos. Durante las últimas tres décadas se agregaron las propiedades de aquellos desprotegidos políticamente.
Tal como Holman Jenkins Jr. ha notado en el Wall Street Journal, el pasado mayo miembros de la odiada minoría religiosa Bahai perdieron propiedades valuadas en al menos 88 millones de dólares. Reportando desde Londres y Beirut, los periodistas de Reuters Steve Stecklow, Babak Dehghanpisheh y Yeganeh Torbati, presentaron en su informe a una anciana iraní residente en Europa mostrando los documentos originales que llevaron a su desposesión: la orden judicial que autorizó el secuestro de los tres departamentos de sus hijos, la carta que les informó acerca de la venta de una de las unidades y la nota que le exigía el pago de alquiler por uno de sus propios departamentos.
Los libros contables de Setad son inaccesibles para el público general e incluso para los legisladores: en 2008 el Parlamento votó a favor de prohibirse a sí mismo el monitoreo de todas las organizaciones del Líder Supremo, a menos que él lo requiera.
Así, Khameini y sus 500 empleados provenientes del ejército y de los servicios de seguridad que administran Beite Rahbar (la Casa del Líder) -la Casa Rosada persa- disponen de cuantiosos fondos a discreción para gestionar Setad y gobernar el país.
En julio del 2010 la Unión Europea incluyó al presidente de Setad, Mohammad Mokhber, en un listado de individuos y entidades a ser sancionados por su participación en actividades vinculadas al programa nuclear y balístico de Irán. En 2012 Mokhber fue removido de la lista. El pasado junio, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos incorporó a Setad a un grupo de 37 empresas sancionadas por el mismo motivo.
Pero este mes, a la luz del Acuerdo de Ginebra pactado entre Teherán y las potencias, 14 compañías petroquímicas previamente sancionadas quedaron liberadas para comerciar mundialmente. Entre ellas figuran tres empresas que Washington había identificado como parte del conglomerado de Setad: Ghaed Bassir Petrochecmical Products Co., Marjan Petrochecmical Co., y Sadaf Petrochemical Assaluyeh Co. A medida que prosigan las negociaciones, otras compañías de Setad seguramente se beneficiarán de mayor flexibilización.
Con su vestir modesto, monotemáticas exhortaciones islámicas y constantes protestas contra el capitalismo, Alí Khameini se ha edificado una imagen de predicador virtuoso y guía espiritual piadoso.
El suyo no es el primer ni único caso de líderes revolucionarios que astutamente toman para sí y su séquito una tajada de los frutos de la revolución mientras mantienen empobrecida a gran parte de la población. Lo llamativo -sin desmerecer ni un ápice el notable aporte de Reuters- es que le haya tomado tanto tiempo a alguien notarlo.

Originalmente publicado en Infobae.