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Comunidades, Comunidades - 2013

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El destino del hauptsturmführer Priebke – 23/10/13

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En marzo de 1944 una bomba hecha por partisanos estalló al paso de tropas SS en la Roma ocupada. Treinta y tres soldados alemanes murieron. Adolf Hitler ordenó matar a diez italianos por cada nazi muerto. Dentro de las 24hs, 335 italianos encarcelados, entre ellos 73 judíos, fueron transportados hacia las Fosas Ardeatinas por los responsables de la GESTAPO en Roma -Erich Priebke y Herbert Kappler- junto con otros doce oficiales y noventa soldados. Allí los condenados fueron agrupados de a cinco y asesinados en tandas. Arrodillados sobre los cadáveres de los otros desdichados, fueron ejecutados de un tiro en la nuca. Así sesenta y siete ejecuciones grupales debieron sucederse. En 1946 Priebke dirá a los aliados durante un interrogatorio: Yo entré con el segundo o el tercer grupo y maté a un hombre con una pistola automática italiana, y hacia el final maté a otro con la misma pistola». Acto seguido las entradas a las fosas fueron dinamitadas. Luego los verdugos abandonaron el lugar. ¿Por qué 335 si el Führer había exigido 10 por cada soldado abatido? Los oficiales nazis advirtieron que por error se había reunido a 5 personas de más y decidieron matarlos igualmente para no dejar testigos.

Al concluir la guerra Priebke estuvo poco más de un año y medio en un campamento de prisioneros británico en Roma hasta que huyó hacia Austria donde se escondió en un monasterio franciscano. Con la asistencia del Vaticano y de la Cruz Roja viajó luego a la Argentina. Vivió tranquilamente en Bariloche durante aproximadamente cuarenta años hasta que, en 1991, fue detectado por un escritor argentino. Luego de una entrevista con una televisora norteamericana -en la que admitió ante las cámaras «Aquellas cosas ocurrían, ¿sabe usted? En aquella época una orden era una orden, joven. ¿Entiende?»- se convirtió en una infame causa célebre. Entonces Roma pidió su extradición a las autoridades argentinas y en 1995 el nazi fue despachado hacia Italia. Tres años más tarde fue condenado a cadena perpetua con el privilegio del arresto domiciliario. Doce días atrás, a los cien años de edad, falleció.

Y entonces un cierto sentido de justicia moral comenzó a abrirse camino. Uno tras otro, los gobiernos de Alemania (país donde nació), la Argentina (país donde vivió escondido) e Italia (país donde murió) lo repudiaron, rechazando enterrar en su suelo el cuerpo del asesino. El Vaticano prohibió a las iglesias católicas romanas que oficiaran su funeral. Un intento de realizar su velatorio en una iglesia ultracatólica de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en la localidad Albano Laziale próxima a Roma terminó frustrado, al enfrentarse neonazis con manifestantes que a patadas y puñetazos buscaron impedir el ingreso del ataúd. Sus restos fueron llevados al aeropuerto militar de Pratica di Mare donde, al momento de escribir estas líneas, permanece.

Al igual que Rudolph Hess -y a diferencia de muchos nazis de alto rango juzgados, cuyos cuerpos fueron cremados- Priebke sería enterrado. Esa situación creó tensiones entre los estados implicados. Ostensiblemente, los gobiernos invocaron razones legales (cuestiones de jurisdicción) o pragmáticas (evitar que su tumba se transforme en un centro de peregrinación neonazi) para justificar sus rechazos. Pero la consideración máxima debió ser la principista: negarse a alojar en suelo patrio las exequias de un criminal de guerra nazi.

Esto era esperar demasiado de parte de estados habituados a la expediencia política. Tal como relató Uki Goñi en La auténtica Odessa, fue la Comisión Pontificia para la Asistencia en Roma la que emitió, en 1948, un documento de identidad vaticano para Priebke con un alias; él a su vez aseguró que en 1942 el Papa Pío XII lo recibió en audiencia. Durante el juicio en Italia en la década de 1990, la Iglesia Católica alojó a Priebke en el monasterio San Buenaventura, bajo custodia policial, en las afueras de Roma. Este mismo monasterio había ocultado a varios criminales de guerra nazi en la posguerra. La Argentina de Juan Domingo Perón acogió con gusto al fugitivo nazi en 1948, otorgando su permiso migratorio el mismo día que emitió el de Josef Mengele. «En aquellos días Argentina era una especie de paraíso para nosotros» confesó Priebke posteriormente. No sólo entonces. Es conocido el afecto de sus vecinos barilochenses, quienes lo llamaban cariñosamente «don Erico» y adoraban los productos de su fiambrería «Viena». Antes de ascender la escalerilla del avión que lo llevaría al juicio en Roma, el nazi se despidió de los policías argentinos que lo habían escoltado; éstos lo abrazaron, sus ojos estaban humedecidos por las lágrimas. El vicecónsul italiano en Bariloche sabía de su presencia en la Patagonia pero nunca informó sobre ello. Renunció a su puesto cuando se desató el escándalo. Y Alemania presentó su propio pedido de extradición sólo después de que Italia lo hiciera. Tres fiscales de la Unidad de Crímenes de Guerra que seguían el caso Priebke entre 1947 y 1973 habían sido miembros del Partido Nazi durante la guerra. En 1996 el fiscal responsable, Hermann Weissing, admitió que siempre tuvieron a mano evidencia inculpatoria pero no la usaron.

Gracias a la complicidad de terceros, Erich Priebke logró eludir a la justicia durante la mayor parte de su vida. Murió sin remordimientos, negando el Holocausto y contextualizando sus acciones. Es mínimamente justo que la paz que tuvo en vida le haya sido vedada a su muerte.

Comunidades, Comunidades - 2013

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El extraño caso del Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde en Irán – 09/10/13

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Uno puede sonreír, y sonreír, y ser un villano — Hamlet

A fines de septiembre una epidemia de optimismo se esparció en Nueva York ante la presencia del flamante y presuntamente moderado presidente iraní. En una visible campaña de relaciones públicas diseñada para alterar la imagen de Irán ante la opinión pública occidental, Hassan Rohani aterrizó en los Estados Unidos donde disertó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, publicó una nota de opinión en el Washington Post, concedió entrevistas televisivas a CNN y NBC en las que mostró un rostro conciliador, disertó ante un influyente think-tank e instruyó a su canciller a que se reuniera con su contraparte norteamericano. Aquellos que han estado buscando un líder moderado en la república islámica durante las últimas tres décadas, instantáneamente abrazaron con entusiasmo las palabras y gestos del iraní. Aquellos que miramos con sospecha la repentina retórica pacifista de un régimen teocrático preservamos nuestro tradicional escepticismo.

La desconfianza se sustenta en un hecho simple: hay un nuevo presidente en Irán pero el régimen es el mismo de siempre y al que Rohani ha estado sirviendo desde 1979 en distintos cargos de la estructura gubernamental.

Considere el caso de Saeed Abedini y pregúntese honestamente donde está la moderación de los ayatollahs, es decir, los jefes de Rouhani y quienes en última instancia son los hacedores de la política persa. El señor Abedini es un pastor cristiano nacido en Irán. Por practicar su fe pacíficamente él fue arrestado y sometido a palizas brutales. Abandonó el país y retornó años después con la autorización de las autoridades para construir un orfanato para los niños de Irán. El año pasado fue nuevamente encarcelado, juzgado por crímenes contra la seguridad nacional» y condenado a ocho años de cárcel. Abedini envió una carta al gobierno en la que marcó la ironía de su situación: por asistir a niños huérfanos en Irán, sus propios hijos quedaron privados de su compañía. La semana previa al arribo del presidente Rouhani a las Naciones Unidas, el régimen liberó a ochenta prisioneros políticos en una maniobra cínica calculada sólo para mejorar la imagen presidencial. El pastor Abedini no estuvo entre ellos. Hoy continúa internado en la notoria prisión Evin.

Luego está la ambigüedad declarativa de la presidencia de Irán. En sus pronunciamientos Rohani habló de paz y diálogo, pero rehusó reunirse con el presidente Obama aun cuando éste se mostró dispuesto a ello; incluso rechazó coordinar un fugaz apretón de manos con el presidente estadounidense en los pasillos de la ONU. A último minuto -cuando estaba viajando hacia el aeropuerto- Rohani mantuvo una conversación desde su celular con Obama en lo que fue descrito como un llamado histórico.

Pero ha sido en sus pronunciamientos en torno a los judíos donde más puede verse la ambivalencia del liderazgo persa. Entre los integrantes de la delegación oficial se contaba al único miembro judío del parlamento iraní y a la vez un gran antisionista. En ocasión del año nuevo judío, a comienzos de septiembre, Rohani envió un twitter de salutación a la comunidad judía mundial. Ante la sorpresa internacional, el gobierno iraní zigzagueó para confirmar si la cuenta de twitter era del presidente. Luego el saludo fue reiterado desde la cuenta oficial del canciller. Anteriormente, cuando se conmemoró el Día Al-Quds en Teherán en agosto, se atribuyó a Rohani haber comparado a Israel con «una herida» que debía «ser erradicada». El régimen ayatollah posteriormente negó que el presidente hubiera afirmado tal cosa. Es asimismo interesante leer el modo en que Rohani respondió a una pregunta de la CNN sobre el genocidio judío: «Yo no soy un estudioso de la historia los aspectos de los que usted habla, la clarificación de estos aspectos es el deber de los historiadores e investigadores». Esto mismo dijo a la NBC cuando le preguntaron si el Holocausto era un mito: «No soy un historiador, soy un político». Esta postura es la que suelen adoptar los revisionistas al reconocer que un crimen fue cometido contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial pero relativizan la magnitud del mismo.

Ahora que Teherán y Washington parecen próximos a iniciar algún tipo de diálogo, prepárese a encontrar otros muchos ejemplos de esta típica duplicidad iraní.

Compromiso

Compromiso

Por Julián Schvindlerman

  

El camino hacia el acuerdo fundamental Vaticano-Israel – 10/13

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Año 5 – Nro 39

El 30 de diciembre de 1993 la Santa Sede y el estado de Israel firmaron el así llamado Acuerdo Fundamental. Este documento selló los lazos diplomáticos entre Israel y el Vaticano cuyas relaciones quedaron enteramente formalizadas unos meses más tarde con la apertura de una embajada y una nunciatura en los respectivos estados. Arribar allí no fue sencillo.

Para inicios de los años noventa, el Vaticano era uno de los últimos estados occidentales en todavía negar el reconocimiento formal a la nación judía. Desde su temprana oposición al sionismo político a partir del siglo XIX y atravesando una postura hostil hacia el naciente Israel a mediados del siglo XX, Roma no parecía dispuesta a aceptar la existencia de un estado hebreo soberano en Tierra Santa. Así, la Santa Sede vio desfavorablemente la Declaración Balfour y el Mandato Británico sobre Palestina y, cuando Israel fue establecido, buscó hacer una distinción entre el Israel bíblico y el estado judío moderno. El Papado desaprobó al ingreso de Israel como estado-miembro a las Naciones Unidas, rechazó la capital que éste designó para su nación y presionó a las naciones católicas a que adoptasen posturas políticas contrarias a los intereses del nuevo país. Por décadas se rehusó a reconocer formalmente a Israel, aunque debe destacarse que Roma jamás cuestionó el derecho de Israel a existir ni repudió oficialmente su establecimiento. Un negociador israelí dio cuenta de la frustración reinante en Jerusalem cuando dijo: “Nuestra posición era clara: estamos siempre listos. Si ustedes realmente desean normalizar relaciones, tan sólo deben decir la palabra. Nuestra dirección es la misma desde hace 2.000 años”.

Durante la última década del siglo XX, Roma modificó su actitud. Esta época marcó un desarrollo geopolítico importante con la inauguración de la Conferencia de Paz de Madrid, en la que varias naciones árabes e Israel, con mediación rusa y estadounidense, se sentarían a conversar sobre una posible paz regional. En 1993, la Organización para la Liberación de Palestina firmó el Acuerdo de Oslo con Israel, documento que abría un camino de diálogo político y la promesa de una futura coexistencia pacífica entre las partes. En esta atmósfera mundial resultaba extraña la persistente oposición vaticana hacia Israel. Contactos entre Roma y Jerusalem ya existían, orientados a abordar temas de mutua preocupación. Pero de allí en más esos contactos tuvieron un propósito específico: acercar a las partes y encaminarlas en la senda de la reconciliación política. No obstante, las partes discrepaban en un punto no menor. Los israelíes consideraban que esos encuentros debían llevar a la normalización de relaciones y que una vez formalizados los lazos podían abordarse todos los temas de interés mutuo. El Papado lo veía al revés: los contactos debían enfocarse en resolver asuntos pendientes luego de lo cual podrían normalizarse oficialmente las relaciones. De algún modo este desentendimiento pudo ser superado.

En mayo de 1992 el Jerusalem Post publicó la primicia de los primeros contactos secretos y al poco tiempo el Corriere della Sera informó sobre la creación de una comisión bilateral. Yossi Beilin de la cancillería israelí y Claudio María Celli por la Secretaría de Estado del Vaticano serían los árbitros de la comisión, quienes reforzarían los contactos ya existentes entre el monseñor Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, delegado apostólico en Jerusalem, y Avi Pazner, embajador israelí ante Italia. El rol de mediador/facilitador recayó en la figura de David Jaeger, un experto en derecho canónico y en la historia de los lugares santos en Tierra Santa. Además, Jaeger tenía una peculiar historia personal: era un judío-israelí de nacimiento que se había ordenado sacerdote católico posteriormente. Ofició de puente entre las partes dados sus conocimientos de los modos vaticanos y su familiaridad con la sociedad israelí.

Los vaivenes de las negociaciones palestino-israelíes parecían influir fuertemente en la evolución de los contactos entre el Vaticano e Israel. La comisión bilateral fue creada nueve meses después del inicio de la Conferencia de Madrid, la que incluía una delegación jordano-palestina. Pausas importantes en las tratativas Roma-Jerusalem coincidieron con crisis en el plano palestino-israelí, como fue la expulsión de alrededor de cuatrocientos terroristas de Hamas de Israel hacia el Líbano. El acuerdo final fue completado luego de que se ultimaron los detalles del Acuerdo de Oslo. A partir de la firma de dicho acuerdo en los jardines de la Casa Blanca, la comisión bilateral aceleró sus tareas. Al mes siguiente el Papa Juan Pablo II recibió al ministro de relaciones exteriores Shimon Peres, y ese mismo día se dio inicio a la traducción del Acuerdo Fundamental del inglés al hebreo. Una vez terminada la traducción, el 10 de diciembre de 1993, se acordó la firma para el 30 de ese mismo mes.

Para los israelíes, el acuerdo era un acontecimiento sumamente simbólico que auguraba una nueva era en el vínculo con la Santa Sede. Sabían que estaban ante un documento jurídico y político interestatal, pero reconocían un trasfondo teológico en el mismo. El Vaticano no era por completo indiferente a esta dimensión religiosa, pero veía al acuerdo principalmente como un tratado enmarcado en un contexto de relaciones internacionales. Unos meses luego de la firma, el acuerdo fue ratificado y posteriormente los respectivos representantes diplomáticos fueron designados. El monseñor Montezemolo se ocuparía de la nunciatura, ubicada en el viejo monasterio franciscano de San Pedro en Yaffo, en las afueras de Tel-Aviv. Shmuel Hadas, oriundo de la Argentina, sería el primer embajador israelí ante la Santa Sede. El largo y accidentado camino había llegado a destino.

Infobae, Infobae - 2013

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Por Julián Schvindlerman

  

Hassan Rohani y el holocausto: Del negacionismo al revisionismo – 04/10/13

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El tratamiento que las autoridades iraníes de las últimas tres décadas han dado al genocidio judío en manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial ha sido deplorable. Sus líderes han regularmente negado la existencia del Holocausto, conferencias fueron organizadas en Teherán para refutar su veracidad y se dio rienda libre a una prensa controlada a que mintiera abiertamente al respecto. Es por ello que las declaraciones del flamante presidente Hassan Rohani, efectuadas durante su reciente visita a Nueva York, han concitado atención. ¿Pero qué ha dicho exactamente el presidente iraní sobre el Holocausto?

Durante una entrevista en farsi con Christiane Amanpour de la CNN Rohani pareció tomar apreciable distancia de las diatribas usuales de su predecesor Mahmoud Ahmadinejad. En el transcurso de la misma, aseguró: “Les puedo decir que cualquier crimen que sucede en la historia contra la humanidad, incluido el crimen que los nazis crearon contra los judíos y los no-judíos, es reprobable y condenable… Cualquiera que sea la criminalidad que cometieron contra los judíos, la condenamos”. Al menos así lo expresó el traductor del farsi a quién recurrió el canal, quien era un miembro de la comitiva iraní. También se aseguró que Rohani empleó la palabra “Holocausto”. A posteriori, la agencia de noticias semioficial iraní Fars declaró que Rohani no dijo eso exactamente y que nunca pronunció la palabra “Holocausto”. En su portal anunció: “Exclusiva: la CNN inventa apreciaciones del presidente iraní sobre el Holocausto”, aunque la traducción que ofreció incluyó una reprobación de los crímenes de los nazis.

Es asimismo interesante leer el modo en que Rohani respondió una pregunta de la CNN sobre el genocidio judío: “Yo no soy un estudioso de la historia… los aspectos de los que usted habla, la clarificación de estos aspectos es el deber de los historiadores e investigadores”. Esto mismo dijo a la NBC cuando le preguntaron si el Holocausto era un mito: “No soy un historiador, soy un político”. Esta postura es la que suelen adoptar los revisionistas al reconocer que un crimen fue cometido contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial pero relativizan la magnitud del mismo.

Durante una ponencia ante el Council on Foreign Relations, el dignatario iraní afirmó: “Condenamos los crímenes de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial… Y lamentablemente esos crímenes fueron cometidos contra muchos grupos, mucha gente, mucha gente fue matada incluyendo a un grupo del pueblo judío”. ¿Un grupo del pueblo judío? Manera curiosa de referir a seis millones de judíos. Nótese la universalización de la Shoá que hizo Rohani: el genocidio nazi de los judíos no fue un fenómeno esencialmente judío. Muchos otros murieron en la guerra. Esa es la manera clásica de mirar ese período por parte de los revisionistas.

Así, Hassan Rohani ha tomado distancia del negacionismo de Mahmoud Ahmadinejad y del líder supremo Alí Khameini para abrazar el revisionismo. En la ignominiosa escala del fanatismo de los ayatollahs esto puede pasar por progreso. Pero esa postura todavía lo ubica en compañía de aquellos que ponen en tela de juicio el genocidio nazi de los judíos durante 1939-1945. Y eso no luce terriblemente moderado.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

Réquiem por el infame Jacques Vergés – 17/09/13

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Aunque Vladimir Putin está haciendo un trabajo formidable en su favor, Bashar al-Assad debe estar lamentando el fallecimiento, el mes pasado, de Jacques Vergés, el mentado “abogado del diablo” que llegó a defender en corte al nazi Klaus Barbie, al terrorista palestino-venezolano Illich Ramírez Sánchez, al jefe de estado del Khmer Rouge en Camboya Khieu Samphan, al negador del Holocausto francés Roger Geraudy y que ofreció sus servicios legales al tirano iraquí Saddam Hussein y al genocida serbio Slodoban Milosevic. Prácticamente no hubo villano del siglo XX que él no haya querido defender o no lo haya hecho.

Jacques Vergés nació en 1925 en lo que hoy es Tailandia fruto de la unión de una institutriz vietnamita y un diplomático francés. Su madre murió cuando él era un niño y fue criado en Reunión, una isla del Océano índico. Se educó en una atmósfera de ideales franceses pero vivió enajenado de su propia cultura al ver el colonialismo francés de primera mano. “Es como si hubiera nacido enojado, nacido en guerra” comentó un amigo suyo. Fundó el Partido Comunista de Reunión y posteriormente militaría en los movimientos comunistas de Francia y Checoslovaquia. Durante la Segunda Guerra mundial se unió a la resistencia antinazi francesa, luego estudió derecho en Paris donde trabó amistad con dos jóvenes camboyanos, Khieu Samphan y Saloth Sar. Este último sería conocido en su adultez como Pol Pot, responsable del asesinato de casi dos millones de personas.

De fuertes convicciones anticoloniales, Vergés alcanzó la fama mundial al defender a guerrilleros argelinos. En 1957 fue abogado defensor de Djamila Bouhired, integrante del Frente de Liberación Nacional Argelino, condenada a muerte por haber realizado un atentado que dejó once víctimas fatales. Mientras esperaba la guillotina trascendió que ella había sido torturada en prisión y Vergés montó una campaña internacional por un indulto que llegó a contar con el respaldo del líder soviético Nikita Krushev. En 1962 ella fue liberada y tres años después, Jacques y Djamila contrajeron matrimonio y tuvieron dos hijos. A fines de los años sesenta Vergés defendió a miembros del Frente de Liberación Popular de Palestina que habían atacado a israelíes en Atenas y Zúrich y a terroristas alemanes de la Facción del Ejército Rojo. Durante los primeros ocho años de la década del setenta Vergés abandonó a su familia y desapareció del mapa; se rumoreó que estaba en Camboya con Pol Pot o en el Medio Oriente con grupos palestinos. Reapareció en 1978 y se dedicó a batallar judicialmente a favor de terroristas, dictadores, genocidas y parias de diversa calaña.

En 1983 Klaus Barbie fue extraditado de Bolivia hacia Francia. Conocido como “el carnicero de Lyon”, fue acusado de haber torturado, matado y deportado a miles de personas durante la ocupación nazi de Francia. Cuando comenzó el juicio en su contra en 1987, Vergés asumió su defensa legal. El abogado acusó a Francia y a Israel de cometer crímenes contra la humanidad peores que los de Barbie pero perdió el caso. El líder de la Gestapo fue condenado a cadena perpetua y murió en la cárcel en 1991. En 1994 agentes franceses capturaron en Sudán a Illich Ramírez Sánchez, conocido como “Carlos el Jackal”, buscado por una serie de atentados cometidos durante las décadas del setenta y ochenta en nombre de la causa palestina. Vergés lo defendió en las primeras instancias del caso pero por discrepancias con su cliente lo dejó. Carlos fue condenado a cadena perpetua en 1997. (En 1982 Vergés había tutelado a Magdalena Kopp, activista radical y entonces novia, luego esposa, de Carlos). En 1998 defendió a Roger Geraudy, un izquierdista radical converso al Islam, acusado de racismo y negacionismo.

Luego de la caída del régimen iraquí en el 2003, Vergés defendió a varios de sus líderes (entre ellos al Primer Ministro Tariq Aziz) y se ofreció a representar a Saddam Hussein pero su familia optó por otros abogados; fue ejecutado en el 2006 en Irak. Ese mismo año moría en prisión Slodoban Milosevic, a quién Vergés quiso salvar de toda condena por sus crímenes de lesa humanidad cuando fue juzgado en La Haya, pero el serbio eligió defenderse a sí mismo. Cuando el Tribunal por el Genocidio en Camboya dio inicio al juicio a Samphan, allí estaba Vergés protegiendo a su amigo de la juventud. “Mi ley es estar en contra de toda ley”, dijo años atrás al New York Times.

Murió a los ochenta y ocho años de edad en el hogar parisino de un amigo, en la misma casa que cierta vez habitó, y en la misma habitación que falleció, – paradójicamente- Voltaire.

Infobae, Infobae - 2013

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Por Julián Schvindlerman

  

De Siria mejor no hablar – 13/09/13

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Con este título no quiero significar que el asunto no sea importante; lo es. Tampoco pretendo sugerir que en vez de hablar se debe actuar; aunque creo ello. El título refiere puramente a las penosas implicancias recientes de la retórica del gobierno estadounidense sobre la crisis en este país árabe.

Un año atrás Barack Obama proclamó que el uso de armas químicas sería una línea roja. Esa frase espontánea y no coordinada con sus redactores de discursos lo puso en aprietos doce meses después cuando alrededor de mil cuatrocientas personas, cientos de niños entre ellas, fueron gaseadas en las afueras de Damasco. Forzado a abordar el asunto con seriedad el presidente de los Estados Unidos advirtió que la credibilidad presidencial y la imagen de la nación estaban en juego y, sumadas las consideraciones humanitarias, morales y estratégicas, concluyó que la acción bélica era el único curso de acción viable para castigar al gobierno sirio por su conducta inadmisible y a la vez disuadir a futuros regímenes malhechores de replicar esas acciones. La Casa Blanca comprendió que permitir a Bashar al-Assad permanecer en el poder daría el mensaje equivocado respecto de la proliferación de armas de destrucción masiva, el fortalecimiento de Irán como mandamás regional y la seguridad mundial.

El caso a favor de la guerra contra Siria fue montado. Se explicó que el desastre humanitario es tan descomunal que la familia de las naciones no podía seguir indiferente. Se alegó que debía contenerse el advenimiento de un eje chiíta que recorre el arco de los ayatollahs en Irán, los alauitas en Siria, Hezbollah en El Líbano y los adherentes en Irak. Se advirtió contra las consecuencias que la inacción en Siria tendría sobre la lectura en Teherán, que consolidaría su esfuerzo nuclear. Y así, un presidente pacifista, premiado con el Nobel de la Paz, famoso por su oposición a los emprendimientos militares de su antecesor, deseoso de abandonar Irak y Afganistán y reticente a involucrarse en Libia, se vio obligado a bregar por la acción militar en Siria. Cuando Gran Bretaña no pudo acompañarlo, la Liga Árabe lo abandonó, la ONU se paralizó, el G-20 titubeó, el Vaticano protestó y la opinión pública local dudó, el presidente recurrió al Congreso para validar su curso de acción. Su único consuelo lo encontró, al igual que Humphrey Bogart décadas atrás, en Francia: siempre tendremos a Paris.

Y entonces algo increíble ocurrió: su Secretario de Estado habló de más. Inicialmente, John Kerry había realizado unas declaraciones correctas acerca de la responsabilidad de proteger y del papel de Estados Unidos como garante del orden global. Él transmitió efectivamente la noción de que si Washington actuase, otros lo seguirían, pero si Washington no lo hiciera nadie más lo haría. Pero luego, al igual que Obama un año atrás, se dejó llevar por la espontaneidad y la embarró. Primero dijo que la acción militar contemplada era “increíblemente pequeña”, frase que -con el trasfondo de una Casa Blanca insólitamente publicitando los alcances, objetivos, medios y duración de la guerra anticipadamente- desarmó el andamiaje retórico a favor de la intervención. Luego, disertando en Londres, la misma ciudad que ató las manos del premier Cameron previamente, Kerry anunció que si Assad entregase su arsenal químico en el plazo de una semana, entonces su país no atacaría a Siria. Rápidamente Rusia respaldó la idea y seguidamente Siria le dio la bienvenida. La diplomacia se reactivó. El caso pro-ataque se desintegró. En su discurso a la nación, Obama supeditó un eventual ataque al resultado de las gestiones de la iniciativa de Vladimir Putin, el máximo aliado de Damasco.

Que yo sepa nunca antes una gaffe generó política exterior. Y desconozco si algún otro pronunciamiento presidencial instantáneo puso a una nación en el sendero de la guerra. Pero lo que debemos entender es que lo que está sucediendo en Siria tiene implicancias geopolíticas, estratégicas y humanitarias que trascienden un par de citas casuales. Los políticos se pueden desdecir y de hecho lo hacen regularmente. Las consecuencias de la acción o la inacción en Siria, en cambio, no tendrán marcha atrás. El caso a favor o en contra de una contienda bélica no debe depender de unas pocas palabras indeseadas.