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El Telégrafo (Ecuador)

El Telégrafo (Ecuador)

Por Julián Schvindlerman

  

La muerte de Bin Laden no termina con Al Qaeda – 03/05/11

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EE.UU. dio a conocer que las pruebas de ADN confirmaron que el cuerpo es del líder de la red terrorista. Hubo júbilo por la noticia, mientras que talibanes amenazaron con vengar el asesinato.

Guayaquil – La muerte del hombre más buscado por Estados Unidos y líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, de quien ayer se confirmó su fallecimiento con un análisis de ADN, no representa el fin de la red yihadista, consideran especialistas en terrorismo.

El país norteamericano en Nueva York y el mundo entero celebraron este golpe al terrorismo, mientras que el presidente Barack Obama, quien recibió las felicitaciones de mandatarios de otros países aunque temen represalias, expresó que “es un buen día para Estados Unidos” la muerte del acusado de los atentados del 11 de septiembre de 2001, abatido en la noche del domingo durante una operación de fuerzas especiales de Estados Unidos en Pakistán.

Otros, en cambio, no celebraron. Un millar de personas desfilaron ayer al grito de “Muerte a Estados Unidos” en Quetta, en el sur de Pakistán, mientras que los talibanes pakistaníes amenazaron ayer con “vengar” la muerte de Bin Laden en un comunicado en el que ponen de manera prioritaria en su punto de mira al Gobierno de Islamabad.

El movimiento talibán pakistaní (TTP) advirtió a la cúpula de Pakistán de que encabeza la lista de sus objetivos, y particulariza la amenaza en el presidente Asif Alí Zardari.

Para Estados Unidos, la muerte de Osama marca un “punto decisivo” en la guerra contra el terrorismo, expresó un asesor de Barack Obama y añadió que el fin es terminar con el resto de los miembros de la organización Al Qaeda.

George Chaya, docente, analista político y experto en Oriente Medio en asuntos relativos a la seguridad y prevención del Terrorismo, señala a El Telégrafo que el fallecimiento del hombre más buscado por EE.UU. es una victoria para este país en la lucha contra el terror global.

Sin embargo, el especialista de origen libanés asegura que no es el fin de Al Qaeda tras explicar que los líderes de grupos radicales, como Bin Laden, solo son personas a quienes la historia les deparó un tiempo de protagonismo dirigencial en sus movimientos políticos y grupos comunitarios. Pero la fuerza de la ideología que encarnan los trascenderá en el devenir de la historia, añade.

“Ellos un día no estarán, de hecho Osama ya es un capítulo más en la historia del yihadismo radical, pero la ideología seguirá generando nuevos líderes en sus respectivos movimientos. Al Qaeda es vista como una organización central para los integristas de todo el mundo, donde la mayoría de los grupos militantes ve en ella el centro de gravedad de sus ideas”, acota.

En entrevista con este diario, el analista internacional argentino y experto en Oriente Medio, Julián Schvindlerman, coincide con Chaya de que la desaparición de Bin Laden no garantiza la caída de Al Qaeda, porque él no era un líder operativo crucial sino más bien una figura mítica inspiradora.

Pero representa -precisa- un éxito descollante para EE.UU. que prácticamente en el décimo aniversario de los atentados del 9/11 logró ajusticiar al responsable principal de esa masacre. “Es un golpe certero y podría marcar el inicio del declive de la organización islamita. Ello no implica la desaparición de la amenaza del islam fundamentalista terrorista en su totalidad”, agrega.

El peligro latente fue advertido por el propio Barack Obama cuando anunció, la noche del domingo, el asesinato de Bin Laden: “No hay duda de que Al Qaeda continuará intentando un ataque contra nosotros”.

Seth Jones, ex funcionario del Pentágono que asesoró a las fuerzas en Afganistán, manifiesta que la muerte del líder de Al Qaeda no significa que “no sigan conspirando. “Nada de esto significa que el terrorismo contra EE.UU. haya acabado”, indica el experto del centro de análisis Rand Corporation.

Varios

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Por Julián Schvindlerman

  

El conflicto en Libia y las revueltas Árabes – 21/04/11

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Artículo publicado en El Comercio (Perú)

Por Jorge Matos

Julián Schvindlerman es un analista político internacional de nacionalidad argentina, cuyo amplio conocimiento sobre la realidad del Medio Oriente e Israel le confieren autoridad para hablar sobre el actual momento internacional que se vive a raíz de las revueltas árabes, que amenazan con cambiar de manera significativa el mapa geopolítico de una zona sensible del planeta. Schvindlerman, que estuvo recientemente en el Perú, habla muy claro cuando se refiere al conflicto en Libia. Entrevistó Jorge Moreno Matos.

Cuando cayó el Muro de Berlín, alguien dijo que no dio tiempo ni de sorprenderse. ¿Con las revueltas árabes fue lo mismo?

Verdaderamente fue algo sorprendente, inaudito. Es algo muy sorprendente y positivo, pero que tiene también un elemento inquietante: uno no sabe a dónde va a llevar políticamente todo esto.

En el caso de Libia lo que ha sorprendido es la represión brutal del régimen de Gadafi. ¿Se esperaba que fuera así?

La actitud de los países vecinos árabes y del mundo libre en general fue la de esperar y ver. En Túnez, esperaron y vieron cómo el presidente se iba. En el caso de Egipto, otro tanto. En el caso de Libia esperaron y hubo una represión bestial. Gadafi mandó tanques contra su propia población. Frente a esto, la comunidad internacional no pudo permanecer impasible.

Pero la pasividad de la ONU con Libia ha sido por décadas. ¿Por qué actuar ahora contra Gadafi?

La estructura de la ONU, en realidad, está compuesta por países, y cuando hablamos de la ONU, per se, tenemos que entender que hablamos de la opinión de los países que la componen. Y en este caso específicamente, del Consejo de Seguridad. Han sido sus 15 países miembros los que han decidido si se intervenía o no en Libia.

Pero está el caso de Ruanda, en el que la ONU no intervino.

La ONU tiene un historial bastante triste de países en los que no ha intervenido o de otros en donde ha estado y sus propios miembros cometieron felonías, pero afortunadamente esto fue corregido.

¿El camino de la intervención era inevitable?

No era inevitable, era deseable. Era perfectamente evitable si alguno de los países del Consejo de Seguridad de la ONU lo vetaba. Porque si hubiéramos estado en la época del ex presidente Bush, no hay la menor duda de que él hubiera ignorado a la ONU y habría atacado a Libia de todos modos.

Usted ha dicho que cuando el diálogo no funciona hay que apelar a otras funciones.

El diálogo es siempre la primera opción y es lo que moralmente debe perseguir la diplomacia en primer lugar. Lo que hay que hacer es un reconocimiento realista de que si el diálogo no lleva a los objetivos deseados, entonces se puede intervenir militarmente. De lo contrario, uno cae en un engaño.

¿Siempre?

Esto en casos extremos, entre democracias siempre hay que dialogar. Pero como estamos tratando con entidades totalitarias que no son propensas al diálogo, entonces uno debe, por lo menos, considerar esa posibilidad.

¿Van a triunfar las revueltas?

Es difícil anticipar eso, hay que ser muy prudente. Lo que sí creo es que se ha puesto en marcha algo importante. Hacia dónde va, no lo sabemos. Se va a transformar en algo malo, no sabemos. Lo que sí puedo decir es que estamos presenciando un momento histórico, un momento transformador de una región crucial.

¿Qué le espera a Israel si estas revueltas triunfan?

En el caso de que las revueltas triunfen, habrá que ver quién gobernará en esos países y, a partir de ahí, evaluar cuál sería la posición que tomen con Israel; y si fracasan, otro tanto.

¿Y qué pasa si solo cambian los regímenes?

Esa es una posibilidad, pero el reclamo fue tan intenso que no me imagino a ninguno de los nuevos líderes desoyendo los reclamos de los manifestantes.

¿No ha habido un matiz religioso o de otro tipo en las revueltas?

No se han visto pancartas antiisraelíes, antijudías, antisionistas, antioccidentales, antiyanquis. Las revueltas han sido por la libertad y por la democracia.

“Chávez es un líder desastroso”

Usted ha dicho que Chávez es un líder desastroso para la región.

Me reafirmo por completo y, de hecho, la propia posición de Chávez en relación a libia ha sido vergonzosa. Él defendió a un asesino del propio pueblo libio.

¿Debiera sorprendernos?

Él siempre fue un defensor de libia y Gadafi. Una cosa es defender a libia cuando también lo hacía Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, por intereses pragmáticos de sus propios países; pero una vez que ves que Gadafi reprime a sus ciudadanos que claman por libertad, se acabó toda defensa.

¿Cuál es el futuro que le espera a Chávez?

No puedo hablar en meses, años, es difícil; pero el veredicto de la historia con Chávez no va a ser generoso. Y no lo va a ser porque está socavando la democracia venezolana a unos niveles graves, burlándose de su propia población. El modelo chavista es un fracaso estrepitoso.

Comunidades, Comunidades - 2011

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Revueltas mesoorientales – 13/04/11

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¿Quién hubiera imaginado que el suicidio a lo bonzo de un tunecino desesperado dispararía revueltas en una docena de países árabes, provocaría la caída de dos gobiernos y una intervención militar mundial en un tercero? ¿Quién hubiera concebido, apenas poco tiempo atrás, que manifestaciones populares en el Medio Oriente se verían libres de las consignas anti-norteamericanas y anti-israelíes tan típicas y que se enfocarían en su lugar en los propios monarcas y presidentes vitalicios? ¿Quién hubiera anticipado que luego de décadas de fallidos y apasionados proyectos -panarabismo o islamismo- los habitantes incursionarían en un inédito (y todavía incierto) activismo democrático?

“Las grandes revoluciones que nos sorprenden a primera vista deben haber estado precedidas por una revolución calma y secreta en el espíritu de la época…” escribió Hegel, “… especialmente imperceptible a los contemporáneos, y tan difícil de discernir como de describir en palabras”. Hegel veía en la falta de familiaridad con ese aspecto espiritual de la revolución “lo que hace que los cambios resultantes sean asombrosos”. Y decididamente asombrosos han sido los resultados, por el momento, de estas movilizaciones árabes. Revolución es una palabra demasiado grande para lo que estamos presenciando: no se percibe una ideología unificadora de las masas, ni líderes nítidamente identificables, ni una visión, o si quiera una propuesta, abarcadora de qué nuevo estadio se aspira a alcanzar. Pero ciertamente estamos ante unas revueltas significativas contra la represión política, el subdesarrollo económico, la postergación social y a favor de la libertad, la prosperidad y la democracia.

El Medio Oriente árabe es una de las zonas más corruptas, inestables, violentas y a la vez poblacionalmente joven del planeta. La edad promedio es de veintiséis años. Por demasiado tiempo, sus gobernantes eludieron realizar reformas políticas y económicas y culpar de todos los males internos a fuerzas externas. El “imperio americano” y el “ente sionista” han sido los blancos preferidos de autócratas ineficaces e incapaces de brindar soluciones reales a las necesidades de sus pueblos. China ofrece un contrapunto interesante. Pekín sostuvo un sistema político dictatorial donde la elite miembro del Partido Comunista gobierna con mano de hierro a más mil millones de personas que aún desconocen la brisa de la libertad. Pero económicamente, China adoptó reformas importantes que le han dado un crecimiento apreciable. Las naciones latinoamericanas ofrecen el contrapunto inverso. Cada nación es singular, pero en términos generales podemos ver que la región, aún cuando ha hecho esfuerzos económicos diversos, todavía tiene brechas sociales escandalosamente amplias. Sin embargo, América Latina hizo una transición de la tiranía a la democracia de manera generalmente pacífica y bastante exitosa. Pero los gobernantes árabes eligieron ni reformarse política ni económicamente, ni dieron señales de hacerlo en el futuro cercano. “Para millones de personas que concluyeron que sus sueños de vidas mejores expirarían incumplidos”, observó el autor Zachary Karabell, “nada podía ser peor que el presente”.

Las masas árabes ya no están dispuestas a consumir la retórica oficial. “No permitiremos que estos cristianos vengan por nuestro petróleo” bramó Muhamar Gaddafi ante la inminencia de la intervención internacional. Pero los opositores pidieron por asistencia externa para dar combate al régimen de todos modos. En Yemen, el presidente Alí Abdullah Saleh aparentemente permitió a grupos afiliados a Al-Qaeda tomar posesión de una fábrica de municiones, la que fue rápidamente explotada, en un intento de sugerir que si él se va, los fundamentalistas ingresarán. Après moi le déluge, lo mismo que enunció Hosni Mubarak al presentarse como el único líder posible para Egipto… por treinta años. Y en Irán, único bastión chiíta no árabe de la región, los ayatollahs ya no saben que hacer retóricamente para justificar su apoyo a los rebeldes árabes que desafían a sus enemigos sunitas históricos y simultáneamente reprimir manifestaciones democráticas en su propia nación, sin caer en contradicciones insalvables.

Se ha dicho de las guerras que se sabe siempre como comienzan pero nunca como terminan. Una definición en la que caben perfectamente los acontecimientos actuales del Medio Oriente. No obstante la incertidumbre del destino de esta realidad, la determinación colectiva de los árabes de comenzar a mirar dentro de sus sociedades y dejar de obsesionarse con los sospechosos usuales externos es un desarrollo tan inesperado políticamente, como necesario culturalmente.

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Revueltas mesoorientales – 13/04/2011

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¿Quién hubiera imaginado que el suicidio a lo bonzo de un tunecino desesperado dispararía revueltas en una docena de países árabes, provocaría la caída de dos gobiernos y una intervención militar mundial en un tercero? ¿Quién hubiera concebido, apenas poco tiempo atrás, que manifestaciones populares en el Medio Oriente se verían libres de las consignas anti-norteamericanas y anti-israelíes tan típicas y que se enfocarían en su lugar en los propios monarcas y presidentes vitalicios? ¿Quién hubiera anticipado que luego de décadas de fallidos y apasionados proyectos -panarabismo o islamismo- los habitantes incursionarían en un inédito (y todavía incierto) activismo democrático? Las grandes revoluciones que nos sorprenden a primera vista deben haber estado precedidas por una revolución calma y secreta en el espíritu de la época…» escribió Hegel, «… especialmente imperceptible a los contemporáneos, y tan difícil de discernir como de describir en palabras». Hegel veía en la falta de familiaridad con ese aspecto espiritual de la revolución «lo que hace que los cambios resultantes sean asombrosos». Y decididamente asombrosos han sido los resultados, por el momento, de estas movilizaciones árabes. Revolución es una palabra demasiado grande para lo que estamos presenciando: no se percibe una ideología unificadora de las masas, ni líderes nítidamente identificables, ni una visión, o si quiera una propuesta, abarcadora de qué nuevo estadio se aspira a alcanzar. Pero ciertamente estamos ante unas revueltas significativas contra la represión política, el subdesarrollo económico, la postergación social y a favor de la libertad, la prosperidad y la democracia.

El Medio Oriente árabe es una de las zonas más corruptas, inestables, violentas y a la vez poblacionalmente joven del planeta. La edad promedio es de veintiséis años. Por demasiado tiempo, sus gobernantes eludieron realizar reformas políticas y económicas y culpar de todos los males internos a fuerzas externas. El «imperio americano» y el «ente sionista» han sido los blancos preferidos de autócratas ineficaces e incapaces de brindar soluciones reales a las necesidades de sus pueblos. China ofrece un contrapunto interesante. Pekín sostuvo un sistema político dictatorial donde la elite miembro del Partido Comunista gobierna con mano de hierro a más mil millones de personas que aún desconocen la brisa de la libertad. Pero económicamente, China adoptó reformas importantes que le han dado un crecimiento apreciable. Las naciones latinoamericanas ofrecen el contrapunto inverso. Cada nación es singular, pero en términos generales podemos ver que la región, aún cuando ha hecho esfuerzos económicos diversos, todavía tiene brechas sociales escandalosamente amplias. Sin embargo, América Latina hizo una transición de la tiranía a la democracia de manera generalmente pacífica y bastante exitosa. Pero los gobernantes árabes eligieron ni reformarse política ni económicamente, ni dieron señales de hacerlo en el futuro cercano. «Para millones de personas que concluyeron que sus sueños de vidas mejores expirarían incumplidos», observó el autor Zachary Karabell, «nada podía ser peor que el presente».

Las masas árabes ya no están dispuestas a consumir la retórica oficial. «No permitiremos que estos cristianos vengan por nuestro petróleo» bramó Muhamar Gaddafi ante la inminencia de la intervención internacional. Pero los opositores pidieron por asistencia externa para dar combate al régimen de todos modos. En Yemen, el presidente Alí Abdullah Saleh aparentemente permitió a grupos afiliados a Al-Qaeda tomar posesión de una fábrica de municiones, la que fue rápidamente explotada, en un intento de sugerir que si él se va, los fundamentalistas ingresarán. Après moi le déluge, lo mismo que enunció Hosni Mubarak al presentarse como el único líder posible para Egipto… por treinta años. Y en Irán, único bastión chiíta no árabe de la región, los ayatollahs ya no saben que hacer retóricamente para justificar su apoyo a los rebeldes árabes que desafían a sus enemigos sunitas históricos y simultáneamente reprimir manifestaciones democráticas en su propia nación, sin caer en contradicciones insalvables.

Se ha dicho de las guerras que se sabe siempre como comienzan pero nunca como terminan. Una definición en la que caben perfectamente los acontecimientos actuales del Medio Oriente. No obstante la incertidumbre del destino de esta realidad, la determinación colectiva de los árabes de comenzar a mirar dentro de sus sociedades y dejar de obsesionarse con los sospechosos usuales externos es un desarrollo tan inesperado políticamente, como necesario culturalmente.

Roma y Jerusalem - Reseñas

Revista Arcadia (Colombia) – 13/04/11

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Mauricio Sáenz reseña «Roma y Jerusalem. La política vaticana hacia el estado judío» de Julián Schvindlerman

Poco antes de morir, en 1904, Theodor Herzl fue recibido en el Vaticano por el papa Pío X. El fundador del sionismo moderno buscaba que la Iglesia Católica aprobara, o al menos no se opusiera, a su proyecto de establecer la patria de los hebreos. Pero tras los 25 minutos que duró la conversación, el visitante salió con las manos vacías. “Como titular de la Iglesia no puedo decirle otra cosa diferente: los judíos no han reconocido a nuestro Señor, por consiguiente no podemos nosotros reconocer al pueblo judío”, sentenció el Papa. Le daba una respuesta teológica a una propuesta política, y cerraba así cualquier posibilidad de acuerdo.

El movimiento sionista, nacido siete años antes, en la Conferencia Judía Mundial de Basilea, aún tardaría 44 años en conseguir su objetivo. Lo hizo a pesar de la oposición de muchos, tanto judíos como gentiles, y entre estos últimos estuvo desde el principio la jerarquía católica. Solo después del Concilio Vaticano II, de la mano de Juan XXIII, la Iglesia comenzó a aceptar a regañadientes la existencia del Estado judío, si bien con las dudas y las contradicciones que hoy no han desaparecido por completo.

El tema de Roma y Jerusalem, escrito por el columnista y analista político argentino Julián Schvindlerman, se remonta a los orígenes del cristianismo, en la tarde en la que Jesús fue sometido al tormento de la cruz. La nueva fe siempre vio en el rechazo de los judíos a aceptarla una amenaza a su legitimidad de religión verdadera. Si la llegada del Mesías era negada por su propio pueblo, entonces este debería ser desacreditado, por decir lo menos. A partir del siglo II la Iglesia, mediante la teoría del desplazamiento y la prédica de la dispersión, (el mito de la diáspora del año 70 d.C.) pasaba a ser el verus Israel, la verdadera Israel, en reemplazo del caduco judaísmo, cuyos integrantes, al fin y al cabo, habían “asesinado” al Mesías.

De ahí en adelante, la Iglesia persiguió por siglos a los judíos, con altibajos solamente en cuanto a la intensidad. Cuando Pío X recibió a Herzl, las épocas de las torturas y la persecución habían quedado atrás, pero todavía la prensa vaticana publicaba noticias sobre supuestas prácticas criminales de los hebreos. Y la Iglesia, una institución ultraconservadora, atravesaba una dura crisis. Había perdido los Estados Vaticanos con la unificación de Italia y, por lo tanto, veía con horror los movimientos nacionalistas, liberales, secularistas y modernistas, en el contexto de los cuales surgió la idea de Herzl y sus seguidores. De ahí que la creación de Israel estaba destinada a irritar al Vaticano, así su dirigente insistiera en que su causa era política y no religiosa. No solo por la terrenal razón de que la tierra santa quedara en manos de no creyentes, sino por posibilidad de que fuera reconocida como la Tierra Prometida, lo que negaba el reclamo de la Iglesia de ser el nuevo Pueblo Elegido.

En el recuento que hace Schvindlerman hay aspectos sorprendentes, como la hipótesis de que en los primeros años del siglo XX la Iglesia habría aspirado a establecerse en Palestina para recomponer su poder material perdido ante las tropas de Garibaldi. También toca los temas contenciosos, como el silencio de Pío XII ante el Holocausto, el papel del Vaticano en la fuga de jerarcas nazis, y la canonización de una monja judía conversa, víctima de los campos de concentración, en el contexto de lo que considera esfuerzos de la Iglesia por “cristianizar” ese infausto capítulo.

Se trata, en fin, de un texto apasionante y revelador, impecablemente documentado, del mayor desafío que ha tenido que enfrentar la Iglesia Católica en su historia: el nacimiento del Estado de Israel. Irónicamente, puesta ante la realidad de que este era irreversible, el Vaticano lo reconoció de iure, por fin, solo en 1993, pero con el argumento contrario al que esgrimió Pío X en su reunión de 1904: como un hecho político y no como el regreso bíblico a la Tierra Prometida.

Varios

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Por Julián Schvindlerman

  

La Iglesia Católica y los judíos – 04/11

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Artículo publicado en Coloquio – Publicación del Congreso Judío Latinoamericano

Desde San Pedro Apóstol, el primer Papa (siglo I), hasta Benedicto XVI, el actual (siglo XXI), ha habido 263 Papas. Los primeros y semi-legendarios Papas, San Pedro y sus sucesores inmediatos, fueron judíos. A pesar de ello, no mucho se sabe de la relación de éstos con los judíos. El primer Papa del que se tiene conocimiento que ha entablado contacto directo con judíos fue Silvestre I en el siglo IV, quién discutió temas religiosos con ellos. Leo I escribió sermones polémicos anti-judíos en el siglo V. El siguiente Papa del que se sabe se ha vinculado con judíos fue Gelasio I a finales del mismo siglo. Los Papas del medioevo en adelante adoptaron una actitud en teoría ambivalente hacia los judíos, aunque su comportamiento para con éstos en la práctica ha sido mayormente negativo. Ello se extendió durante la Era Moderna en la que el Papado batallaba contra las nuevas corrientes del laicismo y el nacionalismo. Los judíos, siendo uno de los grupos humanos más beneficiados por el liberalismo y el modernismo, fueron objeto de la ira papal. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia tuvo por líder a Pío XII, cuya conducta hacia el pueblo judío en esos años oscuros aún suscita polémica entre apologistas y detractores.

En las décadas posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial el Vaticano inauguró una novedosa aproximación hacia el pueblo judío y su historia. Así, las últimas casi cinco décadas fueron testigos de eventos sensacionalmente positivos en las relaciones interreligiosas. Puede postularse que en este último medio siglo el Papado ha hecho a favor de armoniosas relaciones con los judíos lo que en los previos casi dos mil años no solamente no había efectuado, sino que había hecho lo contrario. La realización del Concilio Vaticano II entre 1962-1965, la plegaria que Juan XXIII compuso en 1963 en la que los católicos pedían perdón por haber maldecido injustamente el nombre de los judíos, las bendiciones efectuadas espontáneamente por este mismo Papa una mañana de Shabat a los judíos romanos al verlos salir de la sinagoga, las visitas de Juan Pablo II al campo de concentración y exterminio Auscwitz-Birkenau en 1979, a la sinagoga de Roma en 1986, al Museo del Holocausto y al Muro de los Lamentos durante su viaje a Israel en 2000, el entablado de relaciones diplomáticas con el estado judío en 1993, la publicación del primer documento oficial de la Iglesia Católica sobre la Shoá en 1998, el concierto efectuado en la Ciudad del Vaticano en conmemoración del Holocausto en 1994, los sendos pedidos de perdón en ocasión del Jubileo, las condenas del antisemitismo, la caracterización de los judíos como “hermanos mayores”, nuevas visitas de Benedicto XVI a sinagogas en Alemania en 2005, en Estados Unidos en 2008 e Italia en 2010, y los renovados bríos insuflados al diálogo interreligioso en general, han sido hitos de la política vaticana hacia el pueblo judío en la historia reciente.

La Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II iniciado por Juan XXIII ha marcado el punto de inflexión teológico más extraordinario en el dogma católico en lo relativo a los judíos en la historia. Tiene una extensión de cuatro páginas y tomó cuatro años redactarla. La acusación del deicidio fue abordada de la siguiente manera:

“Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en Su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy”.

Comúnmente, esta afirmación ha sido interpretada como una absolución católica de la participación judía en la muerte de Jesús, pero en rigor, ella no afirma tal cosa. Lo que sí afirma es que ni todos los judíos de la época ni los judíos de todas las siguientes generaciones debieron haber sido considerados culpables por aquellos judíos que, según la Iglesia Católica, “reclamaron la muerte de Cristo”. Aún cuando se trató de una limitación de la acusación y no de una exoneración, la declaración ha sido incuestionablemente revolucionaria. Años más tarde fueron publicados otros dos documentos importantes con el objeto de explicar e implementar Nostra Aetate: Las Guías y Sugerencias para Implementar la Declaración Conciliar en 1974, y las Notas sobre el Modo Correcto de Presentar a los Judíos y al Judaísmo en la Prédica y Catequesis en la Iglesia Católica Romana en 1985. En esta última se sostiene que “Pecadores cristianos son más culpables por la muerte de Cristo que aquellos pocos judíos que la provocaron”, lo que confirma lo más arriba observado.

El antisemitismo pasó a ser condenado por el Vaticano con una fuerza y reiteración impensadas apenas pocos años antes. Nostra Aetate repudió “los odios, persecuciones y manifestaciones de anti-semitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”. El reporte Iglesia y Racismo de 1988 definió al antisemitismo como “la forma más trágica que la ideología racista ha asumido en nuestro siglo”. En 1990, el cardenal Edward Cassidy, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos llamó al antisemitismo “un pecado contra Dios y la humanidad”. En el Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede e Israel de 1993 también fue incluido lo siguiente: “La Santa Sede toma esta ocasión para reiterar su condena del odio, la persecución y todas otras manifestaciones de antisemitismo”. Durante la primera visita de un Papa a una sinagoga desde San Pedro, en Roma en 1986, Juan Pablo II se refirió a los judíos como “nuestros hermanos mayores”, condenó la persecución de éstos, invocó “nuestra común herencia”, alabó el “amor fraternal”, y le agradeció a Dios por la “hermandad redescubierta” y por “el nuevo y más profundo entendimiento entre nosotros aquí en Roma”. Además, entregó en obsequio un ejemplar de una Torá del Museo Vaticano. En sus palabras de bienvenida, el rabino Elio Toaff aseguró que “Este gesto está destinado a ser recordado a lo largo de la historia”. En una recepción posterior a la visita se reunió con líderes judíos, entre ellos con Settima Spizzichino, la única mujer judía sobreviviente de la deportación de la judería romana de 1943.

En 1994, Juan Pablo II ofició de anfitrión para un concierto en la Ciudad del Vaticano en conmemoración del Iom Hashoá (Día del Holocausto). Por primera vez, el Gran Rabino de Italia Elio Toaff fue recibido como invitado de honor en una ceremonia vaticana. En un gesto diseñado para remarcar la igualdad entre ambas religiones, él y el Papa fueron sentados en tronos idénticos al lado del presidente italiano Oscar Luigi Scalfaro. El actor judeo-norteamericano Richard Dreyfuss rezó un Kaddish (plegaria hebrea en recordación de los difuntos) y la Orquesta Filarmónica Real de Londres tocó el Kol Nidré (plegaria rezada en el Día del Perdón judío). El organizador del concierto fue el conductor de orquesta judío Gilbert Levine, amigo del Papa desde los tiempos de ambos en Polonia. Ante cinco mil personas invitadas, sobrevivientes de la Shoá encendieron las velas del candelabro hebreo conocido como Menorá. Aquél es un símbolo de singular significado para los judíos y tiene resonancia especial con la historia antigua de Roma. Luego de la destrucción de Jerusalem, el candelabro original del Segundo Templo fue tomado por los conquistadores romanos y la imagen de ese momento quedó grabada en un arco triunfal construido por el emperador Tito en Roma. La actitud de Juan Pablo II de permitir la realización de un acto tan plagado de motivos y significado judíos al lado de la Basílica de San Pedro fue indudablemente un noble gesto de acercamiento entre las religiones.

Luego del fallecimiento de Juan Pablo II, el nuevo Papa dio señales de continuar la línea trazada por su antecesor al efectuar tres visitas en pocos años a tres sinagogas. La primera visita de Benedicto XVI a una sinagoga, en Colonia en 2005, fue simbólica en varios aspectos. Ésta había sido destruida durante la Kristallnacht en 1938 y fue reconstruida en 1959, esa fue la segunda visita de un Papa a un templo judío, y en particular se trataba de un pontífice que se había unido involuntariamente a la Juventud Hitleriana durante la guerra. En ocasión de su visita a la sinagoga de Nueva York en 2008, Benedicto XVI saludó a los presentes con un “Shalom” (tradicional salutación en Hebreo) y recordó que Jesús “rezó en un lugar como éste”. Al visitar la sinagoga de Roma en 2010, el Papa pidió que se sanen las heridas del antisemitismo y recordó a los judíos italianos deportados durante la guerra.

Estas instancias de acercamiento entre ambas religiones dan cuenta de la calidez con la que la vinculación, por momentos, se ha dado. Sin embargo, las desavenencias en la relación judeo-católica continuaron presentes a lo largo de los años y han tenido momentos de tensión particularmente aguda.

Así, en 1979 el Papa visitó Auschwitz, un acto verdaderamente trascendental. En su discurso, no obstante, omitió mencionar por nombre a los judíos allí exterminados. En 1985 el Vaticano emitió las Notas que explicaban como presentar a los judíos y al judaísmo a la luz de Nostra Aetate. Sin embargo, al año siguiente, Juan Pablo II se refirió a la responsabilidad judía en la muerte de Jesús en tres homilías cuaresmales. El mismo año, el Sumo Pontífice realizó una visita histórica a la sinagoga de Roma. En 1987 beatificó a Edith Stein, una judía conversa al catolicismo muerta en Auschwitz. En 1994, por primera vez el Papa ofició una ceremonia conmemorativa del Holocausto en el propio Vaticano. Unos meses más tarde, distinguió como Caballero Papal a Kurt Waldheim, un prominente diplomático internacional con un pasado nazi a cuestas. Durante su pontificado, Juan Pablo II hizo más que ningún otro pontífice en la historia papal para entablar puentes de diálogo con el pueblo judío, a punto tal que un conocido rabino lo definió como “el Papa de los judíos”. Aún así, cuando en 2004 se estrenó la película La Pasión, dirigida por Mel Gibson, la que presentaba a los judíos como responsables por la crucifixión de Jesús, se atribuyó al Papa haber dicho, después de ver el film en el Vaticano, “Es tal como fue”. A finales del mismo año, Juan Pablo II beatificó a Ann-Catherine Emmerich, cuyas visiones habían sido usadas como base para la película; lo que fue interpretado como una validación del mensaje del film.

Benedicto XVI visitó sinagogas en las que dijo cosas agradables a los oídos judíos, pero a mediados de 2007 emitió un Motu Proprio en el cuál validó el uso del Rito Tridentino del Viernes Santo de 1962, titulado Pro Conversione Iudaeorum (“Por la Conversión de los Judíos”). Al igual que su predecesor, fue a Auschwitz, en el 2006, pero evitó caracterizar a la Shoá explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Al poco tiempo de asumir, Benedicto XVI invitó al Rabino Principal de Roma a “continuar el diálogo y reforzar la cooperación con los hijos e hijas del pueblo de Israel”, pero -en vísperas del Día Internacional del Holocausto, en enero de 2009- el Papa levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos ultra-tradicionalistas opositores a las reformas del Concilio Vaticano II; entre ellos la del obispo británico Richard Williamson, negador del Holocausto y simpatizante de los Protocolos de los Sabios de Sión. Y así sucesivamente.

La tendencia del diálogo interreligioso es claramente auspiciosa, aún cuando se vea regularmente afectada por retrocesos amargos. El peso de dos mil años de historia compartida -no siempre amena, por decir lo mínimo- se hace sentir continuamente. Algunos desarrollos demandan nuestros aplausos, otros requieren ser aclarados por el bien del mismo diálogo. La aceptación de las diferencias insalvables, que las hay, es tan necesaria como el reconocimiento de los avances extraordinarios, prácticamente inéditos en dos mil años de interrelación. Católicos y judíos comienzan a transitar un nuevo siglo, y un nuevo milenio, con la certeza de próximos desafíos y con la esperanza de una relación armónica sustentada en los valores comunes de una tradición que constituye la piedra basal de la civilización occidental.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

El Vaticano y el Sionismo – 04/11

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Revista de Amigos de la Universidad de Tel Aviv en Argentina

El Vaticano del siglo XIX era enemigo del nacionalismo y de los judíos. Así, no es sorprendente que Roma se opusiera al nacionalismo judío; la combinación de ambos. Para cuando surge el sionismo político en la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia Católica se encontraba en una verdadera lucha por su propia supervivencia. La Revolución francesa de 1789 había dado lugar a movimientos liberales, anticlericales, socialistas, republicanos y nacionalistas que sacudirían al continente durante todo el siglo siguiente. Hubo fuertes estallidos revolucionarios en 1820, 1831, 1848 y 1870. Una contienda gigantesca estaba en curso entre el orden católico de Europa central y los ideales gestados en el París de 1789. La península italiana fue sacudida por las tendencias modernistas de los nacionalismos que fueron minando la influencia social, política y legal de la Iglesia Católica. El poder temporal del Papa, es decir, su soberanía territorial sobre los estados papales del centro y norte de Italia, fue severamente dañado. A finales de 1860, el año del nacimiento de Theodor Herzl, al Papa le quedaba en su poder sólo un tercio de sus estados.

Los judíos se encontraron en el medio de esta fiera lucha que el Vaticano libraba contra la modernidad. Por surgir (inevitablemente) en el contexto de emergentes nacionalismos y en una atmósfera de creciente secularismo, liberalismo, y modernismo, y por beneficiarse de todas esas mismas corrientes cuestionadoras del orden clerical establecido, el sionismo estaba destinado a irritar al Papado.

El periódico Civiltà Cattolica, fundando con apoyo del Papa Pío IX, brindó una de las primeras reacciones al nacionalismo judío. Unos meses antes de la realización del Primer Congreso Sionista en 1897, invocó la teoría del desplazamiento y la prédica de la dispersión para sustentar su repudio a las aspiraciones nacionales de los judíos. “En cuanto a una Jerusalem reconstruida, que podría convertirse en el centro de un estado de Israel reconstituido, debemos agregar que esto es contrario a la predicción del propio Cristo”, aseguró el periódico. De manera similar, durante la primera audiencia dada por un Pontífice a un líder sionista unos años después, en 1904, Pío X apeló a la doctrina católica para lidiar con la propuesta liberadora de los judíos. El Papa dio una respuesta teológica a un planteo político, cerrando así toda posibilidad de acuerdo. Los judíos no habían reconocido a Jesucristo, indicó el Papa a Herzl, ergo la Iglesia no podía reconocer a los judíos. En las palabras del Sumo Pontífice: “Los judíos no han reconocido a nuestro Señor, por consiguiente no podemos nosotros reconocer al pueblo judío.”

El Papado también se opuso al sionismo por razones extras a las dogmáticas. Veía a los sionistas ya sea como bolcheviques anti-religiosos ya sea como complotadores desalmados. Ello quedó expresado en las páginas de L´Osservatore romano, el órgano oficial vaticano, que en 1922 convocó a la cristiandad a unirse “en contra del bolchevismo judío en Palestina”, y que el año previo había denunciado a los judíos por su supuesta “hostilidad hacia el cristianismo, guiada por el odio racial y por la sed de dominación”. El Vaticano, además, miraba con preocupación el secularismo de los sionistas y temía que su modo de vida resultara en la profanación de la Tierra Santa. Tenía aprehensiones respecto de su modernismo y liberalismo, y tenía un fuerte temor derivado de la incertidumbre de un posible gobierno hebreo sobre los sitios sagrados de los cristianos, lo que quedó encapsulado en esta aseveración del Monseñor Luigi Barlassina, Patriarca Latino de Jerusalem: “Que Palestina sea internacionalizada antes que algún día ser la sirviente del Sionismo”. 

Con la consolidación del sionismo y su creciente aceptación internacional por  parte de las grandes potencias, la Santa Sede centró su preocupación en el destino de los lugares santos y en la presencia cristiana en la Tierra Santa. El Vaticano vio desfavorablemente a la Declaración Balfour y a la creación del Mandato Británico sobre Palestina y desarrolló esfuerzos diplomáticos contrarios a los intereses de los sionistas.

El Papado mantuvo su rechazo al nacionalismo judío aún durante la Segunda Guerra Mundial. Con el trasfondo del genocidio de los judíos europeos en curso y con los países del mundo libre renuentes a recibir refugiados judíos, oficiales de alto rango de la Santa Sede se manifestaron contrarios a la idea de crear en Palestina un estado judío. Así, el secretario de estado, cardenal Luigi Maglione, aseveró que “los sentimientos religiosos de los católicos serían heridos y ellos con justicia sentirían por sus derechos si Palestina perteneciera exclusivamente a los judíos”. Monseñor Doménico Tardini, asesor papal, subrayó que “la Santa Sede nunca ha aprobado el proyecto de hacer de Palestina un hogar judío”. Por su parte, Monseñor Thomas McMahon, secretario nacional de la Asociación de Beneficencia Americana Católica para el Medio Oriente (CNEWA en inglés), institución creada por decisión papal, afirmó que los judíos intentarían “expulsar a Jesús de Palestina”. Estas declaraciones fueron hechas entre 1943 y 1944, cuando el Papado tenía pleno conocimiento de la existencia del Holocausto.

El proyecto sionista materializó exitosamente su sueño de fundar una república hebrea en la Tierra de Israel, en 1948. La política antisionista de Roma había sido derrotada.

Caretas (Peru)

Caretas (Peru)

Por Julián Schvindlerman

  

Libia: Rebeldes sin pausa – 31/03/11

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Entrevista con Julián Schvindlerman

Internacional: La OTAN asume liderazgo de bombardeo aliado y los insurgentes ganan posiciones contra tiranía de Gadafi. Para analista judío Julián Schvindlerman, siendo la democracia aún remota, el Medio Oriente ya cambió de faz.

El analista argentino Julián Schvindlerman posee una maestría en la Universidad Hebrea de Jerusalem . Es autor de los libros “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” y “Tierras por Paz, Tierras por Guerra”. Su conocimiento del Medio Oriente y su relación con Israel le otorgan una perspectiva particular frente al conflicto que incendia Libia y toda la región.

–¿Cuál es el escenario que se abre en Libia?
–Lo fundamental es que no es una imposición de Occidente sino una asistencia a una revuelta netamente doméstica y popular. No parece haber una ideología motivadora, líderes identificables ni organizaciones que comanden la situación. Ni siquiera hay eslóganes antioccidentales, antijudíos o antiamericanos. Es una revuelta pro democrática e incluso la propia liga árabe pide asistencia para ayudar a los libios. Lo que estamos viendo no tiene precedentes.

–¿Qué riesgo hay de radicalismo y caos tribal?
–Libia tiene una oposición importante. Están las tradicionales disputas tribales en el país y una amenaza un poco distante de Al Qaeda. En una era pos Gadafi puede ser que estos elementos estén presentes. Los líderes opositores y los disidentes del gobierno, que son la élite política militar del país, tendrían que tomar las riendas del asunto. Con participación ciudadana, pero seguro que más acotada que en Egipto.

–¿Se puede llegar a una especie de democratización?
–Es lo deseable. Pero Medio Oriente no tiene una tradición consolidada en ese sentido, no tiene la menor experiencia de lo que es una vida democrática verdadera. Más allá de las elecciones tiene que haber libertad de prensa, de reunión, y esto no existe. Supongo que va a haber una especie de transición relativamente prolongada a una especie de democracia limitada que funcione en términos locales.

–¿Cómo observa Israel la situación?
–Con preocupación y con la esperanza de que nada empeore. Sabe que su situación en Medio Oriente siempre fue muy precaria. Comprende que la pérdida de un aliado como Mubarak en Egipto es un riesgo importante porque entra en juego el tratado de paz entre ambos países, que en realidad es un pilar de la seguridad regional. Esto tiene implicancias económicas, políticas y militares muy serias. Egipto ya autorizó a barcos militares de Irán a cruzar el Canal de Suez. Por otra parte, veo una oportunidad en el hecho de que algunos gobiernos autocráticos que incitaban permanentemente al antisemitismo en sus medios oficiales quizás no van a seguir haciéndolo. Porque lo crucial es que el mundo árabe va a comenzar a mirar mucho para adentro y esto era sociológicamente necesario. Era una sociedad obsesionada con Israel, el imperio americano, Europa y los cruzados. Ahora se preguntan: ¿qué vida queremos llevar?

–¿Qué ocurre en Bahrein?
–Es un país que tiene 70% de mayoría chiíta pero está gobernado por una minoría sunita. Arabia Saudita y otros países del golfo ya enviaron tropas para reprimir a los manifestantes en asistencia al gobierno. Es un aliado de Estados Unidos, con lo cual lo veo como el país más delicado y estratégico.

–¿Y qué tan grave es la situación en Arabia Saudita?
–Está controlada por el momento. Pero no sabemos el alcance del efecto contagio. No hay que olvidarse tampoco de la influencia iraní, que está tratando de capitalizar el descontento a favor de la desestabilización regional.

–¿Es la amenaza del extremismo islámico?
Irán es un régimen extremista religioso. Es el único país chiíta de toda la órbita árabe [JS: Irán no es árabe, error de trascripción] que es mayoritariamente sunita, por eso tiene una aspiración pan islámica, no pan arabista, de tratar de expandir su ideología. De ahí su presencia en el Líbano y Gaza, y ahora en Bahrein. Uno de los riesgos es que no se sabe como el Islam radical va a capitalizar este escenario. A diferencia de otros analistas, yo tengo más confianza de que esta revuelta pro libertades no sea aprovechada por las fuerzas oscurantistas del Islam radical. Pero es un riesgo.

–¿Estados Unidos se demoró mucho en entrar?
Sí. Pero esto tiene que ver con que esta vez eligió no liderar, a diferencia de Bush. Obama tiene una actitud mucho más colaboracionista con todo el mundo. Incluso para supeditar, por más insólito que suene esto, intereses estratégicos de EEUU a la aprobación mundial, particularmente Naciones Unidas.

–Lo peor es que Occidente le volvió a abrir las puertas a Gadafi.
–En el 2003, después de la invasión norteamericana a Irak, Gadafi toma la iniciativa de blanquear su programa de armamento no convencional y fue bien recibido en Occidente después de pagar cuantiosas sanciones en compensación por el atentado de Lockerbie (de 1988, donde un avión explotó en los aires y murieron 270 personas. Los sindicados fueron terroristas libios). Fue bien recibido por Occidente y puso su carpa beduina en París. Gran Bretaña, que ahora es uno de los líderes del operativo, fue la que presionó a Irlanda para que liberen al único terrorista convicto por Lockerbie. El propio Berlusconi, que tenía estrecha colaboración, abogó por un acuerdo de cooperación mutua.

–¿Gadafi se vendió como una contención al radicalismo islámico?
–Exactamente. Y también de la migración ilegal hacia Europa. Más allá de que hubo una prevalecencia de la real politik, esta intervención era necesaria y Gadafi no puede quedarse en el poder. Si no vamos a tener a un líder terriblemente represor, sanguinario, resentido, con una personalidad extravagante. Sin lugar a dudas volvería a las viejas usanzas de promoción del terrorismo y desestabilización regional, pues hasta la liga árabe lo dejó solo. Y lo dijo su ex embajador en la ONU: Gadafi está loco.

(Entrevistó Enrique Chávez)

Comunidades, Comunidades - 2011

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Lebanon – 30/03/11

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En Lebanon hallamos, al fin, una película bélica israelí que no es anti-israelí. Acostumbrados a una comunidad cinematográfica local ultra crítica de su país, regularmente masoquista, siempre inclinada a ventilar públicamente sus fobias, complejos y traumas psicológicos -como si el cine fuese una gran sesión de terapia y la audiencia internacional un suerte de Freud global- no podemos sino ver en el film de Samuel Maoz una saludable ruptura con esa tendencia tan frecuente como nociva.

El sólo hecho de no caer en el adoctrinamiento kitsch usual y en los lugares comunes más básicos del cine israelí, hace de Lebanon meritoria en sí misma. Pero el film es mucho más que eso y, aunque es autobiográfica y retrata la experiencia personal del director durante la guerra de 1982, se erige como una clase de historia didáctica, sumamente educativa e informativa. Por sobre todo, es una película sobria; cruenta en su realismo visual y narrativo, acertada en los rubros técnicos, y balanceada en su visión política. Sus escenas muestran verdades obvias para muchos israelíes y judíos (a menos que uno milite en Shalom Ajshav o Betselem) pero no así para un público general alimentado cotidianamente con dosis de desinformación e incluso demonización anti-israelí. A saber: los soldados israelíes no son sádicos belicistas, ni violadores de mujeres, ni asesinos de niños, ni abusadores de prisioneros.

A diferencia del animado “documental alucinatorio” (según lo caracterizó oportunamente el crítico del New York Times, A. O. Scott) de Ari Folman, Waltz con Bashir, que compara de modo aberrante a los soldados israelíes con los nazis, el Lebanon de Samuel Maoz elude, dentro de lo permisible en el cine bélico israelí, los juicios políticos para centrarse más en el aspecto vivencial y descarnado de la guerra. Tiene trazos comunes con la película de Folman en la dimensión autobiográfica, en la pintura dramática de los personajes, en la gráfica cruda de la contienda, y en la atmósfera agobiante que satura al largometraje: en Waltz con Bashir era oscura y deprimente, en Lebanon es claustrofóbica y tensionante. Salvo la imagen de apertura y de cierre de la película (que es la misma: un campo de girasoles abatidos en pleno día soleado), toda la trama transcurre dentro del tanque que habitan los cuatro soldados. Por supuesto que hay una narrativa mayor que es la de la incursión israelí en El Líbano en 1982, pero sólo accedemos a ella a través del lente de la mira desde el interior del tanque. Esto constituye sin dudas uno de los mayores logros del director.

Que el retrato es humano más que político, podemos apreciarlo en la completa desorientación espacial de los jóvenes soldados, verdaderos anti-héroes que se hallan en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es decir, son conscriptos de un ejército en confrontación con terroristas asentados en un país vecino. Los soldados parecen no tener una idea clara de los hechos, a tal punto que cuando se topan con un falangista, uno de ellos pregunta “¿Qué es un falangista?” y deben explicarle que es un árabe cristiano aliado. Cuando es ingresado al interior del tanque un guerrillero sirio capturado, otro soldado, azorado, acota, “pensé que en El Líbano hallaríamos libaneses, no sirios”. La ansiedad de los soldados por volver a casa, su limitada aptitud para manejar el tanque o disparar contra combatientes enemigos, la debilidad de liderazgo palpable en el comandante a cargo y la insubordinación interna que ella despierta, remiten a la descripción del comando israelí efectuada por Steven Spielberg en Munich a propósito de los cuestionamientos morales y torpeza profesional que aquejaban a sus miembros mientras daban caza en Europa a los terroristas del grupo Septiembre Negro; sólo que en Lebanon la situación es verdadera. Munich era presentada como “basada en hechos reales” pero, en rigor, estaba basada en la imaginación de su guionista, tal como aptamente señaló un crítico al momento de su estreno.

Otro punto de encuentro con Munich es alegórico. El film de Spielberg cerraba con una toma de las Torres Gemelas con un sugestivo subtexto de que la lucha contra el terrorismo es absurda y contraproducente. Maoz muestra imágenes del Big Ben, la Torre Eiffel y las Twin Towers que la mira del tanque capta en los pósters colgados dentro de una abandonada agencia de viajes libanesa a la que acaba de ingresar, destruyendo. El propósito aquí, sin embargo, parece ser menos aleccionador ideológicamente, limitándose a ilustrar la dimensión irreal de toda la situación.

El film de Samuel Maoz es ciertamente anti-belicista, pero sabiamente se abstiene de adoptar un tono político pedante y brinda en su lugar una experiencia intensa, cautivante y fielmente descriptiva del papel humano en el horror de la contienda. Chapeau a Lebanon, entonces, por evitar el cliché instructivo y legar a la cinematografía israelí un modo de hacer cine más realista, menos moralista y a la vez, entretenido.