Comunidades, Comunidades - 2008

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Waltz con Bashir – 03/09/08

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Destacada», aseveró The Guardian. «Una obra impresionante», indicó Haaretz. «Peculiarmente potente», opinó Variety. La película israelí Waltz con Bashir fue tan bien recibida en la última edición del Festival de Cannes, que para el corresponsal del Washington Post «la única gran sorpresa fue…que no fue premiada». Al tratarse de un documental animado, las comparaciones con Persepolis -de la franco-iraní Marjarne Satrapi- y con A Scanner Darkly -del estadounidense Richard Linklater- han sido inevitables. Pero en rigor, la película del telavivense Ari Folman carece de la originalidad y la destreza estética del film de Linklater y del sentido de la proporción y el buen gusto del de Satrapi. Mas allá del acierto en sus rubros técnicos, intelectualmente hablando, no se trata más que de otra película israelí anti-israelí que ha despertado la usual aprobación de una crítica internacional ideológicamente domesticada.

La película narra la historia del director en su agonizante búsqueda de la verdad a propósito de su accionar durante la Guerra del Líbano de 1982. Él fue testigo de la masacre de Sabra y Shatila, y desde entonces ha reprimido las imágenes brutales que unos veinte años mas tarde comenzaron a aflorar. Emprende así un periplo psicológico que lo llevará a entrevistar a ex compañeros y comandantes del ejército con la esperanza de dilucidar qué es lo que realmente allí sucedió. El viaje pronto se transformará en un ensayo acerca de la historia y de la construcción de la memoria, de la imaginación y de la realidad, y de la responsabilidad colectiva e individual. Como hijo de sobrevivientes del Holocausto, y como ex combatiente de las guerras de Israel, Folman indudablemente carga con un pasado pesado.

Nada de lo cual lo exime de ser juzgado con la misma severidad con la que él juzga al estado judío para el aparente deleite de la crítica mundial. Para comenzar, Folman no emerge como un hombre solamente traumado por su pasado, sino como alguien seriamente trastornado por el mismo. A un cuarto de siglo de los hechos, él parece obsesionado con los acontecimientos de 1982; obsesión que lo lleva a la demonización de su propia nación: en el film, expresamente se compara a los israelíes con los nazis y a los palestinos con los judíos durante la Shoá. Puntualmente, un niño palestino es dibujado surgiendo de la matanza con sus brazos en alto en idéntica posición que la de aquel niño judío en el ghetto que simbolizó -con su rostro atemorizado y sus brazos en alto ante soldados nazis- toda la insensatez y el horror del Holocausto. Por si el punto no hubiere quedado claro, un famoso periodista israelí entrevistado en la película, afirma muy claramente ello. Al hacer esto, Folman no ha sido meramente irresponsable sino decididamente incoherente, en tanto que él mismo retrata en el film a los falangistas cristianos como los perpetradores de las matanzas, y a los israelíes como testigos; desconcertados primero y pasivos después. En el peor de los casos (y sin entrar a debatir la verdad histórica), un papel ni remotamente plausible de ser caracterizado como «nazi».

Ante esta aberración moral, el resto del contenido del film resultará anecdótico. Menudo favor les ha hecho a todos aquellos activamente involucrados en educar a la opinión pública a propósito de la historia judía e israelí. En una coyuntura política tan repleta de comparaciones odiosas de los israelíes con los nazis, en casi toda la prensa del Medio Oriente e incluso en destacados periódicos en Occidente, esta aseveración por parte de un cineasta israelí inevitablemente será explotada políticamente por los enemigos de Israel. Y aún entre aquellos bien intencionados pero desinformados observadores, esta comparación no podrá menos que sembrar confusión. Así, apenas sorprende que una crítica haya ubicado a Waltz con Bashir junto a películas como Ararat (sobre la masacre de armenios de 1915), The Killing Fields (sobre los campos de la muerte en Camboya), Apocalypse Now (sobre la Guerra de Vietnam), Moolaade (sobre la mutilación genital femenina en Burkina Faso), The Devil Came on Horseback (sobre el genocidio de Darfur), y La Lista de Schindler entre otras.

El cine israelí tiene una larga tradición auto-flagelante. Películas como Paratropas (1977) de Judd Neeman, Avanti Popolo (1986) de Rafi Bokai, o La Vida Según Agfa (1992) de Asi Dayan, por citar algunas, han realizado su aporte distintivo a la denostación moral de Israel.

Waltz con Bashir merecerá un lugar especial en esta aventura autodestructiva de lo que comúnmente se conoce como séptimo arte en el estado judío.