Comunidades, Comunidades - 2017

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Cuando Jalal Al-e Ahmad visitó Israel – 25/10/17

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Si este articulista afirmara que el ideólogo más prominente de la revolución Khomeinista visitó Israel, volvió a su país fascinado con el estado judío y volcó sus impresiones en un texto que hizo público, ¿alguien lo creería? Eso ocurrió en los años sesenta, época en la que el ayatolá Ruholá Khomeini estaba afirmando que Israel no desea que el Corán exista en este país». El turista en cuestión, Jalal Al-e Ahmad, fue el único escritor contemporáneo al que Khomeini alguna vez alabó. Su influencia en la revolución islámica que derrocó a Pahlevi fue tan poderosa que la República Islámica de Irán ha puesto su rostro en estampillas de la nación y ha bautizado un premio literario en su honor. Alcanzó fama sideral en su país natal con la publicación en 1962 de su obra cumbre, Gharbzadegi, usualmente traducida como Occidentosis o Westoxification. Básicamente era un tratado contra la influencia occidental en Irán, en el que postulaba que el Occidente era una toxina que estaba contaminando a los iraníes y el Islam era el antídoto esencial. En su búsqueda del «socialismo divino», como Bernard Avishai caracterizó en un ensayo en Foreign Affairs, Al-e Ahmad creyó que el islamismo iraní tenía algo que aprender del sionismo.

El viaje de Jalal Al-e Ahmad a la nación hebrea aconteció en febrero de 1963 y duró al menos siete días. Fue un invitado oficial del Estado de Israel. Recorrió Jerusalem, Tel-Aviv, Haifa, Akko y Nazareth, acompañado por su esposa, la literata Simin Daneshvar, autora de la primera novela escrita por una mujer en la Persia moderna y docente en la Universidad de Teherán, quien disertó en la Universidad Hebrea de Jerusalem y a quien le ofrecieron un encuentro con Golda Meir, pero declinó. Visitaron Yad Vashem, un kibutz en la Galilea, asistieron a la ópera de Tel-Aviv, se reunieron con escritores y poetas y participaron de una excavación arqueológica. Al año siguiente de su regreso a Irán, Al-e Ahmad publicó un artículo sobre esta visita, titulado «Viaje a la Tierra de Israel».

A diferencia de los árabes a su alrededor, que veían a Israel como una manifestación de la occidentalización del Oriente Medio, Al-e Ahmad consideraba al estado judío como un foco integrador del Este y el Oeste, una suerte de utopía oriental que se extendía desde Tokio hasta Tel-Aviv: «si uno mira con los ojos de un oriental como yo, desprovisto de fanatismo e hipérbole y resentimiento, preocupado por el futuro de un Oriente del cual un fin es Tel-Aviv y el otro Tokio, y sabiendo que este mismo Oriente es el germen de eventos futuros y la esperanza de un mundo cansado del Occidente y la Occidentosis; en los ojos de este oriental, Israel, con todas sus fallas y contradicciones encubiertas dentro suyo, es una base de poder, un primer paso, el heraldo de un futuro no muy lejano».

Se refirió a Israel con un término singular de la teología chií, velayet¸ una entidad política custodiada por Dios; comparó a David Ben-Gurión y Moshé Dayan con Enoc y Yoav («estos guardianes, cada cual con sus propias profecías o -al menos- visión clara, construyeron un estado-guardián en la tierra de Palestina y llamaron a ella a todos los Hijos de Israel»); y arrojó esta frase poderosa: «La presencia de Israel en el Oriente es un medio para retornar al Islam». Consideró al país judío como un aliado que, tal como Irán, padecía el acoso de los árabes: «Yo, que he sufrido en manos de estos árabes desarraigados, estoy feliz con la presencia de Israel en el Oriente».

Tal como nos informa el académico y traductor al inglés de Al-e Ahmad, Samuel Thrope, este intelectual iraní mostró interés por Israel y por los judíos tempranamente, dedicando tiempo a la lectura de la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, y redactando dos cuentos basándose en esas lecturas: «El tercer libro de los reyes» y «La epístola de Pablo el apóstol a los escritores». También leyó las transcripciones de los juicios de Núremberg mucho antes de su futuro viaje a Israel. Cuando lo hizo, recorrió el Museo del Holocausto de Israel, Yad Vashem, y se apenó por «los 6 millones de judíos que fueron masacrados en los crematorios de una Europa leprosa de fascismo».

Ciertamente, también hizo acotaciones infelices. Sión fue el resultado de la Shoá, una «indemnidad toscamente realizada por los pecados de los fascistas» dirá. Europa exterminó a los judíos, reconocerá, pero «yo, un oriental, estoy pagando el precio». Israel es descripta como «un milagro» aunque es a la vez «el puente seguro del capitalismo occidental» hacia la región. Postulará además que «Israel es la cortina que el cristianismo dibujó entre sí mismo y el mundo del islam para evitar que yo vea el peligro real». Y más allá de su tipificación de Israel como velayet, ponderará la existencia de Israel como «una tierra ni especialmente prometedora ni ´prometida´».

Aún así, el hecho de que «el gurú de los ayatolás» -como lo ha llamado Avishai-, el persa icónico Jalal Al-e Ahmad, haya apreciado a Israel y haya considerado al estado-nación de los judíos un modelo para el islam y para Irán, nada menos, califica como uno de los acontecimientos más peculiares de la historia de las ideas del Medio Oriente moderno.