Todas las entradas de: adminJS2021

El Telégrafo (Ecuador)

El Telégrafo (Ecuador)

Por Julián Schvindlerman

  

El desafío de Teherán – 20/04/10

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Ciertamente, la era del terror nuclear ya ha arribado como hecho posible. Inicialmente confinada a los libros de ciencia ficción, finalmente se ha instalado como una preocupación cierta en nuestra contemporaneidad. Las agrupaciones terroristas pueden hacerse de material nuclear de diversos modos, pero básicamente mediante el robo o la compra.

El avance del programa nuclear de Irán -objeto de condena de numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU- emerge en este contexto como la amenaza a la paz y a la seguridad global más acuciante del momento.

El presidente Ahmadinejad ha afirmado que su país posee sesenta mil centrifugadoras nuevas de tercera generación para enriquecer uranio; su máxima autoridad nuclear, Alí Akbar Salehi, anunció que Irán pasó de enriquecer uranio del 3.5% al 20%. Días atrás, en testimonio ante el congreso norteamericano, militares de alto rango aseguraron que Irán está a un año de producir suficiente uranio altamente enriquecido para fa bricar una bomba nuclear.

Evitar que el peligro real e inminente del terror nuclear se convierta en un hecho consumado necesariamente requiere que las aspiraciones nucleares de Teherán sean frustradas.

El País (Uruguay)

El País (Uruguay)

Por Julián Schvindlerman

  

Ojo con Vladimir, Donald

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Es todo un espectáculo ver al Partido Demócrata enojado con Vladimir Putin. Indignados por el aparente hackeo ruso de mails del jefe de campaña John Podesta, de la asesora Huma Abedin, de la propia candidata Hillary Clinton y de la convención partidaria meses atrás, los demócratas ahora claman “juego sucio” y sugieren que las elecciones nacionales que consagraron a Donald Trump presidente de los Estados Unidos de América, fueron fraudulentas.

“Ahora sabemos que la CIA ha determinado que la interferencia de Rusia en nuestras elecciones fue con el propósito de elegir a Donald Trump. Esto debería inquietar a cada estadounidense”, aseguró el señor Podesta.

Atrás quedó aquel 6 de marzo de 2009, cuando en Ginebra una sonriente secretaria de Estado Hillary Clinton presentó al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, un botón rojo con la palabra inglesa reset y la promesa de una nueva era en las relaciones de Washington con Moscú. Posteriormente, Vladimir Putin pudo invadir Ucrania y anexar Crimea, defender a Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, trabar una invasión norteamericana en Siria para luego lanzar la suya propia, y bombardear Alepo -hospitales y civiles incluidos- sin misericordia, sin que los demócratas hicieran demasiado al respecto. Pero que el Kremlin se meta en las elecciones presidenciales… bueno, eso les resulta intolerable. Y que Clinton haya perdido puede tener algo que ver con su fastidio.

El descubrimiento tardío de los demócratas de que Vladimir Putin no es de fiar es deprimente. No digo la cadena Fox News, ¿pero acaso no miraron CNN en estos últimos ocho años?

Simbólicamente, aquel encuentro del reseteo arrancó con cierta extrañeza. Tal como reportó oportunamente Simon Schuster en Time, debido a un error de ortografía cometido por algún traductor del Departamento de Estado, la palabra que decía reset en ruso estaba mal. Al notar eso, Lavrov tuvo que explicar que el botón realmente decía “sobrecarga”. Clinton bromeó al respecto, la ceremonia prosiguió y ambos dignatarios presionaron el botón de todos modos. “Así es como han salido las cosas”, acotaría tiempo después Dmitri Rogozin, el delegado de Rusia ante la OTAN. “Ellos presionaron el botón equivocado, y con el tiempo la relación se sobrecargó”.

Donald Trump heredará esta relación sobrecargada. El flamante presidente electo parece inclinado a resetear el reseteo de Barack Obama con Rusia. Quizás esta vez funcione, parece creer. Solo que no lo hará. No mientras Vladimir Putin se siga comportando como Vladimir Putin.

Bajo su gobierno, los políticos opositores, periodistas disidentes, empresarios competidores y aun dignatarios foráneos no dóciles, terminaron mal o muy mal. En 2004, Viktor Yushchenko, un referente de la oposición ucraniana que era hostil a Rusia, cayó enfermo mientras hacía campaña para la presidencia. Sobrevivió y ganó las elecciones, pero su cara quedó desfigurada por lo que resultó ser envenenamiento por dioxina. En 2006, Alexander Litvinenko, un exagente del servicio secreto ruso (FSB), asilado político en Gran Bretaña, fue mortalmente envenenado con polonio radioactivo. En 2005, el periodista de investigación Otto Latsis, crítico de Putin, había muerto después que un jeep chocó su auto.

Paul Khlebnikov -periodista y editor estadounidense de Forbes Rusia- fue asesinado a tiros de ametralladora fuera de su oficina en Moscú, en 2004. Era conocido por sus investigaciones sobre el turbio mundo de los negocios y la política rusa de los años noventa. Anna Politkovskaya, periodista que reportaba acerca de los abusos contra los derechos humanos en el Cáucaso Norte de Rusia, fue asesinada a la entrada de su edificio de apartamentos moscovita en 2006. Secuestrada en la capital chechena de Grozny en 2009, Natalya Estemirova, activista de derechos humanos, fue encontrada a un lado de la carretera con heridas de bala en la cabeza. La periodista del periódico opositor Novaya Gazeta, Anastasiya Baburova, y el abogado de derechos humanos Stanislav Markelov, fueron abatidos a plena luz del día al salir de una conferencia de prensa cerca del Kremlin.

El famoso campeón de ajedrez Garri Kasparov, acérrimo crítico de Putin, debió exiliarse en Estados Unidos. Otro enemigo del neo zar ruso, el multimillonario Mijaíl Jodorkovski, también se exilió en Suiza, tras pasar ocho años encarcelado en Siberia. El matemático, oligarca y opositor asilado en Inglaterra Boris Berezovsky, apareció muerto en el baño de su mansión con una soga alrededor del cuello, en 2013.

Nadie puede atribuir con seguridad todas estas muertes al líder ruso. Uno solo puede observar que muchos de quienes osaron cuestionarlo, investigarlo o desafiarlo han terminado exiliados, en la tumba o ambas cosas. Donald Trump ha minimizado esta racha de homicidios. Con típico descuido, dijo el año pasado en una entrevista que “nuestro país también mata mucho”. Acaba de designar como secretario de Estado a un empresario de alto nivel que fue condecorado por el Kremlin con la Orden de la Amistad. Trump ha criticado a Irán y ya ha empezado a fastidiar a China. Veremos qué tan exitosamente podrá irritar a los dos principales socios de Moscú y preservar buenos lazos con el presidente ruso. Con seguridad, a la larga él también comprobará que Vladimir Putin es irredimible.

El País (Uruguay)

El País (Uruguay)

Por Julián Schvindlerman

  

La victoria del Castrismo

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Yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad. –Fidel Castro, 15 de enero de 1959

Ahora que Cuba está à la mode -con los Rolling Stones por dar un concierto, la octava entrega de Fast and Furious por empezar su rodaje, Chanel por presentar su colección “Crucero”, los Tampa Bay Rays por jugar al béisbol, y Sting, Bruce Springstein y los Guns N´Roses planeando visitas-; ahora que los hermanos Castro están siendo mimados -por pontífices, políticos, diplomáticos, empresarios, periodistas, intelectuales-; ahora que el impulso de la ola ya es inevitable y el régimen totalitario más longevo del Hemisferio Occidental será validado a escala global; ahora, entonces, será un momento adecuado para recordar qué crimen indecible estamos perdonando. Si el mundo quiere perdonar, porque business is business, y Obama quiere creer, porque esa es la característica central de su política exterior, que así sea. Pero antes, recordemos.

Recordemos que dos años antes de que los rebeldes comunistas entraran a La Habana, en 1957 Fidel había dicho al New York Times: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera de abogado”. Y que en enero de 1959 proclamó: “Las ideas se defienden con razones. No con las armas. Soy un amante de la democracia”. Y que al día siguiente prometió “El día que el pueblo nos ponga mala cara, nada más nos ponga mala cara, nos vamos…”.

Recordemos que la revolución velozmente traicionó una a una sus proclamas democráticas y que adoptó una actitud vengativa contra los funcionarios y simpatizantes del tirano derrocado Fulgencio Batista, fusilando a cientos de ellos en pocos meses. Recordemos el grito del comandante pro-Batista Jesús Sosa Blanco, quien antes de ser ejecutado en un “juicio popular” en el Palacio de los Deportes, donde una multitud de 18.000 personas votó con sus pulgares hacia el suelo la condena del acusado, protestó alarmado: “¡Esto es digno de la Roma antigua!”.

Recordemos cuan pronto Fidel Castro cambió de idea respecto de los procesos electorales que había prometido convocar dentro de los dieciocho meses -“¡Elecciones! ¿Para qué?” fustigó durante un discurso en la capital cubana-, y qué tan rápido prohibió el derecho a huelga de los trabajadores -“El sindicato no es un órgano reivindicativo” indicó un partidario suyo-. Recordemos que por ley se reprimió el ausentismo laboral y se promulgó otra ley -denominada orwellianamente “peligrosidad pre-delictiva”- según la cual un ciudadano podía ser arrestado si las autoridades consideraban que representaba una amenaza potencial. Minority Report fuera de la pantalla.

Recordemos como, escandalizados por el derrotero que estaba tomando la revolución, varios miembros del gobierno renunciaron velozmente: el presidente de la República el ministro de asuntos sociales, el ministro de economía, los ministros de comunicaciones y de obras públicas, y que cerca de 50.000 personas de clase media que habían apoyado la revolución, partieron al exilio.

Recordemos que se cerraron todos los colegios religiosos y sus edificios fueron confiscados, incluido el colegio jesuita de Belén -donde Fidel había estudiado- y que aun cuando algunos sacerdotes habían seguido a los guerrilleros en su ofensiva contra Batista y el propio Castro, tras su arresto, había salvado su pellejo gracias a la intervención del arzobispo de Santiago de Cuba, el revolucionario barbado anunció que “los curas falangistas ya pueden empezar a hacer las maletas” y al poco tiempo 131 sacerdotes fueron expulsados de la isla.

Recordemos a Ernesto Padilla, famoso escritor revolucionario, que fue obligado a hacer una autocrítica antes de poder salir de Cuba, y a los homosexuales, que fueron marginados de la vida social, sancionados en público, forzados a reconocer sus “desviaciones” y eventualmente recluidos en “campos de reeducación”. Recordemos a los héroes de la victoria revolucionaria que por hacer sombra a Castro fueron purgados, como el aviador Huberto Matos, condenado a veinte años de prisión. Y recordemos a Pedro Luis Boitel, estudiante de ingeniería anticastrista, que tuvo la osadía de candidatearse a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria sólo logrando que Fidel lo hiciera encarcelar en una prisión infame en la que este joven demócrata inició una huelga de hambre, el régimen lo privó de atención médica, murió a los 53 días de inanición y las autoridades negaron a la madre ver el cuerpo.

Recordemos -antes de que Karl Lagerfeld, Vin Diesel y Keith Richards aterricen en la isla y todo sea fuegos artificiales- que para finales de la década de 1960 se estimaba que cerca de diez mil opositores habían sido fusilados y treinta mil encarcelados. Que quienes no quisieron tomar las armas se lanzaron a los botes en un intento desesperado de respirar un poco de libertad. Que en las tres décadas que siguieron a la revolución, cien mil cubanos trataron de escapar de la isla por el mar, usualmente en balsas precarias superpobladas expuestas a tiburones en el agua y a helicópteros del ejército en el aire, desde los que les arrojaban pesados sacos de arena. Recordemos que entre los fugados -como anotó el periodista Pascal Fontaine- hubo blancos, mulatos y negros, muchos de las clases más bajas de la sociedad, lo que fue un símbolo del fracaso de la revolución comunista y un signo de desaprobación popular extraordinario.

Así es que cantemos en Cuba con los Rolling Stones, admiremos los diseños de Chanel en el desfile en el Paseo del Prado, gocemos con los Tampa Bay Rays, y aplaudamos el histórico discurso del presidente Obama en La Habana. Pero antes, recordemos.

Inicialmente publicado en Infobae

Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El escándalo de los asentamientos – 24/03/10

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Si algo ha quedado en claro a partir del lamentable episodio relacionado a la construcción de nuevas casas en Ramat Shlomó, es que Israel está en la más completa soledad para enfrentar la amenaza nuclear iraní. Esta Casa Blanca no la respaldará si una incursión militar preventiva fuese necesaria. Gracias a la torpeza inconcebible de un burócrata del Ministerio de Interior israelí y a la subsiguiente reacción desproporcionada de la Administración Demócrata, ello resulta evidente. Un gobierno estadounidense proclive a crear la peor crisis bilateral en décadas a partir de un asunto tan cotidiano como el de los asentamientos (en este caso específico, una ampliación barrial dentro de las fronteras municipales de Jerusalem a cinco cuadras de la Línea Verde), difícilmente esté dispuesto a brindar capital político o de otra índole a un Israel enredado en una contienda bélica mayúscula. En este sentido entonces, chapeau al burócrata inútil de Shas que inadvertidamente echó luz sobre el verdadero estado de las relaciones Washington-Jerusalem.

La determinación estadounidense de casi fomentar una ruptura en su “relación especial” con su más confiable aliado en el Medio Oriente encaja a la perfección con el nuevo enfoque demócrata hacia esta región. El presidente Barack Obama ha invertido un apreciable esfuerzo en seducir a las naciones árabes e islámicas y en ofender a los israelíes desde que asumió el control de la Casa Blanca. Sus visitas a Ankara, Ryhad y El Cairo durante su primer año de gobierno y su decisión de no visitar Jerusalem en ese período, sumado a los discursos dulces regalados a audiencias musulmanas y su política de acercamiento a Turquía, Siria e Irán, en contraste con la dureza de sus expresiones relativas a las políticas de Israel, dan cuenta del giro atroz acaecido en Washington desde que George W. Bush partió.

El primer indicio de la nueva política mesooriental demócrata surgió en Mayo del 2009 cuando la flamante Secretaria de Estado Hillary Clinton hizo de los asentamientos israelíes en zonas disputadas el punto nodal de la disputa palestino-israelí. Entonces declaró que el presidente Obama “quiere ver un freno a los asentamientos; no a algunos asentamientos, no a puestos alejados, no excepciones al crecimiento natural”. El segundo indicio emergió con la actitud apaciguadora hacia la República Islámica de Irán, con cuyos líderes el presidente Obama intercambió cartas y ofreció las bonafides del espíritu americano si tan sólo los ayatollahs desearan abandonar sus ambiciones nucleares e imperiales en el Medio Oriente. El tercer indicio se manifestó con la sorprendente vinculación efectuada por Washington entre la cuestión nuclear iraní y el proceso de paz entre israelíes y palestinos, sugiriendo que solamente progreso en este último llevaría a una resolución del primero. Con el transcurso del tiempo la Administración Demócrata pareció retroceder de este esquema, hasta la aparición de este nuevo incidente que cabalmente demostró que el presidente Obama dejó de ser una aliado (si es que alguna vez lo fue) para convertirse en un adversario de Israel.

El desarrollo de los eventos fue revelador. Conocido el anuncio israelí durante la presencia en tierra hebrea del Vicepresidente Joe Biden, éste demoró una hora y media su asistencia a una cena formal en la residencia del Primer Ministro y luego su oficina emitió un comunicado que “condenó” la decisión israelí. El lenguaje diplomático empleado fue severo y atípico para referir a una declaración burocrática de un país aliado. Al día siguiente, Hillary Clinton mantuvo una tensa conversación de 43 minutos de duración con el premier Binyamín Netanyahu en la que exigió que Israel demuestre que “está comprometida con esta relación y con el proceso de paz”. El embajador israelí en Washington fue convocado a dar explicaciones al Departamento de Estado, y EE.UU. sumó su voz a un comunicado de condena emitido por el Cuarteto del Medio Oriente que integran también Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Envalentonados, los palestinos amenazaron con lanzar una nueva intifada, hubo choques entre fuerzas israelíes y palestinas de Jerusalem a Jaffa en tanto que cohetes comenzaron a ser lanzados nuevamente desde la Franja de Gaza.

La escalada de violencia y renovada intransigencia palestina es resultado directo de la decisión de Barack Obama de transformar a EE.UU., en la caracterización del Wall Street Journal, “tal como los europeos lo han hecho, en otro bufete de abogados de los palestinos”. Es posible que la Casa Blanca retroceda o al menos dilate, tal como ha debido hacer con su grandilocuente anuncio de cerrar la cárcel de Guantánamo en un año, abandonar Irak velozmente, y llevar a juicio civil en Manhattan a terroristas de Al-Qaeda. Pero el daño -a la relación bilateral con su más estrecho aliado, al proceso de paz y a la estabilidad del Medio Oriente- ya está hecho. Y el acto de deslealtad hacia Israel ha sido aleccionador.

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El escándalo de los asentamientos – 24/03/2010

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Si algo ha quedado en claro a partir del lamentable episodio relacionado a la construcción de nuevas casas en Ramat Shlomó, es que Israel está en la más completa soledad para enfrentar la amenaza nuclear iraní. Esta Casa Blanca no la respaldará si una incursión militar preventiva fuese necesaria. Gracias a la torpeza inconcebible de un burócrata del Ministerio de Interior israelí y a la subsiguiente reacción desproporcionada de la Administración Demócrata, ello resulta evidente. Un gobierno estadounidense proclive a crear la peor crisis bilateral en décadas a partir de un asunto tan cotidiano como el de los asentamientos (en este caso específico, una ampliación barrial dentro de las fronteras municipales de Jerusalem a cinco cuadras de la Línea Verde), difícilmente esté dispuesto a brindar capital político o de otra índole a un Israel enredado en una contienda bélica mayúscula. En este sentido entonces, chapeau al burócrata inútil de Shas que inadvertidamente echó luz sobre el verdadero estado de las relaciones Washington-Jerusalem.

La determinación estadounidense de casi fomentar una ruptura en su relación especial» con su más confiable aliado en el Medio Oriente encaja a la perfección con el nuevo enfoque demócrata hacia esta región. El presidente Barack Obama ha invertido un apreciable esfuerzo en seducir a las naciones árabes e islámicas y en ofender a los israelíes desde que asumió el control de la Casa Blanca. Sus visitas a Ankara, Ryhad y El Cairo durante su primer año de gobierno y su decisión de no visitar Jerusalem en ese período, sumado a los discursos dulces regalados a audiencias musulmanas y su política de acercamiento a Turquía, Siria e Irán, en contraste con la dureza de sus expresiones relativas a las políticas de Israel, dan cuenta del giro atroz acaecido en Washington desde que George W. Bush partió.

El primer indicio de la nueva política mesooriental demócrata surgió en Mayo del 2009 cuando la flamante Secretaria de Estado Hillary Clinton hizo de los asentamientos israelíes en zonas disputadas el punto nodal de la disputa palestino-israelí. Entonces declaró que el presidente Obama «quiere ver un freno a los asentamientos; no a algunos asentamientos, no a puestos alejados, no excepciones al crecimiento natural». El segundo indicio emergió con la actitud apaciguadora hacia la República Islámica de Irán, con cuyos líderes el presidente Obama intercambió cartas y ofreció las bonafides del espíritu americano si tan sólo los ayatollahs desearan abandonar sus ambiciones nucleares e imperiales en el Medio Oriente. El tercer indicio se manifestó con la sorprendente vinculación efectuada por Washington entre la cuestión nuclear iraní y el proceso de paz entre israelíes y palestinos, sugiriendo que solamente progreso en este último llevaría a una resolución del primero. Con el transcurso del tiempo la Administración Demócrata pareció retroceder de este esquema, hasta la aparición de este nuevo incidente que cabalmente demostró que el presidente Obama dejó de ser una aliado (si es que alguna vez lo fue) para convertirse en un adversario de Israel.

El desarrollo de los eventos fue revelador. Conocido el anuncio israelí durante la presencia en tierra hebrea del Vicepresidente Joe Biden, éste demoró una hora y media su asistencia a una cena formal en la residencia del Primer Ministro y luego su oficina emitió un comunicado que «condenó» la decisión israelí. El lenguaje diplomático empleado fue severo y atípico para referir a una declaración burocrática de un país aliado. Al día siguiente, Hillary Clinton mantuvo una tensa conversación de 43 minutos de duración con el premier Binyamín Netanyahu en la que exigió que Israel demuestre que «está comprometida con esta relación y con el proceso de paz». El embajador israelí en Washington fue convocado a dar explicaciones al Departamento de Estado, y EE.UU. sumó su voz a un comunicado de condena emitido por el Cuarteto del Medio Oriente que integran también Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Envalentonados, los palestinos amenazaron con lanzar una nueva intifada, hubo choques entre fuerzas israelíes y palestinas de Jerusalem a Jaffa en tanto que cohetes comenzaron a ser lanzados nuevamente desde la Franja de Gaza.

La escalada de violencia y renovada intransigencia palestina es resultado directo de la decisión de Barack Obama de transformar a EE.UU., en la caracterización del Wall Street Journal, «tal como los europeos lo han hecho, en otro bufete de abogados de los palestinos». Es posible que la Casa Blanca retroceda o al menos dilate, tal como ha debido hacer con su grandilocuente anuncio de cerrar la cárcel de Guantánamo en un año, abandonar Irak velozmente, y llevar a juicio civil en Manhattan a terroristas de Al-Qaeda. Pero el daño -a la relación bilateral con su más estrecho aliado, al proceso de paz y a la estabilidad del Medio Oriente- ya está hecho. Y el acto de deslealtad hacia Israel ha sido aleccionador.

Ensayos breves

El Nuevo Antisemitismo

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B’nai B’rith Latinoamérica – 2010.

27 páginas.

“La judeofobia es una aberración psíquica” diagnosticó un renombrado médico judío de fines de siglo XIX, y como tal “es hereditaria, y como una enfermedad transmitida por dos mil años es incurable…”. La persistencia obsesiva y la intrigante ubicuidad del fenómeno parecen confirmar este postulado. La judeofobia -definida como odio a los judíos, también conocida como antisemitismo- se ha mantenido vigente en prácticamente todos los rincones del globo en todas las épocas desde hace varios miles de años.

Incluso en países libres de judíos ella ha emergido y se ha sostenido. Los judíos han sido despreciados en sociedades paganas, religiosas y seculares. Irracional por antonomasia, ha endilgado a los judíos, muchas veces simultáneamente, ser capitalistas y comunistas, mercaderes explotadores y pobres aprovechadores, miserables apátridas y dominadores globales, trotamundos cosmopolitas y nacionalistas chauvinistas. Ella nos desafía a encarar racionalmente manifestaciones prejuiciosas irracionales y así nos recuerda la pertinencia de una observación añeja que cabe aquí parafrasear: la basura es basura, pero el estudio de la basura es academicismo. Al abordar esta verdadera lacra de la humanidad debemos estar atentos a que una aproximación estudiada al fenómeno del antisemitismo no le dote respetable racionalidad.

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Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Pavlov en Dubai – 03/03/10

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De haber vivido en la actualidad, Iván Petróvich Pávlov (quién desarrolló su famosa teoría del reflejo condicionado entre 1890 y 1900) igualmente hubiera podido llevar a cabo su investigación y confirmar su tesis con igual precisión con apenas observar la actitud de los europeos hacia los israelíes durante la primera década del siglo XXI.

Para Europa, la muerte de un palestino presupone la culpabilidad israelí. Tan acostumbrada está a chillar contra Israel por el sufrimiento palestino que no puede siquiera concebir la noción de que algún tercero inflinga daño a su víctima dilecta. Bastó que el jefe de la policía de un país árabe señalara con un “99%” de certeza la participación sionista en el asesinato de un terrorista palestino para que Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Alemania (y posteriormente Australia) citaran a embajadores israelíes a dar explicaciones por el uso de pasaportes de sus países en la sucia operación. Dubai -que aún debe dar explicaciones a propósito de la presencia libre en su territorio nacional, en un hotel de lujo, de un terrorista y pieza clave de la importación clandestina de armamento iraní a Gaza – pasó a la ofensiva. INTERPOL -que no emitió circulares rojas contra sospechosos iraníes en el asesinato de 85 personas en la Argentina sino hasta trece años después del hecho, cuando el fiscal de la causa AMIA presentara el caso ante su Asamblea General- velozmente puso las fotografías de once de los (al momento) veintiséis acusados en su portal oficial dentro de la lista de los más buscados. La mera idea de que otros actores internacionales pudieran tener un interés en la eliminación de Mahmoud Mabhouh -Fatah, Egipto, Estados Unidos- o que su muerte pudiera haber sido el resultado de las cruentas internas del mundillo del terror, parece no haber cruzado las mentes de los distinguidos diplomáticos europeos, quienes quedaron un poco en ridículo ante la aseveración posterior del mismo jefe de la policía dubaití de que al menos dos de los presuntos asesinos partieron de Duabi rumbo a Irán; un destino-refugio harto improbable para un agente del Mossad involucrado en la eliminación de un enlace iraní.

Quienquiera haya sido el ejecutor de esta operación, indudablemente le ha hecho un bien a la humanidad. El mundo es ahora un poco más seguro dado que hay un terrorista menos complotando muerte sobre la faz de la tierra. Desde el punto de vista de la logística, la operación fue un éxito: agentes foráneos encubiertos ingresaron a un país sin ser detectados, eliminaron al objetivo, no provocaron bajas colaterales, no sufrieron bajas propias y se fugaron sin que ninguno de ellos fuese arrestado. Misión cumplida. A posteriori, un abochornado Dubai puso el grito en el cielo y provocó un escándalo diplomático internacional al acusar precipitadamente a Jerusalem y revelar supuestas imágenes del grupo comando que fueron tomadas por cámaras que hoy en día se encuentran apostadas en hoteles, casinos y shopping centers de categoría en cualquier parte del mundo. Ciertamente hay precedentes del tipo en la lucha antiterrorista israelí: Yihye Ayash, Ahmed Yassin, Abdel Azíz Rantisi y el fallido intento contra Khaled Mashal son los casos más salientes de participación israelí en este tipo de operaciones contra el Hamas. Pero el precedente no crea, ni demuestra, culpabilidad.

De todos modos, aún si Israel fuese el responsable ¿exactamente cual es el motivo de la indignación? ¿Qué mató a un combatiente enemigo en tierras distantes? Bueno, la OTAN hizo precisamente eso para la misma época en Afganistán, provocando la muerte a docenas de talibanes de un saque e incluso ocasionando la muerte a decenas de civiles en las inmediaciones. El teatro de operaciones fue distinto, pero el objetivo el mismo: combatir al terrorismo islámico. Debe admitirse que el derecho a la auto-defensa necesariamente implica la comisión de un daño a terceros, especialmente a terceros decididos a matarlo a uno. Israel históricamente ha debido balancear sus requerimientos de seguridad con las restricciones de la ley y la moral internacional y ha emergido generalmente airosa. No debe olvidarse que la ley internacional define a los terroristas como “enemigos comunes de la humanidad” y postula el principio de que ningún crimen debe quedar sin castigo. Los propios Tribunales de Nuremberg, según ha explicado el profesor Louis Rene Beres, al ser establecidos en 1945 postularon que “lejos de ser injusto castigar [a un ofensor], sería injusto que sus crímenes permanezcan impunes”.

Este principio jurídico y moral fue honrado extrajudicialmente el mes pasado en Dubai.

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Pavlov en dubai – 03/03/2010

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De haber vivido en la actualidad, Iván Petróvich Pávlov (quién desarrolló su famosa teoría del reflejo condicionado entre 1890 y 1900) igualmente hubiera podido llevar a cabo su investigación y confirmar su tesis con igual precisión con apenas observar la actitud de los europeos hacia los israelíes durante la primera década del siglo XXI.

Para Europa, la muerte de un palestino presupone la culpabilidad israelí. Tan acostumbrada está a chillar contra Israel por el sufrimiento palestino que no puede siquiera concebir la noción de que algún tercero inflinga daño a su víctima dilecta. Bastó que el jefe de la policía de un país árabe señalara con un 99%» de certeza la participación sionista en el asesinato de un terrorista palestino para que Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Alemania (y posteriormente Australia) citaran a embajadores israelíes a dar explicaciones por el uso de pasaportes de sus países en la sucia operación. Dubai -que aún debe dar explicaciones a propósito de la presencia libre en su territorio nacional, en un hotel de lujo, de un terrorista y pieza clave de la importación clandestina de armamento iraní a Gaza – pasó a la ofensiva. INTERPOL -que no emitió circulares rojas contra sospechosos iraníes en el asesinato de 85 personas en la Argentina sino hasta trece años después del hecho, cuando el fiscal de la causa AMIA presentara el caso ante su Asamblea General- velozmente puso las fotografías de once de los (al momento) veintiséis acusados en su portal oficial dentro de la lista de los más buscados. La mera idea de que otros actores internacionales pudieran tener un interés en la eliminación de Mahmoud Mabhouh -Fatah, Egipto, Estados Unidos- o que su muerte pudiera haber sido el resultado de las cruentas internas del mundillo del terror, parece no haber cruzado las mentes de los distinguidos diplomáticos europeos, quienes quedaron un poco en ridículo ante la aseveración posterior del mismo jefe de la policía dubaití de que al menos dos de los presuntos asesinos partieron de Duabi rumbo a Irán; un destino-refugio harto improbable para un agente del Mossad involucrado en la eliminación de un enlace iraní.

Quienquiera haya sido el ejecutor de esta operación, indudablemente le ha hecho un bien a la humanidad. El mundo es ahora un poco más seguro dado que hay un terrorista menos complotando muerte sobre la faz de la tierra. Desde el punto de vista de la logística, la operación fue un éxito: agentes foráneos encubiertos ingresaron a un país sin ser detectados, eliminaron al objetivo, no provocaron bajas colaterales, no sufrieron bajas propias y se fugaron sin que ninguno de ellos fuese arrestado. Misión cumplida. A posteriori, un abochornado Dubai puso el grito en el cielo y provocó un escándalo diplomático internacional al acusar precipitadamente a Jerusalem y revelar supuestas imágenes del grupo comando que fueron tomadas por cámaras que hoy en día se encuentran apostadas en hoteles, casinos y shopping centers de categoría en cualquier parte del mundo. Ciertamente hay precedentes del tipo en la lucha antiterrorista israelí: Yihye Ayash, Ahmed Yassin, Abdel Azíz Rantisi y el fallido intento contra Khaled Mashal son los casos más salientes de participación israelí en este tipo de operaciones contra el Hamas. Pero el precedente no crea, ni demuestra, culpabilidad.

De todos modos, aún si Israel fuese el responsable ¿exactamente cual es el motivo de la indignación? ¿Qué mató a un combatiente enemigo en tierras distantes? Bueno, la OTAN hizo precisamente eso para la misma época en Afganistán, provocando la muerte a docenas de talibanes de un saque e incluso ocasionando la muerte a decenas de civiles en las inmediaciones. El teatro de operaciones fue distinto, pero el objetivo el mismo: combatir al terrorismo islámico. Debe admitirse que el derecho a la auto-defensa necesariamente implica la comisión de un daño a terceros, especialmente a terceros decididos a matarlo a uno. Israel históricamente ha debido balancear sus requerimientos de seguridad con las restricciones de la ley y la moral internacional y ha emergido generalmente airosa. No debe olvidarse que la ley internacional define a los terroristas como «enemigos comunes de la humanidad» y postula el principio de que ningún crimen debe quedar sin castigo. Los propios Tribunales de Nuremberg, según ha explicado el profesor Louis Rene Beres, al ser establecidos en 1945 postularon que «lejos de ser injusto castigar [a un ofensor], sería injusto que sus crímenes permanezcan impunes».

Este principio jurídico y moral fue honrado extrajudicialmente el mes pasado en Dubai.