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Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

La DAIA se acobarda, otra vez – 02/06/10

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La República Argentina acaba de cumplir doscientos años de vida nacional independiente y la comunidad judía se ausentó de los festejos. Fue la única entre ochenta colectividades invitadas a desfilar en tributo a la ocasión que eligió no participar. Esto ha marcado un precedente lamentable para la historia comunitaria nacional y para las relaciones de los judíos con el resto de sus compatriotas.

De lo que puede reconstruirse del registro de acusaciones de la calle judía, defensas dirigenciales, emails aclaratorios, diálogos personales y entrevistas publicadas, emerge en el mejor de los casos un escenario de confusión; en el peor, de cobardía. En respuesta a la pregunta de una pariente preocupada, una mujer relacionada a la dirigencia afirmó en un email que pidió sea enviado a todos los contactos de ésta, que fueron convocadas las colectividades extranjeras, no religiosas, y por ende no cabía participación alguna. A un colega periodista, dirigentes de la DAIA le aseguraron que ante la cantidad de escuelas que querían participar, optaron por descartar a todas para no dar preferencia a ninguna. En una entrevista con Radio Jai, el presidente de la DAIA, Aldo Donzis, dijo que la carta oficial de invitación arribó tardíamente, limitando así las posibilidades de organización. Abraham Schwartz, representante del Consejo de Colectividades, llamó a Radio Jai para desmentir a Donzis y afirmó que el DAC (ente responsable de la seguridad comunitaria, dependiente de la DAIA) envió cartas a la red escolar judía instando a la no-participación invocando cuestiones de seguridad. De modo similar, luego de escuchar las declaraciones del titular de la DAIA, el periodista de investigación Ariel Said dijo a Radio Jai es mentira que no se avisó».

Ante una dirigencia que se contradice a sí misma y que motiva reacciones indignadas de figuras involucradas, resulta claro que alguien no está siendo del todo franco. Si efectivamente la dirigencia política de la comunidad judeo-argentina decidió excluir a la judería de los festejos bicentenarios por razones de seguridad pública, entonces ello marcaría un grave desacierto por el que alguien debería responder. Ante el precedente de agresiones físicas contra judíos que celebraban un pasado aniversario del Estado de Israel en la vía pública, y ante la intimidación a la que fue sujeto un grupo de jóvenes judíos que intentó manifestarse pacíficamente frente a la embajada iraní, la preocupación no estaría fuera de lugar. Pero ¿es ceder el espacio público ante los fanáticos la respuesta correcta? ¿Es conceder la victoria a patoteros armados con palos y disfrazados de fedayin la actitud valiente? ¿Es sabio dar el mensaje a los antisemitas que están detrás de estas provocaciones que apenas unas docenas de matones pueden amedrentar a una colectividad de doscientas mil almas?

En rigor, a quienes amedrentan no es a los doscientos mil judíos que conforman esta vibrante comunidad, sino a la decena de lúcidos líderes comunitarios que deciden por todos los demás. A quienes atemorizan es a individuos que necesitan de asesores de imagen que les digan que deben ellos hacer como dirigentes políticos. A quienes acobardan es a personas escandalosamente inadecuadas para afrontar la misión a la que voluntariamente se ofertaron. Bajar la cabeza no es una respuesta digna, ni inteligente. Se debe exponer a los extremistas en lugar de ocultar a los judíos.

Pero esto es mucho pedir a una dirigencia que, cuando Israel estaba bajo el fuego del Hamas y sometida a un linchamiento mediático espectacular en enero de 2009, es decir, en tiempos en los que Israel más necesitaba del respaldo de la diáspora hebrea, decidió no salir a la calle a expresar su apoyo a la nación asediada, y la que, eligiendo desoír los pedidos del embajador israelí, organizó un acto a puertas cerradas dentro del edificio de la AMIA. Es una dirigencia que, cuando finalmente y ante la protesta comunitaria, llamó a un acto público, lo hizo con excesiva demora, cuando la tempestad ya había menguado, y aún así convocó «por la paz y contra el terror» dejando por completo fuera de la consiga la palabra «Israel». La nuestra es una dirigencia de ilustres despistados que se refugia en la comodidad del acto de Iom Hashoá para mostrar a la sociedad su fidelidad a la causa judía y que justifica su existencia ante la profanación de tumbas hebreas perpetrada por un par de infradotados. Al verdadero desafío de nuestros tiempos le es indiferente.

Es todo un símbolo ver a nuestros distinguidos representantes elevar sus copas de champagne en el Hotel Alvear cada aniversario de Israel al brindar por la salud del estado judío mientas puertas afuera rehuyen de la tarea. Como ya será legendario recordar a un engalanado Aldo Donzis dentro del Teatro Colón celebrando el bicentenario patrio mientras afuera la comunidad judía quedaba excluida del desfile de colectividades por decisión de la institución que él preside.

Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El juicio a Tintín – 19/05/10

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Como un tintinófilo consumado, noté con cierta preocupación el anuncio de que el personaje más famoso del cómic belga (y europeo), cuyas aventuras devoraba de niño, sería llevado al banquillo de los acusados a comienzos del presente mes de mayo en una corte de Bruselas. Los cargos no eran livianos: Tintín ha sido acusado de ser racista y de favorecer el colonialismo.

Bienvenu Mbutu Mondongo, un contador público congolés de 42 años, lleva más de tres años intentando prohibir la circulación de las peripecias del intrépido reportero belga en su país natal, Tintín en el Congo. “Muestra a los africanos como imbéciles infantiles” ha dicho a la prensa. Según su parecer, el volumen, publicado por primera vez en 1930, es una manifestación colonialista europea. Por cierto, el relato contiene expresiones decididamente ofensivas y un enfoque claramente paternalista: su fiel perro Milú es coronado rey por los africanos y una mujer negra se inclina ante el joven y rubio europeo mientras dice “hombre blanco muy fabuloso”. En Gran Bretaña se permite su venta solamente si el fascículo lleva una advertencia en su portada y la Biblioteca Pública de Brooklyn lo mantiene bajo llave y sólo se puede acceder al mismo por solicitud. Su creador George Remi (alias Hergé) tenía 23 años cuando escribió la historieta, jamás visitó el Congo, y lo hizo bajo las consignas de la época. “Estaba influenciado por los prejuicios del medio burgués en el que vivía”, reconoció. Ediciones posteriores fueron revisadas por el propio autor. Es entendible la sensibilidad de los congoleños. El gobierno colonial belga en el Congo fue una de las incursiones europeístas más bestiales en el continente africano e incluso hasta 1960 las escuelas belgas describían a los africanos con atributos primitivos. Si Tintín merece ser censurado por ello es tema aparte.

Hergé reflejó en sus historias las impresiones del entorno y Tintín no fue ajeno a las preferencias políticas de su autor, quién lo metió en más de una controversia. Tal como la periodista Anne Jolis ha recordado, Tintín en la Tierra de los Soviéticos, la primera épica (1929), pintó la degradación del régimen blochevique. En 1942, la editorial pidió a Hergé que suavizara su retrato caricaturesco de la fisonomía japonesa en El Loto Azul (1936). Cariño por el reino animal no parecía sentir: durante su odisea en África, Tintín abate antílopes, monos, elefantes, rinocerontes y búfalos con una regularidad tal que hasta el propio Milú, dolido, afirma: “No puedo ver estas escenas de carnicería”, conforme ha observado  Michael Farr en Tintín: El sueño y la realidad. El pasado mes de febrero, las autoridades turcas multaron a un canal de televisión por emitir una animación de Tintín que contenía escenas con cigarrillos, lo cual está prohibido mostrar al aire. Hergé continuó trabajando en el diario y publicando sus historias aún durante la ocupación alemana de Bélgica. Para complacer a sus nuevos jefes, introdujo caricaturas antisemitas en sus cuentos. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Hergé fue arrestado bajo cargos de colaboración con los nazis, brevemente encarcelado y luego liberado. En aventuras posteriores, haría luchar a Tintín contra comunistas y capitalistas y hasta el Dalai Lama lo elogiaría -y premiaría- por su relato Tintín en el Tíbet (1960).  

Tintín capturó el imaginario colectivo universal desde su primera aparición en Bélgica en 1929. Sus atrapantes aventuras quedaron registradas en más de veinte volúmenes publicados hasta 1976, pocos años antes de la muerte del autor. Traducido a más de cincuenta idiomas, vendió (dependiendo de la fuente consultada) entre ciento veinte y doscientos millones de copias en todo el mundo. La épica tintinesca ha despertado pasiones. Un periodista de Time ha dicho que su estilo influyó en las obras de Roy Lichtenstein y Andy Warhol, en tanto que un crítico literario que escribió un libro titulado Tintín y el Secreto de la Literatura le otorgó una “sutileza normalmente atribuida a Jane Austin y Henry James”. En 1999, la Asamblea Nacional Francesa fue convocada para debatir un tema singular: “Tintín: ¿es de izquierda o de derecha?”. Esa fue la primera vez que un personaje de caricatura fue objeto de debate en el parlamento francés; y posiblemente en cualquier parlamento del mundo. (No hubo votación ni conclusiones taxativas al respecto). Steven Spielberg y Peter Jackson anunciaron una próxima trilogía fílmica sobre el personaje.

Tintín ha sido un éxito colosal y como con casi todos los sucesos mayúsculos no ha permanecido inmune al escándalo o a la crítica. En cierto sentido, ha quedado ligado a las vicisitudes de otros dibujos animados: tal como el Pato Donald anteriormente -criticado por progresistas latinoamericanos por su presunto imperialismo- y los personajes de South Park después – sujetos a una fatua islamista por personificar a Mahoma- Tintín transita un recorrido signado por las inclemencias de nuestros tiempos.

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El juicio a tintín – 19/05/2010

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Como un tintinófilo consumado, noté con cierta preocupación el anuncio de que el personaje más famoso del cómic belga (y europeo), cuyas aventuras devoraba de niño, sería llevado al banquillo de los acusados a comienzos del presente mes de mayo en una corte de Bruselas. Los cargos no eran livianos: Tintín ha sido acusado de ser racista y de favorecer el colonialismo.

Bienvenu Mbutu Mondongo, un contador público congolés de 42 años, lleva más de tres años intentando prohibir la circulación de las peripecias del intrépido reportero belga en su país natal, Tintín en el Congo. Muestra a los africanos como imbéciles infantiles» ha dicho a la prensa. Según su parecer, el volumen, publicado por primera vez en 1930, es una manifestación colonialista europea. Por cierto, el relato contiene expresiones decididamente ofensivas y un enfoque claramente paternalista: su fiel perro Milú es coronado rey por los africanos y una mujer negra se inclina ante el joven y rubio europeo mientras dice «hombre blanco muy fabuloso». En Gran Bretaña se permite su venta solamente si el fascículo lleva una advertencia en su portada y la Biblioteca Pública de Brooklyn lo mantiene bajo llave y sólo se puede acceder al mismo por solicitud. Su creador George Remi (alias Hergé) tenía 23 años cuando escribió la historieta, jamás visitó el Congo, y lo hizo bajo las consignas de la época. «Estaba influenciado por los prejuicios del medio burgués en el que vivía», reconoció. Ediciones posteriores fueron revisadas por el propio autor. Es entendible la sensibilidad de los congoleños. El gobierno colonial belga en el Congo fue una de las incursiones europeístas más bestiales en el continente africano e incluso hasta 1960 las escuelas belgas describían a los africanos con atributos primitivos. Si Tintín merece ser censurado por ello es tema aparte.

Hergé reflejó en sus historias las impresiones del entorno y Tintín no fue ajeno a las preferencias políticas de su autor, quién lo metió en más de una controversia. Tal como la periodista Anne Jolis ha recordado, Tintín en la Tierra de los Soviéticos, la primera épica (1929), pintó la degradación del régimen blochevique. En 1942, la editorial pidió a Hergé que suavizara su retrato caricaturesco de la fisonomía japonesa en El Loto Azul (1936). Cariño por el reino animal no parecía sentir: durante su odisea en África, Tintín abate antílopes, monos, elefantes, rinocerontes y búfalos con una regularidad tal que hasta el propio Milú, dolido, afirma: «No puedo ver estas escenas de carnicería», conforme ha observado Michael Farr en Tintín: El sueño y la realidad. El pasado mes de febrero, las autoridades turcas multaron a un canal de televisión por emitir una animación de Tintín que contenía escenas con cigarrillos, lo cual está prohibido mostrar al aire. Hergé continuó trabajando en el diario y publicando sus historias aún durante la ocupación alemana de Bélgica. Para complacer a sus nuevos jefes, introdujo caricaturas antisemitas en sus cuentos. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Hergé fue arrestado bajo cargos de colaboración con los nazis, brevemente encarcelado y luego liberado. En aventuras posteriores, haría luchar a Tintín contra comunistas y capitalistas y hasta el Dalai Lama lo elogiaría -y premiaría- por su relato Tintín en el Tíbet (1960).

Tintín capturó el imaginario colectivo universal desde su primera aparición en Bélgica en 1929. Sus atrapantes aventuras quedaron registradas en más de veinte volúmenes publicados hasta 1976, pocos años antes de la muerte del autor. Traducido a más de cincuenta idiomas, vendió (dependiendo de la fuente consultada) entre ciento veinte y doscientos millones de copias en todo el mundo. La épica tintinesca ha despertado pasiones. Un periodista de Time ha dicho que su estilo influyó en las obras de Roy Lichtenstein y Andy Warhol, en tanto que un crítico literario que escribió un libro titulado Tintín y el Secreto de la Literatura le otorgó una «sutileza normalmente atribuida a Jane Austin y Henry James». En 1999, la Asamblea Nacional Francesa fue convocada para debatir un tema singular: «Tintín: ¿es de izquierda o de derecha?». Esa fue la primera vez que un personaje de caricatura fue objeto de debate en el parlamento francés; y posiblemente en cualquier parlamento del mundo. (No hubo votación ni conclusiones taxativas al respecto). Steven Spielberg y Peter Jackson anunciaron una próxima trilogía fílmica sobre el personaje.

Tintín ha sido un éxito colosal y como con casi todos los sucesos mayúsculos no ha permanecido inmune al escándalo o a la crítica. En cierto sentido, ha quedado ligado a las vicisitudes de otros dibujos animados: tal como el Pato Donald anteriormente -criticado por progresistas latinoamericanos por su presunto imperialismo- y los personajes de South Park después – sujetos a una fatua islamista por personificar a Mahoma- Tintín transita un recorrido signado por las inclemencias de nuestros tiempos.

Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Obama e Israel – 05/05/10

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Cuando vemos a seguidores-estrella del Partido Demócrata como Elie Wiesel y Alan Dershowitz ventilar públicamente su disgusto con la política hacia Israel del actual presidente estadounidense, podemos deducir que lo que ha sido evidente por largo tiempo para los escépticos finalmente ha sido aceptado por los simpatizantes: Barack Obama no es afín al estado judío.

Los indicios que surgieron durante la campaña de Obama se han convertido en evidencia durante su presidencia. Su circunstancia personal (miembro de la comunidad africano-americana, hijo de padre musulmán, educación temprana en Indonesia), sus asociaciones sociales con prominentes figuras anti-israelíes (el pastor radical Jeremiah Wright, el orientalista “anti-orientalista” Edward Said, el académico de la OLP Rashid Khalidi), y su ambigüedad durante la campaña electoral, despertaron numerosas inquietudes acerca de su posicionamiento ideológico respecto de Israel; sus discursos y acciones como presidente no han hecho más que acentuarlas. Su acercamiento al mundo islámico, su problemática omisión de la conexión judía con la Tierra de Israel durante su famoso discurso en El Cairo, su debilidad en torno al avance nuclear de Irán, su hostigamiento diplomático a Jerusalem a propósito del tema de los asentamientos; todo ello es parte de la misma paleta ideológica.

El desapego de Obama respecto de Israel ha sido tan cabal que bajo su corto mandato el Partido Demócrata ha prácticamente abandonado la defensa de Israel incluso en el Congreso norteamericano, bastión tradicional del apoyo bipartidista al estado judío. Conforme ha observado la periodista del Jerusalem Post Caroline Glick, “el apoyo a Israel se ha transformado en una posición minoritaria entre los Demócratas”. Ella sustenta esa afirmación en lo siguiente: Durante la Operación Plomo Fundido, la Cámara de Representantes aprobó una resolución contra el Hamas, once días antes de la inauguración de Obama, con 390 votos a favor, 5 en contra (4 de ellos demócratas) y 37 abstenciones (29 de ellas demócratas). En noviembre de 2009, el Congreso adoptó una resolución de condena del Reporte Goldstone con 344 votos a favor, 36 en contra (33 de ellos demócratas) y 52 abstenciones (44 de ellas demócratas). En febrero de 2010, 44 congresistas enviaron una carta a Obama instándolo a presionar a Israel; todos ellos eran demócratas. En medio de la crisis desatada por esta Casa Blanca por la construcción de viviendas en Jerusalem Este el pasado marzo, 327 congresistas enviaron una carta a la Secretaria de Estado Hillary Clinton pidiendo un cese a las críticas públicas de Washington a Jerusalem; de los 102 miembros que se opusieron a firmarla, 94 eran demócratas. Otras varias iniciativas legisladoras tendientes a respaldar a Israel cosecharon solamente apoyo republicano.

A esto debemos agregar la divulgación pública -por parte del propio presidente Obama y de altos funcionarios del Pentágono- de la noción de Israel como factor de desestabilización del Medio Oriente. En una conferencia de prensa a mediados de abril, Obama dijo que su país tiene un “interés vital de seguridad nacional” en la resolución del conflicto palestino-israelí puesto que “cuando el conflicto estalla…ello termina costándonos significativamente tanto en sangre como en tesoro”. El cuestionable postulado de que Israel es la causa de los males que aquejan al Medio Oriente ha sido por largo tiempo parte del arsenal retórico de la propaganda árabe, en tiempos más recientes fue tomado por izquierdistas europeos y tercermundistas. Que una administración estadounidense luzca dispuesta a respaldarlo marca un precedente tan novedoso como sorprendente.

Ciertamente, una confrontación entre israelíes y sus vecinos tendría un impacto en los objetivos estratégicos, recursos humanos y ganancias materiales de los Estados Unidos. Pero también lo tendría una guerra que involucrara a Pakistán, Irak, Irán, Afganistán o a cualquier otro país mesoriental desvinculado de la cuestión palestino-israelí. Y a diferencia de numerosas crisis que motivaron la intervención o acción militar norteamericana en países musulmanes o con altas concentraciones poblacionales islámicas -Kuwait, Arabia Saudita, El Líbano, Bosnia, Kosovo y Somalia- nunca debió Washington enviar soldados a la guerra para proteger al estado judío, en la atinada observación del Wall Street Journal. Por su parte, la impresión de que un Israel en paz con sus vecinos facilitaría la resolución de las disputas entre sunitas, chiítas y kurdos en Irak; la relación de Washington con el poco confiable presidente afgano; las ambiciones nucleares e imperiales de Irán; o el revanchismo religioso universal de Al-Qaeda et al, es tan fantástica que lo empuja a uno hacia la incredulidad.

Haber llevado a un deterioro tal en la relación entre dos aliados históricos en poco más de un año de gobierno no es una proeza menor. Imagínese cuanto más podrían empeorar las cosas en los restantes dos años y medio de mandato demócrata.

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Obama e israel – 05/05/2010

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Cuando vemos a seguidores-estrella del Partido Demócrata como Elie Wiesel y Alan Dershowitz ventilar públicamente su disgusto con la política hacia Israel del actual presidente estadounidense, podemos deducir que lo que ha sido evidente por largo tiempo para los escépticos finalmente ha sido aceptado por los simpatizantes: Barack Obama no es afín al estado judío.

Los indicios que surgieron durante la campaña de Obama se han convertido en evidencia durante su presidencia. Su circunstancia personal (miembro de la comunidad africano-americana, hijo de padre musulmán, educación temprana en Indonesia), sus asociaciones sociales con prominentes figuras anti-israelíes (el pastor radical Jeremiah Wright, el orientalista anti-orientalista» Edward Said, el académico de la OLP Rashid Khalidi), y su ambigüedad durante la campaña electoral, despertaron numerosas inquietudes acerca de su posicionamiento ideológico respecto de Israel; sus discursos y acciones como presidente no han hecho más que acentuarlas. Su acercamiento al mundo islámico, su problemática omisión de la conexión judía con la Tierra de Israel durante su famoso discurso en El Cairo, su debilidad en torno al avance nuclear de Irán, su hostigamiento diplomático a Jerusalem a propósito del tema de los asentamientos; todo ello es parte de la misma paleta ideológica.

El desapego de Obama respecto de Israel ha sido tan cabal que bajo su corto mandato el Partido Demócrata ha prácticamente abandonado la defensa de Israel incluso en el Congreso norteamericano, bastión tradicional del apoyo bipartidista al estado judío. Conforme ha observado la periodista del Jerusalem Post Caroline Glick, «el apoyo a Israel se ha transformado en una posición minoritaria entre los Demócratas». Ella sustenta esa afirmación en lo siguiente: Durante la Operación Plomo Fundido, la Cámara de Representantes aprobó una resolución contra el Hamas, once días antes de la inauguración de Obama, con 390 votos a favor, 5 en contra (4 de ellos demócratas) y 37 abstenciones (29 de ellas demócratas). En noviembre de 2009, el Congreso adoptó una resolución de condena del Reporte Goldstone con 344 votos a favor, 36 en contra (33 de ellos demócratas) y 52 abstenciones (44 de ellas demócratas). En febrero de 2010, 44 congresistas enviaron una carta a Obama instándolo a presionar a Israel; todos ellos eran demócratas. En medio de la crisis desatada por esta Casa Blanca por la construcción de viviendas en Jerusalem Este el pasado marzo, 327 congresistas enviaron una carta a la Secretaria de Estado Hillary Clinton pidiendo un cese a las críticas públicas de Washington a Jerusalem; de los 102 miembros que se opusieron a firmarla, 94 eran demócratas. Otras varias iniciativas legisladoras tendientes a respaldar a Israel cosecharon solamente apoyo republicano.

A esto debemos agregar la divulgación pública -por parte del propio presidente Obama y de altos funcionarios del Pentágono- de la noción de Israel como factor de desestabilización del Medio Oriente. En una conferencia de prensa a mediados de abril, Obama dijo que su país tiene un «interés vital de seguridad nacional» en la resolución del conflicto palestino-israelí puesto que «cuando el conflicto estalla…ello termina costándonos significativamente tanto en sangre como en tesoro». El cuestionable postulado de que Israel es la causa de los males que aquejan al Medio Oriente ha sido por largo tiempo parte del arsenal retórico de la propaganda árabe, en tiempos más recientes fue tomado por izquierdistas europeos y tercermundistas. Que una administración estadounidense luzca dispuesta a respaldarlo marca un precedente tan novedoso como sorprendente.

Ciertamente, una confrontación entre israelíes y sus vecinos tendría un impacto en los objetivos estratégicos, recursos humanos y ganancias materiales de los Estados Unidos. Pero también lo tendría una guerra que involucrara a Pakistán, Irak, Irán, Afganistán o a cualquier otro país mesoriental desvinculado de la cuestión palestino-israelí. Y a diferencia de numerosas crisis que motivaron la intervención o acción militar norteamericana en países musulmanes o con altas concentraciones poblacionales islámicas -Kuwait, Arabia Saudita, El Líbano, Bosnia, Kosovo y Somalia- nunca debió Washington enviar soldados a la guerra para proteger al estado judío, en la atinada observación del Wall Street Journal. Por su parte, la impresión de que un Israel en paz con sus vecinos facilitaría la resolución de las disputas entre sunitas, chiítas y kurdos en Irak; la relación de Washington con el poco confiable presidente afgano; las ambiciones nucleares e imperiales de Irán; o el revanchismo religioso universal de Al-Qaeda et al, es tan fantástica que lo empuja a uno hacia la incredulidad.

Haber llevado a un deterioro tal en la relación entre dos aliados históricos en poco más de un año de gobierno no es una proeza menor. Imagínese cuanto más podrían empeorar las cosas en los restantes dos años y medio de mandato demócrata.

Comunidades, Comunidades - 2010

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Benedicto XVI y los Judíos: Quinto aniversario de un pontificado controvertido – 21/04/10

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En lo que a las relaciones con los judíos y al estado judío refiere, desde que asumió el Trono de San Pedro en abril del 2005, Joseph Ratzinger ha básicamente dado continuidad a la política de su predecesor. Al igual que Juan Pablo II, el actual Sumo Pontífice de la Iglesia Católica ha visitado sinagogas (Colonia en 2005, Nueva York en 2008, Roma en 2010), ha viajado al campo de la muerte Auschwitz-Birkenau en 2006, y ha estado en Israel en 2009 reafirmando los lazos diplomáticos establecidos por la Santa Sede quince años antes.

No obstante, algunos de estos acontecimientos significativos fueron empañados por gestos, palabras u omisiones que incomodaron a las audiencias judías. Al visitar Auschwitz, por caso, el Santo Padre evitó caracterizar a la Shoá explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Unos años después -en vísperas del Día Internacional del Holocausto, en enero de 2009- el Papa levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos ultra-tradicionalistas opositores a las reformas del Concilio Vaticano II; entre ellos la de un obispo británico negador del Holocausto. A finales del mismo año, el Papa hizo venerable a Pío XII, facilitando así su proceso de beatificación. Benedicto XVI visitó sinagogas en las que dijo cosas agradables a los oídos judíos, pero a mediados de 2007 emitió un Motu Proprio en el cuál validó el uso del Rito Tridentino del Viernes Santo de 1962, titulado Pro Conversione Iudaeorum. Incluso su peregrinaje a Tierra Santa no estuvo exento de polémica, el que a su vez era precedido por la decisión vaticana de respaldar la muy cuestionada Conferencia de la ONU contra el Racismo celebrada en Ginebra un mes antes de la visita papal a Israel y de la polución diplomática creada por un vocero vaticano al tildar a Gaza como un “gran campo de concentración” durante la contienda última allí.

Es cierto que aún bajo el pontificado de Juan Pablo II las relaciones con el pueblo judío no fueron idílicas, pero el presente Papado parece haber desarrollado una habilidad especial para crear problemas innecesarios o agravar los preexistentes. Incluso cuando Roma se encontraba aquejada por una crisis institucional mayúscula, abarcando a cientos de sacerdotes pedófilos en decenas de países, protegidos durante décadas por una cultura de encubrimiento escandalosa que indignó a buena parte de la cristiandad, de algún modo, sorprendentemente oficiales vaticanos se la ingeniaron para enredar al pueblo judío en la polémica; abriendo así un nuevo frente enteramente incongruente.

Primero fue la frase atribuida públicamente a un judío anónimo, tomada de una carta citada por el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pronunciada en presencia de Benedicto XVI durante la Pascua cristiana, en la que comparó las críticas a la Iglesia con “los aspectos más vergonzosos del antisemitismo”. Un vocero vaticano debió aclarar que la comparación “absolutamente no es la línea del Vaticano y de la Iglesia Católica” y el propio predicador papal se vio obligado a emitir una disculpa pública al poco tiempo. Sin embargo, lo absurdo de la comparación no pasó desapercibido: “¿Por qué desearía la Iglesia Católica defenderse por medio de una referencia a otras enormidades en las cuales también estuvo implicada?” preguntó el comentarista estadounidense Leon Wieseltier.

Luego comenzó a trascender que en ciertos círculos católicos había (re)emergido la idea del legendario complot judío. En medio del lío, el diario italiano La Repubblica informó que fuentes católicas culparon al “lobby judío de Nueva York” de agrandar el escándalo, y unos días después el diario británico Guardian atribuyó al obispo emérito de Grosseto, Giacomo Babini, haber expresado que dado lo “poderoso y refinado” de la crítica anti-papal, un “ataque sionista” estaba detrás de la misma. La Conferencia Episcopal italiana emitió un comunicado en el cuál Babini negaba haber dicho tal cosa, pero la existencia de previas atribuciones a su creencia de que los judíos explotan el Holocausto no contribuyó a que su desmentida fuese tomada seriamente. A su vez, el propio cardenal Sodano equiparó los cuestionamientos al Papa con “las batallas del modernismo contra Pío X” y “la ofensiva contra Pío XII por su comportamiento durante el último conflicto mundial” entre otros casos.

Un lustro es apenas un granito en las arenas del tiempo, y la política vaticana ciertamente debe ser evaluada en perspectiva histórica. Para la política internacional, sin embargo, luce como un período razonable de tiempo para legítimamente forjar una noción del devenir de los hechos. Será justo postular que la política vaticana hacia los judíos bajo Benedicto XVI por ahora es ambivalente.

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BENEDICTO XVI Y LOS JUDÍOS: QUINTO ANIVERSARIO DE UN PONTIFICADO CONTROVERTIDO – 21/04/2010

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En lo que a las relaciones con los judíos y al estado judío refiere, desde que asumió el Trono de San Pedro en abril del 2005, Joseph Ratzinger ha básicamente dado continuidad a la política de su predecesor. Al igual que Juan Pablo II, el actual Sumo Pontífice de la Iglesia Católica ha visitado sinagogas (Colonia en 2005, Nueva York en 2008, Roma en 2010), ha viajado al campo de la muerte Auschwitz-Birkenau en 2006, y ha estado en Israel en 2009 reafirmando los lazos diplomáticos establecidos por la Santa Sede quince años antes.

No obstante, algunos de estos acontecimientos significativos fueron empañados por gestos, palabras u omisiones que incomodaron a las audiencias judías. Al visitar Auschwitz, por caso, el Santo Padre evitó caracterizar a la Shoá explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas». Unos años después -en vísperas del Día Internacional del Holocausto, en enero de 2009- el Papa levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos ultra-tradicionalistas opositores a las reformas del Concilio Vaticano II; entre ellos la de un obispo británico negador del Holocausto. A finales del mismo año, el Papa hizo venerable a Pío XII, facilitando así su proceso de beatificación. Benedicto XVI visitó sinagogas en las que dijo cosas agradables a los oídos judíos, pero a mediados de 2007 emitió un Motu Proprio en el cuál validó el uso del Rito Tridentino del Viernes Santo de 1962, titulado Pro Conversione Iudaeorum. Incluso su peregrinaje a Tierra Santa no estuvo exento de polémica, el que a su vez era precedido por la decisión vaticana de respaldar la muy cuestionada Conferencia de la ONU contra el Racismo celebrada en Ginebra un mes antes de la visita papal a Israel y de la polución diplomática creada por un vocero vaticano al tildar a Gaza como un «gran campo de concentración» durante la contienda última allí.

Es cierto que aún bajo el pontificado de Juan Pablo II las relaciones con el pueblo judío no fueron idílicas, pero el presente Papado parece haber desarrollado una habilidad especial para crear problemas innecesarios o agravar los preexistentes. Incluso cuando Roma se encontraba aquejada por una crisis institucional mayúscula, abarcando a cientos de sacerdotes pedófilos en decenas de países, protegidos durante décadas por una cultura de encubrimiento escandalosa que indignó a buena parte de la cristiandad, de algún modo, sorprendentemente oficiales vaticanos se la ingeniaron para enredar al pueblo judío en la polémica; abriendo así un nuevo frente enteramente incongruente.

Primero fue la frase atribuida públicamente a un judío anónimo, tomada de una carta citada por el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pronunciada en presencia de Benedicto XVI durante la Pascua cristiana, en la que comparó las críticas a la Iglesia con «los aspectos más vergonzosos del antisemitismo». Un vocero vaticano debió aclarar que la comparación «absolutamente no es la línea del Vaticano y de la Iglesia Católica» y el propio predicador papal se vio obligado a emitir una disculpa pública al poco tiempo. Sin embargo, lo absurdo de la comparación no pasó desapercibido: «¿Por qué desearía la Iglesia Católica defenderse por medio de una referencia a otras enormidades en las cuales también estuvo implicada?» preguntó el comentarista estadounidense Leon Wieseltier.

Luego comenzó a trascender que en ciertos círculos católicos había (re)emergido la idea del legendario complot judío. En medio del lío, el diario italiano La Repubblica informó que fuentes católicas culparon al «lobby judío de Nueva York» de agrandar el escándalo, y unos días después el diario británico Guardian atribuyó al obispo emérito de Grosseto, Giacomo Babini, haber expresado que dado lo «poderoso y refinado» de la crítica anti-papal, un «ataque sionista» estaba detrás de la misma. La Conferencia Episcopal italiana emitió un comunicado en el cuál Babini negaba haber dicho tal cosa, pero la existencia de previas atribuciones a su creencia de que los judíos explotan el Holocausto no contribuyó a que su desmentida fuese tomada seriamente. A su vez, el propio cardenal Sodano equiparó los cuestionamientos al Papa con «las batallas del modernismo contra Pío X» y «la ofensiva contra Pío XII por su comportamiento durante el último conflicto mundial» entre otros casos.

Un lustro es apenas un granito en las arenas del tiempo, y la política vaticana ciertamente debe ser evaluada en perspectiva histórica. Para la política internacional, sin embargo, luce como un período razonable de tiempo para legítimamente forjar una noción del devenir de los hechos. Será justo postular que la política vaticana hacia los judíos bajo Benedicto XVI por ahora es ambivalente.

El Telégrafo (Ecuador)

El Telégrafo (Ecuador)

Por Julián Schvindlerman

  

El desafío de Teherán – 20/04/10

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Ciertamente, la era del terror nuclear ya ha arribado como hecho posible. Inicialmente confinada a los libros de ciencia ficción, finalmente se ha instalado como una preocupación cierta en nuestra contemporaneidad. Las agrupaciones terroristas pueden hacerse de material nuclear de diversos modos, pero básicamente mediante el robo o la compra.

El avance del programa nuclear de Irán -objeto de condena de numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU- emerge en este contexto como la amenaza a la paz y a la seguridad global más acuciante del momento.

El presidente Ahmadinejad ha afirmado que su país posee sesenta mil centrifugadoras nuevas de tercera generación para enriquecer uranio; su máxima autoridad nuclear, Alí Akbar Salehi, anunció que Irán pasó de enriquecer uranio del 3.5% al 20%. Días atrás, en testimonio ante el congreso norteamericano, militares de alto rango aseguraron que Irán está a un año de producir suficiente uranio altamente enriquecido para fa bricar una bomba nuclear.

Evitar que el peligro real e inminente del terror nuclear se convierta en un hecho consumado necesariamente requiere que las aspiraciones nucleares de Teherán sean frustradas.