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Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Aguas por paz – 05/09/07

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Entre 1789 y 1884, Perú y Bolivia se enfrentaron en el campo de batalla con Chile en la llamada Guerra del Pacífico. Como consecuencia de ese episodio bélico, Lima y La Paz perdieron su territorio costero sur y su salida al mar, respectivamente. Ciento veintitrés años después, los roces entres estas naciones continúan.

En la más reciente instancia, acaecida a mediados de agosto, el gobierno peruano publicó una nueva cartografía en la que se adjudicó 35.000 kilómetros cuadrados del Océano Pacífico que están bajo la soberanía chilena, conforme a la opinión de Santiago. El incidente causó una álgida reacción diplomática chilena. El gobierno de Michelle Bachelet hizo saber su “más formal protesta”, rechazó el mapa armado por Lima, y convocó en “consulta indefinida” a su embajador en Perú. La cancillería tildó de “agresiva” la actitud de su vecino del norte, en tanto que el jefe de la diplomacia Alejandro Foxley advirtió que su país está preparado “para cualquier escenario” indicando que Chile está bien capacitado “para enfrentar esta situación o cualquier otra”. Los parlamentarios elevaron aún más el nivel de la retórica condenatoria de la actitud peruana, definiéndola como “una abierta provocación” (Patricio Walker, presidente de la Cámara de Diputados), “un hecho extraordinariamente grave” (Jorge Tarud, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados), “una virtual declaración de guerra” (senador Sergio Romero), y “una provocación de insospechadas consecuencias” (senador Juan Antonio Coloma). Dado este clima político, la aseveración del subsecretario de relaciones exteriores Alberto Van Klaveren en el sentido de que Chile ve con “seria preocupación” la movida peruana, pareció sintetizarlo todo.

Dada la gravedad de los acontecimientos, es llamativo que no se haya convocado aún a las Naciones Unidas, cuya experiencia en el manejo de otras disputas territoriales de alta conflictividad, podría ser puesta al servicio de la resolución de esta contienda singular. Su Consejo de Seguridad, por caso, podría adoptar una resolución bajo la consigna de “Agua por Paz” que instara a las partes ha realizar concesiones de soberanía marítima en aras del bien común. Ambas naciones tendrían la ocasión de probar ante propios y ajenos su vocación pacifista y abandonar toscos reclamos nacionalistas que solo contribuyen a exacerbar una atmósfera ya de por sí muy exaltada. Los versados funcionarios de la ONU podrían dar clases maestras a los chilenos y peruanos referentes a la necesidad de resolver esta crisis tan absolutamente crucial para la paz latinoamericana, y advertir -en los términos contundentes que la gravedad de la situación requiere- que la perpetuación temporal de sus posturas intransigentes solo fomentarán mayor desesperanza popular que derivará en más extremismo regional. El secretario-general bien haría en designar un enviado especial dotado de un mandato robusto para persuadir a las partes litigantes del cese de las hostilidades verbales. Diplomáticos europeos sin demora deberían ya estar organizando la próxima Conferencia Internacional para la Paz en Latinoamérica a la que Chile y Perú serían instados a asistir so pena de recibir sanciones comerciales. Los siempre activos gremios británicos podrían contribuir al mantenimiento de la paz peruano-chilena lanzando campañas de boicots contra aquel país que persistiera en su nacionalismo recalcitrante, en tanto que las universidades norteamericanas podrían promover iniciativas de desprendimiento económico para motivar a las partes a reconsiderar sus nociones de  patriotismo. Asimismo, la prensa internacional no debería dejar de utilizar esta excelente oportunidad para alertar a la opinión pública mundial acerca del peligroso sentimentalismo que aún subsiste en ciertos pueblos amantes del expansionismo territorial y excesivamente apegados a su pasado. Esto es lo menos que los pueblos del mundo libre deben hacer por la paz.

Del otro lado del Océano Atlántico, existe un pequeño país cuya existencia -en su totalidad, no solo una parte de ella- no figura en casi ninguna de las cartografías de sus vecinos. En esos mapas, sus fronteras son borradas y toda su área geográfica -a grandes rasgos del mismo tamaño del área disputada entre chilenos y peruanos- queda desaparecida en los mapas oficiales, educativos, mediáticos, y populares de la región. No se trata de forzar en estas líneas un enfoque comparativo ni precipitarse a conclusiones demasiado obvias o  demasiado triviales, quizás. Simplemente, no podemos evitar ceder ante la tentación del sarcasmo crítico a propósito de una situación que, con todo lo seria que ella indudablemente es, no deja de echar luz sobre la brecha existente entre la prédica moralista a la que las naciones suelen someter a ese país invisible en las cartografías del Medio Oriente y la propia conducta ante situaciones semi-similares aunque infinitamente menos amenazantes. Deseamos una pronta y pacífica resolución de esta disputa a nuestros hermanos latinoamericanos, y esperamos que este incidente diplomático sirva para sensibilizar a protagonistas y testigos por igual respecto de las realidades que otras naciones, en otras regiones, cotidianamente deben enfrentar.

Comunidades, Comunidades - 2007

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Por Julián Schvindlerman

  

La casa blanca y la casa de Saud – 15/08/07

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La semana pasada la Administración Bush anunció su decisión de reforzar militar y económicamente a sus aliados claves del Medio Oriente. A lo largo de una década, Israel recibiría u$s 30.000 millones, Egipto u$s 13.000 y Arabia Saudita y los demás países del Golfo Pérsico otros u$s 20.000 millones. Israel y Egipto han sido los dos mayores receptores de asistencia financiera y militar estadounidense por ya casi tres décadas, y si bien Arabia Saudita es también un aliado clave de Washington (a partir de la dependencia petrolera), la decisión de incluirla en el paquete, no obstante, ha sido recibida con escepticismo en no pocos rincones de Israel y el propio Estados Unidos.

Tal escepticismo deviene de la naturaleza del régimen saudí así como de la sospecha de un giro en la política exterior de esta Casa Blanca. Luego del 11 de septiembre de 2001, la Administración Bush comprendió que era imperativa una reevaluación de las premisas de la política exterior hacia el Medio Oriente. Un comunicado de la Casa Blanca dio expresión a esa inquietud: “Por medio siglo, el objetivo primario de Estados Unidos en el Medio Oriente fue la estabilidad…El 11/9, comprendimos que años de perseguir la estabilidad para promover la paz nos ha dejado sin ninguna. En lugar de ello, la ausencia de libertad ha hecho del Medio Oriente una incubadora de terrorismo. El status quo pre-11/9 era peligroso e inaceptable”. De aquí surgió la impetuosa corriente democratizadora para esta región, la cuál al cabo de estos años parece no haber colmado sus propias expectativas. Con esta última decisión de apuntalar a la monarquía feudal de Ryhad, Washington parece haber abandonado su noción libertadora de manera definitiva.

Es cierto que la determinación de reforzar con arsenal político, económico y militar a aliados regionales es eminentemente lógica. Ante el avance del shiísmo extremista iraní, por un lado, y el del  sunismo radical de Al-Qaeda y Hamas, por el otro, luce sensata la idea de ayudar a aquellos países interesados en contener dichas amenazas. Ello a su vez podría servir de aliciente para que aquellas naciones como Siria, que están hoy bajo la órbita iraní, revean su actitud al apreciar los beneficios del tutelaje americano. No es casual que integrantes del Eje del Mal regional hayan protestado contra esta iniciativa. Además, tal como analistas han señalado, un abandono americano de la Casa de Saúd sería contraproducente para Washington sin una contrapartida de mejoramiento en la conducta saudí. Ryhad podría adquirir armamento de otros proveedores internacionales, al hacerlo no solo permanecería bien armada sino que dejaría de depender de USA para el mantenimiento y actualización de sus equipos, algo que debilitaría políticamente a Washington ante Ryhad.

Aún así, las dudas persisten. Primeramente, cabe preguntarse que tan necesitada de asistencia económica podría Ryhad estar a la luz del ingreso de u$s 650.000 millones que ha tenido la OPEP el año pasado, de la cuál Arabia Saudita es su principal miembro. En segundo lugar, la conducta política de Ryhad ha dejado mucho que desear como para ameritar semejante premio. Aún continúa poco dispuesta a cooperar en la estabilización de Irak, a controlar el financiamiento que sus muchos príncipes dan al integrismo islámico, a endurecer su relación con Hamas, a normalizar seriamente sus vínculos con Israel, a liberalizar su política interna, o a detener la promoción de educación jihadista en sus mezquitas. Seis años después de que 15 sauditas participaran del peor atentado terrorista en suelo norteamericano, el 45% de todos los terroristas suicidas en Irak hoy son saudíes, según nos informa el diario Los Angeles Times. Y por supuesto, está el tema de la inestabilidad oficial. Tal como ha indicado Bret Stephens del Wall Street Journal, la edad  de los actuales dirigentes sauditas anuncia su inminente partida, y con ellos quizás la gobernabilidad. El Rey Abdulah, actual líder, nació en 1924. Su sucesor designado, el Príncipe Sultán, nació en 1926. Los siguientes en la línea son el príncipe Nayef, que nació en 1933, y el príncipe Salman de 1935. Otros candidatos posibles son el Príncipe Bandar (de 58 años) que por ser presumiblemente hijo de una esclava no sería elegible, y el Príncipe Saud al-Faisal (de 67 años) que tiene problemas de salud. Y luego restan una docena de príncipes multimillonarios como condimento perfecto para la intriga palaciega. Como trasfondo, la posibilidad de un golpe de estado islamista no es descabellada (y con este escenario el nuevo armamento en sus manos). Con lo cuál, resulta cuestionable la noción de invertir tanto en una monarquía no del todo cooperativa, no del todo estable, y no del todo amigable.

En la actual coyuntura geopolítica, reforzar a los saudíes es lógico. Queda por ver si es prudente y a largo plazo conveniente.

Artículo publicado originalmente en Libertad Digital

Libertad Digital, Libertad Digital - 2007

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Por Julián Schvindlerman

  

La casa blanca y la casa de Saúd – 10/08/07

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La semana pasada la Administración Bush anunció su decisión de reforzar militar y económicamente a sus aliados clave en Oriente Medio. A lo largo de una década, Israel recibiría 30.000 millones de dólares, Egipto 13.000 y entre Arabia Saudí y los demás países del Golfo Pérsico otros 20.000. Israel y Egipto han sido los dos mayores receptores de asistencia financiera y militar estadounidense durante casi tres décadas ya, y si bien Arabia Saudí es también un aliado clave de Washington (a partir de la dependencia petrolera), la decisión de incluirla en el paquete, no obstante, ha sido recibida con escepticismo en no pocos rincones de Israel y del propio Estados Unidos.

Tal escepticismo deviene de la naturaleza del régimen saudí, así como de la sospecha de un giro en la política exterior de esta Casa Blanca. Luego del 11 de septiembre de 2001, la Administración Bush comprendió que era imperativo reevaluar las premisas de la política exterior en Oriente Medio. Un comunicado de la Casa Blanca dio expresión a esa inquietud: «Durante medio siglo, el objetivo primario de Estados Unidos en Oriente Medio fue la estabilidad…El 11-S comprendimos que años de perseguir la estabilidad para promover la paz nos ha dejado sin ninguna de las dos. En lugar de ello, la ausencia de libertad ha hecho de Oriente Medio una incubadora de terrorismo. El status quo anterior al 11-S es peligroso e inaceptable». De aquí surgió la impetuosa corriente democratizadora para esta región, que parece no haber colmado sus propias expectativas al cabo de estos años. Con esta última decisión de apuntalar a la monarquía feudal de Riyadh, Washington parece haber abandonado su noción libertadora de manera definitiva.

Es cierto que la determinación de reforzar con arsenal político, económico y militar a aliados regionales es eminentemente lógica. Ante el avance del chiísmo extremista iraní, por un lado, y el del sunnismo radical de Al-Qaeda y Hamás por el otro, parece sensata la idea de ayudar a los países interesados en contener dichas amenazas. Ello a su vez podría servir de aliciente para que naciones como Siria, que están hoy bajo la órbita iraní, reconsideren su actitud al apreciar los beneficios del tutelaje americano. No es casual que los integrantes del Eje del Mal regional hayan protestado contra esta iniciativa. Además, tal como analistas han señalado, un abandono americano de la Casa de Saúd sería contraproducente para Washington sin una contrapartida de mejoramiento en la conducta saudí. Riyadh podría adquirir armamento de otros proveedores internacionales y al hacerlo no solo permanecería bien armada, sino que dejaría de depender de USA para el mantenimiento y actualización de sus equipos, algo que debilitaría políticamente a Washington ante Riyadh.

Aún así, las dudas persisten. Cabe preguntarse primero si Riyadh estaba tan necesitada de asistencia económica a la luz de los ingresos de 650.000 millones de dólares que ha tenido la OPEP el año pasado, de la cual Arabia Saudí es su principal miembro. En segundo lugar, la conducta política de Riyadh ha dejado mucho que desear como para merecer semejante premio. Aún continúa poco dispuesta a cooperar en la estabilización de Irak, a controlar la financiación que sus muchos príncipes dan al integrismo islámico, a endurecer su relación con Hamás, a normalizar seriamente sus vínculos con Israel, a liberalizar su política interna o a detener la promoción de educación yihadista en sus mezquitas. Seis años después de que 15 sauditas participaran del peor atentado terrorista en suelo norteamericano, el 45% de todos los terroristas suicidas en Irak hoy son saudíes, según informa el diario Los Angeles Times.

Y, por supuesto, está el tema de la inestabilidad oficial. Tal como ha indicado Bret Stephens, del Wall Street Journal, la edad de los actuales dirigentes sauditas anuncia su inminente partida, y con ellos quizás la gobernabilidad. El Rey Abdulah, actual líder, nació en 1924. Su sucesor designado, el Príncipe Sultán, nació en 1926. Los siguientes en la línea son el Príncipe Nayef, nacido en 1933, y el Príncipe Salman, de 1935. Otros candidatos posibles son el Príncipe Bandar, de 58 años, que por ser presumiblemente hijo de una esclava no sería elegible, y el Príncipe Saud al-Faisal, de 67, que tiene problemas de salud. Y luego restan una docena de príncipes multimillonarios como condimento perfecto para la intriga palaciega. Como trasfondo, la posibilidad de un golpe de estado islamista no es descabellada, y es un escenario en el que este nuevo armamento quedaría en sus manos. En vista de todo esto, resulta cuestionable la idea de invertir tanto en una monarquía no del todo cooperativa, no del todo estable, y no del todo amigable.
En la actual coyuntura geopolítica, reforzar a los saudíes es lógico. Queda por ver si es prudente y, a largo plazo, conveniente.

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Por Julián Schvindlerman

  

Los desafíos duales del Sionismo – 01/08/07

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En la actualidad, el sionismo está siendo severamente cuestionado desde un frente interno y uno externo. Éste último, es decir, el antisionismo clásico, es fácilmente reconocible: basta observar la obsesión boicoteadora de los gremios británicos contra Israel, o la tendenciosidad fiera de algunos medios de comunicación internacionales, o la agresividad diplomática de varias naciones árabes, para detectar su perniciosa presencia. De carácter no menos destructivo, sin embargo, se halla también presente el desafío del postsionismo, producto de fabricación casera: la reciente decisión de la Ministra de Educación Yuli Tamir de aprobar un libro de textos para estudiantes árabes-israelíes de tercer grado que presenta a la invasión árabe de 1948 contra Israel no como la verdad histórica que fue sino como una “narrativa” sionista en oposición a la lectura árabe de los hechos (la “Naqba”), ha sido precisamente la última manifestación de este fenómeno que alcanzó todo su esplendor durante los años noventa y que, como vemos, no ha desaparecido.

Desde sus orígenes, el sionismo ha enfrentado la decidida oposición de prominentes intelectuales judíos cuyo rechazo a la idea de un estado judío en la Tierra de Israel se sustentaba en su escepticismo hacia la noción del poder político, la fuerza militar, la intriga diplomática y demás elementos propios del ejercicio de la soberanía nacional. Figuras estelares del pensamiento judío tales como Martin Buber, Gershom Sholem, Hanna Arendt y Juda Magnes han abiertamente militado en contra del sionismo herzliano no por sentimiento anti-judío como el que anima a los antisionistas contemporáneos, sino por desprecio a la idea del poder judío. Así, por ejemplo, en 1917 líderes de la comunidad judía de Gran Bretaña publicaron un manifiesto antisionista en el periódico Times de Londres en contra de la Declaración Balfour y a favor de la igualdad de derechos entre árabes y judíos en Palestina. Del otro lado del Atlántico, filántropos estadounidenses judíos apoyaban financieramente programas soviéticos de reubicación de judíos urbanos en comunidades agrícolas en Ucrania, a la par que se negaban a asistir materialmente al esfuerzo sionista de colonizar Palestina. Adolf Och, dueño del New York Times, ponía el influyente diario al servicio de la causa antisionista dada su convicción de que “los judíos no son una nación, comparten solo una religión”. Ya en 1921 Buber propuso abandonar el sionismo en aras del binacionalismo (vale decir, en pos de una federación judeo-árabe en Palestina).

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto judío, la oposición judía al sionismo decayó, más no desapareció. Apenas unas pocas décadas desde la creación del Estado de Israel, dicha oposición reapareció; si bien bajo el estandárte de un nombre diferente. Para distinguirse a sí misma del antisionismo moderno de animadversión anti-judía, la nueva corriente profundamente crítica de casi todos los elementos constitutivos del estado judío se ha dado en llamar postsionista, pero en esencia, de implementarse su planteo programático, seríamos testigos del desmantelamiento del sionismo tal como lo conocemos.

En un libro de erudición y solvencia enciclopédicas, The Jewish State: The Struggle for Israel´s Soul, Yoram Hazony ha compilado, analizado y delatado un conjunto tan vasto de actos y pronunciamientos postsionistas de las últimas décadas que la lectura del voluminoso libro no puede realizarse sin sentir escalofríos. Tomadas individualmente, cada una de estas posturas serían debatibles. En conjunto, atestiguan acerca de una ofensiva sin tregua contra la mismísima idea de un estado judío y legitimidad de la soberanía judía.

Si hoy en día nos escandalizamos al oír comparaciones de las políticas israelíes con las políticas nazis de parte de un ex titular de la Agencia Judía, Avraham Burg, debemos recordar que fue otro judío, el profesor Yeshayahu Leibowitz quién años atrás acuño el término “judeo-nazis” para referirse a los soldados israelíes, y que el judío alemán Martin Buber ya en 1958 escribió que los judíos que creían en la eficacia del poder, habían aprendido ello de Hitler. Si hoy en día la demografía es una preocupación en Israel, debemos recordar que Gershom Shoken, editor del diario Haaretz, se expresó en 1985 a favor de los matrimonios mixtos entre árabes y judíos, y que el renombrado escritor Amoz Oz ha expresado ver “nada malo” en el hecho de que los judíos se convirtieran a otras religiones. Llevando estas impresiones hasta el extremo, A.B.Yehoshua opinó que los judíos israelíes deberían convertirse al Cristianismo o al Islam en aras de la paz fraternal. (Cabe recordar que incluso Theodor Herzl temporalmente sostuvo que la conversión de los judíos al catolicismo resolvería el problema del antisemitismo). A partir de la firma en 1993 de los Acuerdos de Oslo con la antisionista OLP, la ideología postsionista alcanzó su clímax y su agenda su más grande aplicación. En este período surgieron reclamos judíos para abolir la Ley del Retorno, desjudaizar la bandera e himno israelíes, des-sionizar la currícula educativa, y revertir la idea sionista de colonizar la tierra mediante graduales repliegues territoriales. Mientras que Shulamit Aloni, Ministra de Educación, preocupada por el sentimiento nacionalista y religioso que ello pudiera respectivamente generar, se oponía a las visitas de escolares israelíes al campo de exterminio de Auschwitz y exigía que referencias a Ds fueran eliminadas de los servicios de recordación de los soldados caídos, su subalterno, Micha Goldman, proponía modificar el contenido del “Hatikva” para que los ciudadanos no judíos de Israel pudieran identificarse con el mismo. Mientras que un periodista de Haaretz tildaba a la Ley del Retorno como iguales a las Leyes de Nuremberg, un posterior Ministro de Educación, Amnon Rubinstein, la comparaba con la Sudáfrica del Apartheid, el titular de la Autoridad de Reservas Naturales de Israel, Dan Peri, sostenía que ésta debía limitarse para proteger las reservas naturales, y el zoólogo Yoram Yom-Tov afirmaba que, desde el punto de vista ecológico, no era bueno traer tantos judíos a Israel. Cuando Haim Ramon obtuvo la secretaría-general de la Histadrut, cuyo nombre completo era “Federación General del Trabajo en la Tierra de Israel”, decidió remover “Tierra de Israel” del nombre de la legendaria institución. Cuando un comité armó el nuevo código de ética del ejército israelí, se opuso al ítem “amor por la tierra” sobre la base de que no es posible enseñar a amar y por resistir lo que denominó era una fetichización de un objeto. Mientras que la cancillería israelí fijaba como metas de su política exterior que se mantuviera la asistencia económica norteamericana a Egipto y deseba obtener lo mismo para Siria, y removía a Masada y al Golán del programa de visitas de dignatarios foráneos, el Ministerio de Turismo procuraba promover turismo desde Libia y el Ministerio de Asuntos Religiosos patrocinaba a organizaciones que promovían la peregrinación a la Meca.

Ante esta avasalladora corriente interna de renunciamiento al sionismo tradicional coexistiendo en simultaneidad con las inagotables agresiones externas provenientes del antisionismo moderno, no nos queda más que concluir que aún resta un largo camino por recorrer para que el concepto de un estado judío sea algún día finalmente aceptado…tanto afuera como adentro de nuestra casa.

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Por Julián Schvindlerman

  

El complot de los médicos: una reflexión sobre el terrorismo contemporáneo – 18/07/07

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En los trece años transcurridos desde el atentado contra la sede de la AMIA-DAIA en nuestro país hasta los recientes atentados fallidos en Inglaterra, el terrorismo ha ampliado su impacto global, ha aumentado su grado de letalidad y ha agigantado su nefasta espectacularidad. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 marcan un antes y un después en la historia universal del terror, y el prospecto contemporáneo del terrorismo nuclear crea un horizonte, precisamente, aterrador, en lo relativo a amenazas a la paz y a la seguridad mundiales. La mera posibilidad de concebir a la más avanzada tecnología al servicio de un método tan destructivo (hoy en manos de la más retrógrada y fanatizada de las ideologías) nos obliga a reevaluar nuestras premisas más convencionales en lo referente a como lidiar con este agravado y urgente desafío internacional.

Y sin embargo, en tanto que el terrorismo ha crecido y se ha convertido en un problema casi cotidiano, y en tanto que se encuentra empleado hoy en día principalmente por militantes religiosamente tan radicalizados como geopolíticamente ambiciosos, es decir, por fundamentalistas islámicos que aspiran a la renovación global del califato de antaño, en tanto la amenaza aumenta y sus propagadores dan signos de intención y motivación cada vez más alarmantes, el resto de nosotros, las víctimas actuales y potenciales de la ira terrorista islamista, damos crecientemente signos de abatimiento, confusión y titubeo. El hecho de que todavía, ni jurídica ni diplomáticamente se haya podido consensuar una definición única de terrorismo es un lamentable testimonio a la falta de determinación imperante. Ni las Naciones Unidas, ni el Estatuto de Roma creador de la Corte Penal Internacional, ni la Convención Interamericana contra el Terrorismo ni ningún otro foro mundial o institución internacional ha logrado aglutinar un consenso lo suficientemente mayoritario o lo suficientemente sólido como para estipular lo obvio debido a la oposición de naciones subdesarrolladas que por décadas han estado desvirtuando la esencia de una simple verdad: terrorista es todo aquél que ataca de manera deliberada, con finalidades políticas o religiosas, y recurriendo al uso de fuerza letal, a civiles indefensos. La fraudulenta noción de que el terrorista para uno es un luchador por la libertad para otro debería de una buena vez ser descartada; tal como debería ser desechada la igualmente falsa idea de que la pobreza y la desesperación son factores decisivos en la gestación del terrorista moderno. Quienes masacran a civiles indefensos no tienen en mente a la libertad, ni arrojan su vida al Otro Mundo para mejorar la condición material de éste.

Pero si en los campos de la ley y la diplomacia reina soberana la indecisión, en el área del periodismo gobierna impunemente la cobardía. Y pocos casos retratan tan fielmente la penosa situación actual como la cobertura mediática de los últimos atentados frustrados en Glasgow y Londres. He aquí el titular de un influyente matutino local: “Gran Bretaña: los médicos en la mira”. ¿Los médicos? Desde que The Times informara que un líder de Al-Qaeda en Irak había anunciado el ataque a objetivos británicos de esta forma “Aquellos que te curan te matarán”, ya no hubo manera de frenar la avalancha de noticias cuyo eje fuera la medicina, no el Islam fundamentalista. Numerosos cables de noticias de agencias internacionales fomentaron el mismo tema, en un clásico ejemplo: “Ayer se supo que cinco de los ocho detenidos desde el sábado último son médicos, según confirmaron fuentes policiales, revelación que causó conmoción”. ¿¡Y como no habría de causar conmoción!? ¡Que médicos estuvieran complotando desde Irak para golpear en Inglaterra sería tan escalofriante como que arquitectos estuvieran complotando desde Marruecos para golpear en España, o como que pintores libaneses planificaran atentados contra la Argentina! Esta obvia y pueril manera de desviar la atención de la opinión pública a propósito del verdadero perpetrador de los ataques ya trasciende la mera corrección política; de por sí ya muy perniciosa. Este es un acto de cobardía. Es un acto deliberado de fingir incomprensión. Es un engaño activamente promovido hacia los cuatro puntos cardinales por profesionales deshonestos; consigo mismos y con el resto de nosotros. A diferencia de los diplomáticos y los juristas que han enfrentado la oposición sostenida de países renuentes a definir el terrorismo, los periodistas del mundo libre gozan de total libertad de expresión. Condicionados por las convenciones de un gremio altamente ideologizado, eligen desinformar.

Como resultado de todo ello, estamos cada vez más lejos de poder articular una estrategia de defensa coherente frente a la amenaza del terrorismo transnacional. Mientras que los diplomáticos sean incapaces de definir quién es un terrorista, y mientas que los periodistas simulen no saber distinguir a un terrorista de un médico, difícilmente pueda surgir la convicción -y de allí en más la determinación- en las sociedades libres de que combatir y destruir a este mal es, después de todo, posible.

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Por Julián Schvindlerman

  

Y el mundo descubrió al terrorismo… – 04/07/07

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“No hay diálogo con estos terroristas asesinos”, espetó el presidente palestino Mahmoud Abbas al definir su política hacia el Hamas que acababa de capturar la Franja de Gaza. Fue un “atentado terrorista”, afirmó el secretario-general de las Naciones Unidas Ban Ki-Moon al condenar al ataque sufrido por tropas de la FINUL en El Líbano en el que soldados españoles resultaron muertos.

Las razones por las que, esta vez, la ONU y Abbas han llamado “terroristas” a los perpetradores de tales actos, obedecen puramente a motivaciones políticas egoístas: esta vez han sido ellos mismos las víctimas del embate terrorista. La ONU tiene un largo y tristemente célebre récord de encubrimiento del terrorismo árabe anti-israelí y anti-occidental, inaugurado en el año 1972 en ocasión de la adopción de la primer resolución referente a esta cuestión, cuyo título elocuentemente ha ilustrado la posición oportuna de la Asamblea General respecto de este fenómeno criminal: “Medidas para prevenir el terrorismo internacional el que pone en peligro o toma vidas humanas inocentes o pone en jaque libertades fundamentales, y estudio de las causas subyacentes de esas formas de terrorismo y actos de violencia que yacen en la miseria frustración, pena y desesperanza y las que motivan a cierta gente a sacrificar vidas humanas, incluso las propias, en un intento de producir cambios radicales” (Res. 3034/XXVII).

Esta formulación orwelliana fue instigada por el bloque árabe/musulmán y tercermundista que procuraba justificar los actos de los “luchadores por la libertad” palestinos, entre cuyos líderes figuraba Mahmoud Abbas. Hoy, cuando facciones palestinas disidentes atacan a las filas de Abbas en lugar de a los israelíes, éstos ya dejan de ser luchadores por la libertad para convertirse en “terroristas asesinos”. Y poco parecen impactar en Abbas “las causas subyacentes” del terrorismo, sean éstas la “miseria”, la “frustración”, la “pena” o la “desesperanza” como tan sufridamente explicaba la propia ONU en 1972 y como tan habitualmente los propios palestinos y sus lamebotas en Occidente han postulado ante cada atentado atroz contra civiles israelíes, principalmente  desde 1994 en adelante. A propósito de lo cuál resulta también muy contrastante la categórica afirmación del actual secretario-general; definición que además de tomar distancia de la propia historia institucional tardíamente, es errada, pues, en rigor a la verdad, el atentado contra FINUL en junio último fue una operación de guerrilla -no de terrorismo- dado que el objetivo fue militar y no civil. Eso no le quita gravedad ni minimiza el repudio que sentimos al respecto. Tan solo nos indica cuán oportunista e hipócrita la ONU puede llegar a ser en los asuntos relativos a la violencia política mesooriental.

De a poco le fue llegando a cada uno. Comenzó en el Medio Oriente contra los “infieles”. Se empeño luego en ataques contra objetivos en Israel. Gradualmente se fue perfeccionando en letalidad y reiteración llegando a golpear en otras partes del mundo, para finalmente globalizarse por completo. Londres y Madrid, con sus pobladores habitualmente tan simpáticos hacia el sufrimiento palestino, tan apologistas de sus actos de “resistencia”, tan condenatorios de la autodefensa israelí, finalmente probaron el sabor amargo del terrorismo suicida islamista. Moscú, cuya política exterior por décadas ha sido arabista, padeció el horror terrorista islamista en Chechenia y en su propia capital. Arabia Saudita, Egipto, Jordania, El Líbano, Pakistán, Indonesia y Túnez; todos ellos defensores de la causa palestina y sus métodos de “liberación” non-sanctos, algunos de ellos promotores de la ideología fanática del Islam radical, también han sido golpeados al final del camino por la avalancha terrorista islamista. Debieron haberlo sabido: quien siembra vientos, cosecha tormentas.

En fin, en tiempos en los que publicar una determinada caricatura, escribir sobre ciertos temas políticamente incorrectos, o sencillamente abordar un avión o un autobús se han convertido en actividades de alto riesgo, en tiempos en los que oímos la denuncia pérfida de los que ayer nomás justificaban lo aberrante, es dable recordar la génesis de este ciclón de barbarie y extremismo. Es importante que jamás olvidemos que el monstruo no se alimentó solamente de su propio fanatismo, ni engordó hasta la obesidad por su propio salvajismo, sino que fue creciendo también bajo el aliento irresponsable de los oportunistas, que se agigantó con la aprobación obtusa de los necios, y que avanzó -y seguirá avanzando- por el beneplácito impío de los cobardes.

Sí, Sr. Abbas, Ud. tiene razón. Los militantes de Hamas son terroristas asesinos. Y hace Ud. bién, Sr. Ki-Moon, en repudiar en nombre de la ONU la violencia política en la región. Lo que lamentamos -desde hace un largo tiempo muchos de nosotros, y de ahora en más también lo lamentarán Uds- es que hayan hablado tan a destiempo.  

Publicado originalmente en Libertad Digital

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Y el mundo descubrió el terrorismo – 03/07/07

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«No hay diálogo con estos terroristas asesinos», espetó el presidente palestino Mahmoud Abbas al definir su política hacia Hamás, que acababa de conquistar la Franja de Gaza. Fue un «atentado terrorista», afirmó el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, al condenar al ataque sufrido por tropas de la FINUL en el Líbano en el que soldados españoles resultaron muertos.

Las razones por las que en estos casos la ONU y Abbas han llamado «terroristas» a los perpetradores de tales actos obedecen puramente a motivaciones políticas egoístas: esta vez han sido ellos mismos las víctimas del embate terrorista. La ONU tiene un largo y tristemente célebre récord de encubrimiento del terrorismo árabe anti-israelí y anti-occidental, inaugurado en el año 1972 en ocasión de la adopción de la primer resolución referente a esta cuestión, cuyo título elocuentemente ha ilustrado la posición oportuna de la Asamblea General respecto de este fenómeno criminal: «Medidas para prevenir el terrorismo internacional que pone en peligro o toma vidas humanas inocentes o pone en jaque libertades fundamentales, y estudio de las causas subyacentes de esas formas de terrorismo y los actos de violencia que tienen su origen en las aflicciones, la frustración, los agravios y la desesperanza y que conducen a algunas personas a sacrificar vidas humanas, incluida la propia, en un intento de lograr cambios radicales.» (Resolución 3034/XXVII)

Esta formulación orwelliana fue instigada por el bloque árabe-musulmán y tercermundista que procuraba justificar los actos de los «luchadores por la libertad» palestinos, entre cuyos líderes figuraba Mahmoud Abbas. Hoy, cuando facciones palestinas disidentes atacan a las filas de Abbas en lugar de a los israelíes, éstos ya dejan de ser luchadores por la libertad para convertirse en «terroristas asesinos». Y poco parecen importar ahora a Abbas «las causas subyacentes» del terrorismo, sean éstas las «aflicciones», la «frustración», los «agravios» o la «desesperanza» como tan sufridamente explicaba la propia ONU en 1972 y como han postulado con tanta frecuencia los propios palestinos y sus lamebotas en Occidente ante cada atentado atroz contra civiles israelíes, sobre todo de 1994 en adelante.

A propósito de esto resulta también un fuerte contraste la categórica afirmación del actual secretario general de la ONU, una definición que además de tomar distancia de la propia historia de la institución con demasiado retraso, es errónea, pues en rigor a la verdad el atentado contra FINUL fue una operación de guerrilla y no de terrorismo, dado que el objetivo fue militar y no civil. Eso no le quita gravedad ni minimiza el repudio que sentimos al respecto. Tan solo nos indica cuán oportunista e hipócrita la ONU puede llegar a ser en los asuntos relativos a la violencia política mesooriental.

El terrorismo le fue llegando a cada uno de ellos poco a poco. Comenzó en Oriente Próximo contra los «infieles». Se empeño luego en ataques contra objetivos en Israel. Gradualmente se fue perfeccionando en letalidad y reiteración llegando a golpear en otras partes del mundo, para finalmente globalizarse por completo. Londres y Madrid, con sus pobladores habitualmente tan simpáticos hacia el sufrimiento palestino, tan apologistas de sus actos de «resistencia», tan condenatorios de la autodefensa israelí, finalmente probaron el sabor amargo del terrorismo islamista. Moscú, cuya política exterior ha sido arabista durante décadas, padeció el horror islamista en Chechenia y en su propia capital. Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Líbano, Pakistán, Indonesia y Túnez, todos ellos defensores de la causa palestina y sus métodos de «liberación» non sanctos, algunos de ellos promotores de la ideología fanática del islam radical, también han sido golpeados al final del camino por la avalancha terrorista islamista. Debieron haberlo sabido: quien siembra vientos, recoge tempestades.

En fin, en tiempos en los que publicar una determinada caricatura, escribir sobre ciertos temas políticamente incorrectos o simplemente abordar un avión o un autobús se han convertido en actividades de alto riesgo, en tiempos en los que oímos la denuncia pérfida de los que ayer nomás justificaban lo aberrante, es dable recordar la génesis de este ciclón de barbarie y extremismo. Es importante que jamás olvidemos que el monstruo no se alimentó solamente de su propio fanatismo, ni engordó hasta la obesidad por su propio salvajismo, sino que fue creciendo también bajo el aliento irresponsable de los oportunistas, que se agigantó con la aprobación obtusa de los necios, y que avanzó –y seguirá avanzando– por el beneplácito impío de los cobardes.

Sí, señor Abbas, tiene usted razón. Los militantes de Hamas son terroristas asesinos. Y hace usted bien, señor Ki-Moon, en repudiar en nombre de la ONU la violencia política en la región. Lo que lamentamos –desde hace largo tiempo muchos de nosotros, y de ahora en adelante también lo harán ustedes– es que hayan hablado tan a destiempo.

Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Aires de los años noventa – 20/06/07

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En una de esas amargas ironías que muy usualmente el Medio Oriente nos arroja, la elección de Shimón Peres como el nuevo presidente del estado de Israel coincidió con la caída de Gaza en manos del movimiento islamista Hamas, con el aterrizaje de cohetes Katyusha en Kiryat Shmona, con el asesinato de un legislador libanés presumiblemente cometido por los sirios, y con el bombardeo de una mezquita chiíta en Irak. Todo un recibimiento para el hombre que se pasó buena parte de una década pronosticando el advenimiento de un “Nuevo Medio Oriente” políticamente domesticado, económicamente integrado, y socialmente pacificado. Que duda cabe que de todos los candidatos, Peres era, por lejos, el mejor dotado para el ejercicio de la presidencia israelí; especialmente al considerar la necesidad de restaurar la investidura presidencial a la luz de la partida escandalosa del lamentable Moshe Katsav. En tanto líder consustanciado con la historia israelí, políticamente bien formado y diplomáticamente experimentado, ponderado localmente y respetado mundialmente, Peres indudablemente tendrá mucho y de mucho valor para aportar al bienestar estatal desde el sillón presidencial. Es solo que no puede dejar de notarse el curioso sentido del humor de este terco Medio Oriente que parece haber querido regalarle a uno de sus referentes más prominentes un souvenir particular por haber ganado merecida y finalmente una elección. 

Pero si la coincidencia del triunfo político de Peres con una jornada mesoriental imposiblemente más alejada del horizonte prometedor de los naive noventa resulta irónico, el resurgimiento de Ehud Barak como líder del Laborismo no puede ser visto sino como una broma de muy mal gusto. La resurrección política de uno de los líderes más irresponsables y peores de la historia israelí y su coronación como titular del Partido Laborista y nuevo ministro de defensa en momentos en que el mismo pueblo al que éste ofreció Jerusalén ha transformado a la Franja de Gaza en un feudo  islamista y a Cisjordania en Somalía, es de tan mal augurio que uno comienza a sentir nostalgia por Amir Peretz. Es cierto que quedan pocos líderes históricos en Israel del estirpe y la visión de los pertenecientes a la camada de los padres fundadores, pero ciertamente uno hubiera esperado algo más del partido más tradicional de la política israelí. Barak tiene una importante experiencia política y militar a su favor, pero de nada sirve  cuando ella es puesta al servicio de políticas no sabias. Y pocas cosas lucen tan poco sabias  -hoy como ayer- que la decisión de Ehud Bark de convertirse en el primer líder de la milenaria historia del pueblo judío en haber querido voluntariamente ceder Jerusalén.  

En esta atmósfera deja-vu de los años noventa, no podía faltar el sentido de la oportunidad del New York Times que –en medio del caos palestino, cuando opositores políticos eran arrojados desde los techos de los edificios o acribillados a balazos frente a sus seres queridos en plena vía pública- consideró adecuado ¡recriminar a Israel por la construcción de asentamientos! En el mismo editorial, publicado para cuando una mujer embarazada palestina intentó, falso pretexto médico mediante ingresar a Israel para inmolarse, el Times instó a Israel a levantar los “onerosos, humillantes y asfixiantes bloqueos económicos de los movimientos palestinos”. Y, haciendo gala del irrealismo político al que nos tiene acostumbrados, sugirió que Washington y Jerusalén deberían iniciar conversaciones con el Hamas “Si el movimiento se muestra dispuesto a no involucrarse en actos terroristas y a ponerse a la altura de los gobiernos respetuosos de la ley”. Esto editorializó el influyente diario neoyorquino en el preciso momento en que Hamas había efectuado un golpe de estado y estaba en plena campaña de ajusticiamiento público y brutal de sus contrincantes.

Una mayor manifestación de insensatez provino, sin embargo, del Boston Globe, cuyos editores encontraron apropiado directamente culpar a Israel por el golpe de estado islamista en la Franja de Gaza. Honrando la más fina tradición del periodismo occidental progresista de “Culpar a Israel Primero” este diario editorializó: “La campaña de Hamas para erradicar a Fatah de Gaza no es ciertamente la única causa de la miseria de los habitantes de Gaza. Ellos por mucho tiempo padecieron la sofocante ocupación de Israel, y luego la tonta retirada unilateral de Ariel Sharon del 2005, una movida que permitió al Hamas llegar al poder con la engañosa proclama de que sus cohetes y atentados suicidas habían echado a los soldados y colonos israelíes fuera de Gaza”. En esta muestra sublime de incoherencia periodística, el Boston Globe se las ha ingeniado para culpar a Israel ¡tanto por la ocupación de Gaza como por haber puesto un fin a ella!

Los palestinos se violentan y la prensa elite internacional responsabiliza a Israel. Los malos hábitos nunca mueren.