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La Capital

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Por Julián Schvindlerman

  

La verdad sobre la guerra de los seis dias – 09/06/07

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Días atrás, el actual representante palestino ante la República Argentina, Farid F. Suwwan, y su antecesor en el cargo, Suhail Daher Akel, en una columna y una entrevista respectivamente, han presentado una imagen tan distorsionada y fraudulenta de la historia del pueblo israelí y palestino, así como de la historia del conflicto entre ellos, que difícilmente pueda una breve nota de réplica esclarecer mucho al respecto. No obstante, quisiera plasmar evidencia que ellos han desconsiderado y presentar una visión más realista, menos apasionada, y definitivamente más leal a la verdad histórica de los hechos referidos a la guerra de 1967.

Comencemos por recordar lo obvio: aún cuando el estado de Israel no ocupaba territorio hoy reclamado por los palestinos (Cisjordania, Gaza, Jerusalén oriental) y por los sirios (los Altos del Golán) -y hasta 1979 por los egipcios (el desierto del Sinaí ahora en manos egipcias)- el mundo árabe en su totalidad estaba planeando una ataque mortal contra el estado judío. Antes del estallido de la guerra de junio de 1967, Egipto había expulsado a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas que custodiaban la frontera entre aquél país e Israel, entabló una alianza militar con Siria, firmó un pacto de emergencia militar con Jordania, y movilizó tropas hacia el estado hebreo. Argelia, Irak, Libia, Arabia Saudita, Marruecos y Túnez -naciones árabes que no comparten fronteras con Israel- comenzaron a enviar soldados hacia allí. Para proteger a tres millones de israelíes de la masiva invasión anunciada por los líderes árabes y los ejércitos de 100 millones de árabes, Israel preventivamente atacó a sus vecinos y conquistó territorio que al finalizar la contienda ofreció retornar a cambio de paz. La respuesta árabe no tardó en llegar. Reunida la Liga Árabe en Kartún, capital de Sudán, emitió un comunicado famoso por su intransigencia: “No paz con Israel, no reconocimiento a Israel, no negociaciones con ella”.

En cuanto a los propios palestinos, recordemos que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue creada en 1964, es decir, tres años antes de que un solo soldado israelí ingresara a Jerusalén oriental, la Franja de Gaza y Cisjordania, con el propósito de “liberar Palestina”; una Palestina que ya estaba “liberada” en realidad puesto que Gaza era gobernada por Egipto, y Jerusalén y Cisjordania por Jordania. Y recordemos esta frase exaltada del primer titular de la OLP, Ahmed Shuqayri, quién anunció en aquél entonces: “destruiremos a Israel y a sus habitantes, y en cuanto a los sobrevivientes -si hubiere- los botes están listos para deportarlos”. Y recordemos también que la OLP y sus denominados “luchadores por la libertad” estaban incesantemente atacando a población civil indefensa en Israel y posteriormente también en Francia, Alemania, Holanda y otras partes puesto que, en palabras de George Habbash, líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, “creemos que matar a un judío lejos del campo de batalla es más efectivo que matar a cien judíos en el campo de batalla, porque atrae más atención”.

Una vez perdida la guerra por ellos declarada, y habiendo perdido territorios desde los que agobiaron a Israel con actos de terror por décadas, los propagandistas árabes y palestinos se han pasado los siguientes cuarenta años afirmando que el estado judío es expansionista y colonialista. Pero reflexionemos. Si éste fuera el caso, ¿se hubiera retirado unilateralmente Israel del Sur de El Líbano y de la Franja de Gaza, territorios desde los cuáles ha sido atacada antes y  después de su repliegue? ¿ Hubiera entregado el desierto del Sinaí (que supera ampliamente el tamaño de todo Israel) a Egipto en el marco del acuerdo de paz entre ambas naciones en 1979? ¿Le hubiera rogado a Jordania que no ingresara a la ofensiva árabe de 1967? Si Israel fuera expansionista y colonialista, ¿hubiera entablado negociaciones con los palestinos en 1993 con el objetivo de ir poniendo un fin gradual a la ocupación? ¿Es lógico tildar de expansionista  y colonialista a un país que se asienta sobre menos del 1% de todo el Medio Oriente?

Estos son los hechos incómodos que los diplomáticos árabes y palestinos prefieren ignorar.

Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Ingobernabilidad Palestina – 06/06/07

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Los cruentos choques entre Fatah y Hamas constituyen, a primera vista, una batalla por el poder político del gobierno autónomo palestino y por el control militar de la calle palestina. De manera más esencial, sin embargo, estos dos movimientos están luchando por el liderazgo del nacionalismo palestino.

Desde finales de los años sesenta, cuando la facción Al-Fatah de Yasser Arafat tomó las riendas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) establecida por Egipto en 1964, el movimiento nacionalista palestino ha estado gobernado por esta agrupación nacionalista secular. La OLP siempre ha sido una organización paraguas que ha albergado a diversos grupos terroristas los cuáles muchas veces han cooperado y otras tantas veces peleado entre sí, pero Fatah ha mantenido su liderazgo y ha sido la principal responsable en lo relativo a las decisiones políticas, económicas y militares adoptadas por dicha organización.

Desde finales de los años ochenta, cuando el movimiento de resistencia islámico (Hamas) fue creado en Gaza, Fatah vio en éste un competidor por las simpatías populares palestinas. Al estallar la primera intifada en 1987, el Hamas ganó adeptos mediante un activo asistencialismo social y adoctrinamiento religioso, brindando soluciones a una población palestina prácticamente abandonada por líderes entonces exiliados en la distante Túnez, quienes se habían auto-proclamado como los “únicos y legítimos” representantes del pueblo palestino. Mientras que Arafat y su séquito desde un rincón del Medio Oriente predicaban perseverancia en la lucha contra los sionistas, el jeque Ahmed Yassin, fundador de Hamas, proveía servicios básicos y brindaba cobijo espiritual a los palestinos necesitados más de pan y un techo que de exaltadas pancartas nacionalistas. Preocupada por este desarrollo, la OLP adoptó un mayor involucramiento en la administración de la intifada palestina, la que en sus comienzos había surgido de forma espontánea, pero que a partir de entonces fue manipulada al servicio de los intereses olpistas.

La posición de Fatah en esta puja por el liderazgo palestino fue afianzada en 1993 a través de los Acuerdos de Oslo, los que establecieron a la Autoridad Palestina (AP) como ente gobernador del pueblo palestino asentado en Cisjordania y la Franja de Gaza. Durante el denominado proceso de paz, Hamas ofició de movimiento opositor a dichos acuerdos, llevando adelante el trabajo sucio que el Fatah -por obligaciones contractuales con el Estado de Israel- ya no podía realizar. Durante estos trágicos años, el Hamas perpetró cientos de atentados terroristas, en numerosas ocasiones bajo la luz verde de una AP liderada por nacionalistas palestinos leales a los objetivos históricos de la OLP, pero siempre actuando como grupo opositor dentro de la arena política palestina.

Esta situación sufrió un vuelco mayúsculo al ganar democráticamente Hamas las elecciones legislativas a principios del año 2006. Por primera vez en casi veinte años de contienda con Fatah, el movimiento islamista alcanzó el poder y lo hizo por la voluntad libre del pueblo palestino. Esto es algo que Fatah nunca pudo aceptar y al poco tiempo las tradicionales pujas internas palestinas cobraron una magnitud mucho mayor tanto en intensidad como en repetitividad. Ataques y contra-ataques feroces rápidamente se sucedieron, y ni los acuerdos para formar un gobierno de unidad nacional ni las varias treguas negociadas lograron frenar estas violentas luchas internecinas. Las presiones internacionales derivadas de la intransigencia del Hamas, cuya cosmovisión islamista radical le impide reconocer al estado judío y así ha estado trabando la generosa ayuda económica mundial, han acentuado la exasperación de Fatah y reforzado su determinación a recuperar el espacio perdido. Tal es el estado de anarquía en las calles palestinas, tal la arbitrariedad de las matanzas, tal la vulnerabilidad de la vida del ciudadano medio, que comenzaron a surgir cada vez más seguido tímidas voces palestinas expresando nostalgia por los “buenos viejos tiempos” de la ocupación israelí. Los insistentes ataques con cohetes lanzados desde las zonas palestinas contra poblados israelíes tienen el preciso propósito de provocar una reingreso israelí y así aglutinar a los guerreantes palestinos tras el enemigo común. De continuar estos lanzamientos de cohetes, es posible que este escenario se materialice, dado que la pasividad ante la agresión externa nunca ha sido una opción defensiva para Israel; y menos aún en tiempos en los que la capacidad de disuasión militar israelí ha quedado cuestionada durante la última guerra en El Líbano contra el Hizbullah.

El nacionalismo palestino está atravesando una de sus peores crisis históricas y la entidad palestina demuestra ser -una vez más- ingobernable, corrupta, violenta e inestable. Un editorial del diario Al-Quds al-Arabi afirmó que “la anarquía cruza todas las fronteras (…) parece que los derechos civiles son una baja prioridad (…) Las cosas van de mal en peor en los territorios controlados por la AP, y apenas se vislumbra un rayo de esperanza en el horizonte que anuncia una mejoría en la situación”. Estas líneas fueron escritas por un editorialista árabe en abril del año 2000. Siete años y muchas nuevas tragedias después, poco parece haber cambiado en la cultura política palestina.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2007

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

El viraje escandaloso de Al Hurra TV – 28/05/07

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Profundamente conmocionada por los atentados del 11 de Septiembre, la sociedad norteamericana se interrogó acerca del motivo por el cual era tan odiada en el Medio Oriente. Una de las conclusiones a que arribó fue que los árabes y los musulmanes estaban contaminados por la propaganda difamatoria que emanaba diariamente de los periódicos que leían, las radios que escuchaban y las televisiones que veían.

Los medios de comunicación mesoorientales estaban tan plagados de teorías conspirativas antiamericanas, y tan saturados de sentimientos visceralmente hostiles a USA, que una manera de revertir esa negativa impresión pasaba por brindar a las audiencias árabes la posibilidad de ver y oír noticias y reflexiones sostenidamente divergentes de las postuladas por el consenso periodístico de la región.

Con tal propósito, el Gobierno estadounidense creó, en febrero de 2004, el canal de televisión por satélite Al Hurra (La Libre), que emitiría en árabe y dispondría de un presupuesto anual de 70 millones de dólares. Al Hurra denunciaría las violaciones a los derechos humanos perpetradas en la región, expondría los casos de corrupción registrados en el mundo árabe, promovería la paz, apoyaría la democracia y contrarrestaría las distorsiones antiamericanas.

Y eso fue lo que estuvo haciendo hasta noviembre de 2006, cuando Mouafac Harb, un musulmán originario del Líbano, fue reemplazado en la dirección por Larry Register, un norteamericano que provenía de la CNN. Desde entonces, Al Hurra ha dado un giro de 180 grados: por más increíble que parezca, ha adoptado un sesgo visiblemente proislamista y antiamericano. Tan radical ha sido el cambio, que dos congresistas (un republicano de Indiana y un demócrata de la Florida) han instado a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a abrir una investigación al respecto. Tan radical, que un parlamentario iraní laico y reformista, Mithal al Alusi, ha llegado a decir: «Hasta ahora, estábamos muy felices con Al Hurra… Pero ya no».

La gota que colmó el vaso de la tolerancia a la autoflagelación del Sr. Register (tan típica, por cierto, de los periodistas progresistas de la CNN) fue la cobertura completa y en directo, durante más de 70 minutos, de un virulento discurso del líder del Hezbolá, Hasán Nasrala, a la que siguió una crítica de un oficial libanés al jefe terrorista por no haberse mostrado lo suficientemente antiisraelí y antiamericano…

A juicio de Joel Mowbray, el periodista que denunció todo este asunto originalmente, la nueva política editorial de la cadena consiste en ofrecer una cobertura amigable a los terroristas de Al Qaeda y Hamás, cuyas exageraciones, falsedades o difamaciones rara vez son cuestionadas. Veamos unos cuantos ejemplos.

– El pasado 9 de febrero los palestinos protestaron violentamente contra unas obras que se estaban llevando a cabo en Jerusalén, por orden de la alcaldía, para mejorar la seguridad en el Monte del Templo. Al Hurra hizo una cobertura especial, de casi dos horas, que superaba en extensión a la llevada a cabo por Al Yazira. Asimismo, se aseguró de que Ikrima Sabri, imán de la mezquita de Al Aqsa y ex muftí de Jerusalén (designado oportunamente por Yaser Arafat), tuviera la oportunidad de acusar a Israel de atacar con bombas y armas ligeras la mezquita y de prohibir a los servicios médicos que accedieran al lugar para socorrer a los heridos.

– El 12 de diciembre de 2006 Al Hurra dio cuenta de la conferencia negacionista del Holocausto celebrada en Teherán y dio cancha a gentes como el norteamericano David Duke y el francés Robert Faurrison, que propagaron sus mentiras sin que fueran interpelados por el corresponsal de la cadena, que se limitó a describirlos como «defensores del Holocausto». Atrás quedaban los tiempos de Mouafac Harb, cuando Al Hurra se hacía eco del 60º aniversario de la liberación de Auschwitz y entrevistaba a Elie Wiesel, acontecimiento verdaderamente extraordinario en el panorama informativo en lengua árabe.

– El pasado 20 de enero Al Hurra emitió un especial sobre Neturei Karta, un grupo marginal de judíos ultraortodoxos antisionistas. Los de Neturei participaron en la conferencia negacionista de Teherán. Los de Neturei han declarado, ante las cámaras de Al Hurra y el silencio de sus entrevistadores, que «los sionistas» incendian sus sinagogas. En Al Hurra se ha llegado a decir que Naturei cuenta con un millón de seguidores, cuando la web del propio grupo habla de apenas unos millares.

Podríamos seguir, pero creo que con estos ejemplos basta.

He aquí la historia de un canal que fue creado para ejercer de contrapeso a la propaganda antioccidental de Al Yazira y Al Arabiya y que ha terminado por competir con éstas en la promoción del antioccidentalismo. Por establecer comparaciones, imagínese que Radio Free Europe se hubiera dedicado en plena guerra fría a ofrecer una cobertura benigna sobre la Unión Soviética, o que, en plena Guerra Mundial, la BBC hubiera permitido a los nazis servirse de sus antenas para lanzar críticas contra Churchill.

Como decía recientemente un editorial del Wall Street Journal, Al Hurra puede ser una herramienta muy útil en la batalla de las ideas, tan importante en la guerra contra el extremismo islámico. Pero si va a ser otro puntal de la propaganda antiamericana, ¿para qué la necesitamos?

Publicado originalmente en Comunidades

Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El escándalo de Al-Hurra TV – 22/05/07

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Profundamente conmocionada por los atentados del 11 de septiembre del 2001, la sociedad norteamericana se interrogó acerca del motivo por el cuál ella era tan odiada en el Medio Oriente. Una de las conclusiones a la que arribó fue que los árabes y los musulmanes estaban contaminados por una maliciosa propaganda difamatoria que emanaba diariamente de los periódicos que estos leían, las radios que oían y la televisión que miraban. Los medios masivos de comunicación mesorientales estaban tan plagados de teorías conspirativas anti-estadounidenses y tan saturados de sentimientos visceralmente hostiles a USA, que una manera de revertir esa negativa impresión sería brindar a las audiencias árabes la posibilidad de ver y oír noticias y reflexiones sostenidamente divergentes de las postuladas por el consenso periodístico de la región.

Con tal propósito, un canal de televisión satelital en lengua árabe fue creado por el gobierno norteamericano. Oficialmente lanzado en febrero de 2004 bajo el nombre de Al-Hurra (El Libre) y con un presupuesto anual de u$s 70 millones, este medio serviría como plataforma para la divulgación de noticias, comentarios y opiniones alternativas a las tradicionalmente difundidas en los medios árabes. Su misión sería denunciar las violaciones a los derechos humanos en la región, exponer casos de corrupción, promover la paz, apoyar la democracia, y contrarrestar las distorsiones relativas a los Estados Unidos de América. Cosa que a grandes rasgos estuvo haciendo hasta noviembre del 2006, oportunidad en la que su director Mouafac Harb- un musulmán nacido en El Líbano- fue reemplazado por Larry Register; un norteamericano ex productor de la CNN. Desde entonces, las nuevas decisiones editoriales provocaron un giro de 180 grados en la cobertura de Al-Hurra, dándole –por más increíble que esto suene- un sesgo visiblemente pro-islamista y antinorteamericano. Tan radical ha sido el cambio en el contenido de este canal satelital, que dos diputados (un republicano de Indiana y un demócrata de Florida) han instado a la Secretaria de Estado Condoleeza Rice a que ordene una investigación al respecto, en tanto que el parlamentario reformista y secular iraquí Mithal al-Alusi comentó “Hasta ahora, estábamos tan felices con Al-Hurra…Pero ya no”.

La gota que colmó el vaso de la tolerancia respecto de la autoflagelación del Sr. Register (tan típica, acotemos, de los periodistas progresistas de la CNN) fue la cobertura en vivo y total, durante más de 70 minutos, de un discurso virulento del líder del Hizbollah Hasan Nasrallah, seguida de un comentario por parte de un oficial libanés que criticó a Nasrallah por no haber sido lo suficientemente anti-israelí y anti-norteamericano. Según Joel Mowbray –un periodista independiente que denunció todo este asunto originalmente en las páginas del Wall Street Journal– esto no hacía más que afirmar una nueva política editorial de dar cobertura amigable a terroristas de Al-Qaeda y del Hamas, cuyas exageraciones, falsedades o difamaciones rara vez eran cuestionadas. Por ejemplo, cuando el 9 de febrero último, los palestinos protestaron con violencia las construcciones que la municipalidad de Jerusalém encargó realizar para mejorar la seguridad en el Monte del Templo, Al-Hurra brindó una cobertura de ”noticias de último momento” de casi dos horas, superando así en  media hora a la cadena Al-Jazeera, y se aseguró de que Ikrima Sabri, el imán de la mezquita Al-Aqsa y ex mufti de Jerusalém asignado oportunamente por Yasser Arafat, tuviera el espacio de aire suficiente para acusar a Israel de disparar armas y arrojar bombas dentro de la mezquita y luego prohibir el ingreso de médicos para auxiliar a los heridos. Unos meses antes, el 12 de diciembre de 2006, Al-Hurra estuvo presente en Teherán en ocasión de la conferencia negacionista, dando espacio a famosos negadores tales como el norteamericano David Duke y el francés Robert Faurrison, quienes propagaron sus posturas mentirosas sin ser interpelados por el corresponsal de Al-Hurra, quién por su parte se refirió a los críticos de estos negadores como “defensores del Holocausto”. (Atrás quedaron los tiempos de Mouafac Harb en los que Al-Hurra cubrió el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz y entrevistó a Elie Wiesel; algo vanguardista para una canal en lengua árabe). Según informó Joel Mowbray, seis semanas más tarde, el 20 de enero del corriente año, Al-Hurra emitió un especial sobre Neturei Karta, el grupo marginal de judíos ultraortodoxos que participaron de la reunión de negadores en la capital iraní, emitiendo entrevistas en las que éstos aseguraban que “los sionistas” habían quemado sus sinagogas, nuevamente, sin cuestionamiento alguno por parte del corresponsal de este canal satelital, quién además indicó que Neturei Karta poseía más de un millón de miembros cuando en realidad posee apenas varios miles de simpatizantes, tal como indica el propio website de esa agrupación. Podríamos continuar, pero el panorama ya es claro.

Esta es la historia de cómo un canal establecido para actuar de contrapeso a la propaganda anti-occidental de Al-Jazeera Al-Arabiya, terminó convirtiéndose en un competidor de estos canales en la promoción de anti-occidentalismo islamista. El equivalente histórico a este hecho sería imaginar a la Radio Free Europe durante la Guerra Fría brindando una cobertura benigna al Kremlin, o a la BBC ofreciendo espacio a los nazis para criticar a Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Tal como señaló un editorial del Wall Street Journal: “Al-Hurra puede ser una herramienta útil en la batalla de las ideas que es crucial para la guerra contra el extremismo islámico. Pero si ella y sus emisiones hermanas irán meramente a proveer otra plataforma para la propaganda anti-norteamericana, ¿quién las necesita?”.

Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

El informe Winograd – 09/05/07

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“Estamos cansados de luchar, cansados de ser valientes, cansados de ganar, cansados de derrotar a nuestros enemigos…” dijo Ehud Olmert a una audiencia neoyorquina en junio de 2005. Esta frase arrogante no podría lucir más desubicada al contrastarla con las conclusiones devastadoras del reporte interino del Comité Winograd a propósito de la decisión política de ingresar a El Líbano el verano boreal pasado y del desempeño del ejército durante la contienda con el Hizbollah. Según el mismo, el primer ministro y el ministro de defensa cometieron graves errores, evidenciaron una severa falta de criterio, fueron inexpertos, su conducta irresponsable y sus decisiones imprudentes. En cuanto al ejército, nos informa el comité, éste sencillamente no estaba preparado para ir a la guerra. Apenas sorprende que al publicarse estas conclusiones hayan brotado llamados a la resignación de Ehud Olmert y Amir Peretz desde todo el espectro político (desde Yossi Beilin a Effie Eitam), que entre el 68% y el 74% de los israelíes deseen ver a este dúo fuera del poder (Haaretz 2/5/07), que se haya protestado contra ellos en una multitudinaria manifestación, y que hasta la propia canciller haya hecho pública su impresión de que el primer ministro debe partir.

El informe cubre el período desde la retirada unilateral de El Líbano en el año 2000 hasta  los primeros cinco días de la guerra. Resta por publicarse el informe final sobre la evaluación de los siguientes 30 días de la contienda. Si así de severas han sido las conclusiones referidas a los comienzos de la guerra, cabe suponer que las observaciones pertinentes a prácticamente la totalidad de la guerra serán brutales. No hay razón por la cuál Olmert y Peretz no deban dimitir inmediatamente. Ya han perdido su mandato. Cuando la confianza popular en sus líderes electos se precipita tan bruscamente ya no hay justificativo democrático alguno para estirar la permanencia en el gobierno. Para peor, esto ocurre con el trasfondo de oficiales públicos suspendidos bajo cargos de acoso sexual y cargos de corrupción, algo que no contribuye precisamente a reforzar la confianza del pueblo en la dirigencia política del país.

En parte Israel está pagando el precio por su politiquería de coaliciones que obliga al partido ganador a seducir a leales y opositores para garantizar la gobernabilidad. Haber puesto a un sindicalista en la cartera de defensa de una nación asediada ha sido un error garrafal resultante de estas negociaciones y regateos políticos. Peretz debe dejar ya mismo el puesto que nunca debió haber aceptado en primer lugar. Y si bien sería injusto poner sobre los hombros de Olmert toda la responsabilidad por los fracasos en El Líbano –después de todo, durante los años previos toda la comunidad de inteligencia falló en no advertir la creciente militarización del Hizbollah- como primer ministro él es el responsable de una decisión de llevar a la nación a una guerra con un ejército defectuoso. Los altos índices de apoyo popular a la decisión de responder militarmente a las agresiones del Hizbollah no pueden ser usados para su validación. El pueblo dio por sentado que las filas militares estaban preparadas. De haberse sabido entonces lo que se sabe hoy, tal apoyo seguramente no habría existido.

Dada la gravedad de las amenazas externas que enfrenta, el estado israelí necesita un liderazgo experto y competente. El día de su cumpleaños, Israel recibió 110 cohetes y proyectiles desde la Franja de Gaza; obsequio del Hamás, cuyo vocero reafirmó –por si falta hiciere- que “Hamás continúa comprometido con la guerra santa como una opción estratégica para la liberación de toda Palestina”. La semana pasada el vice-secretario general del Hizbollah anunció que ésta agrupación se ha reconstruido y que tiene “nuevos planes de batalla”. Irán continúa avanzando con su programa nuclear y llamando a la destrucción de Israel. El estado judío sencillamente no puede darse el lujo de acomodar las apetencias de políticos mediocres mal preparados para el ejercicio de la función pública con puestos clave en las áreas de la seguridad, la defensa, la diplomacia o cualquier otro campo de relevancia nacional.

El informe Winograd ha dejado al descubierto una fuerte crisis institucional. Como toda crisis, ella puede ser transformada en una oportunidad. En este caso, la de renovar el liderazgo nacional. Para que ello ocurra, la actual y fallida dirigencia debe renunciar.

Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Jerusalem ante Riyadh y Teheran – 24/04/07

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En este nuevo Iom Haatzmaut, Israel enfrenta dos desafíos peculiares provenientes del mundo islámico. Desde Teherán, líder del chiísmo musulmán, surge un claro mensaje eliminacionista. Desde Ryhad, líder del sunismo musulmán, emana una falsa obertura de paz encubridora de una añeja animosidad. Israel no tendrá más remedio que afrontar el antisionismo de ambos. Si bien varían en el nivel de peligrosidad existencial, ambos poseen altas dosis de hostilidad. Vayamos por partes.     

El frente iraní. En octubre de 2005 se llevó a cabo en Irán una conferencia titulada “Un Mundo Sin Sionismo” en la que abundaron los llamados a la destrucción de Israel. Dos meses después, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad comenzó su negación pública del Holocausto. Simbólicamente, lo hizo desde el centro religioso más poderoso del Islam -la Meca- donde estaba reunida la Organización de la Conferencia Islámica; ente agrupador de las 57 naciones musulmanas del globo. Otros dos meses más tarde, en febrero de 2006, el régimen iraní anunció la apertura de una competencia internacional de caricaturas acerca del Holocausto. Presumiblemente, ello era una suerte de respuesta a la publicación en un periódico danés de caricaturas críticas del fundamentalismo islámico. Al poco tiempo, Ahmadinejad anunció la convocatoria a un encuentro mundial de negadores del Holocausto, evento por supuesto disfrazado de reunión académica bajo el título “Revisión del Holocausto: Visión Global”. Destacadas figuras del mundillo negacionista participaron del mismo en diciembre de 2006. A lo largo de todo este período, repetidas veces el presidente iraní instó a “borrar a Israel del mapa”, a su vez.

Evidentemente, estamos ante una política deliberada con un propósito singular. Al negar la Shoá, Irán persigue la obtención de dos objetivos simultáneos que tienen un mismo fin. El primer objetivo es negar legitimidad al Estado de Israel. Desde la óptica iraní (y la de otros países en la región también) la creación de Israel ha sido resultado directo de la existencia del Holocausto judío. Si los hechos terribles de la Segunda Guerra Mundial pudieran de alguna manera ser refutados, entonces la justificación moral del establecimiento del estado judío quedaría cuestionada. El segundo objetivo es negar la condición de sufrientes a los judíos. Tal Como Yigal Carmon ha observado, en tanto el mundo recuerde el Holocausto será difícil poder efectuar otro contra el pueblo judío, ahora mayormente asentado en Israel. El paso previo al genocidio es la deshumanización de un grupo, pero ello no puede hacerse si éste es aún percibido como una víctima. Así, el negacionismo debe ser visto como un medio que ha adoptado Teherán para facilitar la obliteración de Israel al aspirar a la remoción del status de víctima a los judíos y a la sustracción de legitimidad al estado de los judíos. Al negar la Shoá, Irán niega a Israel.

Como trasfondo de todo esto, el régimen iraní ha estado avanzando en la consecución de su proyecto nuclear. Tres resoluciones han sido adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, dos de ellas han impuesto sanciones (desafortunadamente muy débiles), más Irán permanece más imbatible que nunca, atreviéndose incluso a secuestrar y posteriormente liberar a piacere a tropas extranjeras en aguas foráneas y a declarar con total impunidad las nuevas metas técnicas alcanzadas en su plan nuclear. La preocupación es mundial, pero la urgencia recae sobre Israel: de todas las naciones del orbe, ésta ha sido la única designada para la aniquilación por parte de Irán.

El frente saudita. Cinco años atrás, Arabia Saudita sorprendió al mundo diplomático con una flamante propuesta de paz: si el Estado de Israel fuera a abandonar todos los territorios que ocupa, el mundo árabe normalizaría relaciones con él. Posteriormente, este plan sería adoptado por la Liga Árabe durante un encuentro en Beirut y pasaría de allí en más a ser conocido como la “Iniciativa de Paz Árabe”. Como era de esperar, esta iniciativa despertó considerable excitación en los círculos donde reina la fe en el pacifismo árabe, pero con el tiempo ella pareció hundirse en un pozo de arena mesooriental. Hasta hace poco, cuando Ryhad resucitó su brillante idea diplomática y una vez más los crédulos de siempre la recibieron con exultante efusividad. El plan, esencialmente, postula la destrucción de Israel; pero lo hace más sutilmente que como lo hace Irán. Vale decir, con la típica habilidad árabe de disfrazar sus intenciones agresivas con ropajes de paz. La solución saudita se reduce a lo siguiente: los árabes normalizarán relaciones con Israel si éste acepta 1) regresar a las fronteras de 1967, y 2) reconocer el derecho al retorno de los refugiados palestinos. (Exige además la división de Jerusalén). En otras palabras: el reconocimiento árabe es contingente a que Israel retorne a las fronteras militarmente indefensibles de 1967 y que admita también en su entonces encogido territorio a millones de retornados palestinos. Una vez que Tel-Aviv quede a 15 kilómetros de Cisjordania y el estado judío haya sido ahogado demográficamente, entonces las naciones árabes normalizarán relaciones.

El plan es tan absurdamente obvio en su intencionalidad de despertar el rechazo israelí que cuesta creer que se le haya brindado siquiera el beneficio de la duda. Esta iniciativa tiene poco que ver con una inquietud saudita por solucionar el conflicto palestino-israelí y mucho que ver con proteger sus intereses nacionales. Cuando Ryhad lo publicitó a principios del 2002, lo hizo con la finalidad de restituir su imagen ante la opinión pública norteamericana, entonces consternada por el hecho de que 15 de los 19 terroristas suicidas del 9/11 fueran saudíes, que el propio Osama Bin-Laden también lo fuera, y que el anti-norteamericanismo rampante entre los musulmanes fueran en gran medida resultado del wahabismo extremista enseñado en las numerosas madrazas de la órbita islámica patrocinadas por Ryhad. Hoy la Casa de Saúd ha relanzado su plan con el único propósito de contener el ascenso del chiísmo iraní y su creciente influencia en los asuntos de la disputa palestino-israelí a través del terrorismo de Hizbullah o de Hamás. El “Partido de Ds” (Hizbullah) fue creado por la Guardia Revolucionaria Iraní, pero el Hamás no. Ryhad aspira a remover a esta agrupación sunita de la actual influencia chiíta iraní. Este apoyo será a expensas del Fatah de Mahmoud Abbas, el supuesto moderado en este rompecabezas. Y dado que Hamás rechaza reconocer a Israel, la iniciativa de paz árabe tarde o temprano colapsará. La idea, sin embargo, es que el repudio nazca de Jerusalén y quedé así expuesta como la obstaculizadora de la paz. De ahí una propuesta que recicla los tradicionales reclamos maximalistas árabes. Que la Iniciativa de Paz Árabe incorpore demandas ausentes en pilares de la diplomacia regional tales como la Resolución 242 (que no exige el retorno a las fronteras de 1967) y los Acuerdos de Oslo (que no imponen el derecho al retorno) es el indicativo más fiel del falso pacifismo saudita.

En comparación con Teherán, Ryhad luce menos fanática. Pero en comparación con Ryhad, Teherán luce más franca.     

Clarín

Clarín

Por Julián Schvindlerman

  

Recordar hoy el holocausto – 21/04/07

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Tal como cada año por estos días, las comunidades judías del mundo han conmemorado «Iom Hashoa», el Día del Holocausto. Este año, singularmente, al dolor del pasado se le ha sumado preocupación por el presente y ansiedad por el futuro. Una sensación de real urgencia se ha instalado a la luz de la creciente agresividad que el negacionismo ha cobrado.

Este fenómeno ha nacido en Europa al poco tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial y se ha propagado por todo el orbe. Propagandistas en París, Londres, Berlín y otras partes promueven el «revisionismo histórico»; tal el nombre de pretensión académica que esta tergiversación de la historia recibe.

En el Medio Oriente, conferencias negadoras han sido celebradas en el pasado cercano. Desde Teherán, simultáneamente se niega el genocidio de los judíos europeos del siglo pasado, a la vez que se promueve un nuevo genocidio contra el estado judío.

Resulta extraño que este fenómeno vil persista a la luz de la masiva evidencia disponible. El Holocausto —con justicia— sea quizás uno de los acontecimientos históricos mejor documentados, testimoniados, debatidos y enseñados en la modernidad. Sus hechos han ganado notoriedad no solo entre los especialistas sino a nivel popular a través de los desgarradores testimonios de Elie Wiesel, las angustiantes reflexiones de Primo Levi, el conmovedor diario de Ana Frank, la sentida música de Wladyslaw Szpilman, el heroísmo trágico de Mordejai Anielewicz, las dramáticas pinturas de Adolf Frankl, películas, documentales, obras de teatro, poesías, y otras tantas manifestaciones culturales e intelectuales que han retratado la agonía del alma humana en esa noche oscura.

Hasta ahora, los actos de conmemoración han cumplido el propósito de honrar la memoria de los asesinados a la vez que alertar a la opinión pública a través de campañas educativas y legislativas bajo la consigna del «Nunca Más». Cada vez resulta más claro que ello deberá reforzarse con un activismo político definido tendiente a contrarrestar la maligna misión de los negadores. Tal como observó el activista libertario canadiense Irwin Cotler ante las Naciones Unidas en Ginebra poco tiempo atrás: «Que sea este día no solo un acto de recordación, que lo es, sino además un recordatorio para actuar, que debe ser».

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Por Julián Schvindlerman

  

El deber de recordar – 18/04/07

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De todas las manifestaciones de odio contemporáneas, la negación del Holocausto destaca por su vigor. Es tan alucinante, tan inconcebible moralmente, que su sola mención remite a un mundo irreal, a una suerte de espacio virtual inmoral habitado sólo por los fanáticos más fanatizados. Negar a las víctimas su sufrimiento es un acto tan vil, tan inhumano, que, correctamente, las sociedades civilizadas han puesto a sus perpetradores fuera de toda aceptación social; algunas naciones lo castigan incluso con la cárcel.

La abundancia de evidencia histórica es tal, que sorprende la persistencia de la ofensiva negacionista. El Holocausto es posiblemente uno de los hechos históricos más investigados, debatidos, testimoniados. Todavía contamos entre nosotros con algunos supervivientes, testigos presenciales de una tragedia indescriptible que toman fuerzas de donde ya no hay para dejar un legado de memoria y advertencia. Aun así, aun cuando hombres y mujeres surgidos de las profundidades del abismo nos hablan con sus brazos tatuados de aquel horror, los herederos ideológicos del nazismo persisten (y no parecen mostrar signos de agotamiento) en la tergiversación del pasado, amparados en la misma judeofobia febril de sus antepasados más cercanos.
 
Se ha postulado que la negación del Holocausto es una forma de antisemitismo. Tal como este último, posee los atributos de la irracionalidad, la malicia y la continuidad. El negador de la Shoá es un antisemita que apela a novedosos recursos para mantener viva la llama del odio al judío, esa llama que lo devora internamente y que tantas veces a lo largo de la historia ha consumido la decencia humana en una hoguera de delirio y sinrazón. Lo que sigue es una sabia observación del académico y activista libertario canadiense Irwin Cotler: «Hay cosas en la historia judía que son demasiado terribles como para ser creídas, pero no tan terribles como para no haber sucedido».
 
Se suceden las conferencias internacionales dedicadas a promocionar la negación del Holocausto: El Cairo y Teherán (2006), Abu Dhabi (2002), Ammán (2001)… En la tristemente célebre Conferencia de Durban (Sudáfrica), celebrada en septiembre de 2001 bajo los auspicios de Naciones Unidas, se incorporaron elementos minimizadores del mismo. Que el encuentro se denominara «Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras formas de Intolerancia» no fue sino la guinda orwelliana de semejante guiso.

Por lo que hace a Occidente, cuna de este «revisionismo histórico», nos encontramos con que conocidos negacionistas, como David Irving y Robert Faurisson, emprenden acciones legales contra aquellos que los señalan como falsificadores de la historia. Son seres sin alma con egos sensibles, mentirosos que montan en cólera cuando quedan expuestos a la luz de la verdad.
 
Si del odio al judío proviene la negación del Holocausto, la minimización del mismo puede sustentarse en la cobardía. Según el Daily Mirror, una escuela británica ha decidido remover la Shoá de sus clases de Historia para no «ofender» a sus alumnos musulmanes. A éstos se les dice en sus casas y en las mezquitas que el genocidio nazi contra los judíos es un mito, y cuando en el colegio se les enseña lo contrario se alteran.
 
En fechas recientes se inauguró en París la Rue Raoul Wallenberg. Es pequeña y está situada en un barrio marginal. En la placa conmemorativa se ha omitido el hecho de que Wallenberg se dedicó a salvar judíos durante la Segunda Guerra Mundial, es decir, el hecho por el que ha pasado a la posteridad y por el que, presumiblemente, se le ha dedicado esa placa y esa calle… Por lo demás, la ceremonia inaugural tuvo lugar en la mañana de un sábado, es decir, en pleno shabbat, por lo que fueron numerosos los diplomáticos israelíes y los líderes judíos que no pudieron asistir. «Puede que los responsables tuvieran en cuenta la sensibilidad de los islamistas radicales que viven en el vecindario», aventuró Shimon Samuels, del Centro Simon Wiesenthal.

Con creciente inquietud, advertimos también la extensión de la banalización del Holocausto. «Temo que no hemos aprendido de nuestra historia», ha declarado el profesor alemán Wolfram Richter, de la Universidad de Dortmund, a propósito de la supuesta discriminación europea hacia los inmigrantes musulmanes. «Mi principal temor es que acabemos haciendo a los musulmanes lo que hicimos en el pasado a los judíos». Por su parte, el alcalde de Londres, Ken Livingstone, ve «ecos» de la «demonología de la Alemania nazi» en el debate europeo acerca de la vestimenta musulmana, y la académica Fania Oz-Salzberger, hija del renombrado novelista israelí Amoz Oz, ha comparado la situación de las musulmanas residentes en Europa con la de su abuela, que hubo de huir de Praga ante el avance de las tropas alemanas.
 
Tal como han señalado Efraim Karsh y Rory Miller (de cuya monografía «Europe’s Persecuted Muslims?» he tomado las citas anteriores), esto sucede a la par que aumenta el sentimiento de vulnerabilidad de las comunidades judías en Europa, en gran parte debido a la intimidación violenta que ejercen, precisamente, aquellos que hoy están siendo descritos como posibles víctimas de un nuevo «Holocausto» europeo.
 
En un mundo en que los judeófobos niegan el Holocausto, los cobardes lo minimizan y los cínicos lo banalizan, combatir el olvido cobra especial relevancia. Así pues, los actos que se celebran cada año no deben limitarse a recordar lo sucedido –algo muy digno de por sí–, han ser también ejercicios de cordura, una suerte de antídoto contra la desinformación ambiental.
 
Sigamos el ejemplo de quienes regresaron del mismo infierno con la inquebrantable decisión de narrar lo inenarrable y honrar, así, la memoria de los asesinados. Pongamos sobre aviso a nuestros contemporáneos y contribuyamos a preservar la valía y la memoria de los desamparados, su triunfo moral ante la encarnación del Mal.
 

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Por Julián Schvindlerman

  

El CDH e Israel: la reforma futil – 27/03/07

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Si la tendenciosidad anti-israelí de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas había alcanzado antaño proporciones absurdas, la parcialidad de la nueva y empeorada comisión (ahora llamada Consejo de Derechos Humanos) ha llegado a niveles demenciales.

En su primer año de vida, el CDH ha adoptado ocho resoluciones de condena contra Israel y otras cuatro resoluciones están siendo preparadas por el bloque islámico para la actual sesión, inaugurada a comienzos de marzo. En el mismo período, ninguna otra resolución ha sido adoptada en condena de algún otro país. Esto es: ni China, ni Cuba, ni Sudán, ni Irán,  entre tantísimos otros abusadores seriales de derechos humanos básicos. El CDH, a su vez, ha mantenido más reuniones extraordinarias para condenar al estado judío que reuniones ordinarias propias de su trabajo. Una propuesta en circulación al momento de escribir estas líneas apunta a remover a varios de los 41 relatores especiales de la ONU cuya misión consiste en documentar los abusos a los derechos humanos que año tras año acaecen en nuestro planeta. Vale decir que la misma entidad que debería estar observando la situación de los derechos humanos en el mundo estaría considerando frenar, precisamente, tal actividad de observación. Pero no es esto tan grave, sin embargo, dado que algunas naciones seguirían siendo estudiadas. La propuesta en cuestión asegura, puntualmente, la continuidad de la misión del relator que monitorea los derechos humanos de los palestinos.

Como ha escrito Hillel Neuer, actual director ejecutivo de United Nations Watch, una ONG suiza que intenta admirablemente corregir la politización de las Naciones Unidas: “En la ONU, Israel por largo tiempo ha sido demonizada como el peor violador de la ley internacional. Pero ahora, bajo el supuestamente reformado Consejo de Derechos Humanos, Israel se ha convertido en el único violador”. Tal es el descrédito de esta institución que incluso Kenneth Roth -director ejecutivo de Human Rights Watch, una organización internacional de defensa de derechos humanos muy crítica de las políticas israelíes hacia los palestinos- ha dicho de la CDH que “hasta ahora ha sido enormemente decepcionante”. El Consejo de Derechos Humanos fue creado un año atrás por una votación de la Asamblea General (170-4) para reemplazar a la cuestionada Comisión de Derechos Humanos, iniciativa generada en gran medida a instancias del entonces secretario-general, el ghanés Kofi Annan, quién creía que la organización había “puesto una sombra sobre la reputación del sistema de las Naciones Unidas en su totalidad”. Al cabo de un año, la performance de la nueva comisión ha sido tan mala que incluso el nuevo secretario-general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon ha indicado que ésta “claramente no ha justificado todas las esperanzas que tantos de nosotros hemos puesto en ella”.

 ¿Por qué sucede esto? Sencillamente, porque se permite membresía a cualquier nación totalitaria que desee -y votación mediante pueda- incorporarse, independientemente del récord en materia humanitaria o democrática de la nación en cuestión. Una vez asentadas en la Comisión de Derechos Humanos, estas naciones forman bloques de solidaridad para garantizar su inmunidad frente a toda iniciativa de crítica adversa. De esta forma, la CDH pierde relevancia política y autoridad moral. Asimismo, el hecho de que el surrealismo y el doble-discurso se hayan convertido en su marca registrada, no augura bien para el futuro mejoramiento de la misma. Unos pocos años atrás, cuando quien escribe era delegado de United Nations Watch ante la ONU en Ginebra, el ejercicio de la presidencia de la CDH cayó en manos de Libia (legendario arrollador de derechos humanos). El mismo año, la presidencia de la Conferencia sobre el Desarme caería sobre Irak (acusada entonces por el Consejo de Seguridad de desarrollar armamento no convencional) y como Saddam Hussein optó por declinar la distinción, ésta paso a manos de Irán (hoy expuesto como un constructor nuclear ilegal). En previas sesiones, Israel ha sido acusada de asesinar a niños cristianos para emplear su sangre en la cocción de matzot, y se ha denunciado a los Estados Unidos de América de querer conquistar el universo. En la actual sesión del CDH, el representante cubano acusó a Suecia de llevar a cabo una limpieza étnica para que los pobladores luzcan solo “como conquistadores vikingos”, en tanto que el delegado iraní criticó a Francia por pisotear “sistemáticamente” los derechos de los musulmanes en su país. (Estas declaraciones fueron en respuesta a Suecia y Francia por haber definido a Cuba e Irán, respectivamente, como países en los que los derechos humanos no son respetados). Disparates como éstos, acumulados con el transcurso del tiempo, han ido limando la credibilidad de la Comisión hasta que quedó finalmente expuesta por lo que es: una institución de ideales nobles profundamente corrompida por las políticas inmorales de sus estados-miembro tiranos.

 Una institución presuntamente protectora de los derechos humanos que incluye a Arabia Saudita y a la que EE.UU. rechaza incorporarse, ciertamente tiene un problema. Mientras las dictaduras del orbe quieran entrar y la democracia más robusta del globo quiera salir, y mientras en sus sesiones anuales las naciones libres sean difamadas a la par que las totalitarias exculpadas, difícilmente pueda el Consejo de Derechos Humanos gozar siquiera de un semblante de respetabilidad…y mucho menos de efectividad a la hora de velar por los derechos humanos de quienes más lo necesitan.

Nota originalmente publicada en Keter

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Por Julián Schvindlerman

  

Cirque du Kirchner – 14/03/07

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El presidente de la nación más poderosa sobre la faz de la tierra anuncia una gira latinoamericana y la Argentina queda excluida de la agenda presidencial. El gobierno interpreta el hecho como un agravio a la patria y un insulto al presidente de los argentinos y decide responder con su propia ofensa: la organización de un encuentro multitudinario anti-Bush en la capital del país con el presidente venezolano Hugo Chávez como invitado especial y orador principal. El día es elegido de manera que coincida con la presencia del presidente norteamericano en el Uruguay, país con el que la Argentina de Kirchner sostiene un conflicto absurdo. Así, con un único gesto político nuestro presidente ha alcanzado tres logros simultáneos: ofender gratuitamente a los Estados Unidos de América, acentuar el ya de por sí desafortunado alejamiento de la República Oriental del Uruguay, y -acaso el logro más perturbador- aproximar a nuestro país a una irresponsable alianza con la República Bolivariana de Venezuela.

Esta manera de confeccionar la política exterior es tan infantil (“si [Bush] viene a la región y no a la Argentina, acá vendrá Chávez” sintetizó un dirigente cercano al presidente) que lo lleva a uno a especular con una motivación más auténtica detrás de esta decisión presidencial. ¿Será ésta una devolución de favores a Venezuela por la compra de bonos argentinos y el rescate de la empresa Sancor? ¿Será éste un regalo simbólico de Kirchner a Chávez para afirmar la lealtad argentina a la causa bolivariana? ¿Será un indicio obvio de las preferencias ideológicas de nuestro “inclasificable” presidente? Los estadounidenses tienen una expresión que dice más o menos esto: si luce como un pato, camina como un pato, y suena como un pato…¡entonces es un pato! Es decir, más allá de lo especulativo, lo que vemos es lo que hay. Y lo que hay es un clarísimo posicionamiento argentino cada vez más cercano al ideal chavista.

La reciente reformulación castrense a propósito de las nuevas hipótesis de conflicto ahondan aún más esta impresión. Conforme a esta nueva concepción militar, la República Argentina debería prepararse para un escenario tal en el que una potencia ávida de recursos naturales escasos, por ejemplo agua dulce, podría invadir nuestra patria con el objeto de la usurpación de lagos, glaciares y acuíferos. La nueva visión prevé maniobras defensivas tales como la guerra de guerrillas y la organización de la resistencia civil. Este nacionalismo alarmista tiene fuertes ecos en la doctrina militar venezolana que la ha impulsado a comprar cien mil rifles de asalto Kalashnikov para armar al pueblo ante el prospecto de una invasión norteamericana (y que además ha transformado a Venezuela en el mayor comprador de armas de América Latina, delante de otros grandes compradores internacionales de armamento tales como Pakistán e Irán).

Vale recordar que la cartera de defensa está hoy en manos de Nilda Garré, ex embajadora argentina ante Caracas, y que fue un ex funcionario del actual gobierno -el ex subsecretario de Tierras para el Hábitat Social Luis D´Elía- el protagonista de aquél incidente de falso patriotismo en el cuál violó la propiedad privada de un terrateniente extranjero en los Esteros del Iberá, en la provincia de Corrientes, en nombre de la misma “dignidad y la soberanía” que esta nueva doctrina militar nos alerta podría estar bajo amenaza imperial. Y el círculo se completa al tener presente que una de las agrupaciones convocadas por la Casa Rosada para vivar a Chávez en el acto anti-Bush fue la Federación de Tierra y Vivienda del mismo Luis D´Elía, personaje que a su vez acababa de regresar de un viaje de solidaridad a Teherán con la intención anunciada de demostrar que el atentado contra la AMIA en 1994 no ha sido obra de Irán.

La Venezuela de Hugo Chávez es una fuerte aliada de la República Islámica de Irán de Mahmoud Ahmadinejad; a la sazón negador del Holocausto, autodeclarado aspirante a cometer un genocidio, y lunático apocalíptico. A comienzos de este año, en ocasión de la visita del iraní a Caracas, ambos anunciaron la creación de un fondo estratégico de dos mil millones de dólares para asistir a los gobiernos izquierdistas que deseen “liberarse del yugo imperialista” (la asistencia económica de Estados Unidos hacia América Latina anunciada por el presidente Bush en vísperas de su gira rondaba esa misma cifra). Uno de los países de la región con mayor presencia de la agrupación islamista Hizbollah es Venezuela, especialmente en la isla Margarita, una zona de libre comercio que alberga una importante comunidad árabe/musulmana, y la zona de Maracaibo, con adeptos indígenas de la tribu Wayuu conversos al Islam. Resulta llamativo que nada de esto parezca inquietar a los actuales gobernantes de la Argentina; país en el que Hizbollah está acusada de ser la autora de dos atentados terroristas de envergadura y cuya justicia pidió la captura internacional de ex líderes iraníes.

En resumidas cuentas, Irán es gobernada por un régimen teocrático fundamentalista, patrocinador de terrorismo internacional y constructor nuclear ilegal. Su principal aliado en Latinoamérica es Venezuela, la que es gobernada por un militar golpista, revolucionario y populista que ha convertido a esa nación caribeña en un país altamente militarizado, socialmente fracturado y políticamente enemistado con Washington, a la vez el mayor enemigo de Teherán. Exactamente que pretende ganar Nestor Kirchner al asociar a la Argentina a esta nefasta comunión está más allá de toda comprensión. Chávez y Ahmadinejad llevan adelante un programa estratégico ambicioso. La Argentina no debería estar ni remotamente cercana al mismo. Lamentablemente, la política circense de nuestro gobierno no nos reasegura demasiado en este sentido.