Título: De Basilea a nación start-up: la extraordinaria épica de Israel


Por Julián Schvindlerman
  A 30 años del atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires
Por Julián Schvindlerman
Perfil – El Observador (20/3/2022)
El 17 de marzo de 1992 a las 14:45h, un coche bomba estalló frente al edificio de la embajada del Estado de Israel en la Argentina. Veintinueve personas murieron y 242 resultaron heridas en el primer atentado del islam fundamentalista en el hemisferio occidental, casi una década antes de que terroristas de Al-Qaeda golpearan a Estados Unidos en los trágicamente icónicos ataques del 11-S. Así, Hezbolá -el actor subestatal clandestino al servicio de la República Islámica de Irán- realizaba su primer ataque mortífero en una región en la que llevaba ya casi una década construyendo una presencia. Cuando, dos años después, golpeara nuevamente en la Argentina, con el atentado contra la AMIA, se potenció el foco de atención de las agencias de inteligencia, autoridades oficiales, periodistas y expertos sobre este movimiento político-terrorista cuyo nombre se traduce como el “Partido de Dios”.
Llegada.
El ingreso de esta agrupación radical chiíta a Latinoamérica se remonta a la década del ochenta del siglo pasado. De hecho, apenas un año después de su establecimiento en el Líbano, en 1982, comenzó a enviar militantes aquí. Una monografía de Adam Garret Santiago de la Universidad de Harvard (“Un examen de la naturaleza de la presencia evolutiva de Hezbolá en América Latina”, 2017) definió las tres etapas que atravesó Hezbolá en América Latina. La primera fase estuvo orientada a evangelizar y reclutar adeptos con el fin de crear bases, valiéndose de las varias comunidades chiítas, particularmente libanesas, en la región. Durante los años noventa se inició la segunda etapa de Hezbolá cuando llevó a cabo los atentados contra objetivos israelíes y judíos en la Argentina, que por extensión significaron una violación de la soberanía nacional y una agresión contra todos los argentinos. (Otro atentado atribuido a Hezbolá ocurrió al día siguiente del de AMIA, cuando un vuelo de cabotaje de Alas Chiricanas en Panamá explotó en el aire ocasionando la muerte a todos los pasajeros y la tripulación, 21 personas en total). En este período, Hezbola también incurrió en negocios ilícitos y actividades criminales varias para financiar sus operaciones internacionales. La tercera fase quedó marcada por la era post-11-S, donde la agrupación se vio fuertemente observada por los gobiernos del hemisferio y muy especialmente por el de Estados Unidos. Esta etapa presenció una importante expansión de Hezbolá por casi todo el continente, alentada por la creciente penetración diplomática, cultural y económica iraní.
Penetración.
Un paper del American Enterprise Institute (“Enfrentando la amenaza Irán-Hezbolá en el hemisferio occidental”, 2017) señaló que Hezbolá se valía de estos elementos para accionar: redes de apoyo entre clanes, familias y empresas con décadas de experiencia en el lavado de dinero; acceso a personas influyentes por medio de afinidad ideológica o interés económico; respaldo del gobierno de Irán e instituciones patrocinadas por Teherán; fronteras porosas y deficientemente vigiladas; y administraciones públicas corruptas. Tras el establecimiento inicial de posiciones en la Triple Frontera común a Argentina, Brasil y Paraguay, expandió su presencia a Uruguay, Chile, Perú, México, Colombia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Panamá. Hezbolá coordinó sus actividades con emisarios iraníes, entre quienes se destacan Hojjar al-Eslam Mohsen Rabbani en la Argentina a partir de 1983, Mohamed Taghi Tabatabaei Einaki en Brasil desde 1984, y José Salman al Reda en Colombia desde 1987. Jeffrey Goldberg reportó en un artículo en The New Yorker (“En el Partido de Dios: Hezbolá establece operaciones en América del Sur y Estados Unidos”, 28/10/2002) que el entonces líder espiritual y político de Hezbolá, Sayyid Muhammad Hussayn Fadlallah, viajó a Ciudad del Este en 1994 para bendecir una mezquita. (No fue el único extremista peligroso en visitar estos pagos. En 1995 viajaron a la Triple Frontera Osama ben-Laden y Khalid Sheik Moahmmed, los ideólogos de los atentados del 11-S. Su anfitrión fue el clérigo sunita fundamentalista Khaled Taki Eldyn, secretario general del Consejo de Líderes de las Sociedades y Asuntos Islámicos de Brasil).
Ingresos.
América Latina se convirtió en fuente de ingresos y base de operaciones para Hezbolá. Un estudio del 2004 del Naval War College de EE.UU. afirmó que “Hezbolá, cuyo presupuesto operativo anual ronda los cien millones de dólares, obtiene aproximadamente una décima parte del mismo en Paraguay”. En 2009, un estudio de la Rand Corporation aseguró que Hezbolá recaudaba veinte millones de dólares desde la Triple Frontera. En 2011, el experto Ilan Berman en testimonio ante el Congreso de Estados Unidos confirmó el guarismo: “Hezbolá acumuladoramente genera unos 20 millones de dólares anuales de la región de la Triple Frontera solamente”. Si se ampliaban las áreas de recaudación para incluir a Iquique (Chile), Colon (Panamá), Macao (Colombia) y la isla Margarita (Venezuela), el War Naval College estimó que grupos islamistas varios generaban entre 300-500 millones de dólares al año en estas zonas.
A lo largo de los años se fue revelando la magnitud de las operaciones financieras ilegales de Hezbolá y sus allegados, conforme han documentado Adam Garret Santiago y otros. En 2004, el Departamento del Tesoro de EE.UU. marcaba como “terrorista global especialmente designado” al operador de Hezbolá en la Triple Frontera Assad Ahmad Barakat y advertía que el clan que él lideraba “usó todo crimen financiero en el manual para generar fondos para Hezbolá”. En 2005, autoridades de Ecuador expusieron una red de tráfico de drogas dirigida por los dueños del restaurante “El turco” donde Hezbolá recaudaba “al menos el 70% del dinero de la droga”. En octubre de 2008 Los Angeles Times informó que agentes colombianos y estadounidenses desmantelaron una red de contrabando y lavado de dinero dirigida por Cherky Harb que “lavó cientos de millones de dólares al año, desde Panamá hasta Hong Kong, mientras le pagó un porcentaje a Hezbolá”. En 2010 fue atrapado en Colombia Walid Makled, un traficante de drogas venezolano de origen sirio que operaba para Hezbolá y FARC. Un comunicado del 2016 de la Drug Enforcement Agency de EE.UU. (DEA) indicó que la agrupación chiíta había “establecido relaciones comerciales con carteles de la droga sudamericanos… responsables de proveer grandes cantidades de cocaína a los mercados de la droga europeo y estadounidense”. En junio de 2020, Alex Saab, un colombiano de ascendencia libanesa, lavador de dinero de Hezbolá y testaferro del régimen de Nicolás Maduro, fue apresado durante una escala en cabo Verde cuando viajaba en un avión privado de matrícula venezolana de Caracas a Teherán.
Terrorismo.
A esto hay que agregar desarrollos vinculados al terrorismo per se según detallaron Roger Noriega y José Cárdenas en un ensayo del American Enterprise Institute (“La creciente amenaza de Hezbolá en América Latina”, 2011) y Gabriel Andrade en un artículo en The Middle East Quarterly (“Los avances de Irán en América Latina”, 2020). En 2005 se declaró culpable de asistir a Hezbolá Mahmoud Youssef Kourani, quien intentó recaudar fondos entre los miembros de la comunidad musulmana de Michigan. Su hermano era entonces el jefe de operaciones de Hezbolá en el sur del Líbano. En 2007, visitó Teherán Abdul Kadir, quien luego fue arrestado por intentar realizar un atentado en el aeropuerto neoyorquino JFK. En 2010, las autoridades mexicanas arrestaron a Jameel Nasr, acusado de montar una célula de Hezbolá en Tijuana. Ese mismo año, se reportó que Hezbolá capacitaba militantes en la isla Margarita de Venezuela. En 2011, Corriere Della Sera informó que Hezbolá había establecido una célula en Cuba. También en 2011 se desbarató un plan iraní para matar al embajador saudita en Washington, DC, por medio de un asesino del cartel mexicano de Los Zetas (en realidad era un agente encubierto de la DEA). Además, en 2014, fue arrestado en Perú el operador de Hezbolá Mohammed Hamdar bajo cargos de conspirar para cometer actos de terror. Aunque estos hechos remiten al pasado reciente, dan cuenta del nivel de infiltración islamista que experimentó el continente.
Amparo.
Hezbolá ha operado en América Latina bajo el amparo de la República Islámica de Irán, que mantiene lazos diplomáticos formales con los países de la región. A partir de mediados de la primera década del siglo XXI, Teherán logró forjar vínculos profundos con los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) integrada por la Venezuela de Hugo Chávez, la Cuba de los hermanos Castro, la Nicaragua de Daniel Ortega y la Bolivia de Evo Morales y que tuvo a Irán con estatus de observador. Posteriormente, el Brasil de Lula da Silva coqueteó con el régimen ayatolá, en tanto que la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner negoció con Teherán un memorando de entendimiento que fue ampliamente considerado como un esfuerzo en librar de toda culpa a los perpetradores de la peor masacre terrorista en la historia nacional. Escribió el especialista Emmanuele Ottolenghi en la revista Tablet (“Soleimani U”, Feb. 2022):
“Lo que comenzó a principios de la década de 1980 como un esfuerzo sutil para propagar la cosmovisión del Irán revolucionario a través de mezquitas y centros culturales es cada vez más ruidoso y visible, gracias a las alianzas transnacionales de Irán con movimientos y regímenes de extrema izquierda en América Latina […] Compañeros de viaje revolucionarios de la Cuba comunista a los regímenes castro-chavistas en Bolivia, Nicaragua y Venezuela le han dado a Irán mayor acceso, libertad de acción y recursos para consolidar su alcance y aprovechar el sentimiento local antiestadounidense para servir a sus propios intereses”.
Un ejemplo colorido de esta cooperación puede verse en la creación de la “Cátedra Libre Qassem Soleimani” en la Universidad Bolivariana de Venezuela, inaugurada en noviembre de 2020. Se recordará: Soleimani fue ultimado por Washington en enero de aquel año en Bagdad. Era el comandante de la Fuerza Al-Quds de la Guardias Revolucionarias Iraníes, responsable de las operaciones militares globales del régimen iraní.
Conclusión.
Todo esto lo sabemos de fuentes públicas: reportes de prensa, monografías académicas, comunicados oficiales de los gobiernos, entrevistas de especialistas y funcionarios. Asusta imaginar qué panorama sombrío yace oculto en la información confidencial de las agencias de inteligencia que monitorean los movimientos de Irán y Hezbolá en América Latina. A treinta años del primer golpe letal asestado por estos actores violentos en nuestro país, vale la pena interrogarse al respecto.
Profesor titular en la carrera de relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.
La decisión rusa es reconstruir su imperio al precio que sea
Por Santiago Kovadloff
La Nación – 12/03/2022
La concepción que Georg Wilhelm Friedrich Hegel tenía de la historia lo llevó a asegurar que ella era el marco en el que se desplegaba, mediante las transformaciones propias de cada época, la marcha de lo que designó como Real hacia el logro de sus propios fines. Todos y cada uno de esos momentos, a lo largo de esa travesía, al igual que toda vida singular inscripta en ellos, no eran sino medios o herramientas del proceso universal de los que la Verdad se valía para desplegarse como revelación ante la Razón.
Sören Kierkegaard no tardó en advertir los riesgos que entrañaba esta concepción despótica que favorecía a lo general en desmedro de lo particular, esa reducción de lo particular a lo intrascendente, la vida de cada uno a un vasallaje a lo Absoluto sin derecho a significar algo como valor autónomo y solo concebida como un mero recurso para el ejercicio de la tiranía de ese Espíritu que lo era todo para Hegel y a quien el padecimiento humano, así como sus logros, poco importaban como expresión de una subjetividad personal.
No es otra la lógica que justifica la invasión a Ucrania por parte de Rusia. Morirán quiénes deban morir, sentencia Vladimir Putin. Lo que no puede comprometerse, en favor de esas vidas, son los fines perseguidos por el proyecto neoimperial del Estado ruso; proyecto que, por lo demás, sobrevivió al derrumbe de la Unión Soviética.
Putin no retrocederá. No cedió en el pasado ni cederá ahora. La pregunta que importa no es, entonces, hasta dónde llegará Putin sino hasta dónde se atreverá a llegar Occidente para detenerlo. ¿Bastarán las sanciones económicas? ¿Será posible ahogar al invasor de Ucrania, como parece creerse, sin disparar un solo tiro desde la OTAN? Si al petróleo ruso se le cierra el acceso a Europa, ¿se detendrá la marcha por la reconstrucción imperial que lidera Putin? ¿O China le abrirá a Putin las puertas que Occidente le cierra, presentándose ante Europa y Estados Unidos como el auténtico domador de la fiera?
Detrás de estas especulaciones pugnan por hacerse ver las vidas humanas atormentadas por el conflicto. Las vidas reales que en toda generalización fatalmente se evaporan. Las vidas que ya se han perdido bajo la metralla rusa tanto como las que se perderán. Niños, padres, abuelos. Las de quienes se agolpan en las estaciones de tren o se agrupan en multitudes que marchan a pie buscando bajo la nieve las fronteras que les aseguren la oportunidad de escapar a la muerte. La vida de quienes resisten en Kiev, en Odesa, en tantos rincones de Ucrania. Y que lo hacen con más temor a la cobardía y la indignidad que a las bombas que despedazan su país.
Esas vidas, cada una de esas vidas preservadas o perdidas, son la cara real de esta tragedia que no cabe en ninguna conceptualización. Esa cara desencajada por el dolor que se niega a inscribirse en las abstracciones académicas o en las conjeturas de la politología y que irrumpe, diáfana, incontenible, en centenares de fotografías y decenas de crónicas de corresponsales de guerra que desafían la impotencia de las palabras tratando de tender un puente emocional entre quienes conocen en carne propia el horror y quienes se informan sobre él sin riesgo.
Esa cara, digo, aspira a ser mirada a los ojos. A ser reconocida. A no ser olvidada. A hacer oír lo que es indispensable escuchar con el alma si de veras se quiere saber qué pasa, qué implica lo que pasa, a quiénes les sucede lo que pasa y qué significa para esos miles y miles de seres humanos. Esa cara denuncia lo que bien supo Juan Bautista Alberdi: el crimen de la guerra.
Una vez más, la vieja y medular enseñanza de la historia busca arraigo en el hombre más allá del ingenuo triunfalismo hegeliano atribuido a la Razón: el progreso y la barbarie coexisten. Se nutren mutuamente. Siempre coexistirán. Son las cabezas de un dios bifronte. Se alzan sobre un mismo tronco, tal como lo exhibe Jano. El progreso no extermina la barbarie. No la erradica del espíritu humano. La combate, a veces con eficacia. Pero no la vence de una vez por todas. Colón y Torquemada fueron coetáneos. Lo fueron Shakespeare y la caza de brujas. Descartes y las matanzas en nombre de Dios. Lo fueron Auschwitz y los prodigios científicos de la física contemporánea. Lo son la democracia y el totalitarismo. Nuestra especie no ha nacido para alcanzar victorias finales en ningún orden.
Brutal asimetría
Acaso la auténtica esperanza, la que en su expectativa está provista de consistencia, no sea la que confía en que las cosas, finalmente, se encaminarán como deseamos sino la que comprende las oportunidades que brinda esa misma provisoriedad. Es esta tanto la que propicia el cambio favorable como la que impide su irrupción o frustra su desarrollo. Esta la que permite advertir que cuando la suerte parece definitivamente echada a favor del crimen y la omnipotencia del despotismo, un desliz en los hechos, un matiz inesperado que ha venido madurando largamente y poco menos que en secreto puede ganar la escena y brindar una oportunidad.
No soy optimista sin embargo sobre el porvenir inmediato de Ucrania. Parecería inevitable que termine en manos de Putin. La brutal asimetría en lo que hace al poder de fuego de ambos contrincantes augura un desenlace trágico para esa nación. El coraje de sus combatientes, que se ha convertido en expresión mayor de los valores democráticos, alentado y encarnado ejemplarmente por su presidente, Volodimir Zelenski, resalta hoy en un escenario mundial donde sobran las turbulencias que denuncian la fragilidad de las convicciones democráticas. Pero me temo que él no baste para contener la embestida rusa. La OTAN ya ha hecho saber que no intervendrá en el conflicto. Y las represalias financieras sobre Rusia, por más radicales que resulten a corto, mediano y largo plazo, no creo que impidan ese desenlace inmensamente penoso.
Por lo demás, la desconfianza que inspira Putin ha contribuido no solo a promover un fortalecimiento de los vínculos entre la Unión Europea y Estados Unidos sino también al resurgimiento militar de Alemania y a perfilar la irrupción de una Finlandia que, al igual que Suecia, abandona su neutralidad. No es para menos. Putin no se detendrá. El imperio venidero con el que sueña lo impulsa a proceder como lo hace.
Como sostiene Julián Schvindlerman, “mucho más que un ataque a la soberanía de Ucrania, [la decisión de invadir ese país por parte de Rusia] es un acto de agresión contra el orden mundial de la posguerra fría”. El nuevo orden mundial al que aspira Putin incorporaría a Rusia como protagonista mediante la restauración del cuerpo imperial perdido tras el derrumbe de la Unión Soviética. China ya ha terminado con esa hegemonía unilateral de Estados Unidos ganada en la segunda posguerra. Putin quiere ver a Rusia incorporada como tercera voz estelar entre las potencias llamadas a gobernar el planeta. Si es altamente improbable que lo consiga, es igualmente dudoso que deje de apostarlo todo para lograrlo. Georgia ayer, Ucrania hoy… ¿Y mañana?
El siglo del miedo
Ha renacido el miedo ante la posibilidad de que se desate una guerra nuclear. Ese miedo que Albert Camus retrató como nadie a mediados del siglo pasado en su libro Ni víctimas ni verdugos: “El siglo XVII ha sido el siglo de las matemáticas, el XVIII el de las ciencias físicas y el XIX el de la biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo. Se me dirá que este no es una ciencia. Pero, en primer lugar, la ciencia tiene algo que ver en el asunto, puesto que sus últimos progresos teóricos la han llevado a negarse a sí misma y sus perfeccionamientos prácticos amenazan destruir toda la Tierra. Por otra parte, si el miedo en sí mismo no puede considerarse una ciencia, no hay duda de que es, sin embargo, una técnica”.
En 1930, Sigmund Freud escribió: “A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si, y hasta qué punto, el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de las pulsiones de agresión y autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que, con su ayuda, les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Solo nos queda esperar que la otra de ambas ‘potencias celestes’, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario [Thanatos]. ¿Mas quién podría augurar el desenlace final?”
Ambos inmortales entonces, Eros y Thanatos están destinados a vivir combatiéndose, a no poder escindirse en la medida en que aspiremos a preservar nuestra condición humana. Los dos quieren imponerse pero están condenados a alternarse en el triunfo y la derrota allí donde la civilización tenga porvenir. De no ser así, si en cualquiera de ellos se afianza la presunción de haber puesto fin de una vez por todas al otro, el hombre habrá desaparecido.
Tema: Occidente ante Rusia (14/3/2022)
Programa La Tarde
Por Julián Schvindlerman
  By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 8/3/2022
https://blogs.timesofisrael.com/ben-jerrys-geopolitical-priorities/
Last month, as nearly 100,000 Russian troops gathered at the Ukraine border and the Biden Administration announced it would send a token 3,000-soldier contingent to two Eastern European NATO countries, the military experts at the Vermont-based ice cream manufacturer Ben & Jerry´s met at the company´s situation room, assessed the complex geopolitical developments in Europe and reached a solid conclusion: the United States of America was to blame. On February 3rd, Ben & Jerry´s published its wise view on Twitter:
“You cannot simultaneously prevent and prepare for war. We call on President Biden to de-escalate tensions and work for peace rather than prepare for war. Sending thousands more US troops to Europe in response to Russia’s threats against Ukraine only fans the flame of war.”
To wit: totalitarian Russia prepared to invade an un-provoking democratic neighbor in what would soon become a war of aggression virtually unseen in Europe since WWII, the US responded by mildly strengthening two NATO members, and the smart executives of an American ice cream business took issue with their own country. Expectedly, this ultraprogressive political position elicited a few reactions, notably from current or former East European government officials.
“To Ben and Jerry’s to refresh your memory” said Stanislaw Zaryn, spokesman for the Administrator and Coordinator of the Polish Special Service: “Russia has been waging war against Ukraine since 2014. At present, it is still Russia, which is still exerting military pressure on Ukraine and is probably preparing for another invasion. By your statement you are getting Russia to hide their aggression. Shame on you!”. Eto Buziashvili, a former adviser to the National Security Council in Georgia, tweeted: “I’m wondering what does ice-cream company @benandjerrys think about Russia’s recognition of occupied Donetsk and Luhansk.” Natalia Yaresko, a former Ukrainian finance minister, twitted: “Your comments show a lack of understanding. Indulgence does not stop the aggressor. How it did not stop during World War II. You should be ashamed. We will never forget.” Then, she called to boycott their products. Swedish MP Tobias Billström said he now had “one more reason not to buy your products.” Former NATO Deputy Director of Innovation Edward Hunter Christie added his voice to the boycott call.
Political commentators weighed in the controversy, too. “Pretty sure this means they won’t be releasing a Si Vis Pacem, Para Bellum Pistachio ice cream anytime soon,” wrote Max Hauptman, citing the famous Latin maxim If you want peace, prepare for war. British expert Timothy Ash called it a “strange statement”. Kareem Rifai tweeted “Not a fan of y’alls newest flavor unfortunately” alongside a mocking picture of a putative new Ben & Jerry´s Mint Appeasement flavor. Jonathan Schanzer and Richard Goldberg of the Washington-based Foundation for the Defense of Democracies observed: “Corporate leaders with little to no experience in foreign affairs increasingly feel entitled to weigh in on complex policy challenges. If they are lucky, it only results in embarrassment.” The tweet was so ideologically odd that even Ben & Jerry´s parent company Unilever head Alan Jope criticized it: “They have a great track record campaigning on important issues. But [on] subjects where Unilever brands don’t have expertise or credibility it is best to stay out of the debate.”
It should be noted that Ben Cohen, one of Ben & Jerry’s founders, has opposed NATO enlargement as far back as 1998. At that time, NATO was incorporating Poland, Hungary and the Czech Republic, a move Ben & Jerry’s called “crazy.” In an interview with The New York Times, Ben Cohen offered a strange ice cream analogy, comparing NATO expansion towards the East to a competition between Ben & Jerry´s and Haagen-Dazs. In April of 1998, the Business Leaders for Sensible Priorities, a nonprofit founded by Ben Cohen, published an ad in The New York Times that read:
“Hey let’s scare the Russians!
Let’s take NATO and expand it toward Russia’s very borders. We’ll assure the Russians we come in peace. We’ll explain that the Russian people should feel more secure knowing that Poland, Hungary and the Czech Republic are in a military alliance with the United States. It’s the same feeling of peace and security Americans would have if Russia were in a military alliance with Canada and Mexico, armed to the teeth, and excluding the United States. We’d all sleep better then, right?
Say ´NO´ to NATO expansion.”
There is a sweet irony here. Whereas the ice cream manufacturer has consistently opposed NATO expansion for nearly a quarter century, it has engaged in its own commercial expansion to NATO countries, boasting an impressive presence in 21 NATO member-nations, out of 30 that are part of the alliance. As Ben & Jerry´s official website informs us, the company is in the United States, Canada, Belgium, Czech Republic, Denmark, Estonia, France, Germany, Great Britain, Greece, Hungary, Italy, Latvia, Lithuania, Luxembourg, Netherlands, Norway, Poland, Portugal, Romania and Spain. So, Ben & Jerry´s thinks that it is okay to push NATO borders commercially and set up offices in no less than seven Eastern European nations, but NATO should not enlarge militarily to dissuade a super-power overreach. In other words, Ben & Jerry´s can install branches in NATO Eastern front for private economic gain, but the alliance should not expand Eastwards lest it offend Moscow´s sensitivities (1998) or to preserve Ukraine´s freedom, European security and world peace (2022).
I am saying this sarcastically, of course. A company selling ice cream along Russia´s border is no challenge to Moscow the way a US tank deployment might be. Still, it is legitimate to expect moral coherence from highly ideological businessmen so critical of NATO and US foreign policy. While corporate evolution and military build-up are clearly not the same, considering Ben & Jerry´s executives´ long-track record of political activism and NATO-skepticism, their own “NATO expansion” looks comfortably opportunistic.
Version en Español:
Las prioridades geopolíticas de Ben & Jerry:
El mes pasado, cuando casi 100.000 soldados rusos se amontonaron en la frontera con Ucrania y la Administración Biden anunció que enviaría un contingente simbólico de 3.000 soldados a dos países de la OTAN de Europa del Este, los expertos militares del fabricante de helados con sede en Vermont Ben & Jerry’s se reunieron en la sala de situación de la empresa, evaluaron los complejos desarrollos geopolíticos en Europa y llegaron a una conclusión sólida: los Estados Unidos de América tenían la culpa. El 3 de febrero, Ben & Jerry´s publicó su sabia opinión en Twitter:
“No se puede prevenir y prepararse para la guerra al mismo tiempo. Hacemos un llamado al presidente Biden para que reduzca las tensiones y trabaje por la paz en lugar de prepararse para la guerra. Enviar miles de tropas estadounidenses más a Europa en respuesta a las amenazas de Rusia contra Ucrania solo aviva la llama de la guerra”.
A saber: la Rusia totalitaria se preparaba para invadir a un vecino democrático no provocador en la que pronto se convertiría en una guerra de agresión prácticamente no vista en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. respondió fortaleciendo levemente a dos miembros de la OTAN y los ejecutivos inteligentes de un negocio de helados estadounidense discreparon con su propio país. Como era de esperar, esta posición política ultra-progresista provocó algunas reacciones, en particular de los funcionarios gubernamentales actuales o anteriores de Europa del Este.
“A Ben and Jerry’s para refrescarles la memoria”, dijo Stanislaw Zaryn, portavoz del Administrador y Coordinador del Servicio Especial Polaco: “Rusia ha estado librando una guerra contra Ucrania desde 2014. En la actualidad, sigue siendo Rusia, que sigue ejerciendo presión sobre Ucrania y probablemente se esté preparando para otra invasión. Con su declaración están logrando que Rusia oculte su agresión. ¡Qué vergüenza!». Eto Buziashvili, ex asesora del Consejo de Seguridad Nacional en Georgia, tuiteó: “Me pregunto qué piensa la compañía de helados @benandjerrys sobre el reconocimiento de Rusia de Donetsk y Luhansk ocupados”. Natalia Yaresko, exministra de finanzas de Ucrania, tuiteó: “Sus comentarios muestran una falta de comprensión. La indulgencia no detiene al agresor. Cómo no se detuvo durante la Segunda Guerra Mundial. Deberían estar avergonzados. Nosotros nunca olvidaremos”. Luego, llamó a boicotear sus productos. El diputado sueco Tobias Billström dijo que ahora tenía “una razón más para no comprar sus productos”. El exdirector adjunto de Innovación de la OTAN, Edward Hunter Christie, sumó su voz al llamado al boicot.
Los comentaristas políticos también entraron a la controversia. “Estoy bastante seguro de que esto significa que no lanzarán un helado de pistacho Si Vis Pacem, Para Bellum en el corto plazo”, escribió Max Hauptman, citando la famosa máxima latina Si quieres la paz, prepárate para la guerra. El experto británico Timothy Ash lo calificó como una «declaración extraña». Kareem Rifai tuiteó: “Desafortunadamente, no soy fanático de su nuevo sabor”, junto con una imagen burlona de un supuesto nuevo sabor de Ben & Jerry’s: Menta Apaciguadora. Jonathan Schanzer y Richard Goldberg, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, con sede en Washington, observaron: “Los líderes corporativos con poca o ninguna experiencia en asuntos exteriores se sienten cada vez más con derecho a opinar sobre desafíos políticos complejos. Si tienen suerte, solo resulta en un papelón”. El tuit era tan ideológicamente extraño que incluso Alan Jope, director de la empresa matriz de Ben & Jerry, Unilever, lo criticó: “Tienen un gran historial de campañas sobre temas importantes. Pero [en] temas en los que las marcas de Unilever no tienen experiencia o credibilidad, es mejor mantenerse al margen del debate”.
Cabe señalar que Ben Cohen, uno de los fundadores de Ben & Jerry, se ha opuesto a la ampliación de la OTAN desde 1998. En ese momento, la OTAN estaba incorporando a Polonia, Hungría y la República Checa, un movimiento que Ben & Jerry calificó de «loco». En una entrevista con The New York Times, Ben Cohen ofreció una extraña analogía con el helado, comparando la expansión de la OTAN hacia el Este con una competencia entre Ben & Jerry´s y Haagen-Dazs. En abril de 1998, Business Leaders for Sensible Priorities, una organización sin fines de lucro fundada por Ben Cohen, publicó un anuncio en The New York Times que decía:
“¡Oigan, asustemos a los rusos!
Tomemos la OTAN y ampliémosla hacia las mismas fronteras de Rusia. Les aseguraremos a los rusos que venimos en son de paz. Explicaremos que el pueblo ruso debería sentirse más seguro sabiendo que Polonia, Hungría y la República Checa están en una alianza militar con los Estados Unidos. Es el mismo sentimiento de paz y seguridad que tendrían los estadounidenses si Rusia estuviera en una alianza militar con Canadá y México, armados hasta los dientes y excluyendo a Estados Unidos. Todos dormiríamos mejor entonces, ¿verdad?
Di ´NO´ a la expansión de la OTAN”.
Hay una dulce ironía aquí. Mientras que el fabricante de helados se ha opuesto sistemáticamente a la expansión de la OTAN durante casi un cuarto de siglo, se ha involucrado en su propia expansión comercial a los países de la OTAN, con una presencia impresionante en 21 países miembros de la OTAN, de los 30 que forman parte de la alianza. Tal y como nos informa la web oficial de Ben & Jerry, la empresa se encuentra en Estados Unidos, Canadá, Bélgica, República Checa, Dinamarca, Estonia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Grecia, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos , Noruega, Polonia, Portugal, Rumanía y España. Por lo tanto, Ben & Jerry´s cree que está bien traspasar las fronteras de la OTAN comercialmente y establecer oficinas en no menos de siete países de Europa del Este, pero la OTAN no debería ampliarse militarmente para disuadir a una superpotencia de extralimitarse. En otras palabras, Ben & Jerry´s puede instalar sucursales en el frente oriental de la OTAN para beneficio económico privado, pero la alianza no debe expandirse hacia el Este para no ofender las sensibilidades de Moscú (1998) o para preservar la libertad de Ucrania, la seguridad europea y la paz mundial (2022).
Lo digo con sarcasmo, por supuesto. Una empresa que vende helados a lo largo de la frontera con Rusia no es un desafío para Moscú como lo sería un despliegue de tanques estadounidenses. Aun así, es legítimo esperar coherencia moral de empresarios altamente ideologizados tan críticos con la OTAN y la política exterior de Estados Unidos. Si bien la evolución corporativa y el fortalecimiento militar claramente no es lo mismo, considerando el largo historial de activismo político y escepticismo de la OTAN de los ejecutivos de Ben & Jerry, su propia “expansión de la OTAN” parece cómodamente oportunista.
Por Julián Schvindlerman
  Por Julián Schvindlerman
Comunidades – Marzo 2022
“La afirmación de Whoopi Goldberg de que el Holocausto no fue una cuestión de raza tiene que ser la cosa más tonta que se haya dicho en un programa de televisión desde que Whoopi Goldberg dijo que la violación de Samantha Geimer por parte de Roman Polanski no fue una violación-violación” comentó Brendan O`Neill en Spiked. Efectivamente, la famosa actriz y comediante norteamericana tiene cierto historial de acotaciones desafortunadas, entre las que destacan su comparación, en 2019, de las instalaciones fronterizas estadounidenses con el campo de concentración de Terezin de la época de la Segunda Guerra Mundial, y su equiparación, dos años antes, de la actitud del entonces presiente Donald Trump hacia las mujeres con el trato conferido a las mujeres afganas por el régimen Talibán. Su nueva gaffe cayó a un nuevo nadir.
Hay, al menos, tres incorrecciones importantes en sus afirmaciones públicas de que “el Holocausto no se trata de razas”, sino que “se trata de la inhumanidad del hombre contra el hombre” y de que el genocidio impuesto por los nazis a los judíos fue un asunto de “dos grupos de gente blanca”.
Primeramente, aun cuando los judíos no se definen a sí mismos como una raza, sino como un pueblo y una religión, el Holocausto sí fue una lucha racial de nazis autopercibidos como arios “superiores” contra denigrados judíos “inferiores”. El nazismo armó una pirámide racial teórica en cuya cúspide estaban los pueblos arios y debajo de su base, los judíos, a quienes llamó untermensch (subhumanos). La ideología hitleriana abrevó de los infames trabajos de destacados teóricos raciales de los siglos XIX y XX, tales como El judaísmo en la música (1850) del compositor y pensador alemán Richard Wagner, Ensayo sobre la inequidad de las razas humanas (1853-55) del aristócrata francés Joseph Arthur de Gobineau, y Los cimientos del siglo XIX (1899) del escritor inglés Houston Stewart Chamberlain (naturalizado alemán al desposar a la hija de Wagner, Eva), entre otros. Para poder asegurar que el genocidio de los judíos no tuvo una matriz racial, como Goldberg hizo, uno debería tener que ignorar las tristemente célebres leyes raciales de Núremberg, la amenaza de Adolf Hitler de 1939 cuando prometió la “aniquilación de la raza judía” y toda la extensa propaganda racista promovida por Joseph Goebbels desde su consagración en el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, en Berlín en 1926.
En segundo término, la idea de Goldberg de que la Shoa fue un acto de “inhumanidad del hombre contra el hombre” puede ser cierta filosóficamente, pero universaliza el sufrimiento judío injustamente. Por supuesto que hubo otros colectivos minoritarios atacados y masacrados por los nazis: desde prisioneros de guerra rusos hasta comunistas polacos, desde gitanos hasta sacerdotes, y desde testigos de Jehová hasta minusválidos. Pero la obsesión judeófoba nazi es innegable, tal como lo es la misma Conferencia de Wannsee de 1942, convocada para poner en marcha el plan de exterminio de los once millones de judíos que Hitler había puesto en la mira (logró asesinar a más de la mitad de ellos). ¿Cómo reaccionaria Whoopi Goldberg si un observador dijera que la esclavitud de los negros a manos del establishment blanco primordialmente sureño en Estados Unidos durante los siglos XVII-XIX no fue un asunto racial, ni una explotación inconcebible de negros por blancos, sino una muestra de inhumanidad del “hombre contra el hombre”? Este tipo de generalizaciones daña la particularidad del padecimiento de las víctimas específicas. Tal como célebremente postulara Elie Wiesel acerca del Holocausto: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas.
Por último, su mención de que al fin de cuentas tanto los nazis como los judíos constituían “dos grupos de gente blanca” es una aberración moral inaudita. Dejando de lado el hecho de que Hitler se alió con el Gran Mufti palestino Haj Amín al-Husseini con el propósito de aniquilar a los setecientos mil judíos de África del Norte y del Medio Oriente -que de “blancos” tenían muy poco- y centrándonos exclusivamente en los judíos europeos que Goldbgerg seguramente tenía en mente al pronunciar su frase, ello expone un prejuicio notable contra la concepción misma de que si uno es blanco, uno puede ser una víctima. Bajo el prisma del fanatismo woke contemporáneo, la única injusticia posible es la perpetrada por el “hombre blanco privilegiado”. Según la consigna del nuevo racismo, no hay victimización posible de blancos. O´Neill nuevamente:
“Parecen ver todo, incluso la historia, incluso el Holocausto, desde su propia comprensión auto halagadora, altamente americanizada, aprobada por Silicon Valley, del racismo de 2020 como consistente en la arrogancia blanca y el dolor negro y los desaires involuntarios y las ‘microagresiones’ cometidas por las masas racialmente inconscientes. Goldberg estaba proyectando esta visión alarmantemente ingenua e hiper-noveau del racismo en la historia, de modo que incluso el Holocausto comienza a parecer confuso porque ¿no fueron blancos en ambos lados?”.
La escritora neoyorquina Rebecca Sugar atribuyó el exceso de Whoopi Goldberg a cierto aire de superioridad moral y nula humildad intelectual. En The Wall Street Journal, anotó:
“La ofensa de la Sra. Goldberg no es que sea antisemita, es que es una celebridad engreída con una plataforma. Como muchos otros en su posición, ella lo toma no como una responsabilidad sino como una oportunidad. Habla porque puede, no porque tenga algo informado que decir. Lo que ha leído o entiende sobre el Holocausto, sobre las ideas raciales en la Europa de los siglos XIX y XX, o sobre los judíos en general, probablemente no sea mucho. Sin embargo, de alguna manera estaba lista con entusiasmo para educar a sus coanfitriones y a su audiencia sobre un tema sobre del que no podría escribir un ensayo serio de dos páginas”.
Que este escándalo innecesario haya sido ocasionado por una mujer nacida como Caryn Elaine Jonshon, quien eligió un nombre artístico judío antes de adentrarse en Hollywood, es el broche más absurdo posible para este episodio olvidable.
Por Julián Schvindlerman
  Por Julián Schvindlerman
Infobae – 24/2/2022
https://www.infobae.com/opinion/2022/02/24/adios-a-la-pax-americana/
La ofensiva rusa sobre la región de Donbass es mucho más que un ataque a la soberanía de Ucrania. Es un acto de agresión contra el orden mundial de la posguerra fría. Este ordenamiento global encuentra su origen décadas atrás.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Washington y Moscú se unieron para enfrentar a la Alemania nazi. Esa curiosa alianza entre el máximo exponente del capitalismo global y el principal promotor de la revolución proletaria internacional fue, en la caracterización del académico John MacMahon, un matrimonio de conveniencia afectado por la sospecha y la rivalidad desde su nacimiento. Con la derrota del nazismo, creció la mutua percepción adversaria entre estas dos potencias dispares. En un famoso memorando, conocido como “el telegrama largo” de febrero de 1946, el encargado de negocios en la embajada de Estados Unidos en Moscú, George F. Kennan, señaló que el desprecio soviético por el capitalismo y la democracia norteamericanos era inmutable, advirtió que una política de apaciguamiento sería estéril y aconsejó a Washington afirmarse ante la expansión del poder soviético.
Los gobernantes estadounidenses percibieron que el verdadero poder de Moscú yacía no tanto en el tamaño de su ejército y arsenal militar, sino en su capacidad de exportar el comunismo hacia otras regiones del mundo. La Unión Soviética podía expandir su influencia global y socavar el posicionamiento de Estados Unidos aun sin disparar un solo tiro en su contra. Ese reconocimiento de la amenaza real soviética no significó, sin embargo, un desconocimiento de su amenaza militar, a punto tal que apenas cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, se creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Establecida en abril de 1949 como una alianza de defensa occidental, tenía por objetivo “mantener a los estadounidenses adentro, a los soviéticos afuera y a los alemanes abajo” como MacMahon recuerda se dijo entonces poco diplomáticamente. La Guerra Fría pronto cruzó las fronteras europeas e impactó en Asia, Medio Oriente, África y América Latina.
Para comienzos de la década de 1990, la Guerra Fría había concluido, con el impresionante desmoronamiento de la URSS. Advino una nueva era signada por la influencia global estadounidense, la única nación con capacidad militar, política, económica y diplomática de inclinar la balanza considerablemente en cualquier conflicto en cualquier parte del mundo. En un ensayo publicado a fines de 1990 en Foreign Affairs, el analista político Charles Krauthammer definió a la fase geopolítica emergente como “el momento unipolar”. Con precisión profética, escribió: “La característica más impactante del mundo de la posguerra fría es su unipolaridad. Sin dudas, la multipolaridad vendrá con el correr del tiempo. Quizás dentro de una generación aproximadamente habrá grandes potencias co-iguales con los Estados Unidos, y el mundo se parecerá, en estructura, a la era previa a la Primera Guerra Mundial. Pero no estamos allí todavía. Ahora es el momento unipolar”.
Estados Unidos como el único garante de la estabilidad global, heredando el rol del imperio británico de antaño, ejerciendo poder duro y blando con el propósito de preservar la democracia liberal, la paz mundial y el comercio internacional era ahora una realidad. La tarea era desafiante, pero no muy costosa: con un presupuesto en defensa del “5.4% del Producto Bruto Nacional y en caída no es para nada exorbitante” indicaba Krauthammer (hoy representa el 3.7% del PBN).
Pero no todos aprobaban que Washington ejerciera ese papel, despectivamente tildado de “sheriff global”. Dentro y fuera de Estados Unidos, muchos criticaron el ejercicio del poder unipolar norteamericano, particularmente durante el gobierno del presidente George W. Bush entrado el siglo XXI. Hubo una época no muy lejana, incluso, en la cual se mencionaba a Japón, Alemania, Brasil y otras naciones económicamente fuertes como legítimas candidatas al podio de la multipolaridad. Quienes así pensaron, confundieron poder económico con poder político-militar de proyección internacional, pero la moda duró por cierto tiempo. A lo largo de un proceso que cruzó las administraciones de Barack Obama y Donald Trump, Washington pareció complacer a los cuestionadores del ejercicio crudo del poder norteamericano, al replegarse ante ciertos conflictos (Obama en Siria y Libia) y embanderarse en la consiga aislacionista y antiglobalista del America First (Trump).
Si la Administración Biden profundizara la tendencia y EE.UU. abandonara su misión esencial, entonces: ¿quién estaría llamado a preservar el orden mundial? ¿Las Naciones Unidas, que ha incorporado a Irán y a Venezuela en su Consejo de Derechos Humanos? ¿La Unión Europea, que no puede comprometerse a aportar el 2% de su economía continental a su propia defensa colectiva? ¿Algún país o algún líder puntual? ¿La gran Bretaña de Boris Johnson, si es que él no está de juerga? ¿La Francia de Emmanuele Macron, que acaba de anunciar su retirada militar de… Mali? ¿La Alemania del novato Olaf Scholz? (Joe Biden no es un león, pero su respuesta a la amenaza de Vladimir Putin estuvo a la altura de las circunstancias, aun cuando no haya podido evitar la invasión a Ucrania). Ante un escenario que muestra a una China, una Rusia y un Irán con ambiciones imperiales regionales y/o globales, ¿qué país o qué alianza desprovista del liderazgo norteamericano podría efectivamente enfrentarlos?
“La estabilidad internacional nunca está asegurada. Nunca es la norma. Cuando se la alcanza, es el producto de una acción auto-consciente por parte de las grandes potencias, y muy particularmente de la más grande de ellas, que por ahora y el futuro predecible es Estados Unidos” anotó Krauthammer en el artículo ya citado de 1990. Y observó: “Si Estados Unidos quiere estabilidad, tendrá que crearla. El comunismo está de por cierto terminado; el último de los credos mesiánicos que han acechado este siglo [XX] está bastante muerto. Pero constantemente habrá nuevas amenazas que perturbarán nuestra paz”.
Hoy Vladimir Putin está desafiando la tan odiada Pax Americana. Esperemos que no llegue el día en que la añoremos con pesar.
Por Julián Schvindlerman
  Por Julián Schvindlerman
Mundo Israelita – Febrero 2022
El último informe de Amnistía Internacional (AI) escaló sus ya tendenciosas acusaciones contra Israel al nivel del Apartheid. El reporte fue rápidamente repudiado por los gobiernos de Gran Bretaña (donde AI está asentada), Alemania, Estados Unidos y, comprensiblemente, Israel. “Tomar en serio a estos activistas por los derechos humanos cuando publican un nuevo informe contra Israel es más o menos como tomar en serio un informe sobre los afroamericanos elaborado por militantes del Ku Klux Klan” opinó el periodista israelí Ben Dror Yemeni.
The Wall Street Journal indicó que el propósito de AI fue socavar los Acuerdos de Abraham y la tendencia pro-normalización que pusieron en movimiento. Efectivamente, en un momento en que la cuestión palestina es marginal en los asuntos del Medio Oriente -y ni que hablar globalmente- los activistas politizados de AI buscaron reinsertar el meollo palestino al centro de la agenda internacional. Las pretensiones políticas contenidas en el reporte -que la ONU sancione al estado judío, que la Corte Penal Internacional lo investigue, que la comunidad mundial imponga un boicot militar en su contra y también que lo aisle diplomáticamente- exponen los objetivos malintencionados de sus redactores.
Tras la presentación del informe polémico, un periodista del Times of Israel entrevistó a los referentes de AI. Atinadamente, les recordó una encuesta del 2016 que mostró que el 68% de los palestinos veía favorablemente a la democracia israelí. ¿Qué otro grupo étnico conocen que aprecie el sistema de gobierno de su presunto opresor? Fue básicamente la pregunta elevada.
Es tedioso tener que refutar la calumnia del Apartheid lanzada injuriosamente contra Jerusalem repetidas veces, pero hagásmolo una vez más. Para que la analogía del Apartheid tuviese validez, Israel debiera ser un país de mayoría árabe gobernada por una minoría judía que la sojuzgara. Debiera haber incorporado el racismo a sus leyes, haber prohibido el casamiento interracial, designado asientos especiales en los autobuses para ellos, determinado qué disciplinas podrían estudiar y dónde podrían residir. La minoría árabe de Israel representa alrededor del 20% de la población total del país. A pesar de tratarse de una minoría afectivamente vinculada a naciones que han guerreado con Israel en el pasado, a pesar de la identificación nacionalista que muchos miembros de esta comunidad expresan con los palestinos, y a pesar del radicalismo que exhiben cotidianamente muchos de sus representantes parlamentarios, los árabes de Israel gozan de una libertad de expresión cívica, política, religiosa, cultural y social superior a la de cualquier país vecino donde los árabes son mayoría. Tienen acceso a las escuelas, universidades, hospitales y centros de entretenimiento en paridad con los israelíes. Han obtenido bancas en el Parlamento, han llegado a la Corte Suprema de Justicia, han tenido asiento en el gabinete israelí y hoy un partido islámico integra la coalición de gobierno. Los druzos y beduinos han servido incluso en el ejército y en la policía. Hubo también una Miss Israel árabe.
Claramente, no hay base alguna para la comparación con el Aparthedi de Sudáfrica. Y sin embargo, la equiparación es un clásico. El ex presidente norteamericano Jimmy Carter ha escrito un libro dedicado a este tema con el título Peace, Not Apartheid, Desmond Tutu fue un fan de la infamia, Human Rights Watch la abrazó con entusiasmo y ahora AI ha hecho lo propio.
¿Y la situación en Gaza y Cisjordania? Algún irritado antisionista preguntará. Bien, hablemos de esas zonas. Allí hay una situación de discriminación extrema que rozaría o alcanzaría la tipificación de Apartheid… aunque en sentido inverso. Los gobiernos palestinos de aquellos territorios simplemente no permiten a ningún judío israelí asentarse en esas zonas. La Administración de Ramallah incluso tiene una ley que penaliza con la muerte la venta de tierras a judíos. La incitación antijudía y antiisraelí es feroz e sus medios de prensa. Y los judíos apenas pueden rezar libremente en sus propios sitios sagrados. Según el profesor Eugene Kontorovich de la Universidad George Mason:
“En todos los territorios controlados por el gobierno palestino, a los judíos se les impide rezar en sus lugares sagrados, a pesar de las disposiciones explícitas de los Acuerdos de Oslo que requieren que la Autoridad Palestina proteja dicho culto. Cuando los judíos logran visitar tales santuarios, deben hacerlo en medio de la noche bajo vigilancia armada. E incluso en áreas bajo control israelí, como el Monte del Templo, el lugar más sagrado de los judíos, la Autoridad Palestina impide la oración pública judía al amenazar con violencia masiva si los judíos la ´contaminan´ con sus ´pies sucios´, en palabras del presidente Mahmoud Abbas”.
De modo que parece haber una situación existente de Apartheid en la región de la Palestina Histórica. Solo que del otro lado de la línea verde y en zonas de autogobierno palestino. Los expertos de Amnistía Internacional confundieron el mapa.
Por Julián Schvindlerman
  Por Julián Schvindlerman
Perfil – El Observador (5/2/2022)
https://www.perfil.com/noticias/opinion/a-80-anos-de-la-conferencia-de-wannsee.phtml
El 20 de enero de 1942, quince oficiales del gobierno alemán y del partido nazi, ocho de ellos doctorados, se reunieron en las afueras de Berlín, en la villa Wannsee. El propósito fue coordinar la implementación de la destrucción física de la judería europea, conocida con el nombre de Endlösung, Solución Final. Aquél era un eufemismo para el programa de asesinato masivo e industrial de los judíos.
Según informa el sitio oficial del Museo del Holocausto de Estados Unidos, en representación de las SS estuvieron: el General de las SS Reinhard Heydrich, Jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich; el Mayor General de las SS Heinrich Müller, Jefe del Departamento IV de la RSHA (Gestapo); el Teniente-Coronel de las SS Adolf Eichmann, Jefe del Departamento RSHA IV B 4 (Asuntos judíos); el Coronel de las SS Eberhard Schöngarth, comandante de la oficina de campo de RSHA para el Gobierno General en Cracovia; el SS Major Rudolf Lange, comandante de RSHA Einsatzkommando 2; y el General de la División de las SS Otto Hofmann, Jefe de la Oficina Principal de Raza y Asentamiento de las SS. En representación de los organismos del Estado estuvieron: el Secretario de Estado Roland Freisler (Ministerio de Justicia), el Director Ministerial Wilhelm Kritzinger (Gabinete del Reich), el Secretario de Estado Alfred Meyer (Ministerio del Reich para los Territorios Orientales Ocupados-URSS ocupada por los alemanes), el Director Ministerial Georg Leibrandt (Ministerio del Reich para los Territorios Orientales Ocupados), el Subsecretario de Estado Martín Luther (Ministerio de Relaciones Exteriores), el Secretario de Estado Wilhelm Stuckart (Ministerio del Interior), el Secretario de Estado Erich Naumann (Oficina de Plenipotenciarios para el Plan de Cuatro Años), el Secretario de Estado Josef Bühler (Oficina del Gobierno del Gobernador General en Polonia) y el Director Ministerial Gerhard Klopfer (Cancillería del Partido Nazi). No asistieron representantes de las Fuerzas Armadas Alemanas (Wehrmacht) ni de los Ferrocarriles del Reich (Reichsbahn) en el Ministerio de Transporte.
El portal de Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Israel, tiene publicado el protocolo de la Conferencia de Wannsee, cuyo lenguaje clínico destaca por su frialdad. Heydrich indicó que el objetivo era exterminar a once millones de judíos en la Europa bajo control del Eje, así como también los judíos de Gran Bretaña y países neutrales como Suiza, Irlanda, Suecia, España, Portugal y Turquía. (Aunque no es mencionado en el protocolo, Hitler también anhelaba aniquilar a los más de setecientos mil judíos del Medio Oriente y África del Norte con la cooperación del Gran Mufti palestino Hajj Amín al-Husseini, con quien se reunió unas semanas antes de la Conferencia de Wannsee). El protocolo del encuentro detalla:
“Durante la solución final, se deberá conducir a los judíos al servicio de trabajo al Este. En grandes columnas de trabajo capaces de trabajar, para que construyan carreteras; no hay duda alguna de que se perderá a una gran proporción de ellos como consecuencia de una selección natural. Los que queden necesitarán un tratamiento adecuado, porque sin duda algunos representan la parte [físicamente] más resistente y con su liberación, se podrían transformar en el germen de una resurrección judía (pruebas de ello las da la historia). Durante la ejecución de la solución final, Europa será revisada a fondo, desde el Oeste hasta el Este”.
Secreto. El Protocolo de la Conferencia de Wannsee, del que se hicieron treinta copias, está marcado como “Documento secreto del Reich”. Solo unos pocos oficiales alemanes de muy alto rango conocían el plan de exterminio que Wannsee puso en marcha. “En apenas 90 minutos”, afirmó durante una disertación reciente el rabino Abraham Cooper, decano asociado del Centro Wiesenthal, “15 nazis, no matones, sino élites, sellaron el destino de millones de judíos”. Ninguno de los asistentes se opuso al plan. Durante su juicio en Jerusalem en 1961, Eichmann recordó: “Estos caballeros estaban sentados todos juntos y no emitieron palabra alguna al respecto… Hablaron sobre métodos para matar a los judíos, sobre asesinato, destrucción… sobre exterminio”. Tal como Yoav Tenembaum, profesor de la Universidad de Tel-Aviv, señaló en una columna en The Jerusalem Post: Wansee “puso el sello al primer plan industrial coordinado y organizado para eliminar por completo a toda una nación de la faz de la tierra”. Si bien pocos conocían el objetivo genocida, muchos debieron sumarse al esfuerzo asesino para que el plan prosperara. Colaboracionistas croatas, polacos, lituanos, ucranianos, húngaros, franceses y tantos otros contribuyeron a las matanzas. “Sin la Alemania nazi, el Holocausto no hubiera ocurrido, pero sin sus colaboradores en toda Europa hubiera sido más difícil llevarlo a cabo” escribió Tenembaum.
Precisiones. Si bien Wannsee quedó asociada a la creación de la Solución Final, ello requiere precisión. Ya para diciembre de 1941 los nazis habían masacrado a más de un millón de judíos. La mayoría de los historiadores considera que la decisión del genocidio judío fue tomada unos diez meses antes de la Conferencia de Wannsee, por medio de una instrucción oral de Adolf Hitler dada en marzo de 1941. Yehuda Bauer, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem y una autoridad mundial en temas de Holocausto, en una monografía publicada en 1980 en The Annals of the American Academy, sostuvo que la Solución Final se expresó en las matanzas masivas de judíos en Rusia por medio de los Einsatzgruppen y en el programa de Wannsee para el asesinato masivo de judíos en Polonia por medio de las cámaras de gas y los crematorios en seis campos de la muerte.
Varios expertos han trazado una línea continua desde las primeras declaraciones antijudías de Hitler hasta la Solución Final para demostrar que el plan genocida palpitó en el Führer desde siempre. Así, recuerdan unas famosas frases suyas que parecen validar esa noción. En septiembre de 1919, en una carta política Hitler distinguió entre el “antisemitismo emocional” de los pogromos del “antisemitismo racional” o “legal” estatal en pos de “la eliminación de los derechos de los judíos”. “El objetivo final”, aseguró, “debe ser la inquebrantable eliminación completa de los judíos”. En noviembre del mismo año Hitler dio su primer discurso público, que incluyó esto: “Llevaremos adelante la lucha hasta que el último judío sea eliminado del Reich alemán”. En Mein Kampf (1924) de modo similar escribió: “Si al principio de la [Primera] Guerra doce o quince mil de estos corruptores hebreos del pueblo hubieran sido expuestos a gas venenoso, como les ha pasado a cientos de miles de nuestros mejores trabajadores alemanes en el campo, el sacrificio de multitudes al frente no hubiera sido en vano”. Otros especialistas creen que estas manifestaciones crudas de antisemitismo no prueban la existencia de un programa práctico en pos de la destrucción de la judería europea pre-Wannsee, sino apenas que Hitler fue siempre un gran enemigo de los judíos. Bauer justifica ello mostrando que la política nazi antijudía adoptó formas diversas antes de cruzar el umbral del exterminio a gran escala a partir de 1941.
Etapas. Entre 1933-1938, el objetivo nazi era expulsar a los judíos de Alemania. En particular, la Kristallnacht de noviembre de 1938, el primer pogromo organizado en Alemania y Austria en la preguerra, buscó acelerar la salida judía de esas naciones. Bauer subraya que de los más de treinta mil judíos enviados a campos de concentración tras el ataque, la mayoría fue liberada en 1939 para que pudiera emigrar. En el período 1938-1941, se potenció una campaña de expulsiones. Una carta del 25 de enero de 1939 del Ministerio de Relaciones Exteriores enviada a las embajadas, aseguró que las expulsiones masivas tendrían el beneficio de fomentar antisemitismo en los países a los que los judíos arribaran, lo cual favorecería a Berlín. Este académico relata también un extraño episodio de 1938-1939 en el cual los nazis quisieron “vender” judíos a Estados Unidos. “Lo trágico”, anotó Bauer, “fue que no hubo un comprador”. En 1939 y 1940, los nazis plantearon la idea de expulsar a los judíos alemanes hacia Polonia y eventualmente, a Rusia. También consideraron embarcarlos hacia Madagascar, lo que Heydrich vio como “una solución final territorial”. En mayo de 1940, Himmler rechazó la noción del asesinato masivo de judíos y se mostró a favor de la esclavitud y la privación cultural.
A la vez, ya en noviembre de 1938, la publicación de las SS Das Schwartze Korps amenazó a los judíos con “fuego y espada” y en enero de 1939 Hitler declaró la intención de aniquilar a la raza judía de Europa. A partir de junio de 1941, grandes cantidades de judíos estarían siendo diezmadas con el avance alemán sobre Rusia. Pero estas ejecuciones masivas con fusiles eran ineficientes para servir al gran propósito genocida nazi. Así surgió la idea de concebir una “solución final a la cuestión judía” apelando a un método de exterminio más veloz y eficaz: las cámaras de gas. Con la determinación hitleriana de marzo de 1941 de liquidar toda presencia judía en suelo europeo y con un mecanismo adecuado en sus manos, los jerarcas nazis se reunieron en las afueras de Berlín para coordinar la implementación del plan genocida. Así, la Conferencia de Wannsee ofreció -en la caracterización de Kirkus Reviews- “un escalofriante vistazo a través del ojo de la cerradura a la banalidad burocrática del mal nazi”.
Profesor titular en la carrera de relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.
Temas: Los judíos en Argentina, atentados, antisemitismo, fuga de nazis (30/1/2022)
Entrevistó Dra. Susanna Kokkonen
Video (28m):
https://www.tv7.fi/arkki/tiimalasi/holokaustin-jalkipyykki-osa-2-2_p82073/