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Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

El escabroso pacto de no-agresión entre Italia y la OLP – 22/12/21

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Por Julián Schvindlerman
Libertad Digital (España) – 22/12/2021

https://www.libertaddigital.com/opinion/julian-schvindlerman/el-escabroso-pacto-de-no-agresion-entre-italia-y-la-olp-6848864/

La mañana del 9 de octubre de 1982 ocurrió “el atentado más grave contra los judíos en Italia desde la Segunda Guerra Mundial,” según la definición de L´Expresso, cuando cinco terroristas palestinos arrojaron tres granadas y dispararon fuego de metralla contra feligreses judíos mientras salían de la sinagoga principal de Roma. Stefano Taché, de dos años de edad, murió en el atentado y otras 37 personas resultaron heridas, entre ellas su hermano Gadiel, de 4 años de edad, que recibió disparos en el pecho y la cabeza. Los agresores escaparon en dos autos. Uno más entre muchos otros ataques que la OLP llevó a cabo en las calles de Europa en los 1970s y 1980s. Con una diferencia: la sinagoga era una zona liberada por el gobierno italiano para la agresión terrorista.

Así se desprende de recientes reportes de la prensa italiana que han revelado documentos que muestran que el Servizio per le Informazioni e la Sicurezza Democratica (la agencia de inteligencia doméstica) alertó oportunamente a las autoridades de la inminencia de ataques contra objetivos judíos en Roma y ubicó al tope de la lista a la sinagoga principal. Inicialmente se señaló como posibles perpetradores a “estudiantes palestinos”. Posteriormente se identificó a la facción terrorista liderada por Abu Nidal. Los informes fueron ignorados y la seguridad de la sinagoga fue degradada. El día del atentado, el móvil policial que habitualmente custodiaba el edificio, desapareció.

Esta noticia explosiva pareciera probar la existencia de un pacto de no-agresión entre Italia y la Organización para la Liberación de Palestina, que podría remontarse a los años setenta, cuando el gobierno de la Democrazia Cristiana liderado por Aldo Moro negoció con George Habash del Frente Popular para la Liberación de Palestina la protección de Italia a cambio de la inmunidad para los terroristas palestinos. En 1978 Moro fue secuestrado y asesinado por las Brigate Rosse; durante la investigación ulterior en torno a su muerte, emergieron los datos sobre el acuerdo oscuro.

Indicios adicionales de esta cooperación entre la democracia italiana y la agrupación terrorista palestina se hicieron dramáticamente visibles durante el secuestro del crucero Achille Lauro en octubre de 1985. A priori ello podría desmentir el acuerdo al tratarse de un barco italiano, pero el comportamiento político del gobierno de Bettino Craxi sugiere lo contrario. Al complicarse el operativo, el comando a las ordenes de Abu Abbas se rindió y fue puesto bajo arresto en Egipto. El presidente Hosni Mubarak le facilitó la fuga a bordo de un avión militar egipcio pero cuatro jets norteamericanos lo forzaron a aterrizar en Sicilia. El premier italiano hizo arrestar a varios de los piratas pero permitió que Abu Abbas se fugase en avión a Yugoslavia, donde se refugió en la sede de la OLP en Belgrado.

Nuevas evidencias de esta colaboración non-sancta emergieron cuando en el 2008 el ex presidente italiano Francesco Cossiga aseguró al diario israelí Yediot Aharonot que su país había “vendido a sus judíos” a la OLP a cambio de no ser agredida por ésta. Afirmó Cossiga:

A cambio de “mano libre” en Italia, los palestinos garantizaron la seguridad de nuestro estado y [la inmunidad] de los objetivos italianos fuera del país frente a ataques terroristas. Siempre y cuando estos objetivos no colaboren con el sionismo y con el Estado de Israel.

Diez años más tarde, en febrero de 2018, L`Expresso publicó extractos de los diecinueve volúmenes que conforman los diarios privados de Yasser Arafat, preservados en secreto hasta entonces. Al rememorar el secuestro del Achille Lauro, escribió: “Italia es una costa palestina del Mediterráneo”.

En una monografía académica publicada en Israel Studies (2011), Arturo Marzano presentó una panorámica de los lazos históricos que unieron a sucesivos gobiernos italianos con la OLP de Arafat. Aquí unos extractos:

Italia no quería que su relación con Israel dañara las relaciones con el mundo árabe (…) A partir de la guerra de junio de 1967 (…) Italia comenzó a llevar a cabo una política pro-árabe más definida (…) Bajo la dirección de Aldo Moro (…) Italia aumentó su orientación pro-árabe.

El gobierno también fue respaldado por el partido de oposición Comunista, el Partito Comunista Italiano (PCI), en línea con la política de la URSS en el Medio Oriente. Desde la segunda mitad de la década de 1970, esta estrategia fue aún más evidente, principalmente debido a la crisis económica que siguió a la crisis del petróleo de 1973. Al mismo tiempo, Italia comenzó a tener una marcada postura pro-palestina, como lo demostró la apertura en 1974 de una oficina de representación de la OLP en Roma, a pesar de que formalmente formaba parte de la delegación de la Liga Árabe. Unos años más tarde, en junio de 1980, también fue gracias al esfuerzo del canciller Emilio Colombo que el Consejo Europeo adoptó la Declaración de Venecia sobre Oriente Medio, que reconocía “los derechos legítimos del pueblo palestino a la autodeterminación” (…).

Durante la década de 1980, el Partido Socialista, el Partito Socialista Italiano (PSI), dirigió brevemente gobiernos de coalición. Bajo los gobiernos de Bettino Craxi (1983-1987), se produjo un mayor fortalecimiento de la relación ítalo-árabe y de la actitud italiana pro-palestina.

Apenas unas semanas antes del ataque a la sinagoga romana, Arafat visitó la tierra de Dante, donde se reunió con el presidente Sandro Pertini y el canciller Emilio Colombo. Participó de una sesión de la Conferencia de la Unión Interparlamentaria, en la cual fue ovacionado de pie; antes y después de su discurso. Y fue recibido en el Vaticano por el papa Juan Pablo II, con quien intercambió regalos de cortesía. El líder palestino se desplazó en una comitiva de dieciocho automóviles que lo escoltaron por las calles de la Ciudad Eterna. Newsweek informó: “Arafat resplandecía dentro de su limusina y levantó sus dedos en una V de victoria triunfante”.

La realpolitik no es ajena a la diplomacia de las naciones e Italia no fue la única república europea en tranzar con el terrorismo palestino. Pero al comprar la protección de la OLP tal como un comerciante vulnerable extorsionado por la Cosa Nostra -con el agraviante del abandono a su suerte de la judería local- los gobiernos italianos involucrados descendieron a un nivel muy singular de servilismo moral y cinismo político.

E bene, così sono le cose.

Perfil, Perfil - 2021

Perfil

Por Julián Schvindlerman

  

El fenómeno Eric Zemmour – 11/12/21

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Por Julián Schvindlerman
Perfil – 11/12/2021

https://www.perfil.com/noticias/amp/internacional/el-fenomeno-eric-zemmour.phtml

¿Quién hubiera imaginado que el político que correría por derecha a Marine Le Pen sería un judío? El híper-mediático y profundamente controvertido Eric Zemmour ha tomado a la escena política francesa por las astas y la ha sacudido por completo. Al igual que Charles de Gaulle antaño, y Emmanuel Macron más recientemente, Zemmour es una de esas rara avis que anteceden al partido político propio. Aunque sus chances electorales son bajas, su incursión en la política ha causado estragos.

Zemmour se graduó en la prestigiosa universidad Sciences Po de Paris, se dio a conocer popularmente como columnista destacado de Le Figaro y alcanzó gran fama como entrevistador estrella de televisión. Es invitado frecuente a programas de radio además de ser un autor de bestsellers: su último libro Francia aun no ha dicho la última palabra vendió 200.000 ejemplares antes de llegar a las librerías. A pesar de ello, se presenta como un outsider antisistema de La France profounde. Enarbola la pancarta de una Francia ideal, como una “nación esencial, casi angelical, de la historia” según la caracterización de Mitchell Abidor y Miguel Lago en una soberbia nota en Tablet; una república intachable cuya mission civilisatrice merece ser aplaudida, no reprobada. Aún siendo descendiente de judíos bereberes argelinos, Zemmour encarna un orgulloso nacionalismo galo sustentado en el universalismo cristiano y específicamente imbuido del catolicismo “como la doctrina fundacional de la nación francesa”.

Resulta claro que ha sabido recoger las expectativas de un amplio sector de la población francesa harta de la corrección política de izquierdas y frustrada con el centrismo estéril del establishment. Ha absorbido las preocupaciones de una considerable porción del electorado francés que simpatiza con partidos de ultraderecha (25%) y con habilidad las proyectó a los ámbitos de prensa. Ahora, por medio de su anunciada candidatura presidencial, las lanzó al debate político nacional. Entre ellas sobresalen la visión del islam como una religión violenta y la inmigración islámica como una amenaza al futuro de la república, así como el temor a la “Libanización” de Francia, es decir, la conversión de la república en un país fragmentado en sectarismos en contienda.

Yves Mamou, experiodista de Le monde, opina que “Zemmour es el hombre que encarna el miedo a ver la desaparición de la Francia tradicional -la de los campanarios de las iglesias y la baguette- a manos de la yihad y la corrección política”. El experto estadounidense en islam, Daniel Pipes, observa que Zemmour “capta una verdad esencial, que Francia enfrenta el azote de la inmigración, que el país necesita más bebés, y que los elementos que han hecho grande a Francia están en peligro de ser sobrepasados por culturas extrañas”.

Como muchos personajes contestatarios en otros rincones del mundo, Zemmour seduce y repele en simultáneo. Atina en algunos puntos de su diagnóstico y derrapa hacia lo desconcertante en otros. Es filoruso y antinorteamericano. Es un antifeminista recalcitrante. Está en contra de la reproducción asistida, de la educación transgénero en las escuelas y del matrimonio igualitario. Se opone a la sumisión del país a los tribunales europeos de justicia y derechos humanos. Quiere resucitar una ley del siglo XIX que obliga a los ciudadanos a poner solo nombres franceses a sus hijos. No le interesa proteger a las mujeres afganas de la opresión del Talibán y es un apologista de la colonización francesa de Argelia.

Sus posiciones a propósito de asuntos de interés para la judería de Francia son inauditas, algunos dirían incluso peligrosas. No reniega de su identidad religiosa al punto que es miembro de una sinagoga. Pero emplea esa identidad como un escudo para resguardarse de acusaciones de antisemitismo. De por cierto que algunas de sus declaraciones le merecieron exactamente tal epíteto y nada menos que en boca de personalidades judías: el Gran Rabino de Francia Haim Korsia y el escritor Jacques Attali lo acusaron de ser un “judío antisemita”, en tanto que el renombrado filósofo Bernard Henri-Levy lo ha tachado de “judío fascista”. ¿Son esas tipificaciones justificadas? Probablemente sí, puesto que si esas mismas aseveraciones las hubiera pronunciado un no-judío su vida política ya se habría estrellado.

Zemmour ha asegurado que el gobierno Vichy protegió a los judíos, algo que es demostrablemente falso. (Paradójicamente, él postula eso aún cuando ese régimen títere nazi despojó de la ciudadanía a sus propios padres). También ha cuestionado la enseñanza del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial en la red escolar a la luz de que no fue, en su mirada, un evento central de la guerra, dando eco a lo que dijo Jean-Marie Le Pen en 1987 al reducir la Shoa a un “detalle” de la época. Se expresó contrariamente a la recordación del genocidio de los judíos así como a las leyes que castigan el negacionismo y a toda disculpa de la República, al alegar que los asesinos fueron los nazis, no los colaboracionistas franceses. No menos insólita es su posición ante el capitán Alfred Dreyfus, un emblema oscuro de la historia de los judíos en Francia. En su opinión, este militar franco-judío acusado falsamente de haber espiado para Alemania a fines del siglo XIX merecía las sospechas del ejército francés dado que había sido alemán; un argumento absurdo además de errado: Dreyfus nació en Alsacia y su familia se desplazó a Francia cuando Alemania invadió. “Nunca sabremos” la verdad sobre su inocencia, afirmó, en torno a un episodio sensible de la historia gala. Además, con una brusquedad sorprendente, descalificó a las víctimas judías del islamista Mohammed Merah porque sus padres eligieron enterrarlas en Israel. Sobre todo esto, Henri-Levy señaló: “La idea de que en la búsqueda del poder él profanará su nombre y el de nuestro pueblo -y al así hacerlo, se convierte en un instrumento de fuerzas contra las cuales la esperanza judía luchó por milenios- es insoportablemente obscena”.

Un nuevo enfant terrible irrumpió en la escena política francesa. Cuanto antes salga de ella, elección nacional mediante, mejor.

Mundo Israelita

Mundo Israelita

Por Julián Schvindlerman

  

Mira quién habla: la reaparición de Saif al-Islam Gadafi – 11/21

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Por Julián Schvindlerman
Mundo Israelita – noviembre 2021

El próximo 24 de diciembre habrá elecciones nacionales en Libia por primera vez en su historia, y los candidatos comenzaron a anunciarse. Hace poco, el pueblo libro se enteró de que el mismísimo Saif al-Islam Gadafi se estará postulando a la presidencia del país. Hacía más de seis años que no se lo veía en público, tras haber sido secuestrado -presuntamente por miembros de la tribu Zinten- en 2011 y liberado unos años después. El famoso hijo de Muhamar Gadafi reemergió con nuevo look tribal: barba canosa y atuendo marrón tradicional. Todavía pesan sobre él una orden de arresto de la Corte Penal Internacional y una condena a muerte emitida por fiscales libios por crímenes de lesa humanidad.

Saif al-Islam es el hijo mayor de la segunda esposa de Gadafi, Safia Farkash. Educado en arquitectura e ingeniería en la Universidad al-Fateh de Trípoli y en administración de negocios en la Escuela Internacional de Negocios de Viena, el siempre sonriente Saif encantó a las audiencias internacionales ávidas de visualizar una nueva Libia en el siglo XXI. Palabras tales como “democracia”, “imperio de la ley” y “transparencia” eran frecuentes en sus discursos. “Los viejos tiempos han terminado” declaró en el Foro de Davos en 2005. En 2002 publicó bajo su propio sello editorial su tesis de maestría, “Libia y el siglo XXI” la que tomaba como marco teórico de referencia ideas de Michael Porter y citaba al Libro Verde de Muhamar Gadafi.

Con ánimo reformista, estimuló a su padre a lanzar una campaña pública contra la tortura, con afiches de condena en las calles del país, e invitando a quienes la habían padecido a registrar una queja. También ofreció a los disidentes exiliados a que regresaran a casa e inició contactos con los islamistas otrora perseguidos. Provocó una controversia al doctorarse en filosofía política en la London School of Economics bajo acusaciones de no haber sido el autor de su tesis y realizar una donación material jugosa poco después, lo que terminó con la dimisión del decano. También financió las campañas políticas del extremista austríaco Jörg Haider y declaró que Libia había aportado a la campaña del francés Nicolas Sarkozy. Cuando en 2009, en coincidencia con el 40 aniversario del golpe que llevó a Gadafi al poder, el gobierno británico liberó al terrorista juzgado por el atentado de Lockerbie, Abdelbaset al-Megrahi, Saif al-islam lo acompañó de regreso a Libia.

Nunca abandonó sus excentricidades. Hizo trasladar a sus dos tigres blancos, Barney y Fredo, al zoológico de Viena para poder visitarlos durante sus estudios y de regreso en Libia solía gozar de su compañía durante las entrevistas periodísticas. En cierta ocasión uno de los animales salió de su jaula y Saif “salió disparado como el infierno” en palabras de un amigo. Cuando Fredo murió, lo hizo embalsamar. Dado a las artes, en 2002 montó una gran carpa a la entrada del Royal Albert Hall en Londres para exhibir sus obras, oficiando él mismo de guía, vestido con traje blanco y zapatos de piel de leopardo. Un crítico observó que “su sentimentalismo es solamente excedido por su incapacidad técnica” pero aparentemente eso no hizo mella en este artista convencido.

Además de Saif al-Islam, Gadafi tuvo otros ocho hijos. El mayor, Mohammed, y el menor, Saif al-Arab, mantuvieron un perfil bajo alejados de la mirada de los medios de comunicación. Saadi se dio a conocer como jugador de fútbol en el club italiano Juventus, del que el estado libio era dueño parcial; fue suspendido bajo sospechas de dopaje. Gastó cien millones de dólares en proyectos fílmicos, entre ellos la remake de la película alemana “El experimento”. Se hizo fama de “fiestero bisexual y empresario diletante”, según una caracterización, y se rumoreó que había sido extorsionado por la mafia italiana a la luz de unas fotografías de índole sexual. Aisha, apodada la Claudia Schiffer del Norte de África, se graduó de abogada y formó parte de la defensoría de Saddam Hussein en el juicio del 2006 que culminó en su ejecución. También defendió al periodista iraquí que arrojó un zapato contra el presidente George W. Bush y al grupo terrorista irlandés IRA. Seducida por la moda y las extravagancias, se hizo hacer un sofá de oro con la forma de una sirenita a su semejanza. Khamis ingresó a la policía, recibió entrenamiento en Rusia y estuvo a cargo de la seguridad personal de su padre y del complejo presidencial de Bab Al-Aziziya.

Hannibal, conocido como “el capitán” por haber tomado cursos en la academia naval, estuvo rodeado de algunas polémicas. En Italia, en 2001, tuvo una trifulca a la entrada de una discoteca la cual concluyó cuando fue rociado con un matafuego por la policía. En Francia, en 2004, fue arrestado por conducir a 140 km/h en los Campos Elíseos. Su esposa cierta vez contrató un jet privado sólo para transportar a su perro desde el Líbano a Libia. En 2008 fue arrestado en Suiza junto con su esposa embarazada por golpear a sus sirvientes con perchas. Su padre reaccionó con furia: ordenó el retiro de cuatro mil millones de dólares de cuentas suizas, expulsó a diplomáticos helvéticos de Libia, arrestó bajo falsas acusaciones a un empresario suizo, forzó el cierre de negocios suizos en Libia e interrumpió las exportaciones de petróleo a Berna. Además presentó formalmente una propuesta en las Naciones Unidas pidiendo que Suiza fuese dividida y asimilada territorialmente entre sus vecinos.

Todos los hijos de Gadafi se enriquecieron tremendamente con la apertura económica global de Libia. Mohamed controlaba el mercado de las comunicaciones y presidía el Comité Olímpico y el Automóvil Club Libio. Hannibal tenía en sus manos el transporte marítimo. Saadi atendía el sector deportivo, de la construcción y los alquileres de autos. Moatassim, Khamis y Aisha dirigían sus propios negocios millonarios. “Libia no era tanto una nación como un próspero negocio familiar” comentó Jon Lee Anderson en Crónicas de un país que ya no existe: Libia, de Gadafi al colapso. Para enojo de las masas (y de su propio padre) solían organizar fiestas grandiosas, llenas de música, glamour y champagne. Sus fotos en yates en el mar del Caribe rodeados de modelos o sus contrataciones de figuras estelares del rock&pop como Beyoncé para sus celebraciones personales, o Nicole Kidman para las fotos de ocasión, sólo fomentaban desprecio y resentimientos en la población libia. No obstante, Gadafi declaró saber mantenerlos a raya: “Mis hijos son como una bolsa de ratas, cuando se salen de la línea, yo tan sólo sacudo la bolsa”.

La revueltas árabes del 2011 desafiaron al clan Gadafi. Para sorpresa de muchos, el hijo sofisticado y reformista, Saif al-Islam, respaldó a su padre y a la represión. Al principio intentó persuadir a Muhamar de que el ánimo social estaba caldeado y de que él debía hacer algo al respecto, llegando a partir enojado hacia Austria cuando su padre lo desoyó. A su regreso intentó influir sobre personalidades prominentes allegadas al Coronel. Pero en la hora crucial, Saif se mostró como un verdadero Gadafi. “Pelearemos hasta el último hombre y mujer y bala” declaró con gestos amenazantes. “No perderemos a Libia… Viviremos en Libia y moriremos en Libia”. Muchos en la comunidad internacional estaban consternados. A decir de un observador, de haber sido un compensador de la locura de su padre, Saif se había convertido en su réplica.

Con el derrocamiento de Gadafi, la bolsa de ratas cayó al suelo. Saadi huyó a Níger. Aisha, Mohamed y Hannibal se refugiaron en Argelia. Saif al-Arab murió en un ataque aéreo de la OTAN. Khamis murió en combate. Moatassim fue ultimado junto a su padre. Saif al-Islam halló cobijo en Bani Walid pero fue eventualmente atrapado por milicianos y pasó varios años en cautiverio. Por un largo período no fue visto en público y su paradero era desconocido. Ahora ha resurgido, con la ambición de recuperar el trono que por décadas ocupó su padre; el legendario perro rabioso del Medio Oriente.

Autor de Escape hacia la utopía: el Libro Rojo de Mao y el Libro Verde de Gadafi (Biblos)

Comunidades, Comunidades - 2021

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Así cayó Gadafi – 11/21

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A diez años de la muerte del líder Libio

Por Julián Schvindlerman
Comunidades – noviembre 2021

La rebelión libia se gestó la tarde del 15 de febrero de 2011, cuando siete automóviles del servicio secreto se desplazaron a Benghazi para arrestar al joven y respetado abogado Fathi Terbil. Una muchedumbre salió a reclamar por su liberación y logró su objetivo, sólo para advertir que Terbil fue luego re-arrestado. Un “Día de Furia” fue convocado, hubo concentraciones frente a la Corte de Justicia en Benghazi y ante el Centro para el Estudio del Libro Verde. Cuarteles de la policía fueron incendiados. La gente estaba enojada y pedía por la caída del gobierno, no sólo por reformas. De repente flamearon banderas de la Libia pre-Gadafista. En las paredes de Trípoli aparecieron grafitis que mostraban al líder libio travestido, o dibujado como rata, perro o agente de Norteamérica e Israel, y como espantapájaros en cubos de basura. En Benghazi un dibujo mostraba al líder libio con una Estrella de David. Cuando el periodista Jon Lee Anderson preguntó a jóvenes por el sentido de esa caricatura, le explicaron que “todo el mundo creía que Gadafi era judío”. Ahmed Lebderi, un joven libio, emuló al tunecino Buazizi y se prendió fuego. La atmósfera estaba presta para estallar. Y estalló: en Sirte, Benghazi, Misarata, Derna, Adjabia, Al-Baida, Al-Zawiya, Ras Lanuf, Brega, Zawara, Tubruk y- para espanto de Gadafi- en la propia Trípoli.

Miles de libios fueron asesinados en pocas semanas. Fuerzas del régimen dispararon incluso contra una procesión de más de cuatrocientas personas en camino a un funeral. “La gente que no me ama no merece vivir” sentenció el Coronel. Bloqueó sitios de internet de noticias así como videos de YouTube que mostraban las protestas. Arrestó a blogueros y colaboradores de cadenas de noticias extranjeras como Al-Jazeera y BBC en árabe. Según testimonios de los locales, alrededor de quinientos opositores conocidos fueron arrestados, torturados y la mayoría, ejecutados. Muchos fueron atrapados en la calle, otros en sus casas y hasta sospechosos enfermos fueron sacados de los hospitales. Francotiradores dispararon contra quienes fueron a buscar los cuerpos de los caídos en las calles. En al menos una mezquita, fuerzas leales al gobierno arrojaron gases lacrimógenos y dispararon en su interior. El fiscal de la Corte Criminal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, denunció que el gobierno había distribuido Viagra entre sus tropas como parte de una campaña de violaciones masivas. Helicópteros del gobierno que llevaban el símbolo de la Cruz Roja dispararon contra convoyes humanitarios. No parecía haber límite a las atrocidades que Gadafi estaba dispuesto a cometer para salvar su pellejo. “Los títeres”, aseveró confiado el Coronel en alusión a los revoltosos, “están cayendo como hojas de otoño”. Pero se equivocaba. Tal como observó Andrei Netto en Derribando a Gadafi: En el terreno con los rebeldes libios, no era otoño, sino la primavera árabe.

Tras el bombardeo de la OTAN contra el palacio de Bab al-Aziziya, los sublevados entraron al lugar. Vieron entre otras instalaciones una gran piscina, una peluquería, un gimnasio, un búnker y una red de túneles a prueba de bombas. Demolieron el emblemático monumento del puño dorado atrapando un avión norteamericano, quemaron la famosa carpa beduina del Hermano Líder, decapitaron una estatua de oro de Gadafi, tomaron el carrito de golf y lo manejaron por las calles de Trípoli tocando la bocina. Los rebeldes se llevaron trofeos de allí que luego serían vistos en las calles de Libia. Un periodista relató haber visto a un soldado rebelde portando un fusil Kalashnikov bañado en oro, y a un combatiente vestido con una piel de leopardo forrada en satén verde, sacada del ropero de Gadafi. Alfombras que llevaban su imagen fueron arrojadas al pavimento y pisoteadas. Para octubre Libia estaba en manos de los rebeldes.

Gadafi se escondió en Sirte, su ciudad natal, junto a un gran séquito de leales, entre ellos su hijo Moatassim. Cuando el convoy de cuarenta automóviles partió hacia una aldea desértica, fue detectado por un dron predador piloteado desde un centro de control en Las Vegas y atacado desde el aire por un Mirage francés. Veintiún vehículos fueron incinerados y 95 hombres murieron. Los vidrios del coche que transportaba a Gadafi estallaron y éste quedó herido, pero logró esconderse en una cloaca próxima a la ruta. Encontrado por un grupo rebelde, el Hermano Líder atinó a decir “ustedes son mis hijos” y “muestren piedad” pero al ver que sus palabras no eran escuchadas espetó Haram Aliekum (“que la vergüenza caiga sobre ustedes”). Fue arrojado sobre el capot de una camioneta, golpeado, empalado con una bayoneta y -al grito de Allah uakbar- ejecutado a tiros. Quince minutos habían transcurrido desde que fuera sacado de su escondite. Un miliciano filmó la escena con su celular, a las pocas horas el mundo entero pudo ver los dramáticos instantes finales de Gadafi. Un joven ingeniero del grupo rebelde llamado Umran Ben Shaaban alcanzó fama nacional tras sacarse fotos con una pistola dorada del Hermano Líder. (Esa misma exposición pública lo convirtió en objetivo de tribus enemigas. Menos de un año más tarde moría en un hospital parisino, tras haber padecido un secuestro cruento). Otro miliciano tomó el teléfono satelital de Gadafi, que al momento de su captura estaba hablando con su hija Aysha, y anunció: “Abu shafshufa está muerto” (“el del cabello revuelto” apodo popular de Gadafi). Su cuerpo fue arrastrado por las calles de Sirte y subido a una ambulancia con destino a Misarata. Esta ambulancia chocó y el cadáver fue traspasado a otra ambulancia, la que a su vez pinchó una cubierta, entonces Gadafi fue introducido en una camioneta Land Cruiser. Una vez en Misarata, el cuerpo magullado del Coronel fue cubierto con una sábana y colgado a modo de trofeo en el congelador de una carnicería al lado del cadáver de su hijo Moatassim. Tras la sórdida exhibición, fue enterrado en una tumba sin nombre en el desierto. Tres días después, el servicio africano de la BBC publicó su testamento: “Si me matasen, quisiera ser enterrado conforme a los rituales musulmanes, con las ropas que lleve puestas al momento de mi muerte, con mi cuerpo no lavado, en el cementerio de Sirte…”.

Así, un mes de octubre una década atrás, el largo y malvado gobierno de Gadafi arribó a su sangrienta y desordenada conclusión.

Autor de Escape hacia la utopía: el Libro Rojo de Mao y el Libro Verde de Gadafi (Biblos)

The Times of Israel, The Times of Israel - 2021

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

Mohammad Mahallati: A not so peaceful «peace professor» – 30/10/21

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Why did Princeton, Yale, Columbia, Georgetown and Oberlin open their doors to a representative of a monstrous regime like that of revolutionary Iran?

By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 30/10/2021

https://blogs.timesofisrael.com/mohammad-mahallati-a-not-so-peaceful-peace-professor/

According to the official biography of Mohammad Jafar Mahallati on the website of Oberlin College (United States), where he lectures, he has a remarkable academic education. He studied Islamic theology at Khan Seminary in Shiraz, Iran, earned a BA in economics from the National University of Tehran and a degree in civil engineering from the University of Kansas. He completed a master’s degree in political economy from the University of Oregon and a doctorate in Islamic studies from McGill University. He is fluent in English, Persian and Classical Arabic and can communicate in French.

His academic career is no less remarkable. He is Professor of Religion and Middle Eastern and North African Studies at Oberlin College. He was visiting professor of Transregional Studies at Princeton University and adjunct professor of international relations at Georgetown, Yale and Columbia. Quite an impressive progress since he began teaching in Iran in the early 1980s, where he was chairman of the Department of Economics at Kerman University.

He teaches no less than ten courses, including: «The ethics of conflict resolution and peacemaking in Christianity and Islam», «Introduction to Muslim cultures and civilizations: a humanistic approach», «Forgiveness in Christian and Islamic traditions”, “Ethics in Islam: a historical and theoretical perspective”, “Ethics of war and peace in Muslim cultures: a comparative and critical perspective” and “Friendship: perspectives on religion, politics, economy and arts.” He created interdisciplinary studies on friendship in America and the Middle East and established Friendship Day in Oberlin. His profile assures that «Mahallati believes that because the contemporary world still takes war and loneliness as ‘normal,’ it is unaware of ‘the astronomical costs of unfriendship’.» Due to his areas of interest and teaching, he earned the nickname of «professor of peace.»

An additional biographical detail: he was Iran’s Ambassador and Permanent Representative to the United Nations between 1987-1989. It is precisely because of this diplomatic role that Professor Mahallati is currently in trouble.

On October 8, 56 relatives of victims and former political prisoners executed in Iran plus another 577 signatories, including human rights activists and international jurists, sent an email to the president of Oberlin College, Carmen Twillie Ambar, asking that Mahallati be fired, the process that facilitated his hiring be reviewed, and an apology be issued to “the victims of the 1988 massacre and their families for hiring and promoting a person who (…) was involved in hiding crimes against humanity perpetrated against them.” Basically, the signatories allege that in his role as Iranian ambassador to the UN in the period when the Ayatollah regime executed thousands of political prisoners, Mahallati misled public opinion by denying the commission of that massacre and sought to discredit the allegations. They note that Amnesty International issued at least 16 Urgent Action notices between August and December 1988 and mobilized its activists to send letters to the Iranian authorities calling for an end to the extrajudicial executions of political prisoners. They emphasize that thousands of telegrams, telexes and letters were sent to the president of the Supreme Court of Iran, the Minister of Justice and the diplomatic representatives of Iran in their respective countries. The signatories say that «it would be impossible to believe that some high-ranking leader in Iran, and certainly not its ambassador to the UN, was unaware of the atrocity that was unfolding in that country.»

Furthermore, they maintain that Mr. Mahallati “did not use his unique position at the United Nations to draw public attention to these crimes, nor did he publicly implore Iran´s government to end this criminal activity. Instead, he issued statements and delivered speeches denying these crimes, refuting the extent of the executions, and disputing the validity of the names provided in the reports.» The signatories presented United Nations records showing that Mahallati called the accusations about the mass executions «political propaganda against the Islamic Republic» and that when the United Nations passed a resolution expressing «grave concern,» the Tehran delegate rejected the resolution, calling it «unjust» and based on «fake information».

Professor Mahallati denied these accusations. He said he did not know anything at the time, that Tehran never sent a cable reporting on the executions and that he was focused on achieving peace between Iran and Iraq. And he added a half-conspiratorial allegation: «During my years at Oberlin, and because of my long anti-war activism, I have come under attack by a spectrum of war-lobby protagonists both in the US and in the Middle East.» Oberlin College has so far endorsed him and claimed to have conducted its own investigation that did not produce evidence to support the allegations. The complainants demanded that this internal investigation be made public, but until mid-October at least the authorities had not agreed to do so.

As critical as it may be to establish whether Mr. Mahallati knew or did not know about what was happening in Iran while he was in New York, it misses the point. At the end of the day, no matter how just or unjust the cause being defended, protecting the global image of the countries they represent is the job of all diplomats, democratic and tyrannical alike. What is quite astonishing here -the real scandal I would posit- is that an emissary from a monstrous regime like that of revolutionary Iran has risen so easily in the ranks of American academia, and that elite universities in the United States had no qualms about hiring an Iranian diplomat from 1991 onwards, when the notoriety of the Ayatollah regime was already known worldwide. The post of ambassador to the United Nations is one of the most important for any foreign ministry and it is therefore reasonable to assume that those designated are figures close to the power. Mohammad Javad Zarif, for example, was Iran’s ambassador to the UN before being appointed foreign minister. The question we should be asking ourselves is why did Princeton, Yale, Columbia, Georgetown and Oberlin open their doors to a representative of a fundamentalist, theocratic, terrorist, misogynist, homophobic and anti-Western regime?

Indeed, Mahallati was not the only Iranian official to be well received in the cloisters of the US academia. Seyed Hossein Mousavian, PhD in international relations from the University of Kent, UK, teaches at Princeton. He was an absolute cadre of the Iranian regime. According to his official biography on the Princeton portal, he served as Iranian Ambassador to Germany (1990-1997), was Head of the Foreign Relations Committee of the Iranian National Security Council (1997-2005), Spokesman for Iran in its nuclear negotiations with the international community (2003-2005), Foreign Policy Advisor to the Secretary of the Supreme National Security Council (2005-2007), Vice President of the Center for Strategic Research for International Affairs (2005-2009), General Director of the Ministry of Foreign Affairs for West Europe (1987-1990), Chief of Parliament Administration (1984-1986) and editor-in-chief of the official English newspaper Tehran Times (1980-1990). Mahallati is a pigeon next to him.

Iranian politicians were also invited to speak at American universities. Two come to mind. In April 2015 Zarif spoke at New York University, in the wake of President Mahmoud Ahmadinejad, who did so at Columbia University in September 2007, where he famously said there were no homosexuals in his country. Note that these are the same spaces hypersensitive to any challenge to the progressive orthodoxies now in fashion, always ready to cancel the politically incorrect heretics.

Richard Holbrooke said that «Diplomacy is like jazz: endless variations on a theme.» The flirtation of US academia with representatives of Iranian despotism could also fit that definition. Mohammad Mahallati is today at the center of a great moral controversy, but it will not be the last. Just one more variation on an endless theme.

Version en Español:

Mohammad Mahallati: Un “profesor de la paz” no tan pacífico:

Según indica la biografía oficial de Mohammad Jafar Mahallati en el portal de Oberlin College (Estados Unidos), donde enseña, tiene una educación académica notable. Estudió teología islámica en el Seminario Khan de Shiraz (Irán), obtuvo una licenciatura en economía por la Universidad Nacional de Teherán y se graduó de ingeniero civil por la Universidad de Kansas. Completó una maestría en economía política en la Universidad de Oregon y se doctoró en estudios islámicos en la Universidad McGill. Habla inglés, persa y árabe clásico de manera fluida y puede comunicarse en francés.

Su carrera académica no fue menos destacable. Es profesor de Religión y Estudios de Medio Oriente y África del Norte en Oberlin College. Previamente fue profesor invitado de Estudios Transregionales en la Universidad de Princeton y profesor adjunto de asuntos internacionales en las Universidades de Georgetown, Yale y Columbia. Un progreso impresionante desde sus  comienzos como docente en Irán a inicios de la década del ochenta, donde fue presidente del Departamento de Economía de la Universidad de Kerman.

Dicta no menos de diez cursos, entre ellos: “La ética de la resolución de conflictos y el establecimiento de la paz en el cristianismo y el islam”, “Introducción a las culturas y civilizaciones musulmanas: un enfoque humanista”, “El perdón en las tradiciones cristianas e islámicas”, “La ética en el Islam: una perspectiva histórica y teórica”, “Ética de la guerra y la paz en las culturas musulmanas: una perspectiva comparada y crítica” y “Amistad: perspectivas en religión, política, economía y artes”. Creó estudios interdisciplinarios sobre la amistad en Estados Unidos y el Medio Oriente y estableció el Día de la Amistad en Oberlin. Su perfil asegura que “Mahallati cree que debido a que el mundo contemporáneo todavía considera la guerra y la soledad como `normales`, desconoce `los costos astronómicos de la falta de amistad`”. Por sus áreas de interés y docencia se ganó el apodo de “profesor de la paz”.

Un detalle biográfico adicional: fue Embajador y Representante Permanente de Irán ante las Naciones Unidas entre 1987-1989. Precisamente debido a este rol diplomático el profesor Mahallati se encuentra actualmente en problemas. 

El 8 de octubre, 56 familiares de víctimas y ex presos políticos ejecutados en Irán más otros 577 signatarios, entre ellos activistas de derechos humanos y juristas internacionales, enviaron un email a la presidente de Oberlin College, Carmen Twillie Ambar, en el cual le pedían que Mahallati fuese despedido, se revisase el proceso que facilitó su contratación y se pidiera disculpas a “las víctimas de la masacre de 1988 y sus familias por contratar y promover a una persona que (…) estuvo involucrada en el ocultamiento de los crímenes de lesa humanidad perpetrados en su contra”. Básicamente, los firmantes alegan que en su papel como embajador iraní ante la ONU en el período en que el régimen ayatolá ejecutó a miles de presos políticos, Mahallati engañó a la opinión pública al negar la comisión de esa masacre y buscó desacreditar las denuncias respectivas. Señalan que Amnistía Internacional emitió al menos 16 avisos de Acción Urgente entre agosto y diciembre de 1988 y movilizó a sus activistas para que enviaran cartas a las autoridades iraníes pidiendo el fin de las ejecuciones extrajudiciales de presos políticos. Enfatizan que miles de telegramas, télex y cartas fueron enviados al presidente de la Corte Suprema de Irán, al Ministro de Justicia y a los representantes diplomáticos de Irán en sus respectivos países. Los firmantes dicen que “sería imposible creer que algún líder de alto rango en Irán, y ciertamente no su embajador ante la ONU, no estuviera al tanto de la atrocidad que se estaba desarrollando en ese país”.

Más aun, sostienen que el Sr. Mahallati “no utilizó su puesto único en las Naciones Unidas para llamar la atención del público sobre estos crímenes, ni imploró públicamente al gobierno de Irán que pusiera fin a esta actividad criminal. En cambio, emitió declaraciones y pronunció discursos negando estos crímenes, refutando el alcance de las ejecuciones y cuestionando la validez de los nombres proporcionados en los informes”. Los signatarios presentaron los registros de las Naciones Unidas que muestran que Mahallati calificó a las acusaciones sobre las ejecuciones en masa como “propaganda política contra la República Islámica” y que cuando Naciones Unidas aprobó una resolución en la que expresaba “grave preocupación” por ellas, el delegado de Teherán rechazó la resolución y la tachó de “injusta” y de estar basada en “información falsa”.

El profesor Mahallati negó estas acusaciones. Dijo no saber nada oportunamente, que Teherán nunca envió un cable informado sobre las ejecuciones y que él estaba enfocado en alcanzar la paz entre Irán e Irak. Y agregó un alegato medio conspirativo: “Durante mis años en Oberlin, y debido a mi prolongado activismo contra la guerra, he sido atacado por un espectro de protagonistas del lobby de la guerra tanto en los Estados Unidos como en el Medio Oriente”. Oberlin College hasta el momento lo ha respaldado y aseguró haber realizado una investigación propia que no arrojó evidencias que sustenten las acusaciones. Los denunciantes exigieron que se haga pública esa investigación interna, pero hasta mediados de octubre al menos las autoridades no habían aceptado hacerlo. 

Aunque importante, si el señor Mahallati sabía o no sabía sobre lo que acontecía en Irán mientras él estaba en Nueva York no es el punto principal de la discusión. Al fin de cuentas, por más justa o injusta que sea la causa defendida, proteger la imagen global de los países que representan es la labor de todos los diplomáticos, democráticos y tiránicos por igual. Lo que es bastante asombroso aquí -el verdadero escándalo yo postularía- es que un emisario de un régimen monstruoso como el del Irán revolucionario haya escalado posiciones en el ámbito académico norteamericano tan holgadamente como Mahallati lo hizo, y que universidades de elite en Estados Unidos no tuvieran reparos en contratar a un diplomático iraní desde 1991 en adelante, cuando la notoriedad del régimen ayatolá ya era conocida mundialmente. El puesto de embajador ante las Naciones Unidas es uno de los más importantes para toda cancillería y es en consecuencia dable asumir que los elegidos son figuras cercanas a la cúspide del poder. Mohammad Javad Zarif, por ejemplo, fue embajador de Irán ante la ONU antes de ser designado canciller. La pregunta que nos deberíamos estar haciendo es por qué abrieron sus puertas Princeton, Yale, Columbia, Georgetown y Oberlin a un representante de un régimen fundamentalista, teocrático, terrorista, misógino, homofóbico y antioccidental.

De por cierto, Mahallati no fue el único oficial iraní en ser bien recibido en claustros de Estados Unidos. Seyed Hossein Mousavian, doctorado en relaciones internacionales por la Universidad de Kent, Reino Unido, enseña en Princeton. Fue un cuadro absoluto del régimen iraní. Según su biografía oficial en el portal de Princeton, se desempeñó como Embajador de Irán en Alemania (1990-1997), fue Jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Consejo de Seguridad Nacional de Irán (1997-2005), Portavoz de Irán en sus negociaciones nucleares con la comunidad internacional (2003-2005), Asesor de Política Exterior del Secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional (2005-2007), Vicepresidente del Centro de Investigación Estratégica para Asuntos Internacionales (2005-2009), Director General del Ministerio de Relaciones Exteriores para Europa Occidental (1987-1990), Jefe de la Administración del Parlamento (1984-1986) y editor en jefe del periódico oficial en inglés Tehran Times (1980-1990). Mahallati es un pichón a su lado.

Políticos iraníes también fueron invitados a disertar a universidades norteamericanas. Dos vienen a la mente. En abril del 2015 Zarif disertó en la Universidad de Nueva York, siguiendo la estela del presidente Mahmoud Ahmadinejad, quien lo hizo en la Universidad de Columbia en septiembre de 2007, donde famosamente dijo que no había homosexuales en su país. Nótese que estos son los mismos espacios hipersensibles a todo desafío a las ortodoxias progresistas del momento, siempre prestos a cancelar a los herejes políticamente incorrectos.

Richard Holbrooke dijo que “La diplomacia es como el jazz: infinitas variaciones sobre un tema”. Al coqueteo del mundo académico con representantes del despotismo iraní también le podría caber esa definición. Mohammad Mahallati es hoy el centro de una gran controversia moral, pero no será la última. Apenas una variación más sobre un tema infinito.

Libertad Digital, Libertad Digital - 2021

Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

La beatificación laica de Sergio Ramírez – 20/09/21

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Por Julián Schvindlerman 
Libertad Digital (España) – 20/9/2021 

https://www.libertaddigital.com/opinion/julian-schvindlerman/la-beatificacion-laica-de-sergio-ramirez-6819954/

¿Se puede criticar a Sergio Ramírez sin que ello sea leído como un apoyo a Daniel Ortega? Espero que sí, pues eso es lo que haré en esta nota. Su trayectoria romántica de revolucionario tercermundista a demócrata global no me seduce. Es un recorrido preferible, desde ya, al de Daniel Ortega: de revolucionario tercermundista a tirano corrupto. Pero la opción no tiene porqué ser entre uno u otro. ¿Acaso no ha de ser posible cuestionar a ambos, aunque por motivos muy distintos?  

Como es sabido, Ramírez fue uno de los líderes de la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979. Formó parte de la nueva junta de gobierno, la cual no tardó en abrazar al comunismo. Entonces, Violeta Chamorro, una referente importante del movimiento, abandonó el barco. No así Ramírez, quien prosperó en la estructura sandinista hasta convertirse en vicepresidente del país entre 1985 y 1990. A diferencia de otros regímenes latinoamericanos de la época nacidos al calor de revoluciones populares, convocó a elecciones en dos ocasiones. La primera, en 1984, fue boicoteada por la oposición. La segunda, en 1990 resultó con la derrota de los sandinistas.  

En la introducción a la reedición en 1997 de su libro La sonrisa del jaguar, así describió Salman Rushdie la salida del poder de los sandinistas: “Daniel Ortega sorprendió, e incluso impresionó, a muchos de sus opositores internacionales, aceptando el veredicto de los votantes. Pero a la vez los sandinistas recibieron ásperas críticas por impulsar en el último momento una apropiación de valiosos bienes raíces a beneficio de sus miembros más destacados. (Siempre he sentido curiosidad por saber en manos de quién acabó la acogedora villa de Managua donde me alojé)”. 

Tras la derrota electoral aquél año, Ramírez intentó introducir reformas democráticas al Frente Sandinista de Liberación Nacional y al no lograrlo terminó alejándose. En 1995 anunció su renuncia al partido: “El Frente Sandinista al que yo me incorporé hace 20 años ya no existe”. Prosiguió su vida dedicándose a las letras, campo en el que ganó mucha fama y prestigio: el Premio Alfaguara (1998) y el Premio Cervantes (2017). Ahora convertido en crítico feroz de su ex compañero Ortega, se presenta como una víctima perseguida por dos dictaduras: la de Somoza, que lo encarceló en su tiempo, y la de Ortega, que quisiera hacerlo en la actualidad. 

Puestos a elegir entre la pluma y la espada, una abrumadora cantidad de intelectuales, editores literarios, artistas, periodistas, académicos y personalidades de la cultura, salieron naturalmente en defensa del escritor acosado. Sacaron una carta pública en su apoyo que, en parte, declara: “Sergio Ramírez no sólo es un intelectual de primer orden, sino que también ha sido siempre un hombre comprometido con el destino de su país, al que ha rendido servicios inolvidables”. Justamente porque recuerdo algunos de esos “servicios inolvidables” decliné sumar mi firma a la solicitada. El lado menos amable de la revolución sandinista que Ramírez gestó, nutrió e integró durante once años registra algunas asociaciones desafortunadas que vale la pena repasar.  

Comencemos por las alianzas non-sanctas que Nicaragua forjó con el Irán de Khomeini, la Libia de Gaddafi y la OLP de Arafat. Tan estrechos fueron estos lazos que Jeane Kirkpatrick, embajadora estadounidense ante Naciones Unidas durante la Administración Reagan, advirtió en mayo de 1986 en The Chicago Tribune que “Managua se ha convertido en la capital del terrorismo en el hemisferio occidental”.  

Comandos sandinistas fueron entrenados en campamentos militares de la OLP en Líbano y Libia, Arafat facilitó dinero y armas al gobierno sandinista y tal como indicó Robert T. Baratta en un capítulo dentro del libro Las relaciones internacionales de la Organización para la Liberación de Palestina (1989) fue en Managua donde la OLP operó su oficina más populosa de toda América Latina. Informaba en julio de 1980, El País (España): “El presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasir Arafat, llegó el pasado lunes a Managua para participar en los actos conmemorativos del primer aniversario del triunfo de la revolución sandinista. Ante la bulliciosa colonia palestina residente en el país centroamericano, que constantemente gritaba consignas alusivas a la lucha de liberación del pueblo palestino, Arafat dijo: «La revolución que ha estallado en Nicaragua es como un volcán, y este volcán hace temblar a los regímenes fascistas, sionistas e imperialistas del mundo»».  

Sobre los lazos de Managua con Teherán, escribieron Roger Miranda y William E. Ratliff en su libro La guerra civil en Nicaragua: dentro de los sandinistas (1992): “Cuando el vicepresidente Sergio Ramírez visitó Irán en 1984, los iraníes dijeron a los sandinistas que les darían miles de rifles y misiles antitanque. Dado que era desaconsejable que los iraníes diesen armas directamente a Nicaragua, se decidió que podrían ser dejadas en Corea, que recientemente había prometido una donación sustantiva de armas al FSLN, y los dos embarques podían ser enviados a Cuba, que había acordado de antemano enviar la misma cantidad de armas a los sandinistas a cambio de las armas de Corea e Irán”.  

El líder libio no se quedó atrás. En el libro La creación de un estado paria: la política aventurera de Muammar Qaddafi (1987), Martin Sicker escribió: “En 1980, se formalizaron los lazos libio-nicaragüenses, y Gaddafi le presentó a Nicaragua un paquete de ayuda financiera de 100 millones de dólares que anteriormente se había negociado en Trípoli […] En 1981, Sergio Ramírez, miembro de la junta sandinista, proclamó en un mitin celebrado en Managua para celebrar el «derrocamiento» de las fuerzas estadounidenses de las bases en Libia, que los lazos entre los dos países «no son nuevos, sino que se consolidaron cuando el Frente Sandinista luchaba en el campo de batalla». Continuó afirmando que la «solidaridad… siempre fue manifiesta y se ha hecho más fraternal desde el triunfo de nuestra revolución»”. 

También está el incómodo asunto del presunto antisemitismo de los sandinistas. Según escribió Jillian Becker en su libro La OLP: el ascenso y la caída de la Organización para la Liberación de Palestina (1984): “… la pequeña comunidad judía, compuesta por unas cincuenta familias, fue echada del país por los sandinistas. Propiedades judías fueron confiscadas. Unos meses antes de su expulsión, el distinguido líder de la comunidad, Abraham Gorn, fue arrestado por dos semanas y durante ese tiempo fue obligado a limpiar las calles”. El Frente Sandinista de Liberación Nacional negó haber adoptado una política antisemita y alegó que muchos judíos habían sido cercanos al gobierno de Somoza. Uno puede imaginar en qué atmósfera vivía la diminuta comunidad judía en un país gobernado por revolucionarios marxistas aliados a Libia, Irán y la OLP. Escribía en 1985 en Los Angeles Times el rabino Morton Rosenthal, director del Departamento de Asuntos Latinoamericanos de la Liga Antidifamatoria de B’nai B’rith: “En esencia, el antisemitismo de los sandinistas es una manifestación de su solidaridad con el mundo árabe”.  

En el período en que Ramírez fue vicepresidente de Nicaragua -la segunda máxima autoridad nacional, sólo superado por Ortega- estas son algunas de las acciones que realizaron sus socios antioccidentales: En 1985, terroristas de la OLP secuestraron el crucero italiano Achille Lauro, tomando como rehenes a 545 pasajeros, ejecutaron a quemarropa a un judío norteamericano minusválido y arrojaron el cuerpo por la borda. En 1988, Gaddafi hizo estallar en el aire un avión de Pan American Airlines en la ruta Londres-Nueva York que ocasionó la muerte instantánea a 259 pasajeros y a once civiles en tierra. Ese mismo año el régimen iraní ejecutó extrajudicialmente a miles de disidentes apresados y en 1989 emitió una fatwa homicida contra el escritor Salman Rushdie (simpatizante sandinista, mire usted), quién debió pasar a vivir en la clandestinidad. Al año siguiente hubo elecciones en Nicaragua. Durante la campaña electoral, informó Carlos Salinas Maldonado en El País (España), “Ramírez y Ortega aparecían en los entarimados moviéndose al son de cumbias, canciones revolucionarias y reggae para prometer que con ellos todo sería mejor”. No son hechos vinculados. Simplemente sirven para ilustrar el tenor de las alianzas de la política exterior sandinista de la época y la indiferencia moral de sus líderes hacia las consecuencias de esas asociaciones.  

Es difícil concebir que alguien que fue camarada de terroristas sanguinarios, dictadores brutales y fundamentalistas religiosos haya logrado rehabilitar su imagen mundial de la manera en que Ramírez lo hizo. Es válido que un hombre cambie su modo de pensar a lo largo de su vida, reemplace viejas ideas por nuevas y vire su derrotero desde el extremismo hacia el campo de la libertad. La flexibilidad ideológica es aceptable. No así la flexibilidad moral.  

El pasado mes de julio, Ramírez publicó una columna en La Nación (Argentina) en la que listaba a varios intelectuales de renombre que simpatizaron con el Sandinismo, en un esfuerzo evidente en justificar su propio pasado al universalizar la fascinación experimentada. Decía Ramírez:  

“Aquella primavera lejana atrajo también a García Márquez, Carlos Fuentes, Günter Grass, Heinrich Böll, Harold Pinter, Graham Greene, William Styron, Mikis Theodorakis, Julio Pontecorvo, Noam Chomsky, Alice Walker, Susan Sarandon, Margaret Randall, y a decenas más de filósofos, escritores, académicos, directores y artistas de cine de todo el mundo. Cuarenta años después, quienes de entre ellos aún viven no se callan frente a lo que está ocurriendo ahora en Nicaragua; el viejo sueño revolucionario convertido en una pesadilla de represión despiadada”.    

Para Ramírez, el problema con la revolución sandinista parece ser la deriva autoritaria del clan Ortega post-1990, no el gobierno sandinista que él integró. Recordemos que él repudió al Sandinismo recién en 1995. El “sueño revolucionario” del período 1979-1990 pareciera estar justificado a la luz de la aprobación de Mikis Theodorakis et al. Cuidado con este razonamiento: Mao Tse-tung contó con las loas de Jean-Paul Sartre, Julia Kristeva y Alan Badiou entre otros muchos pensadores franceses. ¿Entonces la China de Mao, con sus decenas de millones de víctimas, estuvo okay? Este es un recurso usual de los moralmente flexibles: apelar al espíritu de la época para la autoexpiación retrospectiva.  

Pues bien, cada época histórica ha ofrecido reacciones individuales dispares. La Segunda Guerra Mundial vio a colaboradores de los nazis que asistieron a la comisión de atrocidades y también a resistentes armados que enfrentaron al nazismo y justos entre las naciones que salvaron a los perseguidos. En Inglaterra, Neville Chamberlain y Winston Churchill vivieron la misma coyuntura. En Cuba, Silvio Rodriguez y el exiliado Carlos Alberto Montaner también. En Europa, dos valientes belgas desafiaron a la casta de maoístas franceses: el sinólogo Simon Leys y el poeta  Marcel Marièn. Todos vivieron bajo el mismo sol al mismo tiempo. Sin embargo, no todos sucumbieron a las modas ideológicas nefastas de su época. La responsabilidad moral existe. 

Con todo, la pseudojustificación de Ramírez falla en otro punto adicional. No es lo mismo el romanticismo idealista de artistas despistados (Cortázar y García Márquez en Managua celebrando el triunfo de la revolución junto a Ortega, Ramírez, Castro y Arafat, por ejemplo, tal como ocurrió) que las consecuencias reales y concretas de decisiones de política exterior adoptadas por quien fue comandante sandinista y vicepresidente de la nación durante once años de estancia en el poder. Hasta donde yo sé, Susan Sarandon no viajó a Teherán a negociar la compra de misiles antitanque vía Pionyang y La Habana.  

Todos merecemos segundas oportunidades. Si Sergio Ramírez vio la luz de las democracias liberales recién a mediados de los años noventa, aunque tardíamente bienvenido sea. Y si la dicotomía actual es entre un déspota y un librepensador, qué duda cabe. Es por ello que me ubico en la misma sala junto a aquellos que han respaldado al autor nicaragüense. Sólo que cuando todos se ponen de pie para aplaudirlo, yo elijo permanecer sentado. Muchos de sus servicios a Nicaragua no son meramente inolvidables. Son enteramente inexcusables. 

Escritor. Profesor universitario. Analista político internacional.