Comunidades, Comunidades - 2022

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Alemania entre Gerhard Schröder y Olaf Scholz – 05/22

Imprimir

Por Julián Schvindlerman
Comunidades – Mayo 2022

Tras la invasión rusa de Ucrania, al menos tres prominentes ex políticos europeos renunciaron a sus puestos ejecutivos en empresas rusas. El ex premier italiano, Matteo Renzi, dejó su asiento en la junta directiva de Delimobil, un servicio ruso de autos compartidos. El ex canciller austriaco, Christian Kern, renunció a la junta directiva de la compañía ferroviaria estatal rusa, RZD. El ex primer ministro de Finlandia, Esko Aho, se fue del directorio de Sberbank, el banco más grande de Rusia. A más de dos meses de iniciada la guerra -atroces crímenes de guerra incluidos- un importante ex político europeo no lo ha hecho todavía: Gerhard Schröder, quien fuera Canciller alemán entre 1998-2005 (“Canciller” aquí entendido como líder del gobierno).

En un impactante exposé para The New York Times, Karin Bennhold indicó que cuando Schröder cumplió 60 años, su biógrafo Reinhard Urschel, le preguntó que quería hacer tras abandonar la política. “Ganar dinero”, respondió. Desde entonces, lo ha hecho muy bien: recibe cerca de un millón de dólares anuales de empresas de gas y petróleo rusas y cobra mensualmente 9000 dólares del estado alemán por haber sido Canciller. Sus servicios de cabildeo pro-ruso en Alemania le han hecho inmensamente rico y han dejado a su país expuesto al chantaje político de Putin. “No hago mea culpa” aseguró Schröder a la periodista del New York Times. Él condenó la invasión, pero no a Putin, y ha minimizado la dimensión espantosa de esta guerra. Postales emblemáticas revelaron su cercanía con el tirano de Moscú y con Rusia: las pláticas con cerveza en el sauna de la residencia privada de Putin, la fiesta de cumpleaños 70 de Schröder en el Palacio Yusupov en San Petersburgo, sus hijos adoptivos rusos. Alexei Navalny, el principal opositor a Putin, antes de ser arrestado tachó a Schröder de ser “el cadete de Putin que protege asesinos”.

The New York Times indica que varios políticos alemanes le han pedido que deje sus cargos en las compañías rusas, entre ellos el actual Canciller Olaf Scholz, de su mismo partido político, pero él ha resistido las presiones. El staff entero de su oficina parlamentaria dimitió, entre ellos su redactor de discursos por veinte años. Debió renunciar a la ciudadanía honoraria que le fuera conferida por Hanover, su ciudad natal, antes de que Hanover lo hiciera por él, como hizo póstumamente con Adolf Hitler. Asimismo, canceló su membresía en su club de futbol favorito, Borussia Dortmund, luego de que sus directivos exigieran un pronunciamiento suyo contra la guerra. Miembros del partido Social Demócrata han pedido su expulsión. Karin Bennhold afirma que él se ha convertido en un paria dentro de Alemania. Policías deben custodiar su hogar diariamente.

Gerhard Schröder no es el único responsable de la dependencia energética, y consecuentemente política, alemana de Rusia. No casualmente el gobierno de Kiev rehusó recibir pocas semanas atrás al ex Ministro de Relaciones Exteriores Frank-Walter Steinmeier, y el presiente Volodimir Zelensky ha criticado duramente a Angela Merkel por rechazar la incorporación de Ucrania a la OTAN en 2008. Asimismo, como recuerda el New York Times, fue durante el gobierno de Merkel que las importaciones de gas ruso pasaron del 39% del total de gas importado en 2011 al 55% hasta poco antes de la guerra -lo que le ha dado a Moscú 200 millones de euros por día en pagos por energía- en tanto que mantuvo al mínimo su gasto en defensa nacional, ignorando los reclamos de Washington.

Pero la orientación estratégica de Berlín hacia Moscú los precede a todos ellos; se remonta a 1968 cuando el Canciller socialdemócrata Willy Brandt ideó la Ostopolitik basada en el lema de ocasionar “cambio a través del comercio”. Los gasoductos conjuntos comenzaron a ser construidos bajo su liderazgo ya en 1970 y fueron ampliados por sus sucesores con gran respaldo industrial, diplomático, periodístico y popular. Ilustrativamente, el CEO de Nord Stream 2, Matthias Warnig, fue espía de la Staasi; la policía secreta de la Alemania comunista.

Berlín empezó a cambiar su visión desde el feroz ataque de Rusia a Ucrania. En su discurso ante el Parlamento el pasado febrero, Olaf Scholz se comprometió a aumentar el gasto en defensa al 2% del PBI, como se espera de todos los miembros de la OTAN. Redujo las importaciones de gas ruso al 35% del total importado. También ató la política energética a la de seguridad, al notar que Alemania ya no podía continuar viéndola solo como una cuestión de economía o cambio climático, como observó el Wall Street Journal. Sumó a su país a varias de las sanciones contra Rusia y envió armas al gobierno de Kiev. Acaba de ser anfitriona de un impresionante encuentro mundial para coordinar acciones de apoyo a Ucrania. El gobierno de Scholz se tomó su tiempo para decidir enviar tanques y otras armas pesadas y lo terminó de definir bajo presión pública y de otros integrantes de su coalición de gobierno. Se puede conceder que un cambio de política exterior de esta magnitud difícilmente sea suave. Lo crucial aquí es que Berlín haya inciado una transición conceptual tan importante, al modificar su auto-percepción de socio afable de Rusia hacia una auto-imagen más realista acerca de su papel como líder europeo frente a una potencia hostil y amenazante.

Gerhard Schröder representa el filorusismo alemán en su máxima -y más mercantilista- expresión. Olaf Scholz y sus aliados políticos verdes y libres tienen la oportunidad de mostrar -a su pueblo, a Moscú y al mundo entero- qué para esta Alemania, la Ostopolitik es cosa del pasado.