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Libertad Digital

Por Julián Schvindlerman

  

Ai Weiwei y Xi Jinping: Cara y ceca de la China contemporánea – 19/03/21

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Por Julián Schvindlerman
Libertad Digital (España) – 19/3/2021

https://www.libertaddigital.com/cultura/historia/2021-03-19/julian-schvindlerman-ai-weiwei-y-xi-jinping-cara-y-ceca-de-la-china-contemporanea-6721076/

El celebrado artista contestatario y el autoritario presidente de la República Popular China reúnen todas las diferencias propias que se puedan encontrar entre un librepensador creativo y un político poderoso. Lo que torna curiosa y atractiva la equiparación es la preexistencia de un pasado compartido: a nivel nacional, común a todos los chinos, pero también a nivel familiar, lo cual los hace enemigos íntimos. Los padres de ambos fueron buenos amigos y comunistas convencidos traicionados por el sistema. Entregados a la causa maoísta, terminaron siendo devorados por ésta. Ai Weiwei y Xi Jinping eran pequeños cuando estalló la Revolución Cultural 55 años atrás, acontecimiento que los unió en la tragedia. Fueron testigos de la caída en desgracia de sus padres y a la vez protagonistas involuntarios del descenso de sus familias -y de toda China- al abismo.  

La Revolución Cultural tuvo tres fases nítidas, conforme indica Jean-Louis Margolin en El Libro Negro del Comunismo. La primera (1966-1967) fue dirigida contra los altos mandos comunistas y los intelectuales; la segunda (1967-1968) fue signada por los enfrentamientos entre las múltiples facciones de Guardias Rojos; la tercera (a partir de 1968) marcó la represión militar ante el caos engendrado. Es común entre los historiadores considerar su extensión desde 1966 a 1976. Este cachivache maoísta produjo entre medio millón y un millón de muertos, cifra que empalidece en comparación con las decenas de millones de víctimas de la reforma agraria y el Gran Salto Adelante. Aun así, por largo tiempo resonó más en Occidente este período de la historia china que el período previo, objetivamente más catastrófico. La Revolución Cultural conmovió más a la opinión pública mundial debido, entre otras causas, a que se desarrolló en las ciudades antes que en las zonas rurales, a que contó entre sus víctimas a conocidos escritores y artistas, y a que estuvo rodeada de una teatralidad siniestramente cautivamente.

Las persecuciones contra los intelectuales fueron singularmente oprobiosas. Mao los despreciaba, al considerarlos incapaces de ser auténticos revolucionarios. Les endilgaba una inclinación artística individualista en detrimento de la expresión colectivista que él auspiciaba. En consecuencia, sus ideas y su arte debían ser destrozados; sino ellos mismos. Se les arrastraba a unos mítines públicos donde se les obligaba a “arrepentirse”. Se les arrojaba tinta negra (el color asociado a la derecha) en la cara y eran forzados a adoptar posiciones físicas anormales. A algunos se les ordenó ponerse en cuatro patas y ladrar como perros, a otros se les hizo desfilar por las calles con orejas de burro sobre sus cabezas. Un guardia rojo dejó este testimonio acerca de eventos en la Universidad de Fujian: “algunos [docentes], al no poder soportar las escenas de ataques y de críticas, enfermaron y murieron, prácticamente en nuestra presencia. No sentí ninguna piedad hacia ellos, ni hacia el puñado de aquellos que se arrojaron por la ventana, ni por aquél que se tiró  en una de nuestras famosas fuentes calientes, donde murió abrasado”. Famosos autores y traductores padecieron torturas. Teng To fue asesinado, Wu Ha, Chao Shu-li y Lui Cheng fallecieron en cautiverio. Pa Kin pasó años bajo arresto domiciliario. Ding Ling tuvo que ver la confiscación y destrucción de manuscritos en los que trabajó por diez años. Otros se suicidaron, como Fu Lei, traductor de Balzac y Mallarmé, y Lao She, famosísimo escritor cuyo nombre sonaba para el Premio Nobel de Literatura en su época.

Entre los intelectuales que sufrieron la represión maoísta estaba Ai Qing, el progenitor de Ai Weiwei. Ai Qing entró con las tropas de Mao a Pekín en 1949, se unió tempranamente al Partido Comunista Chino y ganó fama componiendo poesía revolucionaria del tipo “Allá donde aparece Mao Zedong / Explota un volcán de aplausos”. Tuvo la mala idea de redactar una fábula titulada El sueño del jardinero en la que el personaje central, que sólo cultivaba rosas chinas, advertía que estaba “provocando descontento en todas las demás flores”; era un alegato a favor del pluralismo de ideas. El poeta Feng Zhi lo acusó de haber caído en “el cenagal del formalismo reaccionario” y en un ambiente cada vez más intolerante, Ai fue expulsado del partido, despojado de sus títulos y deportado junto con su esposa e hijo recién nacido hacia la provincia de Xinjiang, dónde debía limpiar trece urinarios públicos por día. Se alimentaban de los cadáveres de lechones muertos por el frío y de las pezuñas de cordero desechadas en las carnicerías. Durante la Revolución Cultural Ai fue atacado con piedras y le vertieron tinta negra en el rostro. Él y su familia debieron refugiarse en una cueva subterránea en la que vivieron cinco años, intentó suicidarse varias veces. Su hijo, Ai Weiwei, de adulto se convertirá en un crítico del régimen, será encarcelado y liberado bajo presión internacional. Hoy vive exiliado.

La violencia que desató Mao no eximió a los altos mandos. Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals han documentado varios casos en su obra La revolución cultural china. El propio presidente de la república, Liu Shaoqi, no se salvó de la ira maoísta. Él y su esposa, Wang Guangmei, fueron puestos bajo arresto domiciliario, separados, mientras que sus hijos fueron enviados al campo. Wang fue llevada ante un mitín en la Universidad de Qinghua, en un vestido de seda, tacos altos y un collar de bolas de ping-pong, en señal de burla por un collar de perlas que había usado durante una visita a Indonesia. Durante su cautiverio, Liu padeció tuberculosis, diabetes y neumonía. Privado de atención médica, fue un inválido los últimos dos años de su vida. Murió en prisión en 1969, loco, tras sufrir torturas (sus cenizas fueron entregadas a su viuda recién en 1980). Deng Xiaoping fue arrestado en 1966 bajo la excusa de un texto que escribió en 1956, enviado a trabajar a una fábrica de tractores en Jiangxi y rehabilitado en 1973. Al Ministro de Defensa Peng Dehuai lo purgaron en 1966, le rompieron dos costillas al año siguiente y murió de cáncer, todavía encarcelado, en 1974. El vicepremier Tan Zhelin fue purgado en 1966. El Ministro de Exteriores Shen Yi fue enviado a zonas rurales en 1969 y murió enfermo años después tras su retorno a la capital. El Ministro de Seguridad Luo Ruiqing fue purgado en 1965, encarcelado en 1966, perdió un pie tras un acto de autoflagelación, le demoraron la operación quirúrgica para que confesara, y así y todo, sobrevivió a Mao.  El mariscal Zhu De, de ochenta años, fue denunciado en posters públicos. Otros oficiales de alto rango como He Long y Liu Dingyi fueron humillados en mitines agitados. Hasta Lin Biao, el creador del Libro Rojo, perdió el favor de Mao. Tras su muerte, en 1971 en un misterioso accidente aéreo en Mongolia, su prólogo al Libro Rojo fue purgado de ediciones posteriores en tanto que editores y lectores arrancaron esas páginas de las ediciones preexistentes.

Xi Zhongxun, padre del actual presidente chino Xi Jinping, por entonces un cuadro importante del régimen, también fue enviado a prisión, donde fue interrogado con dureza. Solo tras la muerte de Mao pudo reencontrarse con su familia. Habían transcurrido siete años y ya no podía distinguir a sus hijos. “¿Eres Jinping o Yuanping?” preguntó al menor de ellos. Según indicó Joseph Torigian en un perfil del actual líder chino publicado en China Perspectives, Zhongxun fue “increíblemente estricto” con su hijo, al punto que “aún aquellos próximos a él creían que limitaba con lo inhumano”. Xi Jinping fue a una escuela elitista en la que fue maltratado por sus compañeros. La disciplina militar era la norma y los abusos podían ser escabrosos. Durante el período del Gran Salto Adelante, estudiantes fueron obligados a comer arroz vencido contaminado con heces de rata. La situación de Xi Jinping era delicada puesto que “él no era solamente el hijo de un líder top; era el hijo de un líder caído”. Durante la Revolución Cultural Xi Jinping fue visto como un “bastardo” y un “reaccionario” y tenía prohibido unirse a los Guardias Rojos o al Ejército de Liberación Popular. Una de las tantas franjas de los guardias rojos acusó al joven Xi y lo sometió a uno de sus infames mitines. Un amigo de la familia contó que su propia madre participó en contra de su hijo en una de estas sesiones. Cuando éste escapó de la escuela y buscó refugio en el hogar familiar, su madre le negó comida y lo delató ante las autoridades. Pero todavía le esperaba atravesar su peor ordalía. Fue enviado a trabajar al campo, como tantos otros jóvenes citadinos, para ser “reeducado” en las virtudes campesinas. Fue trasladado a una zona pobre y aislada a una edad temprana y permaneció allí un largo tiempo, al punto que para cuando regresó a la ciudad, relata Torigian, “sólo el 3.7% de los jóvenes originales enviados todavía permanecía en la región de Yanán en la provincia de Shaanxi”, donde Xi vivió. Varios años más tarde, Xi Jinping confesará a un entrevistador: “Nada puede ser más duro que eso”. Con todo, emergió de las cenizas y escaló posiciones en la misma estructura política que lo aplastó hasta alcanzar la cima del poder varias décadas después.

Hijos de la misma patria, sufrientes de la misma época, productos del mismo sistema, sin embargo Ai Weiwei y Xi Jinping se transformaron en símbolos opuestos de la República Popular China contemporánea.

The Times of Israel, The Times of Israel - 2021

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

The short life of Palestinian Maoism – 17/03/21

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By Julián Schvindlerman
Times of Israel – 17/3/2021

https://blogs.timesofisrael.com/the-short-life-of-palestinian-maoism/

Famous Third World revolutionaries like Che Guevara, Ho Chi Minh, Franz Fanon and — notably — Mao Zedong were very popular in the ranks of Palestinian nationalism. The Chinese leader’s texts — especially his iconic Red Book — were common reading among PLO members.

Mao’s China offered weapons, training and propaganda to Palestinian fighters. Israeli sources estimated the number of weapons supplied in the period 1965-1970 at 33 million dollars (at current value). By 1967, reported Shaina Oppenheimer in Haaretz, “the Palestinians were seemingly fighting almost exclusively with Chinese-made weaponry.” Mao’s China was the first non-Arab nation to establish relations with the PLO after its creation in 1964, and as early as March 1965 Ahmad Shukairi, the first head of the Palestinian national organization, traveled to Beijing. That same year, the Maoist regime began to commemorate Palestine Solidarity Day. Shukairi’s successor after 1968, Yasser Arafat, traveled to China no less than fourteen times between 1964-2001, to the point that “Chinese homes had become accustomed to images of Arafat on their televisions, stepping off a plane dressed in his trademark military uniform and kaffiyeh, ”Oppenheimer pointed out. However, by the time Mao died in 1976, Chinese support for the PLO had weakened considerably.

Also short-lived was the Maoist temptation in terms of ideas that excited the Palestinian cause. From 1972 onwards, Maoism crystallized as a trend within Palestinian groups, especially among those that repudiated the centralized structure of Fatah, preferring the Maoist concept of learning from the masses. Like the Chinese leader, they believed that the political leadership had to understand the concerns and conditions of the people on the ground in order for the total revolutionary spirit to emerge from it. They longed to unite the Arab-Palestinian masses on the Chinese model of a people’s war.

Marxist-Leninist concepts were common among Palestinian terrorist groups, in particular at the Popular Front for the Liberation of Palestine, headed by George Habash, and its splinter Democratic Front for the Liberation of Palestine, headed by the Jordanian Naif Hawatme, and the Popular Front for the Liberation of Palestine-General Command, led by former Syrian Army Engineering Officer Ahmed Jibril. Its Maoist exponents were the less-known Munir Shafiq, Muhamad al-Bahays and Basim al-Tamimi, among others.

German scholar Manfred Sing offers an informative time travel to Palestinian Maoism in his 44-page monograph “Brothers in Arms: How Palestinian Maoists Turned Jihadists” in Die Welt Des Islams: International Journal for the Study of Modern Islam. In 1976 several Palestinian Maoists created their own organization, al-Sariya al-Tallabiya, in West Beirut. The following year it was renamed Katibat al-Jarmaq. As part of their Arab identity, they preferred to use the terms aj (brother) and ujt (sister) rather than rafiq or rafiqa (comrade). It attracted Palestinians and Lebanese — Christians, Muslims and Druze alike — as well as Iraqi communists and Iranian Marxists who had arrived in Lebanon to train in Fatah camps. Despite explicit ideological differences, the organization accepted them all.

Mao’s death in 1976 and the abandonment of the Cultural Revolution by his successors left a sense of ideological void among Palestinian Maoists. When three years later the Khomeinist revolution triumphed in Iran, several of them saw Islamic religious fundamentalism as the way to victory. Their attachment to popular union, armed struggle, mass mobilization and martyrdom remained unchanged; only that from then on these terms were understood in Islamic frames of reference.

As Manfred Sing has noted, the failure of the Cultural Revolution forced them to rethink their premises about Marxist-Leninist supremacy in the field of social, historical, ideological, and methodological knowledge. When Khomeini in 1980 postulated an “Islamic Cultural Revolution,” the temptation for several of them was impossible to suppress. Seeing that the Grand Ayatollah successfully mobilized the Iranian masses at the cry of Allah u Akbar against the Persian monarchy, they concluded that Islam could be a revolutionary instrument for the Arab and Palestinian people. “The idea that revolution was not possible without faith definitely forced them to back down and renounce their previous materialistic convictions,” Sing noted. They concluded that they had been prisoners of a foreign and erroneous revolutionary theory. “In the Arab countries the revolution will not be born with blond hair and blue eyes or with a yellow face and slitted eyes,” wrote the disenchanted Palestinian Maoist Munir Shafiq, “and whoever bears in his mind the Marxist option, has to go to Sweden, China or Vietnam.”

The passage from Maoism to Islamism was not digestible for all members of Katibat al-Jarmaq. Some left the battlefield and chose to spread their pro-Palestinian message through books and films. Those who traded Mao for Allah were able to do so by opening the prism of Maoist political violence to include Muslim religious values. The prophecy of final victory, once rooted in Marxist-Maoist inevitability, was now encapsulated in Islamic religious predestination. Sing emphasizes that this did not lead to a Maoist Islam or an Islamized Maoism, but to something else. In any case, Maoism was eventually abandoned by the Palestinian militants and today it is nothing more than a distant memory of one of the various ideological phases that the Palestinian revolution went through.

Version en Español:

La corta vida del Maoísmo Palestino:

Famosos revolucionarios tercermundistas como Che Guevara, Ho Chi Minh, Franz Fanon y -destacadamente- Mao Zedong fueron muy populares en las filas del nacionalismo palestino. Los textos del líder chino -especialmente su icónico Libro Rojo– eran lectura habitual entre los miembros de la OLP. La China de Mao ofreció armas, entrenamiento y propaganda a los luchadores palestinos. Fuentes israelíes estimaron en USD 33 millones (a valores actuales) el valor del armamento provisto entre 1965-1970. Para 1967, informó Shaina Oppenheimer en Haaretz, “los palestinos aparentemente estaban peleando casi exclusivamente con armamento fabricado por China”. La China de Mao fue la prima nación no árabe en establecer relaciones con la OLP tras su creación en 1964, y ya en marzo de 1965 Ahmad Shukairi, el primer titular de la organización nacional palestina, viajó a Pekín. Ese mismo año, el régimen maoísta comenzó a conmemorar el Día de Solidaridad con el Pueblo Palestino. El sucesor de Shukairi a partir de 1968,  Yasser Arafat, viajó no menos de catorce veces a China entre 1964-2001, al punto que “los hogares chinos se habían acostumbrado a las imágenes de Arafat en sus televisores, descendiendo de un avión vestido con su habitual uniforme militar y kaffiyeh” señaló Oppenheimer. Sin embargo, para cuando Mao murió en 1976, el apoyo chino a la OLP se había debilitado considerablemente.

También efímera fue la tentación maoísta en el plano de las ideas que entusiasmaron a la causa palestina. El maoísmo se cristalizó como una tendencia dentro de las agrupaciones palestinas a partir de 1972, especialmente entre quienes repudiaban la estructura centralizada de Fatah, prefiriendo el concepto maoísta de aprender de las masas. Al igual que el líder chino, opinaban que el liderazgo político debía compenetrase con las preocupaciones y condiciones del pueblo para que de él surgiese el ánimo revolucionario total. Anhelaban unir a las masas árabes-palestinas según el modelo chino de una guerra popular.

Conceptos marxistas-leninistas abrigaron a una amplia gama de grupos terroristas palestinos, destacándose entre ellos el Frente Popular para Liberación de Palestina, del palestino George Habash, y sus escindidos Frente Democrático para la Liberación de Palestina, del jordano Naif Hawatme, y el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General de Ahmed Jibril, ex oficial de ingeniería del ejército sirio. Sus exponentes maoístas fueron los popularmente menos conocidos Munir Shafiq, Muhamad al-Bahays y Basim al-Tamimi, entre otros.

El académico alemán Manfred Sing ofrece un informativo viaje en el tiempo hacia el maoísmo palestino en su monografía de 44 páginas “Brothers in Arms: How Palestinian Maoists Turned Jihadists” en Die Welt Des Islams: International Journal for the Study of Modern Islam. En 1976 varios maoístas palestinos crearon su propia organización, al-Sariya al-Tallabiya, en Beirut occidental. Al año siguiente fue rebautizada como Katibat al-Jarmaq. Como parte de su identidad árabe preferían usar los términos aj (hermano) y ujt (hermana) en vez de rafiq o rafiqa (camarada). Atrajo a palestinos y libaneses -tanto cristianos como musulmanes y drusos- así como a comunistas iraquíes y marxistas iraníes que habían arribado al Líbano a entrenarse en campamentos de Fatah. A pesar de las diferencias ideológicas explícitas, la organización aceptó a todos ellos.

La muerte de Mao en 1976 y el abandono de la Revolución Cultural por parte de sus sucesores, dejaron una sensación de vacío ideológico entre los palestinos maoístas. Cuando tres años después la revolución Khomeinista triunfaba en Irán, varios de ellos vieron en el fundamentalismo religioso islámico el camino hacia la victoria. Su apego a la unión popular, la lucha armada, la movilización de las masas y el martirio permaneció inalterado; sólo que de allí en más estos términos fueron entendidos en marcos de referencia islámicos.
Como Manfred Sing ha notado, el fracaso de la Revolución Cultural los forzó a repensar sus premisas acerca de la supremacía marxista-leninista en el campo del conocimiento social, histórico, ideológico y metodológico. Cuando Khomeini en 1980 postuló una “Revolución Cultural Islámica”, la tentación para varios de ellos fue imposible de reprimir. Al ver que el Gran Ayatola movilizó exitosamente a las masas iraníes al grito de Allah u Akbar contra la monarquía persa, concluyeron que el Islam podía ser un instrumento revolucionario para el pueblo árabe y palestino. “La idea de que la revolución no era posible sin la fe los forzó definitivamente a dar marcha atrás y abjurar sus previas convicciones materialistas”, anotó Sing. Concluyeron que habían estado presos de una teoría revolucionaria extranjera y errada. “En los países árabes la revolución no nacerá con pelo rubio y ojos azules o con un rostro amarillo y ojos rasgados”, escribió el palestino maoísta desencantado Munir Shafiq, “y quien albergue en su mente la opción marxista, debe irse a Suecia, China o Vietnam”. 

El traspaso del maoísmo al islamismo no fue digerible para todos los miembros de Katibat al-Jarmaq. Algunos abandonaron el campo de batalla y eligieron esparcir su mensaje pro-palestino por medio de libros y películas. Aquellos que trocaron a Mao por Alá pudieron hacerlo al abrir el prisma de la violencia política maoísta para incluir valores musulmanes religiosos. Su profecía de victoria final, antes arraigada en la condición de inevitabilidad marxista-maoísta, ahora quedaba encapsulada en la predestinación religiosa islámica. Sing subraya que esto no dio lugar a un islam maoísta o a un maoísmo islamizado, sino a algo distinto. En cualquier caso, eventualmente el Maoísmo fue abandonado por los militantes palestinos y hoy no es más que un recuerdo lejano de una de las varias fases ideológicas que atravesó la revolución palestina.

Middle East Quarterly

Middle East Quarterly

Por Julián Schvindlerman

  

Israel’s parliamentary intifada – Spring 2002

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The world has been riveted by the “Al-Aqsa intifada,” an uprising that has filled the media with graphic images of violence. When the media mention “the Palestinians,” they mean West Bankers and Gazans. But at the same time, a different type of uprising has also been taking place in Israel. In fact, Israel is being challenged by two intifadas – one external, emanating from the Palestinian autonomous areas; the other, internal, emerging from within Israel. The former is conducted by an army of Palestinian security forces and bands of irregulars under the command of various terrorist organizations. The latter is conducted by a group of Palestinian Arab nationalists ensconced in Israel’s own parliament. This other revolt – a kind of “parliamentary intifada” – is not violent. But it does represent the tip of a looming challenge to Israel, and if left unattended, it could erode the strong Israeli tradition of parliamentary pluralism.

At the vanguard of this offensive are Arab members of the Israeli parliament (Knesset). Here are just a few examples of some of their recent activities: pledging moral support for the intifada in Ramallah; calling on the Arab world to unite against Israel during visits to Syria; siding with Israel’s enemies at the United Nations (U.N.) Conference against Racism in Durban, South Africa; taking part in an international symposium in Brazil on the occasion of the International Day of Solidarity with the Palestinian People; and organizing an international “anti-apartheid” campaign against Israel together with Palestinian and European non-governmental organizations (NGOs).

Needless to say, Jewish-Arab tensions in Israel were already evident before the Al-Aqsa intifada, which has had a strong impact on Israel’s Arab population. But the Arabs’ elected representatives to the Knesset gave new impetus to existing inter-ethnic hostility. Instead of using the legitimacy conferred upon them by the state to channel the frustrations of their constituents into constructive dialogue, they themselves became promoters of distrust and antagonism. Their deeds and words of the last year have done nothing to soothe wounded spirits. In many cases, they may have exacerbated an already dangerous situation.

The Knesset intifada took two principal forms: defamation of the state of Israel and its leaders, and expressions of praise and support for its enemies. These were two sides of the same coin – and two aspects of the emergence of a bloc that would probably be classified as a “fifth column” in any other democracy.

Murderous, Fascist Israel

The Israeli political arena is a rough-and-tumble place, as anyone who has watched Knesset proceedings can attest. Parliamentarians regularly hurl insults at one another – and then adjoin to make small talk over coffee in the Knesset cafeteria. Yet even in Israel, there are certain redlines. When criticism sounds as though it were formulated in Damascus or Baghdad, those lines have been crossed.

Many Arab parliamentarians have used just this tone. For example, the leader of the Balad party and member of Knesset (MK) ‘Azmi Bishara not only called Ariel Sharon “the murderer of Sabra and Shatila”(1), but described the Likud leader as worse than Hitler and Mussolini(2). Arab Movement for Renewal leader MK Ahmad Tibi termed Chief of General Staff Lt.-Gen. Shaul Mofaz a “fascist” who is “responsible for murder”(3), and called Israel’s prime minister “a bloodsucking dictator”(4). United Arab List leader MK ‘Abd al-Malik Dahamsha not only compared Sharon to Slobodan Milosevic but called for Sharon to stand trial for war crimes. He even sent a letter to the Nobel Peace Prize Committee asking it to strip Foreign Minister Shimon Peres of his Nobel award after Peres joined Sharon in a national unity government(5).

After Jerusalem mayor Ehud Olmert ordered the demolition of fourteen illegally built Arab homes in Jerusalem’s Shu‘ayfat refugee camp in mid-2001, Hadash MK ‘Isam Mahul called him a “fascist who committed a crime”(6). When, in a Knesset debate, Minister of Interior Uzi Landau accused Israeli Arab MKs of acting as Palestinian agents, United Arab List MK Hashim Mahamid called Landau “the minister of assassinations”(7). For his part, Mahul stated that Landau was the “minister of thugs, the minister of internal terrorism”(8). Ahmad Tibi joined in calling Landau a “terror-supporting fascist”(9). Even Salah Tarif, a Labor party MK and a cabinet minister in Sharon’s government, spoke on Palestinian television about the “fascist Right,” immediately naming, among others, the present minister of housing and construction Nathan Sharansky(10). He also told his Palestinian audience that Sharon had “defiled al-Aqsa Mosque” when he visited the Temple Mount in September 2000(11), asking whether “he who desecrated Al-Aqsa can return and rule?”(12).

The army, the police, the government, and the Israeli state itself have not been immune to verbal assault. Thus Arab Democratic Party MK Talib as-Sani‘ has called on Druze and Bedouin soldiers in the Israel Defense Forces (IDF) to stop serving in what he termed the “army of occupation and Israel’s machine of oppression”(13) and compared the Israeli security services to the Nazi police(14). ‘Abd al-Malik Dahamsha called Israeli policemen “murderers,” and Muhammad Baraka called Israel’s anti-terror unit an “execution squad”(15). Adding his voice to this litany of insults, ‘Issam Mahul termed the Israeli government the “Israeli Taliban government” and the “anthrax government”(16). Hashim Mahamid claimed that the present Knesset “could vote to annex Damascus and Cairo” any time soon(17). In the context of a Middle East so plagued by conspiracy theories about Israel and Jews, these words surely did not go unnoticed.

‘Azmi Bishara – in the Knesset plenum – described some Israeli soldiers as sexual deviants. “I am willing to bet that anyone who writes ‘Born to Kill’ on his helmet is at root a sexual deviant,” he said. “I am sure he has a tendency to sexual violence, which he has to express by shooting at small children. He can’t do it in a kindergarten, so he does it at a demonstration”(18). During an interview with Palestinian television from the U.N. Conference against Racism in South Africa, Bishara opined that the Palestinians would ultimately be victorious over “the cruel enemy,” referring to Israel(19). It is worth recalling that this conference, “a festival of hate” as Foreign Minister Shimon Peres then called it, was hijacked by Arab and Muslim states which – together with international NGOs and human rights groups – attempted to cast Israel as a genocidal state and equate Zionism with racism. A few months later, this MK characterized Israel’s presence in the West Bank and Gaza as an “apartheid regime” and launched a global campaign against Israel: “Our goal is to reach the antiapartheid movements that were against South Africa to try to draw them, to attract them, to this struggle”(20).

But it is not just Israel’s presence in the West Bank and Gaza that elicits such flamboyant gestures. As-Sani‘ invited parliamentary reporters into his Knesset office to witness him observe a minute of silence on May 15, 2001, Israel’s Independence Day. Among Israel’s Arab population as well as among Palestinians in the territories and elsewhere, the occasion is generally known as “Nakba (catastrophe) Day” and is marked with black flags. But to observe it in this manner in the Knesset itself, even in a private office, is to deny the legitimacy of the very state on whose authority the Knesset rests.

Praising the Enemy

More often than not, these same MKs have unabashedly sided with some of Israel’s most implacable foes, heaping praise upon Palestinian terrorists and Arab dictators alike.

For example, Labor’s Salah Tarif visited Hamas spiritual leader Sheikh Ahmad Yasin and wished him the best of health. “I remember when I have paid a visit to Sheikh Ahmad Yasin when his health was not well. I went to see him more than once, and I wish him [good] health,” Tarif told Palestinian television during an interview at the beginning of 2001(21). That the Hamas movement is responsible for killing dozens and maiming hundreds of Israelis in horrific suicide bombings seemed to have mattered not a bit to the would-be Israeli cabinet minister.

Talib as-Sani‘ has compared Yasin to the Dalai Lama and has expressed support for the Lebanon-based Shi‘ite group Hizbullah, calling for a Nobel Peace Prize to be awarded to its leader Sheikh Hasan Nasrallah: “Despite its military inferiority, Hizbullah forced peace on Israel and made her flee from Lebanese soil. Therefore, I reckon Sheikh Nasrallah is entitled to the Nobel Peace Prize, and I will write a letter to the Nobel commissioners on this matter. He forced peace on Israel, and Israel accepted it unwillingly”(22). In the same spirit, Hashim Mahamid has recommend that Arabs in Israel “learn from Hizbullah” and adopt the movement’s “spirit of sticking to the land and its loyalty to the land”(23). In June 2001, Bishara’s Democratic National Union organized the “festival of freedom and dignity” in honor of the Lebanese Shi‘ites who fought the IDF in south Lebanon. The occasion was marked with a minute of silence in memory of “the martyrs who were killed during the war against the Zionist enemy”(24). At that Hizbullah victory rally, which took place in the Arab-populated city of Umm al-Fahm, ‘Azmi Bishara said: “Hizbullah has won, and for the first time since 1967, we have tasted the sweet taste of victory”(25).

Praise for Syria among these MKs is universal. On June 10, 2001, Bishara attended a memorial service marking the first anniversary of the death of president Hafiz al-Asad. The event took place in Qardaha, in the north of Syria, with the participation of Hizbullah secretary-general Nasrallah, Lebanon’s president Emile Lahoud, Iranian vice-president Hasan Habibi, as well as Hamas militants and leaders of radical Palestinian organizations based in Syria. When his turn to speak arrived, Bishara stood up and urged the audience to “unite against the warmongering Sharon government”(26). Bishara then said:
After the [Hizbullah] victory, and after the failure of the Camp David summit, Israel’s government started to reduce this sphere of [Hizbullah] resistance. Today, Israel puts forth a choice: either accept Israel’s dictates – or full scale war. There is no possibility of carrying out a third alternative, the path of resistance, other than by enlarging this resistance sphere, so that people can carry on with the struggle(27). He also praised “the heroism of the Islamic struggle”(28). His words elicited wild applause.

Bishara, upon his return to Israel and amid calls by Israeli politicians that he be questioned by the police, defiantly declared, “I do not take back anything I said. I am not an Israeli patriot; I am a Palestinian patriot. Israel must understand that I cannot call Syria an enemy country, even if they crucify me!”(29) Bishara prides himself on being a “progressive” intellectual who speaks “truth to power,” but this did not prevent him from kowtowing to Syria’s new president Bashshar al-Asad – a man who, only a few weeks earlier, had accused the Jews of killing Jesus, in the presence of Pope John Paul II, then visiting the country. A month later, Bishara confided to an Israeli journalist how much he respects the young Asad:
Bashshar is one of the most talented people in the Arab world today, in terms of both intellect and lucidity of thought … he learned all his father’s wisdom(30).
This was the sort of sycophantic pulp offered ritually by official Syrian spokesmen – words hardly becoming of an independent intellectual, not to speak of an Israeli parliamentarian.

This MK also organized some nineteen trips transporting close to 800 Arab citizens of Israel to Syria via Jordan to meet relatives who have lived in that country since 1948. These visits are a criminal infraction punishable by imprisonment, given that they violate Israeli law forbidding Israeli nationals from entering enemy countries. Valid permits to visit enemy states can be obtained via requests to the interior ministry, but Bishara never bothered to undertake this basic administrative task, thus exposing hundreds of constituents to legal sanctions.

For this, as well as for his inciteful speech in Syria, Bishara was indicted in late 2001, leading the Knesset to strip him of his parliamentary immunity. The first indictment charged Bishara with incitement to violence and support for a terrorist organization, as defined by Israel’s Prevention of Terror Ordinance (1948). The second indictment charged him with violating Israel’s Emergency Regulations (1948) by abetting illegal exit from the country. In mid-2001, when calls for his prosecution began to emerge, Bishara reacted angrily, stating that “there is a dangerous racist atmosphere in Israel”(31). He later defiantly warned that if there were going to be a trial, he would bring witnesses “from the French resistance” and “people from South Africa” who would explain to Israelis what resistance and occupation mean(32). Bishara thus placed Israel somewhere along the spectrum between Nazi Germany and apartheid South Africa – and placed Syria on a pedestal.

Expressions of support for Syria have become the stock-in-trade of other MKs. ‘Abd al-Malik Dahamsha sent a letter of condolence to the Syrian president over the deaths of three Syrian soldiers after an Israeli retaliatory attack on a radar position in south Lebanon. (The Israeli move followed a Hizbullah attack across the U.N.-recognized line between Israel and Lebanon.) In the letter, on Knesset stationary, Dahamsha labeled the Israeli government “fascist,” called the raid “an abominable attack,” and urged “Arab unification in order to bring an end to Israel’s radical actions”(33). Dahamsha has never offered condolences to Israel for the loss of its soldiers. To add insult to injury, his letter showed the return address as “Nazareth, Palestine.” Dahamsha’s spokesman later comically attempted to justify the address his chief wrote, claiming that it was a courtesy to the Syrians who would otherwise not know where Nazareth was located.
[If] he wrote “Israel,” the guys would not recognize or know it. What they recognize is Palestine. Palestine of 1948 and Palestine of 1967… If [he] wrote “Nazareth, Israel” they would not know where it was(34).
It seems Dahamsha was too impatient to wait for the state that he represented in the Knesset to be destroyed, so he wrote to his Syrian friends from a virtual Palestinian state – so wrote Ha’aretz columnist Avraham Tal(35).

Predictably, Dahamsha’s letter got a reaction, and unsurprisingly, Arab MKs came to his defense. Talib as-Sani‘ and Ahmad Tibi justified Dahamsha’s letter, Tibi pointing out that “it’s only natural to commiserate with the Syrian people”(36). Appearing on a television interview, “Palestinian patriot” Bishara refused to express a word of sympathy for the death of the Israeli soldier killed by the Hizbullah raid that prompted Israel’s retaliation in the first place.

Romancing the Radicals

And so it goes. Every Palestinian radical who abets or is himself engaged in anti-Israel terror enjoys the automatic moral support of these Arab MKs. Consider, for instance, Mustafa Zibri, also known as Abu ‘Ali Mustafa. He co-founded, together with George Habash back in 1967, the Marxist-Leninist Popular Front for the Liberation of Palestine (PFLP). In September 1999, after decades in exile, Mustafa Zibri was allowed to return and take up residence in the Palestinian Authority (PA). He became PFLP leader when Habash resigned in April 2000. With the onset of Al-Aqsa intifada, Zibri reverted to form and became involved in the type of activities that had earned him exile in the first place. The PFLP under his leadership turned again to terrorism against civilian targets, reflecting Zibri’s determination not to be outdone by Islamic radicals. Israel settled the score in late August 2001, striking him down in his Ramallah office. (The PFLP is on both the United States’ and Israel’s lists of terrorist organizations.)

The Arab MKs reacted with rage. Muhammad Baraka called his elimination a “criminal act” that would only stir up more hatred and urged the government to “immediately abandon warfare”(37). Ahmad Tibi warned that whoever approved the killing of the Palestinian militant would be responsible for the deaths of dozens of Israelis that would follow(38). A statement issued by the leadership of the Arab Israeli community, which includes Arab MKs, read:
We warned against Israel’s policies of aggression against the Palestinian people and their leaders in the past, and we warn again today that these policies and the ongoing occupation are the sources of all the violence(39).
Shortly afterwards, Ahmad Tibi, Muhammad Baraka, and Talib as-Sani‘ announced that they would attend Zibri’s funeral, joining the tens of thousands of Palestinians, including members of Hamas, Islamic Jihad, and Fatah who paid respect to the “martyred” leader(40).

A few months later, the PFLP murdered Israeli minister of tourism Rehavam Ze’evi at a Jerusalem hotel. Arab MKs condemned the assassination, but some qualified their stand. Baraka, for example, said that Israel’s “same policy” of assassinations “has hurt one of its members, too”(41), thus equating the selective killing of a leader of a terrorist organization with the murder of one of his own parliamentary colleagues. A short time later, Baraka and Tibi met with deputy PFLP secretary-general ‘Abd ar-Rahim Malu‘ah in the Ramallah offices of Arafat. When Israeli MKs strongly protested against the meeting, Tibi replied that Malu‘ah – a leader of an organization that had claimed credit for killing an Israeli minister – “is an important political leader and intellectual” and that he “was glad to have him as a friend”(42).

The political extremism of the Arab MKs is most blatant when it comes to Palestinian nationalism. Before the intifada, they sided with the PA on virtually every single issue – a habit that changed not a whit once the PA effectively declared war on Israel.

At the beginning of 2001, Palestinian television interviewed Salah Tarif. He began with these words (at a time when the Palestinian intifada was in full swing):
Allow me to extend my blessings from the depths of my heart to the people of Palestine. I am sure that this great sacrifice will lead, with Allah’s help, to the establishment of a Palestinian state, to Jerusalem, and to Al-Aqsa. … I don’t want to see a single Arab who does not support the Palestinians. It is our mission, our duty, in the interior [referring to the territory within Israel](43).

Baraka, too, came out vocally in favor of the Palestinians’ intifada. As early as November 2000, he encouraged Arab participation in the violence: “Israeli Arabs bless the intifada and must take part in it”(44). In January 2001, the PA daily Al-Hayat al-Jadida reported that Baraka attended a meeting at Orient House in east Jerusalem, on “Jerusalem and Independence.” There, Baraka blessed the Palestinian relatives of those killed in the clashes with Israel, a minute’s silence was observed in their honor, and the Palestinian anthem was played(45).In May he stated that the intifada should continue concurrent with diplomatic negotiations between the parties(46). A few months later, he said, “I support and agree to all action that is in opposition to the occupation”(47).

But when it comes to identification with the PA and its “president,” Yasir Arafat, no one can surpass Ahmad Tibi. He enjoys the distinction of being listed as an “Israeli affairs advisor” to Arafat in the yearly directory of the Palestinian Academic Society for the Study of International Affairs (PASSIA), the closest thing to an official directory of Palestinian officialdom. When Likud MK Michael Kleiner cited this in calling for Tibi’s resignation from the Knesset, Tibi explained that it was an old, uncorrected list. Yet Tibi was first listed as an advisor in 1999 (and not in the 1996,1997, and 1998 listings) and his name has appeared since then in the 2000 and 2001 editions(48).

In May 2001, Tibi – together with Baraka, Mahul, and as-Sani‘ – attended the funeral in Gaza of a four-month old Palestinian infant accidentally killed by IDF shelling. Some served as pallbearers. After meeting Arafat, Tibi declared, “The blood that has been shed is our blood,” and added, “the mother of Iman [the dead child] and other children are asking [Israeli Chief of Staff] Mofaz, killer of children, why?”(49) Yet neither Tibi nor any of the other Palestinians in attendance participated in the funeral of even one of the many Israeli children killed by Palestinians. That it would be difficult, even bizarre, to imagine these MKs paying a visit of solidarity to any of Israel’s Jewish victims is indicative of how thoroughly isolated they have become from the vast majority of their fellow citizens.

In fact, if one removes their names from the texts of their interviews and speeches, the discourse is indistinguishable from general Palestinian rhetoric, particularly from the radical end of the spectrum. In an interview with Jerusalem Post Radio, ‘Issam Mahul termed an Israeli closure of Ramallah tantamount to putting people in “a concentration camp.” He called Israel’s measures “fascist” and argued Israel was committing “war crimes against the Palestinian people”(50). “There will not be security in Tel Aviv without security for the residents of Jenin, Nablus, and Qalqilya,” intoned Hashim Mahamid at a rally, sounding more like PA preventive security chief Muhammad Dahlan than a member of the Israeli legislature. He also claimed that “throwing rocks or blocking roads” was a valid form of protest when an “existential” issue is involved(51).

As-Sani‘ went so far as to publicly celebrate a terrorist attack against Israelis. After a Palestinian emptied a salvo against soldiers waiting at a bus station near a major intersection in downtown Tel Aviv, as-Sani‘ told Abu Dhabi television:
This is an attack of special quality because it was not against civilians but against soldiers in the very heart of Israel. The Israelis have to understand that if there is no security for Palestinians, there will not be security for Israelis. … There can be no guilt feelings in this case. This is the legitimate struggle par excellence of the Palestinian people(52).
As a result of the public outrage prompted by his statement in Israel, as-Sani‘ claimed his words were taken out of context and warned against “a crusade of delegitimization” of Arab MKs(53). The standard retort of Arab MKs is that their words have been taken “out of context,” even though they themselves chose to speak them in contexts (such as the foreign Arab media) that are habitually hostile to Israel.

Some Arab MKs have not only favorably viewed Palestinian terror but have actually incited violence and expressed their own disposition to become martyrs. After the outbreak of Al-Aqsa intifada, in the context of a speech against land expropriations, ‘Abd al-Malik Dahamsha told the inhabitants of Nazareth and vicinity that the
time has come to struggle with all our strength and if it comes at the price of bloodshed, then we are prepared to spill blood. … The people of ‘Ayn Mahil must be ready to provide martyrs and there must be martyrs for Nazareth, Reina, and Kufr Kanna(54).
Months later, an Islamist suicide bomber – an Arab citizen of Israel – killed three people in Nahariya. Just three days later, Dahamsha said he himself was willing to be a holy martyr, although he clarified he didn’t justify the recent attack(55). (Ironically, Ma‘ariv published his remarks on September 11 – the day on which Muslim fundamentalists committed the worst terror attack in history.) Nor was this the only time Dahamsha came out publicly for martyrdom. When Jerusalem’s future was on the table at the final status talks at Camp David in mid-2000, Dahamsha expressed his readiness “to be the first martyr in defense of Al-Aqsa”(56).

Fifth Column?

Analogies are imperfect. But let us attempt to construct a parallel between Israel’s Arabs and, say, the Arabs of the United States. The differences between the cases are so obvious that they do not even warrant mention. But this simple (and perhaps also simplistic) analogy might nonetheless convey the gravity and absurdity of the positions taken by the elected leaders of Israel’s Arabs.

Were these imaginary Arab-American members of Congress to organize solidarity trips to Afghanistan of the Taliban; were they to issue a call to arms to “unite against the warmongering Bush”; were they to call America’s president a “bloodsucking dictator,” its administration an “anthrax government,” its soldiers “sexual deviants,” and its policemen “murderers”; were they to wish the “best of health” to Usama bin Ladin and to suggest that the Nobel Prize Committee should award al-Qa‘ida a peace prize; were they to term the September 11 atrocity an “attack of special quality”; and were they at the very same time to protest real or imagined state discrimination, they would enrage the American public, and would probably come under investigation by the attorney general and the FBI.

Israel’s Arab members of parliament, as well as their voters, have yet to internalize the fact that minority rights are premised on loyalty to the state. Yes, it is only natural that they identify with the Palestinians, that they care about their grievances, and that they support the establishment of a Palestinian state. But it is one thing to identify with their brothers and quite another to openly call for the state where they live and from which they receive their salaries to be destroyed, or to praise those who commit terrorist attacks against their fellow citizens, or to denigrate the state’s officials and symbols. Former minister of education and member of the left-wing Meretz Party, Amnon Rubinstein, pointed to the ludicrousness of the present situation:
In no other instance at any time or in any other minority that suffers discrimination have we seen such flagrant political irredentism. African-Americans were cruelly discriminated against, yet their just civil rights struggle was accompanied by solid expressions of American patriotism. Even in the present era, disadvantaged national minorities – and there are many such groups in the European Union – declare loyalty to their state even while waging their battles for equal rights. There is good reason for it: You cannot expect equal rights from a state whose very legitimate right to exist you deny(57).

The real challenge for the state of Israel lies not so much in how to control the mounting lawlessness of the Arab MKs – the recent decision to lift Bishara’s immunity is but one example of Israel’s ability to react effectively, if belatedly – but in how to convey Rubinstein’s point clearly and emphatically to Israel’s Arab voters. The Arab MKs compete among themselves in political radicalism. And yet, with only a few exceptions, these MKs are never repudiated by their constituents, leaving many Jewish Israelis to wonder whether the legislators’ extreme speech is a deliberate effort to pander to their Arab voters.

When these Jewish Israelis overhear the elected leaders of the Arab community, they hear Bishara stating, “I am an Arab and a Palestinian. Israel’s victory is my tragedy”(58). They hear as-Sani‘ saying that “just as the Turks and British were here and are gone, the Zionists will pass”(59). And they hear Dahamsha tell them, almost by way of assurance, that only “20-25 percent of Israeli Arabs want to destroy Israel and kill the Jews”(60). All of this has a profoundly corrosive effect on Jewish-Arab relations in Israel, since the statements by parliamentarians are believed to reflect the growing radicalization of their constituents.

Much will have to change if Jewish-Arab relations in Israel are to improve. But in the short term, the most practical step forward must be the cessation of the parliamentary intifada. Until the next elections, Israel’s Knesset majority can contain its worst manifestations through the use of its legal prerogative of lifting immunity. Israel’s many institutions of civil society also must express their abhorrence of the conduct of these MKs, by refusing to offer them the legitimate public platforms they crave. But ultimately, only Israel’s Arab voters can bring the parliamentary intifada to an end. If they return the same cast of characters to the Knesset on the next ballot, they will have cast their votes for their own marginality – precisely the cause of their many laments. It would be an ironic twist of fate: Israel’s Arabs are just about the only Palestinians who cast ballots that their state actually bothers to count.

Julián Schvindlerman is a regular contributor to The Miami Herald, and Washington correspondent of Comunidades, a Jewish biweekly of Argentina.

1 The Jerusalem Post, Oct. 25, 2001.
2 Al-Hayat al-Jadida (Gaza), Feb. 2, 2001. (All translations from Palestinian media courtesy of Palestinian Media Watch).
3 The Jerusalem Post, May 17, 2001.
4 Ibid., Nov. 21, 2001.
5 Ibid., Apr. 17, 2001.
6 Ibid., July 11, 2001.
7 Ibid., Nov. 14, 2001.
8 Ibid., Nov. 15, 2001.
9 Ibid.
10 Palestinian Television, Jan. 23, 2000.
11 The Jerusalem Post, Mar. 12, 2001.
12 Palestinian Television, Jan. 23, 2001.
13 The Jerusalem Post, Dec. 13, 2000.
14 Ibid., Dec. 6, 2001.
15 Ibid., Feb. 22, 2001, and Feb. 23, 2001.
16 Ibid., July 5, 2001, and Oct. 25, 2001.
17 “Interview: MK Hashem Mahameed – No Danger of Regional War If No Negotiations before Elections,” Nov. 29, 2000, in Independent Review Media Analysis (IRMA), at http://www.imra.org.il/story.php3?id=374.
18 The Jerusalem Post, Oct. 25, 2001.
19 Ibid., Aug. 31, 2001.
20 “Interview: MKL Azmi Bishara on Upcoming Campaign against ‘Israeli Apartheid,’” IMRA, Oct. 16, 2001, at http://www.imra.org.il/story.php3?id=8549.
21 Palestinian Television, Jan. 23, 2001.
22 “‘Hizbullah’s Leader Deserves Nobel Peace Prize’: Israeli Arab Reactions to Israel’s Withdrawal from South Lebanon,” Special Dispatch No. 105, Middle East Media Research Institute (MEMRI), June 21, 2000, at http://www.memri.org/sd/SP10500.html.
23 Ha’aretz, Nov. 8, 2001.
24 Fasl al-Maqal (Nazareth), June 9, 2001, quoted in Special Dispatch No. 105, MEMRI, June 21, 2000, at http://www.memri.org/sd/SP10500.html.
25 Ha’aretz English Edition, Nov. 13, 2001.
26 The Jerusalem Post, June 11, 2001.
27 Ha’aretz English Edition, Nov. 13, 2001.
28 Ibid., June 11, 2001.
29 The Jerusalem Post, June 19, 2001.
30 Ha’aretz English Edition, July 12, 2001.
31 Ha’aretz, June 12, 2001.
32 Ha’aretz English Edition, July 12, 2001.
33 Ha’aretz, Apr. 19, 2001.
34 “Interview: Spokesman for MK Dahamshe – ‘Nazareth, Palestine’ address,” IRMA, Apr. 23, 2001, at http://www.imra.org.il/story.php3?id=6157.
35 Ha’aretz, Apr. 19, 2001.
36 Ibid.
37 The Jerusalem Post, Aug. 28, 2001.
38 Ibid.
39 Ibid.
40 Ibid., Aug. 29, 2001.
41 Ibid., Oct. 18, 2001.
42 Ibid., Nov. 23, 2001.
43 Palestinian Television, Jan. 23, 2001.
44 Ma‘ariv, Nov. 5, 2001.
45 Al-Hayat al-Jadida, Jan. 16, 2001.
46 The Jerusalem Post, May 17, 2001.
47 “Interview Hadash MK Mohammad Baraka: ‘I support and agree to all action that is in opposition to the occupation,’” IMRA, Nov. 7, 2001, at http://www.imra.org.il/story.php3?id=8808.
48 “MK Tibi responds to report, listed as ‘Israeli Affairs Advisor’ to Arafat,” IMRA, June 28, 2001, at http://www.imra.org.il/story.php3?id=7041.
49 The Jerusalem Post, May 9, 2001.
50 Ibid., Mar. 12, 2001.
51 Ha’aretz, Nov. 8, 2001.
52 Ibid., Aug. 6, 2001.
53 Ibid., Aug. 7, 2001.
54 The Jerusalem Post, Dec. 6, 2000.
55 Ibid., Sept. 12, 2001.
56 As-Sinara, July 15, 2000, quoted in Special Dispatch No. 132, MEMRI, Oct. 6, 2001, at http://www.memri.org/sd/SP13200.html.
57 Special Dispatch No. 96, MEMRI, May 26, 2000, at http://www.memri.org/sd/SP9600.html.
58 In a letter sent to the Knesset, IMRA, June 21, 2001, at http://www.imra.org.il/story.php3?id=6954.
59 Ha’aretz English Edition, July 26, 2001.
60 Ma‘ariv Weekend Supplement, Oct. 20, 2000.

Middle East Quarterly

Middle East Quarterly

Por Julián Schvindlerman

  

Parody: Post-Palestinian nationalism – Winter 2000

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Palestinian nationalism has taken on several features of Zionism, such as making Jerusalem the symbolic center of its nationhood, seeking a «return» to the land, and building government-like institutions during its pre-state period.

What if this trend continues into the distant future? What if the formerly ardent nationalists of Palestine were to adopt the intellectual currents of their Zionist precursors? They would then surely develop a «post-Palestinian nationalism» similar to today’s post-Zionism. Peering into a crystal ball, we see that on a given day around 2050, fifty or so years after the founding of the Palestinian state, the results will look like this in the Palestinian media:

Front page: Palestine’s blossoming peace movement, «Salam Now,» staged a massive rally in Yahya ‘Ayyash Square in Jericho last night to support returning Hebron to its rightful Jewish owners. Singing the nostalgic song, «Give Peace a Chance,» the movement’s younger members also held placards proclaiming «The Majority Chooses Peace» at principal city intersections.

Parliamentary page: A controversy has erupted over the call by the governing coalition to include the Star of David in the Palestinian flag as a way to «give expression to all the ethnic minorities in democratic Palestine.» The Jewish settlers who agreed to stay in the new State of Palestine fifty years earlier can thus more easily identify with their state. Similarly, the coalition wants the Palestinian national anthem to add stanzas proclaiming «Zion has a right to live.»

Business page: The Arafat Economic Foundation succeeded in convincing a Norwegian company to invest $10 million in the Israeli high-tech industry. This surpasses last month’s achievement by the Peres Center for Peace, which obtained a $7 million loan from Denmark to promote the Palestinian State agricultural sector. Justifying his work on behalf of Israel, the director-general of the Arafat Foundation explained: «We need an economically viable neighbor. A strong Israel is a top priority for Palestinians.»

Literary page: It’s never too early for a young state to reflect on the character and intentions of its founders, and so this week’s featured book review is of a study titled Jerusalem Birthright? The Political Implications of Yasir Arafat’s Egyptian Accent.

Education page: The Palestinian Ministry of Education has decided to replace Mahmud Darwish’s poems with those of Yehuda Amichai, the nationalistic Israeli writer, in its junior high school curriculum. It has also drastically reduced the space in high school history textbooks devoted to the Palestinian national movement, thereby allowing room for such topics as «Biblical Traits in Marc Chagall’s Paintings,» and «The Impact of Vladimir Jabotinsky’s Thinking.»

Television page: The Palestinian jubilee year has witnessed the emergence on television of a cadre of New Historians who argue that Palestine was actually «born in sin» and that the entire Palestinian nationalist enterprise was a major mistake. Recent documentary films include «There Was No Massacre at Deir Yassin!» and «Overkill at the United Nations: The Palestinian Case.»

Community events page: «Who Came Here First and Does It Matter?» a conference at Bir Zeit University, open to the public, that challenges the mythical existence of a millennia-old Palestinian-Canaanite people; the Jews, it turns out, were here first.

Sports page: On hearing of their winning bid for the 2056 summer Olympic Games, the Palestinians announced a minute of silence at «Ramallah 2056» in honor of the eleven Israeli athletes slain at the 1972 Munich Olympics. Flags of participating nations will be lowered to half-mast, and a wreath-laying ceremony will take place at a symbolic site yet to be determined. Grandsons and granddaughters of the terrorists will be on hand to ask forgiveness of the victims’ descendants.

Julian Schvindlerman holds a master’s degree from the Hebrew University of Jerusalem.

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Por Julián Schvindlerman

  

La negación del holocausto como una forma moderna de antisemitismo – 2016

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Vivimos en una era en la cual la verdad está a la defensiva

Deborah Lipstadt

La negación: un desafió a la verdad histórica

La negación del Holocausto y sus derivados -minimización, relativización y banalización- es una forma moderna de antisemitismo. Consiste en tomar el más dramático episodio de la historia reciente de los judíos para usarlo en su contra. Los negadores atribuyen a los judíos un doble interés, político y económico, en propagar el “mito” de la Shoá: crear un sentimiento de culpa en la posguerra entre las naciones del mundo para facilitar la creación del Estado de Israel y extorsionar a los gentiles materialmente a perpetuidad. Ambos elementos tipifican trazos del antisemitismo clásico: la noción del poder judío en la política global y la inclinación judía por el dinero. El acto de la negación es irracional por antonomasia a la luz de la abrumadora evidencia histórica objetiva que respalda la existencia del exterminio de seis millones de judíos durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial. Cancela el pasado y compromete al futuro. No en vano, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución, en 2007, que condena la negación del Holocausto como un acto “equivalente a aprobar el genocidio en todas sus formas”.

La negación adquiere distintas formas. Desde la negación directa (el Holocausto no existió) hasta la minimización/relativización (el Holocausto existió pero no fueron asesinados seis millones de judíos o Auschwitz existió pero no hubo cámaras de gas allí) y la banalización (lo que los israelíes hacen hoy a los palestinos es un genocidio tipo nazi). Este último punto suele estar hermanado, paradójicamente, al primero. A la par que se niega la existencia de la Shoá, se acusa a los israelíes de ser los nuevos nazis. La contradicción, nutrida por la irracionalidad, es una característica distintiva del antisemitismo tradicional que ha acusado a los judíos en simultáneo de ser capitalistas y comunistas, controladores y parásitos, cosmopolitas y chauvinistas. El Holocausto posiblemente sea el genocidio más estudiado y documento de la modernidad, ergo negarlo requiere adherir a prejuicios infundados. En un ensayo de 1977 titulado “Qué les sucedió a los seis millones”, el sobreviviente y futuro Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, escribía: “Si estamos dispuestos a creer a ciertos pseudo-historiadores moralmente trastornados y espiritualmente perversos, el Holocausto no ocurrió. Los asesinos no asesinaron, las víctimas no murieron. ¿Auschwitz? Un fraude. ¿Treblinka? Una mentira. ¿Bergen-Belsen? Un nombre… Pero entonces, uno puede preguntarse, ¿dónde ha desaparecido todo un pueblo? ¿Dónde están los tres millones de judíos polacos? ¿Dónde están los judíos de mi pueblo y de todos los otros pueblos de Hungría, Estonia, Lituania, Grecia, Holanda y Ucrania? ¿Dónde se están escondiendo? Si no hubo catástrofe, ¿dónde han desaparecido?”.

En esta misma línea, la profesora de Historia Moderna Judía y Estudios del Holocausto en la Universidad Emory, Deborah Lipstadt, señaló que para que los negadores tengan razón, los sobrevivientes, los espectadores y, por sobre todo, los perpetradores deben estar equivocados. No obstante, existen grandes cantidades de testimonios, películas filmadas por los propios nazis sobre sus acciones, documentos oficiales del Tercer Reich y, de manera especialmente crucial, las declaraciones de los criminales de guerra nazis juzgados en Núremberg, quienes ofrecieron excusas y justificativos para sus actos, más no los negaron. Historiadores han notado que jamás un criminal de guerra nazi juzgado negó la ocurrencia del exterminio judío durante los años de la guerra. En los Juicios de Núremberg los fiscales presentaron tres mil toneladas de reportes entre los que se contaban los protocolos de la Conferencia de Wannsee, donde se decidió la puesta en marcha del genocidio de los judíos europeos. Hermann Göring, el máximo funcionario del Estado nazi que fue juzgado en Núremberg, testificó abiertamente sobre la persecución de los judíos alemanes desde el ascenso del partido nazi al poder en 1933 hasta el estallido de la guerra en 1939; Otto Ohlendorf testificó que su unidad, Einsatzgruppe D, mató a 90.000 judíos en el sur de Ucrania en 1941; y el comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, testificó sin vueltas acerca del gaseamiento de más de un millón de judíos en Auschwitz-Birkenau durante la guerra. Estas citas son apenas un fragmento minúsculo de la voluminosa evidencia presentada, y testimoniada, en Núremberg.

Génesis de la negación de la Shoá

Los orígenes de la negación del Holocausto pueden hallarse en las prácticas del nazismo mismo durante la guerra. “El Holocausto fue un secreto de estado en la Alemania Nazi” informa el Museo del Holocausto de Estados Unidos, “los alemanes escribieron lo menos posible”. Las órdenes genocidas de Hitler descendieron en la estructura sólo hasta aquellos que debían conocerlas. El führer ordenó que no se hablara explícitamente en los documentos o en público sobre las matanzas. Palabras clave y eufemismos fueron empleados. Así, Aktion (acción) refería a operaciones violentas contra civiles; Umsiedlung nach dem Osten (reasentamiento hacia el Este) significaba la deportación forzosa de judíos hacia campos de exterminio en Polonia; Sonderbehandlung (tratamiento especial), implicaba una matanza. Esto en parte respondía al interés nazi en evitar que las víctimas potenciales comprendiesen qué destino les esperaba. La resistencia judía antinazi comenzó verdaderamente sólo cuando los judíos entendieron cuáles eran los planes alemanes. En parte también, al ocultar sus designios genocidas los nazis buscaron evitar la ira, y quizás la reacción, internacional.
Además, los jerarcas destruyeron la documentación existente antes del fin de la guerra. Los documentos relacionados al exterminio de los judíos eran clasificados y llevaban el sello de Heheime Reichssache (Top Secret), lo que requería su destrucción para evitar que cayera en manos de los Aliados. A la vez, los nazis planearon liquidar toda evidencia de sus crímenes. Heinrich Himmler dio instrucciones para que los restos de las víctimas y la evidencia de los campos de la muerte fuesen borrados. Prisioneros fueron forzados a reabrir fosas comunes en la Polonia ocupada y en los territorios soviéticos bajo control alemán para cremar los cadáveres. Esto ocurrió en Babi Yar en el verano boreal de 1943, en Belzec a fines de 1942 y en Sobibor y en Treblinka en el otoño boreal de 1943. El liderazgo nazi también adoptó una política de desinformación para despistar a los Aliados. En un episodio especialmente notorio, en junio de 1944, los alemanes permitieron a una delegación de la Cruz Roja compuesta por un suizo y dos holandeses visitar el gueto de Theresienstdadt en Bohemia (hoy República Checa). Maquillaron previamente las condiciones de existencia: deportaron judíos para reducir la superpoblación, plantaron jardines, pintaron casas, abrieron cafés y teatros e instruyeron a los prisioneros a dar buenas impresiones de la vida en el gueto.

A pesar de los esfuerzos nazis en confundir a víctimas y enemigos, la información fue saliendo a la luz. Aquí jugó contra las víctimas el fundamento de la incredulidad. Pues desafiaba toda lógica y estaba más allá de toda dimensión moral concebible lo que estaba ocurriendo. El Holocausto no tenía precedentes en su escala, planificación, industrialización y ejecución. Lucía irracional que una nación culta y desarrollada pusiera sus recursos nacionales al servicio de un exterminio colosal contra millones de civiles inocentes y pacíficos de todas las edades, bebés incluidos. Aún hoy día debemos hacer un esfuerzo psicológico para aprehender la magnitud de lo acontecido. Pero la evidencia es incontestable.

Si bien algunas personas de buena fe podían en el contexto del caos de una guerra cruzada por propaganda interesada mostrarse escépticas en aquella época, hacerlo en la actualidad es un acto deliberado de negación de la realidad (muchos sobrevivientes están todavía entre nosotros) y de la historia contemporánea sólidamente documentada. Tras los Juicios de Núremberg, tras el juicio a Eichmann en Jerusalem, tras los testimonios de los sobrevivientes, tras los films nazis de la época y las fotografías tomadas por soldados aliados, tras las investigaciones académicas fehacientes… nadie no contaminado por el virus de la judeofobia podría negar los hechos, por más abrumadores que éstos sean. No es casualidad que entre los negadores de la Shoá demos con skinheads violentos, blancos segregacionistas, fundamentalistas islámicos y radicales antisionistas. Los negadores rehúsan llamarse a sí mismos antisemitas, neonazis o negadores, prefiriendo más bien auto-denominarse “revisionistas” con el objeto de ser vistos como académicos imparciales que buscan la verdad al revisar la historia. Eso es una patraña, no es más que antisemitismo disfrazado de un falso academicismo. Su aspiración “académica” es exonerar a los pasados enemigos de los judíos de sus crímenes abominables a la par que privar a los judíos de entonces de su estatus de víctimas.

Una advertencia final

La negación y distorsión de los indescriptibles acontecimientos antijudíos en Europa entre 1939-1945 está fuertemente motivada por el odio a los judíos. Nos resultaría difícil aceptar como sincero el alegato de un hombre blanco que dijese no tener sentimientos hostiles hacia las personas de color mientras negase, contra toda evidencia, que la esclavitud de los negros haya ocurrido en los Estados Unidos en previos siglos. Aunque varios negadores insisten en que debatir la existencia del Holocausto es un legítimo tema de discusión, en rigor no lo es; puesto que no están en un mismo plano los hechos fácticos, las opiniones y las mentiras. El verdadero tema sobre la mesa es su antisemitismo y militancia en el odio al distinto. Como todo prejuicio racial, religioso o de otro tipo, el antisemitismo en todas sus expresiones debe ser combatido. Como ya ha sido advertido, una sociedad que se muestra tolerante con la negación del Holocausto tarde o temprano terminará siendo tolerante con otras manifestaciones de odio. Luchar contra la negación de la Shoá es luchar contra el antisemitismo. Y luchar contra el antisemitismo es luchar por una sociedad civilizada.

Fuentes consultadas

Museo del Holocausto de Washington – https://www.ushmm.org
Museo del Holocausto de Jerusalem, Yad Vashem – http://www.yadvashem.org
Museo del Holocausto de Buenos Aires – http://www.museodelholocausto.org.ar
Portal Holocaust Denial on Trial – https://www.hdot.org
Conferencia en TEDx por Deborah Lipstadt disponible en YouTube
Elie Wiesel, “¿Qué le sucedió a los seis millones?”, Un Judío Hoy (Penguin Random House, 1978)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Por Julián Schvindlerman

  

Boicots, desinversiones y sanciones: una nueva máscara para el antisemitismo – 2015

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Introducción

Conocido por sus iniciales, BDS es una red global de organizaciones e individuos extremistas reunidos por su común anti-sionismo y antisemitismo. BDS no constituye un movimiento o una entidad establecida, sino que está integrada por docenas de agrupaciones y personas radicales que, bajo la cobertura de engañosas proclamas humanitarias, lleva adelante una campaña de criminalización y deslegitimación del Estado de Israel. BDS ofrece la apariencia de una causa justa pero encubre una agenda nefasta. Apela a tácticas no violentas para complementar las acciones violentas de otros enemigos de Israel, como el Hamas o el Hezbolá. Y a pesar de haber logrado engañar o persuadir a terceros a propósito de la nobleza de su misión, representa en última instancia una nueva fase de agresión contra el estado judío y el pueblo judío.

Tácticas y objetivos de BDS

Fundamentalmente, BDS promueve tres vectores de acción contra Israel:
1) Los boicots de académicos y universidades israelíes, de productos fabricados en Israel y de artistas de Israel, así como que busca sabotear la visita de artistas internacionales al estado judío. Usualmente, sus adherentes presionan a cantantes, músicos y autores a que desistan de viajar a Israel a la par que pujan por obstruir las visitas a otras naciones de los académicos y artistas israelíes.
2) Las desinversiones de empresas que hacen negocios con los israelíes o el estado de Israel. Típicamente, acusan a estas compañías y empresarios de ser cómplices en la comisión de crímenes de guerra y procuran que se desvinculen del estado judío.
3) Las sanciones económicas contra el país. Los simpatizantes y activistas del BDS continuamente tratan de presentar las acciones defensivas del ejército de Israel en el marco de las guerras con grupos terroristas como ilegales e in-humanas y pretenden que las Naciones Unidas impongan sanciones punitivas y embargos como una forma de castigo colectivo contra toda la nación.

En conjunto, estas acciones persiguen el fin de transformar a Israel en un estado paria. Apelan a la demonización de la nación judía por medio de comparaciones odiosas con el colonialismo, el nazismo y la Sudáfrica del apartheid con el fin de convertir una disputa política y territorial en un asunto de discriminación racial y étnica. Incluso han establecido la Semana del Apartheid Israelí, que consiste en una exhibición itinerante con sede en alrededor de ciento cincuenta universidades y ciudades del mundo en la que se proyecta una agenda anti-sionista bajo el escudo de un falso discurso intelectual. Los adherentes al BDS anhelan difamar a Israel y ensuciar su imagen internacional para lograr la implementación de sanciones, boicots y embargos similares a los que sufrió Sudáfrica en el pasado. Recurren a la batalla legal -referida en inglés como lawfare- como un método para explotar la ley internacional y las cortes a su favor y para interferir en la diplomacia de Israel. Tratan de llevar ante la Corte Penal Internacional a políticos, oficiales y soldados de Israel bajo infundadas acusaciones de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Pervierten la atmósfera de libre expresión en los campus universitarios occidentales al frustrar las conferencias de expositores israelíes mientras que imponen disertaciones de fanáticos pro-palestinos. Han sido exitosos en fomentar el apoyo de gremios, iglesias, universidades, empresas y personalidades en su incesante campaña de desprestigio anti-israelí. Algunas de las ONGs que integran el BDS gozan de acceso especial al sistema de las Naciones Unidas, en particular a su Consejo de Derechos Humanos, al que presentan informes escritos y en cuya asamblea dan discursos hostiles, y encuentran eco en el Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino, que desde su creación en 1975 dentro de la estructura de la ONU se dedica a atacar a Israel.

¿Quiénes integran BDS?

En Occidente, el BDS tiene un aura de respetabilidad inmerecida. Es generalmente visto como un movimiento progresista, humanista y no-violento que está a favor de la paz palestino-israelí. Esta es una imagen errada del BDS y de sus intenciones. Basta con prestar un poco de atención a su génesis, a sus referentes y a sus pronunciamientos para advertir que el pacifismo y la coexistencia son lo último que anhelan. A pesar de que sus simpatizantes dicen estar haciendo una crítica legítima a Israel, emplean un lenguaje ofensivo que cruza la línea de lo aceptable. El BDS niega el derecho judío a la auto-determinación nacional y usa una simbología asociada al antisemitismo clásico para representar a los israelíes. Varias de las acusaciones extravagantes lanzadas antaño contra los judíos, las arroja ahora sobre el estado judío.

Algunas de las ONGs involucradas son: Palestine Solidarity Campaign, aunque su logo abarca todo Israel, algunos creen que está a favor de la solución de dos estados; BADIL, que acusa a Israel de cometer un “genocidio lento” y clama por el “derecho al retorno” de los palestinos y con frecuencia publica posters y caricaturas agresivas, como una del año pasado que mostraba un puño cerrado sobre el mapa de Israel con el lema “El retorno es nuestro derecho y nuestro destino”; MIFTAH, que denomina a los terroristas como “luchadores resistentes” y acusa a Israel de llevar a cabo “genocidio cultural”, “masacres” y “crímenes de guerra”, en el 2013 publicó un artículo que revivió el libelo de sangre medieval antijudío; y Electronic Intifada, cuyo director Alí Abunimah asegura que el sionismo “es una de las peores formas de antisemitismo en existencia hoy en día”, dice que Gaza es “un campo de concentración” y equipara a la prensa israelí a “Der Sturmer”. Otros referentes del BDS son Asad Abu Khalil, quien proclamó que “la justicia y la libertad para los palestinos son incompatibles con la existencia del Estado de Israel”; Omar Barghouti, quien vaticinó que “estamos presenciando el rápido fallecimiento del sionismo, y nada puede hacerse para salvarlo…”; y Ahmed Moor, quien declaró que “BDS no es otro paso en el sendero hacia la confrontación final; BDS es La Confrontación Final”.

Entre quienes suscribieron al BDS se encuentran el Movimiento de Resistencia Islámico (más conocido por su acrónimo árabe, Hamas), que en un comunicado de 2014 dijo: “Nosotros en Hamas apreciamos y damos la bienvenida a estos boicots económicos contra la ocupación sionista”, mientras que el brazo armado de la organización, la milicia Izz al-Din al-Qassam, se sumó al llamado con un twitt de una delicadeza inusual para un grupo terrorista: “Por favor dejen de comprar estos productos….”; el influyente jeque sunita Yusuf al-Qaradawi, quien en 2002 emitió una fatua a favor del boicot: “Cada rial, dinar, etc. usado para comprar sus productos eventualmente se convierte en una bala a ser disparada a los corazones de hermanos y niños en Palestina. Por esta razón, es una obligación no ayudarlos (a los enemigos del islam) comprando sus productos”; y el ayatolá chií y Líder Supremo de Irán Alí Khameini, quien en una fatua del 2001 puntualizó: “La compra de cualquier ítem que ayude a reforzar al sionismo no es permisible a menos que alcance el punto de la necesidad”.
Oficiales de la Autoridad Palestina también han abrazado la misión del BDS. El Canciller Riyad al-Maliki es el fundador de PANORAMA, una ONG que apoya al BDS. El gobernador de Hebrón Kamil Hamid inauguró una de sus conferencias, en 2011. El negociador principal Nabil Saath admitió al diario Haaretz que “si uno quiere ejercer presión real, este es el camino… Los grupos BDS se reúnen aquí en mi oficina”. De hecho, la Autoridad Palestina y la OLP han estado inmersos en la génesis misma del BDS.

Durban, donde todo comenzó

Las semillas perniciosas de las que afloró el BDS actual fueron plantadas en Durban, Sudáfrica, en ocasión de la (orwelliana) Conferencia Contra el Racismo auspiciada por las Naciones Unidas, en 2001. Delegados de gobiernos y ONGs de todo el mundo confluyeron allí para participar de la conferencia oficial y de un Foro de ONGs que se realizó de manera paralela al encuentro central. El entonces líder de la OLP y presidente de la AP, Yasser Arafat, junto con su sobrino Nasser al-Kidwa, a la sazón delegado palestino ante la ONU, lideraron el esfuerzo para demonizar y marginar a Israel. Con el respaldo de naciones árabes e islámicas, más aportes de organizaciones de derechos humanos, el Foro de las ONG´s emitió una declaración que sostuvo:

“Llamamos a la comunidad internacional a que imponga una política de aislamiento total y completo de Israel como un estado apartheid como en el caso de Sudáfrica lo que significa la imposición de embargos y sanciones abarcadores y obligatorios, el cese entero de todos los lazos (diplomáticos, económicos, sociales, de asistencia, cooperación militar y entrenamiento) entre todos los estados e Israel”.
Aquí nació la base política e ideológica del BDS contemporáneo, como un agregado adicional a la campaña terrorista en curso en el contexto de la intifada palestina que había comenzado unos meses antes. Surgía así una dimensión global que acompañaría a los actos de terror dentro de Israel. A la larga, terminó sobreviviendo a la propia intifada.

Alrededor de los promotores árabes, palestinos e islamistas del BDS se han juntado figuras de la izquierda radical global, iglesias cristianas, universidades occidentales y algunas personalidades judías, tales como Ilán Pappé, Naomi Klein, Judith Butler y Adam Shapiro. En 2008 fue establecida la Red Internacional Judía Anti-sionista, e incluso dentro del propio Israel hay grupos pro-BDS: la Coalición de Mujeres por la Paz y Boicot desde Adentro, que evolucionó del original Anarquistas contra el Muro. Cuando la Asociación de Antropólogos Norteamericanos anunció que sometería a evaluación sus lazos con universidades de Israel, veinte académicos israelíes le enviaron una carta apoyando la medida; entre ellos había profesores de reconocidas universidades como las de Tel-Aviv, Toronto, Michigan, Manchester y Chicago. Su identidad judía o nacionalidad israelí no debiera confundir a nadie: estos activistas están tan dedicados a la obliteración de Israel como el resto de sus camaradas gentiles.

Estrellas de rock y universidades

Los campus universitarios y el ámbito cultural son las áreas en las que la campaña del BDS ha sido más exitosa. Muy poco tiene de qué vanagloriarse en lo relativo a sanciones y desinversiones, pero en lo concerniente a silenciar a disertantes favorables a Israel y promover a disertantes críticos de Israel, BDS ha cosechado algunos triunfos.

En 2014, el profesor de filosofía del Connecticut College Andrew Pressin criticó el terrorismo de Hamas. Una ola de protestas fue montada en su contra acusándolo de racismo y las autoridades de la universidad lo suspendieron. Este año, el King’s College London invitó a disertar al ex titular del Shin Bet y prominente pacifista israelí Ami Ayalon; el encuentro debió ser cancelado cuando opositores enajenados arrojaron sillas, rompieron ventanas, activaron alarmas contra incendios y todo el edificio fue evacuado. En 2010 igual suerte corrió el entonces embajador israelí en Estados Unidos Michael Oren, cuando una ponencia suya en la Universidad de California en Irvine fue saboteada con violencia. En sentido contrario, los radicales antiisraelíes suelen hallar espacio para exteriorizar sus ideas descabelladas. A principios de año la profesora de estudios de género de la Universidad Rutgers fue invitada a exponer al Vassar College acerca de “Bio-política in-humana: De qué modo Palestina importa”, en la cual acusó al gobierno de Israel de extraer órganos de los cadáveres de los palestinos para investigación científica y de realizar experimentos médicos con los palestinos. En el mismo campus se fomentó un boicot a los helados Ben & Jerry´s (creados por dos judíos) bajo alegatos de que se venden en asentamientos israelíes. Por estar consumidos con la obsesión anti-sionista, los estudiantes han dejado de lado otras causas globales. Rara vez se ven en los campus protestas contra el tratamiento dado a la mujer en países árabes, o contra la persecución de cristianos en tierras islámicas o a propósito de otras causas humanitarias urgentes. Haber secuestrado la agenda universitaria ha sido un logro de BDS.

Sin embargo, el área en que más ruido ha hecho -y en consecuencia más atención ha concitado- ha sido en el ambiente de la cultura. Activistas del BDS ejercen presión desmedida sobre músicos, artistas y cantantes cada vez que anuncian un viaje al estado judío, al condenarlos públicamente e inundar sus websites y páginas de Facebook con grandes cantidades de mensajes oprobiosos. Preocupados por el impacto económico y su imagen pública, varias estrellas han cancelado sus visitas a Israel. Entre ellas, Jon Bon Jovi, Carlos Santana, The Pixies, Gorillaz, Pete Seeger, Vanessa Paradis, Elvis Costello y Roger Waters; estos dos últimos han dado un paso más y se han alistado al BDS. Entre quienes no han cedido a las presiones y dieron conciertos en Israel en años recientes se encuentran, Elton John, Bob Dylan, Alicia Keys, Maddona, Rod Stewart, Rihanna, Lady Gaga, Paul Simon, Justin Bieber, Leonard Cohen, Diana Krall, Red Hot Chilli Peppers, Aerosmith, The Pet Shop Boys y Paul McCartney, quien había sido amenazado de muerte si pisaba Israel por el clérigo islamista sirio Omar Bakri. Militantes BDS suelen sitiarse a la entrada de salas de conciertos donde se presentarán israelíes y elevan pancartas antiisraelíes y pro-palestinas. En la Argentina se vio ello en ocasión de las visitas de la Orquesta Filarmónica de Israel en el Teatro Colón en 2013 y de la cantante Ajinoam Nini en el Teatro Coliseo en 2015.

Fuentes de financiamiento

Además de patrocinadores non-sanctos, llamativamente, BDS es financiado en parte por fundaciones, caridades religiosas y hasta gobiernos occidentales. La Unión Europea es el más grande patrocinador de ONGs activas en el conflicto palestino-israelí, lo que incluye a las más radicales entre ellas. La UE transfiere anualmente millones de euros a grupos pro-BDS aun cuando ello contradiga la política exterior del bloque, que está a favor de la existencia de Israel y de una solución pacífica entre las partes. Aunque se pronuncia contraria al boicot, el año pasado la UE decidió etiquetar aquellos productos israelíes fabricados en los Altos del Golán, Cisjordania y Jerusalem Oriental, lo que dio un gran espaldarazo al movimiento BDS global.

Por momentos, la política europea parece sabotearse a sí misma. El año pasado se realizó en España un encuentro internacional de reggae denominado Rototom Sunsplash. Es un festival anual de arte y música que reúne a referentes del reggae bajo una propuesta de “paz, igualdad, derechos humanos y justicia social”. El evento contaba con invitados de setenta y tres países de los cinco continentes. No participaban israelíes pero sí un judío: el músico estadounidense, Matthew Paul Miller, más conocido como Matisyahu, al que los organizadores exigieron previo a su arribo, bajo presiones del BDS País Valencía, un pronunciamiento político a favor de un estado palestino. Matisyahu no respondió y fue echado del festival. Sólo la reacción mundial adversa forzó su reincorporación. Este festival recibió fondos públicos del estado español, que oficialmente está en contra del boicot a Israel. España también financia a una serie de ONGs pro-BDS, como Al-Haq y el Comité para la Ayuda Agrícola Palestina, que promueven un boicot a Israel que España rechaza. Otro caso llamativo ocurrió para la misma época y esta vez involucró a Francia. Tres ONGs pro-BDS (Association France Palestine Solidarité, The International Federation for Human Rights, Catholic Committee Against Hunger and for Development-Terre Solidaire), que son directamente financiadas por el estado francés, promovieron un boicot contra la compañía telefónica Orange en Israel y triunfaron. Francia es dueña del 25% de Orange, lo que significa que Paris financió un boicot contra sus propios intereses. Algo parecido ocurrió con Holanda cuando ONGs patrocinadas por el estado holandés fomentaron un boicot a la Compañía de Agua de Israel, Mekorot. El pico de la ofensiva de estas ONGs pro-BDS ocurrió el mismo mes en que Holanda firmó un acuerdo de cooperación de desarrollo con Israel.

En abril último, la ex Ministra de Relaciones Exteriores de Israel Tzipi Livni dio una conferencia en la Universidad de Harvard. Un alumno le hizo una pregunta: “¿Por qué es usted tan olorosa? Es en relación a su olor, sobre el olor de Tzipi Livni, muy oloroso”. Harvard hizo lo posible por ocultar la identidad del alumno provocador, llegando a borrar su pregunta del video del evento, pero finalmente trascendió su nombre: Husam El-Qoulaq, un militante de Students for Justice in Palestine (SJP). Este grupo pro-BDS cuenta con más de cien oficinas de representación en universidades de Estados Unidos, lo que le da una pátina de respetabilidad. Sin embargo, en testimonio reciente ante el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso norteamericano, el ex oficial del Departamento del Tesoro Jonathan Schanzer expuso que un patrocinador prominente de SJP es American Muslims for Palestine (solamente en 2014 gastó cerca de cien mil dólares en actividades antiisraelíes en los campus universitarios de Estados Unidos), y que varios de sus miembros principales han tenido problemas con el FBI por financiar a grupos terroristas palestinos. A medida que sean más completamente reveladas las conexiones financieras de las entidades e individuos que respaldan económicamente a ONGs pro-BDS, posiblemente se vislumbre qué tan oscuras son las raíces de este movimiento agresivo.

Conclusión

Los judíos estuvieron expuestos a boicots y marginaciones durante la Edad Media en Europa. Se les prohibió ser dueños de tierras y propiedades, de estudiar determinadas disciplinas y de ejercer ciertas profesiones o actividades. Aun cuando con el correr del tiempo estas políticas discriminatorias fueron descartadas, boicots populares antijudíos subsistieron. A fines de la década de 1890 un boicot popular masivo contra los judíos fue organizado en Francia y otro fue instituido contra los judíos de Limerick en Irlanda, en 1904. Hasta bien entrado el siglo XX, universidades estadounidenses y europeas imponían cuotas de admisión a los judíos.

Con el advenimiento del sionismo político y la inmigración judía masiva a Palestina, el liderazgo árabe adoptó las políticas del boicot contra el Yshuv (la comunidad hebrea asentada en Palestina) a partir de los años veinte del siglo pasado. En 1922, el 5to Congreso Árabe-Palestino instó a los árabes a no vender tierras a los judíos y a boicotear sus negocios. En 1929 se extendió a todas las mercancías fabricadas por los judíos. En 1931, el Comité de los Trabajadores Árabes publicó una lista de productos judíos a boicotear y la difundió en países musulmanes y occidentales. En 1937 el Congreso Árabe promovió un nuevo boicot económico contra los judíos.

En 1945, la Liga Árabe declaró un boicot contra todo el Yshuv, estableció sus cuarteles en Damasco y abrió oficinas en varios países árabes. El boicot árabe contra Israel incorporó boicots de segundo y tercer grados, castigando a empresas que comerciaran con la nación hebrea y a las que lo hicieran con éstas. Durante la Guerra de Iom Kipur en 1973, las naciones árabes productoras de petróleo impusieron un embargo contra los Estados Unidos y otros países occidentales. A partir de los años noventa, la aplicación de estos boicots y embargos comenzó a decaer a medida que Israel entabló contactos con la OLP y naciones árabes en el marco de conferencias de paz en Madrid y Washington y canales diplomáticos secretos en Oslo. Con el tiempo, Israel abrió oficinas comerciales en algunos países del Golfo Pérsico y selló lazos de cooperación económica con la Autoridad Palestina. Con Jordania y Egipto firmó más amplios acuerdos de paz.

El BDS emergió cuando este añejo boicot estaba prácticamente desvanecido. Para contemplar: Coca-Cola fue boicoteada en 1966 y perdió el mercado árabe; en 2014, miembros de BDS rompieron estanterías de Coca-Cola en un supermercado de la cadena Tesco en Birmingham para protestar por su presencia en Israel. Al igual que el boicot árabe-palestino inicial, busca dañar al estado judío en el plano económico y diplomático y, tal como su predecesor y alegatos al margen, no le conciernen sus fronteras ni sus dimensiones territoriales. Lo que BDS pone en su mira es la legitimidad misma del Estado de Israel.

Referencias

Diker, Dan. Unmasking BDS: Radical Roots, Extremist Ends (The Jerusalem Center for Public Affairs, 14/12/14)
Shay, Adam. Successes and Failures of the BDS Campaign (The Jerusalem Center for Public Affairs, 12/5/2013)
Steinberg, Gerald. Monitoring the Political Role of NGOs (The Jerusalem Center for Public Affairs, 1/6/03)
Key Issue: BDS -Boycotts, Divestment, and Sanctions (NGO Monitor)
Reuveni, Itai. The BDS Funding Paradox (NGO Monitor, 11/9/15)
Stephens, Bret, The Anti-Israel Money Trail (The Wall Street Journal, 25/4/16)
Yudof, Mark & Ken Waltzer. Majoring in Anti-Semitism at Vassar (The Wall Street Journal, 17/2/16)
Wisse, Ruth. March Madness, The Anti-Semite Bracket (The Wall Street Journal, 23/3/16)
Schanzer, Jonathan. Congressional Testimony: Israel Imperiled, Threats to the Jewish State (Foundation for Defense of Democracies, 19/4/16)
Smith, Cherryl. What Boycott? Major Musicians Rock Israel (Honest Reporting, 8/12/13)
Altman, Yair. Apoyando el boicot académico a Israel en Estados Unidos (Radio Jai, 27/5/16)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Por Julián Schvindlerman

  

La noticia es Israel: Los medios masivos de comunicación y el conflicto Palestino-Israelí – 2014

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De los múltiples aspectos explorados del conflicto palestino-israelí -la saga política contemporánea posiblemente más cubierta por la prensa internacional- destaca uno por su pobrísima cobertura: el rol de la propia prensa en el mismo. Ello es lógico en cierto sentido, pues tal cosa supondría esperar que los propios periodistas que cubren el conflicto evaluasen su propio profesionalismo. Eso no sería necesario si el reportaje periodístico fuese objetivo, pero como desafortunadamente no sólo suele no serlo sino que, podemos argumentar, tiende a ser marcadamente subjetivo, la necesidad de monitorear la conducta profesional de los propios cuadros de prensa se torna imperativa.

A juzgar por el comportamiento de muchos (demasiados, quizás) medios de prensa ante la disputa entre palestinos e israelíes, podemos concluir que muchos (demasiados, quizás) periodistas han tomado una postura, abrazado una causa, elegido a una víctima y a un victimario, y supeditado su requerida mirada objetiva ante los hechos a sus preferencias ideológicas particulares. Es decir, que han abandonado el rigor informativo y la neutralidad profesional en aras de un cabildeo de raíz ideológica a favor de una de las partes. Ello redunda en una brecha fenomenal entre los acontecimientos en Israel/Palestina y la manera en que estos son reportados. Puesto que la realidad ya no está siendo reportada como tal sino en función de los gustos ideológicos y prioridades políticas de los reporteros. La consecuencia primera de semejante conducta inaudita es la propagación de una ficción. Esta “historia” construida a partir de una mirada sesgada y politizada ha cobrado vida propia y es perpetuada por la misma cobertura defectuosa, continuamente replicada en diario tras diario, radio tras radio, televisor tras televisor urbi et orbi.

Como es usual, esto alcanza su nadir en tiempos de confrontaciones. Durante la última guerra entre Hamas e Israel (julio-agosto 2014) la mayoría de los medios masivos de comunicación centraron su atención en el padecimiento palestino ocasionado por la aviación israelí dentro de la Franja de Gaza. Las imágenes más divulgadas fueron aquellas que mostraban la devastación de la franja, los edificios demolidos por las bombas israelíes, las marchas fúnebres del pueblo palestino, el dolor de las madres que despedían a sus hijos. Esa cobertura usualmente estaba acompañada por informes de fondo sobre las condiciones económicas paupérrimas de los gazatíes, las que se atribuyeron al bloqueo israelí de las fronteras palestinas. (Notablemente ausentes o minimizadas estuvieron las menciones al bloqueo egipcio de la franja). Las razones de esa guerra, la naturaleza del conflicto, la disímil conducta bélica de las partes y otros factores de importancia vital para comprender los hechos fueron mayormente dejados de lado.

Por ejemplo: la Carta de Alá, el documento fundacional del Movimiento de Resistencia Islámico Hamas, grupo fundamentalista terrorista hermanado ideológicamente (aunque no operativamente) a Al-Qaeda, Estado Islámico, Boko Haram, etc, fue sólo ocasional y fugazmente citada por la prensa. Pero ese manifiesto es crucial para entender los objetivos políticos de una de las partes en disputa. Esa Carta dice que el día del juicio final llegará cuando los judíos (así, no los israelíes) se ocultarán tras rocas y árboles y estos clamarán a los musulmanes que vayan a matarlos donde quiera que se encuentren. Esa Carta afirma que la misión del Hamas es liberar la tierra palestina desde el río Jordán al mar Mediterráneo, eufemismo para la destrucción del estado de Israel. Esa Carta asegura que la paz y las negociaciones y conferencias de paz entre palestinos e israelíes son contrarias al Islam. Esa Carta acusa a los judíos de haber fomentado la revolución francesa y la revolución bolchevique. ¿Acaso no luce relevante informar a las audiencias al respecto? Educar a propósito de la intransigencia política y religiosa de una agrupación terrorista que gobierna a un millón y medio de palestinos y que inició tres guerras contra Israel desde una zona territorial abandonada unilateralmente por los israelíes años atrás parecería ser algo periodísticamente valioso. Y sin embargo, muy pocos medios de prensa informaron al respecto y cuando lo hicieron, lo hicieron muy al pasar.

Por ejemplo: como hizo en el pasado, Hamas escondió combatientes y arsenales en zonas densamente pobladas de civiles. Para evitar o minimizar víctimas civiles palestinas, el ejército israelí lanzó desde el aire panfletos en árabe advirtiendo que atacaría tal zona y llamó telefónicamente a los habitantes de los edificios en los que miembros de Hamas se ocultaban para advertirles que ese edificio sería próximamente atacado. Aquí parte del texto de uno de tales panfletos arrojados sobre Gaza por la aviación israelí:
“Por su propia seguridad, se le requiere vacar su residencia inmediatamente y dirigirse hacia la Ciudad de Gaza antes de las 8am el miércoles 16 de julio de 2014. Las FDI no quieren lastimarlo a usted o a sus familias. La evacuación es por su propia seguridad. Usted no debería regresar a la zona hasta nuevo aviso. Quienes desconsideren estas instrucciones y fracasaran en evacuar inmediatamente ponen en peligro sus propias vidas, así como las de sus familias.”

A continuación la fuerza aérea disparaba un misil sin carga explosiva que, al impactar en el objetivo, servía de alerta a los residentes para que se diesen a la fuga. Recién entonces era lanzado el misil real. Esta técnica llevó por nombre “golpe en la puerta” en la jerga castrense israelí. En los anales de la historia militar es difícil hallar ejemplo semejante de sensibilidad hacia una población enemiga. Y sin embargo, la noticia apenas fue divulgada por la prensa internacional.

Tristemente, tampoco recibió demasiada cobertura, si alguna, la reacción de Hamas, cristalizada en este comunicado de su Ministerio del Interior, publicado en la prensa gazatí: “El Ministerio de Interior advirtió a los habitantes a no prestar atención a los mensajes que las Fuerzas de Defensa israelíes transmiten a través de teléfono a los ciudadanos según los cuales deben desalojar sus viviendas inmediatamente [antes de los bombardeos]… El Ministerio solicita a los ciudadanos no prestar atención a esos mensajes y no abandonar sus hogares”.

Por ejemplo: Hamas disparó cohetes contra Ashdod, donde está alojada la central eléctrica desde la cual Israel provee de energía a Gaza (aún durante la contienda); contra Jerusalem, lugar de residencia de las mezquitas más sagradas para el Islam y en cuyo nombre en el pasado los palestinos han lanzado intifadas contra los israelíes; y contra el centro atómico en Dimona, ubicado a pocos kilómetros de Gaza, cuya explosión presuntamente detonaría una carga radioactiva que afectaría no solamente a israelíes sino a masas de palestinos, egipcios, jordanos y según soplen los vientos quien sabe a quién más. ¿Por qué esta actitud genocida no fue noticia de interés para la prensa internacional? ¿Por qué la construcción de túneles dentro de Gaza, a lo largo de años, por parte del Hamas no fue reportada? ¿Por qué no hizo la prensa mundial preguntas básicas al liderazgo de Hamas sobre sus intenciones, o acerca de los desvíos del cemento provisto por Israel hacia el armado de túneles de agresión? ¿Por qué no informó sobre el centenar y medio de niños palestinos que murió construyendo esos túneles como mano de obra explotada por el liderazgo de Hamas?

El patrón es claro. El énfasis está puesto en Israel. Los palestinos son noticia sólo en la medida en que sean útiles para hablar de lo que realmente importa a la prensa: Israel. El estado judío es la noticia, no Palestina. El destino, el sufrimiento y las vicisitudes de los palestinos no son relevantes para la mayoría de los medios masivos de comunicación a pesar de que la atención que ello suscita pueda sugerir lo contrario. Si así fuera, entonces los reporteros debieron haber alertado todas las veces que pudieran que los terroristas de Hamas dispararon cohetes y misiles desde zonas residenciales, pues ello ponía en serio riesgo las vidas de inocentes palestinos. Pero no lo hicieron. Tampoco denunciaron -durante semanas- las varias instancias en que combatientes del Hamas amedrentaron a los propios periodistas, amenazándolos si su cobertura echaba luz sobre aspectos indeseados por Hamas. Esto fue finalmente expuesto por la Asociación de Prensa Extranjera de Israel, la que aglutina a todos los corresponsales mundiales allí apostados, recién pasados treinta días de guerra. Decía:

“La APE protesta en los términos más duros los métodos no ortodoxos, enérgicos, incesantes y descarados empleados por las autoridades de Hamas y sus representantes en contra de periodistas internacionales visitantes en Gaza durante el mes pasado. La prensa internacional no son organizaciones de defensa y no pueden ser prevenidas de reportear por medio de amenazas o presiones, negando así a sus lectores y televidentes un panorama objetivo desde el terreno. En varios casos, reporteros extranjeros que trabajan en Gaza han sido acosados, amenazados o interrogados por noticias o información que han reportado a través de sus medios noticiosos o a través de medios sociales. También estamos al tanto de que Hamas está tratando de poner en práctica un procedimiento de ´vetado´ que permitiría, en efecto, poner en listas negras a periodistas específicos. La APE se opone vehementemente a semejante procedimiento”.

Un mes entero, el primero y crítico para formar opinión, pasó sin que un solo lector de diario, radioescucha o televidente supiera que los corresponsales asentados en el terreno estaban siendo presionados por una de las partes en disputa a informar básicamente sólo lo que ésta aprobaba.

El foco de la distorsión no se limita a Hamas y su belicosidad anti-sionista. Las decisiones de la Autoridad Palestina, o acontecimientos en zonas bajo su jurisdicción, son igualmente ignoradas. Más de una vez, actos llevados a cabo en la Universidad Al-Quds, en Jerusalem Oriental, en apoyo a la Jihad Islámica Palestina, contaron con actores palestinos que simulaban ser soldados israelíes abatidos a los pies de militantes que hacían el saludo nazi. La prensa oficial palestina, así como sus currículas escolares, contienen exaltaciones a personalidades terroristas palestinas del pasado que contradicen al espíritu de la coexistencia que cabría esperar de parte de un socio de la paz. Ambas indudablemente constituyen noticias periodísticas de primer orden. Aun así, y a pesar de que son datos importantes para entender la cultura política palestina, este tipo de información es usualmente dejada de lado en la cobertura de medios sobre el conflicto.

Tal como Matti Friedman, un ex corresponsal en la zona ha notado, cien casas que los israelíes construyan en zonas disputadas provocarán mayor interés que cien misiles que los palestinos contrabandeen a Gaza. Los reporteros informarán sobre el último detalle de cualquier caso de corrupción en el gobierno israelí a la par que callarán ante casos similares en el gobierno palestino. Que el presidente palestino Mahmoud Abbas, por ejemplo, lleve seis años en el poder en exceso de lo constitucionalmente permitido y que no haya llamado a elecciones al concluir su mandato legal, no despertará demasiada curiosidad en periodistas que sí observarán e informarán sobre la cantidad de bebidas que consumirá al año el Primer Ministro Benjamín Netanyahu.

La atención desproporcionada dada a este conflicto es notable. La matanza de 1.600 mujeres en Pakistán (cientos de ellas violadas y quemadas vivas) en 2013, las carnicerías del Congo (más de cinco millones de muertos hasta el 2012), La guerra de las drogas en México (60.000 muertos entre 2006-2012), la erradicación de la cultura tibetana en china, u otras disputas en lugares remotos quedan eclipsadas por la cuestión palestino-israelí. Israel ha de reunir la mayor tasa, o una de las mayores al menos, de corresponsal extranjero per cápita. Pero a pesar de ser el conflicto político moderno que más atención periodística concita, la disyuntiva palestino-israelí es la menos comprendida en el campo de la opinión pública mundial. La paradoja aparente tiene una explicación simple: quienes explican este asunto a las audiencias globales lo hacen mal. Aspectos esenciales de la conducta palestina son menospreciados o suprimidos a la vez que toda cuestión referida a los israelíes es magnificada y propagada. El resultado de una mirada desvirtuada sobre los hechos es una imagen falsificada de la realidad. Tras informarse de la prensa, la audiencia internacional cree saber lo principal que hay que saber de este conflicto. En rigor -y precisamente por tomar información de los medios- la opinión pública está escandalosamente desinformada al respecto. Para peor, está instigada a odiar a una de las partes y a simpatizar con la otra.

La prensa internacional ha dejado de ser un observador de la disputa palestino-israelí para convertirse en un actor que hace cabildeo favorable a la parte que ella determinó que es la víctima en el conflicto. Para servir a esa causa elije dejar de lado toda información que podría perturbar esa particular visión de las cosas y pone el zoom sobre los vicios, reales o fantásticos, de la parte despreciada. Esa actitud militante y anti-profesional ha dañado injustamente la imagen internacional de Israel y, aunque los periodistas involucrados no hayan tomado conciencia de ello todavía, está estropeando el ejercicio de una noble y valiosa profesión.

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Por Julián Schvindlerman

  

La orquesta filarmónica de Israel en el teatro colón: Un caso donde el antisionismo y el antisemitismo se encontraron – 2013

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En agosto de 2013, la Orquesta Filarmónica de Israel vino a nuestro país a dar un concierto. Quienes fuimos al Teatro Colón a escuchar su performance nos topamos con una manifestación pro-palestina frente a las puertas de acceso. Junto a las banderas palestinas izadas, los solidarios de la causa palestina cantaron: “asesinos, como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.

Que la simpatía por el pueblo palestino va frecuentemente unida al odio a Israel a estas alturas será innecesario remarcar. El cántico disipa toda duda: en la impresión de los manifestantes, músicos israelíes merecen ser exterminados debido a las políticas de su gobierno.

Ciertamente, a lo largo de su destacada trayectoria la Orquesta Filarmónica de Israel ha mostrado gran compromiso con su nación. Arturo Toscanini, quien dirigió su primer concierto en 1936 (cuando la OFI se llamaba Orquesta Sinfónica Palestina), declaró “hago esto por la humanidad”. En 1948, año del nacimiento del moderno Estado de Israel, Leonard Bernstein dio un concierto en el monte Scopus en Jerusalem para soldados y heridos. En 1967, en ocasión de la Guerra de los Seis Días, regresó para tocar la Resurrección de Gustav Mahler y el himno nacional Hatikva. Durante la Guerra del Iom Kipur en 1973, Pinchas Zukerman, Isaac Stern y Daniel Barenboim viajaron al país a grabar un concierto cuyo soporte luego fue llevado a hospitales que albergaban soldados. En 1982, Zubin Mehta (tiene la misma edad que la orquesta) dirigió al conjunto musical en la frontera con el Líbano y en 1991 dio un concierto durante la Guerra del Golfo durante el cual cayeron misiles desde Irak; tenía su máscara de gas puesta mientras dirigía una pieza de Bach. En 2010, Mehta fue a Sderot, sureña ciudad israelí, a tocar por Gilad Shalit, soldado que entonces estaba secuestrado por Hamas en Gaza.

Con toda probabilidad, no fue por esto que los simpatizantes pro-palestinos se plantaron frente al Teatro Colón e invocaron al nazismo al exteriorizar su objeción a la presencia de la OFI en suelo argentino. Esta manifestación se inscribió en una campaña global de boicot cultural, político y económico a todo lo relacionado con Israel. Es difícil imaginar una concentración similar ante la visita de la orquesta de cualquier otra nación cuyas políticas sean reprochadas por estos militantes argentinos. Sólo en el caso de Israel, sus músicos, artistas, escritores y académicos han de ser marginados, censurados, empujados fuera del marco de lo aceptable.

Esta discriminación delata la naturaleza real de las motivaciones de los simpatizantes de los palestinos. Al no salir a la calle a condenar a ningún otro gobierno del mundo ni a protestar contra ninguna dictadura ni al mostrar compasión alguna por otra víctima que no sea palestina, exhiben -aún involuntariamente- sus prejuicios. Tal como ha graficado Shlomo Ben-Ami, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Israel, en un artículo en el diario español El País:

“A los israelíes les cuesta entender por qué cinco millones de refugiados y doscientas mil muertes en Siria tienen mucha menos gravitación en la conciencia occidental que los dos mil palestinos asesinados en Gaza. No llegan a comprender por qué los manifestantes europeos pueden denunciar las guerras de Israel y calificarlas de ´genocidio´, un término que nunca se aplicó a la hecatombe siria; el arrasamiento de Grozny por parte de Rusia; [y] a las quinientas mil víctimas en Irak desde la invasión liderada por Estados Unidos en 2003…”.

Hillel Neuer, Director Ejecutivo de UN Watch, lo expuso de este modo:

“Si durante el año pasado no gritaste cuando miles de manifestantes fueron asesinados por Turquía, Egipto y Libia, cuando más victimas que nunca fueron ahorcadas por Irán, fueron bombardeados mujeres y niños en Afganistán, fueron masacradas comunidades enteras en Sudán del Sur, mil ochocientos palestinos fueron matados de hambre y asesinados por Assad en Siria, cientos fueron asesinados en Pakistán por ataques terroristas jihadistas, fueron asesinados diez mil iraquíes por terroristas, fueron masacrados aldeanos en Nigeria, sino que sólo gritas por Gaza, entonces no eres pro-derechos humanos, eres solo anti-Israel.»

La indignación moral selectiva de los adherentes al pro-palestinismo es enigmática aún en otro aspecto, que Ben-Ami no aborda y Neuer insinúa: pues los manifestantes pro-palestinos no muestran consideración con las víctimas palestinas cuando estas no son ocasionadas por Israel o no puede culparse al estado judío por ellas. En Siria, mil ochocientos palestinos fueron matados por el régimen Assad y estas mismas personas que salieron contra la OFI no salieron contra el gobierno de Damasco. Ciento sesenta niños palestinos murieron construyendo los túneles de Hamas, y tampoco salieron a manifestarse contra el movimiento fundamentalita que gobierna la franja. De modo que la indignación moral no es selectiva solamente, es nítidamente hipócrita.

Esta atención desproporcionada asignada a Israel es el genuino foco de sus obsesiones: los palestinos son meros agentes pasivos, apenas un vehículo conveniente para transportar el odio que los filo-palestinos sienten contra el estado judío. Ante un universo importante de grandes masacres, callan, y sólo hablan -si y sólo si- Israel puede ser culpada por ellas. Esta actitud de condenar a los israelíes por acciones por las que no condenan a ningún otro grupo nacional los expone por lo que son: no “pro-palestinos” sino “anti-israelíes”.

Apartar al único estado judío del mundo de la familia de las naciones para la sanción específica es un acto discriminatorio. Y la discriminación contra los judíos lleva por nombre antisemitismo. Desde ya, no todo cuestionamiento a Israel está motivado por el antisemitismo. Existe, y debe ser tolerada, la crítica legítima. A la vez, eso no significa que nunca la crítica hacia Israel nazca del odio anti-judío. A los observadores de este fenómeno nos corresponde ser prudentes al evaluar tales cuestiones. Sin embargo, más usualmente que no, los pro-palestinos nos simplifican la tarea soberanamente.

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Informe sobre antisemitismo (DAIA)

Por Julián Schvindlerman

  

Sobre antisemitismo y antiisraelismo – 2012

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En noviembre del 2012 la Universidad Católica Argentina concedió un doctorado Honoris Causa al rabino Abraham Skorka. La revista Cabildo respondió a ello con el siguiente comentario: “Lo que se ejecutó ese día fue un hecho inicuo, consumado bajo el sello de la obsecuencia servil al judaísmo, de la adulación rastrera a la Sinagoga, del vasallaje envilecedor al Sanedrín, de la horribilísima abdicación ante el poder de Israel”. El hecho involucraba a un judío argentino y sin embargo “el poder de Israel” fue invocado para criticar el evento.
Cinco días después, un dirigente de Alternativa Nacional reaccionaba así ante un nuevo episodio de confrontación militar entre el ejército israelí y el movimiento terrorista Hamas: “En momentos internacionales como este, uno comprueba realmente que Jesús históricamente era Palestino y no Judío”. Los acontecimientos en el Medio Oriente eran vistos bajo el prisma de la identidad religiosa y nacional del Mesías cristiano y las acciones militares de Israel quedaban implícitamente censuradas sobre la base de que en la conducta de los israelíes-judíos no podía haber nada originado en el Jesús de Nazaret.

Las vinculaciones creadas en ambos casos por sujetos antisemitas al entremezclar a Israel y a los judíos en circunstancias que no los comprenden directamente -Skorka fue premiado como judío-argentino sin relación alguna con Israel, y el choque Hamas-Israel no tenía nada que ver con Jesús- son un tema recurrente de nuestra era en ámbitos tanto críticos de Israel como críticos de los judíos. Aunque no necesariamente ambos temas deban estar relacionados, comúnmente el odio a Israel y el odio a los judíos van hermanados. Por definición, un antisemita, es decir alguien que desprecia a los judíos, inevitablemente despreciará al estado judío; es un sujeto que su odio al pueblo judío abarca al estado creado por judíos y con el que los judíos del mundo se identifican afectiva y simbólicamente. La deducción inversa no es tan simple: un antisraelí puede no ser un antisemita. Pero que quién detesta al estado judío no siempre sea obligatoriamente un antisemita, de ningún modo significa que nunca un antisraelí sea un antisemita. De hecho, abundan las instancias que sugieren lo opuesto.

En este texto intentaremos presentar algunas reflexiones que asistan a la tarea de separar las aguas y permitan tener la prudencia de no etiquetar automáticamente la crítica, o incluso la condena, a Israel como un gesto necesariamente antijudío y a la vez den la posibilidad de reconocer al antiisraelísmo como una forma contemporánea de antisemitismo cuando éste efectivamente lo es.

Comencemos nuestro enfoque aclarando desde el vamos de qué no hablamos cuando destacamos el nexo entre el antiisraelísmo y el antisemitismo. La crítica política al estado de Israel es legítima. Cuestionar las políticas de un estado-nación en la modernidad es una prerrogativa de todo ser autónomo, sea el estado en cuestión Israel, Egipto, Francia, Perú o Japón. Nuestro problema es con la crítica antisemita al estado de Israel, aquella que la aparta de los demás cuestionamientos a otros países por su anormalidad, obsesión, reiteración, desproporción y virulencia. Por ejemplo, este último noviembre un reconocido ilustrador mendocino posteó en Facebook una pintura con una cruz esvástica junto a este comentario: “Hoy el sionismo, ideología que se manifiesta en el Estado de Israel y que se formó a la sombra de la violencia y opresivos hechos del siglo XIX, mucho se parece al nazismo…”. Al mismo tiempo en Buenos Aires fueron pintadas Estrellas de David superpuestas con cruces esvásticas sobre la fachada de una institución judía, aparecieron afiches con similar simbología en el barrio de Paternal, y en el Once se repitió la imagen con la consigna “Palestina libre”.[1]

Claramente, estos casos nos remiten a expresiones antijudías clásicas más que a cuestionamientos legítimos a las políticas de Israel. Como tales son expresiones antisemitas y el hecho de que hayan sido motivadas por los acontecimientos del Medio Oriente prueban que el vínculo entre el antisemitismo y el antiisraelismo no es fruto de la paranoia o de la exageración. Es innecesario acusar a los judíos de ser nazis para criticar alguna acción de Israel. Como es igualmente innecesario (e igualmente injusto) realizar esas analogías con el colonialismo, el imperialismo y las prácticas del Apartheid que tan usualmente se le endilgan a Israel.

Detrás de tamaña desproporción se esconde una intención maligna de aislar enteramente al estado judío del resto de las naciones. Pues ningún ser moral podría concebir -mucho menos admitir- en el seno de la familia de las naciones a un país con conductas y prácticas semejantes a las del nazismo, el colonialismo y la segregación racial. Para los antisemitas, los judíos del mundo son cómplices de lo que en sus mentes ven como los crímenes de Israel y en consecuencia responsabilizan moralmente a la judería mundial de las acciones de los israelíes. Ello queda reflejado en la superposición de simbología religiosa hebrea con simbología política nazi en las calles de la Argentina en tiempos de conflicto palestino-israelí.

De hecho, puede verse un continuo histórico en el sendero del odio antijudío, una metamorfosis de añejas difamaciones antisemitas hoy recicladas en novedosas manifestaciones antisraelíes. El libelo de sangre del Medioevo según el cuál los judíos asesinaban a niños cristianos para rituales propios de su fe tiene su equivalente moderno en la acusación de que los israelíes matan a niños palestinos. La acusación de que los judíos provocaban la muerte a los cristianos mediante la propagación de la peste negra afectando a todo un continente, tiene su equivalente actual en la acusación de que los israelíes cometen un genocidio contra los palestinos y en que son la causa de la inestabilidad en el Medio Oriente. Las descabelladas denuncias contenidas en Los Protocolos de los Sabios de Sión acerca del dominio hebreo universal renacen en las fantasías del control judío de la política exterior estadounidense. Aun cuando estas equivalencias podrán ser imperfectas, la memoria colectiva de un pueblo perseguido puede detectar las similitudes. Como ha observado con tino el académico Alvin Rosenfeld, si antaño se buscaba excluir al judío de la sociedad, hoy se aspira a marginar al estado judío de la comunidad internacional.

El antisemitismo es un fenómeno camaleónico. Se adapta al entorno con notable precisión. Sabe hablarle a sus contemporáneos en el lenguaje de su época. Lo que hoy nos parece estrafalario en tiempos pasados fue dado por cierto. Quizás en el futuro los historiadores puedan apreciar cuan infundadas eran las comparaciones de las conductas de los israelíes con las de los nazis, pero en la actualidad éstas son tomadas como válidas por muchas personas en muchos lugares. En tiempos en los que la religión definía a las relaciones humanas, el pueblo judío fue agredido por sus creencias. En tiempos de teorías raciales, los judíos fueron perseguidos por su sangre. En la era de la autodeterminación nacional, se los ataca por el ejercicio de su soberanía nacional. El antisemitismo fue inicialmente de naturaleza religiosa, luego racial y ahora política. La crítica a Israel se convierte en antisemitismo al cuestionar la legitimidad política y moral de la existencia judía en Israel. Esto puede tomar la forma de la negación tajante al derecho judío a la autodeterminación nacional, como en el caso obvio del antisionismo, o puede manifestarse de manera un poco más sutil por medio de múltiples e insensatas acusaciones contra Israel (estado genocida, apartheid, etc) que apuntan igualmente a su descalificación.

Un elemento central del antisemitismo político contemporáneo que damos en denominar antiisraelismo es la atención selectiva que dedica el antisemita a las acciones de Israel. Si por el mismo delito uno está dispuesto a condenar a un hombre negro y a perdonar a un hombre blanco, entonces uno es un racista. Y si uno está inclinado a condenar a un hombre negro por delitos que ni siquiera ha cometido y a perdonar los delitos graves del hombre blanco, entonces además de ser un racista uno será, digamos diplomáticamente, un racista exagerado. ¿Qué podemos decir ante la reacción indignada de cantidades de personas -presuntamente desconectadas de las vicisitudes del Medio Oriente- a ciertas acciones militares o políticas de Israel cuando estas mismas personas permanecen indiferentes a las acciones asesinas del régimen Assad en Siria? Y no solamente por los más de cien mil muertos sirios sino por los ataques que refugiados palestinos -el objeto habitual de su compasión- en Siria han padecido. ¿Por qué sólo cuando los israelíes están implicados en el sufrimiento palestino dejan oír sus voces? Su indignación moral selectiva expone sus reales intenciones. No es el padecimiento palestino aquello que concita su preocupación, sino su obsesión con los judíos (israelíes) lo que fomenta su reacción.

Estamos acostumbrados a reconocer un acto antisemita cuando una bomba molotov es arrojada contra una sinagoga. Nos resulta más complicado reconocerlo cuando Israel es tachado de estado-nazi o cuando casi todas sus políticas son universalmente cuestionadas o cuando es censurado por acciones que no fomentan una fracción del enojo popular cuando éstas son cometidas por otros, incluso ante situaciones objetivamente más graves y mucho más ofensivas a la conciencia mundial. Debemos superar esa dificultad y reconocer que un acto discriminatorio contra un -o mejor dicho “el”- estado judío no es más que la cristalización a nivel nacional de un viejo prejuicio milenario.

[1] En líneas similares, en respuesta a una columna publicada en Infobae en marzo de 2013 por quién escribe, un tal “Pepe Berenjena” posteó estas palabras: “Los Nazionistas elaborando mentiras cargadas de ODIO la verdad mi amigo que usted debería hacerse cargo de la matanza de los armenios a manos de los Judíos conocidos como los jóvenes turcos..en lugar de eso habla de revueltas árabes y desata sui ira NAZI contra los que son diferentes”.