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Mundo Israelita

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Por Julián Schvindlerman

  

Francisco ante el islamismo – 17/08/16

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El siglo XX obligó a dos Sumos Pontífices de la Iglesia Católica a enfrentar los dos grandes males de la época: el nazismo y el comunismo. El siglo XXI ha arrojado sobre un nuevo Papa un nuevo desafío: el islamismo. Francisco tiene ante sí una bifurcación muy clara -y muy trágica- a propósito de qué senda transitar, tomando como referencia las divergentes conductas pasadas de sus predecesores.

Eugenio Pacelli fue la figura católica central del período de la Segunda Guerra Mundial. En marzo de 1939, a los pocos días de ser consagrado Papa, envió una carta de salutación “Al ilustre Herr Adolf Hitler” en la que anunciaba: “Al comienzo de nuestro pontificado deseamos asegurarle que seguimos comprometidos con el bienestar espiritual del pueblo alemán confiado a su liderazgo…”. Eso fue post-Kirstallnacht y leyes raciales de Núremberg. Una vez comenzada la guerra, Pío XII no denunció abiertamente la invasión alemana a Polonia ni a otras naciones, no condenó públicamente las atrocidades nazis, no pronunció en público la palabra “judíos” o “judaísmo” durante todos los años de la guerra, ni firmó la declaración aliada de 1942 contra el genocidio en curso. Tampoco rompió relaciones diplomáticas con el Reich ni excomulgó a los jerarcas nazis católicos.

Su mensaje más osado ocurrió la Noche Buena de 1942, durante la lectura de un sermón de veintiséis páginas sobre la doctrina social de la iglesia. Para cuando llevaba hablando unos cuarenta y cinco minutos, el Papa declaró: “La humanidad debe este compromiso a cientos de miles de personas que, sin haber cometido ninguna falta y solamente a causa de su nacionalidad o raza, han sido condenados a la muerte o a la extinción progresiva”. A esta débil frase arribó luego de numerosos exhortos, pedidos, ruegos y presiones para que, finalmente, dijera algo. Hubo otros dos pronunciamientos públicos en los que Pío XII aludió a los judíos durante el Holocausto, en junio de 1943 y en junio de 1944. En ninguno de estos tres discursos nombró explícitamente a las víctimas o a sus victimarios. Y en ningún caso condenó los crímenes aberrantes de los nazis.

Karol Wojtyla asumió el Trono de Pedro cuando el comunismo estaba en expansión. Para cuando él fue electo, como recordó Charles Krauthammer, la Unión Soviética invadió Afganistán, Vietnam conquistó Camboya -acentuando la influencia rusa en Indochina-, Nicaragua cayó en manos de los sandinistas -aliados de Moscú en Latinoamérica-, e incluso la diminuta isla de Granada fue tomada por revolucionarios marxistas. Juan Pablo II enfrentó al régimen soviético en su tierra natal. Cuando aterrizó en Polonia en 1979, las campanas de las iglesias del país lo saludaron. Dio 32 sermones en 9 días en los que alentó a la iglesia local y motivó a millones de ciudadanos con el poder de la fe y su humanismo. “No teman” dijo a las multitudes que se congregaron en aquella oportunidad. No fue una coincidencia que Solidaridad (el primer movimiento sindical anticomunista, liderado por Lech Walesa) naciera un año más tarde. “El Papa no estuvo en las trincheras” notó Anne Applebaum del Washington Post, pero “le había mostrado al pueblo como saltar por sobre ellas”. Avivó las llamas de la libertad en Polonia y en Europa Oriental, no con fuerza bruta, sino con fuerza moral. Empleando su carisma personal y convicción espiritual puso en marcha una corriente que -con la indispensable asistencia de Ronald Reagan y Margaret Tatcher- culminaría en el colapso de la Unión Soviética. Nada mal para un sacerdote que había ascendido como arzobispo auxiliar de Cracovia con el apoyo de los comunistas.

Tal como Jane Barnes y Helen Whitney observaron en Frontline: “Tomó su tiempo; requirió el apoyo del Papa de Roma, a veces de manera financiera. Demandó varios viajes más, en 1983 y 1987. Pero la llama se encendió. Ardería y parpadearía antes de quemarse desde un extremo de Polonia al otro. Millones de personas propagaron la revolución, pero esta comenzó con el viaje del Papa en 1979 a su patria”.
Tras el nazismo y el comunismo, emergió el islamismo como la renovada y potente amenaza a las democracias liberales. Esta es la hora de Francisco. ¿Y cómo está actuando? Si tomamos el reciente y espeluznante acontecimiento yihadista en Saint-Étienne-du-Rouvray como vara, mal. Bastante mal, de hecho. A fines de julio, dos islamistas leales al Estado islámico ingresaron a una iglesia de provincia en Francia, hicieron arrodillar al cura octogenario que oficiaba la misa matinal y lo degollaron delante de tres monjas y dos feligreses. Así respondió el Papa: “No debemos temer a decir la verdad, el mundo está en guerra porque ha perdido la paz. Cuando hablo de guerra hablo de guerras por intereses, dinero, recursos, no religión. Todas las religiones quieren paz, son los otros los que quieren guerra”. ¿Puede uno concebir una respuesta más enteramente fuera de foco? ¿Más tercermundistamente ingenua?

Esta reacción se inscribe en la línea de previos pronunciamientos papales desacertados, tales como el del año pasado cuando, entre la masacre en Francia y los atentados en Mali, ofreció Francisco: “Por todas partes hay guerra hoy día, hay odio… Y tanto dinero en los bolsillos de los traficantes de armas. ¡Malditos!”. Luego de que periodistas fueron acribillados en las oficinas de la revista satírica-anticlerical Charlie Hebdo, El Sumo Pontífice condenó la agresión pero acotó: “No se pude provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No se le puede tomar el pelo a la fe. No se puede” y agregó que si alguien dijese “una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo… ¡Es normal!”.

Francisco tiene ante sí dos modelos muy diferentes. A Pío XII, quien dañó la imagen moral de la iglesia, y a Juan Pablo II, quien la iluminó. Uno sucumbió ante el desafío de su época; el otro lo enfrentó y contribuyó a su derrota. Francisco tiene que elegir qué legado querrá dejar en la lucha contemporánea entre libertad y sumisión, entre progreso y Medioevo, entre la luz y la oscuridad. Sus opciones no podrían ser más cristalinas.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco tras los pasos de Juan Pablo II – 05/08/16

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El primer documento escrito sobre Cracovia data del año 965 y fue redactado por el judío español Ibrahim Ibn Jakub. Con la ocupación nazi, en 1939, los judíos del barrio de Kazimierz fueron desplazados al gueto al otro lado del río; el 80% de ellos fue exterminado durante la guerra. Cracovia sobrevivió intacta: los ocupantes se preocuparon por preservar su asombrosa arquitectura medieval. Fue lugar de coronación y sepultura de reyes. Es la ciudad en la que Copérnico estudió. En 2013 la Unesco la declaró Ciudad de la Literatura por la riqueza de sus letras y festivales; fue el hogar de los premios Nobel Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska. A la vez, Cracovia exuda catolicismo en cada rincón y es tal la cantidad de iglesias, que durante siglos se la llamó «la pequeña Roma”.

Fue aquí, en esta pequeña Roma, donde Wojtyla pasó 40 años y donde nació su vocación. Hay marcas turísticas de su estadía. El 10 de ulica Tyniecka, donde vivió con su padre; la cantera Zakróweck, en la que trabajó como obrero; la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, donde ofició su primera misa, y el Palacio Arzobispal de ulica Fransciszkanska 3, donde recibió las órdenes sagradas y vivió como obispo y cardenal. Llegó a Cracovia con 18 años en 1938 y residió allí hasta octubre de 1978, momento en que partió al Vaticano para asumir el Trono de Pedro. En toda Polonia, ya para inicios del nuevo milenio, Wojtyla había sido declarado ciudadano de honor en 25 ciudades y aldeas, poseía cerca de 40 estatuas públicas dedicadas, y no menos de 75 escuelas y 29 calles llevaban su nombre.

A esta bonita ciudad medieval arribó el Papa Francisco para liderar la Jornada Mundial de la Juventud y visitar el campo de exterminio Auschwitz, en la localidad vecina de Oswiecim. También para rendir tributo a Maximilian Kolbe, un sacerdote franciscano muerto en Auschwitz en 1941, cuya beatificación promovió en 1971 el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla.

Su muerte había sido un gesto de valentía. Por aquél entonces Kolbe tenía 47 años y ofreció su vida para salvar la de un prisionero padre de familia seis años menor. Alguien había logrado huir del campo de exterminio y los nazis decidieron escarmentar a diez prisioneros condenándolos a morir de hambre en un búnker subterráneo.

Cuando Franciszek Gajowinczek, un sargento polaco, pidió clemencia, Kolbe tomó voluntariamente su lugar.

Por iniciativa de Wojtyla, Pablo VI beatificó al sacerdote polaco oportunamente. En el acto de beatificación, Pablo VI definió al sacerdote franciscano como «quizás la más brillante y rutilante figura en emerger de la oscuridad y degradación de la época nazi (…) Por cuanto ¿No es el sacerdote otro Cristo? (…) Cuánta gloria es para nosotros los sacerdotes y qué lección hallar en el bendito Maximilian semejante ejemplo espléndido para nuestra misión”. Wojtyla, ya como Sumo Pontífice, en 1982 lo proclamó un santo de la Iglesia Católica Romana.

La comunidad judía no vio el gesto con agrado dado el pasado antisemita del sacerdote polaco. Él había dirigido una revista religiosa en la que había manifestado su desprecio por la supuesta presencia excesiva de los judíos en la economía de su país, y regularmente hablaba en contra de los comunistas y los masones, a quienes asociaba con los judíos. La Iglesia defendió su decisión alegando que esos prejuicios eran comunes en la época.

Gajowinczek asistió a la ceremonia de canonización en la plaza de San Pedro.

Así, como es habitual en la tradición vaticana, Francisco continuará el legado de sus predecesores. La Jornada Mundial de la Juventud potenciará la filiación de la feligresía católica universal, la visita a Auschwitz será vista tanto una condena implícita al negacionismo como una reafirmación de las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío, en tanto que la recordación del sacrificio del sacerdote Kolbe oficiará de revalidación de la voluntad pontificia pasada en torno a aquél hombre.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco tras los pasos de Juan Pablo II – 31/07/16

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Diario Las Américas – 31/7/16

El primer documento escrito sobre Cracovia data del año 965 y fue redactado por el judío español Ibrahim Ibn Jakub. Con la ocupación nazi en 1939, los judíos del barrio de Kazimierz fueron desplazados al gueto al otro lado del río; el 80% de ellos fue exterminado durante la guerra. Cracovia sobrevivió intacta: los ocupantes se preocuparon por preservar su asombrosa arquitectura medieval. Fue lugar de coronación y sepultura de reyes. Es la ciudad en la Copérnico estudió. En 2013 la UNESCO la declaró Ciudad de la Literatura por la riqueza de sus letras y festivales; fue el hogar de los premios Nobel Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska. A la vez, Cracovia exuda catolicismo en cada rincón y es tal la cantidad de iglesias que durante siglos se la llamó “la pequeña Roma”.

Fue aquí, en esta pequeña Roma, donde Wojtyla pasó 40 años y donde nació su vocación. Hay marcas turísticas de su estadía. El 10 de ulica Tyniecka, donde vivió con su padre; la cantera Zakróweck, en la que trabajó como obrero; la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, donde ofició su primera misa, y el Palacio Arzobispal de ulica Fransciszkanska 3, donde recibió las ordenes sagradas y vivió como obispo y cardenal. Llegó a Cracovia con 18 años en 1938 y residió allí hasta octubre de 1978, momento en que partió al Vaticano para asumir el Trono de Pedro. En toda Polonia, ya para inicios del nuevo milenio, Wojtyla había sido declarado ciudadano de honor en 25 ciudades y aldeas, poseía cerca de 40 estatuas públicas dedicadas, y no menos de 75 escuelas y 29 calles llevaban su nombre.

A esta bonita ciudad medieval arribó el Papa Francisco para liderar la Jornada Mundial de la Juventud y visitar el campo de exterminio Auschwitz, en la localidad vecina de Oswiecim. También para rendir tributo a Maximilian Kolbe, un sacerdote franciscano muerto en Auschwitz en 1941, cuya beatificación promovió en 1971 el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla.

Su muerte había sido un gesto de valentía. Por aquél entonces Kolbe tenía 47 años y ofreció su vida para salvar la de un prisionero padre de familia seis años menor. Alguien había logrado huir del campo de exterminio y los nazis decidieron escarmentar a diez prisioneros condenándolos a morir de hambre en un búnker subterráneo. Cuando Franciszek Gajowinczek, un sargento polaco, pidió clemencia, Kolbe tomó voluntariamente su lugar. Por iniciativa de Wojtyla, Pablo VI beatificó al sacerdote polaco oportunamente. En el acto de beatificación, Pablo VI definió al sacerdote franciscano como “quizás la más brillante y rutilante figura en emerger de la oscuridad y degradación de la época nazi…Por cuanto ¿No es el sacerdote otro Cristo?…Cuanta gloria es para nosotros los sacerdotes, y que lección, hallar en el bendito Maximilian semejante ejemplo espléndido para nuestra misión”. Wojtyla, ya como Sumo Pontífice, en 1982 lo proclamó un santo de la Iglesia Católica Romana.

La comunidad judía no vio el gesto con agrado dado el pasado antisemita del sacerdote polaco. Él había dirigido una revista religiosa en la que había manifestado su desprecio por la supuesta presencia excesiva de los judíos en la economía de su país, y regularmente hablaba en contra de los comunistas y los masones, a quienes asociaba con los judíos. La Iglesia defendió su decisión alegando que esos prejuicios eran comunes en la época. Gajowinczek asistió a la ceremonia de canonización en la plaza de San Pedro.

Así, como es habitual en la tradición vaticana, Francisco continuará el legado de sus predecesores. La Jornada Mundial de la Juventud potenciará la filiación de la feligresía católica universal, la visita a Auschwitz será vista tanto una condena implícita al negacionismo como una reafirmación de las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío, en tanto que la recordación del sacrificio del sacerdote Kolbe oficiará de revalidación de la voluntad pontificia pasada en torno a aquél hombre.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Entrevista con Vis-a-Vis – 28/07/16

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Tema: Visita del Papa a Polonia

–¿Cómo se está viviendo en las calles de Cracovia la llegada del Papa Francisco?

Con mucho entusiasmo e intensidad. La ciudad es pequeña y está colmada de feligreses que han venido del mundo entero para la ocasión. Polonia ha legado un Papa propio y es una nación muy católica que es ahora anfitriona de un nuevo Pontífice; el catolicismo impregna el ambiente. También han venido delegados de comunidades judías y cantidades de periodistas. Se percibe la excitación del momento.

–En términos de seguridad y teniendo en cuenta los atentados recientes en Alemania y Francia ¿Cómo se está preparando Polonia? ¿Cuál es la sensación que percibís en la calle?

El gobierno está alerta ante un evento multitudinario que trae al líder de la Iglesia Católica Universal al país. Apenas unos pocos días atrás fue detenido en Polonia un iraquí con explosivos en su poder, en tanto que Francia y Alemania han padecido ataques terroristas islamistas estas últimas semanas. La última reacción de Francisco ante estos hechos fue llamativa y sugiere que el Sumo Pontífice no está leyendo con precisión la actualidad internacional. Por ejemplo, esta semana unos yihadistas tomaron una iglesia en un pueblo francés y degollaron al cura durante la misa, en el altar mismo tras haberlo forzado a arrodillarse. Ese acto salvaje conmovió a toda la sociedad francesa y también a la comunidad católica local. Sin embargo, Francisco respondió a la agresión islamista anti-católica exclamando que no hay una guerra de religiones y explicándola en clave materialista; que los terroristas hacen estas cosas por dinero o territorio. Creo que el Papa deberá repensar su posicionamiento ante el islamismo.

–Teniendo en cuenta el mensaje que brindaron los antecesores al Papa Francisco en el campo de concentración de Auschwitz ¿Avizoras un cambio de mensaje de la Iglesia con relación al Holocausto?

La sala de prensa vaticana anunció que Francisco no dará un discurso durante su visita a Auschwitz. Previos pontífices, durante sus visitas allí, por momentos dijeron cosas que parecían responder a preocupaciones derivadas de su identidad nacional -polaca en el caso de Juan Pablo II y alemana en el caso de Benedicto XVI- más que a consideraciones de interés de la Santa Sede. Francisco es argentino de manera que su nacionalidad no debería ser un factor esta vez. Estimo que el propósito de su acercamiento al campo de exterminio es remarcar una senda ya trazada por el Vaticano, que es obviamente de repudio al genocidio nazi. La inexistencia de un discurso hará las cosas más fáciles -políticamente hablando- para la Santa Sede y para las audiencias globales, al poner énfasis en la dimensión simbólica de la visita papal y evitar afirmaciones que podrían ser controversiales, como por caso, mencionar a Pío XII o algún otro asunto controvertido.

La Prensa (Nicaragua)

La Prensa (Nicaragua)

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco en Auschwitz – 28/07/2016

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En el marco de la Jornada Mundial para la Juventud que comienza esta semana en Polonia, el papa Francisco hará una visita al campo de exterminio de Auschwitz, donde, según su vocero Federico Lombardi, “no pronunciará palabra alguna. Será una visita en silencio, de dolor, compasión y lágrimas”. Esa es una decisión papal prudente considerando las polémicas que causaron las visitas precedentes.

Juan Pablo II fue el primer pontífice en ir a aquel campo de exterminio alemán en suelo polaco. Fue en 1979 y durante su discurso no mencionó por nombre a los judíos allí exterminados, pero sí a los polacos, y se refirió a Auschwitz no por su denominación alemana por la cual se le conoce, sino por su nombre polaco: Oswiecim. Allí afirmó que “hubo seis millones de polacos que perdieron sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial: la quinta parte de la nación”.

La cifra de seis millones pronunciada en el contexto del genocidio nazi suele remitir a la población judía aniquilada; al omitir la mención explícita de los judíos en sus palabras y al enfatizar el sufrimiento de los polacos, Juan Pablo II probablemente haya buscado recordar al mundo el padecimiento polaco de la época. Lo que podía entenderse a la luz de que él mismo era polaco y atravesó por esos años oscuros.

¿Pero era necesario hacerlo de ese modo? La comunidad judía internacional creyó que no, y le recordó al pontífice que si bien era cierto que seis millones de polacos fueron asesinados entre 1939 y 1945, tres millones y medio de esos polacos eran judíos. “Nosotros los judíos no sostenemos que hemos sido los únicos en sufrir”, intercedió Elie Wiesel oportunamente “Tal como yo he repetido usualmente: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”. Así, una visita histórica y de extraordinaria importancia para el vínculo judeo-católico quedó empañada por un discurso papal controvertido.

En 2006 le llegó el turno a Benedicto XVI de ir a Auschwitz. Si su antecesor quiso exponer la victimización de los polacos durante la guerra, el papa alemán pareció querer minimizar el rol de los alemanes como verdugos durante la misma.

En su discurso eludió caracterizar al Holocausto explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Una vez más, el pueblo judío debió lamentar que una acción católica positiva quedara envuelta en la polémica.

De manera que la determinación de Francisco de permanecer en silencio en Auschwitz ayudará a minimizar tensiones. A diferencia del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, el argentino Bergoglio no carga sobre sus hombros con un pasado complejo que involucre a sus compatriotas en ese campo de exterminio, aun cuando su peronismo pueda recordar a la política profascista de Juan Domingo Perón. Sus maletas son más livianas, históricamente hablando. Francisco se encontrará con sobrevivientes y con justos entre las naciones. Es decir, con gentiles que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos. Ese gesto tendrá una poderosa elocuencia que no requerirá palabras: simpatizará con las víctimas y honrará a los salvadores. Su sola presencia en ese espacio de muerte proyectará todo el simbolismo necesario. Al fin de cuentas, filosóficamente hablando, ¿qué puede decirse en Auschwitz?

Conferencias destacadas

Julián Schvindlerman enviado especial de Radio Jai a cubrir la visita del Papa Francisco a Polonia – 07/16

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Artículo en Comunidades:
Silencio en Auschwitz-Birkenau – 21/09/16

Dos diarios Latinoamericanos reproducen el artículo «Francisco ante el Islamismo»:
ABC – Paraguay – 29/08/16
La Prensa – Panamá – 28/08/16

Entrevista en Radio Jai:
Terrorismo Islámico, el Papa debe decidir – 18/08/16

Entrevista con radio Conexión Abierta:
Tema: El viaje papal a Auschwitz + terrorismo y prensa + varios – 18/08/16
Programa: Sin miedo, con Fanny
Conduce: Fanny Mandelbaum

Artículo en Mundo Israelita:
Francisco ante el islamismo – 17/08/16

Informe sobre viaje a Polonia para radio La Estacion – 820 AM:
Emisora dependiente del Obispado de Lomas de Zamora
Programa: Hablando de Padres e hijos
Conduce: Padre Jorge Beigbeder

Artículo en diario Las Américas:
Francisco tras los pasos de Juan Pablo II – 31/07/16

Entrevista en radio Jai:
Tema: Visita del Papa a Polonia (29/07/16)

Entrevista en Vis-a-Vis:
Visita del Papa a Polonia – 28/07/16

Tres diarios Latinoamericanos reproducen el artículo «Francisco en Auschwitz»:
ABC (Paraguay) – 27/07/16
La Prensa (Panamá) – 27/07/16
La Prensa (Nicaragua) – 28/07/16

Artículo publicado en Infobae:
Francisco en Auschwitz – 25/07/16

Entrevista con radio La Estación – 820 AM
Tema: Francisco en Polonia + actualidad del Medio Oriente – Audio no disponible

Entrevista con radio Universidad Nacional de Córdoba – 580 AM:
Tema: Francisco en Polonia + atentados en Europa – Audio no disponible


La Prensa (Panamá)

La Prensa (Panamá)

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco en Auschwitz – 27/07/16

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En el marco de la Jornada Mundial para la Juventud que comienza esta semana en Polonia, el papa Francisco hará una visita al campo de exterminio de Auschwitz, donde, según su vocero Federico Lombardi, “no pronunciará palabra alguna. Será una visita en silencio, de dolor, compasión y lágrimas”. Esa es una decisión papal prudente considerando las polémicas que causaron las visitas precedentes.

Juan Pablo II fue el primer pontífice en ir a aquel campo de exterminio alemán en suelo polaco. Fue en 1979 y durante su discurso no mencionó por nombre a los judíos allí exterminados, pero sí a los polacos, y se refirió a Auschwitz no por su denominación alemana por la cual se le conoce, sino por su nombre polaco: Oswiecim. Allí afirmó que “hubo seis millones de polacos que perdieron sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial: la quinta parte de la nación”.

La cifra de seis millones pronunciada en el contexto del genocidio nazi suele remitir a la población judía aniquilada; al omitir la mención explícita de los judíos en sus palabras y al enfatizar el sufrimiento de los polacos, Juan Pablo II probablemente haya buscado recordar al mundo el padecimiento polaco de la época. Lo que podía entenderse a la luz de que él mismo era polaco y atravesó por esos años oscuros.

¿Pero era necesario hacerlo de ese modo? La comunidad judía internacional creyó que no, y le recordó al pontífice que si bien era cierto que seis millones de polacos fueron asesinados entre 1939 y 1945, tres millones y medio de esos polacos eran judíos. “Nosotros los judíos no sostenemos que hemos sido los únicos en sufrir”, intercedió Elie Wiesel oportunamente “Tal como yo he repetido usualmente: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”. Así, una visita histórica y de extraordinaria importancia para el vínculo judeo-católico quedó empañada por un discurso papal controvertido.

En 2006 le llegó el turno a Benedicto XVI de ir a Auschwitz. Si su antecesor quiso exponer la victimización de los polacos durante la guerra, el papa alemán pareció querer minimizar el rol de los alemanes como verdugos durante la misma.

En su discurso eludió caracterizar al Holocausto explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Una vez más, el pueblo judío debió lamentar que una acción católica positiva quedara envuelta en la polémica.

De manera que la determinación de Francisco de permanecer en silencio en Auschwitz ayudará a minimizar tensiones. A diferencia del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, el argentino Bergoglio no carga sobre sus hombros con un pasado complejo que involucre a sus compatriotas en ese campo de exterminio, aun cuando su peronismo pueda recordar a la política profascista de Juan Domingo Perón. Sus maletas son más livianas, históricamente hablando. Francisco se encontrará con sobrevivientes y con justos entre las naciones. Es decir, con gentiles que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos. Ese gesto tendrá una poderosa elocuencia que no requerirá palabras: simpatizará con las víctimas y honrará a los salvadores. Su sola presencia en ese espacio de muerte proyectará todo el simbolismo necesario. Al fin de cuentas, filosóficamente hablando, ¿qué puede decirse en Auschwitz?

ABC Color (Paraguay)

ABC Color (Paraguay)

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco en Auschwitz – 27/07/16

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En el marco de la Jornada Mundial para la Juventud que comienza esta semana en Polonia, el papa Francisco hará una visita al campo de exterminio de Auschwitz, donde, según su vocero Federico Lombardi, “no pronunciará palabra alguna. Será una visita en silencio, de dolor, compasión y lágrimas”. Esa es una decisión papal prudente considerando las polémicas que causaron las visitas precedentes.

Juan Pablo II fue el primer pontífice en ir a aquel campo de exterminio alemán en suelo polaco. Fue en 1979 y durante su discurso no mencionó por nombre a los judíos allí exterminados, pero sí a los polacos, y se refirió a Auschwitz no por su denominación alemana por la cual se le conoce, sino por su nombre polaco: Oswiecim. Allí afirmó que “hubo seis millones de polacos que perdieron sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial: la quinta parte de la nación”.

La cifra de seis millones pronunciada en el contexto del genocidio nazi suele remitir a la población judía aniquilada; al omitir la mención explícita de los judíos en sus palabras y al enfatizar el sufrimiento de los polacos, Juan Pablo II probablemente haya buscado recordar al mundo el padecimiento polaco de la época. Lo que podía entenderse a la luz de que él mismo era polaco y atravesó por esos años oscuros.

¿Pero era necesario hacerlo de ese modo? La comunidad judía internacional creyó que no, y le recordó al pontífice que si bien era cierto que seis millones de polacos fueron asesinados entre 1939 y 1945, tres millones y medio de esos polacos eran judíos. “Nosotros los judíos no sostenemos que hemos sido los únicos en sufrir”, intercedió Elie Wiesel oportunamente “Tal como yo he repetido usualmente: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”. Así, una visita histórica y de extraordinaria importancia para el vínculo judeo-católico quedó empañada por un discurso papal controvertido.

En 2006 le llegó el turno a Benedicto XVI de ir a Auschwitz. Si su antecesor quiso exponer la victimización de los polacos durante la guerra, el papa alemán pareció querer minimizar el rol de los alemanes como verdugos durante la misma.

En su discurso eludió caracterizar al Holocausto explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Una vez más, el pueblo judío debió lamentar que una acción católica positiva quedara envuelta en la polémica.

De manera que la determinación de Francisco de permanecer en silencio en Auschwitz ayudará a minimizar tensiones. A diferencia del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, el argentino Bergoglio no carga sobre sus hombros con un pasado complejo que involucre a sus compatriotas en ese campo de exterminio, aun cuando su peronismo pueda recordar a la política profascista de Juan Domingo Perón. Sus maletas son más livianas, históricamente hablando. Francisco se encontrará con sobrevivientes y con justos entre las naciones. Es decir, con gentiles que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos. Ese gesto tendrá una poderosa elocuencia que no requerirá palabras: simpatizará con las víctimas y honrará a los salvadores. Su sola presencia en ese espacio de muerte proyectará todo el simbolismo necesario. Al fin de cuentas, filosóficamente hablando, ¿qué puede decirse en Auschwitz?

Infobae, Infobae - 2016

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

Francisco en Auschwitz – 25/07/16

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En el marco de la Jornada Mundial para la Juventud que comienza esta semana en Polonia, el Papa Francisco hará una visita al campo de exterminio de Auschwitz, donde, según su vocero Federico Lombardi, “no pronunciará palabra alguna. Será una visita en silencio, de dolor, compasión y lágrimas”. Esa es una decisión papal prudente considerando las polémicas que causaron las visitas precedentes.

Juan Pablo II fue el primer pontífice en ir a aquél campo de exterminio alemán en suelo polaco. Fue en 1979 y durante su discurso el Papa no mencionó por nombre a los judíos allí exterminados pero sí a los polacos, y se refirió a Auschwitz no por su denominación alemana por la que se lo conoce, sino por su nombre polaco, Oswiecim. Allí afirmó que “hubo seis millones de polacos que perdieron sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial: la quinta parte de la nación”. La cifra de seis millones pronunciada en el contexto del genocidio nazi suele remitir a la población judía aniquilada; al omitir la mención explícita de los judíos en sus palabras y al enfatizar el sufrimiento de los polacos, Juan Pablo II probablemente haya buscado recordar al mundo el padecimiento polaco de la época. Lo cual podía entenderse a la luz de que él mismo era polaco y atravesó esos años oscuros. ¿Pero era necesario hacerlo de ese modo? La comunidad judía internacional creyó que no, y le recordó al pon tífice que si bien era cierto que seis millones de polacos fueron asesinados entre 1939 y 1945, tres millones y medio de esos polacos eran judíos. “Nosotros los judíos no sostenemos que hemos sido los únicos en sufrir”, intercedió Elie Wiesel oportunamente, “Tal como yo he repetido usualmente: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”. Así, una visita histórica y de extraordinaria importancia para el vínculo judeo-católico quedó empañada por un discurso papal controvertido.

En 2006 le llegó el turno a Benedicto XVI de ir a Auschwitz. Si su antecesor quiso exponer la victimización de los polacos durante la guerra, el Papa alemán pareció querer minimizar el rol de los alemanes como verdugos durante la misma. En su discurso eludió caracterizar al Holocausto explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Una vez más, el pueblo judío debió lamentar que una acción católica positiva quedara envuelta en la polémica.

De manera que la determinación de Francisco de permanecer en silencio en Auschwitz ayudará a minimizar tensiones. A diferencia del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, el argentino Bergoglio no carga sobre sus hombros con un pasado complejo que involucre a sus compatriotas en ese campo de exterminio, aun cuando su peronismo pueda recordar a la política pro-fascista de Juan Domingo Perón. Sus maletas son más livianas, históricamente hablando. Francisco se encontrará con sobrevivientes y con justos entre las naciones, es decir, con gentiles que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos. Ese gesto tendrá una poderosa elocuencia que no requerirá palabras: simpatizará con las víctimas y honrará a los salvadores. Su sola presencia en ese espacio de muerte proyectará todo el simbolismo necesario. Al fin de cuentas, filosóficamente hablando, ¿qué puede decirse en Auschwitz?

Periodista y escritor. Autor de “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” (Debate). Enviado especial de Radio Jai a cubrir la visita papal a Polonia.

Mundo Israelita

Mundo Israelita

Por Julián Schvindlerman

  

Exodus 1947 – 22/07/16

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En 1928, la naviera Pusey and Jones construyó un buque para The Baltimore Steam Packet Company. El presidente de esta empresa era Solomon Davies Warfield y en su honor el barco fue nombrado SS President Warfield. El magnate tenía una sobrina, Bessie Wallis Warfield, más conocida como Wallis Simpson, quien sería duquesa de Windsor. Bessie fue amante y luego esposa de Eduardo VIII de Inglaterra, quien abdicó al trono por ella, aunque se especuló que sus simpatías filonazis también gravitaron en ese desenlace.

El barco navegó entre la Bahía de Chesapeake Baltimore (Maryland) y Norfolk (Virginia) durante más de una década hasta que fue transferido a los británicos en virtud de un acuerdo de préstamo y arriendo como parte de un grupo de barcos de poco calado. Más adelante, el SS President Warfield participaría en la invasión de Normandía, en junio de 1944. Después de la Segunda Guerra Mundial volvió a aguas estadounidenses. Luego ocurrió un acontecimiento que lo destinaría a las páginas de la historia: fue vendido como chatarra por 8.000 dólares a la Haganá -la organización militar clandestina hebrea- con el fin de transportar judíos europeos que buscaban emigrar ilegalmente a Palestina. Para cuando los judíos lo adquirieron esas incómodas SS del nombre ya habían sido removidas. Lo rebautizaron Exodus 1947.
En julio de 1947, el Exodus zarpó de un puerto cercano a Marsella con destino a Palestina, con más de 4.500 pasajeros a bordo, entre ellos 600 niños. Barcos ingleses lo siguieron durante semanas, hasta que se aproximó a las costas palestinas, donde fue abordado. El pasaje opuso resistencia y se produjo el triste espectáculo de marinos ingleses forcejeando con sobrevivientes del Holocausto por el control del navío. Tres judíos resultaron muertos y varios, heridos. La Haganá transmitió en vivo por radio el episodio a la prensa internacional. En el calor del momento, una desafiante Golda Meir declaró: “Al Reino Unido le decimos: es una gran ilusión creernos débiles. Que Gran Bretaña con su poderosa flota y sus muchas armas y aviones sepa que este pueblo no es débil, y que su fuerza se mantendrá en pie”.

La novela de Leon Uris de 1958 y la película homónima de Otto Preminger de 1960 hicieron concluir la epopeya del Exodus en un triunfante desembarco en las costas de Palestina. En la vida real, la Marina Real británica prevaleció en su voluntad de impedir que la multitud de refugiados, desplazados y sobrevivientes judíos lograran poner pie en el aun por nacer estado judío. Al menos momentáneamente.
Impasibles a las protestas de la opinión pública, marineros británicos remolcaron el barco al puerto de Haifa donde reubicaron a los pasajeros en tres buques que fueron enviados de regreso a Europa. La primera parada de los barcos fue en Toulon, Francia, donde se les ordenó a los judíos desembarcar, quienes rehusaron obedecer la orden. Las autoridades francesas se negaron a retirar por la fuerza a los desdichados y los británicos optaron por esperar hasta que los pasajeros abandonasen el navío por su propia voluntad. Pero estos respondieron más tercamente aun, al declarar una huelga de hambre que duró más de tres semanas. La indignación global puso presión sobre Londres, que decidió enviar a todo el pasaje a Hamburgo, en la zona de Alemania ocupada por los británicos. Una vez allí fueron asignados a campamentos de internación en Lubeck. Un periódico estadounidense publicó el siguiente titular: “De regreso al Reich”.

Desacreditada ante la opinión pública y agotada del embrollo emigratorio de posguerra, presionada por los nacionalistas árabes y judíos atrincherados en sus posturas, ya en el umbral del desmoronamiento del Mandato, finalmente Londres abandonó sus responsabilidades en Palestina y el estado de Israel pudo ser declarado al año siguiente.

En este mes de julio, 69 años después de estos acontecimientos dramáticos, bien vale la pena recordar a este barco desgastado que tuvo en sus inicios unas SS en su nombre, un dueño cuya sobrina desposó a un bonvivant pro-nazi que debía convertirse en Rey de Inglaterra, y cuya saga conmovió a buena parte del mundo y asistió a cristalizar el nacimiento del estado de Israel.