La Carta Escondida - Reseñas

Magali Milmaniene – 28/08/18

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Por Magali Milmaniene
Dra. en Psicología y Lic. en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires

La carta escondida es una novela coral, en la que Julián Schvindlerman despliega con gran virtuosismo y sensibilidad poética, algunos temas que forman parte y  atraviesan sus rigurosas investigaciones, plasmadas en sus últimos libros  teóricos: Roma y Jerusalén (2010), Triángulo de infamia (2014), Tierras por paz, tierras por Guerra (2002).

Se trata de una novela polifónica, puesto que a través de una pluralidad de voces y de registros narrativos, expresa el derrotero del pueblo judío, signado   por conflictos identitarios, por sinuosos caminos espirituales, e intrincados recorridos (exilios, diásporas, retornos y persecuciones).

La obra de Julián Schvindlerman se filia en el canon de las sagas históricas clásicas del género literario tales como Éxodo de León Uris, Guerra y Paz de Tolstoi, Vida y Destino de Vasili Grossman, así como de la filmografía contemporánea, por ejemplo Sunshine (1999), y El violinista  en el tejado (1971).  

En todas estas producciones ficcionales  se  asiste a una  indagación genealógica  que va tejiendo y destejiendo una trama hilvanada por conflictos amorosos, étnicos, políticos y religiosos entre clanes familiares, sobre el horizonte de  escenarios epocales turbulentos.

Abordé dos  ejes temáticos centrales que se pueden colegir del texto:

a) La cuestión de la identidad y b) el secreto.

a) El problema de la identidad es uno de los ejes nucleares en torno al cual se despliega la trama argumental. Así Fawwaz, uno de los protagonistas, es un ciudadano de origen libanés, que desde un pueblo recóndito, emigra impulsado por los conflictos de la región a Montevideo. Lo hace junto a su hermano, quien después retorna a su país y se une a las filas del fanatismo chiita. Allí, en ese país  sudamericano, ajeno a su universo simbólico-cultural, conoce a Inés quien fuera después su prometida.

Inés proviene de una familia  judía  no-observante, sobreviviente de la Shoah,  que permanece fiel a su identidad y ligada a sus tradiciones. Fawwa e Inés  se enamoran y  al poco tiempo formalizan el vínculo y contraen casamineto.

La unión conyugal adviene luego de la conversión de Fawwas al judaísmo la  aceptación de las condiciones que le impone tácitamente su familia política.  Sin embargo, no todo resulta tan armónico, dado que mientras Fawwas  mantiene una aparente adhesión al judaísmo, en su esfera privada se vuelca a los rituales islámicos.

Así, relata el autor:

Fawwas valoraba las enseñanzas que había aprendido acerca del Judaísmo pero-secretamente- rezaba cinco veces al día en dirección a la meca, leía el Corán semanalmente  y escuchaba  programas de radio árabe. Necesitaba hacer ello para recordarse que él seguía siendo musulmán. Era un acto privado, íntimo, que lo tenía a sí mismo como único destinatario. No pretendía desafiar a nadie con esos gestos, había aceptado convertirse para poder  casarse con su amada judía de modo que no hubiera  sido procedente  incomodar a sus suegros  o a su esposa. Pero se había jurado a si mismo que nunca dejaría de ser lo que realmente  era; un musulmán orgulloso.

Tal como destacan distintas vertientes  teóricas (Cesca, 2016) de la cuestión identitaria, la situación de residir en una geografía particular no deriva mecánicamente en “anclajes simbólicos”. La vida en un nuevo territorio geográfico  -como bien señala Cesca (2016)- no genera necesariamente una renovada identidad, pero siempre nos  confronta incesantemente  sobre nuestras raíces y orígenes étnicos.

En la misma dirección, Gerard Hassoun en Los contrabandistas de la memoria (1996),  analiza  los distintos modos  tramitar nuestra filiación identitaria:

“aunque seamos rebeldes  o escépticos  frente a lo que nos ha sido legado y en lo que estamos inscriptos, que adhiramos o no a esos valores, no excluye que nuestra vida sea más o menos deudora de eso” (Hassoun, G., (1996) en Cesca, 2016, p.36).

Entonces trasladarse y migrar desde distintos lugares del mundo hacia nuevas geografías supone, en resumidas cuentas, que la persona rearme su vida, repiense sus tradiciones y reconstruya su identidad. Sin embargo, este proceso migratorio no sucede de un modo armónico. Usualmente, las tensiones y los conflictos entre lo nuevo y lo ancestral, habitan al sujeto, hasta el punto de producir un desgarramiento  subjetivo, tanto cuanto más ambas identidades son  antagónicas, en el caso de Fawwas entre sus filiación musulmana y su conversión al judaísmo. 

Así, Fawwas intenta encontrar cierta normalidad, que compatibilice los aspectos escindidos de su identidad, dado que si bien se adhiere a la  pertenencia étnica de su esposa, en secreto se mantiene fiel a sus tradiciones.

El protagonista intenta resolver dicha dualidad a través del ocultamiento de la misma. Pero el secreto y lo no dicho inciden emocionalmente de modo traumático en su hija Leila, dado que ella percibe un enigma referido a sus orígenes que la inquieta y la conduce  a intentar su resolución. Es decir, trata  de entender y dilucidar los conflictos identitarios no resueltos de sus padres, a los  que  luego ella busca afanosamente resolver o al menos integrar.

Este malestar interior no explicitado de Fawwas, se expresa sintomáticamente  en   los diversos caminos religiosos y políticos que emprende cada  uno de sus hijos. Uno de sus hijos Eduardo, casado con una mujer no-judía Fabiana, se convierte en un acérrimo crítico de la política Israelí. Por otro lado, en Leila la tensión interna ligada al malestar identitario, se infiltraba en el ámbito profesional y en  sus relaciones laborales. Así,  su identidad “musulmana” percibida o asignada por su apellido Zuhair, tenía más peso social que su identificación como judía, conflicto que le generaba mucha angustia: “(…) respecto a su hospital se interrogaba: ¿Debía decirles que en realidad era judia?” (Schvindlerman, J. 2018).  

Este “malestar subjetivo” expresa en el plano ficcional  un debate  que cobra vigencia referido a las tensiones entre las identidades asignadas, a partir de las    representaciones que se juegan en el imaginario colectivo imperante, en  discordancia con  la identidad  vivida o auto-percibida.  

En uno de los episodios, Leila atiende, como asistente social, a un paciente palestino llamado Wallid, el cual  devuelve en espejo su propia conflictiva, y que  genera en ella una multiplicidad de reflexiones e interrogantes tendientes a resolver sus conflictos filiatorios.

Leila -nombre que alude, según Schvindlerman al significante “noche” en lengua árabe, noche que separa ambas familias- opera en el conflicto tratando de armonizar y compatibilizar las diferencias étnico-religiosas de sus padres,  y  sus incesantes búsquedas devienen de su plena dialectización. Tal como lo expresa acertadamente el autor: la identidad -cualquiera sea ésta-  no puede ser ocultada o reprimida,   ya que la misma tiende a insistir y a expresarse convocando al sujeto  a su asunción desde lo más profundo de su ser.

En este sentido, la fidelidad a su identidad y a sus tradiciones ancestrales -llámese mandatos, recuerdos,  vivencias-  interpelan al protagonista (Fawwaz) y lo obligan a reencontrarse con sus orígenes negados. Cuando finalmente puede   reapropiarse de  su filiación de un modo genuino y auténtico, y reencontrarse   con su origen musulmán, se pacifica internamente y aventa así, los fantasmas espectrales que  le generaban un permanente desasosiego y angustia existencial. Recodemos que renegar de los orígenes genera una culpa de difícil tramitación simbólica.

Insistimos que sólo desde la plena y auténtica asunción de nuestra  identidad -sin ocultamientos e imposturas- podremos ir al encuentro del prójimo, en términos de hospitalidad, reconocimiento y diálogo intersubjetivo. Desde esta concepción filosófica es que el autor despliega su relato y se instala así, en un posicionamiento teórico a contrapelo de la exaltación posmoderna e hipermoderna de visiones románticas e idílicas ligadas a las posibles fusiones, mixturas e  hibridaciones  de identidades, de carácter  armónicas, que excluyen todo tipo de conflictividad, las que finalmente derivan en complejos conflictos familiares y subjetivos de difícil tramitación. En este caso, se trata de dos identidades ligadas a ancestrales conflictos étnicos, religiosos y políticos, que dificultan la armonización, quizás posible en otras condiciones menos conflictivas y antagónicas.

b) El secreto:

Simmel decía: “El secreto contiene una tensión,  que se resuelve en el momento de la revelación”. (Simmel: 1986, p.381 citado por  Rodriguez Pérsico, A, 2006.)

Toda saga genealógica, tal como nos señala el autor, encierra un secreto, que produce efectos y que insiste en ser revelado, a través de las generaciones.

Todo lo no-dicho,  genera efectos en las relaciones familiares. Lo secretos y los ocultamientos siempre se perciben  inconscientemente, y nunca se puede eludir su incidencia, que resiste e insiste en su resolución.

Asi, todo lo que se guarda en secreto se concibe una vía  que permite  sostener  la fantasía de procrastinar o  disipar  el sufrimiento (Alarcón de Soler, 2007)  que este escenario de identidades duales  le provocaría a todo el grupo en caso de ser develada.

En nombre de esa operación subjetiva, Fawwaz debe pues compatibilizar la realidad compleja,  dado que debe sostener ciertos ideales familiares -asentados en el mandato ancestral de sostener su familia unida-  a la vez que preservar su identidad de origen.

El secreto se impone pues como un modo preservar esta dualidad de pertenencias y fidelidades, que pervive en él como irreconciliable. El secreto en tanto mecanismo de resolución fallido -asentado en un pacto de silencio- es el que  da origen al drama familiar.

La función del secreto  permite preservar  así al núcleo familiar y evitar el conflicto que supone la pertenencia a dos universos socio-culturales antagónicos, dado que la revelación de la verdad renegada amenaza así con  vulnerar la moralidad compartida de ese grupo conformado por la confluencia de dos tradiciones en conflicto. (Alarcón de Soler, 2007).

El desenlace de la obra,  porta en sí mismo un mensaje ético-emancipatorio para  cada uno de los protagonistas, especialmente para Leila, puesto que  el encuentro con la cultura  musulmana en su viaje geográfico,  cultural y simbólico a Beirut, le permite a ella alcanzar la “plenitud existencial”. Esta deriva a partir de la reconciliación y el reencuentro con aspectos  muy profundos de su identidad y de su historia, con la convicción que dicha revelación  no la obliga a  desconocer ni renegar de  su  filiación en el judaísmo.

Para concluir, se  debe destacar  que, en estos  tiempos  hipermodernos de  orfandad de valores y de retirada de los grandes relatos de la modernidad,  es inusual  encontrar literaturas  que aúnen una rigurosa  matriz conceptual  con una sensibilidad poética y un fuerte compromiso ético como el  que  despliega el autor,  el cual nos permite inteligir y debatir los conflictos identitarios, políticos y culturales de una época en toda su verdad.

En suma, la novela, más allá de sus  logradas  cualidades  literarias, genera un efecto de transmisión, dado que de su lectura se desprenden un contundente mensaje ético y humanista

Bibliografía:

Alarcón de Soler, M. (2007). Secretos familiares y sus marcas en la subjetividad disponible en: http://www.aappg.org/wp-content/uploads/2007-N%C2%BA1.pdf

Cesca, P. (2016). Los alumnos inmigrantes,  Buenos Aires: ed Mandioca.

Hassoun, J. (1996). Los contrabandistas de la memoria,  Buenos Aires: De la Flor.

Rodríguez Pérsico, A. (2006). “El lugar (del) secreto: Leopoldo Lugones y las figuras del escritor”. Cuadernos Lirico, Revista  de la red universitaria  de  estudios  sobre las literaturas rioplatenses contemporáneas en  Francia.  (1- 2006). Disponible en: http://journals.openedition.org/lirico/302; DOI: 10.4000/lirico.302.