Por Julián Schvindlerman
Comunidades – junio 2022
El “sionismo fue la progenie de Herzl” escribió Paul Johnson en su obra voluminosa La historia de los judíos. La aseveración encierra una advertencia, puesto qué si el legado histórico del fundador del sionismo político ha sido legendario, su legado familiar fue trágico.
Herzl se avocó con tal pasión a la causa sionista que su cuerpo terminó enfermo, su matrimonio estropeado y la economía familiar, arruinada. Comenzó su campaña política a favor del establecimiento de un estado judío a los treinta y seis años de edad y ocho años después moría, a los cuarenta y cuatro. Su esposa Julia lo sobrevivió solamente tres años, tenía 37 años al día de su fallecimiento y dejaba atrás una vida de padecimientos mentales y adicciones. Su hija Paulina se hizo adicta a la heroína de joven, tuvo un matrimonio breve que terminó en una separación y murió en 1930 producto de una sobredosis. La vida de su hijo Hans, tratado por Sigmund Freud, terminó en suicidio. No quedaron descendientes de los Herzl puesto que su otra hija, Trude, murió de inanición en un campo de concentración nazi en 1943 y el hijo de ella, Stephan, suicidado en Estados Unidos en 1946.
Incorporé este triste desenlace familiar de los Herzl a mi libro Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío (Debate, 2010) y no profundicé en el tema desde entonces. Unas pocas semanas atrás me topé con una nota en la revista Tablet de Shalom Goldman, profesor de religión en el Middlebury College, que amplía esta información. Todavía encuentro a esta historia conmovedora y sospecho que pocos saben de ella.
Según Goldman detalla, Hans tuvo la vida más traumática. Sus padres decidieron no circuncidarlo al nacer, a contramano del mandato de la tradición judía. Su madre Julia se opuso al procedimiento y su padre Theodor lo consintió. Dos años después de la muerte de sus padres, líderes del movimiento sionista lo presionaron para que se circuncidara, a los 15 años de edad. De adulto y mientras residía en Inglaterra, Hans se convirtió al cristianismo. Primero a la denominación bautista y luego al catolicismo romano. Al cabo abandonó la iglesia y regresó al judaísmo liberal hasta su muerte en 1930, a los 40 años. Se mató de un tiro el día del funeral de su hermana Paulina. Dejó una nota, que es citada por Esor Ben-Sorek en The times of Israel: “Esta noche he dicho kaddish por mis padres y por mí mismo, el último descendiente de mi familia. No hay nadie que diga Kadish por mí, quien salió a buscar la paz, y que puede encontrar la paz pronto…”.
Su otra hermana, Trude, padeció enfermedades mentales y estuvo internada en un psiquiátrico en Austria, del cual fue arrebatada por los nazis para ser deportada al campo de Terezienstadt, donde murió. Su hijo Stephan Norman, nieto y último descendiente de Theodor y Julia Herzl, se quitó la vida al arrojarse desde un puente en Washington, DC, a los veintiocho años de edad, tras saber de la muerte de sus padres con la conclusión de la guerra. Previamente había visitado Palestina y anotó en su diario personal: “He venido a ver lo que mi abuelo había comenzado. Te asombrarás de la juventud judía en Palestina…. No parecen los pálidos jóvenes judíos de los guetos, sino que son muy hermosos y tienen aire de libertad”.
Goldman agrega algunos datos post-mortem a la saga. En 1949 el gobierno israelí trasladó los restos de Theodor Herlz y de sus padres, de Viena y Budapest, respectivamente, a Jerusalem. Julia había sido cremada y las cenizas de Trude se perdieron durante la guerra. Los cuerpos de Paulina y Hans, permanecían enterrados en el cementerio de Burdeos, Francia. En su testamento, Herzl manifestó su deseo de tener a sus hijos cerca suyo, tras sus muertes. El gobierno israelí honró ello en 2007, al cabo de un debate acalorado con la ortodoxia rabínica que se opuso inicialmente a la luz de la conversión de Hans y el suicidio de él y su hermana. Finalmente, los restos de Stephan también fueron llevados a Israel. Y en 2013 se erigió una placa conmemorativa para Julia Herzl.
Hoy Theodor, dos de sus hijos, y su único nieto, descansan en el estado judío que él luchó por crear. Solo Dios sabe si hallaron la paz que los eludió en sus vidas atormentadas.