Comunidades, Comunidades - 2007

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Apolo 13 y el proceso de paz – 24/10/07

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Las mega-cumbres organizadas por los incansables hacedores de la paz para el Medio Oriente suelen estar acompañadas de enorme entusiasmo internacional. La noción de que la paz está a la vuelta de la esquina y de que el encuentro mundial en cuestión será el ámbito adecuado para hallarla, ha sido una constante diplomática desde los Acuerdos de Oslo de 1993, que lanzaron el proceso de paz palestino-israelí, hasta la reunión de Camp David del 2000, que lo sepultó. Sin embargo, la más reciente conferencia en construcción -Annapolis 2007- está rodeada no de excitación optimista, sino de desánimo derrotista. Salvo la Secretaria de Estado norteamericana, Condolezza Rice, los negociadores palestinos e israelíes así como algunos europeos, parecen coincidir en que esta cumbre en cuestión no  tiene altas chances de éxito.

Así, Ahmed Qurei, un oficial de alto rango de Fatah y ex primer ministro de la Autoridad Palestina, ha dicho que si la reunión no da resultados positivos, los palestinos probablemente respondan con actos de violencia: “Si las tratativas fracasan, podemos esperar una intifada mucho peor y más severa”. Análoga impresión reflejó Azzam al-Ahmed, el representante de Mahmoud Abbas en las negociaciones de Fatah con Hamas: “Si no nos preparamos bien para la conferencia de manera que resulte en algo positivo, las repercusiones serán más peligrosas que lo que ha pasado luego del fracaso de Camp David”. Asimismo, el representante especial de la Unión Europea para el Medio Oriente, Marc Otte, coincidió: “El costo del fracaso es aún mayor que el del 2000”. Por su parte, el ministro de seguridad pública y ex jefe del contraespionaje israelí, Avi Dichter, ha dejado trascender su parecer de que las negociaciones no serán exitosas, y Shimon Peres, presidente del estado y legendario negociador, ha advertido que “Si la conferencia tiene éxito, no será un éxito total. Pero si fracasa, será un fracaso completo”. En esta atmósfera, apenas sorprende que una reciente encuesta haya arrojado el dato de que solo el 23% de los israelíes cree que la cumbre de Annapolis triunfará.

Dejando de lado la predilección palestina hacia la violencia -¿por qué lanzarían una intifada si las negociaciones no prosperan? ¿No pueden simplemente continuar negociando civilizadamente?- es evidente que las diferencias políticas entre las partes son tan intensas hoy como lo fueron años atrás. Ellas van desde lo formal (los palestinos desean obtener un documento que detalle soluciones a cada problema tal como Jerusalén, asentamientos, fronteras, etc, mientras que los israelíes tan solo aspiran a alcanzar una declaración final vaga), hasta lo sustancioso (mientras que los palestinos desean implementar el “derecho al retorno” dentro del estado judío, obtener soberanía sobre Jerusalén Este, y una evacuación israelí del 100% de Judea y Samaria, una encuesta reciente del diario Haaretz reveló que el 87% de los israelíes está en contra del retorno de los cerca de 4.5 millones de refugiados palestinos a Israel, que 2/3 de ellos se opone a la división de Jerusalén, y a su vez resulta claro para los israelíes que aún si fuera a haber una concesión territorial en Cisjordania, ésta no representaría una evacuación total).

Los palestinos están mal acostumbrados a reclamar y a no cumplir. Ellos convenientemente olvidan que la primera obligación que les incumbe es frenar el terrorismo anti-israelí, cosa que aún no han hecho, e incluso podemos postular que ni siquiera han comenzado a intentar seriamente hacer. Los alrededor de dos mil cohetes lanzados desde la Franja de Gaza en los últimos dos años (es decir, desde la desconexión israelí), prueban el punto. Ellos convenientemente olvidan que la Hoja de Ruta, el documento-guía ampliamente aceptado por los Estados Unidos, Rusia, la UE y la ONU, y acatado a regañadientes pero acatado al fin por los israelíes y los propios palestinos, estipula un calendario secuencial que obliga primero a los palestinos a detener el terrorismo y luego insta a los israelíes a proceder con las concesiones territoriales. Y también convenientemente olvidan que en el pasado han rechazado parte de lo que ahora exigen y tienen las agallas de amenazar con nuevas oleadas de violencia como si aún no tuvieran que rendir cuentas por todo el sufrimiento innecesario que le han causado a los israelíes, además de a sí mismos.

Dada la realidad del escepticismo reinante referente a lo que esta nueva cumbre pueda lograr, dada la gigantesca brecha entre expectativas palestinas y posibilidades israelíes, dada la casi nula predisposición palestina a flexibilizar sus reclamos tradicionales, y dadas las propias advertencias/amenazas palestinas del renovado recurso al uso de la fuerza, es razonable esperar que la reunión de Annapolis sea postergada, sino directamente cancelada. Tal postergación/cancelación podría incluso ser beneficiosa para las partes, conforme a la observación del analista israelí Herb Keinon. Ehud Olmert, enfrentado ya a su tercera investigación criminal, no está precisamente en la más sólida de las posiciones para negociar mucho. Su debilitamiento interno podría dar lugar a falsas esperanzas palestinas de que él ofrecerá mucho para asegurar un acuerdo que le permita recuperar puntaje político doméstico, lo cuál podría llevar a la desilusión, o bien podría alimentar la sospecha acerca de su incapacidad para implementar cualquier acuerdo al regresar a casa, lo que afianzaría la desconfianza. Abbas, por su parte, podría alegar su preferencia por no participar de un encuentro que no garantizaría la consecución de los derechos palestinos, lo que le permitiría presentarse como un “duro” ante el Hamas. La parte que seguramente perdería mucho capital político en este asunto es la administración republicana que, ante un año electoral, necesita presentar progreso en al menos un área del Medio Oriente. Ello podría explicar el vigor con el que Condoleeza Rice ha estado promoviendo esta cumbre, así como su publicitado optimismo. Interrogada a propósito de las aprehensiones prevalecientes relativas a esta nueva conferencia internacional, ella respondió apelando a una cita de la película Apollo 13: “El fracaso no es una opción”.

Suena lindo. Pero alguien debería recordarle a la secretaria de estado otra frase de esa película, tomada de la vida real cuando los astronautas del Apollo 13 descubrieron que un desperfecto técnico los había dejado varados en el espacio sideral: “Houston, we have a problem”. Ciertamente, los diplomáticos y negociadores de la cumbre de Annapolis tienen un problema. Generalmente, lo más aconsejable al toparse con un problema, es arreglarlo…y no seguir adelante como si éste no existiera.

Originalmente publicado en Libertad Digital