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Varios

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Por Julián Schvindlerman

  

El problema para Israel es la inestabilidad del mundo Árabe – 09/11/12

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Artículo publicado en La Palabra Israelita (Chile)
Entrevista:

El destacado analista internacional se mostró decepcionado del rumbo que ha tomado la Primavera Árabe y por otro lado estimó que para detener a Irán se deberían tomar medidas diplomáticas y económicas más drásticas.

Decepcionado del rumbo que ha tomado la Primavera Árabe se mostró el analista, escritor y conferencista Julián Schvindlerman, quien abordó con La Palabra Israelita diversos temas de actualidad internacional. Nacido en Buenos Aires en 1969, Schvindlerman posee una licenciatura en administración de la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Hebrea de Jerusalem . Es autor de los libros «Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío» (Debate, 2010) y «Tierras por Paz, Tierras por Guerra» (Ensayos del Sud, 2002). Ha dictado conferencias en la Argentina, Aruba, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Curaçao, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela.

“La Primavera Árabe tuvo un comienzo auspicioso que al rato se transformó en un desafío geopolítico para Israel. La caída de Mubarak en Egipto fue especialmente traumática pues los sucesores, los Hermanos Musulmanes, han puesto en duda el Acuerdo de Paz con su vecino y tienen una visión religiosa de las cosas. El ascenso de las fuerzas islamistas (es decir, los musulmanes más radicalizados) al poder en otros países ha creado una constelación amenazante para Jerusalem. Aún si ello no derivó en una agresión manifiesta, el clima regional quedó sustancialmente alterado. Las dictaduras árabes han sido tradicionalmente un problema para Israel, ahora la inestabilidad lo es. Como ha dicho Asher Susser de la Universidad de Tel-Aviv, si décadas atrás la fortaleza de los árabes era un desafío para Israel, hoy el nuevo desafío es su debilidad”, señaló.

– Cambiando de tema, ¿existe alguna solución realista y viable para abordar el tema nuclear de Irán que no sea una intervención militar?

“Sí. La aplicación de sanciones robustas, persistentes y de alto impacto sobre el programa nuclear y el régimen, no solamente sobre la economía del país persa. Deben estar respaldadas por la amenaza creíble del uso de la fuerza y por operaciones de sabotaje continuas. En el plano moral, Ahmadinejad debe dejar de ser recibido como invitado de honor en las naciones del orbe y en foros multilaterales, y ser juzgado por incitación al genocidio. Los funcionarios del gobierno ayatollah deben ser declarados personas no gratas en el mundo libre. Empresas europeas, latinoamericanas, asiáticas y otras deben cesar de comerciar con Irán. China y Rusia, desafortunadamente, juegan un papel negativo. Al cabo de diez años de intentos diplomáticos de detener el progreso atómico de Irán, empero, debemos admitir que el camino exclusivamente pacífico, hasta el momento, no ha dado los resultados esperados. La senda militar, si bien preocupante, a mi entender es menos inquietante que la futura realidad de un régimen teocrático radical en posesión de armas de destrucción masiva”.

-¿Las elecciones anticipadas convocada por Netanyahu podrían cambiar en algo el panorama exterior de Israel. ¿De qué forma y en qué escenarios?

“Fundamentalmente en relación a Irán. En el caso de que Jerusalem decidiera emprender una acción militar, necesitará la mayor estabilidad y unión posibles. Para legitimar la decisión y para lidiar con sus consecuencias”.

Judaísmo continental

Respecto del panorama de la vida judía en Sudamérica, Schvindlerman advirtió sobre las consecuencias negativas que ha tenido la política desplegada por el régimen de Hugo Chávez.

“En Venezuela ya se ha sentido ese impacto y ha sido muy negativo. Su comunidad judía ha emigrado en números importantes y la judería local vive en un clima de tensión y aún acoso. Hasta el momento no he visto que otros países, incluso los llamados bolivarianos, hayan importado ese antisemitismo y antisionismo tan típicos del discurso chavista, aunque Bolivia (y obviamente Cuba, donde el fenómeno es anterior) puede ser una excepción. En el resto de América Latina no creo que se vea una relación directa entre el antisionismo y el éxito electoral de Chávez a nivel general. Quizás en los bolsones usuales del extremismo político se manifieste ello, pero dudo que se exprese a nivel regional de manera importante. Otro tema es el desafío del populismo hacia las libertades individuales y grupales. Su expansión seguramente acotará las posibilidades de expresión democrática que la vida judeo-sionista requiere para subsistir”.

-¿Tienen algún rol político-comunicacional las comunidades judías en esta región del mundo o deben dedicarse a su vida social interna?

“En este mundo globalizado e hiperconectado, la idea de que las comunidades puedan dedicarse sólo a su vida social interna es impracticable. Creo que ellas deben abrazar con entusiasmo un papel político y comunicacional, no sólo en tiempos de crisis, sino y especialmente, en tiempos de tranquilidad. Es en esos tiempos en los que la audiencia está más receptiva a escuchar posturas diferentes a las regularmente plasmadas en los discursos nacionales. En tiempos de crisis, las emociones tienden a tapar a las razones, y eso hace, entre otras cosas, que la defensa de una causa sea más complicada. Además hay un acuerdo moral tácito entre Jerusalem y la Diáspora. Así como el estado judío es una suerte de garante permanente de la seguridad diaspórica, Israel debe poder contar con el apoyo de las comunidades judías del mundo en su momento de necesidad”.

Página Siete (Bolivia)

Página Siete (Bolivia)

Por Julián Schvindlerman

  

Los cohetes invisibles de Hamás – 09/11/12

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Los ingenieros iraníes, proveedores militares de Hamas, y los técnicos de este movimiento integrista parecen haber logrado construir algo tecnológicamente imposible: un cohete que es sólo visible para los israelíes e invisible para el resto del mundo.

Durante este 2012, fueron lanzados desde la Franja de Gaza alrededor de ochocientos cohetes sin que la comunidad internacional emitiera protesta alguna. Ni los editores del New York Times, ni Amnesty International, ni Mario Vargas Llosa ni las Naciones Unidas parecieron haber notado que cayeron, en promedio, más de setenta y cinco cohetes al mes en suelo israelí en lo que va del año. Sencillamente parecen no haberlos visto surcar los aires y aterrizar en Israel ante una población traumatizada que cuenta con quince segundos para hallar refugio desde que suena la alarma que anuncia la caída del misil si uno se encuentra en Sderot, o con los más generosos sesenta segundos si uno está en Ashkelon.

Desde la retirada unilateral israelí de Gaza en 2005 y hasta fines del 2008, cuando el ejército israelí respondió militarmente con la operación Plomo Fundido, 6.300 cohetes habían sido disparados desde Gaza hacia Israel. Si partimos desde 2001, al poco de iniciada la intifada Al-Aqsa, habían aterrizado en Israel más de 10.000. Pero fue sólo cuando Jerusalem respondió que el mundo notó los cohetes. Y, como es usual, protestó, gritó, condenó. Así es que ahora vamos de nuevo. ¿Será solamente cuestión de tiempo? ¿O de azar? ¿Habrá que esperar a que un misil logre sortear las defensas israelíes y caiga sobre una escuela repleta de niños para que Israel responda con fuerza y haya una reacción? Esperemos que no.

Hamas no ha sido la más de las veces el generador de estos ataques. Pero ha hecho la vista gorda ante la iniciativa de otros grupos como la Jihad Islámica Palestina, Jund Ansar Allah y el estrambóticamente denominado Consejo de la Sura de los Luchadores de la Jihad en la Más Amplia Jerusalem (¡!). Estos son más radicales que Hamas, cuya carta constitutiva dice “Israel existe y seguirá existiendo hasta que el Islam lo aniquile”. Mejor no leamos las cartas de los demás.

El Movimiento de Resistencia Islámico está en una encrucijada. Es extremista y absolutista y no quiere ser visto como un colaborador del ente sionista al frenar los ataques. Después de todo, flor de reputación se hizo al arrojar maniatados y desde las azoteas de Gaza a los “colaboradores” de Fatah durante la lucha fratricida del 2007. Pero tampoco puede ofender a Egipto, Turquía y Qatar -los nuevos auspiciadores del integrismo palestino- al permitir que la situación se salga de control.

La contención de Israel, por su lado, responde al interés estratégico de no hacer algo que empeore las cosas en sus fronteras calientes. Tanques sirios ingresaron a los Altos del Golán días atrás, lo que no ocurría desde la guerra de 1973. La zona sur del Líbano está dominada por Hezbollah y el país presenció luchas armadas entre bandas sunitas y chiítas, hostiles y leales respectivamente a Damasco. La Hermandad Musulmana, usina ideológica de Hamas, gobierna Egipto. Y sobre todo ello sobrevuela el espectro del programa nuclear de Irán.

Pero si se siguen lanzando cohetes contra Israel, en algún momento Israel responderá nuevamente con una operación militar de envergadura. Entonces sí, esos cohetes perderán su atributo de invisibilidad.

Infobae, Infobae - 2012

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

El voto Judío en las elecciones de EE.UU. – 09/11/12

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Barack Obama resultó reelecto con el 50% del voto popular, contra un 48% que cosechó Mitt Romney, pero triunfó fuertemente en la cantidad de electores: 303 propios contra 206 de su contrincante.

Obtuvo el apoyo del 93% de los afroamericanos, del 55% de las mujeres, del 60% de los jóvenes y del 71% de los hispanos. El republicano reunió el 60% de los votos de la población blanca, la que refleja la tradición anglosajona protestante de la nación. Obama arrasó en los estados más afectados por el Huracán Sandy y ganó en los estados zigzagueantes de Ohio, Colorado, Virginia y Florida.

Un dato curioso: desde Franklin D. Roosevelt en 1940, un presidente estadounidense no ganaba una reelección con una tasa de desempleo tan alta (7.9%).

En este cuadro, ¿cómo ha sido el voto de la comunidad judía?

Hay poco más de seis millones de judíos en los Estados Unidos, constituyendo la concentración más grande de judíos fuera de Israel. Aún así, representan apenas el 2% de la población total del país y no todos ellos son mayores de dieciocho años. Pero viven principalmente en los diez estados más cruciales para la provisión de electores, los que ofrecen 244 electores sobre los 270 totales necesarios para ganar la elección.

Los judíos tradicionalmente han tenido una elevada participación electoral, posicionándose en la cúspide en términos comparativos a otras minorías. En las elecciones del 2008, por ejemplo, votó el 67% de los hispanos, el 78% de los afroamericanos y el 96% de los judíos.

En estas elecciones, aproximadamente el 69% de los judíos votó por Obama y el 30% por Romney. Si bien la brecha es enorme, merecen realizarse algunas observaciones. Los judíos norteamericanos son fervientemente demócratas. Conforme el profesor Mitchell Bard ha indicado, desde 1916 han votado en promedio alrededor del 71% a favor del Partido Demócrata y alrededor del 24% a favor del Partido Republicano. De hecho, una única vez en toda la historia electoral del país ganó el voto judío un republicano por sobre un demócrata: en 1920 cuando Warren Harding obtuvo el 43% frente al 38% del voto judío que recibió Eugene Debs. Entre los republicanos, Ronald Reagan se ubicó dignamente al alcanzar el 39% de apoyo de la comunidad judía, en 1980. Pero fueron demócratas quienes triunfaron de manera colosal en esa minoría: Bill Clinton reunió el 80% del voto judío en 1992 y Barack Obama el 78% en el 2008.

El 69% obtenido por Obama en estas elecciones, si bien es un guarismo importante, refleja no obstante un declive. Bard señala tres cosas. En primer lugar, está por debajo del índice histórico del 71%. En segundo lugar, se ubica nueve puntos debajo del apoyo que recibió de la comunidad judía en las elecciones anteriores. En tercer lugar, es el porcentaje de apoyo más bajo para un demócrata desde los tiempos de Jimmy Carter. Romney perdió el voto judío ante Obama, pero cosechó un porcentaje mayor que la media histórica de respaldo judío a los candidatos republicanos.

Los judíos de Estados Unidos son mayormente progresistas. Y el conservadurismo del Partido Republicano en temas económicos y sociales -aborto, eutanasia, seguridad médica, inmigración, empleos- les espanta. Este partido político suele ser más favorable a Israel que el Partido Demócrata y el hecho de que aún así sea éste último quien recibe consistentemente la lealtad casi incondicional de la comunidad hebrea sugiere que los asuntos domésticos más que la política exterior, aún la referida a Israel, son más determinantes para ellos en las contiendas electorales.

Finalmente, podemos apreciar una correlación relativa entre el voto judío y el voto general; pero con diferencias. Encuestas de enero del 2009 mostraban que Obama tenía el apoyo del 66% de la población y el 83% de apoyo de los judíos. Encuestas de enero del 2011 mostraron un desencanto en ambos niveles: apenas el 41% de la población general y el 54% de los judíos respaldaron a Obama. El presidente leyó los números y cambió en los últimos casi dos años de su gestión. Los resultados electorales presentes -fue votado por el 50% de la población total y por el 69% de la población judía- sugieren que logró seducir parcialmente al electorado general, pero exitosamente a los judíos.

Compromiso

Compromiso

Por Julián Schvindlerman

  

Israel contra Gaza y Cisjordania – 11/12

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Año 4 – Nro 28

Israel tuvo dos frentes casi simultáneos con el pueblo palestino: una contienda militar con Hamas desde la Franja de Gaza y una contienda diplomática con la Autoridad Palestina asentada en Cisjordania. En rápida sucesión, ambos desafiaron al estado judío.

La situación en la frontera con la Franja de Gaza padecía un deterioro creciente y prolongado. Durante los meses previos al estallido de la guerra, habían sido lanzados contra Israel ochocientos cohetes desde ese territorio controlado por el Movimiento de Resistencia Islámico, Hamas. Desde la retirada unilateral israelí de la Franja en el 2005 y hasta el 2012, unos seis mil cohetes habían sido disparados contra Israel. En la década previa a esta última confrontación, alrededor de diez mil cohetes salieron disparados desde Gaza hacia poblados Israelíes. La situación era intolerable y, sin embargo, los israelíes la toleraron por demasiado tiempo. Finalmente, cayó la gota que colmó el vaso y el ejército respondió.

La fuerza aérea israelí rápidamente destruyó muchos de los depósitos de misiles Fajr de largo alcance. El objetivo militar era especialmente crítico pues estos misiles provistos por Irán llegan a Jerusalem y Tel-Aviv y cubren a la mitad de la población israelí. Removerlos de escena al inicio mismo de la contienda bélica fue estratégicamente sabio.

Hubo un contraste fuerte en la conducta bélica de las partes. Aún cuando hubo muchas incursiones aéreas, dirigidas a los terroristas pero que afectaron también a población civil, Israel hizo el esfuerzo de minimizar las bajas civiles palestinas, esfuerzo que se vio complicado cuando Hamas deliberadamente ubicó a sus militantes y lanzaderas en medio de centros civiles. La agrupación palestina gobernadora de Gaza cometió así dos crímenes de guerra: atacar a población civil (israelí) protegiéndose con población civil (palestina).

Del lado israelí descolló un novedoso elemento de protección de población indefensa. Un sistema de alarmas alerta a la ciudadanía cada vez que un cohete está volando hacia un centro urbano, refugios antibomba fueron construidos y, por sobre todo, un eficiente sistema de defensa antiaérea fue montado. Conocido como Cúpula de Hierro, tuvo un éxito operativo del 85% logrando detener a cuatrocientos veintiún cohetes y misiles palestinos. Si bien su performance fue notable, debe ser comprendido que esa tasa de éxito significa que un 15% de cohetes efectivamente aterriza en Israel. Eso quiere decir que de cada cien misiles lanzados desde Gaza, quince llegarán a destino, poniendo en juego las vidas de los ciudadanos del país.

Al cabo de un tiempo intervino la comunidad internacional, forzando una tregua sobre las partes. Eso privó a Israel de cumplir por completo con sus objetivos militares y dejó al agresor Hamas -y su arsenal- en pie. Como Hamas tiene una agenda genocida, es improbable que ésta haya sido la última confrontación entre las partes.

El gran perdedor, políticamente, empero no se encontraba ni en Jerusalem ni en Gaza, sino en Ramallah. En la misma medida en que Hamas aumentaba su popularidad, la Autoridad Palestina la perdía. En ese contexto, el presidente Mahmoud Abbas dio rienda libre a una iniciativa preexistente y postuló a “Palestina” ante las Naciones Unidas como estado observador no-miembro. La iniciativa prosperó y marcó un triunfo político para un liderazgo palestino superado por los hechos. Si bien la inclusión de Palestina en la ONU generó un gran tumulto periodístico y diplomático, en rigor la movida no creó ningún estado-nación nuevo; apenas significó la elevación del rango protocolar de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) dentro del sistema de la ONU.

Fuera del cosmos de la ONU , Palestina sigue siendo Palestina. Jerusalem está en manos de los israelíes, Gaza bajo el control de un movimiento opositor, los refugiados permanecen en su lugar, la economía de la entidad continúa siendo altamente dependiente de la economía de su vecino y su viabilidad, funcional a las donaciones internacionales. El imperativo de llegar a la paz entre ambos pueblos por medio del diálogo y la conciliación sigue tan vigente como siempre.

Por su parte, la Asamblea General de las Naciones Unidas, que acogió a Palestina con tanto entusiasmo, mostró una vez más su parcialidad anti-israelí al adoptar durante su reunión anual más de veinte resoluciones contra Israel y apenas cuatro contra el resto del mundo combinado. Una selectividad y una desproporción que traicionan los principios constituyentes del propio foro multilateral. Israel es el único estado miembro de la ONU -sobre una constelación de ciento noventa y tres naciones- privado de membresía completa en cualquiera de los grupos regionales del organismo. Tradicionalmente el estado judío ha sufrido marginación y hostigamiento en la ONU , en tanto que la OLP ha sido su niña mimada. Apenas sorprende que Mahmod Abbas haya buscado -y conseguido- rédito político en su seno.

Fatah y Hamas son enemigos históricos. El pasado noviembre, no obstante, la dinámica de su competencia nacionalista precipitó dos amenazas concretas y sucesivas contra la seguridad y la política del estado de Israel.

Comunidades, Comunidades - 2012

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Escándalo en la BBC – 31/10/12

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Para quienes hemos observado a lo largo de los años la profundamente sesgada cobertura periodística de la British Broadcasting Corporation (BBC) sobre el conflicto palestino-israelí, hace tiempo hemos advertido la putrefacción moral que anida en el corazón de la cultura organizacional de ese prominente medio de comunicación inglés. Si la BBC podía tan desfachatadamente engañar a sus oyentes sobre este tema, nos preguntábamos, ¿no era acaso razonable asumir que los podría engañar sobre cualquier otro? Si mentía sobre Israel, ¿cómo no considerar que mentía sobre otros países también? Este el principal problema que enfrenta la prensa cuando queda expuesta en una incorrección informativa: pierde, por completo, la confianza del público. Pues uno no puede seguir creyéndole en los demás asuntos sobre los que informa cuando su cobertura sobre uno de ellos, uno sabe, es notablemente parcial. Israel fue apenas un epifenómeno en el cosmos de la BBC, una manifestación singular de un fenómeno de tendenciosidad y supresión de la verdad mucho mayor.

Días atrás nos hemos enterado de que -por décadas- uno de sus periodistas estrella abusó de cientos de niñas (y aparentemente también de niños) en los estudios de la BBC, en su casa rodante, en orfanatos, hospitales y otras instituciones que el personaje patrocinaba, sin que sus jefes y colegas de la BBC hicieran algo al respecto. Sus paseos en un Rolls Royce convertible blanco, su melena rubia y larga al viento, fumando grandes habanos, mostrando sus cadenas de oro, vistiendo ropas fluorescentes han hecho de Jimmy Savile una figura excéntrica. Su popularidad durante los años setenta y ochenta fue enorme en tanto DJ de vanguardia y conductor de los programas Top of the Pops» y «Jim´ll Fix it». Detrás de su fama se escondía un depredador sexual. «Era de público conocimiento que Savile llevaba a chicas a su oficina» dijo ahora Jeffrey Collins, un ex asistente suyo en la BBC. Un previo supervisor de una discoteca en la que Savile fue DJ, Dennis Lemmon, aseguró que tenía reputación de «ir por las más jóvenes». Bob Langley, quién cubrió una noticia junto a Savile, afirmó haber visto chicas de «12, 13 y posiblemente 14 años» salir de su casa rodante. ¿Podía la BBC no saber nada al respecto? Difícilmente. De hecho, estaban tan propagados los rumores sobre la conducta sexual de Savile en la industria del entretenimiento que en 1999 se le preguntó en un programa de televisión al respecto. «Allí le pongo las manos arriba a todo lo que puedo» respondió en tono de broma. La audiencia aplaudió. Jimmy Savile falleció el año pasado.

La Policía Metropolitana británica abrió una investigación penal póstuma. Scotland Yard dice estar siguiendo cuatrocientas líneas de pesquisa. Se habla de cientos de víctimas abusadas a lo largo de todo el territorio nacional. Pero esta es sólo una parte del problema. Ella atañe a la conducta sátira de un periodista emblema de la BBC cuya reputación ya está hecha trizas. La otra parte del problema atañe a la propia BBC cuya actitud largamente tolerante de sus delitos aberrantes emerge como uno de los más grandes escándalos de la historia de la prensa británica.

No sólo el comportamiento pasado de la BBC en los lejanos setenta y ochenta está en el tapete, sino su proceder reciente. Pues trascendió que un programa sobre Savile de la propia BBC, un programa que exponía sus transgresiones de pederasta, fue censurado y privado de ser publicado. El director del programa en cuestión, «Newsnight», sostuvo que nadie jerárquico lo presionó para descartar la emisión. Pero periodistas que trabajaron en el exposé dijeron que éste estaba entusiasmado con las revelaciones hasta que abruptamente cambió de postura y les informó que el programa no saldría al aire. ¿Trabó la BBC una investigación periodística? ¿Censuró la BBC a un programa propio? ¿Intentó la BBC privar a su audiencia de saber la verdad sobre este tema? Así parece y en ello radica un escándalo no menor: ya no pecar por la vieja e inadmisible cultura de tolerancia a los abusos sexuales de uno de sus periodistas más encumbrados, sino la falla ética en informar al público inglés sobre una noticia reveladora actual.

Sabemos de este penoso asunto por un documental publicado a inicios de octubre por la cadena competidora de la emisora pública, ITV. La propia BBC no hizo demasiado por informarnos al respecto y, aparentemente, sí hizo mucho por mantenernos en la ignorancia sobre estos graves hechos. Tal como su ídolo mediático de antaño ahora caído en desgracia, también el prestigio institucional de la BBC está cayendo en picada.

Hanan Ashrawi debe estar lamentando ello. Yo no.

La Razón (España)

La Razón (España)

Por Julián Schvindlerman

  

Análisis: Un conflicto sectario – 21/10/12

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¿Se ha convertido el conflicto sirio en una contienda sectaria entre las distintas religiones?

–La puja entre religiones, en especial entre suníes y chiíes, casi siempre está presente en los conflictos del Medio Oriente islámico. Aquí también, pues el clan Asad es alauí que pertenece al chiísmo, mientras que los rebeldes son mayoritariamente suníes. No es coincidencia que una nación chií como Irán apoye al Gobierno y que naciones suníes como Arabia Saudí y Qatar respalden a los rebeldes. La puja sectaria entre chiíes y suníes tiene relación directa con la contienda política entre iraníes por un lado y saudíes y otros países árabes por el otro.

Además del conflicto que ya afecta a todos los grupos religiosos, ¿se puede hablar ya de una «regionalización» de la guerra?

–Efectivamente. Líbano y Turquía ya están implicados. Qatar y Arabia Saudí apoyan a los rebeldes e Irán al Gobierno sirio. El conflicto está regionalizado y con las últimas confrontaciones militares entre Damasco y Ankara las oportunidades de una ampliación son reales.

¿Cómo eran antes de las revueltas las relaciones entre Siria y Turquía?

–Eran muy buenas, hasta el punto de que los líderes y sus familias, Erdogan y Asad, se iban de vacaciones juntos. Pero Turquía, que tenía lazos de cierta cercanía con Irán, comenzó a alejarse de éste y también de su aliado sirio.

¿Qué supone que el Parlamento turco haya abierto la puerta a una posible intervención militar?

La posibilidad de la guerra abierta existe, aunque no parece inmediata. Hasta el momento, Turquía ha respondido con cautela. Pese a que está dando una respuesta militar acotada a los ataques sirios y obtuvo respaldo parlamentario para una acción mayor, aún no ha mostrado señales de convertir la alta tensión en la zona en un guerra directa.

Comunidades, Comunidades - 2012

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Salman Rushdie o el Alfred Dreyfus de la literatura – 17/10/12

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A las 4:10 pm del 16 de febrero de 1988, un escritor indio-islámico finalizó su por aquél entonces última novela y escribió en su diario personal He llegado al final». Al día siguiente hizo algunas correcciones y 24hs después entregó el manuscrito a sus agentes. En algún momento su mirada se posó sobre una pequeña nota colgada sobre la pared en enfrente de su escritorio, la cual él había escrito para sí mismo: «Escribir un libro es establecer un contrato fáustico a la inversa. Para conseguir la inmortalidad, o al menos la posteridad, pierdes, o al menos arruinas, tu vida cotidiana real». El autor se llamaba Salman Rushdie y la obra terminada Los versos satánicos.

El título de la novela fue inspirado por un hecho de la historia islámica. Mahoma recibió una revelación y recitó la sura número 53, que luego retiró alegando que el diablo se había disfrazado de arcángel y lo había engañado. Los versos que éste le había transmitido no eran divinos sino satánicos y por consiguiente debían eliminarse del Corán. Según relata en sus memorias de reciente publicación, Joseph Anton (Mondadori, 688 páginas), Rushide se basó en este acontecimiento para titular su novela. Jamás imaginó el torrente de acontecimientos que posteriormente se sucedería y lo llevaría al borde de la muerte. Joseph Anton fue un alias usado desde la clandestinidad, elegido en tributo a dos de sus autores favoritos, Conrad y Chejov. A la vez «Rushdie» no era su nombre verdadero. Su abuelo se llamaba Khwaja Muhammad Din Kahliqi Dehlavi y su padre, un erudito y escéptico del Islam, había adoptado el apellido Rushdie en honor a Abul Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Rushd, filósofo árabe español del siglo XII, comentarista de Aristóteles y vanguardista de la argumentación racionalista en oposición al literalismo islámico. «Los versos satánicos resonó en el sigo XX a modo de eco de esa discusión con ochocientos años de antigüedad» reflexiona Rushdie en su autobiografía.

Sus extensas memorias tienen como hilo conductor la saga de su novela más famosa; reconocida por su mérito literario pero más aún por la polémica internacional que la acompañó y que afectó profundamente la vida del autor. Escritas en la tercera persona, en sus páginas vemos a Rushdie en el papel del relator alejado, y a la vez inevitablemente comprometido, con el destino, las vicisitudes, los triunfos y los padecimientos de Joseph Anton.

El día que el autor recibió las copias de galera en su casa, una amiga suyo periodista del India Times estaba presente. Al ver el libro pidió que se lo permitiera leer y, una vez leído, le ofreció reseñarlo para la prensa de su país. A Rushdie no le alcanzarían los años de su vida para arrepentirse de acceder a ello. El titular y el contenido le disgustaron, pero más aún le molestó que la nota fuese publicada nueves días antes de que un solo ejemplar arribara a la India, de modo que la ira desatada no pudo ser contenida con la prueba fáctica. Un parlamentario indio y conservador islámico, sin leer la obra, acusó al autor de haber actuado «con premeditación satánica» y la avalancha ya no pudo ser frenada. «No tengo que atravesar una cloaca inmunda para saber qué es la inmundicia» adujo el detractor. Era un buen argumento, reconoce Rushdie, en relación con las cloacas. La India se convirtió en el primer país en prohibir Los versos satánicos y le impidió al autor ingresar a su tierra natal por los siguientes doce años y medio.

En Inglaterra comenzaron a llegar amenazas contra la editorial. Una conferencia en Cambridge debió ser cancelada por otra intimidación. En la escuela de su hijo, algunos padres exigían que el niño del escritor fuese removido por razones de seguridad. La escuela se negó. La comunidad política y literaria se dividió entre quienes acusaron al autor de provocador y quienes lo defendieron como un símbolo de la libertad de expresión. Joseph Brodsky, John Le Carré, Roald Dahl, el príncipe de Gales y el arzobispo de Canterbury entre muchos otros, lo repudiaron. Cristopher Hitchens y J. M. Coetzee permanecieron a su lado mientras que Paul Trewhela alegó que la obra era heredera del linaje literario antirreligioso de Boccaccio, Chaucer, Rabelais, Aretino y Balzac y la defendió con pasión comunista: «El libro no será acallado. Estamos en el parto, doloroso, sangriento y difícil, de un nuevo período de ilustración revolucionaria». A Rushdie le había tomado cuatro años escribir la obra y cuando le espetaban que ella era un insulto lamentó no poder contestar lo que se le ocurrió tiempo después: «Puedo insultar a la gente mucho más deprisa que eso». Un chiste de la época decía: «¿Has oído hablar de la nueva novela de Rushdie? Se titula Buda, pedazo de cabrón».

Pero el sentido del humor era lo último que reinaba en la atmósfera. Desde Egipto, el gran jeque de Al-Azhar, Gad el-Haq Alí Gad el-Haq lo pronunció blasfemo. Omar Abdel Rahman, el jeque ciego que sería encarcelado en los años noventa por intentar destruir el World Trade Center, lo censuró. Yusuf al-Islam, conocido como Cat Stevens antes de su conversión al Islam, clamaría por la muerte del escritor. En Bradford, un grupo de musulmanes clavó la novela a un trozo de madera y le prendió fuego. Al día siguiente, la más grande cadena de librerías de Gran Bretaña, W. H. Smith, retiró el libro de sus 430 tiendas. Rushdie se había convertido, en la caracterización del crítico literario inglés Nicholas Shakespeare, en el Alfred Dreyfus de la literatura.

Aun así, todavía las cosas podían empeorar. Y empeoraron. En la India y en Pakistán la policía reprimió a tiros a manifestantes musulmanes enardecidos y hubo muertos. Desde Irán, el convaleciente ayatolá Jomeini promulgó una fatua que fue emitida por la televisión: «Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos -libro contra el Islam, el Profeta y el Corán- y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentren». Rushdie se enteró por medio de un llamado telefónico a su casa. Del otro lado de la línea una periodista de la BBC le preguntó «¿Qué siente uno al saber que el ayatolá Jomeini lo ha condenado a muerte?». Era un martes soleado en Londres, recuerda el autor, «pero esa pregunta extinguió la luz».

El 11 de septiembre pasado, la bandera negra del salafismo (adoptada por Al-Qaeda) flameó en la embajada de los Estados Unidos en el Cairo luego de que una turba iracunda embistiera contra la sede diplomática. El embajador estadounidense en Libia fue asesinado junto a otros diplomáticos, y en una treintena de países islámicos hubo manifestaciones antioccidentales que dejaron un saldo de al menos cincuenta muertos. Todo, presuntamente, por un rudimentario video, lesivo a la fe musulmana, confeccionado por un individuo desde California. La saga de Salman Rushdie, cuyas memorias fueron publicadas mundialmente en medio de ese caos, fue la antesala de un choque que, cada tanto, se reiniciaría en la forma de nuevas condenas, fatuas, protestas y pandemonio y que tendría en las figuras de Benedicto XVI, Theo Van Ghog, Oriana Fallaci, Ayaan Hirsi Alí, Pilar Rahola, Jyllands Posten y Charlie Hebdo, entre otros, a sus nuevos y sufrientes protagonistas. La lectura de Joseph Anton bajo esta retrospectiva y en las actuales circunstancias es imprescindible. Aún si deja la sangre helada.

Compromiso

Compromiso

Por Julián Schvindlerman

  

Las «violaciones correctivas» en Sudáfrica – 10/12

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Año 4 – Nro 27

La violencia de género es universal. Está presente en sociedades occidentales y orientales, libres y oprimidas, prósperas y subdesarrolladas. El asesinato de mujeres está tan propagado en el mundo que se ha acuñado un término especial para referirlo, “femicidio”, y el fenómeno es particularmente grave en algunas ciudades de México. En varias naciones árabes, el denominado “asesinato por honor” -bajo el cual mujeres adúlteras o que han tenido relaciones sexuales prematrimoniales son matadas por parientes propios para resguardar el honor familiar- es tan trágico como ubicuo.

Algunos casos recientes de violencia contra la mujer se hicieron emblemáticos. El pasado mes de octubre, el nombre de una niña de catorce años llamada Malala Yousafsay alcanzó atención internacional luego de que un sicario talibán le disparara a quemarropa por haber reclamado mayor educación y libertad para las niñas en Pakistán. Anteriormente, en el Egipto revolucionario del 2011, supimos de la violación grupal que padeció la periodista estadounidense Lara Logan mientras cubría las revueltas en la épica plaza Tahrir en el Cairo en febrero de aquél año, luego sucedida por al menos otros dos abusos en banda contra periodistas foráneas, la francesa Caroline Sinz y la británica Natasha Smith. En la Argentina, el terrible caso de Marita Verón -secuestrada y vendida a una red de trata de personas hace más de una década- precipitó, merced a la tenacidad de su dolida madre, un debate nacional sobre el tema.

En Sudáfrica se da una forma singularmente espantosa de violencia de género conocida como “violación correctiva”. El término refiere a los casos en que hombres someten sexualmente a mujeres lesbianas con el objeto de convertirlas en heterosexuales. Según organizaciones de derechos humanos el fenómeno es prolífico. Más de diez lesbianas son violadas por semana en Cape Town solamente. En la última década más de treinta lesbianas fueron asesinadas. Ciento cincuenta mujeres son violadas diariamente en el país. De cada veinticinco hombres acusados, veinticuatro quedan en libertad.

Amnistía Internacional definió a Sudáfrica como “una capital mundial de la violación”. Según indicó esta ONG, una niña sudafricana que nazca hoy tiene más probabilidades de ser violada que de aprender a leer. “Es algo impensable, pero una cuarta parte de las niñas sudafricanas son violadas antes de cumplir los 16 años” sostiene Amnistía Internacional. INTERPOL ha estimado que la mitad de las mujeres sudafricanas serán violadas durante sus vidas. Las violaciones correctivas no son reconocidas por la ley sudafricana como un crimen y la policía no diferencia en sus estadísticas entre violaciones comunes y correctivas; son pocas las víctimas que denuncian sus casos.

Zukiswa Gaca eligió realizar una denuncia y contar su historia. Ella tenía quince años cuando se fugó de su hogar tras ser violada. Cinco años después padeció otro ataque sexual, esta vez para forzarla a abandonar su gusto por las mujeres. Ella estaba en un bar con amigos cuando un hombre se le insinuó y ella lo rechazó cortésmente, explicándole que era lesbiana. Al salir del lugar, éste la sometió ante la mirada de un amigo común que no hizo nada. Angustiada, se arrojó a las vías del tren. Cuando la locomotora estaba a cien metros de su cuerpo alguien la rescató y llamó a la policía. Otro caso notorio es el de Millicent Gaika, quien fue golpeada, estrangulada con un cable y violada durante cinco horas por un hombre para que dejase de ser lesbiana. Increíblemente, sobrevivió. Ni siquiera la conmoción que siguió a la brutal violación en grupo y posterior asesinato de Eudy Simelanede, la heroína nacional y antigua estrella de la selección sudafricana de fútbol femenino, logró provocar un cambio en el país.

Cherith Sanger del Centro Legal para las Mujeres en Cape Town dijo a la CNN: “Creemos que la violación correctiva demanda mayor reconocimiento sobre la base de que hay múltiples bases de discriminación. No es solamente sobre una mujer que es violada en términos de violencia contra la mujer, lo que es lo suficientemente malo, sino que también tiene que ver con la orientación sexual así es que es otro nivel de discriminación injusta lanzado contra las lesbianas”. Una campaña fue montada por activistas lesbianas sudafricanas para alertar sobre estos hechos y presionar al gobierno a hacer algo serio al respecto. Más de ciento cuarenta mil personas de ciento sesenta y tres países se alistaron y el Ministro de Justicia llegó a recibir en promedio tres mil cartas de protesta por día. “Pero hasta el momento, la única respuesta recibida ha sido de su jefe de gabinete, Tlali Tlali, quejándose del volumen de emails en su iPad” se lamentaron las peticionantes.

Según indican los signatarios de la petición global, en su esfuerzo por dejar atrás la era del apartheid, Sudáfrica fue la primera nación en prohibir en su Constitución la discriminación basada en orientación sexual, el primer país africano en legalizar el matrimonio de personas del mismo sexo, y la primera república en garantizar iguales derechos a sus ciudadanos homosexuales, incluyendo derechos de adopción y acceso al servicio militar. Lo cual torna a la indiferencia oficial sobre este tema en algo especialmente llamativo.

El sometimiento sexual de la mujer ya de por sí es un crimen aberrante, la noción detrás de las violaciones correctivas es escandalosa, y la laxitud del establishment sudafricano no ha hecho más que aumentar el trauma y el dolor de las víctimas de este fenómeno inconcebible.

Infobae, Infobae - 2012

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

¿Como se dice «Perfidia» en Farsi? – 28/09/12

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Hace unos años, al disertar en la Universidad de Columbia, el presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad aseguró que no había homosexuales en su país. Anteriormente, desde su tierra natal, había afirmado que el Holocausto judío no existió. También puso en duda que los perpetradores de los atentados del 11-S hubieran sido musulmanes. Durante su último discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas ha dicho que las potencias se han entregado al diablo. Días atrás prometió la cooperación de su nación con la Argentina en lo referido al atentado contra la AMIA y subrayó ante la CNN que «Irán no tuvo ninguna participación en estos eventos y eso quedará claro». Puesto a especular sobre los autores del atroz atentado, Ahmadinejad puntualizó: «Cualquier persona que sea culpable debe ser enjuiciada: sionistas, no sionistas, estadounidenses, iraníes, argentinos, africanos, asiáticos» (nótese a los «sionistas» encabezando el listado). ¿Puede concedérsele a este sujeto y a su gobierno teocrático alguna credibilidad?

A juzgar por la decisión del gobierno argentino de acceder a negociar con Teherán «hasta encontrar una solución mutuamente acordada para todos los asuntos, entre ambos gobiernos, sobre el caso AMIA», conforme indicó un comunicado oficial argentino, pues sí. Pero en rigor, siendo el gobierno todo menos ingenuo, es más razonable asumir que Buenos Aires no confía en los juramentos de Irán. Tan sólo finge creer en ellos pues le es funcional a una estrategia mayor: remover el escollo de la causa AMIA de la relación bilateral en vistas a un sustantivo intercambio comercial. Como ha plasmado una máxima de la política estadounidense, «es la economía, estúpido».

Desde el momento que el gobierno decidió excluir a la dirigencia judía de la AMIA y de la DAIA de la delegación que viajó a Nueva York, desde el momento en que hizo público el pedido iraní de entablar un diálogo, y desde el momento en que Sergio Burstein, representante de los familiares y nuevo vocero extraoficial del kirchnerismo, dijo en las vísperas de la partida que Argentina debería negociar con el régimen Ayatollah, las señales estaban echadas para todo aquél que quisiera ver. La reunión entre Héctor Timerman y Alí Akbar Salehi fue la culminación de un proceso iniciado en una furtiva reunión en Alepo y cristalizado en los amagues discursivos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el año pasado cuando aseveró que la Argentina «ni puede ni debe» rechazar una oferta de diálogo de Irán, así como en su orden dada al embajador argentino ante la ONU de permanecer en el recinto al disertar el presidente iraní.

Al gobierno kirchnerista la causa AMIA le fue útil para distanciarse del menemismo. Él y Ella le mostrarían al mundo que la Argentina buscaría la verdad, que la justicia sería redimida del maltrato de su cuestionado antecesor. Y por un cierto tiempo así fue. Néstor y Cristina, cada cual a su turno, denunciaron la falta de colaboración de Irán, designaron a un fiscal probo para rescatar una causa judicial bastardeada y persuadieron a Interpol de emitir circulares rojas para la captura internacional de funcionaron iraníes de alto rango implicados en el ataque. Sus palabras en las conmemoraciones de varios aniversarios del atentado en la calle Pasteur trasladaban sinceridad, compromiso, seriedad. Pero la causa parecía demasiado justa y la situación demasiado ideal como para que durara y, finalmente, las prerrogativas de la realpolitik se impusieron.

En un sentido, Cristina Kirchner ha arribado a un destino concordante con su ideología. Ella parece sentirse más cómoda entre autócratas que entre demócratas. Su figura de referencia en Latinoamérica es Hugo Chávez. Se la vio más distendida en compañía de Muhamar Gaddafi que de Barack Obama, más a gusto en Angola que en Europa. La careta ha caído; en sociedad con Ahmadinejad, Cristina rebosa de autenticidad. A Timerman, de fe mosaica, le tocará un papel no menor como el canciller que estrechará las manos de su contraparte de Irán que niega el exterminio de seis millones de judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial mientras clama por eliminar a los seis millones de judíos que viven en Israel en la actualidad. Hacen un buen dúo, Héctor y Cristina.

Si alguna vez existió una remota esperanza de que la justicia llegaría para las víctimas, sus familiares y los sobrevivientes de aquel lejano 1994, a partir de este 2012 ya no nos podemos engañar más. Eso no sucederá. Y no es que no sucederá porque el régimen Ayatollah sea hábil en el arte del engaño, que lo es, o experto en el campo de la mentira, que también lo es. La justicia jamás llegará porque nuestro gobierno decidió que así será.

Mundo Israelita

Mundo Israelita

Por Julián Schvindlerman

  

La equivalencia Nazi de Marcos Aguinis – 14/09/12

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Las últimas semanas de agosto fueron duras para el pueblo judío. En Michigan, durante una fiesta universitaria un joven judío de diecinueve años fue golpeado salvajemente por un grupo de neonazis, quienes gritando consignas hitlerianas le cosieron la boca con una grapadora. Nadie a su alrededor salió en su defensa. En Viena, un rabino fue agredido durante un partido de fútbol por fanáticos así: “¡Muévete judío, judíos afuera, Heil Hitler!”. Policías presentes eligieron no intervenir. “Es tan sólo fútbol” explicaron sonriendo. En Santiago de Chile, el líder de la Federación Palestina para Sudamérica afirmó que “los nazis fueron niños de pecho al lado de los actuales sionistas” y que Israel “superó a su maestro”. En Teherán, el presidente iraní aseguró que “el régimen sionista y los sionistas son un tumor cancerígeno”.

Nada de esto estremeció demasiado a la sociedad argentina.

Para esas mismas fechas, el celebrado autor Marcos Aguinis publicó su habitual columna en el diario La Nación. Titulada “El veneno de la épica kirchnerista”, ésta era básicamente una denuncia de los incesantes atropellos cívicos del gobierno contra la ciudadanía y un alegato en defensa de la cordura nacional. En un intento por alertar a propósito de la veta totalitaria que vive en las agrupaciones afines al gobierno, Aguinis realizó una equiparación imperfecta:

“Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación”.

La tormenta estalló inmediatamente.

La comparación de los grupos K con las Juventudes Hitlerianas era innecesaria, y un autor del talante de Aguinis debió haber sido más cauto antes de arrojar semejante analogía. Aún cuando él correctamente detectó -y valientemente denunció- la conducta autoritaria de estos grupos, su frase fue desacertada. Y eso es todo lo que fue: un error. Nada más. En un texto de 1372 palabras que lidiaba con los excesos del kirchnerismo, su equivalencia nazi contó apenas 82 palabras. Con un objetivo sentido de la proporción, podemos razonablemente decir que ese punto no era el quid de su nota. Para un prolífico escritor que ha legado cientos de artículos y muchos libros a lo largo de décadas de intensa labor intelectual, una equivocación es posible. Es un riesgo del oficio. Un soldado en el campo de batalla está expuesto a desafíos que un filósofo de ciudad no lo está.

Aguinis cometió un error, pero la multitud de indignados que saltó a su yugular cometió una injusticia. En rápida sucesión, él fue acusado -absurdamente- desde reivindicar al nazismo hasta banalizar el Holocausto. Liderando la corriente, el senador oficialista Aníbal Fernández sentenció: “quién se extralimita de la manera en la que Aguinis se extralimitó debe saber que no es gratis”. En efecto, de eso se trató: de hacerle pagar un precio a uno de los opositores más decididos, y más efectivos, que enfrenta este gobierno. Eso explica la virulencia del ataque; la oportunidad de desacreditar a un exponente de la intelectualidad disidente era demasiado tentadora como para dejarla pasar.

Capítulo aparte merece la reacción de la comunidad judía, que, desde algunos sectores, mostró una ingratitud notable con un hombre que, a diferencia de muchos de sus detractores moralistas, puso el pecho cuando ellos no. Ciertamente hubo expresiones institucionales cuidadas, que se esforzaron en distanciarse de las palabras controvertidas del autor sin repudiar a su persona. Pero otras manifestaciones fueron decididamente viles, posiblemente diseñadas para complacer al poder y, quizás, saldar viejas cuentas ideológicas con un intelectual al que, enfrentados en un panel, jamás podrían desafiar.

Este episodio ya ha terminado. Lo que no ha terminado, sin embargo, es la amenaza neonazi y fundamentalista que los judíos enfrentamos desde Michigan, Viena, Santiago de Chile y Teherán. Con toda seguridad, con su pluma maestra Aguinis seguirá dándoles batalla. Sospecho que sus críticos escandalizados, habiendo agotado efímeramente su indignación moral selectiva, no lo harán.