Comunidades, Comunidades – 2025

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

De Shalhevet Pass a Kfir Bibas: la traza sangrienta del terrorismo palestino – 03/25

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Por Julián Schvindlerman
Comunidades – marzo 2025

A fines de febrero, la Cruz Roja Internacional entregó a Israel tres ataúdes con los cuerpos de un bebé, un niño y su madre; todos ellos israelíes secuestrados y luego asesinados por miembros del grupo terrorista palestino Hamas. Este triple homicidio causó gran conmoción local y global. El salvajismo de Hamas, que ya era conocido, escaló a niveles inconcebibles con esta acción escabrosa. Trascendió que Kfir y Ariel fueron estrangulados y luego sus huesos destrozados con el fin propagandístico de anunciar -falsamente- que habían sucumbido durante un bombardeo de la aviación israelí. La ceremonia de entrega de los ataúdes que montó Hamas fue en sí misma de una crueldad insólita, al regodearse ante la matanza y manipularla políticamente. Su decisión de entregar un falso cadáver por Shiri dejó al descubierto la psicopatía ilimitada de los jihadistas palestinos.

El pueblo de Israel despidió a sus nuevos muertos en un homenaje que se extendió por decenas de kilómetros, con hombres y mujeres situados a los costados de la ruta que cruzaría la procesión familiar. El padre sobreviviente de esta familia ahora inexistente, Yarden Bibas, quien acababa de salir de su propio cautiverio traumático en Gaza, despidió a sus seres queridos y todo Israel los lloró sin consuelo.

Este episodio trágico me recordó el asesinato de otro bebé israelí casi un cuarto de siglo atrás. En marzo de 2001, un francotirador palestino llamado Mahmud Amru, miembro de la milicia Tanzim que emergió durante la segunda intifada, puso en la mira a Shalhevet Tehiya Pass, de apenas 10 meses de edad (uno más que Kfir Bibas al momento de ser secuestrado) y disparó con intención. Las balas penetraron su pequeña cabeza, atravesaron su cráneo e hirieron a su padre. En una columna que publiqué entonces en The Miami Herald, observé: “Su muerte sin sentido es el epítome de la fealdad, el odio y la bestialidad del terrorismo palestino: Shalhevet no murió como resultado de una bala perdida y rebotada; esta beba de 10 meses fue asesinada deliberadamente. ¿Cómo puede alguien, incluso un combatiente, levantar su rifle, ver el rostro de un bebé a través de su lente telescópica y disparar a matar?”. Mi consternación era legítima; el interrogante, superfluo.

En su larga marcha en pos de la “Revolución hasta la victoria” para alcanzar una “Palestina libre del río al mar”, como sus dos eslóganes famosos proclaman, el nacionalismo palestino ha bañado en sangre a la región, dejado un tendal de víctimas inocentes (niños incluidos) y conseguido exactamente ninguno de sus objetivos anunciados. “Palestina” no fue liberada, ninguna victoria real obtenida. Sólo muerte, sufrimiento y destrucción: esos son los logros de la lucha palestina, sea en su vertiente secular-nacionalista o religiosa-jihadista. En esa columna citaba a Ghassan Kanafani, del Frente Popular para la Liberación de Palestina: “No hay inocentes. Si estás vivo, estás involucrado. La inocencia no tiene importancia”, había dicho décadas atrás. “¿Qué importancia tiene la vida de un niño árabe o de un niño judío si su muerte ayuda a hacer realidad la revolución?”, agregó fríamente.

En el 2016, quien posteriormente sería el arquitecto de la masacre del 7 de octubre de 2023, Yahya Sinwar, admitió que Hamas “decidió convertir lo que más nos es querido –los cuerpos de nuestras mujeres y niños– en una presa que bloquee el colapso de la realidad árabe”. Esta siempre ha sido la mentalidad de los guerreros palestinos, impiadosa con el enemigo e insensible con sus propios hijos. En abril del año pasado, el líder político de Hamas, Ismael Hanyeh, antes de ser eliminado por Israel se mostró feliz al enterarse de que tres de sus hijos (milicianos del grupo) y cuatro de sus nietos habían muerto en un ataque israelí. En el canal Telegram de Hamás, agradeció a Dios por el “honor” que le fue otorgado a través del “martirio” de su descendencia. No por nada pronunció Golda Meir su célebre frase, entonces dirigida a los árabes, hoy aplicable a la causa palestina: “Cuando llegue la paz, quizá con el tiempo podamos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos, pero nos resultará más difícil perdonarlos por habernos obligado a matar a los suyos. La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”.

El funeral de Kfir Bibas, su madre y su hermano, lo vi en videos y fotografías desde Buenos Aires. Al funeral de Shalhevet Pass asistí en persona. Fui uno de los miles de dolientes que subimos a los autobuses con vidrios a prueba de bala que nos transportaron desde Jerusalem hasta el antiguo cementerio judío de Hebrón. Congregados ante la Maarat Hamachpelah (Tumba de los Patriarcas), el sitio sagrado judío construido durante el período del Segundo Templo sobre tierras que habían pertenecido al fundador del monoteísmo, el Patriarca Abraham, hace miles de años, y custodiados por soldados israelíes, despedimos a esa criatura cuya vida fue arrebatada demasiado tempranamente. Estaba muy atrás en la procesión para ver a sus jóvenes padres, Itzjak y Nuria, enterrar a su única hija, aunque experimenté la tristeza colectiva. La misma que, casi veinticinco años después, siento al ver a otro padre enlutado, Yarden Bibas, enterrar a otro bebé israelí asesinado vilmente en una prolongada campaña palestina de insensatez, violencia y malicia empeñada en no dar tregua a este pueblo tan golpeado.

Que en paz descansen.