Comunidades, Comunidades - 2005

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Francia y el partido de Dios – 30/03/05

Imprimir

“Recuperar de nuevo los nombres de las cosas,
llamarle pan al pan, vino llamarle al vino,
al sobaco…sobaco, miserable al destino
y al que mata llamarle de una vez asesino.”

Joaquín Sabina

Tiempo atrás, enfrentado a la temible amenaza de la religiosidad de niñas musulmanas en Francia, el gobierno de Jacques Chirac recurrió a la totalidad de la fuerza del estado galo, movilizó a legisladores y ciudadanos, y logró proteger el sagrado principio del laicisismo del avance arrollador del velo islámico. Desde hace ya un tiempo hasta el presente y por el futuro cercano, toda niña islámica que ose adherir a su Fe personal y cubrirse la cabeza en deferencia ortodoxa, queda automáticamente excluida de la enseñanza en escuelas públicas en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hay ciertos temas que los franceses se toman muy en serio, y el laicisimo evidentemente es uno de ellos.

Igual de evidente resulta el hecho de que el terrorismo no lo es. La penosa actitud de Francia de rechazar la caracterización del Hizbullah (o Partido de Dios) como una agrupación terrorista ilustra sobre el peculiar sentido de la proporción gala. Un simple atuendo religioso parece despertar fuertemente el sentido de la autodefensa francesa más que las acciones de un movimiento fundamentalista shiíta que perpetra actos de terror, fomenta la incitación racial, exporta ideología extremista, participa de emprendimientos criminales, y boicotea el diálogo palestino-israelí que la propia Francia estimula activamente.

Absurdamente, Francia defiende su postura afirmando que el Hizbullah es una facción política en el mapa libanés, ejemplificado en los delegados que tiene ante el parlamento de esa nación y el apoyo popular del que goza. El postulado tendría gollete si no fuera por el detalle de que esta “facción política” posee miles de misiles que apuntan a Israel -estado al que además declara querer destrozar- por el apoyo que brinda a las agrupaciones terroristas palestinas, y por su involucramiento en el terrorismo internacional. Tal como el Jerusalem Post sugirió, siguiendo esta línea de razonamiento Al-Qaeda debería dejar de ser considerada una organización terrorista al instante en que fuera a establecer un partido político en algún lugar del mundo. Parecería que el estado galo quisiera diluir la frontera que separa a un legítimo partido político de un violento movimiento fundamentalista.

Claramente, Francia no está siendo ridícula sino cínica. Por un lado emite rimbombantes pronunciamientos sobre la necesidad de la paz y la estabilidad regional, y por el otro excusa flagrantemente a una agrupación radical decidida a aniquilar todo atisbo de paz y estabilidad regional. Este es el típico dualismo político que le ha permitido a Francia en el pasado condenar el terrorismo y al mismo tiempo recibir con alfombra roja a Yasser Arafat al Palais d´Orsay, protestar a Israel en 1981 por inutilizar el reactor atómico de los iraquíes que los mismos franceses les habían vendido, o pintar la insignia libia sobre los Maguen David que adornaban el escuadrón de jets Mirage que Francia había construido para los israelíes pero que entregó a Gaddafi luego de imponer un embargo militar sobre el estado judío en 1967.

Recientemente, Francia privó de su onda satelital al canal televisivo del Hizbullah, Al-Manar, sobre la (correcta) identificación del radicalismo e incitación que saturaba su contenido. Esta medida positiva, desafortunadamente, no ha sido seguida del siguiente paso lógico: identificar al llamado “Partido de Dios” como la agrupación fundamentalista que es y así ubicarla en los listados de grupos terroristas de la Unión Europa; algo que requiere el consenso de los 25 países-miembro.

Si Francia aspira a obtener un papel relevante en las renovadas negociaciones de paz entre palestinos e israelíes, si pretende recomponer las dañadas relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, y si desea recuperar el espíritu democrático y libertario que otrora legó al mundo libre, entonces ella debería poder distinguir un partido político de un movimiento terrorista y llamarlo a este último por su nombre. Como primer paso, y para hallar inspiración, quizás el premier Chirac pueda empezar a escuchar las canciones del español Joaquín Sabina.