Por Julián Schvindlerman
Comunidades – noviembre 2022
Desde que se dio a Catar en un lejano 2010 la oportunidad de organizar la Copa Mundial de Fútbol 2022, emergieron cuestionamientos relevantes a tal decisión de la FIFA. Con la inauguración del campeonato, las críticas recrudecieron, abordando el estatus de la mujer, del colectivo gay, de los trabajadores foráneos y muchos otros asuntos típicos del déficit humanitario en esta nación árabe.
Ante la avalancha de cuestionamientos desde todos los rincones, el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, salió en defensa del país organizador del primer mundial en el Medio Oriente. Convocó a una conferencia de prensa y abrió así: “Hoy me siento qatarí. Hoy me siento árabe. Hoy me siento africano. Hoy me siento gay. Hoy me siento discapacitado. Hoy me siento un trabajador migrante” y cuando un periodista le preguntó porqué no había mencionado a las mujeres, agregó: “Perdón, me olvidé, me siento mujer hoy”. Exageradamente, dijo que si él podría organizar un próximo mundial de fútbol en Corea del Norte o en Irán, lo haría, justificando semejante afirmación sobre la base de que el deporte debe unir a las personas en lugar de enfrentarlas. (Los hinchas de México y Argentina que se agarraron a trompadas la semana pasada en un bar de Doha no lo han de haber escuchado).
Aunque sus palabras pueden sonar huecas -pues todos sabemos que detrás de la copa del mundo hay un gran negocio material más que una misión idealista de promover la hermandad universal- aun así, Infantino tuvo razón en un punto. Irrita un poco tanta angustia moral teatralizada. Las posturas, las cintas de colores, las remeras negras, las manos cubriendo las bocas de los jugadores que eligieron por voluntad propia participar del Mundial son ejemplo de ello. Claramente, esta copa de fútbol está híper politizada. “No somos la ONU, no somos la policía mundial, no somos, no sé, los cascos azules”, se defendió Infantino. “Estamos organizando una Copa del Mundo. No estamos organizando una guerra”. Buen punto.
Hasta acá venía medianamente okay. Luego le pifió, para usar terminología mundialista: “Creo que por lo que hemos estado haciendo los europeos durante los últimos 3.000 años, deberíamos disculparnos por los próximos 3.000 años antes de comenzar a dar lecciones morales a las personas”. Uff. Ya hemos estado en este punto miles de veces. La autoflagelación occidental no parece ser el camino para elevar la imagen de un país musulmán homofóbico, misógino, explotador laboral, patrocinador de terroristas, intolerante con el extranjero y sensible a los cuestionamientos. Basta observar la campaña agresiva contra la comunidad gay que Catar promovió aun en vísperas del inicio del Mundial para advertir cuan fuera de foco estuvo el discurso del titular de la FIFA.
El año pasado, la Unión Internacional de Eruditos Musulmanes, asentada en Doha, emitió una fatua contraria a la homosexualidad, a la que tipificaba con las palabras “desviación y degeneración”. Según constataba un informe del Instituto de Investigación de Medios de Medio Oriente (MEMRI): “El discurso homofóbico que aparece en los medios qataríes de forma habitual ha aumentado aún más en las últimas semanas. Muchos artículos de prensa describieron a los homosexuales como ´pervertidos´ y expresaron su preocupación de que las campañas occidentales para promover los derechos de los homosexuales ´infectarían´ las sociedades árabes e islámicas y causarían una degeneración moral.” Como es habitual en la prensa árabe, las caricaturas fueron especialmente brutales. Por traer sólo una de ellas: llevaba el epígrafe “Qatar y la bandera del arcoíris”, publicada en Al-Sharq, mostraba a un árabe vomitando los colores del movimiento LGBTQ.
Sí, Europa en el medioevo masacró a judíos, expulsó a moros y quemó a brujas. Pero ¿de qué modo recordar el pasado fanatismo europeo es útil para detener la inconducta presente de Catar? Infantino aun debe explicar ello.