El balance al día de la fecha de la situación Líbano-Israel luce así: militarmente, hubo un empate entre los beligerantes. La tregua impuesta por la comunidad internacional salvó al Hizbollah de la ofensiva israelí, y no a la inversa, aunque al mismo tiempo frenó (de manera temporaria) las lluvias de misiles sobre Israel que este último no había logrado desactivar. Políticamente, sin embargo, el éxito ha sido rotundo para el estado israelí.
Ello quedó diplomáticamente reflejado en la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyo texto explícitamente identifica -por nombre- al Hizbollah como el generador de la crisis y lo responsabiliza por los muertos y heridos “en ambos lados”; una valiosísima sanción a la agrupación islamista por las víctimas tanto israelíes como libanesas. Ella exige la “liberación incondicional” de los soldados israelíes secuestrados; insta al cumplimiento de las resoluciones 1559 y 1680 que imponen sobre El Líbano y Siria, respectivamente, la obligación de desarmar al Hizbollah y de evitar la transferencia de armas al territorio libanés; demanda que la única autoridad y armamento posible en el sur libanés sea la del gobierno de El Líbano o la que éste autorice (equivalente a impedir la presencia de miembros armados del Hizbollah); crea una zona de seguridad entre la Línea Azul y el Río Litani, y brega por que dicha área no sea empleada para “actividades hostiles de ningún tipo”. En otras palabras, esta resolución incorpora muchos de los objetivos estratégicos de Israel vis-a-vis Hizbollah. La resolución incluye algunos aspectos favorables a la contraparte (después de todo, los franceses han hecho su trabajo como co-redactores, junto con los Estados Unidos, de esta resolución) pero en el análisis final ella refleja una clara victoria diplomática par el estado judío.
Ahora resta por monitorear su implementación en el terreno, y los primeros indicios no son auspiciosos. El Hizbollah ya ha anunciado que no se desarmará. El gobierno de Fouad Siniora se contradice repetidamente acerca de su futura actitud hacia el Hizbollah, con pronunciamientos un día respecto de la intolerancia a nuevos abusos por parte del movimiento chiíta, y con otras declaraciones muy permisivas hacia los luchadores islamistas al día siguiente. La Unión Europea, que presionó a las partes por un cese de fuego, no parece ahora mostrar la capacidad o la vocación de hacerse cargo de la pacificación de la zona. La propia Francia ha evidenciado un liderazgo tan tibio en este sentido que han surgido pedidos de reemplazo para que sea Italia quien tome su lugar. Otros países europeos no parecen estar dispuestos ni si quiera a enviar soldados al terreno, mientras que aquellas pocas naciones que sí lo han ofrecido están fuera de la órbita europea, son mayormente musulmanas, y no poseen lazos diplomáticos con el estado judío, razón por la cuál Jerusalén ha rechazado su inclusión. Mientras tanto, Siria e Irán continúan suministrando armas a la agrupación chiíta fundamentalista, lo que ha motivado una reacción militar israelí y la consabida protesta mediática a las supuestas violaciones israelíes del falso cese de fuego.
En el flanco sur de Israel, además, la batalla con la otra agrupación islamista, Hamas, continúa. La atención hacia la situación en el norte ha desconsiderado la persistencia del conflicto en la Franja de Gaza, donde se desató la instancia previa a la actual crisis en primer lugar, con el secuestro del soldado Gilad Shalit y el trasfondo de más de 700 ataques con cohetes desde la retirada unilateral y los nunca abandonados intentos de terrorismo-suicida palestino. Durante los 33 días de duración de la guerra en El Líbano, y de manera similar a lo acontecido cuando el dictador de Bagdad atacó a Israel durante la última guerra del Golfo, han acaecido manifestaciones palestinas a favor del Hizbollah y ha habido pedidos populares al jeque Hassan Nasrallah para que bombardeé Tel-Aviv. Desde el abandono del “Corredor Filadelfia” (el estrecho cordón fronterizo entre Gaza y el desierto del Sinai), Egipto no ha hecho lo suficiente para impedir el contrabando de armas hacia las zonas palestinas, y el Islam fundamentalista de extracción sunita fue electo democráticamente al poder. Al-Qaeda ya ha golpeado en Sharm el-Sheik, una localidad turística no muy alejada del límite con Gaza, y dada su filiación sunita con el Hamas no sería descabellado suponer lazos de cooperación entre ambas agrupaciones islamistas radicales, especialmente a la luz del ascenso regional del chiísmo promovido por la República Islámica de Irán, la que a su vez -a pesar del sectarismo religioso- financia al propio Hamas.
Poco después de la retirada israelí de la zona sur de El Líbano en el año 2000, el liderazgo palestino lanzó la denominada “intifada Al-Aqsa”. La cercanía temporal no fue casual, y efectivamente reflejó la gravitación en la estrategia palestina en relación a los israelíes de la postura militante del Hizbollah que presentó dicho repliegue como una victoria del Islam frente a los “ocupadores sionistas”. Este último desenlace, nuevamente en territorio libanés, donde el ejército israelí irá retirándose gradualmente a medida que lleguen (si es que alguna vez lo harán) las fuerzas multinacionales, y donde Irán, Siria y el Hizbollah están clamando una vez más una fraudulenta victoria, es precisamente el tipo de escenario que deberíamos observar con inquietud. Poco importa si estamos presenciando un renovada “libanización” en las áreas palestinas, o una regionalización del conflicto palestino-israelí. Lo relevante es que las fuerzas del mal que rodean a Israel siguen decididas a atacarla y bajo ningún punto de vista una tregua transitoria debe ser vista como la paz final.