“La jihad no empezó en 2001 ni en 2003, sino antes, en los noventa, con la causa palestina como reflejo de la lucha del pobre contra el rico.»
Jorge Elías, La Nación, 17/7/05.
Si pudiéramos confeccionar un ranking a propósito de las frases más erradas, absurdas, o irresponsables, esgrimidas por los periodistas latinoamericanos desde los atentados de principios de mes en Londres, indudablemente la afirmación arriba citada obtendría el primer lugar con suma holgura; y eso que ha habido dignos competidores.
Lo único cierto en esa aseveración sorprendente es que la guerra santa islámica contra occidente, en efecto, no comenzó en el siglo XXI. De ahí en más todo está equivocado. Sabemos que la jihad no empezó en los noventa, sino siglos atrás, cuando el imperio musulmán se expandió desde el Medio Oriente hasta el Norte de África, España, Grecia, los Balcanes y Europa Oriental. Los fanáticos musulmanes mentalmente habitan un mundo situado centurias atrás y emplean aún hoy los términos históricos de Mesopotamia para referirse a Iraq, Al-Andalús acerca de España, y Palestina por Israel. Si fuéramos a olvidar la historia del imperialismo musulmán y a centrarnos solamente en la modernidad, deberíamos entonces poder recordar que la Hermandad Musulmana -el primer movimiento fundamentalista islámico del siglo XX- fue fundado en Egipto a principios de la década del veinte; y que la revolución que instauró una teocracia islámica en Irán aconteció a fines de la década de los setenta; y que fue durante los años ochenta cuando nació el terrorismo-suicida islámico anti-occidental; y que todos ellos esgrimieron la pancarta de la jihad, como también lo hicieron notables ideólogos musulmanes durante gran parte del siglo. Y que recién entonces, en los noventa, fue cuando Osama Bin-Laden emitió su primer extenso bayan (manifiesto doctrinal) y su famosa fatwa (edicto religioso) en las que declaraba la guerra a los infieles de todo el mundo. Y que tales pronunciamientos tomaron como excusa central la presencia de tropas norteamericanas en territorio saudita, sede de las ciudades sagradas de la Meca y Medina, y no las vicisitudes de la distante “Palestina”. Es más, la no centralidad de “Palestina” en dichas declaraciones islamistas puede ser advertida en el hecho de que ella fue incluida en una larga lista junto con Egipto, Sudán, Arabia Saudita, Irak, El Líbano, Burma, Cachemira, Filipinas, Somalía, Bosnia-Herzegovina, y Chechenia, entre otros. Y deberíamos saber, especialmente si uno es un formador de opinión, que la causa palestina y todas las demás son un ardid, no una preocupación, para los fundamentalistas. Con acierto el premier Tony Blair espetó: “Si les preocupa la suerte de los palestinos, ¿por qué cada vez que parece que Israel y los palestinos hacen progresos, esa ideología perpetra una atrocidad que vuelve a tornar la esperanza en desesperación? Y si es Afganistán lo que los motiva, ¿por qué hacen saltar por los aires a inocentes que se dirigen a votar por primera vez? ¿Y por qué, incluso después del atentado en Madrid y de la elección de un nuevo gobierno, planeaban otra atrocidad hasta que fueron atrapados?”. Porque, tal como el propio Blair acotó, estamos lidiando con “fanáticos que quieren imponer al mundo su ideología del mal”, en la que su retórica de salvadores de palestinos, afganos u otros es mero discurso para consumo y confusión occidental.
Pero si hasta este punto Elías ha demostrado una ignorancia tan vasta y una incomprensión tan escandalosa sobre el tema que escribe como comentarista político, su siguiente observación respecto de que la causa palestina es un reflejo de la lucha del pobre contra el rico, lo deja a uno preguntándose si este periodista no habrá estado cubriendo demasiado la situación de los piqueteros en la Argentina. ¿Debería uno explicarle que la agresión palestina tiene origen en el extremismo político y el absolutismo nacionalista y nada que ver con una lucha de clases? ¿Qué la figura-modelo de la causa palestina es Haj Amín al-Husseini y no Karl Marx? ¿Que el padre del nacionalismo palestino, Yasser Arafat, de pobre no tenía nada, como tampoco la OLP, con sus activos de miles de millones de dólares? ¿Que los hermanos árabes de los palestinos, que habitan en palacios en los países del Golfo Pérsico y que habían contribuido grandes sumas de petrodólares a la lucha armada de la OLP contra Israel, desde 1994 han contribuido relativamente poco a los esfuerzos de reconstrucción nacional palestina? ¿Deberíamos explicarle que la Carta Nacional Palestina, adoptada en tiempos en que los palestinos eran gobernados por egipcios y jordanos, llama a la destrucción del Estado de Israel y no hace una sola mención al status socio-económico de los palestinos? ¿O que también hay pobres y ricos en Egipto, Siria, El Líbano, Libia, Yemen, y el resto de Oriente Medio, como para el caso también los hay en Asia, Latinoamérica, Europa y en todo el planeta tierra, y que, sin embargo, no por eso los pobres salen a destrozar a civiles indefensos en brutales atentados con bombas o a acribillarlos a tiros en las rutas o a lanzar morteros contra sus hogares? ¿Deberíamos explicarle algo tan elemental como lo es el hecho de que los palestinos no luchan por acceder a un DVD sino por obtener la independencia, en el mejor de los casos, o la obliteración de Israel, en el peor? Ah…parece que deberíamos explicarle todo esto a él, y, desafortunadamente, ahora también a los miles de lectores anónimos que han leído su penosa columna.
Además de obtusa y errada, la aseveración de Elías es perturbadora; dado que sugiere que la responsabilidad de la jihad mundial está sobre los hombros de Israel, al tener supuestamente su raíz en la siempre noble causa palestina. El pseudorazonamiento fluye -uno tan solo puede imaginar- más o menos así: los israelíes ricos oprimen a los palestinos pobres. Estos últimos realizan entonces intifadas contra los opresores israelíes. Estos a su vez reprimen desmesuradamente el levantamiento palestino, el que es 100% legítimo porque son pobres y oprimidos. Ofendidos por semejante ultraje, sus hermanos musulmanes residentes en países a cientos de kilómetros de distancia atacan entonces a 3000 civiles en Estados Unidos, país aliado de Israel y que pasa a ocupar entonces el lugar de opresor de musulmanes a escala global. El Tío Sam Invade Afganistán e Irak y genera más humillación aún en los musulmanes, en millones de ellos ahora liberados de terribles opresiones pero también pobres, desde ya. Más indignados aún, éstos entonces despedazan a más civiles que viajan en trenes en Madrid y en subtes en Londres y siembran el caos por todo el orbe. “¿Cómo empezó todo ésto?” se preguntan, desorientados, los occidentales. La génesis de esta jihad yace en la causa palestina de pobres contra ricos, explica la prensa…y eureka! Los israelíes, que durante la década del noventa han sufrido el embiste del fundamentalismo islámico como ningún otro grupo nacional lo ha hecho en ese período, pasan a ser los responsables últimos de la inestabilidad global contemporánea.
¿No lo había dicho ya el entonces embajador francés en Londres, al afirmar que la tercer guerra mundial comenzaría por culpa de “ese paísesito de porquería”? Todo encaja nítidamente. La culpa de la actual furia islámica la tienen, por supuesto, los judíos. O al menos los que residen en Israel. Por el momento, hasta que otro periodista se anime a dar un paso más.