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Comunidades, Comunidades - 2005

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Bush en la Argentina – 16/11/05

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Tiene razón Carlos Alberto Montaner al decir que “la izquierda hoy es sólo circo y violencia callejera”. Los destrozos a pedradas o con bombas incendiarias contra locales de McDonald´s, Burger King, Bank Boston, Citibank y Blockbuster en la capital federal y el interior del país, y los saqueos a comercios en Mar del Plata, ilustran a propósito de la violencia urbana de los inadaptados que conforman el cóctel de militantes izquierdistas, antinorteamericanos y antiglobalistas. Y en cuanto al circo en que se ha transformado la izquierda contemporánea basta con recordar la patética “anti-cumbre” marplatense en la que 45.000 eufóricos activistas se reunieron para corear gastados eslóganes contra los sospechosos usuales -Estados Unidos, su presidente, el imperialismo, y el capitalismo- a la vez que celebrar las virtudes del socialismo, cuyos modelos vietnamita, norcoreano, soviético y cubano, uno asume, deben ser para estos dinosaurios del siglo XX, modelos de virtud.

La famosa “anti-cumbre” reunió a lo más destacado del zoológico izquierdista latinoamericano. Primeramente a Diego Armando Maradona, cuya evolución de futbolista a drogadicto a conductor televisivo y ahora a activista político, parece haberle dotado de la madurez filosófica para generar profundas reflexiones del tipo “Bush es una basura humana”. En segundo término a Hugo Chávez, el charlatán presidente venezolano que sometió a sus fans a un discurso de casi dos horas y media repleto de citas de José Martí, Karl Marx, Mao Tse Tung, Rosa Luxemburgo, Eva Perón, Simón Bolívar, Noam Chomsky y Mario Benedetti. No podían faltar el líder cocalero boliviano Evo Morales -quien en el pasado afirmó que “Estados Unidos quiere convertir a Chile en el Israel de América Latina”- ni la madre de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini, quien en el 2001 aplaudió los atentados contra el World Trade Center. Acompañó al florido elenco el diputado peronista Miguel Bonasso, el presidente del parlamento cubano Ricardo Alarcón, el cantante Silvio Rodríguez, el cineasta bosnio Emir Kusturika, y el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel; este último quizás para recordarnos que los intelectuales bien educados también pueden ser políticamente extremistas.

Claro que el desprecio a Bush y al Tío Sam no es una novedad por estos pagos. Entre las  manifestaciones más histéricas del pasado reciente cabe destacar la actitud del juez brasilero Julier Sebastiao da Silva de considerar “absolutamente brutal” y “peor que los horrores cometidos por los nazis” la decisión de las autoridades norteamericanas de fotografiar y tomar las huellas dactilares de visitantes foráneos en los aeropuertos por cuestiones de seguridad; y la afirmación del académico argentino Sebastián Dozo Moreno, publicada dentro de una columna de opinión en La Nación, de que “Bush, por su pasión bélica y planes espaciales, parecería estar bajo la nefasta y poderosa influencia del planeta de la guerra” luego de que el presidente estadounidense anunciara el objetivo espacial de poner un astronauta en Marte. Esta perdida total del sentido de la proporción a la hora de juzgar a Estados Unidos, la encontramos también cuando de alabar a Cuba se trata. Dos ejemplos coloridos a colación podrían ser esta aseveración del “historiador” Diego Maradona respecto de Fidel Castro: “es el mejor presidente de los últimos cien años” -por encima, desde ya, de Winston Churchill, Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Mijail Gorvachov, y David Ben-Gurión entre otros- y una solicitada publicada tiempo atrás en Página12, titulada “Judíos con Cuba”, en la que se denunciaba a “las fuerzas hegemónicas mundiales” que amenazaban al régimen castrista y en la que para anunciar su apoyo a la única dictadura del continente americano, los firmantes no hallaron nada más adecuado que declarar orgullosamente su identidad judía.

El comentarista Rosendo Fraga nos regaló hace poco el dato deprimente de que todo el volumen económico de América Latina no llega al del estado de California. Mientras tanto,  todo lo que es capaz de hacer el movimiento izquierdista es aglomerarse en la ciudad feliz para aplaudir el colectivismo estalinista y el totalitarismo castrista. Por ahora, aunque cada vez en menor grado, esta izquierda bananera es marginal en la política regional. Si llegara a dejar de serlo, podemos olvidarnos de California y contentarnos con que fuéramos a estar a la par de Somalia.

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Por Julián Schvindlerman

  

Legados entrelazados – 03/11/05

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El presente mes de noviembre marca el décimo aniversario del asesinato de Itzjak Rabin y el primer año del fallecimiento de Yasser Arafat. El primero -un legendario militar, político y estadista- encontró la muerte súbita en manos de un descarriado hermano suyo en su propia tierra; el segundo –un terrorista internacional que asesinó a cientos de personas en todo el orbe- murió por causas naturales bajo el cuidado de los mejores médicos franceses en una clínica parisina. Ambos recibieron honores tras sus partidas en sendos funerales al que asistieron notables personalidades de la política internacional y fueron despedidos con emoción por prácticamente el mundo entero.

Que en sus iguales tributos en 1995 y en 2004, la familia de las naciones haya sido incapaz de diferenciar los legados de estos hombres dispares ciertamente ilustra cabalmente el trastoque de valores contemporáneo. Pero de manera más intensa aún refleja también el entrecruzamiento de tales legados, puesto que la percepción global de Arafat como un icono de la paz se debe en gran medida a las acciones de Rabin, a la vez que el hecho de que éste último sea hoy tan cuestionado obedece decididamente a las actitudes del primero.

Con el beneficio de la retrospectiva de doce años desde la génesis del Acuerdo de Oslo, incluso el más terco de los izquierdistas debería poder admitir que el experimento fue un fiasco. La cifra escalofriante de más de dos mil israelíes asesinados en atentados terroristas -desde aquella fatídica mañana de septiembre de1993 en la que el denominado proceso de paz fue inaugurado hasta su colapso en el año 2000 y desde el estallido de la intifada jihadista palestina hasta la actualidad- por sí misma debería cerrar todo debate al respecto. Y el más leal de los activistas partidarios debería poder reconocer que Rabin es en gran parte responsable de ello. Él era el primer ministro del Estado de Israel cuando el líder palestino fue rescatado del aislamiento político en que se hallaba luego de la Guerra del Golfo para ser transformado de revolucionario en estadista y legitimado como supuesto pacifista. Él fue quien accedió a permitir el ingreso triunfal de los luchadores de la OLP a Gaza y Judea y Samaria y quién les dio las armas de cuyos cañones saldrían las balas que cegarían las vidas de tantos israelíes. Él fue quién decidió compartir el Premio Nobel de la Paz con quien él mismo cierta vez definiera como el hombre que más sangre judía tenía en sus manos desde Hitler y Stalin. Y él fue quien toleró y hasta excusó la rabiosa incitación palestina contra los israelíes durante el período Oslo; caldo de cultivo del que en los últimos años ha surgido la nueva generación de kamikazes fundamentalistas.

A su favor, Rabin tuvo la visión de comprender la necesidad de la separación entre israelíes y palestinos aún cuando los pontificados de su canciller Shimón Peres sobre las virtudes de la integración seducían a importantes segmentos de la sociedad israelí y diáspora judía. Fue un pragmático rodeado de románticos en el gobierno cuyo realismo y aplomo han atenuado al menos parte de la herencia de errores que legó el canal de negociaciones secretas de Oslo que derivaría en los famosos acuerdos. Y desde ya que su trayectoria como reconocido  militar y destacado político ha dejado sus muy positivas huellas en la historia del estado. Es por esto que uno tiene sentimientos encontrados a la hora de evaluar su legado: Rabin fue un gran prócer de la historia política y militar de Israel…y fue también un estadista mayor que cometió en Oslo su error cardinal.

Pero si de Rabin podemos decir que albergamos opiniones contradictorias, de Arafat definitivamente no. Su récord escandalosamente criminal, su intransigencia política, su estrechez mental, su desprecio hacia su propio pueblo y su descarnada maldad hacia los israelíes  no dejan el más mínimo espacio para la consideración hacia su persona; mientras que su legado de corrupción, violencia, fanatismo y anarquía tornan en completamente indefendible su gestión dirigencial. Por su cobardía y necedad, los palestinos perdieron la oportunidad histórica de obtener un estado en bandeja de plata cinco años atrás. Por su extremismo y ensimismamiento revolucionario los palestinos vivieron bajo “ocupación” durante las décadas anteriores. Por su ineptitud administrativa y su centralizada manera de gobernar, hoy la Autoridad Palestina necesita más asistencia económica internacional que nunca. He aquí la Palestina que legó Arafat: bandas armadas que se atacan entre sí, terroristas descontrolados que atacan a Israel, homosexuales y sospechosos de colaborar con agentes israelíes que son matados a tiros en las calles, madres orgullosas de que sus hijos se  inmolen por Allah, niños indoctrinados en el sendero de la guerra santa, corrupción, pobreza, desorientación nacional.

¿Pero no vamos a reconocerle su talento nato para la propaganda, su magistral manipulación de los distintos foros de la ONU para promocionar la causa palestina, el crudo pero efectivo uso del terrorismo espectacular, la transformación de los palestinos –según la elocuente caracterización de Thomas L. Friedman- de “refugiados necesitados de carpas en un pueblo en busca de independencia”? Sí, lo haremos. Pero no sin dejarnos de plantear hasta que punto todo ello fue mérito propio y hasta que punto el resultado del apoyo regional de los árabes y occidental de crédulos u odiosos simpatizantes. De todas formas, más allá de este posible reconocimiento, su legado actual es verdaderamente  patético.

Noviembre marca una intersección en los aniversarios de las muertes de dos figuras cuyas vidas se han cruzado y cuyos legados están entrelazados. Al evaluarlos en retrospectiva, debemos tener presente una simple verdad: Rabin pecó por pacifista, Arafat por belicista. Esta diferencia esencial, esperemos, sea tenida en cuenta por el veredicto de la historia; la que, en última instancia, tiene la palabra final.

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Por Julián Schvindlerman

  

Guía de fútbol para el islamista radical – 20/10/05

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Un insólito evento tuvo lugar poco tiempo atrás en Arabia Saudita cuando una fatua fue emitida por un jeque en contra del fútbol. Como resultado de la misma, al menos tres integrantes abandonaron su equipo, en tanto que uno de ellos fue arrestado mientras planificaba realizar un atentado en Irak. El curioso episodio motivó que destacados periodistas y clérigos sauditas se pronunciaran públicamente contra del edicto religioso y las autoridades que lo habían emitido.

La fatua –aparentemente promulgada por un tal jeque Abdallah Al-Najdi- fue publicada el pasado mes de agosto por el diario Al-Watan y traducida y divulgada posteriormente al mundo occidental por el instituto para la investigación de la prensa del Medio Oriente (MEMRI según sus siglas en inglés). La misma contiene quince puntos cuyo eje central se basa en diferenciar la práctica del deporte en cuestión por parte de los no-musulmanes y tornarla permisible, conforme a varias reglas, para los devotos musulmanes con el fin  expreso de que ello consista en entrenamiento físico para la jihad.

Así, su texto insta a no delinear al cancha de fútbol con un perímetro de cuatro líneas “dado que esa es la manera de los no-creyentes”. No se debe emplear la terminología “establecida por los no-creyentes y los politeístas” tales como “foul”, “penal”, “corner”y “gol” y quienquiera que pronuncie esos términos “debe ser castigado, recibir una reprimenda y ser  expulsado del juego”. En caso de que un jugador se rompiera una mano o un pie al caerse, él no debería gritar “foul” ni dejar de jugar el partido. Quien le hubiese causado la herida no recibirá una tarjeta roja o amarilla “sino que el caso será juzgado de acuerdo a la ley musulmana”. En lugar de once jugadores, el número debe ser mayor o menor que aquél que fijan los cristianos, los judíos y “la vil América”. En cuanto a la indumentaria, el jugador musulmán debe vestir su atuendo normal o pijamas dado que pantalones coloridos y remeras numeradas “no son ropas adecuadas para los musulmanes”. Tampoco debe extenderse el juego durante 45 minutos, ni dividirse en dos partes, ni mediar un referí, ni definir por penales un empate, ni los arcos deben tener tres caños, ni hay necesidad de poner suplentes, puesto que todo ello conforma la práctica usual entre los cristianos, judíos, ateos, politeístas y no-creyentes en general. Las hinchadas, además, están prohibidas, y en caso de juntarse una muchedumbre debe ordenársele que “se vaya a propagar el Islam”. Si, luego de un gol (la fatua naturalmente evita el término) los compañeros corren a abrazar y besar al goleador, éste debería “escupirles en la cara, castigarlos, y reprimirlos puesto que ¿qué tienen que ver la diversión, los abrazos y los besos con el deporte?”.
 
El establishment religioso saudita reaccionó indignado. El jeque Abd Al-Aziz ibn Abdallah  Aal-Sheikh, mufti de Arabia Saudita, pidió que se sometiera a juicio a los autores de la fatua e instó a los musulmanes a no actuar según lo estipulado en ella. El jeque Abd Al-Muhsin Al-Abikan, asesor del Departamento de Justicia, dijo que el fútbol es permitido siempre y cuando las prohibiciones de la Shaaría no fuesen violadas. Por su parte, varios periodistas –entre ellos del propio Al-Watan– se sumaron a la protesta anti-fatua. Un columnista del diario Al-Sharq Al- Awsat invitó a “reexaminar nuestro discurso religioso y corregirlo para proteger a nuestra juventud de las garras del extremismo ideológico y religioso”. 

Este colorido y curioso incidente sugiere dos observaciones contrastantes. La primera es  pesimista y nos ilustra a propósito de los niveles de oscurantismo y dogmatismo férreo que satura el pensamiento de los musulmanes fanatizados cuya visión teológica los lleva a condenar algo tan inocuo como el fútbol. La segunda es optimista y nos muestra la existencia de voces contrarias al fundamentalismo religioso que comienzan a surgir, presagiando –uno ansía- el tan mentado, necesario y postergado debate de ideas en el ámbito del Islam contemporáneo.

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Por Julián Schvindlerman

  

Intolerancia musulmana, apaciguamiento occidental – 28/09/05

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“Hoy, 38 años de presencia israelí en Gaza han terminado. Estoy lleno de esperanza que cuando las puertas de Gaza reabran, serán puertas de paz”. Esto dijo el ministro de defensa israelí Shaul Mofaz el día que finalizó la implementación del programa de desconexión, y la respuesta palestina a su esperanza no tardó en llegar: hordas de vándalos saquearon, quemaron y destrozaron sinagogas dejadas atrás. Tal actitud no es más que un eslabón más de la historia del Islam, la que ha diseminado varios precedentes de desprecio por lugares santos de otras religiones. En Jerusalém, las mezquitas Al-Aqsa y el Duomo de la Roca fueron construidas sobre los restos de templos judíos. En la India, la mezquita Babri Masjid fue edificada encima de las ruinas del templo hindú Ayodhya. En Estambul, la iglesia Hagia Sofía fue transformada en una mezquita luego de ser conquistada. La iglesia que alberga la tumba de Juan el Bautista en la ciudad vieja de Damasco fue convertida en la mezquita Omayyad. En Afganistán, dos estatuas milenarias de Buda fueron demolidas por musulmanes talibanes. Etc.

Unos días previos a esta profanación de lugares santos judíos, otro episodio ilustrativo de intolerancia islámica había acontecido también en “Palestina”, está vez contra la cristiandad. En lo que podemos definir como una singular versión palestina de la tragedia shakespeareana de Romeo y Julieta, musulmanes de la aldea Dair Jarir atacaron la vecina aldea cristiana Taybeh al enterarse que el residente cristiano Mehdi Khouriyye había mantenido una relación romántica clandestina durante dos años con la joven musulmana Hiyam Ajaj. Cuando la joven de 23 años había quedado embarazada, sus padres decidieron asesinarla (forzándola a ingerir veneno) para “redimir el honor familiar” y los miembros de la aldea consideraron conveniente aleccionar al Romeo de Taybeh y toda la aldea, que fue invadida bajo el grito de “¡quemen a los infieles, quemen a los cruzados!”. (Incidentalmente, según algunos racontos, el nombre original de la aldea era Efraím, pero luego de la conquista islámica, Salah a-Din cambió el nombre por el de Taybeen, el que fue variando con el tiempo).

Quienes sostienen que no hay un choque de civilizaciones en curso, que no hay una guerra de valores y culturas, tendrán cierta dificultad en explicar estos eventos. Estos palestinos musulmanes enardecidos no profanaron templos judíos ni arrasaron una aldea cristiana porque Estados Unidos haya invadido Irak, o porque Israel ocupe Palestina (para el caso, acababa de terminar la “ocupación” de Gaza), o porque fueran pobres, marginales o se sintieran humillados. Especialmente en lo relativo al segundo caso, el disparador fue un romance multiétnico, algo que en Occidente es usualmente celebrado como apertura de puentes multiculturales pero que en “Palestina” fue visto como una agresión interreligiosa. Este incidente brinda importantes lecciones a propósito del poder de la ideología y de la fe y los condicionamientos culturales de la tradición en el Islam. Desafortunadamente, lejos de procurar entender cuán centrales tales nociones son para los devotos musulmanes -y que efectos tienen en sus motivaciones- Occidente tiende a acomodar los caprichos islámicos llegando al extremo de apaciguar la intolerancia islámica a partir de una profundamente desquiciada tolerancia liberal.

Así, el Comité Internacional de la Cruz Roja –cuyos miembros musulmanes objetan la aceptación del Maguen David Adom- debe abstenerse de usar la cruz cuando va a Irak porque a los musulmanes iraquíes no les agradan los símbolos cristianos. Inglaterra consideró anular la conmemoración del Día del Holocausto dado que eso de alguna manera era ofensivo para los musulmanes del país; finalmente, Tony Blair rechazó la idea de englobar la Shoa dentro de un genérico “Día del Genocidio”. La municipalidad de Sevilla ha removido la figura del Rey Ferdinando III (patrón y santo de la ciudad) de sus celebraciones porque éste luchó contra los moros durante 27 años. En Italia se ha considerado quitar un fresco de Dante que adorna el techo de la catedral de Bologna que ubica a Mahoma en el infierno. Mohammed Bouyeri -el musulmán holandés de ascendencia marroquí que degolló al cineasta Theo Van Gogh en plena vía pública en Ámsterdam por un film sobre el status de la mujer en tierras musulmanas que, según él, ofendía al Islam –había sido presentado en la prensa holandesa, dos años antes, como un ejemplo de buena integración cultural. En las escuelas secundarias de Dinamarca, cuyo secularismo las ha impelido de introducir la Biblia como material de estudio, se enseña no obstante el Corán . En Suiza, Tariq Ramadán -nieto de Hasan al-Banna, fundandor de la Hermandad Musulmana, y él mismo un polémico radical- es profesor en la Universidad de Friburgo y una reconocida figura mediática. Sami al-Arian –personaje vinculado a agrupaciones fundamentalistas- fue profesor en la University of South Florida hasta que un escándalo precipitó su destitución. Yusuf al-Qaradawi -buscado bajo cargos de terrorismo por las autoridades egipcias, y clérigo que aprueba golpizas a las esposas musulmanas y a favor de la pena de muerte para los homosexuales- fue recibido el año pasado en una ceremonia oficial de la City Hall de Londres por el alcalde de la ciudad. Cuando Hollywood decidió llevar a la pantalla grande la novela de Tom Clancy La suma de todos los miedos, lo hizo transformando a los terroristas palestinos que quieren evaporar Baltimore en neonazis europeos. Durante el último acto en conmemoración del atentado contra la AMIA, ninguno de los expositores pronunció la palabra “islámico” en sus discursos al condenar a los terroristas que perpetraron la masacre de 1994. La BBC, aún después de los atentados de Londres, elude el término “terrorista islámico”.

Hay que ser tolerante con todos menos con los intolerantes, dijo Voltaire. Paradójicamente, él fue un gran intolerante. Ya de por sí vivimos en un mundo imperfecto. Y con todo su patético y peligroso apaciguamiento hacia el Islam radical, Occidente está contribuyendo decididamente a empeorar aún más dicha imperfección.   

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Por Julián Schvindlerman

  

¿Dónde está el dinero Árabe? – 07/09/05

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Con la retirada israelí de Gaza se ha reanimado el entusiasmo mundial a propósito del prospecto de la independencia palestina, y, con ella, la necesidad de apuntalar la gestación del estado futuro mediante vasta asistencia económica. Así, ya durante el mes previo a la implementación del programa de desconexión, el encuentro del G-8 concluyó con una decisión de doblar la asistencia económica internacional a la Autoridad Palestina, ubicándola en los u$s 2 mil millones anuales. Esta es la continuación de un patrón de generosidad global con la causa palestina nacido con los Acuerdos de Oslo de 1993. Inicialmente, la ayuda internacional para los territorios autónomos palestinos fue de u$s 250 millones por año, se duplicó durante el período del llamado proceso de paz a u$s 500 millones por año, y se duplicó una vez más a u$s 1.000 millones anuales a partir del comienzo de la intifada “Al-Aqsa”. Esta cifra sería ahora también duplicada hasta llegar a los u$s 2 mil millones por año, el equivalente a u$s 600 per cápita; un importe diez veces mayor al objetivo económico delineado para el continente africano según la iniciativa del team Live8-Bob Geldof-Tony Blair.

Para el economista estadounidense Patrick Clawson (de quién he tomado los datos arriba presentados), la Autoridad Palestina no está en condiciones de absorber eficientemente semejante caudal de dinero. Gran parte será malgastada, robada, malversada, o desperdiciada (o un poco de todas esas opciones), lo que fomentará mayor desconfianza popular con la dirigencia palestina y creará inestabilidad política interna. Este observador reconoce que los palestinos son pobrísimos y dependen de ayuda humanitaria, pero sugiere que el problema no yace en la cantidad de asistencia que se pueda brindar, sino en de que manera tal asistencia será distribuida. Ejemplo: en 1993 el Banco Mundial estimó que los palestinos necesitarían cerca de u$s 1.500 millones para el siguiente lustro. Con clásica bondad, la comunidad internacional prometió u$s 3.500 millones, de los cuales había efectivamente asignado u$s 2.500 millones para cuando arribó el año 1998. La asistencia per cápita del año 1997 solamente para los territorios era de u$s 203; en marcado contraste con la totalidad de la asistencia humanitaria mundial a la India del mismo año que era de u$s 2 por persona.

Vale decir que la ayuda económica global para los palestinos fue considerablemente mayor que lo recomendado por el Banco Mundial y muy por encima de lo otorgado a países mucho más pobres. A pesar de lo cuál, la economía palestina no se transformó en el vaticinado Singapur del Medio Oriente sino en una de las entidades más problemáticas de la región. Pues tal como Clawson postula, lo importante no es la cantidad de asistencia, sino como ésta será empleada. Más relevante aún, sin una reforma política adjunta a la inyección monetaria, difícilmente pueda mejorar la situación, dado que más dinero no hará de culturas viciadas entidades más benignas, sino que las dejará simplemente más corruptamente enriquecidas. Y algo más pertinente todavía: la noción subyacente a estos programas asistenciales es que la eliminación de la pobreza palestina allanará el camino hacia la paz, un punto cuestionable en el mejor de los casos. Claramente, existen otros impedimentos a la consecución de la paz en la zona que trascienden el status económico del individuo en la sociedad palestina -desde el fanatismo religioso hasta el revanchismo nacionalista y desde el extremismo ideológico hasta el imperialismo territorial- que ningún programa económico, por más generoso que sea, podrá por sí mismo resolver.

No obstante, la familia de las naciones parece estar decidida a brindar dinero -y en grandes cantidades- a los palestinos. En este contexto, es atinado preguntarse cuál ha sido el papel que sus hermanos árabes han jugado en este campo hasta el momento y cuanto han contribuido a esta mancomunada campaña contra la pobreza en las zonas palestinas, especialmente cuando el precio del barril de crudo ha cruzado los u$s 70.

Según datos presentados por el analista británico Simon Henderson, los estados árabes se comprometieron a adjudicar u$s 999 millones a la AP durante el año 2004, de los cuáles tan solo u$s 107 millones fueron entregados. De esta cifra, u$s 92 millones provinieron de los cofres de Arabia Saudita que cumplió de esta manera con la suma prometida, aunque luce pequeña si se tiene en cuenta los u$s 20 mil millones de ingreso adicional que obtuvo el año pasado Ryhad respecto de sus ingresos del año 2003 por ventas de crudo. Henderson pone estos números en perspectiva al destacar que la contribución saudita a la AP equivale a u$s 252.000 por día, un importe no mucho mayor a los u$s 150.000 que el Rey Fahd y su entorno gastaron en arreglos florales durante las vacaciones del monarca en el sur de España en el 2002. Los Emiratos Árabes Unidos tuvieron un ingreso por venta de petróleo de u$s 30.000 millones el año pasado, prometieron u$s 43 millones a los palestinos y  terminaron entregando ni un centavo. Tan solo dos casos ilustrativos de la mezquindad fraternal de países ricos en petróleo, cuya OPEP (excluyendo a Irak) ganó durante el 2004 u$s 45.000 millones más que lo que había ganado durante el 2003.

Si las naciones árabes ricas en petróleo prácticamente no asisten al pueblo palestino porque no confían en la transparencia de las finanzas palestinas, o porque son simplemente avaras, o porque prefieren apoyar a los palestinos en tiempos de lucha (¿cómo olvidar los famosos cheques sauditas e iraquíes para las familias de los terroristas-suicidas durante la actual intifada?) más que en tiempos de calma, merecería una exploración aparte. Lo que hemos de destacar ahora es la errónea actitud occidental de saturar con fondos a una entidad en apariencia incapacitada de administrarlos eficientemente y de contribuir abundantes montos que deberían ser aportados en primer lugar por quienes poseen los activos suficientes para hacerlo y comparten además responsabilidad estatal en la gestación de este tortuoso conflicto que hoy están llamados a subsanar.

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Por Julián Schvindlerman

  

Un futuro unilateral – 24/08/05

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Finalmente, lo inimaginable ocurrió: un transfer en Eretz Israel. Sólo que no se trató del famoso y polémico transfer largamente discutido y hasta vituperado, esa noción ultranacionalista históricamente reprimida de expulsar a los palestinos de las zonas disputadas y retener así los territorios sin la amenaza demográfica. No. Este fue un transfer invertido, por así decir: consistió en la expulsión de los judíos de dichas áreas hacia “dentro” de Israel. Según algunos colonos se trató de un crimen racial, de una limpieza étnica -desprovista de la sangría que suele acompañarlas, pero limpieza al fin- de un desplazamiento forzado de civiles de religión judía con el único propósito de favorecer el establecimiento de un estado judenrein, libre de judíos, tal como los palestinos desean y reclaman. Algunos de ellos planeaban presentar una demanda contra Ariel Sharon ante la Corte Internacional de Justicia y la Corte Criminal Internacional. “Un judío no expulsa a otro judío” es su lema.

Las escenas eran desgarradoras. La del soldado y el colono ortodoxo llorando juntos, abrazados. La del niño que, sacado de su casa en brazos de un soldado, lo besa en la mejilla, y su madre le reprocha su ternura hacia el agresor. La de la joven soldada que va a presentar la orden de desalojo y es recibida por niños que a lágrima viva le imploran que se vaya, y entonces es ella la que a partir de allí ya no puede parar de llorar. La de la cadena humana formada por jóvenes colonos tirados sobre el suelo, brazos entrelazados, tzizit y kipot también, mientras soldados y policías intentan separarlos. Las quemas de basura y neumáticos, los insultos y las amenazas, las agresiones con huevos y pintura, el atrincheramiento en el techo de una sinagoga, la mujer que se prende fuego, los que amenazan con suicidarse, el terrorista que mata a trabajadores palestinos. Dudo que la sociedad israelí estuviera preparada para todo esto, y me pregunto cuanto tardará en cicatrizar la herida inflingida en el inconsciente colectivo por este drama nacional.

Para los colonos religiosos la hecatombe es por lo menos triplemente dolorosa. Junto con el trauma relacionado a la expulsión y la necesidad impuesta de rearmar sus vidas en otra parte, y junto con la blasfemia gubernamental de abandonar Tierra Prometida, está la traición de un Estado que los ensalzó originariamente como valientes pioneros de una gran gesta nacional y que ahora los ha transformado en parias de un proyecto fallido, algo que tan solo reafirma esta célebre frase de un mentado ideólogo de la colonización: “Hemos logrado afincarnos en los territorios, más no hemos logrado asentarnos en los corazones de los israelíes”. Este sentimiento de abandono y traición fue acentuado a su vez por la ausencia de un referéndum nacional o nuevas elecciones que permitieran una expresión popular a propósito de tan delicada y controvertida medida que efectivamente es el programa de desconexión. La aprobación de dicho programa por parte del gabinete y el parlamento no alcanzan para dotar de la legitimidad necesaria que las elecciones o referéndum nacionales le hubieran dado, puesto que Sharon subió al poder sobre una base política completamente opuesta a su accionar actual.

Una caricatura reciente en el Jerusalem Post ilustraba perfectamente la contradicción ideológica que encierra la figura de este nuevo Ariel Sharon. El va circulando en su auto de primer ministro mostrando dos cintas, una de color azul, la otra naranja. Sorprendido, un transeúnte le pregunta al respecto, a lo que Sharon responde: la azul es por Gaza y la naranja por Cisjordania. Si el abandono de la Franja de Gaza ha sido el precio a pagar para retener la mayor parte de Judea y Samaria, el equivalente a una amputación física para salvar el resto del cuerpo, entonces el legado de Sharon será indudablemente por siempre debatido pero posiblemente a largo plazo generalmente aceptado. Pero, si la retirada unilateral de Gaza no ha sido más que un presagio de futuras concesiones territoriales masivas, de nuevas rondas de inútiles negociaciones, de reapertura de diálogos interminables sobre cuestiones inclaudicables, entonces la iniciativa de Sharon quedará condenada a ser recordada como otro grave error de la historia política israelí. Públicamente, Sharon ha afirmado que no cederá toda Cisjordania. El problema es que en el pasado había dicho que Gaza sería israelí por siempre.

El programa de desconexión fue concebido como una medida unilateral, ente otras razones,  debido a la ausencia de un interlocutor palestino pacífico. La muerte de Yasser Arafat y el ascenso de Mahmmud Abbas no cambian eso. Reactivar la Hoja de Ruta, reavivar la falsa aureola de Oslo, re-escenificar la ilusión del progreso diplomático, todo eso sería un error garrafal. Ahora el nombre del juego es la unilateralidad. ¿Debería continuar la desconexión en Cisjordania? Desafortunadamente sí. La espada de Damocles demográfica que motivó el abandono de Gaza pesa también sobre Judea y Samaria. ¿Debería haber un repliegue total, tal como en Gaza? Definitivamente no. Aquí habitan no ya 8000 colonos sino alrededor de 225.000 en una zona de considerable valor estratégico e indiscutida importancia histórica. Si para evacuar a 8000 colonos se ha debido movilizar a 40.000 agentes de seguridad, de mantenerse las proporciones se requeriría más de un millón de tropas para evacuar a los colonos de la Ribera Occidental. Y esto solamente en el plano logístico. El vínculo emocional judío con Judea y Samaria es mucho mayor que el existente con Gaza e indescriptible sería el trauma asociado a una evacuación forzada. La esencia de la historia judía descansa en Judea y Samaria. Además, geográficamente este territorio tiene relevancia defensiva muy superior, comparativamente, a la Franja de Gaza.

¿Entonces, que hacer? Israel debería definir sus fronteras finales según sus propios criterios de seguridad, demografía e historia, delinear que porciones de Judea y Samaria ansía retener y afirmarse en esa posición. ¿Que esto no será satisfactorio para Ahmed Qurei, Kofi Annán, Javier Solana y hasta quizás para Condoleeza Rice? Pequeño precio a pagar en imagen internacional a cambio de la viabilidad nacional.

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Por Julián Schvindlerman

  

La desconexión ausente – 10/08/05

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El contraste entre los hechos no podría ser mayor, ni el comentario sobre las dos culturas más elocuente. Contraponga dos episodios terroristas y las reacciones que éstos generaron de uno y otro lado de la Línea Verde, y Ud. verá claramente la diferencia moral fundamental entre las sociedades israelí y la palestina.

Recientemente, Eden Zada, un joven soldado israelí que había desertado del ejército, subió a un micro en una aldea árabe de Israel, abrió fuego contra sus pasajeros y mató así a cuatro ciudadanos árabes-israelíes e hirió a otros tantos antes de que fuera linchado hasta la muerte por árabes de la zona. El gobierno israelí condenó con suma contundencia aquél atentado. El premier Ariel Sharon lo tildó de “acto despreciable cometido por un terrorista sediento de sangre”. El ministro de defensa se rehusó a darle entierro militar y dijo que el atacante “no merece ser enterrado al lado de soldados caídos en combate”. El alcalde de Rishón Lezion aseguró que él no permitiría que el terrorista fuese enterrado en el cementerio de la ciudad, ni siquiera conforme a una ceremonia civil. Y el liderazgo del asentamiento de Tapuah, donde Zada había residido últimamente, también se opuso a que aquél extremista fuera enterrado allí.

El día anterior a este incidente, el Centro Gaza para la Cultura y las Artes publicitó un nuevo curso sobre folklore popular bajo el nombre de Wafra Idris, la primera mujer terrorista-suicida. Esa paramédica de 28 años, en enero de 2002 se inmoló en Jerusalén provocando la muerte a un anciano israelí e hiriendo a otros. Desde entonces, el Gremio de Mujeres Palestinas ha tomado a Idris como un modelo social, un desfile de jovencitas fue realizado en su honor, campamentos de verano, cursos universitarios y actividades de Fatah han sido nombrados por ella, y hasta se llevó a cabo un concierto dedicado a esta heroína del pueblo palestino, el que fuera luego televisado varias veces en la programación oficial de la Autoridad Palestina.

Vale decir, mientras que en Israel el ocasional terrorista es universalmente condenado y socialmente despreciado, del otro lado de la frontera, la sociedad palestina aplaude y colma de honores a sus terroristas (muy regulares, deberíamos agregar). Esta otra desconexión –la retirada afectiva y práctica de la inmoralidad del terrorismo- sigue ausente en el campo palestino. Así como los israelíes se desconectan de partes de la tierra disputada, análogamente los palestinos deberían comenzar a desconectarse de la violencia política.

Mientras tanto, los palestinos están preparando las celebraciones inminentes a toda máquina. La AP ha acuñado un par de eslógans –“Nuestra tierra retornará a nosotros, protejámosla” y “El pueblo liberó la tierra, el pueblo construirá la tierra”- anunciados en la prensa local, impresos sobre remeras y gorros, y dentro de poco a ser difundidos en los canales satelitales pan-árabes Al-Jazira y Al-Arabiya. Además la AP ha reservado 200 micros para realizar visitas guiadas a los asentamientos evacuados y ha ordenado la confección de unas 60.000 banderas palestinas a ser flameadas sobre las ruinas de los “territorios liberados”. Por su parte, el Sindicato de Prensa palestino en la Franja de Gaza –que anteriormente prohibió a sus miembros cubrir los choques entre Fatah y Hamas- ha dado instrucciones a los periodistas de “reflejar el rostro civilizado y brillante de nuestra gente luchadora”, y no le quepa la menor duda de que han tenido a Wafra Idris y sus colegas asesinos en mente al emitir esa rimbombante directiva. El movimiento fundamentalista Hamas se ha sumado a tales celebraciones puesto que, en palabras de Mamoud Zahar, uno de sus líderes, “Queremos consolidar la percepción de que esta tierra fue liberada con la sangre de nuestra gente, primordialmente del Hamas”. Exultante, a su vez, el primer ministro Ahmed Qurei ha dicho que “el proceso que ha empezado en 1965 se está abriendo paso, a través de la determinación y voluntad de nuestro pueblo, hacia Jerusalén, la Ribera Occidental y el resto de la patria”.

El lector haría bien en releer esta última frase: 1965 fue el año de la primer operación terrorista de Fatah, y “el resto de la patria” a liberar es -¿que duda cabe?- Haifa, Tel-Aviv y Eilat. Obviamente, los palestinos están celebrando la victoria de su “resistencia” y el éxito del progreso del “Plan por Fases” para la destrucción de Israel. Esta otra desconexión –la retirada emocional del campo de la incitación nacionalista y el imperialismo territorial- también permanece ausente en la cultura palestina. Y de manera similar a lo postulado anteriormente, así como los israelíes se desconectan de porciones de zonas disputadas, análogamente los palestinos deberían comenzar a desconectarse de sus nociones expansionistas y politicidas.
 
Además de ser territorial, la desconexión israelí de Gaza y sectores de Samaria es reflejo de una no menos importante retirada simbólica del ideal del “Gran Israel”. Cabe esperar que algún día el pueblo palestino pueda implementar su propio programa de desconexión: esa vital retirada unilateral del reinado del terrorismo y del chauvinismo, y, en el plano de lo simbólico, del ideal de la “Palestina del río al mar”. Hoy por hoy, desafortunadamente ella es la gran desconexión ausente.

Comunidades, Comunidades - 2005

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Periodistas a la deriva – 27/07/05

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“La jihad no empezó en 2001 ni en 2003, sino antes, en los noventa, con la causa palestina como reflejo de la lucha del pobre contra el rico.»

Jorge Elías, La Nación, 17/7/05.

Si pudiéramos confeccionar un ranking a propósito de las frases más erradas, absurdas, o irresponsables, esgrimidas por los periodistas latinoamericanos desde los atentados de principios de mes en Londres, indudablemente la afirmación arriba citada obtendría el primer lugar con suma holgura; y eso que ha habido dignos competidores.

Lo único cierto en esa aseveración sorprendente es que la guerra santa islámica contra occidente, en efecto, no comenzó en el siglo XXI. De ahí en más todo está equivocado. Sabemos que la jihad no empezó en los noventa, sino siglos atrás, cuando el imperio musulmán se expandió desde el Medio Oriente hasta el Norte de África, España, Grecia, los Balcanes y Europa Oriental. Los fanáticos musulmanes mentalmente habitan un mundo situado centurias atrás y emplean aún hoy los términos históricos de Mesopotamia para referirse a Iraq, Al-Andalús acerca de España, y Palestina por Israel. Si fuéramos a olvidar la historia del imperialismo musulmán y a centrarnos solamente en la modernidad, deberíamos entonces poder recordar que la Hermandad Musulmana -el primer movimiento fundamentalista islámico del siglo XX- fue fundado en Egipto a principios de la década del veinte; y que la revolución que instauró una teocracia islámica en Irán aconteció a fines de la década de los setenta; y que fue durante los años ochenta cuando nació el terrorismo-suicida islámico anti-occidental; y que todos ellos esgrimieron la pancarta de la jihad, como también lo hicieron notables ideólogos musulmanes durante gran parte del siglo. Y que recién entonces, en los noventa, fue cuando Osama Bin-Laden emitió su primer extenso bayan (manifiesto doctrinal) y su famosa fatwa (edicto religioso) en las que declaraba la guerra a los infieles de todo el mundo. Y que tales pronunciamientos tomaron como excusa central la presencia de tropas norteamericanas en territorio saudita, sede de las ciudades sagradas de la Meca y Medina, y no las vicisitudes de la distante “Palestina”. Es más, la no centralidad de “Palestina” en dichas declaraciones islamistas puede ser advertida en el hecho de que ella fue incluida en una larga lista junto con Egipto, Sudán, Arabia Saudita, Irak, El Líbano, Burma, Cachemira, Filipinas, Somalía, Bosnia-Herzegovina, y Chechenia, entre otros. Y deberíamos saber, especialmente si uno es un formador de opinión, que la causa palestina y todas las demás son un ardid, no una preocupación, para los fundamentalistas. Con acierto el premier Tony Blair espetó: “Si les preocupa la suerte de los palestinos, ¿por qué cada vez que parece que Israel y los palestinos hacen progresos, esa ideología perpetra una atrocidad que vuelve a tornar la esperanza en desesperación? Y si es Afganistán lo que los motiva, ¿por qué hacen saltar por los aires a inocentes que se dirigen a votar por primera vez? ¿Y por qué, incluso después del atentado en Madrid y de la elección de un nuevo gobierno, planeaban otra atrocidad hasta que fueron atrapados?”. Porque, tal como el propio Blair acotó, estamos lidiando con “fanáticos que quieren imponer al mundo su ideología del mal”, en la que su retórica de salvadores de palestinos, afganos u otros es mero discurso para consumo y confusión occidental.

Pero si hasta este punto Elías ha demostrado una ignorancia tan vasta y una incomprensión tan escandalosa sobre el tema que escribe como comentarista político, su siguiente observación respecto de que la causa palestina es un reflejo de la lucha del pobre contra el rico, lo deja a uno preguntándose si este periodista no habrá estado cubriendo demasiado la situación de los piqueteros en la Argentina. ¿Debería uno explicarle que la agresión  palestina tiene origen en el extremismo político y el absolutismo nacionalista y nada que ver con una lucha de clases? ¿Qué la figura-modelo de la causa palestina es Haj Amín al-Husseini y no Karl Marx? ¿Que el padre del nacionalismo palestino, Yasser Arafat, de pobre no tenía nada, como tampoco la OLP, con sus activos de miles de millones de dólares? ¿Que los hermanos árabes de los palestinos, que habitan en palacios en los países del Golfo Pérsico y que habían contribuido grandes sumas de petrodólares a la lucha armada de la OLP contra Israel, desde 1994 han contribuido relativamente poco a los esfuerzos de reconstrucción nacional palestina? ¿Deberíamos explicarle que la Carta Nacional Palestina, adoptada en tiempos en que los palestinos eran gobernados por egipcios y jordanos, llama a la destrucción del Estado de Israel y no hace una sola mención al status socio-económico de los palestinos? ¿O que también hay pobres y ricos en Egipto, Siria, El Líbano, Libia, Yemen, y el resto de Oriente Medio, como para el caso también los hay en Asia, Latinoamérica, Europa y en todo el planeta tierra, y que, sin embargo, no por eso los pobres salen a destrozar a civiles indefensos en brutales atentados con bombas o a acribillarlos a tiros en las rutas o a lanzar morteros contra sus hogares? ¿Deberíamos explicarle algo tan elemental como lo es el hecho de que los palestinos no luchan por acceder a un DVD sino por obtener la independencia, en el mejor de los casos, o la obliteración de Israel, en el peor? Ah…parece que deberíamos explicarle todo esto a él, y, desafortunadamente, ahora también a los miles de lectores anónimos que han leído su penosa columna.

Además de obtusa y errada, la aseveración de Elías es perturbadora; dado que sugiere que la responsabilidad de la jihad mundial está sobre los hombros de Israel, al tener supuestamente su raíz en la siempre noble causa palestina. El pseudorazonamiento fluye -uno tan solo puede imaginar- más o menos así: los israelíes ricos oprimen a los palestinos pobres. Estos últimos realizan entonces intifadas contra los opresores israelíes. Estos a su vez reprimen desmesuradamente el levantamiento palestino, el que es 100% legítimo porque son pobres y oprimidos. Ofendidos por semejante ultraje, sus hermanos musulmanes residentes en países a cientos de kilómetros de distancia atacan entonces a 3000 civiles en Estados Unidos, país aliado de Israel y que pasa a ocupar entonces el lugar de opresor de musulmanes a escala global. El Tío Sam Invade Afganistán e Irak y genera más humillación aún en los musulmanes, en millones de ellos ahora liberados de terribles opresiones pero también pobres, desde ya. Más indignados aún, éstos entonces despedazan a más civiles que viajan en trenes en Madrid y en subtes en Londres y siembran el caos por todo el orbe. “¿Cómo empezó todo ésto?” se preguntan, desorientados, los occidentales. La génesis de esta jihad yace en la causa palestina de pobres contra ricos, explica la prensa…y eureka! Los israelíes, que durante la década del noventa han sufrido el embiste del fundamentalismo islámico como ningún otro grupo nacional lo ha hecho en ese período, pasan a ser los responsables últimos de la inestabilidad global contemporánea.

¿No lo había dicho ya el entonces embajador francés en Londres, al afirmar que la tercer guerra mundial comenzaría por culpa de “ese paísesito de porquería”? Todo encaja nítidamente. La culpa de la actual furia islámica la tienen, por supuesto, los judíos. O al menos los que residen en Israel. Por el momento, hasta que otro periodista se anime a dar un paso más.

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Por Julián Schvindlerman

  

El futuro de Iran – 13/07/05

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Irán tiene un nuevo presidente, al que la prensa internacional considera un “duro”. Esto es preocupante, puesto que tal caracterización emana de un sector de opinión habitualmente  incapacitado de ver al mal de frente. Si periodistas que vieron en Yasser Arafat un pacifista (por parlotear la palabra “paz” en inglés) y en Bashar Assad un pro-occidental sofisticado (¡por haber estudiado en Inglaterra y navegar en internet!) ven hoy en la figura de Mahmoud Ahmadinejad a un radical, entonces uno no puede menos que asumir que éste es, en realidad, un ultrafanático de aquellos. Aunque podríamos decir que si bien no dieron en el centro del blanco, esta vez los pontífices acertaron bastante en el objetivo.

Pero la prensa no merece tanto crédito. Ella no ha hecho más que aplicar su molde habitual de “moderados” y “extremistas” a toda situación que no alcanza a comprender del todo, y las elecciones iraníes han sido otro caso más. El otro candidato en la ronda final era Hashemi Rafsanjani, bajo cuyo gobierno como presidente de la República Islámica de Irán, la embajada de Israel y el edificio de la AMIA fueron explotados en la Argentina. Según los estándares de la prensa mundial, él era un “moderado”.

El balanceo entre “radicales” y “moderados” en la arena iraní es meramente superfluo. Habrá un nuevo presidente, pero el régimen teocrático permanecería en cualquier caso; como lo haría el patrocinio del terrorismo, la exportación de ideología islamista, el programa nuclear, los esfuerzos por desestabilizar Irak, la represión interna y demás ítems del menú totalitario iraní. Tal como indicara el experto norteamericano en temas iraníes Michael Ledeen, “Esta no es una pelea sobre el futuro del país; es una lucha de poder dentro de la elite tiránica”.

El ascenso de Ahmadinejad marca el copamiento total de la estructura del estado por parte de los islamistas conservadores. El ejército, el sistema judicial y la burocracia religiosa ya estaban en sus manos; luego ganaron en las elecciones municipales dos años atrás y las elecciones parlamentarias este año; y su actual victoria en las elecciones nacionales es la piece de la resístanse a la coronación conservadora en el trono del gobierno iraní. Según la analista israelí Ayelet Savyon, “los conservadores ahora tienen un control total de los centros de poder en todos los niveles; ya no quedan reformistas en ningún puesto”.

Mahmoud Ahmadinejad es un hijo predilecto de la revolución Khomeinista que tomó el poder en Irán en 1979. Estuvo involucrado en el planeamiento (y conforme a varios testigos, también en la ejecución) de la toma de la embajada estadounidense en Teherán a fines de los setenta, en la que ciudadanos norteamericanos fueron retenidos por 444 días. Asistió al programa cultural islámico del nuevo régimen durante el cual universidades fueron clausuradas y estudiantes y profesores disidentes arrestados y asesinados. Con el estallido de la guerra con Irak en los años ochenta, Ahmadinejad se unió a los luchadores iraníes en el frente occidental. Fue un interrogador en la temida prisión Evin, miembro de la Brigada Especial de las Guardias Revolucionarias, y oficial de la Fuerza Jerusalém; unidad responsable de apoyar al terrorismo palestino así como de efectuar asesinatos y atentados en el extranjero. La inteligencia austriaca lo ha identificado como miembro de un comando que asesinó a tres disidentes kurdos en Viena en 1989. Durante la década del noventa, Ahmadinejad fue uno de los organizadores de un grupo de vigilantes cuya tarea era quebrar manifestaciones pacíficas. En abril de 2003 fue designado alcalde de Teherán…y ahora presidente del país. Al poco tiempo de obtener la presidencia, prometió que “la ola de la revolución islámica pronto llegará a todo el mundo”.

Esto no luce bien, pero hay espacio para buenas noticias. Los rayos de sol en el horizonte ennegrecido por la victoria de Ahmadinejad los podemos vislumbrar en el simple hecho que el pueblo iraní no lo eligió como presidente de la república. Por supuesto que hubo elecciones, y por supuesto que fueron fraudulentas.

Considere la evidencia: Todos los candidatos presidenciales fueron designados por el líder supremo Alí Khameini. A unos mil candidatos reformistas no se les permitió participar en las elecciones, como tampoco a las mujeres. Al contrario de la desinformación que el régimen iraní diseminó, la participación electoral fue muy baja. Tal es así que los clérigos que gobiernan el país decidieron poner al aire imágenes de ciudadanos haciendo fila para votar, a modo de inducir al resto de la población elegible a hacer otro tanto. El único problema fue que la filmación pertenecía a elecciones de antaño; una mujer llamó a la radio de Teherán para contar que ella estaba en su casa viendo televisión cuando se vio votando “en vivo y en directo”. Presionado por los desarrollos, el régimen adoptó medidas para resolver el problema de la participación popular, que era vista como una muestra de desaprobación (hasta tal punto que, según informó The Economist, las elecciones han generado menos entusiasmo que el esfuerzo del equipo nacional de fútbol por alcanzar las finales de la Copa Mundial 2006). Primero postergó la hora de cierre para votar en varias horas. Luego miembros de la Guardia Revolucionaria y la fuerza paramilitar religiosa juntaron a seguidores, empleados estatales y estudiantes y los llevaron a las estaciones de votación. La noche del sufragio, el gobierno anunció que probablemente habría tres finalistas: Rafsanjani, Moin y Qalibaj. A las 7am del día siguiente, un vocero del Consejo Guardián (que no se supone que esté involucrado en el cuenteo de votos) afirmó que el alcalde de Teherán estaba en primer lugar. Ahmadinejad saltó de un éxito inicial de menos de 6 millones de votos a más de 17 millones en la segunda ronda; un cambio sorprendente según estándares normales de votación. Esta cifra, a su vez, excedió considerablemente los votos de todo el campo conservador, estimado en algo más de 11 millones. Cálculos extraoficiales sugieren que solo siete millones de personas votaron normalmente, cinco millones fueron inducidos a hacerlo, en tanto que alrededor de 17 millones de votos fueron considerados fraudulentos.

Es decir que Ahmadinejad no representa la expresión de la voluntad del pueblo, sino la expresión de la voluntad de los mullahs. Lo cual es bueno, pues supone la existencia de un enorme conjunto de gente insatisfecha con el gobierno iraní. Adecuadamente estimulada, podría convertirse en un factor moderador del establishment clerical, ó, mejor aún, en un potencial agente de transformación de la realidad política de Irán. 

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Por Julián Schvindlerman

  

¿Hacia una nueva intifada? – 29/06/05

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A menos de sesenta días para el inicio del programa de desconexión de la Franja de Gaza y partes de Judea y Samaria, podemos preguntarnos como luce el panorama en las zonas autónomas palestinas. La respuesta es sombría, pues allí reina una completa anarquía. Matones armados atacan la casa del primer ministro, estaciones policiales y hasta hospitales. Jueces son intimidados, sospechosos de colaborar con Israel asesinados. Terroristas lanzan misiles contra poblados israelíes e intentan infiltrar a sus propios enfermos para llevar a cabo ataques suicidas. Y todo lo que el presidente palestino, Mahmmoud Abbas, es capaz de hacer es repetir su mantra de que él no permitirá semejante comportamiento.

Hace poco, una joven estudiante palestina intentó fallidamente infiltrarse a Israel para efectuar un atentado en el mismo hospital donde anteriormente ella había recibido tratamiento. Su condición de enferma le daba un pase especial a Israel por consideraciones humanitarias; luego de ser apresada, confesó que quería matar cerca de cincuenta israelíes. Otros terroristas palestinos también han procurado abusar de los gestos humanitarios de Israel en el pasado. Uno dijo que era un donante de riñón, cuando su objetivo era en realidad llevar adelante un atentado suicida. Otro alegó que tenía cáncer y requería tratamiento médico en Israel, pero el propósito era matar judíos. Otros presentaron informes médicos falsos acerca de su condición física para ganar acceso a Israel, y, una vez allí, hacer descarrilar un tren.

La existencia de precedentes de otros tantos ejemplos de bestialidad terrorista palestina –utilizar a mujeres embarazadas, oligofrénicos, y niños para efectuar atentados contra israelíes- puede a esta altura habernos inmunizado un poco respecto de hasta que niveles pueden ellos descender en su inhumanidad; no obstante, ello no debería dejar de alertarnos a propósito de la gravedad de la amenaza a la seguridad que los israelíes aún enfrentan.

Desde el anuncio del celebrado “cese de fuego”, ha habido una reducción transitoria en los atentados, pero no un fin total. Solamente en el pasado mes de abril hubo 250 incidentes terroristas y 55 alertas de seguridad, y se espera un aumento en los ataques en coincidencia con la implementación del programa de desconexión. Estos datos lucirían más coherentes si los israelíes estuvieran acentuando su presencia en territorio disputado, pero dado que éstos están prestos a abandonar porciones de dichos territorios, resulta a priori menos fácil interpretar la conducta palestina. ¿No querían ellos, acaso, una Gaza libre de judíos? Entonces ¿por qué obstaculizar la retirada israelí con nuevos ataques y más atentados?

Porque la enfermiza motivación que los anima no es liberar Gaza solamente, sino toda Palestina. Del Río Jordán al Mar Mediterráneo. Hasta el último granito de arena. Igualmente de ilógico era para Yasser Arafat rechazar en Camp David cinco años atrás una oferta israelí que incluía Jerusalém Este como capital, la Mezquita de Al-Aqsa bajo control palestino, y un estado independiente sobre gran parte de los territorios reclamados. Pero el hecho es que el liderazgo palestino repudió esa oferta y lanzó la última intifada.
La próxima se esperaría para esta segunda mitad de año. En algún momento desde la retirada israelí de Gaza y hasta fin de año (cuando finalice la falsa “hudna” o “cese de fuego” al que han suscripto las agrupaciones terroristas), el nuevo “levantamiento” palestino surgiría, estiman analistas de seguridad. Y así como durante la primer intifada el símbolo fueron las piedras, y durante la segunda lo fueron los atentados suicidas, durante la tercera lo serían los morteros y los misiles lanzados desde la “liberada” Franja de Gaza y parte de Judea y Samaria. O al menos esto es lo que creen varios en la comunidad de inteligencia, estratos militares, y elite política israelí, y el hecho de que esté siendo planeada una segunda barrera de seguridad alrededor de Gaza, otra en el mar, y la construcción de sistemas anti-misiles en la zona, parecería confirmar su convicción.

Este pesimismo, aún si no fuera a resultar corroborado, es necesario. A pesar de consistir en una retirada territorial, el programa de desconexión no es una continuación del proceso de Oslo, sino una consecuencia de las realidades creadas por ese programa fantasioso. Lejos de ver a los palestinos como pacifistas con los que asociarse, dicho programa los ve como enemigos de los que separarse. Su objetivo es proteger a los israelíes de la animosidad palestina. Por eso debe continuar, independientemente de protestas o agresiones palestinas; sin que esto implique no responder, o incluso no anticiparse, a estas últimas.

Ahora bien, uno podría preguntar lo siguiente. Aceptado, este programa, a diferencia de Oslo, no promete paz, sino seguridad. Pero ya estamos viendo que la situación de seguridad no mejorará necesariamente luego de su implementación. Ergo, ¿para que seguir adelante? La respuesta la encontramos al considerar el hecho de que el Estado de Israel enfrenta una amenaza demográfica, además del desafío a su seguridad. Actualmente la población judía de Israel es de 5.5 millones, de los cuáles unos 300.000 son inmigrantes rusos cuya identidad judía es cuestionada. En conjunto, los árabes-israelíes y los palestinos de los territorios suman alrededor de 4.8 millones. Vale decir que ya hay casi paridad en las cantidades poblacionales. Según estimaciones de reputados investigadores israelíes, de mantenerse la posesión de los territorios con la población palestina, en cuestión de unas pocas décadas la población judía de Israel pasaría a ser minoritaria frente a la árabe/palestina. A la luz de esa realidad, la desconexión no parece ser tanto una opción política o militar, sino un imperativo nacional.

Es importante resaltar las diferencias entre el programa de desconexión y el proyecto Oslo para evitar desilusiones futuras. Aquí no hay panacea prometida, ni utopía soñada, ni era de paz mesiánica a punto de arribar. La desconexión es el paso más coherente, si bien doloroso, que los israelíes pueden adoptar en las circunstancias presentes para contener –más no resolver- los desafíos de seguridad y demográficos que el estado enfrenta. Mañana podrá ser otra la realidad, y otra la actitud a tomar. Pero hoy por hoy –como dice una conocida frase hebrea- ze ma she iesh (esto es lo que hay) y con esto se ha de lidiar.

Ni paz ideal, ni siquiera seguridad total, y con un costo territorial alto. Parecerá una locura, pero no lo es. En la coyuntura presente, el programa de desconexión surge como el paso más sensato que Israel pueda dar.