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Comunidades, Comunidades - 2004

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Algo mas que petróleo – 16/06/04

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Desde que Arabia Saudita pasó a integrar los blancos elegidos de la ira jihadista de Al-Qaeda, no pocos oficiales de alto rango en Washington observaron el desarrollo con preocupación. Este país árabe es el principal productor y exportador de petróleo del mundo, posee las mayores reservas de crudo del globo (25%), y es el único miembro de la OPEP con capacidad de aumentar la producción rápidamente (de ocho a diez millones de barriles diarios); todo lo que lo convierte en el fijador del precio internacional del «oro negro».

El prospecto que más inquieta a Estados Unidos es la noción de una toma de poder en Ryhad por fundamentalistas islámicos, o bien, la perpetración de un atentado terrorista de envergadura contra la infraestructura petrolera en el reinado saudita; lo que afectaría gravemente a la economía mundial. Según entendidos en el tema, un ataque contra la más grande instalación procesadora de petróleo en Arabia Saudita podría provocar una reducción en el flujo del crudo similar a la que toda la OPEP afectó al imponer el embargo en 1973. Robert Bauer, un ex agente de la CIA y autor del libro «Durmiendo con el enemigo», dice que el sistema petrolero saudita es peligrosamente vulnerable a atentados. Aunque este país posee más de ochenta campos petroleros y de gas natural activos, así como miles de pozos petroleros, la mitad de sus reservas se concentran en ocho campos interconectados mediante una red de más de 15.000 kilómetros de extensión. Si terroristas fueran a golpear simultáneamente algunos de ellos, el impacto sería alto.

Norteamérica es el más grande consumidor de petróleo saudita, país que, a su vez, es el principal exportador de crudo a China, un gigante que está despertando y cuyo crecimiento económico está incidiendo en la demanda de crudo y el consecuente alza en el precio internacional. La economía global es altamente dependiente de la estabilidad del Reino Saudita, y esto explica la tolerancia internacional a los excesos, abusos, errores y caprichos de la realeza gobernante de esta nación que fuera cierta vez definida como la única empresa privada del mundo con un asiento en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El asunto más problemático en este sentido es indudablemente la exportación de fundamentalismo wahhabista a los cuatro vientos, la vinculación saudí en el atentado del 11 de septiembre (15 de los 19 terroristas musulmanes que participaron era sauditas, tal como lo es Osama Bin-Laden) y la estrecha cooperación saudí con Al-Qaeda, donde según un informe del Consejo de Seguridad de la ONU, Arabia Saudita ha transferido quinientos millones de dólares a la organización integrista durante la última década. En la esfera pública Washington se ha esforzado a tal extremo en no ofender a su aliado árabe para no dañar el suministro del crudo, que el New York Times, diario usualmente tolerante con las dictaduras árabes, manifestó fastidio con la política norteamericana hacia la Casa de Saud al postular en un editorial que «tratar de obtener una impresión clara sobre las conexiones de Arabia Saudita con los atentados terroristas del 11 de septiembre se ha asemejado mucho a atravesar una tormenta de arena».

Para que se entienda la gravedad y absurdo de este asunto: la economía mundial es altamente dependiente de una nación feudal gobernada por una realeza corrupta, caprichosa y dictatorial, promotora de la ideología wahhabista -antioccidental, extremista y violenta- que ha estado financiando, exportando y coqueteando con el terrorismo fundamentalista islámico en un fútil y peligroso intento en ganar inmunidad frente a la amenaza jihadista. Una política evidentemente autodestructiva a la luz de los recientes atentados en la Casa de Saud; atentados que, recordemos, dispararon el precio del barril a cuarenta y dos dólares, el más alto en casi quince años.

Si Ryhad estornuda, el mundo se resfría. Razón por la cuál la comunidad de las naciones, con Estados Unidos a la cabeza, protege a este feudo rico. El problema es que lo hace con mejoralitos políticos insufriblemente caros.

Comunidades, Comunidades - 2004

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Por Julián Schvindlerman

  

El fino límite entre el anti-Israelismo y el antisemitismo – 02/06/04

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Nadie puede poner en duda el hecho de que el Estado de Israel es globalmente discriminado.

El sionismo (es decir, el nacionalismo judío) es el único movimiento de liberación nacional alguna vez tildado de racista por la familia de las naciones. Alrededor de un tercio de todas las resoluciones de condena de las Naciones Unidas han caído sobre un único estado, Israel. La Comisión de Derechos Humanos monitorea a los 191 estados-miembro de la ONU colectivamente, en tanto que Israel es examinada separadamente bajo un ítem especial de la agenda. Cuando los Países Signatarios de las Convenciones de Ginebra se reunieron por primera vez, cincuenta y dos años luego de su establecimiento, lo hicieron para debatir a Israel. Al Magen David Adom (la Estrella de David Roja, en hebreo), la organización de asistencia humanitaria israelí, se le niega membresía a la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y el Cuarto Creciente Rojo, donde la Cruz Roja cristiana y el Cuarto Creciente Rojo musulmán son agencias reconocidas. Solo Israel fue objeto de campañas de desprestigio.

Ídem para la Corte Internacional de Justicia (la más saliente institución legal de la humanidad para resolver disputas entre países), cuyos 15 jueces ponderaron la legalidad de la valla antiterrorista israelí. La CIJ, que ha emitido solamente 22 opiniones desde 1947, ha juzgado a Israel no por cometer crímenes contra la humanidad, sino por evitar que otros los lleven a cabo, tal como aptamente observó el experto en derecho internacional Alan Stephens.

Ninguna nación es tan cotidianamente catalogada de nazi, fascista, imperialista, colonialista, expansionista, genocida y segregacionista, como Israel lo es. Una encuesta europea del 2003 arrojó el sorprendente dato que el 60% de los europeos considera a Israel la principal amenaza a la paz mundial.

Lo que estamos presenciando aquí es esencialmente un proceso de palestinización del discurso intelectual occidental. Es como si algunos formadores de opinión en Occidente hubieran adoptado la terminología intransigente y ofensiva de la Carta Nacional Palestina, el documento fundacional de la OLP que llama a la destrucción de Israel. Este no es un comentario irónico. El Artículo 22 de la Carta denomina a Israel «una base para el imperialismo mundial» y «una constante fuente de amenaza vis-à-vis la paz en el Medio Oriente y todo el mundo», un punto de vista reflejado en la encuesta europea. El sionismo es descrito como «racista y fanático en su naturaleza, agresivo, expansionista y colonial en sus objetivos, y fascista en sus métodos», una caracterización regularmente asignada a Israel aún en respetables plataformas occidentales. El Artículo 9 afirma que la «Lucha armada es el único camino para liberar Palestina», un concepto ya incorporado literalmente en varias resoluciones.

Tal lenguaje escapa del ámbito de lo retórico para ingresar al de la incitación. Pierre-André Taguieff, autor de La Nueva Judeofobia, lo expresó de esta manera: si Israel se ha realmente transformado en una entidad tan fea, peligrosa y amenazadora de la paz comparable a la Alemania nazi y a la Sudáfrica del Apartheid, ¿entonces no debiera la comunidad mundial aislar –sino directamente abolir- la existencia del estado judío?

La demonización de Israel es tan total, la crítica tan dura, y la condena tan maniqueísta, que uno apenas si puede considerar esta actitud no tendenciosa o incluso no maliciosa. ¿Se ha convertido Israel, tal como cada vez se dice más seguido, en el judío entre las naciones? ¿Cómo sabemos exactamente donde termina el territorio soberano de la crítica razonable y comienza el del ataque odioso?

Obviamente, la crítica de políticas israelíes puntuales es juego limpio. No es solamente legítima sino también necesaria. Israel es una nación perfectible, tal como lo es cada nación del planeta. Y este es precisamente el punto: tomar solamente al estado judío para el juicio moral de entre una pluralidad de naciones imperfectas es un acto discriminatorio. Enfocar tanta atención internacional sobre la democrática y diminuta Israel cuando existen mucho más urgentes, y de hecho intolerables, violaciones a los derechos humanos, guerras y destrucción alrededor del orbe, parecería estar un poco fuera de lugar.

Sería incorrecto atar automáticamente toda crítica de Israel al prejuicio o al odio. Pero sería igualmente equivocado ignorar el hecho de que a veces el nexo realmente existe. Cuando la condena a Israel es tan impiadosa, selectiva, desproporcionada y absoluta como lo es actualmente, cuando el estado judío es discriminado de manera tan injusta y demonizado a escala tan vasta, entonces inadvertidamente o no se cruza una línea; la línea, «fina como un cabello» en palabras del historiador León Poliakov, entre el antiisraelismo y el antisemitismo.

Extracto del ensayo «El Otro Eje del Mal: Antinorteamericanismo, antiisraelismo y antisemitismo» escrito por el autor y publicado recientemente por Editorial Mila.

Comunidades, Comunidades - 2004

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Por Julián Schvindlerman

  

Baremboim: Premiando a la ofensa – 19/05/04

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¿Qué podemos decir de la última controversia disparada por Daniel Barenboim en Israel? ¿Que es un insolente, al deliberadamente insultar al país anfitrión que ha decidido premiarlo? ¿Que es un desubicado, al introducir temática política en medio de una ceremonia cultural? ¿Que es un insensible, al abofetear públicamente a sus hermanos tal como había ofendido a judíos sobrevivientes de la Shoá tiempo atrás con su decisión de tocar música del judeófobo Richard Wagner en el estado judío, cuando se le había solicitado que se abstuviera de hacerlo? ¿Que es un cobarde, puesto que jamás ha sorprendido a audiencias árabes con un repertorio anatema o las ha criticado siendo su invitado, tal como ha hecho con audiencias israelíes?

Esta última observación pertenece a Marcelo Birmajer, quien destacó poco tiempo atrás la cobardía de Barenboim al señalar que era inimaginable que él fuera a tocar música israelí (salvando las distancias) fuera de programa en algunos de sus recitales en las zonas autónomas palestinas, cosa que hizo con su performance de obras de Wagner en Israel. Y es igualmente inconcebible que Barenboim fuera a tener las agallas para criticar la política árabe o palestina en el marco de una ceremonia en alguna ciudad árabe o palestina, si es que alguna vez ellos eligieran premiar al músico judío. Dejando de lado la improbable suposición de que ninguno de los miembros del comité elector pudo haber anticipado que el pianista guardaba alguna sorpresa desagradable en su galera, ya existía suficiente precedente como para cuestionar el otorgamiento del premio en primer lugar. Con lo que uno no puede menos que preguntarse acerca del motivo que lleva a oficiales israelíes a premiar a muchos de sus más ácidos críticos; a Yigal Tumarkin recientemente y a Daniel Barenboim ahora. La clásica advertencia en torno al imperativo de separar al artista de su obra es inadecuada, dado que ambos artistas han deliberadamente mezclado arte y política en sus pronunciamientos, incluso luego de hacerse público el anuncio de la distinción, y en el caso de Barenboim al menos en la mismísima ocasión.

Si el criterio de selección consistiera en separar al hombre de su creación, entonces José Saramago y el ahora difunto Edward Said podrían ser o haber sido dignos candidatos de honores israelíes. Saramago es un escritor universalmente aclamado y si la humanidad le ha conferido el premio Nobel de literatura, ciertamente Israel podría reconocer su excelencia literaria. Por su parte, el refinamiento cultural e intelectual de Said ha sido honrado mediante el premio Príncipe de las Asturias de España (compartido con Barenboim) y con una cátedra de literatura en la prestigiosa Universidad de Columbia.

Que el escritor portugués haya comparado a los israelíes con los nazis o que el académico egipcio/palestino haya negado el derecho a la existencia del estado judío son cuestiones puramente políticas, enteramente separadas de sus respectivas dotes artísticas. ¿Por que razón no se los ha premiado entonces? ¿Por que motivo -lo sabemos intuitivamente- prácticamente ningún israelí apoyaría tales distinciones? Porque ambos han cruzado una línea roja. Porque sus posturas políticas en torno al conflicto árabe-israelí son tan extremas que opacan cualesquiera sean sus contribuciones creativas universales y automáticamente los excluyen de la posibilidad de la distinción. Con lo cuál -sorpresa, sorpresa- resulta que existe cierto punto en el que el hombre y su arte son inseparables. La cuestión entonces es tener la sabiduría para poder determinar exactamente donde yace ese punto. Israel ha premiado en el pasado al escritor peruano Mario Vargas Llosa y a la escritora norteamericana Susan Sontag, a pesar de ser ellos fieros críticos de la política israelí. El Estado de Israel, en tanto democracia pluralista, puede premiar a disidentes ideológicos, entre los que se cuenta al distinguido músico argentino-israelí. Lo que no debiera hacer Israel es honrar a ofensores a la sociedad y al estado. Barenboim no debió haber sido premiado. No por su condena política de Israel, la que lo ubica más cerca de la crítica legítima (si bien disputable) de Vargas Llosa y Sontag que de la inmoral condena anti-israelí de Said y Saramago, sino por su notoria decisión de 2001 de forzar sobre oídos israelíes los acordes musicales del compositor predilecto del mayor genocida de los judíos en la historia. Eso lo posiciona como uno de los peores ofensores del pueblo de Israel, y como tal, desmerecedor de cualquier condecoración.

Comunidades, Comunidades - 2004

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Por Julián Schvindlerman

  

¿Hacia lo estados unidos de Europa? – 05/05/04

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Con veinticinco estados-miembro, fronteras extendiéndose desde el océano Atlántico hasta Rusia, una economía que representa el 21% del PBI mundial, y conformando la zona más poblada del mundo después de China e India, la flamante nueva Unión Europea emerge como un bloque regional política y económicamente fuerte. El continente europeo imperial que a principios del siglo XX controlaba con sus colonias alrededor del 85% de la tierra firme del globo, parece reconstituirse a sí mismo como un actor internacional im­posible de ignorar.

Al incorporarse a la UE un mes después de haber sido aceptados por la OTAN, los países bálticos parecen dar el cierre de puerta final al paraguas de la influencia soviética. Y es justamente tal aprehensión histórica al totalitarismo comunista ruso de antaño el factor que ha hecho pendular las simpatías bálticas hacia Estados Unidos de América, visión un tanto ausente en Europa occidental, a pesar de haber sido ella misma rescatada al menos dos veces por Estados Unidos de sus propios demonios el siglo pasado. Las nuevas naciones traen consigo el potencial de imbuir aire fresco al debate ideológico de Europa occidental en torno a su papel en el mundo, su política exterior y sus relaciones con Washington, aunque también está presente el riesgo de que los europeos orientales cedan a las presiones de grupo y, en tanto incipientes socios, deban amoldarse a visiones y políticas preestablecidas.

Como toda integración, es dable anticipar situaciones de conflicto interno. Las disparidades ideológicas, económicas, culturales y hasta idiomáticas, entre los viejos y los nuevos estados de la UE, abren el interrogante acerca de cuan unida será realmente la UE. Aún antes de la incorporación de los países bálticos, Europa debatía si incluiría a D’s en su Carta Magna o si mencionaría las raíces cristianas del continente, entre otros dilemas. Ha aceptado a la parte griega de Chipre, pero no así al sector turco de la isla.

Y aún debe definir su postura con relación a Turquía, el único estado aspirante musulmán, cuya postulación ha quedado diferida en al menos una década. («La Unión Europea tiene que ser europea, además de unión» acotaba hace poco el filósofo español Fernando Savater, dando eco al sentir continental).

Europa deberá demostrar de ahora en más cuan abierta realmente es en torno a la diversidad cultural que tanto predica. Los europeos han hecho un culto del multiculturalismo y del universalismo, y la absorción de 75 millones de habitantes provenientes de cul­turas diversas testeará sus nociones de apertura. El crecimiento religioso de la minoría musulmana en Francia y la consecuente reacción republicana de prohibir el uso en escuelas públicas del velo islámico (junto al Maguen David judío y la cruz cristiana) es ejemplo de los límites de la tolerancia europea -o en este caso, gala- por lo diferente, al menos en su propio terruño.

Europa porta una cosmovisión optimista del devenir de la humanidad, cree en la perfectibilidad del alma humana, deposita su fe en las instituciones supranacionales, y está convencida de las virtudes del multiculturalismo y del pacifismo. Vive en lo que Robert Kagan denomina el «paraíso post-histórico de relativa paz y seguridad» y sospecha del ejercicio del poder, especialmente cuando quien lo ejerce es EE.UU; una nación que concentra el 44% del gasto militar del mundo, aún cuando su población no supera el 5% de la población del planeta, y cuyo presupuesto militar dobla al de la propia UE de los veinticinco miembros.

Sorprende un poco que Europa sermonee a Estados Unidos respecto de los males de homogeneizar el mundo a través de la MTV, el libremercado, o la idea de la democracia liberal, pero al mismo tiempo -en la correcta observación de Alvin Toffler- ella está creando unidades únicas para el té, la educación, la geografía, y otros. O, como señalara Emanuele Ottolenghi de la Universidad de Oxford, que Europa proteste la misión civilizadora norteamericana mientras intenta imponer su propia visión eurocéntrica.

Hoy, Europa se posiciona como un bloque regional muy importante. Pero aún dista mucho de consolidarse como una superpotencia alternativa a Estados Unidos. No obstante, la ampliación de la UE -sea esa la intención o no- representa un paso en tal dirección. Las intensas divisiones políticas en el seno europeo expuestas en el marco de la guerra en Irak, evidencian fisuras a la cohesión regional sin la cual difícilmente el continente pueda constituirse en una potencia global. Para el futuro cercano al menos, la superpotencia mundial no se llamará Estados Unidos de Europa.

Comunidades, Comunidades - 2004

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Por Julián Schvindlerman

  

l’affair Vananu y la politica nuclear Israeli – 21/04/04

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“Revealed: the secrets of Israel’s nuclear arsenal”

Con este prominente titular en su portada de un día de octubre de 1986, el Sunday Times de Londres expuso por primera vez públicamente la hasta entonces secreta capacidad nuclear israelí. La información había llegado al diario británico de la boca de Mordejai Vanunu, un técnico israelí en la planta nuclear de Dimona, quien vendió el secreto de estado a la prensa inglesa por unas cuantas libras esterlinas. Al poco tiempo, una bella dama sedujo al ambicioso técnico a un encuentro en Italia, donde agentes del Mossad lo secuestraron y llevaron de regreso a Israel. Vanunu pasó los siguientes dieciocho años encarcelado. El 21 de abril, en coincidencia con la publicación de la presente edición de Comunidades, Vanunu será liberado.

Es de esperar que el traidor israelí -quien se ha convertido al Cristianismo y ha sido nominado sucesivamente al premio Nóbel de la Paz- sea ungido como un icono político por activistas antinucleares, neopacifistas, medioambientalistas e izquierdistas radicales, y que la prensa internacional vaya a instalar en la agenda mundial el tema de su actual liberación, pasado confinamiento y futuras restricciones de movimiento. Por sobre todo, la política nuclear israelí una vez más despertará significativa atención global. Este será especialmente el caso en el contexto de una atmósfera caldeada por las disputas internacionales debido a la posesión de armamento nuclear por parte de Corea del Norte, el desarrollo nuclear de Irán, el reciente abandono del programa nuclear de Libia, el escándalo del comercio nuclear pakistaní y el debate en torno a las armas de destrucción masiva en Irak. La Europa posmoderna y las naciones árabes premodernas indudablemente se unirán en la demanda desnuclearizadora de Israel en aras de un Medio Oriente libre de armamento nuclear. Egipto, vanguardista en este campo, sabrá capitalizar este acontecimiento para presionar aún más el tema en la agenda política mundial, particularmente en los foros de las Naciones Unidas. Dado que muchos países mesoorientales han firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear de la ONU, la presión global caerá sobre Israel para que reconozca y acate la voluntad de la familia de las naciones. Israel, por su parte, con toda probabilidad mantendrá su postura de opacidad clásica y ni confirmará ni negará la posesión de bombas nucleares, limitándose a reiterar su comunicado oficial en el sentido de que el estado judío no será el primero en introducir armas nucleares al Medio Oriente.

Según estimaciones de la CÍA, Israel posee más de doscientas armas nucleares. La política nuclear israelí nace a partir de la vocación politicida del mundo árabe, el que supera cuantitativamente de manera considerable en territorios, población, soldados en servicio y otros indicadores al estado judío, y de la consecuente compresión israelí en torno a la necesidad de disponer de una «ventaja cualitativa», es decir, la posibilidad de disuadir militarmente a sus enemigos. Es denominada la «Opción de Sansón» en alusión al personaje bíblico que enfrentado a la certeza de su propia muerte en manos de sus enemigos, provoca el derrumbe del templo en el que estaba detenido y mata así a sus verdugos y a sí mismo.

La política nuclear israelí ha sido un componente indispensable de su estrategia militar y se encuentra profundamente arraigada en la psicología israelí. En tanto los israelíes sigan oyendo día y noche llamados a la destrucción de Israel en el Medio Oriente, es improbable que ellos fueran a deshacerse voluntariamente de su única defensa real frente a enemigos declarados. Tan seriamente toma Israel esta amenaza, que supuestamente posee varios submarinos nucleares fuera del país para que éstos pudieran responder a un holocausto israelí.

En un mundo ideal, sería muy bueno que ningún estado poseyera armas nucleares. Pero en el mundo real, en el que vivimos, en el que Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña, India, Pakistán, Corea del Norte y posiblemente algunos más ya poseen armamento nuclear, no sería justo exigirle a Israel -un país bajo constante amenaza existencial- que abandone una vital arma de último recurso que garantiza su viabilidad nacional. Si Francia cree necesitar opciones nucleares, ciertamente Israel también tiene motivos valederos.

La comunidad internacional debería saber distinguir la amenaza nuclear emanada de entes totalitarios de la posesión nuclear con propósitos defensivos y disuasorios de naciones democráticas. Esfuerzos en pos del desarme nuclear de Corea del Norte, Libia e Irán son claramente meritorios. Análogos esfuerzos orientados hacia democra­cias acosadas, no lo son. Pero como con casi todo lo concerniente a Israel, la familia de las naciones no podrá -o no querrá- ver estas diferencias evidentes, y es dable esperar un nuevo debate en torno a un país que ha sido definido por el 60% de los europeos como la principal amenaza a la paz mundial.

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Por Julián Schvindlerman

  

La muerte de un terrorista – 31/03/04

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Israel ha efectuado una importante contribución a la lucha global contra el terrorismo al eliminar a Ahmed Yassin, «el Osama Bin Laden palestino» según el vox populi israelí. Yassin era líder del Hamas; una agrupación musulmana fundamentalista que figura en los listados de organizaciones terroristas del Departamento de Estado norteamericano y de la Unión Europea, y responsable de llevar a cabo cuatrocientos veinticinco atentados en los últimos tres años y medio en Israel, provocando así la muerte de trescientos setenta y siete israelíes e hiriendo a dos mil setenta y seis. En una entrevista que Yassin dio en 1998, dijo: «El día en el que muera como un shahid (mártir) será el día más feliz de mi vida». Así pues, resulta que su eliminación fue una ocasión de alegría para muchos.

Pero no para todos. «Es inaceptable, es injustificado», aseveró Jack Straw, el ministro de asuntos exteriores británico. «Francia condena la acción contra el jeque Yassin», anunció el canciller galo, Dominique de Villepin. «Israel no tiene derecho a realizar ejecuciones extra-judiciales», sostuvo la Unión Europea. El Washington Post editorializó que «su muerte violenta en manos de Israel seguramente pospondrá en lugar de acelerar alguna moderación por parte de sus seguidores». La Comisión de Derechos Humanos de la ONU se pronunció en contra de la acción israelí. La República Argentina, que sufrió en su propio suelo el flagelo terrorista islámico, emitió un comunicado de condena y luego votó en contra de Israel en Ginebra.

Es sorprendente la vehemencia con la que la familia de las naciones sancionó a Israel por matar a un microgenocida como Yassin. Y es más sorprendente aún la caracterización mediática de este terrorista como un líder espiritual y un paralítico, ambos puntos correctos, pero que obviamente son usados para despertar cierta simpatía por él. Igualmente, cabe preguntar: ¿Dónde creen los periodistas que se recluta a los musulmanes fanáticos para la red del terror? ¿En templos budistas? ¿En sinagogas judías? Sobre la incapacidad física de Yassin, Malcolm Hoenlin, importante líder judeo-estadounidense, retóricamente preguntó: «¿No deberíamos ir tras Osama Bin Laden porque es diabético? ¿Deberíamos haber exculpado al jeque Rahman (ideó el ataque al World Trade Center de 1993) de sus actividades terroristas por ser ciego?» Por su parte, Natalio Stenier sagazmente observó que muchas de las víctimas israelíes han quedado parapléjicas por las bombas que Yassin.

En el Dar al-Islam, los actos de terror son vistos como actos de liberación y los verdaderos terroristas son los israelíes. En el mundo occidental, parece reinar una inmoral distinción entre terrorismo «malo» y terrorismo «bueno», a saber: el terrorismo malo es el de Al-Qaeda, cuando ataca objetivos fuera de Israel, en tanto que el terrorismo bueno es la lucha contra la ocupación israelí de la siempre noble y nunca impura resistencia palestina. ¿Cómo explicar sino la cobertura periodística del diario La Nación, que dedicó numerosas páginas al ataque en Madrid y ni siquiera un recuadro chiquito a un doble atentado contra el puerto de Ashdod apenas cuatro días después, y que tampoco publicó noticia alguna cuando al día siguiente terroristas palestinos ocultaron una bomba en la mochila de un niño en edad escolar, pero sí lo hizo cuando el ejército israelí respondió a estas barbaridades? ¿Cómo entender la reacción del Consejo de Seguridad de la ONU, que nunca se reunió?

Un editorial del Jerusalem Post captó con lucidez la realidad presente al afirmar que «debemos continuar probando que el terror en sí es fútil, no la guerra contra él. Cuando nuevos líderes terroristas emerjan, ellos también deberán ser atacados. No debiera haber seguridad, menos aún una carrera como entrevistador mediático, en la vocación del terror». Cuando un periodista le preguntó a Abdel Aziz Rantisi, nuevo autodeclarado líder del Hamas, si temía ser atacado por Israel, respondió: «Se muere siendo matado o de cáncer. Si debe ser un ataque cardíaco o un (helicóptero) Apache, prefiero ser matado por el Apache».

Es reconfortante saber que los comandos israelíes ya lo oyeron.

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Por Julián Schvindlerman

  

La guerra en Irak y el enigma de las armas – 17/03/04

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Uno de los aspectos más polémicos de la guerra en Irak radica en el no hallazgo (¿aún?) de las armas de destrucción masiva, cuya presunta posesión por parte de Sadam Hussein motivó la campaña de liberación militar anglo-norteamericana. Hubo un consenso en la comunidad internacional en torno a su existencia, lo que quedó manifestado en la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la que puso sobre Sadam la obligación de demostrar que él no las tenía y no en la familia de las naciones en probar su posesión en manos del dictador bagdadí. Sadam no cooperó con los inspectores internacionales, fue esquivo a la hora de proveer información y mantuvo una actitud desafiante en lo político.

Una vez que la intervención militar se había materializado y las armas no aparecían se especuló con varias posibilidades: o bien permanecían aún ocultas, o bien habían sido destruidas durante el período de gran indecisión mundial previo a la invasión, o bien habían sido desviadas a otros países, especialmente Siria. Hasta que David Kay -el responsable norteamericano por este asunto en Irak- elevó una nueva conjetura: hubo una campaña de desinformación interna en Irak que se trasladó al exterior. Los científicos de Sadam mintieron al dictador, le hicieron creer que estaban desarrollando esas armas, se quedaron con el dinero y evitaron la ira de Saddam. Saddam, así engañado, engañó al mundo entero. O quizás el déspota quiso usar el fantasma del armamento no convencional para atemorizar a la comunidad internacional y diluir su determinación a invadir Irak.

Este cuadro abre un interrogante de índole general a propósito de qué política debiera adoptar la comunidad global convencional, dado que en la actualidad abundan las contradicciones. Tal como señaló Claudia Rosett del Wall Street Journal, críticos de la guerra en Irak aducen que fue un error atacar a Sadam porque, pareciera, él no tenía armamento no convencional. En el otro extremo, los críticos de un eventual duelo estadounidense con Corea del Norte aducen que no se debe atacar a Kim Jong II porque él ya tiene armamento no convencional, incluso nuclear. Esto dejaría a la zona intermedia como la única área de acción legítima, vale decir, la zona en la que habitan aquellos estados dictatoriales que están desarrollando armamento no convencional, pero aún no lo han logrado. El problema es que ahí mismo es donde se encuentra Irán hoy día, y la gesta de la familia de las naciones aún no ha dado resultados favorables.

Las armas en cuestión son un asunto importante y políticamente sensible para George W. Bush y Tony Blair pues ellos han empleado el argumento de la amenaza global que Sadam representaba al poseerlas como eje para la invasión. Pero esto no debiera nublarnos al punto de llevarnos a desechar todo el emprendimiento como un gran embuste. Recientes investigaciones en Norteamérica han concluido que las armas hasta el momento no han sido encontradas y puede que no existan. De ahí hay un largo trecho a asumir que Bush y Blair sabían eso oportunamente y que deliberadamente lo ocultaron para ganar apoyo a sus políticas. Recordémoslo una vez más: los miembros del Consejo de Seguridad que votaron a favor de la resolución 1441 también creyeron que Saddam había desarrollado tal armamento.

La intervención militar en Irak resultó en la liberación de veinticinco millones de iraquíes del yugo totalitario de uno de los dictadores más brutales del Medio Oriente. Significó remover del poder al hombre responsable por la matanza de la mayor cantidad de musulmanes en el mundo. Y puede marcar el inicio de una modesta gestación democrática en una región legendaria por su despotismo. El historiador Victor Davis Hanson provee necesaria perspectiva al indicar que ninguna de las grandes fatalidades pronosticadas por los críticos han ocurrido: no hubo miles de muertes, ni incendios de pozos petroleros, ni hambrunas masivas, ni olas de refugiados, ni más atentados del tipo 11 de septiembre de 2001 en territorio norteamericano.

Algunas cosas han salido muy mal y pueden incluso empeorar, lo que no debe llamar la atención en virtud de la magnitud colosal del desafío. Sólo de aquí a años vista podremos realmente sacar un balance realista respecto de esta intervención occidental en el corazón de una entidad musulmana liderada por décadas hacia la debacle más abismal. Debe haber lugar para la crítica pero no para la histeria. Exigir que las preferencias de los iraquíes sean tenidas en cuenta para la conformación del nuevo destino del país es ejemplo de lo primero. Protestar ya desde las primeras semanas por la falta de la cabeza de Saddam en las manos del conquistador yanqui, y olvidar que capturar a Eichmann y otros oficiales nazis demandó varias décadas y algunos nunca han sido hallados (en la apta observación de Hanson), es ejemplo de lo segundo.

«Usted debió elegir entre la vergüenza y la guerra. Eligió la vergüenza y ahora tendrá la guerra», espetó Winston Churchill a Nevile Chamberlain por apaciguar a Adolf Hitler en la década de 1930. El presidente Bush y el premier Blair tomaron la decisión correcta al invadir Irak, aparezcan eventualmente o no las armas de la discordia.

Miami Herald, Miami Herald - 2004

Miami Herald

Por Julián Schvindlerman

  

Attacks on the Jewish state – 27/02/04

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There is no disputing that Israel is discriminated against globally. Zionism (e.g. Jewish nationalism) was the only movemer of national liberation ever to be branded racist by the family of nations. About a third of all United Nations condemnations fall on just one state: Israel. The Commission on Human Rights monitors the 191 U.N. member-states collectively, whereas Israel is scrutinized separately under a special agenda item. When the contracting parties to the Geneva Conventions met for the first time, 52 years after its founding, they did so to discuss Israel.

Even the Magen David Adorn (the Red Star of David, in Hebrew), Israel’s humanitarian-aid organization, is denied membershi| in the International Federation of Red Cross and Red Crescent Societies, where the Christian Red Cross and the Muslim Red Crescent are recognized agencies. Western campaigns of divestment target Israel alone, and Israeli academics alone are boycotted by their Western colleagues.

Anti-terror fence

Ditto for the International Court of Justice — mankind’s highest legal institution for resolving disputes between countries –whose 15 judges began this week to ponder the legality of Israel’s anti-terror fence. The ICJ is judging Israel not for committing crimes against humanity but for preventing them from being perpetrated by others, as international lawyer Alan Stephens aptly noted.

No nation is so often labeled Nazi, fascist, imperialist, expansionist, genocidal and segregationist, as Israel is. A recent European poll found that 60 percent of Europeans regard Israel the gravest threat to world peace.

What we are witnessing here is essentially a Palestinization of Western intellectual discourse. It is as if some opinion-molders in the West have adopted the intransigent and offensive terminology to be found in the Palestinian National Charter, the PLO’s founding document that calls for Israel’s destruction.

This is not meant as an ironic comment. The Palestinian National Charter’s Article 22 calls Israel «a base for world imperialism and «a constant source of threat vis — vis peace in the Middle East and the whole world,» a view reflected in the European poll.

Zionism is described as «racist and fanatic in its nature, aggressive, expansionist, and colonial in its aims, and fascist in its methods,» a characterization regularly ascribed to Israel even in respectable Western platforms.

Many would abolish Israel

Article 9 states that «Armed struggle is the only way to liberate Palestine,» a concept already echoed in many U.N. resolutions And one should be pardoned for thinking that the ICJ seems to be answering to Article 18 where the Palestinians stated that they «look to freedom-loving, justice-loving, and peace-loving states for support … to restore their legitimate rights in Palestine.»

Such language leaves the realm of rhetoric to enter that of incitement. Pierre-Andre Taguieff, author of La nouvelle Judeophobie, put it this way: If Israel has become, indeed, an ugly, dangerous and peace-threatening entity comparable to Nazi Germany or apartheid South Africa, then shouldn’t the world community ostracize — if not outright abolish — the Jewish state?

The demonization of Israel is so total and the criticism so unforgiving that one can hardly regard this attitude unbiased or eve nonmalicious. Has Israel become, as is increasingly being heard, the Jew among the nations? How can we tell exactly where reasonable criticism ends and odious attack begins?

Clearly, criticism of particular Israeli policies is fair game. It is not only legitimate but also necessary. Israel is a perfectible nation, as every nation is. And this is the point: Singling out only the Jewish state for moral judgment among a plurality of imperfect nations is a discriminatory act. Considering that there are so many far more urgent and, indeed egregious, human-rights violations, wars and destruction worldwide, the focusing of so much international attention on democratic Israel is misplaced.

Crossing the line

It is wrong to tie all criticism of Israel with prejudice or hatred. But it is just as wrong to ignore the fact that sometimes the link does exist. When the condemnation of Israel is so merciless, selective, disproportionate and absolute as it currently is, when the Jewish state is discriminated against so unfairly and demonized, then inadvertently or not a line is crossed — the line, «thin as a hair» in the words of historian Leon Poliakov, between antilsraelism and anti-Semitism.

This is my last column as a Herald contributor. I wish to thank and bid farewell to readers who followed my writings during the last three years.

Julián Schvindlerman is a writer and journalist in Buenos Aires.

Miami Herald, Miami Herald - 2004

Miami Herald

Por Julián Schvindlerman

  

When art, politics and morality clash – 06/02/04

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Shortly after Israel’s ambassador to Sweden vandalized an installation featured at the Museum of National Antiquities in Stockholm, Israeli authorities announced the awarding of the Israel Prize – the country’s highest artistic distinction — to the politically radical sculptor Yigal Tumarkin. Both events sparked controversy in Israel and invite a reflection on the delicate relationship between art, politics and morality.

The artwork exhibited by an Israeli/Swedish couple in Stockholm, Snow White and the Madness of Truth, consisted of a small ship carrying a picture of a smiling female Palestinian suicide-bomber sailing in a pool of red water. It was accompanied by posterwalls explaining the terrorist act on the basis of personal desperation. The visiting Israeli diplomat attacked it physically, prompting condemnation in some quarters and approval in others.

Picasso’s Guernica

For some, vandalizing this artwork is a form of political art. I would not go that far, but I find it educational to recall one instance when some in the cultural world defended the act of damaging an artwork as a worthy artistic accomplishment. In 1974, a group of artists united under the unbelievable name «Guerrilla Art Action Group» backed Tony Shafrazi, an artist who had spray-painted Pablo Picasso’s masterpiece Guernica, claiming that he was completing Picasso’s work. The idea of art-creation by means of art-defacing had been seen before — in Marcel Duchamp’s drawing of a mustache and a beard on a replica of the Mona Lisa.

Through these examples, which Israeli commentator Calev Ben-David has made, we could see the Israeli diplomat’s reaction to Snow White as an avant-garde manifestation of the «anti-art» variety. Of course, we know that this isn’t the case. More than a Dadaist loose on a journey of artistic expression, the Israeli diplomat was protesting — in a most undiplomatic, albeit media-catchy, way — the Swedish (and by extension European) celebration of anti-Israel terror.

Now to Tumarkin, the Israeli star who, upon receiving news of the award, said: «I want to be judged on my art and what I’ve contributed to this miserable country.» To understand this comment, you must know about the controversy that he has sparked in the past.

Moving to Germany

Tumarkin once said that when seeing ultra-orthodox Jews in Jerusalem, he could understand the Nazis. He publicly wished he had gunned down right-wing politicians Raphael Eitan and Rehavam Ze’evi (the latter shot to death by Palestinian terrorists years later). Tumarkin insulted immigrant Jews from Arab countries when he said that they were burdening the country «with so many poor children.» And he shocked his countrymen when he went back to his native Germany in the ’50s, at a time when that kind of thing was a taboo in a country with so many Holocaust survivors.

All this has to do with his political worldview, which admittedly, no matter how extreme, should not cloud recognition of his fine artistic contribution to the nation. The man and his work: Can they be separated? Even if they can, how can one not regard as deeply offensive Tumarkin’s creation of a pig wearing phylacteries?

While the meaning and interpretation of art is always subjective and often inscrutable, blatant political messages don’t go unnoticed, and this «art» can be viewed as propaganda disguised in art-format. As art critic Roger Kimball wrote in The Wall Street Journal: «They poach on the prestige of art in order to have it both ways. Criticize the aesthetic vapidness, and you get a lecture about how the artwork transcends the traditional artistic categories to interrogate the oppressive political structures of the status quo, blah, blah, blah. Criticize the moronic politics, and you get a sermon about not reducing works of art to a simplistic set of objective declarations.»

Divisive, controversial

Honoring Tumarkin, a man so divisive and controversial, is an example of the inexplicable tendency toward self-flagellation so widespread in Israeli elite circles. But at least it is a domestic issue and as such remains limited.

Conversely, the Sweden affair is an international matter by definition, pointing to a worrisome trend of romanticization of Palestinian violence in vast segments of the European cultural establishment and general public opinion.

There, terror-glorification is called the «Madness of Truth.» I’d call it the apogee of infamy.

Julián Schvindlerman is a writer and journalist in Buenos Aires.

Miami Herald, Miami Herald - 2004

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Por Julián Schvindlerman

  

Libya’s quest for absolution – 16/01/04

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Buenos Aires – Libya’s leader Moammar Gadhafi recently has made overtures toward the West aiming at turning his pariah state into an accepted member of the international community.

In 1999, Gadhafi agreed to hand over for trial two Libyans accused of planting a bomb in 1988 on a Pan American flight that exploded over Scotland, killing 270 people. Later on, he agreed to pay $2.7 billion to the victims’ relatives. Last week, he signed a $170 million compensation accord with relatives of 170 people killed in the 1989 bombing of a French jetliner that exploded over Niger. A few weeks earlier, he announced the dismantling of his weapons of mass destruction program and the opening of his country’s arms-production facilities to international inspection, and he urged Syria, Iran and North Korea to follow suit.

Reportedly, Gadhafi even established secret contacts with Israel. His son apparently met with two Israeli members of parliament in August, and a Libyan official met with a top aide of Israel’s foreign minister last month in Paris. When news of these meetings was published in the Israeli media, Libya reacted in a contradictory fashion: It first denied that any talks had taken place, then it reportedly sent a letter to the Israeli government complaining that «Israel has not the slightest conception of diplomatic ethics,» and finally Libya’s foreign minister said that Arab countries’ security services leaked the news because they were upset with his nation’s recent moves toward the West.

Can Gadhafi be trusted? Recall that he took power in a military coup, was a financier of international terrorism, bombed planes and discotheques, awarded a $5 million «special bonus» to the Palestinian murderers of 11 Israel athletes at the 1972 Munich Olympics, and in 1980 dispatched squads abroad to silence opponents of the regime.

Additionally, his bizarre behavior and political zigzagging is well known. In 2000 he said that, «if the Israelis don’t like the flies [in the Middle East], they can go to Alaska and establish a state . . . and I will be the first to visit them and offer support to them.» The following year, before addressing an Arab summit, he told Jordanian television that the speech he was going to make «will determine the future of the Middle East and affect world events.» The Jordan Times reported at the time that Gadhafi in his speech set some conditions that Israel should accept and, «Then, and only then, we can recognize Israel and even invite it to join us in the Arab League,» he said as he broke out in laughter, according to a witness’ account. At some point, Gadhafi called for the establishment of «Isratine,» a binational state for Israelis and Palestinians.

These and other quotes suggest not just a display of uncontrolled eccentricity but perhaps a mental disorder. Consider these words, pronounced by Gadhafi to his people on the occasion of Libya’s 28th anniversary, as reported by Reuters in 1997: ‘ ‘ Western countries could invade us for our sun. They lack sun for producing solar energy, and Libya is a sunny country located at the best place under the sun in this planet.»

Can Gadhafi be taken seriously? Even if not fully nuts, he is definitely odd. But maybe I am too skeptical.

Perhaps Gadhafi did change his ways, as his recent moves amply suggest. Or, as a former Jordanian information minister wrote, «Fidel Castro swapped his military garb for a Pierre Cardin tie and became an active sales promoter of his country to attract American investment — Gadhafi is fully entitled to some introspection and to abandon his revolutionary aspirations.»

Should Israeli Jews doff their yarmulkes to Gadhafi’s opening? Surely not. But if Israel signed a peace agreement with a king from Amman and with a military ruler from Cairo, and if it initiated negotiations with a terrorist from Gaza, it might as well engage in exploratory dialogue with a clown from Tripoli.

After all, peace – as they say about love – could be around the corner.

Julián Schvindlerman is a writer and journalist in Buenos Aires.