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Por Julián Schvindlerman

  

Israel y Palestina, el desafío diplomático para Colombia – 11/09/18

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Vanguardia Liberal – Colombia – 11/09/18

La decisión trajo consigo abrir una puerta en la dinámica de las relaciones con Palestina y daría paso a una agenda bilateral más robusta, que no es vista con buenos ojos por Israel, un aliado estratégico e histórico de Colombia.

Más allá de las connotaciones políticas o implicaciones diplomáticas, la decisión adoptada por el saliente gobierno de Juan Manuel Santos de reconocer oficialmente a Palestina, como un “Estado libre, independiente y soberano”, es a la postre un mensaje simbólico en un momento oportuno tras el acuerdo de paz alcanzado con las Farc.

Pese a la cercanía histórica que ha tenido Colombia con Israel y Estados Unidos, por lo cual se explica que era el único país en Suramérica que no había dado ese paso, la medida da mayor estatus internacional a las reivindicaciones del pueblo palestino pero también supone un desafío frente a un estratégico aliado, Israel.

En el contexto latinoamericano solo faltan México y Panamá por seguir los pasos de Colombia. Mientras en el ámbito internacional, cerca de 138 naciones han reconocido a Palestina como Estado, es decir, un 70% de los países miembros de la ONU consideran a Palestina como un igual.

La lectura que hace Walter Arévalo, profesor de Derecho Internacional de la Universidad del Rosario en Bogotá, es que el Estado palestino existe como tal porque tiene un gobierno que en su momento fue la Autoridad Nacional Palestina, y un territorio histórico que le reclama a Israel, no obstante tal reconocimiento supone el establecimiento de relaciones diplomáticas más fuertes, robustas y efectivas.

“Porque si uno no reconoce el Estado, se pueden firmar tratados, no tendrá que objetar el voto de este Estado en una organización multilateral, entonces ese es el verdadero efecto”, explica el analista.

En su criterio, Colombia hace mucho tiempo reconocía a Palestina de facto, porque había autoridades palestinas en el país y una misión con prerrogativas de carácter diplomático y “lo que faltaba era la firma de un acto formal”.

Esto se explica, dice, en lo que en el Derecho Internacional se conoce como reconocimiento De Iure​ (De Derecho) que permite de una manera abierta y honesta entrar en actos jurídicos internacionales.

En esa misma línea se refirió Fabián Gamba, docente del programa de Negocios y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle, quien lo describe como una decisión de buena voluntad y búsqueda de acercamiento a la paz, “un mensaje claro de un país que ha hecho apuestas claras en esa dirección, más que un sentido político pleno”.

Recordó que hace más de 20 años Palestina tiene una misión diplomática en Colombia, y ahora la nueva realidad implica relación más dinámica, la posibilidad de vínculos e intercambios culturales y económicos, pero considera que no va a marcar mucho una diferencia hasta tanto no se resuelva el asunto con Israel.

Julián Schvindlerman, escritor y analista político internacional, tiene otro enfoque y plantea varios factores que pueden explicar el hecho.

“Nada ayuda más a un anhelo personal de crecer en el ámbito de la ONU que tomar una medida contraria a Israel y a favor de los palestinos. Si es que Santos albergase tal deseo, esto le habría allanado el camino”, recalca el experto. No descarta que haya sido “fruto de alguna negociación secreta entre la Autoridad Palestina y Colombia o bien, resultado de la presión del lobby árabe-libanés en Colombia”.

Y también cita algo improbable pero no imposible: “que Santos pueda haber concedido esto a los palestinos de cara a un futuro desplazamiento de la Embajada hacia Jerusalén, ya una política que le cabría definir a la nueva administración de Duque”.

En ese orden de ideas, Schvindlerman subraya que salvo Estados Unidos, Canadá, México y Panamá, los demás países de la región ya han reconocido a Palestina: “Quizás Colombia quiso dejar de estar en ese club minoritario. Obviamente ha de existir un quid-pro-quo (una cosa por la otra)”.

Pone de relieve, además, que esta determinación “contradijo la política de ocho años de gestión del expresidente Santos, quien había declarado varias veces que tal reconocimiento sólo se daría como fruto de un acuerdo de paz palestino-israelí”.

Lo anterior, teniendo en cuenta que en la votación de 2012 de la Asamblea General de Naciones Unidas que otorgó a Palestina la categoría de Estado observador, es decir con derecho a voz pero sin voto, Colombia fue el único país de la región que se abstuvo.

Si bien se manejan varias versiones sobre la toma de la decisión del gobierno Santos al término de su mandato, que se dice fue consultada durante el empalme con el presidente Iván Duque, el profesor Gamba considera que lo mejor hubiera sido hacerlo con mayor anterioridad para no dar la sensación que no era un asunto de entregarle un dilema al siguiente gobierno.

Ahora bien, aclara que también es cierto que cada presidente tiene hasta el último minuto la potestad para ejecutar los actos de política exterior que desee.

¿No hay reversa?

En cuanto a la posibilidad de reversar la medida, Arévalo lo ve difícil, porque por presencia política le quedaría muy mal, “es un acto que está regulado por el Régimen de los Actos Jurídicos Unilaterales del Derecho Internacional, que entre sus normas dice que no se puede retrotraer un acto jurídico internacional de forma arbitraria”.

Añade que está en manos del nuevo gobierno adoptar una postura que no afecte la relación con Israel, en la medida en que “teniendo ya la puerta abierta, decida robustecer las relaciones diplomáticas, entrar en actos jurídicos con Palestina, tener una agenda muy activa y por supuesto la relación con Israel, va a decaer” porque va en contra de este último estado frente al tema en Medio Oriente.

Lo más factible, según Gamba, es que la Cancillería colombiana mantenga el reconocimiento del Estado Palestino, pero avanzará despacio con las relaciones diplomáticas, para de esta manera cuidar su relación con Israel que en efecto sí es robusta en temas de seguridad, relaciones económicas y posconflicto”.

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Por Julián Schvindlerman

  

Entrevista con Julian Schvindlerman: «La carta escondida» + Antisemitismo local y mundial – 08/09/18

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Detaly (diario israelí en idioma ruso) – 08/09/18
Entrevistaron Mark Kotlyarsky y Evgenia Slyudikova

En Buenos Aires hubo hace poco una presentación de la novela de Julián Schvindlerman «La carta escondida: historia de una familia árabe-judía». Anteriormente este libro fue presentado en Uruguay, donde fue publicado por la prestigiosa editorial “Linardi y Risso”. El escritor, periodista y analista político Schvindlerman vive en Buenos Aires y se especializa, entre otras cosas, en temas judíos e israelíes. Mantiene un blog en el sitio del The Times of Israel y se desempeña como columnista en el muy leído diario digital argentino Infobae. Uno de los temas principales de sus numerosos ensayos y publicaciones es “el nuevo antisemitismo”.

“De hecho, es el mismo antisemitismo clásico disfrazado de antisionismo”, explica Julián Schvindlerman. “El odio a los judíos tradicionalmente se ha basado en componentes religiosos y étnicos. Ahora se ha agregado un componente político: odio y desprecio por el único estado judío en el mundo; El «judío entre las naciones», como se suele decir… La Shoa dejó un sello indeleble en el antisemitismo. Aquellos que odiaban a los judíos, después de la Segunda Guerra Mundial, se desasociaron de los terribles crímenes del nazismo. Así, el antisionismo se convirtió en una cobertura para los racistas”.

La versatilidad de Schvindlerman solo puede ser envidiada: él es un especialista en administración (Universidad de Buenos Aires) y Master en Ciencias Sociales (Universidad Hebrea de Jerusalem); ha impartido conferencias en universidades de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, Venezuela, Aruba y México; es un comentarista habitual en muchos canales de televisión, incluyendo CNN en español, RT en español, France24 en español y muchos otros. La novela “La Carta Escondida” no es su primer gran trabajo: Schvindlerman escribió el libro “Triángulo de infamia: Richard Wagner, los nazis e Israel”, “Roma y Jerusalén: la política vaticana hacia el estado judío” y “Tierra por paz, tierra para la guerra”.

– ¿Cómo es la vida de la comunidad judía de Argentina hoy?

– Según los últimos datos, tiene más de doscientas mil personas. Esta es la comunidad más grande de América Latina, con un estilo de vida propio y su riqueza cultural única, a pesar de lo cuál está bien integrada a la vida del país. No es homogénea: hay asquenacíes y sefarditas, hay de izquierda y de derecha, ricos y pobres, religiosos y seculares, pero se convive.

– ¿Todo es tan bueno y suave?

No exactamente. Los judíos sufrieron tres fuertes golpes en la Argentina: el atentad contra la Embajada de Israel en Argentina (22 muertos y 242 heridos – Detaly apróx.), La voladura del centro judío comunal AMIA (85 muertos y 300 heridos – Detaly apróx.) Y el asesinato del fiscal Alberto Nisman, un judío que condenó al gobierno anterior del país, acusándolo de cooperar con Irán. Él creía que Teherán estaba involucrado en ambos actos de terrorismo.

La historia de Argentina tuvo estallidos de antisemitismo, debe reconocerse. Pero las últimas manifestaciones antisemitas fuertes se registraron hace varias décadas. Y en la actualidad, los judíos se ven afectados negativamente sólo por diversos grupos o personajes marginales. Sin embargo, uno no debe olvidar los desvaríos de la comunidad judía, que pueden a veces provocar antisemitismo.

– ¿Qué quieres decir?

– Como ejemplo te puedo dar que este año se produjo una grave crisis: el titular de la DAIA – Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, la organización que representa a la comunidad judía y es responsable de sus contactos con las autoridades y la sociedad- fue acusado de acoso sexual y material. Esto causó un escándalo. Pero pronto habrá elecciones, y es de esperar cambios en el liderazgo de DAIA.

– Hablemos de otra tendencia inquietante. Últimamente, muchos latinoamericanos que recibieron educación superior en países europeos y en Rusia muestran cada vez más abiertamente sus puntos de vista pro-palestinos y antisionistas. ¿Cómo explicas este fenómeno?

– En casi todas partes del mundo, la propaganda palestina prevalece en los campus universitarios. Los académicos consideran progresivo simpatizar con alguien que se considera una víctima, un débil. Una especie de esquema simplificado de la legendaria confrontación de David y Goliat. Otro problema son los medios, donde la mayoría de los periodistas ven a Israel y sus políticas con sospecha e incluso hostilidad. Esto explica las opiniones de los graduados que mencionan.

Este es un fenómeno global. Los racistas encontraron una excusa en el antisionismo, a través del cual ahora pueden vestirse tranquilamente con túnicas blancas; declarando que rechazan a Israel, y enfatizando que no tienen nada en contra del judaísmo como religión, y que no son antisemitas.

Vale recordar que incluso en los años sesenta del siglo pasado, Martin Luther King declaró claramente que el antisionismo es una forma de antisemitismo. Es importante distinguir la crítica constructiva o política de Israel, que es totalmente posible y permisible, de una crítica antisemita llena de acusaciones infundadas. La deshumanización de todo el pueblo de Israel, acusaciones de apartheid, nazismo o colonialismo sin fundamento alguno, todos estos son casos evidentes de antisemitismo actual.

– Usted escribió el libro “Roma y Jerusalén: la política vaticana hacia el estado judío”. ¿Cómo cambió esta política a lo largo de los años?

– Desde el nacimiento del sionismo político a finales del siglo XIX, la actitud del Vaticano hacia el nacionalismo judío fue negativa, sobre la base de las siguientes premisas: a) teológicas -el Papado proclamó que los judíos habían sido abandonados por la providencia divina y condenados al exilio eterno; b) ecuménicas -la preocupación por las comunidades cristianas de Tierra Santa y el Medio Oriente; y c) diplomáticas -la renuencia a enemistarse con los más numerosos países árabes y musulmanes. Al mismo tiempo, el estatus de Jerusalén y la protección de los santuarios cristianos siempre han sido temas de preocupación agudos para la Santa Sede.

Los cambios fundamentales tuvieron lugar en 1993, cuando se establecieron acuerdos diplomáticos entre Israel y el Vaticano, y embajadores se intercambiaron el año siguiente. Desde que el Vaticano reconoció a Israel -fue uno de los últimos estados en Occidente en hacerlo-, tres pontífices ya visitaron el estado judío. A pesar de esto, la política pro-palestina de la Santa Sede permanece sin cambios. Hace unos años, el Papa Francisco llamó al presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen, un «ángel de la paz». Es difícil imaginar que pueda otorgar esa caracterización a un representante de Israel. Pero de todos modos, el mejoramiento en las relaciones judío-católicas ha sido extraordinario desde el fin del Concilio Vaticano II, en 1965.

– Cuéntanos un poco sobre tu nuevo libro, presentado recientemente en Buenos Aires: “La carta escondida: historia de una familia árabe-judía”.

– La idea de la novela nació cuando una mujer de Uruguay se dirigió a mí. La historia de su vida era completamente atípica. Ella realmente quería darla a conocer, y estaba buscando un autor que entendiera al Medio Oriente. Escuché su historia durante varias horas (una historia complicada, sugestiva, llena de sorpresas) y me dí cuenta de que tenía que escribir sobre estos eventos.

Era una historia sobre su abuelo y abuela lituanos, sobrevivientes del Holocausto y su fuga a través de la Europa nazi. Y sobre los abuelos musulmanes en el ardiente Medio Oriente. Acerca de su padre, libanés chiíta, nacido cerca de la frontera con Israel, que se enamoró de su madre, se convirtió al judaísmo y educó a los niños en la tradición judía; al mismo tiempo sin perder la relación espiritual con la religión y las tradiciones de sus antepasados. Hablo del asentamiento en un Uruguay tranquilo y pacífico. Abordo la confrontación, el fanatismo, la intolerancia religiosa y la nostalgia. Son tres países, tres culturas, tres narrativas, estrechamente conectadas, pero que nunca se convierten en una. Familias unidas y separadas por la historia, la cultura y la geografía. De eso se trata el libro: su contexto histórico está completamente documentado, y la ficción es tan real como se me permitió conservarla.

La Carta Escondida - Reseñas

Mundo Israelita – 7/09/18

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Por Diana Wang
Mundo Israelita – 7/9/18

Cuando Leila le contó su historia familiar y le pidió que la hiciera libro, Julián Schvindlerman, a quien conocemos como analista político, no se pudo resistir. Y no era para menos. Preso de la fascinación que le produjo esta saga familiar y sus secretos, la convirtió en esta más que interesante y curiosa docu-novela editada en Uruguay y que acaba de ser presentada en Buenos Aires.

Todo empezó cuando Leila descubrió unas cartas en árabe destinadas a su padre e, intrigada,  comenzó a tirar del hilo. Judía, religiosa ortodoxa, criada en el judaísmo junto a sus hermanos en Esperanza, un pueblo de Uruguay, Leila no entendía qué hacían esas cartas venidas del Líbano en su casa, escritas en árabe. El ovillo que fue desenredando abrió ante sus ojos sorprendidos las idas y venidas de su familia en medio de diferentes sucesos socio-políticos que marcaron el siglo XX.

Supo que ya su madre, Inés, había descubierto en su juventud otro manojo de cartas escritas por un tío que desconocía, en las que descubrió la historia de la Shoá de su propio padre. Pero ni ella ni sus hermanos, se animaron a tirar del hilo como años más tarde hizo Leila, su hija y el secreto se mantuvo.

En estas historias, dos linajes, uno judío y otro musulmán, confluyen y se abren a un horizonte de identidad complejo y en construcción. El padre de Leila se convirtió al judaísmo  por amor a su madre e imperativo de sus suegros. Pero sin que nadie lo supiera, siguió manteniendo sus rituales musulmanes. En una ironía de la vida ahora le tocaba a él islamizar en secreto, como aquellos judíos que debían judaizar en secreto para sobrevivir en la España marranizadora.

Las trayectorias de los diferentes miembros de las dos familias, la musulmana y la judía, los conflictos familiares y sus derroteros nos llevan a Vilna en Lituania, Jabal Amel en Líbano, Moscú en la URSS, Cuba, Israel, Nueva York y Uruguay. Múltiples escenarios enriquecidos por el autor con la descripción de los contextos socio-históricos que van determinando las decisiones de cada uno. El frustrado viaje del Saint Louis, el descubrimiento de una Cuba antijudía, la férrea resistencia judía en Vilna y las sangrientas fosas nazis en Lituania, las purgas estalinistas y el Libro Negro, el terrorismo chiíta en Líbano con su acendrado odio anti israelí, la mijlalá y los kibutzim en Israel, los ritos y sentidos del Corán, Montevideo y Esperanza en Uruguay.

Como Forrest Gump, Schvindlerman nos lleva de la mano a través de los sucesos más trágicos y esenciales de nuestro pasado reciente, lo que le da un valor adicional a la increíble historia familiar desplegada en la novela.

El personaje que nos interpela, es Fawwaz, el padre de Leila, que escondía a su familia judía el secreto de su origen y su fidelidad al islamismo y a su familia islámica le ocultaba su conversión al judaísmo. En las actuales circunstancias, esta conversión, de ser conocida, habría sido la peor traición posible. Fawwaz escondía ese doble secreto llevado por la vida familiar y las circunstancias políticas.

Me pregunté ¿por qué el primer grupo de cartas no determinó la búsqueda y la develación que produjo el segundo? ¿Qué llevó a Leila a investigar y descubrir lo que permanecía en silencio y oculto? Creo que una posible respuesta es el tiempo. Nos lo enseñaron los sobrevivientes de la Shoá y los sobrevivientes de cualquier otro genocidio: recién se puede hablar varias décadas después. Algo sufrido de manera interpersonal, un robo, una violación, debe ser puesto en palabras inmediatamente, dado que si se mantiene callado tiene un potente efecto tóxico y corrosivo. Por el contrario, lo sufrido en un proceso genocida o dictatorial, pareciera que requiere de varias décadas de silencio hasta poder ser puesto en palabras.

No se trata del mismo silencio. Quienes hablaron en la inmediata posguerra no pudieron desprenderse del relato de lo sufrido y se hundieron en la victimización. La gran mayoría de los sobrevivientes calló por décadas. Y no solamente porque nadie quería oír. Mi convicción es que precisaron de todos esos años para recuperar la confianza en el Estado. Nuestro contrato social se basa en que el Estado nos protegerá y en situaciones genocidas no solo no lo hace sino que es el artífice de la victimización. El piso sobre el que estamos parados se fragmenta y caemos en un pozo sin fin. Recién después de muchos años, cuando la vida va probando que el piso vuelve a ser firme bajo los pies, las palabras pueden tener cuerpo, ser dichas y ser oídas. Tal vez es por eso que Inés no pudo develar aquel primer grupo de cartas mientras que años más tarde, Leila pudo con el segundo.

Jorge Semprún lo dice claramente, ya desde el título, en La Escritura o la Vida. Recién pudo hablar de Buchenwald 40 años después; si lo hubiera hecho antes, prematuramente, habría sucumbido ante el horror, no creía que le habría sido posible vivir.

La Carta Escondida es más que esos dos grupos de cartas. Se trata de los secretos protectores y también encubridores, una metáfora polisémica que se abre a muchos sentidos. Uno de ellos -una asociación mía- es el origen de la palabra “baraja”, sinónimo de carta. Cuando los judíos españoles recibían el shabat escondían los libros de rezos sobre las piernas ocultos a la vista de algún posible visitante inesperado, mientras que lo que se veía sobre la mesa familiar eran cartas, como si estuvieran reunidos para jugar en familia. Cartas en lugar de brajot, bendiciones. Barajas.

Cartas encubridoras. Cartas salvadoras. Cartas que nos abren a tantos vericuetos de las relaciones humanas, de los conflictos políticos, sociales y religiosos. Cartas que tenemos que aprender a leer. Cartas con las que tenemos que aprender a jugar.

The Times of Israel, The Times of Israel - 2018

The Times of Israel

Por Julián Schvindlerman

  

The Wagner Controversy – 06/09/18

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By Julian Schvindlerman
The Times of Israel – 06/09/18

A few days ago, the Public Radio of Israel (KAN) broadcast part of German composer Richard Wagner´s opera Götterdämmerung. As audience protest soon arose, radio authorities had to apologize for what they called was an «error». The work of Richard Wagner has been marred in controversy for a very long time in Israel. One has to go back to the late 1930´s, when the Jewish state had not yet been established as a state, to find an instance in which Wagner was performed free of polemics in what was then British Mandatory Palestine and is today modern Israel.

Three days after the Kristallnacht, in November 1938, the third season of the Palestine Symphony Orchestra, the precursor of the current Israel Philharmonic Orchestra, was set to begin. Maestro Arturo Toscanini planned to direct wagner´s Die Meistersinger von Nürnberg. In light of the events in Austria and Germany, the orchestra’s board asked the Italian musician to remove that piece from the repertoire. Toscanini accepted. Thus was set the first precedent of what was to become a protracted conflict between Wagnerians and anti-Wagnerians in the Jewish state.

In his time, Wagner was a prominent anti-Semite. Not just a consumer of anti-Semitism, like other musicians were -Liszt, Chopin-, but a promoter of anti-Semitism. He published, under a pseudonym in 1850 and using his real name nineteen years later, Das Judenthum in Der Musik, a notorious Judeophobic tract in which he called for the annihilation of the Jewish people. In 1881, he applauded a pogrom in Warsaw («That’s the only way it can be done, throwing these people out and giving them a good beating») and expressed joy when a fire in a famous Vienna theater caused the death of many Jews («All Jews should end up burned in Nathan’s work»). He rubbed shoulders with famous racial theorists of the time -Joseph Arthur de Gobineau, Houston Stewart Chamberlain- and recorded his virulent hatred of the Jews in his memoirs, letters and writings. His second wife Cosima added evidence of his anti-Semitism in her private diaries, which cover 5,150 days of life together, from January 1869 until Wagner’s death in February 1883.

Although Wagner died half a century before the Nazis took power in Germany, during the Third Reich he reigned supreme. Many TV news programs accompanied images of the air force with Die Walküre. Segments of Rienzi anticipated speeches in Nazi rallies throughout Germany. His music was played in Nazi galas. When Hitler committed suicide, the radio broadcast the funeral march of Siegfried. Wagner’s music was played at concentration camps and it was attributed to Josef Mengele to listen to Wagner´s compositions while performing his monstrous medical experiments. Leni Riefenstahl included excerpts from a Wagner opera in her film The Triumph of Will. The Fuehrer said that it was upon hearing Rienzi that he found the conviction to unite Germany and expand the Third Reich. «It’s on Parsifal that I build my religion,» he said. «In Siegfried, Parsifal, Stolzing, Lohengrin we recognize that eternally German principle of life,» he opined. One of his most famous sayings about Wagner was: «To understand what National Socialism is, one must read Wagner.»

The Wagnerians do not deny or minimize the atrocious anti-Semitism of the German composer, or his protonazism. «Wagner was 110% anti-Semitic,» admitted Zubin Metha. But they are, nevertheless, willing to promote his operas given the fascination they evoke in them. «I hate Wagner,» proclaimed director Leonard Bernstein, «but I hate him on my knees.» Georg Solti, Daniel Barenboim, Mendi Rodan and Roberto Paternostro, among several others, offer valid arguments by pointing out that musicians who collaborated with the Nazis -Richard Strauss, Carl Orff, Franz Lehár- no longer cause controversy in Israel. Or that companies like Bayer, Mercedes-Benz and Hugo Boss (all of them involved in the German industry during the war) sell their products in the Jewish state without problems. However, these musicians seem to have difficulty in grasping the symbolic value of Richard Wagner as a cultural emblem of Nazism in general, and as a personal fetish of Adolf Hitler in particular. No law in Israel prohibits Wagner’s music. Rather, it has become traditional to reject the public performance of his works so as not to relate a cultural symbol of Nazism with a cultural symbol of the Jewish state, such as a state orchestra or radio.

Music critic David Goldman offered a pertinent appreciation of the heated debate. «In a Jewish state,» he wrote in Tablet, «the public has the right to ask of Jewish musicians to be Jews first and musicians second.» Critic Alex Ross added a powerful observation. «If there is a place where only Wagner is allowed to be heard,» he wrote in The New Yorker in relation to the Bayreuth sanctuary, «there should also be a place where Wagner is asked to remain silent.» Can anyone imagine a better place for that than the state of Israel?.

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[Versión en español]

La controversia por Wagner

Por Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 06/09/18

https://blogs.timesofisrael.com/the-wagner-controversy/

Días atrás, la Radio Pública de Israel (KAN) emitió parte de la ópera Götterdämmerung del compositor alemán Richard Wagner. Las protestas no tardaron en surgir y las autoridades de la radio debieron disculparse por lo que definieron como un “error”. La interpretación pública de la obra de Richard Wagner ha estado asociada a la polémica desde hace mucho tiempo en Israel. Uno debe remontarse a fines de los años treinta del siglo pasado, cuando el estado judío no había sido establecido como estado todavía, para notar algún caso en que Wagner haya sido tocado libremente en lo que era entonces la Palestina mandataria y es hoy el moderno Israel.
Tres días después de la Kristallnacht, en noviembre de 1938, debía comenzar la tercera temporada de la Orquesta Sinfónica Palestina, precursora de la actual Orquesta Filarmónica de Israel. El Maestro Arturo Toscanini planeaba ejecutar Die Meistersinger von Nürnberg, de Wagner. A la luz de los acontecimientos en Austria y Alemania, la junta directiva de la orquesta pidió al músico italiano que quitara del repertorio esa pieza del compositor alemán. Toscanini aceptó. Quedó así marcado el primer precedente de lo que sería una lucha prolongada entre wagnerianos y anti-wagnerianos en el estado judío.

En su tiempo, Wagner fue un antisemita prominente. No apenas un consumidor de antisemitismo, como otros músicos -Liszt, Chopin- lo fueron, sino un promotor de antisemitismo. Publicó, con un seudónimo en 1850 y con su nombre real diecinueve años después, Das Judenthum in Der Musik, un notorio tracto antisemita en el que llamó al aniquilamiento del pueblo judío. En 1881, aplaudió un pogromo en Varsovia (“Esa es la única forma en que se puede hacer, echando a esta gente afuera y darles una buena paliza”) y se alegró cuando un incendio en un famoso teatro de Viena ocasionó la muerte a muchos judíos (“Todos los judíos deberían acabar quemados en la obra de Nathan”). Se codeó con famosos teóricos raciales de la época -Joseph Arthur de Gobineau, Houston Stewart Chamberlain- y dejó constancia de su odio virulento a los judíos en sus memorias, sus cartas y sus escritos. Su segunda esposa Cósima agregó evidencia de su antisemitismo en sus diarios íntimos, los que cubren 5.150 días de vida juntos, desde enero de 1869 hasta la muerte de Wagner en febrero de 1883.

Aunque Wagner murió medio siglo antes del ascenso del nazismo al poder en Alemania, durante el Tercer Reich él reinó supremo. Muchos noticieros acompañaron imágenes de la fuerza aérea con Die Walküre. Segmentos de Rienzi anticiparon los discursos en las aglomeraciones nazis en toda Alemania. Su música se oía en las galas nazis. Cuando Hitler se suicidó, la radio emitió la marcha funeral de Siegfried. La música de Wagner sonó en los campos de concentración y se atribuyó a Josef Mengele escuchar sus composiciones mientras realizaba sus experimentos médicos monstruosos. Leni Riefenstahl incluyó extractos de una ópera de Wagner en su film El triunfo de la voluntad. El führer dijo que fue al escuchar Rienzi cuando halló la convicción de que él uniría Alemania y engrandecería al Tercer Reich. “Es sobre Parsifal que edifico mi religión”, acotó. “En Siegfried, Parsifal, Stolzing, Lohengrin reconocemos ese principio de vida eternamente alemán”, señaló. Uno de sus dichos más famosos sobre Wagner fue: “Para entender lo que el Nacional-Socialismo es, uno debe leer a Wagner”.

Los wagnerianos no niegan ni minimizan el atroz antisemitismo del compositor alemán ni su protonazismo. “Wagner fue 110% antisemita” admitió Zubin Metha. Pero están, no obstante, dispuestos a promover sus óperas dada la fascinación que ellas les evocan. “Odio a Wagner”, proclamó el director Leonard Bernstein, “pero lo odio arrodillado”. Georg Solti, Daniel Barenboim, Mendi Rodan y Roberto Paternostro, entre varios otros, ofrecen argumentos válidos al señalar que músicos colaboradores de los nazis -Richard Strauss, Carl Orff, Franz Lehár- ya no causan polémica en Israel. O que empresas como Bayer, Mercedes-Benz y Hugo Boss (todas ellas implicadas en la industria alemana durante la guerra) venden sus productos en el estado judío sin problemas. Sin embargo, estos músicos parecen tener dificultades en comprender el valor simbólico de Richard Wagner como emblema cultural del nazismo en general, y como fetiche personal de Adolf Hitler en particular. Ninguna ley en Israel prohíbe la música de Wagner. Más bien se ha tornado tradicional rechazar la performance pública de sus obras para no emparentar un símbolo cultural del nazismo con un símbolo cultural del estado judío, como pueden ser una orquesta o una radio estatales.

El crítico de música David Goldman ofreció una apreciación pertinente al acalorado debate. “En un estado judío”, escribió en Tablet, “el público tiene derecho a pedir a los músicos judíos que sean judíos primero y músicos en segundo lugar”. El crítico Alex Ross remató con una observación poderosa. “Si hay un lugar donde se permite solamente a Wagner se escuchado”, escribió en The New Yorker en relación al santuario de Bayreuth, “debiera también haber un lugar donde se le pide a Wagner permanecer en silencio”. ¿Alguien puede imaginar un mejor lugar para ello que el estado de Israel?.

Infobae, Infobae - 2018

Infobae

Por Julián Schvindlerman

  

El radicalismo escandaloso de Jeremy Corbyn – 03/09/18

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Jeremy Corbyn es el líder del Partido Laborista en Gran Bretaña, un partido tradicional y centrado. Pero a la luz de sus dichos, acciones y asociaciones de los últimos años, fácilmente podría ser confundido con el guía político de una facción extremista marginal. Invitado frecuente en Press TV de Irán y Al-Jazeera de Catar, Corbyn tiene además un extenso prontuario de vinculaciones con fanáticos conocidos.

El activista libanés Dyab Jahjah, quien en 2004 afirmó que “todo soldado americano, británico y holandés muerto es una victoria” fue invitado por Corbyn, cinco años más tarde, al Parlamento británico. En 2012, Corbyn convocó también al Parlamento al jeque radical Raed Salah, del Movimiento Islámico de Israel y un teórico conspirativo del 9/11. En 2015 iba a compartir mesa con el caricaturista antisemita brasileño Carlos Latuff y sólo cuando la prensa lo denunció, Corbyn tomó distancia. El notorio negador del Holocausto, Paul Eisen, confesó: “Durante la época en que yo me sentí marginado y aislado Jeremy siempre me saludó”.

Corbyn también invitó al Parlamento a representantes de movimientos jihadistas, como el palestino Hamas y el libanés Hezbolá. “Será mi honor llevar a cabo un evento en el Parlamento donde nuestros amigos del Hezbollah hablarán”, dijo en 2009. “También he invitado a nuestros amigos de Hamas a que vengan a hablar, a su vez”, agregó. Últimamente han estado surgiendo en la prensa británica videos y fotografías que han dejado al descubierto hasta qué niveles ha llegado su radicalismo político.

Durante una visita a Túnez en 2014, Corbyn rindió tributo ante las tumbas de Salah Khalaf, Hayel Abdel-Hamid, Fakhri al-Omari y Atef Bseiso. Tres de ellos fueron miembros de Septiembre Negro, el grupo responsable de la matanza de once atletas israelíes en las OlimpÍadas de Múnich en 1972. En 2012 en Doha, compartió un panel con Khaled Mashaal, quien en ese momento era el jefe político de Hamas, y con Husam Badran, el antiguo jefe del ala militar del grupo que había supervisado una serie de atentados que provocaron la muerte a decenas de civiles israelíes, incluidos los atentados de 2001 en una pizzería en Jerusalén y una discoteca en Tel Aviv. Los acompañaba Abdul Aziz Umar, quien en 2013 hizo estallar una bomba en un café en Israel.

Corbyn criticó a la BBC por no cuestionar el derecho de Israel a existir. También se negó a que su partido adoptara la definición universal de antisemitismo (la de la Alianza Internacional de Conmemoración del Holocausto, adoptada por 31 países, Gran Bretaña incluida), que contempla al anti-sionismo como una expresión moderna de anti-judaísmo. Corbyn habló en la boda de Husam Zomlot, un funcionario de la OLP que afirmó que Israel había «inventado» el Holocausto. En otra ocasión, Corbyn aceptó un viaje gratis para encontrarse con el presidente sirio, Bashar al-Assad, pagado por un grupo palestino que culpa a los judíos por su genocidio durante la Segunda Guerra Mundial.

En 2013 Corbyn declaró ante los asistentes a una conferencia en Londres que “los sionistas… claramente tienen dos problemas. Uno es que no quieren estudiar historia, y en segundo lugar, habiendo vivido en este país durante mucho tiempo, probablemente durante toda su vida, tampoco entienden la ironía inglesa”. Al año siguiente, al arengar a una aglomeración cerca de la embajada israelí en la capital inglesa, Corbyn acusó a Israel de cometer un “ataque genocida” contra el pueblo palestino. Detrás suyo, un manifestante sostenía una bandera de Hamas.

Sus posiciones políticas deberían causar inquietud no sólo a los judíos británicos, a los diplomáticos israelíes y a sus colegas sensatos en el Partido Laborista, sino a toda la sociedad inglesa y europea. Que el líder del principal partido de la oposición en Inglaterra se codee alegremente con negadores del Holocausto, terroristas del Medio Oriente y antisemitas, es un peligro político y una alarma moral para un continente ya profundamente sacudido por diversos extremismos.

Escritor y analista político internacional. Su libro más reciente es “La carta escondida: historia de una familia árabe-judía” publicado por Linardi y Risso en Uruguay.

Varios

Varios

Por Julián Schvindlerman

  

Articulo en Vis-a-Vis – 30/08/18

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El escritor y ensayista Julián Schvindlerman presentó su primera novela en Daín usina cultural

El escritor, ensayista y analista político internacional, Julián Schvindlerman, luego de presentar su nuevo libro en Uruguay hizo lo propio en nuestro país, el pasado martes 28 de agosto. Su primera novela titulada: “La carta escondida- Historia de una familia árabe-judía” de la Editorial uruguaya Linardi y Risso se presentó en la librería Daín Usina Cultural ante la presencia de una gran cantidad de público.

Schvindlerman anteriormente publicó ensayos como “Triángulo de Infamia: Richard Wagner,los nazis e Israel”, “Roma y Jerusalén: la política vaticana hacia el Estado Judío” y “Tierras por paz y tierras por guerra”. En esta oportunidad, a partir de una historia familiar que le contó Leila, la hija del protagonista de esta biografía novelada, como calificó Marcos Aguinis en la contratapa del libro. El autor se animó a contar esta historia apasionante de amor,identidad, traición, espiritualidad que cruzó fronteras a partir del descubrimiento de unas cartas que escribió el padre de Leila, quien siendo un musulmán libanés se convirtió al judaísmo por amor.

Las panelistas que llevaron adelante la presentación fueron la Lic. Diana Wang, presidenta de Generaciones de la Shoá, psicóloga y columnista de La Nación que se refirió al silencio y a los secretos familiares planteando un paralelismo con la historia de muchos sobrevivientes de la Shoá. Mientras que la Lic. Magalí Milmaniene, Lic. en Filosofía y Dra. en Psicología realizó un análisis exhaustivo con relación a varios puntos del libro, las relaciones conflictivas familiares que se presentan y el factor que juega la búsqueda de la identidad. La moderadora fue Carolina Di Tella, doctoranda en neurociencias en la Universidad de Nueva York.

A continuación, el autor de la novela comentó cómo surgió la posibilidad de escribir esta novela. Además destacó que en lo que respecta la parte histórica todo es verídico, pero como toda historia novelada tiene algunas partes de ficción que se permitió.

La Carta Escondida - Reseñas

VIS-A-VIS (Argentina) – 30/08/18

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El escritor y ensayista Julián Schvindlerman presentó su primera novela en Dain usina cultural

El escritor, ensayista y analista político internacional, Julián Schvindlerman, luego de presentar su nuevo libro en Uruguay hizo lo propio en nuestro país, el pasado martes 28 de agosto. Su primera novela titulada: “La carta escondida- Historia de una familia árabe-judía” de la Editorial uruguaya Linardi y Risso se presentó en la librería Daín Usina Cultural ante la presencia de una gran cantidad de público.

Schvindlerman anteriormente publicó ensayos como “Triángulo de Infamia: Richard Wagner,los nazis e Israel”, “Roma y Jerusalén: la política vaticana hacia el Estado Judío” y “Tierras por paz y tierras por guerra”. En esta oportunidad, a partir de una historia familiar que le contó Leila, la hija del protagonista de esta biografía novelada, como calificó Marcos Aguinis en la contratapa del libro. El autor se animó a contar esta historia apasionante de amor,identidad, traición, espiritualidad que cruzó fronteras a partir del descubrimiento de unas cartas que escribió el padre de Leila, quien siendo un musulmán libanés se convirtió al judaísmo por amor.

Las panelistas que llevaron adelante la presentación fueron la Lic. Diana Wang, presidenta de Generaciones de la Shoá, psicóloga y columnista de La Nación que se refirió al silencio y a los secretos familiares planteando un paralelismo con la historia de muchos sobrevivientes de la Shoá. Mientras que la Lic. Magalí Milmaniene, Lic. en Filosofía y Dra. en Psicología realizó un análisis exhaustivo con relación a varios puntos del libro, las relaciones conflictivas familiares que se presentan y el factor que juega la búsqueda de la identidad. La moderadora fue Carolina Di Tella, doctoranda en neurociencias en la Universidad de Nueva York.

A continuación, el autor de la novela comentó cómo surgió la posibilidad de escribir esta novela. Además destacó que en lo que respecta la parte histórica todo es verídico, pero como toda historia novelada tiene algunas partes de ficción que se permitió.

Comunidades, Comunidades - 2018

Comunidades

Por Julián Schvindlerman

  

Israel es el estado-nación del pueblo judío – 29/08/18

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Hay alrededor de doscientos estados en el mundo. Cincuenta y siete de ellos son países musulmanes. Veinte son árabes. Otros muchos son cristianos o laicos. De esta constelación, sólo uno es judío. El 19 de julio pasado, Israel declaró ello jurídicamente en una votación en la Knesset de 62 votos a favor, 55 en contra y 2 abstenciones. Esta nueva Ley Básica ha codificado el carácter judío del Estado. Así como Grecia es el país de los griegos, Colombia el de los colombianos y Libia el de los libios; Israel es el estado de los judíos.

Tradicionalmente, Israel se ha definido como un estado judío y democrático». La dimensión democrática ya estaba contenida en las quince leyes básicas preexistentes. La dimensión judía lo está ahora con esta nueva ley.

Los críticos han observado que la noción de la igualdad no fue incorporada a esta ley. No tenía sentido hacerlo puesto que esa igualdad ya está mencionada en otras leyes. Por ejemplo, la Ley Básica: Dignidad Humana y Libertad (1992) dice que su propósito es «proteger la dignidad humana y la libertad», define a Israel como «un estado judío y democrático», asegura que «los derechos humanos fundamentales en Israel se basan en el reconocimiento del valor del ser humano, la santidad de la vida humana y el principio de que todas las personas son libres» y refiere a los principios de la Declaración de la Independencia del Estado de Israel, la que postula que «El Estado de Israel fomentará el desarrollo del país para todos sus habitantes, se basará en la libertad, la justicia y la paz… y garantizará la completa igualdad de los derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, independientemente de su religión, raza o sexo…».

Tal como observó Bret Stephens, esta nueva ley no derogó ninguna ley previa. Fue aprobada democráticamente, y puede ser revocada democráticamente. La democracia israelí no está en riesgo.

Israel trata a sus minorías con respeto. Los árabes (20% de la población) acceden a las universidades, a la Corte Suprema, a la Cancillería, al Parlamento, y a la Policía. Pueden entrar y salir del país libremente y desplazarse internamente en libertad. Pueden hablar el árabe y gozan de los mismos beneficios que el resto de la población. Esta ley asegura que el árabe tendrá un estatus especial que no afecta su uso previo, corrigiendo así una herencia del Mandato Británico que puso al Hebreo a la par que el árabe y el inglés.

La nueva ley declara que el «Hatikva» es el himno nacional, que el Hebreo es el idioma oficial, que Jerusalem es su capital, que la «Menorá» es su símbolo, que el «Shabat» es su día de descanso, que el Día de la Independencia es su fiesta nacional y que el Día del Holocausto es una conmemoración nacional. Proclama que Israel está abierta a la inmigración judía y que protegerá a los judíos y a los israelíes (judíos o no) que se hallen en problemas en el extranjero.

Nada controversial aquí. La cruz cristiana puede verse en varias banderas europeas: en las de Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Grecia e Inglaterra, entre otras. La media luna islámica flamea orgullosamente en las banderas de Malasia, Turquía, Argelia, Túnez, Pakistán y Maldivas, entre otras. Francia y España declaran oficiales al francés y al español respectivamente. La República Islámica de Irán incorpora a la religión islámica en la misma designación oficial del país. (Cabe notar que esta Ley Básica no afirma que el judaísmo será la religión oficial).

La nueva Ley Básica declara que Israel es la patria histórica del pueblo judío, el que tiene el derecho exclusivo a la autodeterminación nacional en esa tierra. Vale decir, individualmente preserva los derechos de todos sus ciudadanos; colectivamente sostiene que sólo los judíos tienen derecho a auto-determinarse nacionalmente en Israel. Eso es perfectamente legítimo. Y lógico. Como señaló Melanie Phillips: «Ningún país en el mundo otorga la autodeterminación nacional a sus minorías, por la simple razón de que hacerlo convertiría a esas minorías en una nación propia». Esto no lo hace Finlandia con su minoría sueca, ni Argentina con su minoría Boliviana, ni Egipto con su minoría copta, ni Francia con su minoría islámica. Tampoco lo hará Israel con su minoría árabe.

Esta ley sostiene que promoverá los asentamientos. Ideológicamente, esto puede resultar controvertido para algunos. Pero cabe recordar que eso mismo sostuvo el Mandato Británico sobre Palestina de 1920 y que ha sido la piedra basal del sionismo desde su nacimiento.

La noción de que Israel es un estado judío nació con el sionismo político mismo y la publicación en 1896 de El estado judío de Theodor Herzl. La Declaración Balfour de 1918 se manifestó a favor de un «Hogar nacional para el pueblo judío» en Palestina. La Comisión Peel de 1937 postuló: «Si el experimento de establecer un Hogar Nacional Judío fuese exitoso y un número suficiente de judíos fuesen a Palestina, el Hogar Nacional podría convertirse con el transcurso del tiempo en un estado judío». El Plan de Partición de Palestina de 1947 (Resolución 181 de la Asamblea General) empleó el término «estado judío» treinta veces: 27 veces en el texto de la resolución y 3 veces en notas al pie. La Declaración de Independencia de Israel de 1948 afirmó cinco veces que el país es un «estado judío», de manera destacada así: «Nosotros… declaramos el establecimiento de un estado judío en Eretz Israel, que será conocido como el Estado de Israel».

De manera que al auto-definirse como un «estado judío» en el 2018, Israel ha actuado en consonancia con el marco legal otorgado a su carácter nacional desde 1918 en adelante. Incluso Yasser Arafat, en diciembre de 1988, dijo: «Aceptamos dos estados, el estado palestino y el estado judío de Israel». Por supuesto, el líder palestino mintió en aquella ocasión: la Carta Nacional Palestina de 1964 niega todo derecho a la autodeterminación nacional al pueblo judío. Pero su frase da testimonio de que no hay nada asombroso en la definición de Israel como un estado judío.

Ignorando convenientemente estos precedentes, el presidente palestino Mahmoud Abbas ha dicho que la nueva ley básica es «racista y fascista». Echemos un vistazo a la Constitución palestina (borrador final del 2003). Artículo 2: «Palestina es parte de la gran nación árabe». Artículo 4: «Jerusalem es la capital del estado de Palestina». Artículo 5: «El árabe y el islam son el idioma y la religión oficiales palestinos». Artículo 7: «Los principios de la Sharía islámica son una fuente importante de legislación». Entonces, se pregunta Daniel Pipes, «¿Palestina será musulmana pero Israel no puede ser judío?». Agrega Netanyahu: ¿Es posible estar a favor de una solución de dos estados y simultáneamente rechazar la noción de un estado judío? Uno podría acotar también que la auto-definición de estado judío armoniza con la Resolución 181 de la ONU, mientras que la auto-definición de Palestina como estado musulmán, no, dado que dicha Resolución habló de un «estado judío» y un «estado árabe».

Setenta años después de que la Asamblea General de la ONU dijera que Israel sería un estado judío, era hora que los propios israelíes declarasen lo mismo.

La Carta Escondida - Reseñas

René Fuentes – 28/08/18

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Por René Fuentes – 28/08/18

Edmond Jabès (un judío egipcio, de procedencia italiana y que fue uno de los más importantes poetas franceses de la segunda mitad del siglo XX) escribió en uno de sus versos memorables: Leo y releo el libro que voy a escribir.

Y es precisamente por la lectura de este libro, es decir, La carta escondida, como por tantos otros valiosos también, donde otra vez ese acto que previamente parece absurdo (continuar la lectura de un libro que todavía está por escribirse) alcanza su mayor y mejor valor. Porque se lee para conocer, para aprender, por entretenimiento incluso; pero se lee también, como este libro y tantos otros valiosos proponen, para rememorar y ampliar el proceso continuo y siempre resignificado de la memorización. No de un hecho ni de una persona en particular, sino de la memoria misma en su máxima expresión: la memoria colectiva de una cultura. Ese tipo de memoria que se puede enunciar en singular, aunque siempre es plural, tangible e intangible, sostenida por múltiples instancias de la escritura continúa en múltiples dimensiones sincrónicas y acrónicas, con y más allá de todos los tiempos.

Así también pude y propongo leer La carta escondida. No importa que el título sugiera e intrigue sobre cuál, dónde, por qué y otras preguntas posibles sobre una carta. Es un título que se ajusta más a cualquier tipo de escritura narrativa que se sustenta en el suspenso, la policial por ejemplo. Sin embargo, ahí está el valor complementario del subtítulo: “Historia de una familia árabe-judía”. Que, de manera opuesta al título, evita cualquier tipo de expectativas sobre lo desconocido o resguardado detrás del suspenso, para decirnos que el libro ofrece una historia familiar. Una historia entre tantas historias que se integran en los relatos y correlatos de esa Historia con mayúscula de la que todos tenemos una versión, una pertenencia, un modo incluso de reconocernos y reconocer la existencia y las discursividades de los otros.

Pero esta historia familiar, desde el subtítulo, ya propone una trama singular, compleja, amparada incluso en la realidad más pública y actualizada para marcar algo significativo, convulso, una y otra vez históricamente no resuelto: los vínculos entre árabes y judíos, o más precisamente, la aceptación pacífica de una identidad judía dentro de un contexto árabe. Eso que este subtítulo y la realidad de esta familia de inmigrantes, finalmente asentada en Uruguay, viene a marcar un punto de observación diferente: no se trata únicamente de una historia familiar que podría servir de correlato de tantos hechos y noticias del pasado y del presente más reciente, sino que aporta el testimonio de una familia donde existe una verdadera victoria de esa integración. Con conflictos internos, como cualquier familia, según da cuenta también el libro, pero conflictos que cuando llegan los postres al final de la cena –según el argumento–, ya existe un clima de conciliación, entre los miembros de la familia, entre las generaciones, entre las visiones políticas, entre los distintos puntos de vista sobre qué hacer y cómo ser judío, y cómo incidir y comprender el mundo árabe y la herencia o pertenencia árabe que también forma parte de esta genealogía híbrida, como la escritura de estos tiempos.

Por eso, cuando en la introducción el autor habla de su propósito de escribir una biografía novelada, ya es una propuesta que viene encontrar un camino narrativo acorde con la envergadura y con la complejidad de esta historia. Esta historia que ubica al autor en el trabajo de documentar, compilar, redactar y otras funciones que cumple con creces; pero lo más importante, esta historia lo ubica en la necesidad de trasladar a la escritura los registros de una realidad y de todo aquello que en los testimonios de Leila –personaje central del libro– se convierte en un compromiso ineludible: escribir las memorias continuas de la memoria.

Por eso, además, cuando en el prólogo o introducción Julián Schvindlerman se refiere a aquel encuentro en la librería “El Ateneo Gran Sprending y luego en el epílogo vuelve a referir ese hecho –aparentemente extradiegético, es decir, por fuera el contenido y el contexto narrativos– también está narrando, también está tensando y extendiendo las tramas de esta historia. ¿Familiar? Sí, definitivamente. Pero también es una historia que atraviesa siglos, países, culturas, religiones, guerras, conflictos armados, dictaduras, democracias perdidas y recuperadas; el surgimiento, el desarrollo, el florecer y el exterminio de instituciones, culturas, naciones… Por eso, finalmente, no desentonan y son muy necesarios todos los pasajes de esta narración donde el autor documenta con nombres propios, con datos, lugares y hechos concretos. Por ejemplo: no podríamos leer de otro modo más claro, justo y preciso esta historia familiar sin mencionar al nazismo, a cada uno de los campos de exterminio donde murieron los familiares referidos y tantos más desconocidos entre 6 millones de judíos y otros discriminados y perseguidos. No podría entenderse el tratamiento argumental del siglo xx sin mencionar y abordar aquí la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto Judío, el barco St. Louis y otros… Y aquí, en este libro, también es pertinente hablar y se habla de Stalin, de los periodos de la dictadura de Batista en Cuba, de la revolución y de la dictadura revolucionaria de Fidel Castro. También se habla o se escribe –incluso como títulos y contenidos de cada uno de los capítulos de la primera parte de libro– de pueblos y ciudades específicas, con nombre propio, por donde también trascurrió cada rama o trama de esta historia familiar: Jabal Amel, Montevideo, Esperanza, Beirut, Nueva York… Y luego, por ejemplo, Damasco y el museo del Hezbolá en Beirut.

Cuando comienza la segunda parte del libro, en la página 168 para ser más precisos, es que comienza en verdad la porción, el espacio biográfico que corresponde a Leila, y es cuando, como lectores, pero esencialmente como humanos comprendemos la complejidad y la envergadura del drama de Fawwaz (musulmán converso, en apariencias o en parte, al judaísmo), esposo de Inés (hija de judíos lituanos, sobrevivientes y que vienen a parar a un pueblo de Uruguay) y padre árabe de Leila (mujer judía por la educación de sus padres, y por su vocación y por su convicción es judía y madre judía también). Éste es un libro escrito con y desde la judeidad (como sensibilidad: estado sensible y de pertenencia a lo judío y al judaísmo en todas sus manifestaciones, también en la religiosa). Además, es un libro escrito desde el judaísmo (como religión, como cultura, como reconocimiento y parte del pueblo presente y ancestral). Y es un libro que propone, no impone, una visión sionista (como reconocimiento al derecho de existencia y a los valores formidables del Estado de Israel). También es un libro que se ocupa de incluir lo aprobable y lo repudiable de la otra parte; la parte negadora, la parte que se empeña en destruir la historia que este libro y el pueblo del libro ha escrito de sí, con otros y por otros.
Pero lo más importante que deja esta historia es el poder de inclusión, de amalgamiento entre lo diverso, lo históricamente inmensurable y hecho de opuestos incompatibles. Porque narra una historia real, una biografía novelada, pero no tergiversa ni evade los escollos históricos ni las encrucijadas de los tiempos pasados, actuales y presumiblemente fututos.

En estos tiempos actuales también de escrituras híbridas, Juan José Saer (un gran escritor argentino, católico y de procedencia familiar siria) en su reconocido ensayo “El concepto de ficción” (1989), dice lo siguiente: La verdad no es lo contrario de la ficción, y cuando optamos por la práctica de la ficción, no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. (…) No se escriben ficciones para eludir (…) los rigores que exige la verdad. Del mismo modo, luego de leer La carta escondida, podríamos decir que no se escribe narrativa de no-ficción para emular o contradecir la ficción, sino para extender el valor escritural y legible de la realidad y de lo verdadero. También para potenciar las posibilidades expresivas de las tramas humanas. Esas tramas humanas que no deben reducirse, sino manifestarse en toda su extensión y complejidad, como magníficamente hizo Julián Schvindlerman en este libro. Y que cumple también con aquel pedido o caracterización que hizo Saer de la novela contemporánea: La novela es una epopeya subjetiva en la que el autor pide permiso para tratar el universo a su manera. Y Julián lo hizo, con todos estos personajes reales y recreados. Con todo lo que hace de este libro una biografía colectiva y una novela polifónica de la realidad y sus complejidades, adonde todos pertenecemos.

Valió la pena que Leila contactara al autor, que se encontraran en la librería El Ateneo y conversaran dos horas. Julián ha escrito una epopeya subjetiva, de personajes más cívicos que épicos, más constructores de su destino que entregados a una falla trágica. De manera, Leila, que valió la pena el libro. Es otra carta más, muy completa, contundente. Y queda.

La Carta Escondida - Reseñas

Magali Milmaniene – 28/08/18

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Por Magali Milmaniene
Dra. en Psicología y Lic. en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires

La carta escondida es una novela coral, en la que Julián Schvindlerman despliega con gran virtuosismo y sensibilidad poética, algunos temas que forman parte y  atraviesan sus rigurosas investigaciones, plasmadas en sus últimos libros  teóricos: Roma y Jerusalén (2010), Triángulo de infamia (2014), Tierras por paz, tierras por Guerra (2002).

Se trata de una novela polifónica, puesto que a través de una pluralidad de voces y de registros narrativos, expresa el derrotero del pueblo judío, signado   por conflictos identitarios, por sinuosos caminos espirituales, e intrincados recorridos (exilios, diásporas, retornos y persecuciones).

La obra de Julián Schvindlerman se filia en el canon de las sagas históricas clásicas del género literario tales como Éxodo de León Uris, Guerra y Paz de Tolstoi, Vida y Destino de Vasili Grossman, así como de la filmografía contemporánea, por ejemplo Sunshine (1999), y El violinista  en el tejado (1971).  

En todas estas producciones ficcionales  se  asiste a una  indagación genealógica  que va tejiendo y destejiendo una trama hilvanada por conflictos amorosos, étnicos, políticos y religiosos entre clanes familiares, sobre el horizonte de  escenarios epocales turbulentos.

Abordé dos  ejes temáticos centrales que se pueden colegir del texto:

a) La cuestión de la identidad y b) el secreto.

a) El problema de la identidad es uno de los ejes nucleares en torno al cual se despliega la trama argumental. Así Fawwaz, uno de los protagonistas, es un ciudadano de origen libanés, que desde un pueblo recóndito, emigra impulsado por los conflictos de la región a Montevideo. Lo hace junto a su hermano, quien después retorna a su país y se une a las filas del fanatismo chiita. Allí, en ese país  sudamericano, ajeno a su universo simbólico-cultural, conoce a Inés quien fuera después su prometida.

Inés proviene de una familia  judía  no-observante, sobreviviente de la Shoah,  que permanece fiel a su identidad y ligada a sus tradiciones. Fawwa e Inés  se enamoran y  al poco tiempo formalizan el vínculo y contraen casamineto.

La unión conyugal adviene luego de la conversión de Fawwas al judaísmo la  aceptación de las condiciones que le impone tácitamente su familia política.  Sin embargo, no todo resulta tan armónico, dado que mientras Fawwas  mantiene una aparente adhesión al judaísmo, en su esfera privada se vuelca a los rituales islámicos.

Así, relata el autor:

Fawwas valoraba las enseñanzas que había aprendido acerca del Judaísmo pero-secretamente- rezaba cinco veces al día en dirección a la meca, leía el Corán semanalmente  y escuchaba  programas de radio árabe. Necesitaba hacer ello para recordarse que él seguía siendo musulmán. Era un acto privado, íntimo, que lo tenía a sí mismo como único destinatario. No pretendía desafiar a nadie con esos gestos, había aceptado convertirse para poder  casarse con su amada judía de modo que no hubiera  sido procedente  incomodar a sus suegros  o a su esposa. Pero se había jurado a si mismo que nunca dejaría de ser lo que realmente  era; un musulmán orgulloso.

Tal como destacan distintas vertientes  teóricas (Cesca, 2016) de la cuestión identitaria, la situación de residir en una geografía particular no deriva mecánicamente en “anclajes simbólicos”. La vida en un nuevo territorio geográfico  -como bien señala Cesca (2016)- no genera necesariamente una renovada identidad, pero siempre nos  confronta incesantemente  sobre nuestras raíces y orígenes étnicos.

En la misma dirección, Gerard Hassoun en Los contrabandistas de la memoria (1996),  analiza  los distintos modos  tramitar nuestra filiación identitaria:

“aunque seamos rebeldes  o escépticos  frente a lo que nos ha sido legado y en lo que estamos inscriptos, que adhiramos o no a esos valores, no excluye que nuestra vida sea más o menos deudora de eso” (Hassoun, G., (1996) en Cesca, 2016, p.36).

Entonces trasladarse y migrar desde distintos lugares del mundo hacia nuevas geografías supone, en resumidas cuentas, que la persona rearme su vida, repiense sus tradiciones y reconstruya su identidad. Sin embargo, este proceso migratorio no sucede de un modo armónico. Usualmente, las tensiones y los conflictos entre lo nuevo y lo ancestral, habitan al sujeto, hasta el punto de producir un desgarramiento  subjetivo, tanto cuanto más ambas identidades son  antagónicas, en el caso de Fawwas entre sus filiación musulmana y su conversión al judaísmo. 

Así, Fawwas intenta encontrar cierta normalidad, que compatibilice los aspectos escindidos de su identidad, dado que si bien se adhiere a la  pertenencia étnica de su esposa, en secreto se mantiene fiel a sus tradiciones.

El protagonista intenta resolver dicha dualidad a través del ocultamiento de la misma. Pero el secreto y lo no dicho inciden emocionalmente de modo traumático en su hija Leila, dado que ella percibe un enigma referido a sus orígenes que la inquieta y la conduce  a intentar su resolución. Es decir, trata  de entender y dilucidar los conflictos identitarios no resueltos de sus padres, a los  que  luego ella busca afanosamente resolver o al menos integrar.

Este malestar interior no explicitado de Fawwas, se expresa sintomáticamente  en   los diversos caminos religiosos y políticos que emprende cada  uno de sus hijos. Uno de sus hijos Eduardo, casado con una mujer no-judía Fabiana, se convierte en un acérrimo crítico de la política Israelí. Por otro lado, en Leila la tensión interna ligada al malestar identitario, se infiltraba en el ámbito profesional y en  sus relaciones laborales. Así,  su identidad “musulmana” percibida o asignada por su apellido Zuhair, tenía más peso social que su identificación como judía, conflicto que le generaba mucha angustia: “(…) respecto a su hospital se interrogaba: ¿Debía decirles que en realidad era judia?” (Schvindlerman, J. 2018).  

Este “malestar subjetivo” expresa en el plano ficcional  un debate  que cobra vigencia referido a las tensiones entre las identidades asignadas, a partir de las    representaciones que se juegan en el imaginario colectivo imperante, en  discordancia con  la identidad  vivida o auto-percibida.  

En uno de los episodios, Leila atiende, como asistente social, a un paciente palestino llamado Wallid, el cual  devuelve en espejo su propia conflictiva, y que  genera en ella una multiplicidad de reflexiones e interrogantes tendientes a resolver sus conflictos filiatorios.

Leila -nombre que alude, según Schvindlerman al significante “noche” en lengua árabe, noche que separa ambas familias- opera en el conflicto tratando de armonizar y compatibilizar las diferencias étnico-religiosas de sus padres,  y  sus incesantes búsquedas devienen de su plena dialectización. Tal como lo expresa acertadamente el autor: la identidad -cualquiera sea ésta-  no puede ser ocultada o reprimida,   ya que la misma tiende a insistir y a expresarse convocando al sujeto  a su asunción desde lo más profundo de su ser.

En este sentido, la fidelidad a su identidad y a sus tradiciones ancestrales -llámese mandatos, recuerdos,  vivencias-  interpelan al protagonista (Fawwaz) y lo obligan a reencontrarse con sus orígenes negados. Cuando finalmente puede   reapropiarse de  su filiación de un modo genuino y auténtico, y reencontrarse   con su origen musulmán, se pacifica internamente y aventa así, los fantasmas espectrales que  le generaban un permanente desasosiego y angustia existencial. Recodemos que renegar de los orígenes genera una culpa de difícil tramitación simbólica.

Insistimos que sólo desde la plena y auténtica asunción de nuestra  identidad -sin ocultamientos e imposturas- podremos ir al encuentro del prójimo, en términos de hospitalidad, reconocimiento y diálogo intersubjetivo. Desde esta concepción filosófica es que el autor despliega su relato y se instala así, en un posicionamiento teórico a contrapelo de la exaltación posmoderna e hipermoderna de visiones románticas e idílicas ligadas a las posibles fusiones, mixturas e  hibridaciones  de identidades, de carácter  armónicas, que excluyen todo tipo de conflictividad, las que finalmente derivan en complejos conflictos familiares y subjetivos de difícil tramitación. En este caso, se trata de dos identidades ligadas a ancestrales conflictos étnicos, religiosos y políticos, que dificultan la armonización, quizás posible en otras condiciones menos conflictivas y antagónicas.

b) El secreto:

Simmel decía: “El secreto contiene una tensión,  que se resuelve en el momento de la revelación”. (Simmel: 1986, p.381 citado por  Rodriguez Pérsico, A, 2006.)

Toda saga genealógica, tal como nos señala el autor, encierra un secreto, que produce efectos y que insiste en ser revelado, a través de las generaciones.

Todo lo no-dicho,  genera efectos en las relaciones familiares. Lo secretos y los ocultamientos siempre se perciben  inconscientemente, y nunca se puede eludir su incidencia, que resiste e insiste en su resolución.

Asi, todo lo que se guarda en secreto se concibe una vía  que permite  sostener  la fantasía de procrastinar o  disipar  el sufrimiento (Alarcón de Soler, 2007)  que este escenario de identidades duales  le provocaría a todo el grupo en caso de ser develada.

En nombre de esa operación subjetiva, Fawwaz debe pues compatibilizar la realidad compleja,  dado que debe sostener ciertos ideales familiares -asentados en el mandato ancestral de sostener su familia unida-  a la vez que preservar su identidad de origen.

El secreto se impone pues como un modo preservar esta dualidad de pertenencias y fidelidades, que pervive en él como irreconciliable. El secreto en tanto mecanismo de resolución fallido -asentado en un pacto de silencio- es el que  da origen al drama familiar.

La función del secreto  permite preservar  así al núcleo familiar y evitar el conflicto que supone la pertenencia a dos universos socio-culturales antagónicos, dado que la revelación de la verdad renegada amenaza así con  vulnerar la moralidad compartida de ese grupo conformado por la confluencia de dos tradiciones en conflicto. (Alarcón de Soler, 2007).

El desenlace de la obra,  porta en sí mismo un mensaje ético-emancipatorio para  cada uno de los protagonistas, especialmente para Leila, puesto que  el encuentro con la cultura  musulmana en su viaje geográfico,  cultural y simbólico a Beirut, le permite a ella alcanzar la “plenitud existencial”. Esta deriva a partir de la reconciliación y el reencuentro con aspectos  muy profundos de su identidad y de su historia, con la convicción que dicha revelación  no la obliga a  desconocer ni renegar de  su  filiación en el judaísmo.

Para concluir, se  debe destacar  que, en estos  tiempos  hipermodernos de  orfandad de valores y de retirada de los grandes relatos de la modernidad,  es inusual  encontrar literaturas  que aúnen una rigurosa  matriz conceptual  con una sensibilidad poética y un fuerte compromiso ético como el  que  despliega el autor,  el cual nos permite inteligir y debatir los conflictos identitarios, políticos y culturales de una época en toda su verdad.

En suma, la novela, más allá de sus  logradas  cualidades  literarias, genera un efecto de transmisión, dado que de su lectura se desprenden un contundente mensaje ético y humanista

Bibliografía:

Alarcón de Soler, M. (2007). Secretos familiares y sus marcas en la subjetividad disponible en: http://www.aappg.org/wp-content/uploads/2007-N%C2%BA1.pdf

Cesca, P. (2016). Los alumnos inmigrantes,  Buenos Aires: ed Mandioca.

Hassoun, J. (1996). Los contrabandistas de la memoria,  Buenos Aires: De la Flor.

Rodríguez Pérsico, A. (2006). “El lugar (del) secreto: Leopoldo Lugones y las figuras del escritor”. Cuadernos Lirico, Revista  de la red universitaria  de  estudios  sobre las literaturas rioplatenses contemporáneas en  Francia.  (1- 2006). Disponible en: http://journals.openedition.org/lirico/302; DOI: 10.4000/lirico.302.